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Jacques Lacan desmantelando su propia clínica


Por Jean Allouch

He aquí tres sainetes contemporáneos, elegidos entre centenas de ellos.


En avión clase Business. Cerca de mí, una dama de cierta edad, gruesa, frik,
devora con algo de glotonería una banana. Detengo el guiso y le digo: “¡Mire una
felatio!”. Estupefacción del guiso, seguido de una franca aunque silenciosa
condena de mis palabras.

Otra escena, los talones de Sarkozizi, como yo lo llamo. Que él los use o mejor
aún se suba en puntas de pie para una foto al lado del gigante Obama, es un
signo de que él se juzga pequeño, demasiado pequeño. Interpreto: no es de la
talla de su cuerpo sino de la de su pene que se trata. Eso se llama
desplazamiento, una astucia conocida desde Freud ¿Puedo no obstante escribir
un artículo sobre el tema y proponerlo al diario Liberación? La respuesta es “No”.
Pero en cambio, en el momento de las últimas elecciones presidenciales, hice
llegar a Le Monde un papel explicando que Ségoléne Royal es una mamá y que
es necesario por ese hecho no votar por ella, entonces allí sí, mi papel aparecerá
sin ningún problema. He aquí cómo los medios discriminan al psicoanálisis, lo
aceptable y lo otro.

Tercera escena: una familia en automóvil, atrás tres niños entre cuatro y ocho
años. Se divierten alegremente en modular juntos en voz alta la palabra “caca” de
cien maneras posibles: ca/ca, ca/ca, ca/ca; caaaaca/ caaaaca, caaaaca/ caaaaca,
caaaaca/ caaaaca; ca/caaaa, ca/caaaa, ca/caaaa, ca/caaaa; ca/ca/ca/ca,
ca/ca/ca/ca, ca/ca/ca/ca, etc. Bastante rápidamente los padres, modernos, no
soportan más y luego de un “paren” más bien gentil terminan por levantar la voz
“¡suficiente!” Pregunta: ¿su reacción hubiera sido la misma si los niños hubieran
canturreado “cucú”?

Dicho de otra manera, más allá de lo que se piense, el escándalo que provocó el
psicoanálisis en su primer tiempo de intervención sobre la escena pública
anunciando tales interpretaciones, no es menos importante hoy que en esa época.

Abstención 1. Hay diferentes dominios del saber, diferentes métodos aplicados a


esos dominios, tantos objetos como, precisamente, esos métodos distinguen y
estudian y entonces también diversos órdenes de racionalidad. Dominios, objetos
y órdenes de racionalidad juegan entre ellos un juego complejo, a veces
mezclado, incluso confuso.
¿Pero por qué partir de tan lejos? Para indicar que por todos lados la aplicación de
las reglas del “juego del saber”, ofrece un revés, si no obstante se le quiere quitar
a esa palabra su valor negativo. Produce saber particularmente, porque aparta
ciertas problemáticas como no pertinentes a su campo. Uno de los ejemplos mejor
estudiados es el de la lingüística estructural, que se forjó dejando fuera de su
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campo la cuestión, por otro la tan apasionante y controversial del origen del
lenguaje.

Así va el psicoanálisis. Ciertamente, algunos psicoanalistas han participado en los


debates de la bioéticas (¡ya esa palabra!, socorro, Kant), que han agitado y agitan
los espíritus en Francia y en otros lugares, con aún menos escrúpulos, cuando lo
son, pero sin decirlo explícitamente, para servir a intereses distintos de los del
análisis.
Madres portadoras, parejas homoparentales, procreación médicamente asistida,
gestación al servicio de un tercero, mujeres víctimas, sobre tales temas el análisis
como tal no tiene estrictamente nada que decir. No los acoge como propios de su
campo.

Estas anteojeras son decisivas, incluso en lo referente al ejercicio de análisis.


Freud decía que el analista no tenía que imponer su propia ética a los pacientes
(por supuesto, no más que a la sociedad), y su ética, de investigador, era
simplemente la de la ciencia. Y si Lacan ha creído poder adelantar una “ética del
psicoanálisis”, reto aquí a cualquiera a sacar la mínima consecuencia sobre la
cuestión de las madres prestadoras de vientres y todas esas cosas de la misma
calaña.
Sea, le acordamos esa distinción, puede que digan. Pero ese saber analítico que
usted no descuida de ofrecerlo al no-analista, libra a cualquiera de usarlo a fin de
responder a las cuestiones, que escuchándolo, no son de su campo. Yo no tendría
evidentemente nada que objetar a semejante empresa. Y trataré entonces
solamente de ponerla en aprietos, no en su generalidad, sino en un punto preciso
en el que podría encontrar sus alimentos, el de la clínica psicoanalítica, que se
supone debe facilitar descripciones de figuras patológicas organizadas en una
nosografía. Este punto es importante puesto que una descripción “científica” del
perverso es muy especialmente apta para desencadenar socialmente a los más
violentos de los ostracismos, dando cuerpo a la oposición normal/patológico, de lo
que parece que lo social no puede privarse, de la misma manera que los Estados
Unidos de una guerra, el pedófilo ha tomado luego de un tiempo el relevo del
homosexual.

Abstención 2. Así ahora hay espacio para tomar las cosas de un poco más lejos.
La clínica psiquiátrica a diferencia de la médica no ha encontrado jamás un
estatus epistemológico estable. Uno no se sorprenderá si tomamos nota de: 1)
que las relaciones de la psiquiatría y de la neurología no han sido jamás
reguladas; 2) que desde Pinel y su célebre enfermero la psiquiatría es
sintomáticamente un personaje bífido; 3) que permanece no resuelta la cuestión
de saber a quiénes entonces sirve el psiquiatra (¿su paciente o bien el orden
social?); 4) que no se efectúo el pretendido corte de una psiquiatría que se
reivindica científica, con las instituciones religiosas encargadas de la locura1.
Sobre tan dudosas bases, no se puede producir un saber serio.

Sin embargo, por un tiempo, la nosografía pareció tomar la delantera y valer a la


vez para la psiquiatría y el psicoanálisis. Distinguía tres grandes categorías,
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denominadas perversión, neurosis, psicosis, tres nombres que condenso en uno


solo: pernepsi. Del lado psiquiátrico, le pusieron fin, a causa de un cambio
metodológico: un uso de la estadística que ofrece a la psiquiatría una apariencia
de retorno al seno propiamente médico.
Del lado psicoanalítico, la situación permanece confusa; se aferra, aquí y allá a
pernepsi, pero no puede hacerlo más que cerrando los ojos sobre todo lo que
viene, como granos de arena a impedir esta seductora tripartición que gira en
redondo. Así parece no querer saber nada del carácter de “guarda-todo” que tiene
lo que se reúne bajo el nombre de “perversión”, ni tampoco de los eruditos
trabajos de los gays y lesbianas que se encargaron de un cierto número de
cuestiones hasta allí de propiedad de los médicos. Uno de los casos entre los más
sorprendentes es el del transexualismo, que los doctores lacanianos no
retroceden, todavía recientemente, a borrar de la categoría de psicosis.
Se trata, sin embargo de otro mar de fondo, lo que quiero decir aquí, y justamente
a aquellos que deploran el fin de la susodicha clínica psiquiátrico–psicoanalítica.
Esas bellas almas descuidan ese hecho masivo de que su concepto de
“forclusión” no ha permitido que decenas de miles de dichos “psicóticos”, sean
mejor tratados que en el pasado. No porque sea falso o equivocado, sino porque
la descripción de un mecanismo no ayuda en nada al manejo de la transferencia:
ahora bien, allí es donde está el asunto y es pesado.

Jacques Lacan, en sus comienzos mayormente, ha dado mucho cuerpo a


pernepsi. Sin embargo, al final de su recorrido, este camino “fenomenológico” tan
seductor fue bastante atenuado. Es que hubo también en él, otra vena, una
suficientemente neta subversión de esta nosografía; puedo, aquí mismo reportar
algunos rasgos.
Particularmente la salud mental del analista que Lacan pone en cuestión, en 1978,
llegando entonces casi al término de su vida. Dice entonces el analista estar
“mordido por Freud” creyendo “en esta cosa absolutamente loca que se llama
inconsciente”. Haciendo ésto él no matiza como cuando declara, por ejemplo que
Freud no sabía absolutamente lo que decía con su Unbewußt, que calificaría por
otro lado, un año más tarde de “delirio de Freud”.
Otro palo en la rueda de la nosografía tripartita fue ofrecido a Lacan por Freud,
que recomendaba, aunque él estuviera lejos de atenerse él mismo a esta
recomendación, abordar cada caso como si nada hubiera sido obtenido como
saber, de los casos precedentes. Un señalamiento que Lacan prolonga en sus
palabras: el análisis de un obsesivo no es de ninguna utilidad para el análisis de
otro obsesivo.
Siempre en 1978, Lacan declaraba también que a aquel que franqueaba el paso
de dirigirse a un psicoanalista “debemos llamarlo el psicótico”. He aquí que una
definición que no concuerda con pernepsi: sería el llamado “psicótico” aquel que
sus síntomas neuróticos conducen a ir a demandar un análisis, un ser extraño,
entonces, psicóticos de síntomas neuróticos.

Esos golpes dados a la misma nosografía a la que Lacan había contribuido,


encuentran sus puntos de capitón en una última definición de la clínica, de una
gran simplicidad. La clínica es lo que se dice sobre un diván. He aquí alcanzado el
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punto cero de la nosografía. Aquí se impone el juego anagramático de Marco


Decorpéliada: clasificación/calcificación2. La clasificación a la que se dedica el
esquizofrénico Decorpéliada, le va bien al topólogo Lacan ejercitándose con la
flexibilidad de las superficies, y después de las cuerdas. Estoy en lo que a mí
respecta suficientemente calcificado, emprendiendo un análisis como para tener
necesidad de cualquier cosa menos de una recalcificación a la manera de un
diagnóstico.
Así la distinción misma de normal/patológico fue desmantelada por Lacan. Lo hizo
declarando que el psicótico es normal en su psicosis, el neurótico normal en su
neurosis, el perverso normal en su perversión. ¿Cómo decir mejor que las tres
categorías pernepsi, no tienen nada que ver con la anormalidad?

Posición. Es de progreso negativo. Tienen lugar porque lo que se tomaba por un


saber se encuentra invalidado. Saber no más y entonces no saber es ahora
heurística. El análisis tal como he llegado a situarlo no ofrece ningún apoyo a
quien quiera a partir de su pretendida clínica, estigmatizar tal categoría de
individuos.
Es sin embargo otra categoría de ese saber no más saber (no) saber, es sobre él
que quisiera concluir revisitando ahora mis primeros señalamientos. ¿En qué se
sostiene que el analista se abstenga activamente de participar en ciertos debates
que no son de su resorte? He respondido: porque ellos no son de su resorte y esta
respuesta era suficiente. Pero sin embargo es posible formular un considerando.
Cuestionado sobre lo que distingue al analista lacaniano, uno de los más
distinguidos alumnos de Lacan decía, notémoslo, luego de haber abandonado el
barco, que el analista lacaniano, diferente en ese punto del de la Internacional
(IPA), “iba a la cuneta” « allait au caniveau ». ¿Qué quiere decir esa cuneta? Se
piensa en esos personajes de las calles de París, vestidos todos de verde y
muñidos de un babero amarillo fluo, cuyos cepillos se emplean en llevar hasta la
alcantarilla lo que se estanca en nuestras cunetas. También en nuestros
contenedores que vacían nuestros tachos de basura de los restos no comestibles
de nuestras comidas. Y es entonces en esa vecindad, se le creemos a Wladimir
Granoff, que se sostendría el analista lacaniano.

Este señalamiento puede ser formulado de otra manera; el lugar del analista no
está cerca del Príncipe. Él no sabría ser su consejero, ni aceptar un
reconocimiento oficial. Y tampoco del lado de aquellos que se levantan contra el
Príncipe, los príncipes del futuro, si los vientos de la historia le son favorables.
Lacan reconocía la existencia de un poder del analista, pero era para precisar que
el analista se abstiene de usarlo. “Poder no poder” era por otra parte su definición
de la impotencia. Puesta en juego de manera apropiada, la impotencia o mejor lo
que prefiero llamar la “fragilidad” del analista (puesto que la impotencia está
demasiado marcada por un falicismo no castrado), es un operador determinante
en el análisis. Es la impotencia en el momento de giro de un análisis, la que a
menudo tomando la forma de una abstención va al encuentro de la libertad del
analizante.

Traducción del francés de Graciela Graham


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[gracielagraham@yahoo.com]
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1. Cf. Hervé Guillemain, Diriger les consciences, guérir les âmes. Une histoire
comparée des pratiques thérapeutiques et religieuses, Paris, La Découverte, 2006.
2. Marco Decorpéliada, Schizomètre, Paris, Epel, 2010.

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