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Erase un crudo día de invierno. Caía la nieve, soplaba el viento y Belinda jugaba
con unos enanitos en el bosque. De pronto se escuchó un largo aullido.
¿Qué es eso? Pregunto la niña.
Al día siguiente volvió a escucharse el aullido del lobo y Belinda, apenada, pensó
que todos eran injustos con la fiera. En un descuido de los enanos, salió, de la
casita y dejo sobre la nieve un cesto de comida.
Entonces el cordero salto sobre Belinda y el lobo, oculto se lanzó sobre él,
alcanzándole una dentellada. La astuta y maligna madrastra, perdió la piel del
animal con que se había disfrazado y escapo lanzando espantosos gritos de dolor
y miedo.
Había una vez un pobre leñador que regresaba a su casa después de una
jornada de duro trabajo. Al cruzar un puentecillo sobre el río, se le cayó el hacha
al agua.
Al instante ¡oh, maravilla! Una bella ninfa aparecía sobre las aguas y dijo al
leñador:
Por tercera vez la ninfa busco bajo el agua. Al reaparecer llevaba un hacha de
hierro.
Pero, por tu honradez, yo te regalo las otras dos. Has preferido la pobreza a la
mentira y te mereces un premio.
NUEZ DE ORO
La linda María, hija del guardabosques, encontró un día una nuez de oro en
medio del sendero.
María los contó. ¡El duendecillo no se había equivocado! Con lágrimas en los
ojos, le alargó la nuez.
El fuego aceptó y con su calor, la volvió más ligera que el aire, transformándola en
sutil vapor.
El vapor subió más y más en el cielo, voló muy alto, hasta los estratos más ligeros
y fríos del aire, donde ya el fuego no podía seguirlo. Entonces las partículas de
vapor, ateridas de frío, se vieron obligadas a juntarse apretadamente, volviéndose
más pesados que el aire y cayendo en forma de lluvia.
Era invierno, hacía mucho frío y todos los caminos se hallaban helados. El asnito,
que estaba cansado, no se encontraba con ánimos para caminar hasta el establo.
-¡Ea, aquí me quedo! -se dijo, dejándose caer al suelo. Un aterido y hambriento
gorrioncillo fue a posarse cerca de su oreja y le dijo:
-Asno, buen amigo, tenga cuidado; no estás en el camino, sino en un lago helado.
Poco a poco, el calor de su cuerpo comenzó a fundir el hielo hasta que, de pronto,
se rompió con un gran chasquido. El asno despertó al caer al agua y empezó a
pedir socorro, pero nadie pudo ayudarle, aunque el gorrión bien lo hubiera querido.