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EL NUEVO AMIGO

Erase un crudo día de invierno. Caía la nieve, soplaba el viento y Belinda jugaba
con unos enanitos en el bosque. De pronto se escuchó un largo aullido.
¿Qué es eso? Pregunto la niña.

Es el lobo hambriento. No debes salir porque te devoraría le explico el enano


sabio.

Al día siguiente volvió a escucharse el aullido del lobo y Belinda, apenada, pensó
que todos eran injustos con la fiera. En un descuido de los enanos, salió, de la
casita y dejo sobre la nieve un cesto de comida.

Al día siguiente ceso de nevar y se calmó el viento. Salió la muchacha a dar un


paseo y vio acercarse a un cordero blanco, precioso.

¡Hola, hola! Dijo la niña. ¿Quieres venir conmigo?

Entonces el cordero salto sobre Belinda y el lobo, oculto se lanzó sobre él,
alcanzándole una dentellada. La astuta y maligna madrastra, perdió la piel del
animal con que se había disfrazado y escapo lanzando espantosos gritos de dolor
y miedo.

Solo entonces el lobo se volvió al monte y Belinda sintió su corazón estremecido,


de gozo, más que por haberse salvado, por haber ganado un amigo.
EL HONRADO LEÑADOR

Había una vez un pobre leñador que regresaba a su casa después de una
jornada de duro trabajo. Al cruzar un puentecillo sobre el río, se le cayó el hacha
al agua.

Entonces empezó a lamentarse tristemente: ¿Cómo me ganare el sustento ahora


que no tengo hacha?

Al instante ¡oh, maravilla! Una bella ninfa aparecía sobre las aguas y dijo al
leñador:

Espera, buen hombre: traeré tu hacha.

Se hundió en la corriente y poco después reaparecía con un hacha de oro entre


las manos. El leñador dijo que aquella no era la suya. Por segunda vez se
sumergió la ninfa, para reaparecer después con otra hacha de plata.

Tampoco es la mía dijo el afligido leñador.

Por tercera vez la ninfa busco bajo el agua. Al reaparecer llevaba un hacha de
hierro.

¡Oh gracias, gracias! ¡Esa es la mía!

Pero, por tu honradez, yo te regalo las otras dos. Has preferido la pobreza a la
mentira y te mereces un premio.
NUEZ DE ORO

La linda María, hija del guardabosques, encontró un día una nuez de oro en
medio del sendero.

-Veo que has encontrado mi nuez.


Devuélvemela -dijo una voz a su espalda.

María se volvió en redondo y fue a encontrarse frente a un ser diminuto, flaco,


vestido con jubón carmesí y un puntiagudo gorro. Podría haber sido un niño por el
tamaño, pero por la astucia de su rostro comprendió la niña que se trataba de un
duendecillo.

-Vamos, devuelve la nuez a su dueño, el Duende de la Floresta -insistió,


inclinándose con burla.
-Te la devolveré si sabes cuantos pliegues tiene en la corteza. De lo contrario me
la quedaré, la venderé y podré comprar ropas para los niños pobres, porque el
invierno es muy crudo.
-Déjame pensar..., ¡tiene mil ciento y un pliegues!

María los contó. ¡El duendecillo no se había equivocado! Con lágrimas en los
ojos, le alargó la nuez.

-Guárdala -le dijo entonces el duende-: tu generosidad me ha conmovido. Cuando


necesites algo, pídeselo a la nuez de oro.

Sin más, el duendecillo desapareció.

Misteriosamente, la nuez de oro procuraba ropas y alimentos para todos los


pobres de la comarca. Y como María nunca se separaba de ella, en adelante la
llamaron con el encantador nombre de 'Nuez de Oro".
LA AVENTURA DEL AGUA

Un día que el agua se encontraba en su elemento, es decir, en el soberbio mar


sintió el caprichoso deseo de subir al cielo. Entonces se dirigió al fuego:
-Podrías tú ayudarme a subir más, alto?

El fuego aceptó y con su calor, la volvió más ligera que el aire, transformándola en
sutil vapor.

El vapor subió más y más en el cielo, voló muy alto, hasta los estratos más ligeros
y fríos del aire, donde ya el fuego no podía seguirlo. Entonces las partículas de
vapor, ateridas de frío, se vieron obligadas a juntarse apretadamente, volviéndose
más pesados que el aire y cayendo en forma de lluvia.

Habían subido al cielo invadidas de soberbia y fueron inmediatamente puestas en


fuga. La tierra sedienta absorbió la lluvia y, de esta forma, el agua estuvo durante
mucho, tiempo prisionera del suelo y purgó su pecado con una larga penitencia.
EL ASNO Y EL HIELO

Era invierno, hacía mucho frío y todos los caminos se hallaban helados. El asnito,
que estaba cansado, no se encontraba con ánimos para caminar hasta el establo.

-¡Ea, aquí me quedo! -se dijo, dejándose caer al suelo. Un aterido y hambriento
gorrioncillo fue a posarse cerca de su oreja y le dijo:

-Asno, buen amigo, tenga cuidado; no estás en el camino, sino en un lago helado.

-Déjame, tengo sueño ! Y, con un largo bostezo, se quedó dormido.

Poco a poco, el calor de su cuerpo comenzó a fundir el hielo hasta que, de pronto,
se rompió con un gran chasquido. El asno despertó al caer al agua y empezó a
pedir socorro, pero nadie pudo ayudarle, aunque el gorrión bien lo hubiera querido.

La historia del asnito ahogado debería hacer reflexionar a muchos holgazanes.


Porque la pereza suele traer estas consecuencias.

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