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El gas, gracias a unas virtudes que le colocan en una situación relativa mejor que
el carbón o el crudo, se sitúa como la fuente de energía más adecuada en la
costosa transición hacia el mercado dominado por las renovables. Hasta cierto
punto —sobre todo el GNL— garantiza la independencia energética y exhibe
flexibilidad operativa para transformarse en electricidad. Los próximos quince
años serán del gas.
EL PAÍS
5 MAY 2018
La revolución a medias del gas natural
El combustible fósil se postula como la energía de transición entre el
carbón y las renovables para reducir la contaminación, pero la falta de
datos fiables del metano que emite genera recelo sobre su viabilidad
ante los ecologistas
El problema con los datos de las fugas de metano es que son muy aproximados
y, por tanto, no lo suficientemente fiables como para hacer un cálculo exacto. Para
esto es tan importante el compromiso de la industria energética como de las
autoridades medioambientales. Desde el sector de las compañías, por ejemplo,
destaca un documento firmado a finales de 2017 por ocho grandes grupos
energéticos, entre ellos el español Repsol, junto a organismos internacionales
como Naciones Unidas y ONG para vigilar y reducir las emisiones de metano. La
mayoría de estas empresas son parte del proyecto Oil and Gas Climate Iniciative
(OGCI), con sede en Londres. El organismo incluye a una decena de petroleras
(Shell, Repsol, Statoil, BP, Eni, Total, Saudi Aramco, Pemex, CNPC y Reliance)
que han decidido financiar dos grandes estudios sobre las fugas de metano en
toda la cadena del gas, uno a cargo del Imperial College de Londres y el otro de
la ONU. El primero de estos trabajos, con el que se diseñará una hoja de ruta para
que la industria rebaje más y más rápido las emisiones de metano, estará listo
para finales de año, según Julien Perez, director de estrategia y políticas de la
OGCI.
“Si lo miramos a corto plazo, es verdad que el metano es la gran desventaja del
gas natural. Atrapa en un año más calor en la atmósfera que el carbón, pero a los
13 o 14 años se ha disuelto, mientras que el dióxido de carbono tardará 1.000
años en hacerlo. Pero la industria está haciendo muchos esfuerzos para reducir
esta desventaja, y a medio y largo plazo el gas será el gran compañero de las
renovables en el mix de fuentes energéticas. Es clave para cumplir los acuerdos
de París, y con una tecnología cada vez más eficiente se reducirán tanto los
efectos dañinos del gas como de su precio, lo que es clave para extender su
consumo a países con menos recursos”, explica Lluís Bertrán Rafecas, secretario
general de la Unión Internacional del Gas (IGU, en inglés) y director de
Planificación y Servicios Minoristas de Gas Natural Fenosa (GNF).
Bertrán apunta también que solo un porcentaje del metano que se emite a la
atmósfera procede de la industria energética, algo que hay que tener en cuenta a
la hora de medir el impacto del gas en el calentamiento global. En el periodo de
2003 a 2012, las emisiones de metano desde la industria energética supusieron
el 13% del total, las segundas mayores por detrás de la agricultura, ganadería y
residuos, que contabilizaron el 33%, según Global Carbon Project, una
organización nacida en 2001 que aglutina a científicos de todo el mundo y cuyo
objetivo es medir las emisiones y sus causas. La actividad agropecuaria y la del
petróleo y gas son las dos grandes fuentes de metano originadas por la actividad
humana, puesto que las emisiones naturales suman otro 31%.
Sin embargo, Le Fevre cree que, a pesar de las lagunas e inconsistencias en los
datos, la mayoría de los estudios consideran que el incremento del metano en la
atmósfera en los últimos 10 años no fue resultado del aumento de la producción
mundial de gas durante el mismo periodo. Es más, muchos países han informado
de una reducción tanto a nivel absoluto como relativo de las emisiones del sector
del gas natural. El experto sostiene que el gas es preferible al carbón como
combustible para la generación de energía, pero insiste en que esta idea seguirá
generando mucha oposición y desconfianza hasta que las compañías y las
organizaciones nacionales de protección del medio ambiente no avancen más en
la medición e información transparente de los efectos del metano.
Aparte de la cuestión medioambiental, otro punto clave para el papel del gas como
energía de transición es el precio. El combustible debe ser competitivo desde el
punto de vista del que lo extrae y lo exporta, y asequible para el que lo consuma.
“Muy pocos países fuera de la OCDE, el club de los ricos, pueden pagar entre
cinco y ocho dólares por millón de unidades termales británicas (MMbtu) que se
calcula que son necesarios para la viabilidad de los nuevos proyectos gasíferos”,
señala Jonathan Stern, también experto del Oxford Institute of Energy Studies, en
su trabajo Challenges to the Future of Gas: unburnable or unaffordable? Un coste
muy por debajo o muy por encima de estas cifras amenaza tanto con frenar la
oferta como la demanda. Excepto China o India, que por la acuciante necesidad
de reemplazar sus centrales de carbón por las de gas accedan a pagar precios
mayores, los demás países en desarrollo serán reacios a aumentar la factura. Por
otra parte, en las naciones ricas, la expansión de las energías renovables y el
desarrollo de sistemas de almacenamiento de energía producida por estas fuentes
limpias haría menos apetecible el consumo de gas, tal vez condenado a ser usado
durante las intermitencias propias de las energías renovables. Desde 2009 y hasta
hoy el precio medio anual del gas se ha mantenido por debajo de los cinco dólares
por millón de BTU e incluso menos en los últimos años, lo que ha acentuado el
apetito del consumo.
Añadido a esto, el mercado del gas natural evoluciona rápidamente hacia un
sistema donde la cotización es cada vez más independiente de los avatares del
barril de petróleo, lo que permite a los precios del gas permanecer en unos niveles
más bajos aun en situaciones como las de ahora, donde el crudo se está
encareciendo. A esto se añade el auge del gas natural licuado (GNL), que está
generando un amplio mercado que permite a más países diversificar sus fuentes
de energía sin tener acceso a un oleoducto. Incluso la estructura de los contratos
de suministro de GNL es cada vez más flexible, como lo demuestran los informes
de la AIE, de modo que pueden adaptarse rápidamente a la evolución de los
precios y a las necesidades de compradores y vendedores.