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EL ENFOQUE ECONOMICO DEL DELITO

Prof. Luis A. Riveros

En este artículo se presenta el modelo económico básico para


explicar la ocurrencia del delito, y se describen los principales
resultados empíricos que discuten sus conclusiones
principales. También se analizan los resultados empíricos en
el caso chileno, que validan las conclusiones de los modelos en
cuanto al impacto de las principales variables
socioeconómicas sobre la ocurrencia de delitos. En particular,
los estudios sobre el caso chileno muestran la significancia del
gasto en materia policial para explicar la reducción de la tasa
delictual, como también la mayor propensión a reportar
efectivamente los delitos por parte de las víctimas

Papá: ¿para que sirve la economía?

Con mucha probabilidad, esta pregunta se la han formulado a sus padres un buen
número de niños. Y es que la economía como disciplina científica ha adquirido una
cierta popularidad en el lenguaje cotidiano, destacándose en las noticias que traen los
medios y hasta en múltiples consideraciones sobre aspectos bastante alejados de los
típicos temas financieros o productivos formales, como son el deporte o los eventos
artísticos. En verdad el concepto de economía se ha ido diseminando ampliamente, y
ampliando en sus aplicaciones a muchos ámbitos que interesan a la opinión pública
desarrollando conceptos que, por cierto, atrae muchas veces la curiosidad de los niños.
El análisis económico ha ido expandiendo su campo de aplicación, y allí donde antes (al
menos para algunas generaciones anteriores) no era posible concebir una aplicación o
un criterio económico, hoy el adecuado entendimiento de muchos problemas y la
búsqueda de sus soluciones pasa por la lógica económica como un instrumento capaz de
explicar sino adecuadamente, al menos cercanamente o de manera aceptable, fenómenos
relevantes de la vida social.

La vieja pregunta en torno al rol de la economía como ciencia tiene que ver con la
escasez relativa de bienes y servicios, escasez que se da en forma relativa a las
necesidades que se manifiestan por tales bienes y servicios. El fenómeno de escasez
relativa es inherente a la vida, por así decirlo, y es el factor crucial que explica la
existencia de la economía como ciencia, ya que su objeto es, precisamente, estudiar las
maneras de asignar los recursos escasos de manera tal que cubran lo más posible de
aquellas necesidades insatisfechas, múltiples y jerarquizables. El problema tiene que


Rector de la Universidad de Chile (1998-2006), Profesor Titular del Insituto
de Estudios Internacionales y de la Facultad de Economía y Negocios; Profesor
de la Academia de Ciencias Policiales de Carabineros de Chile. Este artículo
fue publicado en Académica (47- 2008): 25-38; Revista de la Academia de
Ciencias Policiales, 2008.

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ver, naturalmente, con la organización social. En un pasado no muy lejano fue el
Estado el agente a quien se responsabilizaba en forma primordial por esa tarea de
asignación, de modo que ella fuese alcanzada no sólo eficientemente (al menor costo)
sino también equitativamente (con las menores diferencias entre los distintos miembros
de la sociedad). Muchos sustentaban en el plano ideológico, como ideal de vida en
sociedad, la existencia de un Estado muy activo y predominante en lo económico, capaz
de cubrir adecuadamente las necesidades asignativas de la sociedad en forma eficiente y
justa. Las fallas asociadas a este modelo llevaron a una preeminencia de los mecanismos
de mercado para resolver el problema de escasez, en que el precio de los bienes es
considerado el instrumento asignador, y en que las variables relevantes de las decisiones
conciernen a costos y beneficios de las acciones emprendidas por agentes oferentes y
demandantes. Aún con regulaciones que se pueden estimar mas o menos relevantes o
necesarias, es el mercado quien asigna y es el costo-beneficio el análisis que los agentes
económicos privilegian en la adopción de sus decisiones.

Por lo tanto, la preocupación actual y creciente por la economía como ciencia va mucho
más allá de los dilemas presupuestarios y de lo que, según muchos, pueda ser un
excesivo énfasis en los aspectos materiales que rodean a las decisiones individuales,
familiares y sociales. Se trata aquí de una cierta estrategia para abordar un problema
central en nuestra sociedad: la escasez relativa. Si bien los mercados son los
instrumentos preponderantes en el tema asignativo que hemos aludido, no es menos
cierto que ellos son víctima de distorsiones, mala información, ceguera de corto plazo, y
muchos otros defectos ―naturales‖ pero corregibles. Por lo tanto, más allá que un
simplista análisis respecto de cómo dejar que los mercados funcionen lo más libremente
posible, los grandes temas de la economía tienen que ver con información, regulación,
estudios de la organización de los mercados, de los incentivos que priman entre los
agentes económicos y de las distorsiones presentes en el funcionamiento de los mismos.

Así, la economía como ciencia preocupada por la asignación de los recursos, ha sido
también progresivamente la ciencia que estudia la organización de los mercados y los
sistemas de incentivos y desincentivos que marcaría una adecuada y transparente
competencia en los mismos. Un tema difícil y discutible, sobretodo en sociedades
marcadas por una profunda inequidad social y económica como asimismo por
desinformación. Al mismo tiempo, la economía está obligada a adentrarse
significativamente, esto es con capacidad de elaborar una teoría de comportamiento y
ciertas predicciones de resultados, en muchos ámbitos que antes no eran típicamente
―económicos‖.

Hay muchos campos que han pasado a tener atención preferencial en los estudios
económicos, más allá de los tradicionales estudios sobre la macroeconomía, que nos
recuerdan que crecimiento, inflación, tipo de cambio, tasa de interés y otras variables,
son de profunda importancia para analizar el devenir de una sociedad. Pero los temas
medioambientales, los de seguridad ciudadana, los de la salud y la previsión, los de
conductas perniciosas para el conjunto social, y muchos otros, han sido también
aspectos en los que el instrumental basado en el análisis costo-beneficio, han rendido
frutos importantes para comprender mejor el ámbito y efecto de las acciones. La
criminalidad ha sido, justamente, uno de los campos abordados por los economistas
para intentar explicar las variables fundamentales que la determinan y,
consecuentemente, los aspectos que la sociedad debería privilegiar para controlarla.

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La Criminalidad como problema

La criminalidad es, sin lugar a dudas, una característica de la vida en sociedad y tan
antigua como la historia. Los hechos delictuales son parte integrante, y en mucha
medida parte protagónica de la historia de la humanidad y de la sociedad humana. Por
lo tanto, el delito es un problema a dilucidar del punto de vista de la economía, como
asimismo de otras disciplinas sociales que buscan como entenderlo y, finalmente, tratar
de aminorar su impacto. En definitiva el delito es un problema que tiene que ver con
recursos escasos, debido a que su accionar se centra en el uso o traspaso de este tipo de
recursos y también, además, a que su castigo y control implica el uso de recursos que
tienen un costo de oportunidad para lo sociedad, esto es podrían utilizarse de una
manera que beneficie a la misma de modo más directo y eventualmente constructivo.
Por eso, es natural la preocupación de la economía, como ciencia social abocada al tema
de la escasez, sobre el tema de la actividad delictual.

Una manera de entender el delito desde el punto de vista de la teoría económica, es el


de asociarlo a la producción de un disbien (o un ―dis-servicio‖) es decir de algo
contrario a lo que produce satisfacción de una necesidad individual o social. El delito es,
por definición, algo que causa daño a alguien y, como tal, su producción o generación
debe ser visto como un ―mal‖ de tipo social. El delincuente, en este contexto, sería
poseedor de ciertas ―competencias‖ para desempeñarse como tal (el contenido de
maldad que se necesita para producir delitos) las cuales pueden provenir de condiciones
innatas o constituirse mas bien en conductas adquiridas socialmente. La cuestión, sin
embargo, es que siendo esto así, no existe un mercado propiamente tal donde se transe
este ―dis-bien‖; es decir, no existe una demanda que enfrente esta oferta de delitos
proveniente de individuos que están dispuestos a colocar sus insumos en producirlo.

La pregunta fundamental para analizar la criminalidad como un problema de tipo social


es ¿qué lleva a los individuos a cometer un delito? Dicha pregunta es vital para poder
abordar un esquema de soluciones y así poder enfrentar la existencia o dominancia del
delito y sus consecuencias. Si, por ejemplo, se determina que el factor fundamental que
explica el delito es el disfrute del dolor o el daño que el crimen al causa a otros,
entonces el tema es fundamentalmente uno de carácter psiquiátrico o sicológico. Ello
implicaría ciertas herramientas posibles para enfrentar y eventualmente aminorar el
impacto del problema. Por otra parte, la coexistencia de aspectos biológicos (una
tendencia criminal innata, por ejemplo) junto a conductas propias del individuo o
actitudes desencadenadas por el ambiente en que se desenvuelve, pueden gatillar
conductas criminales. Entonces en este caso el tema concierne más al aparato social y a
la desadaptación que muchos individuos puedan experimentar respecto de las normas
vigentes de convivencia social en combinación con las falencias de cada uno respecto
de las posibilidades de un pleno desarrollo en este ámbito. El tema será, entonces y en
este último caso, concerniente a las disciplinas sociales.

Las conductas delictuales pueden, entonces, tener diferentes explicaciones u orígenes,


así redundando en distintas caracterizaciones de las políticas o medidas apropiadas. Al
mismo tiempo, dichas conductas podrían ser mas ocasionales que permanentes, o
transformarse en endémicas a raíz de la forma en que la sociedad trate el problema de
la rehabilitación necesaria para restituir la normal vida social. Sea que la conducta
delictual surja de una propensión natural y permanente a delinquir, o sea porque es

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producto de condiciones específicas o puntuales que se hacen recursivas por el
tratamiento mismo que se pueda dar a las consecuencias del problema, el tema
fundamental será siempre el determinar sus orígenes para poder así abordarlo
efectivamente.

La economía ha enfocado el problema del delito utilizando su instrumental propio, para


así colaborar a entender el fenómeno de la delincuencia como el producto de una
variedad de condicionantes. Es decir, la economía no alega aquí tener una cierta
preeminencia explicativa sobre un tema que corresponde a la antropología y la
sociología, tanto como a la siquiatría y la sicología entre otras disciplinas que pueden
aportar sustantivamente a explicar un fenómeno de alta complejidad. La economía
sostiene, sin embargo, que resultaría muy difícil entender integralmente el problema si
no se analizan los determinantes económicos que están vinculados al análisis costo –
beneficio que efectúan los sujetos para llevar a cabo las acciones que marcan sus
conductas individuales y sociales. Es decir, en lugar de reclamar una capacidad de
explicar toda la complejidad del problema, la economía alega que sostiene algunos
puntos de vista que son absolutamente imprescindibles de considerar al momento de
explicar el complejo fenómeno y, por lo tanto, de abordar adecuadamente las políticas
para atacarlo.

Gary Becker fue uno de los primeros economistas en plantear un enfoque costo-
beneficio sobre los determinantes del delito. Estamos entendiendo aquí el concepto de
costo en un sentido amplio, no solamente en el contexto simple referido a un cierto
costo monetario o nivel de costos. Lo mismo con los beneficios, ya que si bien es cierto
el beneficio monetario (la ganancia) es consustancial a muchos delitos, no es solamente
observable en esa dimensión, toda vez que el beneficio mucha veces es el simple
disfrute (sicológico) del criminal o delincuente al haber cometido una falta; en realidad,
el beneficio puede para muchos delincuentes ser una mezcla entre el disfrute sicológico
y el retorno monetario asociado a la falta. En general, costos y beneficios se entienden
en un sentido amplio, es decir la forma en como los individuos pueden efectivamente
percibirlos en su evaluación situacional pre y posdelito. Ciertamente, cuando el
beneficio de la acción es evaluado como mayor que los costos previsibles de la misma,
resultaría ―conveniente‖ o ―racional‖ para el delincuente ejercer su rol como tal. Por
ello, en este contexto, elevar los costos asociados a delinquir –como por ejemplo
elevando los castigos asociados al delito—ha de tener un impacto positivo en términos
de disminuir efectivamente la actividad delictual.

En ese análisis simple, sin embargo, en que a mas costoso el delinquir resultaría menos
probable que se incurra en ello, es necesario tener una idea sobre los determinantes del
fenómeno delictual, porque eso también permitirá analizar adecuadamente los
beneficios y costos que las personas pueden ver asociadas a ciertas conductas reñidas
con la ética social.

La Naturaleza del Delito

Becker, Premio Nobel de Economía y Profesor de la Universidad de Chicago, en su


artículo de 1968 (―Crimen y Castigo: Una interpretación Económica‖) enfatizó el tema
sobre cuánto castigo (y cuántos recursos, por ende) debieran ser usados para hacer
cumplir el ordenamiento social. Su análisis parte de la base que el delincuente es un
individuo racional, cuyas elecciones o decisiones están basadas en un elección sujeta a

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incertidumbre, pero basada en información y en un análisis sobre los costos y beneficios
de las acciones. No olvidemos que se está tratando aquí con un modelo estilizado que
no necesariamente establece que todos los delincuentes sean personas capaces de
implementar una función de optimización y evaluar racionalmente las consecuencias
que acarrearían ciertos tipos de acciones implementadas a partir de ese análisis. Se trata
de un modelo que intenta explicar la conducta delictual sobre la base de la metodología
estándar en el análisis de la economía como ciencia, implicando que los supuestos del
dicho modelo no necesariamente han de reproducir la realidad, aunque sí las
conclusiones o predicciones del mismo deban ser cercanas o propicias a esa realidad.

Para Becker la oferta de delitos tiene dos determinantes básicos que el delincuente
considera al momento de evaluar la decisión de cometer la falta. Estas son: (1) la
probabilidad de ser aprehendido y (2) el tipo de castigo asociado a la falta. Si uno o
ambos factores presentan debilidades en su diseño, o en la forma al menos en que el
delincuente las evalúa durante la situación pre-delito, la cuestión es que se promoverá la
comisión de más delitos. En el ámbito de su modelo, Becker analiza el problema
pensando en el efecto que las variables explicativas (probabilidad de aprehensión y
castigo) tienen sobre los beneficios netos asociados a la comisión de un determinado
delito.

En el análisis que postula Becker el delito constituye una externalidad, y


consecuentemente una mayor producción de lo mismo ha de llevar a una pérdida social.
Del punto de vista económico una externalidad (negativa) corresponde a un evento que
tiene lugar en el mercado y que produce pérdidas a los actores del mismo, las cuales no
son internalizadas o asumidas por quienes la provocan. Una externalidad negativa lleva
a que el equilibrio de mercado represente una situación de subóptimo, en el sentido de
que el mismo está rodeado de efectos que no se reflejan en el precio que lleva implícito
el dicho equilibrio. Es decir, el precio privado se encontraría por debajo del precio o
costo social. Por ello una externalidad negativa produce una pérdida social, y por eso es
concebido el delito como algo que debe ser reprimido del punto de vista de buscar la
optimalidad económica. Ciertamente, esta visión de la economía es correspondiente
con la valórica común que sostiene que el delito es malo en si mismo, y que por eso
debiese ser reprimido y minimizado.

Hay tres afirmaciones generales que pueden efectuarse a partir del modelo básico
propuesto por la economía en que la oferta de delitos se postula como una función de la
utilidad que los mismos producen a los perpetradores, de la probabilidad de ser
aprehendido y del tipo de castigo existente para la falta. La primera es que en el caso de
una economía pobre (una sociedad del tercer mundo, por ejemplo) existiría menos
crimen debido a la existencia de una menos probable significativa utilidad a partir de
cometer delitos. Sin embargo, también es claro en este caso que el crimen es alentado
por bajos niveles de educación, bajas tasas de represión y los intentos de redistribuir
recursos sobre la base de la actividad criminal. Se entiende también, a partir de lo
mismo, que en una economía rica primará más delito en base a intentos por redistribuir,
pero menos debido a la existencia de un aparato de control y represión delictual más
organizado y fuerte, junto con una educación que promueve una formación valórica
anti-delito. Segundo, es también de esperar que una sociedad dominada por una mala
distribución del ingreso sufra más delitos, debido a intentos redistributivos, que en una
sociedad donde la distribución del ingreso sea mas equitativa. En efecto, las diferencias
de ingreso, al igual que la existencia de desempleo, crean una sensación de injusticia e

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inequidad, que junto a sistemas educativos débiles o deficientes sistemas de control
legal y policial, conducen a la mayor comisión de faltas. Tercero, una sociedad más
rica conduce a delitos para evadir la fiscalización social, o el conjunto de reglas
diseñadas para organizar el quehacer social y las conductas individuales en el marco de
un cierto bienestar social. Este es particularmente el caso de la droga, cuyo consumo se
reivindica como un cierto ―derecho‖ del consumidor, alentado por niveles de ingreso
que promueven el rompimiento de las reglas.

La sociedad establece normativas legales para darse ciertas formas aceptadas de


convivencia y proteger lo que se cree ―debido‖ en materia de relaciones entre las
personas, como asimismo entre éstas y las instituciones. En un sentido económico, la
sociedad emplea recursos para eliminar o controlar las externalidades negativas
derivadas de la conducta de algunos de sus miembros. Como es sabido, muchas de las
restricciones que impone el marco legal y el rol policial atentan contra las libertades de
los perpetradores de delitos, pero se animan, por otro lado, a proteger, precisamente, las
libertades de las víctimas o potenciales víctimas del rompimiento o desconocimiento de
la normativa.

La investigación empírica sobre la economía del delito

El modelo de Becker ha alimentado una cuantiosa investigación empírica que,


utilizando el modelo básico, se ha basado en adaptaciones del mismo para ser
contrastado con datos estadísticos que aproximan o miden directamente las variables
teóricas convencionales. Erlich (1973), por ejemplo, trató de determinar, con un
modelo de elección bajo incertidumbre, el efecto de la probabilidad de ser aprehendido
sobre el nivel de delitos, encontrando una relación negativa muy significativa; es decir,
mientras más probable sea que el delincuente es aprehendido, menos posible es llevar a
efecto el delito. Este tipo de evidencia ha sido sistemáticamente validada en
innumerables investigaciones aplicadas como son, entre muchos otros, los estudios de
Fleisher (1966), Loftin y McDowell (1982), Cameron (1988), Benson y colegas (1994),
Bodman y Maultby (1997), The World Bank (1997) y Fajnzylber y colegas (2000).

La medición del delito es, antes que nada, un aspecto clave dentro de los estudios
empíricos en esta materia. En realidad, la criminalidad efectiva no es una variable
observable directamente y ella sólo se puede medir por medio de la denuncia efectuada
por las víctimas o testigos. Aparentemente, existe una subestimación del delito basado
en este tipo de mediciones forzada por la disponibilidad de datos pertinentes. Este
sesgo a la subestimación del delito se reduce al aumentar la disponibilidad y presencia
de la fuerza policial como lo han probado Benavente y sus colegas (2003), ya que de esa
manera parece evidenciarse la credibilidad y fortaleza del sistema. En efecto,
Benavente y Cortés (2006) han probado para el caso de Chile que el nivel de crimen
real es el doble de aquel reportado oficialmente basado en denuncias,
independientemente del tipo de crimen y lugar geográfico de ocurrencia. Esto pone de
relieve las limitantes que sufren las investigaciones empíricas en esta materia, ya que
debido a estos errores de medición, lo que es estadísticamente susceptible de
explicación, sobre la base de variables de comportamiento, no constituye la parte mas
medular a explicar en materia de criminalidad.

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Benavente y Cortés (2006) no analizan en profundidad lo que ellos mismos llaman ―la
cifra negra de subreporte de delitos‖, que, como se ha dicho, es relativamente alta. En
efecto, su estudio está destinado, más bien, a modelar la conducta delictual y su
impacto. Sin embargo, caracterizan a los denunciantes como personas con un nivel
educacional levemente superior al promedio del país, con mayor nivel de ingreso, entre
35 y 45 años y que viven principalmente en ciudades. No hay una explicación clara
acerca de porqué existe subreporte de la criminalidad asociada principalmente a los
otros grupos de población, pero todo parece indicar que la existencia y manejo de
información adecuada sobre las instancias policiales y judiciales existentes para reprimir
en forma efectiva el delito es, a este respecto, un factor de primera importancia.

No obstante esos problemas de medición de la variable objetivo a ser explicada, la


investigación empírica ha sido abundante y se ha centrado en extensiones del modelo
original de Becker. Particularmente, se ha indagado sobre el efecto en la tasa de
ocurrencia de delitos de variables como el nivel de ingresos, el desempleo, la
desigualdad de los ingresos, el nivel de urbanización, la densidad poblacional, etc. Este
tipo de investigación procura contestar las preguntas mas frecuentes que rodean al tema
de la delincuencia en el debate público, tanto como a las informaciones que sobre la
actividad delictual se incluyen en los medios. Loayza y colegas (2000), por ejemplo,
analizan un grupo de países desarrollados y subdesarrollados; encuentran que los delitos
se relacionan inversamente con el crecimiento económico, pero no pueden concluir en
el efecto que sobre lo mismo tiene el nivel de escolaridad; esto, posiblemente porque la
escolaridad es por un lado representativa de mas información disponible, y por lo tanto
atenúa el delito, pero es también un signo representativo de la distribución del ingreso
prevaleciente, lo cual puede ejercer un impacto negativo en materia distributiva. Los
mismos autores posteriormente (2002) encuentran que el efecto de una más deficiente
distribución del ingreso es positivo y muy significativo para explicar la ocurrencia de
delitos. Estos estudios también han llevado a otra conclusión importante: las variables
no incluidas (o no medidas) en los análisis estadísticos parece ser muy importante. Una
de ellas, analizada por Loayza y colegas (2000) es la inercia (representando la
―costumbre‖ de una sociedad en cuanto a soportar el delito, es decir la existencia de una
cultura del delito a cuya predominancia la sociedad se ha ido adaptando), que explica de
modo estadísticamente muy significativo la ocurrencia de delitos.

Otros autores han sofisticado la técnica de investigación estadística, especialmente


debido al hecho que el uso de una sola ecuación de análisis no responde al hecho de que
otras variables (consideradas explicativas o independientes) son también endógenas o
susceptibles de ser explicadas en base al modelo de comportamiento. Como explican
Rivera y colegas (2003) las variables que representan el poder de disuasión de los
sistemas judicial y policial son una función negativa de la congestión que sufren los
mismos, que a su vez depende del nivel agregado de delincuencia: ―mientras mayor es
el número de individuos que delinquen, menor es la probabilidad de ser castigado dado
los recursos limitados y la consecuente congestión de los sistemas judicial y policial.
Esto fomenta una mayor criminalidad, generándose así un problema de endogeneidad‖.

Benson y colegas (1998), siguiendo la línea de otros estudios, indican que los recursos
policiales que se emplean para combatir el delito es una función de la criminalidad
observada en el pasado. Por eso, las tasas observadas de criminalidad determinan en
gran medida la producción de los sistemas judicial y policial, que afectan a las tasas de
criminalidad subsecuentemente. Esto también es indicativo de las grandes dificultades

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que enfrenta conceptual y empíricamente los modelos que han explorado las
predicciones económicas sobre criminalidad, ya que es la acción represiva en si misma
un resultado de la criminalidad observada.

Las investigaciones en criminalidad en el caso chileno

Las investigaciones efectuadas por economistas chilenos han seguido de manera muy
cercana la linea esbozada por la investigación en los EE.UU. Los hallazgos tampoco se
alejan mucho de aquellos que reseña la investigación aludida.

Benavente y Melo (2006) analizan los determinantes socio económicos de la


criminalidad en Chile durante la década de los años noventa. Concluyen que la tasa de
criminalidad presenta una alta persistencia, y que las variables de tipo socio económico
tienen una alta relevancia para explicar la conducta de los delitos reportados. En
particular, muestran que la tasa de desempleo se correlaciona fuertemente con la tasa de
delitos, del mismo modo como se encuentra un fuerte poder explicativo inverso
asociado al nivel de ingreso de las personas (es decir, a menor nivel de ingreso mayor es
la probabilidad de la práctica de delitos). En particular, los autores señalan el
importante impacto que en materia de delito tiene el nivel de pobreza en la población
Otro resultado interesante de su exploración empírica es que la tasa de escolaridad se
asocia negativamente con la tasa de criminalidad, con la excepción de los delitos
asociados a drogas, donde la escolaridad se asocia en forma positiva con la comisión de
delitos de esta índole. Los delitos que analizan en su estudio son: robo, hurto, y droga,
en sus distintas acepciones (uso, venta, fabricación cultivo, consumo, etc).

El estudio de Benavente y Cortes (2006) subraya tres hallazgos fundamentales en su


investigación que intenta separar los determinantes socioeconómicos que afectan la
probabilidad de una persona de ser víctima de un delito, de aquellos otros determinantes
relacionados con la probabilidad de que se efectúe la denuncia correspondiente.
Primero, el nivel de ingreso real individual se encuentra positivamente correlacionado
con el grado de vulnerabilidad de las personas, como también positivamente asociado a
la probabilidad de denunciar un crimen. En general, el estudio indica que las personas
con más ingreso, mayor educación y mayor edad son las más susceptibles a ser víctimas
de un crimen. Segundo, el nivel de ingreso del barrio donde viven las personas es cuatro
veces mas importante sobre la vulnerabilidad individual que el nivel de ingreso
individual. Tercero, el modelo enfatiza como conclusión que la presencia policial
(densidad de Carabineros) tiene un efecto disuasivo de importancia sobre la comisión
de delitos, pero no es un factor fundamental para la ocurrencia de la denuncia.. El
estudio muestra que las lesiones son el delito con mayor nivel de denuncia, mientras que
el menos denunciado es el delito de hurto; en general, el nivel de subreporte de delitos
es cercano a un 50%.

En su estudio del año 2006 Benavente y Melo señalan, además, que la tasa de
desempleo está también positivamente correlacionada con el nivel de crimen.
Asimismo, se señala que un incremento de 1% en el nivel de pobreza conduciría a un
aumento de 0.05 y 0.10% en las denuncias por robos y hurtos respectivamente. En el
caso de la escolaridad, que se encuentra positivamente asociada a la ocurrencia de
crímenes vinculados a problemas de droga, el estudio concluye que un aumento de 1%
en la escolaridad lleva a 0.93% de aumento en las denuncias sobre este tipo de delitos,

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mientras que en el caso de la pobreza hay una correlación negativa con la tasa de
denuncias sobre delitos asociados a drogas.

Finalmente, el estudio de Rivera, Nuñez y Villavicencio (2006), quienes usan una


amplia base de datos para estimar en forma de ecuaciones simultáneas la ocurrencia de
crímenes y sus determinantes, llegan a cinco conclusiones centrales. Primero, que las
fuentes y oportunidades de ingreso legal e ilegal, incluido el desempleo, afectan
significativamente la ocurrencia de varias categorías de delitos. Segundo, que la mayor
eficiencia policíaca (detenidos respecto de denuncias) y la eficiencia del poder judicial
tienen un efecto importante en cuanto a la reducción del delito, pero la mayor
criminalidad es a su vez una fuente explicativa de la mayor eficiencia policial. Tercero,
que la mayor dotación policial tiene un doble efecto: por una parte disuade la ocurrencia
de delitos y, por otra, provoca una mayor propensión a denunciar delitos por parte de los
afectados. Finalmente, su trabajo indica que la asignación local de recursos policiales
es endógena (es decir depende de) la criminalidad observada en períodos previos.

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Nota final: ¿estamos frente a un tema relevante?

Indudablemente, la economía tiene una explicación importante sobre la ocurrencia de


delitos. No se trata de una explicación que declare incompetentes a otras teorías, sino
que constituye una explicación sobre una dimensión significativa del fenómeno, que no
podría excluirse de cualquier intento por entenderlo cabalmente. El modelo económico
indica que el delito surge de un intento de maximizar la utilidad de aquellos que
delinquen sujeto a la probabilidad de ser aprehendido y contando con la existencia de un
castigo que puede ser más o menos sustancial. Desde luego, hay una propensión
individual a delinquir, que constituye el problema sicosocial antropológico o
derechamente sicológico o siquiátrico del tema. Pero, además de ello, existe un
conjunto de determinantes sociales y económicos, que se imponen como necesidades al
individuo, o como un marco que obliga a delinquir para subsistir. En definitiva, el tema
es uno de costo y beneficio, que hace del delito el resultado de un análisis y una
elección. Por ello, la economía enfatizará siempre la necesidad de elevar el costo de
delinquir y reducir su beneficio, ambas cosas vinculadas a la existencia de más castigo y
mayor efectividad y eficiencia del trabajo preventivo.

La evidencia internacional ha favorecido ampliamente estos postulados básicos de la


economía. También en el caso chileno, donde el nivel de desempleo y de pobreza, los
bajos ingresos y baja educación constituyen factores claves para explicar la ocurrencia
de delitos. En el caso de la droga, sin embargo, la educación y el ingreso acompañan
positivamente la ocurrencia de esos delitos, aunque también llevan a un aumento en la
tasa de denuncia. En general, más educación, más desarrollo económico integral, esto
es a través de la inclusión de las personas y el aumento de los ingresos, son elementos
vitales para reducir la criminalidad, como también lo es el aumento de la educación,
especialmente si aquella enfatiza los aspectos valóricos que muchos denuncian como
faltantes en los actuales currícula educacionales.

Finalmente, es de destacar que, de acuerdo a los estudios empíricos nacionales, el gasto


en recursos policiales tiene plena justificación como elemento disuasivo del delito.
También este mayor gasto se constituye en un factor importante asociado a la mayor
denuncia de delitos. Si tales recursos respaldaran también la acción educativa que entre
la población desarrollan los cuerpos policiales, el efecto que se ha detectado
empíricamente se reforzaría de modo notable.

Mayor investigación empírica sobre estos problemas es extremadamente importante,


tanto como el mejoramiento de las bases de datos disponibles para que las conclusiones
de estos estudios sean cada vez más sólidas, y ayuden a a la toma decisiones. Esto
último, en especial, en vistas a los necesarios recursos para que la labor policial se
continúe desarrollando en forma efectiva y eficiente.

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