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Política sin políticos, por Carolina Gómez-

Ávila
Carolina Gómez Ávila Publicado agosto 11, 2018

@cgomezavila

Ante los problemas no soy pesimista, ni siquiera cuando ignoro la solución pero tengo a la vista a quienes
pueden tenerla. Tampoco me desanimo cuando comprendo que no habrá resultados a corto plazo y que es
menester perseverar a pesar de la incertidumbre.

Pero la desesperanza me asalta cuando, además de desconocer cómo resolver el problema, noto que quienes
pueden hacerlo se cruzan de brazos o -peor- proponen acciones que agravarán el aprieto hasta dejarnos sin
evasión posible.

Dicho de otro modo, como ciudadana no militante y contraria a la destrucción del sistema republicano y a la
manipulación de la democracia para ese fin, sé que tengo limitaciones y que mi deber es apoyar en su legítima
lucha por el poder a los partidos políticos que pueden representar mis aspiraciones.

Lo digo advirtiendo que no cualquier grupete de politicastros oportunistas puede representar estas
aspiraciones, como Avanzada Progresista que va directo a su segunda pela en agua hirviendo por participar en
las municipales de diciembre.

Aparte de los de esta calaña, nada en el horizonte. Los desvencijados partidos que quedan en pie convirtieron
su huelga electoral en un amasijo de proposiciones disparatadas, como convocar un paro nacional en un país
que está en quiebra desde hace tiempo y muere de hambre, como pretender calentar la calle cuando los
manifestantes de 2017 aún chorrean sangre o siguen en estampida.

Pero insisto, la dictadura es un obstáculo que no me abate. Ahora bien, no tener herramientas para enfrentarla
me pone del humor de Emile Cioran antes de escribir el Breviario de podredumbre.

En serio que el yugo me acicatea, pero el hecho de que quienes están llamados a encabezar la lucha y dirigirla
luzcan como Teseo pero sin hilo, es deprimente. La salvación de Ariadna está en manos de unos embrutecidos
que hacen de todo para provocar lo que dicen querer evitar, porque borrándose como opción electoral
promueven que algún ala de la corporación que nos ha secuestrado dé un golpe de Estado.

Y lo peor es que no admiten que esa ala, cualquiera que sea, no debe ser llamada “un ala disidente” porque no
disienten del objetivo ni del método sino de que no son ellos los protagonistas. ¡La verdad es que son todos
chavistas y chavismo es lo que estamos viviendo! El ala que se podría alzar sólo quiere aplicar la cosmética
revolucionaria que usaba Chávez para que el pueblo aceptara la ruina de la nación que él planeó y ejecutó:
usando la democracia como arma contra el sistema republicano.

Me opongo a golpes de Estado tanto como a creer que hay desavenencias de fondo en el Gobierno y estoy
convencida de que una asonada que alcanzara su objetivo no va a dejarnos en situación mejor a la actual.
Mientras unos lerdos celebren la caída del tirano, otro estará calzándose una bota con tacos y espuelas mucho
más afilados.
Volviendo a la desesperanza, por más que escudriño el panorama no veo políticos queriendo hacer política
como todavía se pueda, sino a unos desesperados que intentan acciones que no puedo apoyar porque son tan
antirrepublicanas como las de la dictadura.

Como estamos huérfanos de opciones democráticas opositoras nos toca ser más activos en la participación
ciudadana. Más atentos a lo que acontece, recordando que el primer acto de resistencia es permanecer vivos y
el segundo, fuera de una mazmorra.

La contraloría social es una fórmula ciudadana legal, legítima y útil que la población opositora no practica
porque para hacerlo tiene que “ensuciarse” penetrando el sistema oficialista. Pues toca arremangarnos y
empezar a cambiar esto desde la puerta del vecino porque los políticos han abandonado su obligación y,
aunque cada tanto alcen la voz diciendo que apoyan al pueblo en su justo reclamo, no están haciendo nada.

Esto me ha traído un recuerdo. Comenzaba mi adolescencia cuando Luis Alberto Machado publicó “La
Revolución de la Inteligencia”. Una obrita que en aquel momento resultaba rompedora aunque hoy no aporte
mayores sorpresas. Me temo que por el estilo del escritor, el final del libro se nos quedó más grabado que el
resto de él. Me refiero a la brevísima anécdota de María, la mujer que le preparaba la comida a Machado y
que él destacaba por una receta de salsa de tomates que utilizaba en todo tipo de platillos.

Machado, un día le pidió: “María, hoy quiero spaghetti pero sin spaghetti”. Y cuenta el exministro de la
inteligencia: “Por toda respuesta contestó: “Humm”. Y me olvidé del asunto. Pero, cuando me senté a comer,
allí estaba sobre la mesa, como único alimento, un amplio recipiente rebosante de salsa de tomate.”

Lo que pienso que describe bien nuestra situación política sin políticos.

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