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Con mucha probabilidad, esta pregunta se la han formulado a sus padres un buen
número de niños. Y es que la economía como disciplina científica ha adquirido una
cierta popularidad en el lenguaje cotidiano, destacándose en las noticias que traen los
medios y hasta en múltiples consideraciones sobre aspectos bastante alejados de los
típicos temas financieros o productivos formales, como son el deporte o los eventos
artísticos. En verdad el concepto de economía se ha ido diseminando ampliamente, y
ampliando en sus aplicaciones a muchos ámbitos que interesan a la opinión pública
desarrollando conceptos que, por cierto, atrae muchas veces la curiosidad de los niños.
El análisis económico ha ido expandiendo su campo de aplicación, y allí donde antes (al
menos para algunas generaciones anteriores) no era posible concebir una aplicación o
un criterio económico, hoy el adecuado entendimiento de muchos problemas y la
búsqueda de sus soluciones pasa por la lógica económica como un instrumento capaz de
explicar sino adecuadamente, al menos cercanamente o de manera aceptable, fenómenos
relevantes de la vida social.
La vieja pregunta en torno al rol de la economía como ciencia tiene que ver con la
escasez relativa de bienes y servicios, escasez que se da en forma relativa a las
necesidades que se manifiestan por tales bienes y servicios. El fenómeno de escasez
relativa es inherente a la vida, por así decirlo, y es el factor crucial que explica la
existencia de la economía como ciencia, ya que su objeto es, precisamente, estudiar las
maneras de asignar los recursos escasos de manera tal que cubran lo más posible de
aquellas necesidades insatisfechas, múltiples y jerarquizables. El problema tiene que
Rector de la Universidad de Chile (1998-2006), Profesor Titular del Insituto
de Estudios Internacionales y de la Facultad de Economía y Negocios; Profesor
de la Academia de Ciencias Policiales de Carabineros de Chile. Este artículo
fue publicado en Académica (47- 2008): 25-38; Revista de la Academia de
Ciencias Policiales, 2008.
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ver, naturalmente, con la organización social. En un pasado no muy lejano fue el
Estado el agente a quien se responsabilizaba en forma primordial por esa tarea de
asignación, de modo que ella fuese alcanzada no sólo eficientemente (al menor costo)
sino también equitativamente (con las menores diferencias entre los distintos miembros
de la sociedad). Muchos sustentaban en el plano ideológico, como ideal de vida en
sociedad, la existencia de un Estado muy activo y predominante en lo económico, capaz
de cubrir adecuadamente las necesidades asignativas de la sociedad en forma eficiente y
justa. Las fallas asociadas a este modelo llevaron a una preeminencia de los mecanismos
de mercado para resolver el problema de escasez, en que el precio de los bienes es
considerado el instrumento asignador, y en que las variables relevantes de las decisiones
conciernen a costos y beneficios de las acciones emprendidas por agentes oferentes y
demandantes. Aún con regulaciones que se pueden estimar mas o menos relevantes o
necesarias, es el mercado quien asigna y es el costo-beneficio el análisis que los agentes
económicos privilegian en la adopción de sus decisiones.
Por lo tanto, la preocupación actual y creciente por la economía como ciencia va mucho
más allá de los dilemas presupuestarios y de lo que, según muchos, pueda ser un
excesivo énfasis en los aspectos materiales que rodean a las decisiones individuales,
familiares y sociales. Se trata aquí de una cierta estrategia para abordar un problema
central en nuestra sociedad: la escasez relativa. Si bien los mercados son los
instrumentos preponderantes en el tema asignativo que hemos aludido, no es menos
cierto que ellos son víctima de distorsiones, mala información, ceguera de corto plazo, y
muchos otros defectos ―naturales‖ pero corregibles. Por lo tanto, más allá que un
simplista análisis respecto de cómo dejar que los mercados funcionen lo más libremente
posible, los grandes temas de la economía tienen que ver con información, regulación,
estudios de la organización de los mercados, de los incentivos que priman entre los
agentes económicos y de las distorsiones presentes en el funcionamiento de los mismos.
Así, la economía como ciencia preocupada por la asignación de los recursos, ha sido
también progresivamente la ciencia que estudia la organización de los mercados y los
sistemas de incentivos y desincentivos que marcaría una adecuada y transparente
competencia en los mismos. Un tema difícil y discutible, sobretodo en sociedades
marcadas por una profunda inequidad social y económica como asimismo por
desinformación. Al mismo tiempo, la economía está obligada a adentrarse
significativamente, esto es con capacidad de elaborar una teoría de comportamiento y
ciertas predicciones de resultados, en muchos ámbitos que antes no eran típicamente
―económicos‖.
Hay muchos campos que han pasado a tener atención preferencial en los estudios
económicos, más allá de los tradicionales estudios sobre la macroeconomía, que nos
recuerdan que crecimiento, inflación, tipo de cambio, tasa de interés y otras variables,
son de profunda importancia para analizar el devenir de una sociedad. Pero los temas
medioambientales, los de seguridad ciudadana, los de la salud y la previsión, los de
conductas perniciosas para el conjunto social, y muchos otros, han sido también
aspectos en los que el instrumental basado en el análisis costo-beneficio, han rendido
frutos importantes para comprender mejor el ámbito y efecto de las acciones. La
criminalidad ha sido, justamente, uno de los campos abordados por los economistas
para intentar explicar las variables fundamentales que la determinan y,
consecuentemente, los aspectos que la sociedad debería privilegiar para controlarla.
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La Criminalidad como problema
La criminalidad es, sin lugar a dudas, una característica de la vida en sociedad y tan
antigua como la historia. Los hechos delictuales son parte integrante, y en mucha
medida parte protagónica de la historia de la humanidad y de la sociedad humana. Por
lo tanto, el delito es un problema a dilucidar del punto de vista de la economía, como
asimismo de otras disciplinas sociales que buscan como entenderlo y, finalmente, tratar
de aminorar su impacto. En definitiva el delito es un problema que tiene que ver con
recursos escasos, debido a que su accionar se centra en el uso o traspaso de este tipo de
recursos y también, además, a que su castigo y control implica el uso de recursos que
tienen un costo de oportunidad para lo sociedad, esto es podrían utilizarse de una
manera que beneficie a la misma de modo más directo y eventualmente constructivo.
Por eso, es natural la preocupación de la economía, como ciencia social abocada al tema
de la escasez, sobre el tema de la actividad delictual.
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producto de condiciones específicas o puntuales que se hacen recursivas por el
tratamiento mismo que se pueda dar a las consecuencias del problema, el tema
fundamental será siempre el determinar sus orígenes para poder así abordarlo
efectivamente.
Gary Becker fue uno de los primeros economistas en plantear un enfoque costo-
beneficio sobre los determinantes del delito. Estamos entendiendo aquí el concepto de
costo en un sentido amplio, no solamente en el contexto simple referido a un cierto
costo monetario o nivel de costos. Lo mismo con los beneficios, ya que si bien es cierto
el beneficio monetario (la ganancia) es consustancial a muchos delitos, no es solamente
observable en esa dimensión, toda vez que el beneficio mucha veces es el simple
disfrute (sicológico) del criminal o delincuente al haber cometido una falta; en realidad,
el beneficio puede para muchos delincuentes ser una mezcla entre el disfrute sicológico
y el retorno monetario asociado a la falta. En general, costos y beneficios se entienden
en un sentido amplio, es decir la forma en como los individuos pueden efectivamente
percibirlos en su evaluación situacional pre y posdelito. Ciertamente, cuando el
beneficio de la acción es evaluado como mayor que los costos previsibles de la misma,
resultaría ―conveniente‖ o ―racional‖ para el delincuente ejercer su rol como tal. Por
ello, en este contexto, elevar los costos asociados a delinquir –como por ejemplo
elevando los castigos asociados al delito—ha de tener un impacto positivo en términos
de disminuir efectivamente la actividad delictual.
En ese análisis simple, sin embargo, en que a mas costoso el delinquir resultaría menos
probable que se incurra en ello, es necesario tener una idea sobre los determinantes del
fenómeno delictual, porque eso también permitirá analizar adecuadamente los
beneficios y costos que las personas pueden ver asociadas a ciertas conductas reñidas
con la ética social.
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incertidumbre, pero basada en información y en un análisis sobre los costos y beneficios
de las acciones. No olvidemos que se está tratando aquí con un modelo estilizado que
no necesariamente establece que todos los delincuentes sean personas capaces de
implementar una función de optimización y evaluar racionalmente las consecuencias
que acarrearían ciertos tipos de acciones implementadas a partir de ese análisis. Se trata
de un modelo que intenta explicar la conducta delictual sobre la base de la metodología
estándar en el análisis de la economía como ciencia, implicando que los supuestos del
dicho modelo no necesariamente han de reproducir la realidad, aunque sí las
conclusiones o predicciones del mismo deban ser cercanas o propicias a esa realidad.
Para Becker la oferta de delitos tiene dos determinantes básicos que el delincuente
considera al momento de evaluar la decisión de cometer la falta. Estas son: (1) la
probabilidad de ser aprehendido y (2) el tipo de castigo asociado a la falta. Si uno o
ambos factores presentan debilidades en su diseño, o en la forma al menos en que el
delincuente las evalúa durante la situación pre-delito, la cuestión es que se promoverá la
comisión de más delitos. En el ámbito de su modelo, Becker analiza el problema
pensando en el efecto que las variables explicativas (probabilidad de aprehensión y
castigo) tienen sobre los beneficios netos asociados a la comisión de un determinado
delito.
Hay tres afirmaciones generales que pueden efectuarse a partir del modelo básico
propuesto por la economía en que la oferta de delitos se postula como una función de la
utilidad que los mismos producen a los perpetradores, de la probabilidad de ser
aprehendido y del tipo de castigo existente para la falta. La primera es que en el caso de
una economía pobre (una sociedad del tercer mundo, por ejemplo) existiría menos
crimen debido a la existencia de una menos probable significativa utilidad a partir de
cometer delitos. Sin embargo, también es claro en este caso que el crimen es alentado
por bajos niveles de educación, bajas tasas de represión y los intentos de redistribuir
recursos sobre la base de la actividad criminal. Se entiende también, a partir de lo
mismo, que en una economía rica primará más delito en base a intentos por redistribuir,
pero menos debido a la existencia de un aparato de control y represión delictual más
organizado y fuerte, junto con una educación que promueve una formación valórica
anti-delito. Segundo, es también de esperar que una sociedad dominada por una mala
distribución del ingreso sufra más delitos, debido a intentos redistributivos, que en una
sociedad donde la distribución del ingreso sea mas equitativa. En efecto, las diferencias
de ingreso, al igual que la existencia de desempleo, crean una sensación de injusticia e
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inequidad, que junto a sistemas educativos débiles o deficientes sistemas de control
legal y policial, conducen a la mayor comisión de faltas. Tercero, una sociedad más
rica conduce a delitos para evadir la fiscalización social, o el conjunto de reglas
diseñadas para organizar el quehacer social y las conductas individuales en el marco de
un cierto bienestar social. Este es particularmente el caso de la droga, cuyo consumo se
reivindica como un cierto ―derecho‖ del consumidor, alentado por niveles de ingreso
que promueven el rompimiento de las reglas.
La medición del delito es, antes que nada, un aspecto clave dentro de los estudios
empíricos en esta materia. En realidad, la criminalidad efectiva no es una variable
observable directamente y ella sólo se puede medir por medio de la denuncia efectuada
por las víctimas o testigos. Aparentemente, existe una subestimación del delito basado
en este tipo de mediciones forzada por la disponibilidad de datos pertinentes. Este
sesgo a la subestimación del delito se reduce al aumentar la disponibilidad y presencia
de la fuerza policial como lo han probado Benavente y sus colegas (2003), ya que de esa
manera parece evidenciarse la credibilidad y fortaleza del sistema. En efecto,
Benavente y Cortés (2006) han probado para el caso de Chile que el nivel de crimen
real es el doble de aquel reportado oficialmente basado en denuncias,
independientemente del tipo de crimen y lugar geográfico de ocurrencia. Esto pone de
relieve las limitantes que sufren las investigaciones empíricas en esta materia, ya que
debido a estos errores de medición, lo que es estadísticamente susceptible de
explicación, sobre la base de variables de comportamiento, no constituye la parte mas
medular a explicar en materia de criminalidad.
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Benavente y Cortés (2006) no analizan en profundidad lo que ellos mismos llaman ―la
cifra negra de subreporte de delitos‖, que, como se ha dicho, es relativamente alta. En
efecto, su estudio está destinado, más bien, a modelar la conducta delictual y su
impacto. Sin embargo, caracterizan a los denunciantes como personas con un nivel
educacional levemente superior al promedio del país, con mayor nivel de ingreso, entre
35 y 45 años y que viven principalmente en ciudades. No hay una explicación clara
acerca de porqué existe subreporte de la criminalidad asociada principalmente a los
otros grupos de población, pero todo parece indicar que la existencia y manejo de
información adecuada sobre las instancias policiales y judiciales existentes para reprimir
en forma efectiva el delito es, a este respecto, un factor de primera importancia.
Benson y colegas (1998), siguiendo la línea de otros estudios, indican que los recursos
policiales que se emplean para combatir el delito es una función de la criminalidad
observada en el pasado. Por eso, las tasas observadas de criminalidad determinan en
gran medida la producción de los sistemas judicial y policial, que afectan a las tasas de
criminalidad subsecuentemente. Esto también es indicativo de las grandes dificultades
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que enfrenta conceptual y empíricamente los modelos que han explorado las
predicciones económicas sobre criminalidad, ya que es la acción represiva en si misma
un resultado de la criminalidad observada.
Las investigaciones efectuadas por economistas chilenos han seguido de manera muy
cercana la linea esbozada por la investigación en los EE.UU. Los hallazgos tampoco se
alejan mucho de aquellos que reseña la investigación aludida.
En su estudio del año 2006 Benavente y Melo señalan, además, que la tasa de
desempleo está también positivamente correlacionada con el nivel de crimen.
Asimismo, se señala que un incremento de 1% en el nivel de pobreza conduciría a un
aumento de 0.05 y 0.10% en las denuncias por robos y hurtos respectivamente. En el
caso de la escolaridad, que se encuentra positivamente asociada a la ocurrencia de
crímenes vinculados a problemas de droga, el estudio concluye que un aumento de 1%
en la escolaridad lleva a 0.93% de aumento en las denuncias sobre este tipo de delitos,
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mientras que en el caso de la pobreza hay una correlación negativa con la tasa de
denuncias sobre delitos asociados a drogas.
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Nota final: ¿estamos frente a un tema relevante?
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BIBLIOGRAFIA
Benavente J. Miguel y Cortés Enrique (2006): ―Delitos y sus denuncias. La cifra negra
de la criminalidad en Chile y sus determinantes‖, Departamento de Economía FEN
Universidad de Chile, Serie Documentos de Trabajo N° 228, Diciembre 2006.
Benson B., Kim I,. & Rasmussen D. (1994): ―Estimating Deterrence Effects: A Public
Choice Perspective on the Economics of Crime Literature‖, Southern Economic
Journal, 61: 161-168.
Benson, B., Kim, I., & Rasmussen, D. (1998): ―Deterrence and Public Policy: Trade-
Offs in the Allocation of Public Resources‖, International Review of Law and
Economics, 18: 77-100.
Loftin, C. &Mc Dowell D. (1982): ―The Police, Crime and Economic Theory‖,
American Sociological Review, 47: 393-401.
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The World Bank (1997): ―Crime and Violence as Development Issues in Latin America
and The Caribbean‖, Proceedings of the Seminar: The Challenge of urban criminal
violence, Rio de Janeiro, Mimeo.
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