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El sendero de la vaca

El poema de Foss me vino a través de mi padre

John A. Bennett N.

Seguramente habremos escuchado decir que quien no conoce la historia, está


condenado a repetirla; lo cual no sería malo si es que repitiésemos lo bueno. Pero,
tristemente, pareciera más común repetir lo malo. En el caso que hoy me ocupa, les
quiero recontar algo de la historia y sabiduría del bibliotecario y poeta Sam Walter
Foss que nos acompañó en este mundo entre los años 1858 y 1911. Una de sus obras
fue la del Sendero de la vaca , la cual, por alguna razón, me trae a mente lo que
vivimos hoy día con la pseudoeducación gubernamental en nuestro país; que bien
podría referirse a otras cosas gubernamentales más.
El poema de Foss me vino a través de mi padre. Todavía guardo el recuerdo de mi
juventud, en un mundo lejano y disperso por las ventiscas del tiempo, de haberle
escuchado el cuento del Sendero de la vaca. Habrá sido en su oficina o quizá en
algún cuarto de la vieja casa empedrada, en la cual crecí; ya no recuerdo. Ahora
hace muchos años que mi padre también es una memoria que tiene muchas formas
de hacerse presente. Así fue, cuando años más tarde, trabajando en el Ministerio de
Gobierno, puede apreciar el alcance de aquel cuento. ¡Con qué facilidad lo
burocrático se arraiga como camino santificado!, aunque sus fieles seguidores no
tengan la menor idea del origen y razón de semejante proceder. Prácticamente
podía escuchar la risa pícara de mi padre, cuando me entregaba alguna prenda
recogida en el camino de su vida. Bien conocía el Sr. Foss la naturaleza humana:
que para tomar una medicina hace falta mezclarla en un vaso, con algo que la haga
más potable; y aquí se las brindo: una moraleja mezclada en un cuento de vaca:
‘Un día a través del bosque primaveral, una vaca regresó a casa, como deben hacerlo
las buenas vacas; pero en ello dejó un tortuoso sendero, como es natural de toda
vaca. Desde entonces, han pasado trescientos años e, infiero que la vaca ha muerto,
pero aún persiste su sendero y de allí reza la moraleja de este cuento.
El sendero lo tomó el día siguiente un perro solitario que por allí pasaba, y luego
una oveja guía retomó el trillo, sobre monte y a través de valles, y trajo consigo a su
rebaño, tal como lo hacen las buenas ovejas guías.
Y desde ese día, por las lomas y los valles, a través de esos viejos bosques, se hizo
una vereda y muchos hombres deambularon por el torcido camino, subiendo y
bajando, profiriendo palabras de divina indignación, al tener que seguir tan torcida
excursión; pero aun así la siguieron —no se rían— las primeras migraciones de esa
vaca, que a través de la sinuosa vereda boscosa anduvo, pues, se bamboleaba al
caminar.
Al paso del tiempo, la vereda se convirtió en camino real, que retorcía, viraba y
volvía a virar; y este sinuoso camino real se convirtió en carretera, donde muchos
fueron los jamelgos que con sus cargas laboraron bajo el ardiente sol, viajando tres
millas en una. Y así, durante un siglo y medio, trillaron el camino de la vaca.
Los años pasaron veloces, y la carretera se convirtió en calle de pueblo; y esto, antes
que el hombre percatar pudiese, populosa vía pública de ciudad. Y pronto fue la
calle central de renombrada metrópolis; por la cual hombres, por dos siglos y
medio, siguieron el sendero de la vaca.
Cada día cien mil hombres volvían a seguir el sendero de la vaca, todo el tráfico de
un continente, siguiendo los pasos de un rumiante.
Cien mil hombres fueron guiados por una vaca hace trescientos años muerta.
Todavía seguían ciegamente el sinuoso andar, perdiendo cien años al día; pues tal
reverencia es dada, a un establecido precedente.
Esto encierra una moraleja, si fuese yo ordenado y llamado a predicar; pues los
hombres son dados a marchar a ciegas por los caminos vacunos de la mente, y
laboran de sol a sol, haciendo lo que otros hombres han hecho.
Siguen el trillado camino, de aquí allá, ida y vuelta, apegados al errante proceder,
cumpliendo la faena que otros le legaron. Mantienen el camino como sendero
iluminado, todas sus vidas a él apegados.
Pero como ríen los viejos dioses del bosque, habiendo conocido a la fenecida vaca.
Cuantas cosas podría esta anécdota enseñar, pero no he sido ordenado a predicar '.
Jamás olvido mi primer trabajo gubernamental, cuando le pregunté a la secretaria
en jefe, que tenía toda una vida allí, la razón de un procedimiento: Me puso una
mirada fiera y con tono sardónico me espetó: ‘Es que así siempre se ha hecho '. Eso
fue en 1968 y dudo que mucho haya cambiado en dicho ámbito ‘público '.
EMPRESARIO

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