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J o s é Mar í a J a v i e r r e

NI EL C O LO R DE MI CENIZA
La monja de la noche clara
A q u í va el retrato de una mujer extraña.
Alguno de mis amigos cavernícolas me reprochará cómo es que a mi
edad me meto en semejantes berenjenales.
Pues, créanme, cuento una historia apasionante.
Qué mujer, cándida y sapiente; qué monja conturbante, enajenadora.
¿Una monja?
Una monja.
Ocurre que la topografía espiritual de los creyentes incluye franjas de
difícil comprensión para quienes nos miran desde fuera de la fe: se trata
de territorios más o menos definidos en los cuales coinciden comporta­
mientos humanos “razonables” con alguna hipotética influencia superior
recóndita.
Por ejemplo, les cuesta tomar en serio nuestra Eucaristía; he oído
repetidamente la duda: “¿Pero tú crees de verdad que Cristo pudo atre­
verse a exigiros tal misterio?”
Ellos no comprenden; yo sí entiendo que “desde fuera” resulta incon­
cebible.
Y tampoco aceptan la consagración de las monjas.

Ayer a entrada de noche acudí a una tertulia donde charlo con varios de
mis amigos *rojos rojísimos”, anticlericales rotundos, tragacuras; irónicos>
menos mal, me toleran. Incluso, me quieren, nos queremos. La tienen toma­
da con este Papa, con el anterior, con elfuturo. De Juan XXIII hablan bien.
Su saludo habitual:
N i ( I COI OH DI MI ( INI/A

-¿Qué, ¡a barca se hunde... ?


-No se hunde, no...
Les conté, que venía del convento de las Hermanas de la Cruz, respetadas
por toda Sevilla, incluidos mis contertulios rojísimos: "Aunque - dicen ellos-
no hay quien explique cómo duran todavía’.
Acabo de presenciar la profesión de siete novicias nuevas, chicas entre die­
ciocho y veinticinco años, jurando arrodilladas ante el altar que permanece­
rán pobres, obedientes y castas, toda su vida; jóvenes corrientes, normales,
hasta ahora inmersas en el clima habitual de colegios, de la universidad, de
alguna fábrica, de oficinas. Tres con título profesional.
-Chicas de hoy, nos dices.
Chicas de hoy, salidas hace nada de sus fam ilias; a una le conozco su
padre divorciado.
-¿ Y hacen los tres votos?
Pobres, obedientes, castas: lo juran.
-¿Para toda su vida?, no puede ser.
Juran y lo cumplen: a su lado he visto tres viejecitas, vele a saber si de
noventa años, que cuando fueron así jovencillas formularon sus votos, castas
toda la vida, obedientes, pobres...
juran y cumplen.
-N o se entiende...
-N o se entiende; pero así la barca sigue flotando...; no hay tormenta que
la hunda.

E s t a M UJER cambió de nombre: “Dolores” en su partida de bautis­


mo, “Lolina” en casa, “sor Ángeles” en el convento, “Angelifíos” en sus
cartas; y prefiero no adelantar cómo firmó los últimos afios de su vida.
Por si fuera poco su calidad de monja, “Lolina-sor Ángeles” , ya verán,
es mujer y monja “especial”.
vSu biografía plantea un reto, te pone cara a cara de un desafío: expe­
rimenta ella sin disimulos, tranquila, descaradamente, la presencia miste
riosa de Dios. Sin historias, como sí nada pagara. Que una peripecia de
tal contenido se desgaje de los tiempos medievales y alcance nuestro final
de siglo XX, hinchado de soberbia científica y celoso de su autonomía
frente a cualquier atadura religiosa, tiene bemoles. Los salmos, de David
y compañía, dejaron escrita una sentencia premonitoria: que Dio* no
aprecia el vigor de los caballos ni estima los jarretes del hombre, pero res­
ponde a los fieles confiados en su misericordia.
O sea, que nuestros tinglados pueden irse a hacer pufietas y saltar en
añicos, sin que la Nasa, las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Inte-
nacional eviten el desastre. A fin de cuentas sería saludable que de vez en
cuando recordáramos la insignificancia de la pepita de melón llamada
planeta Tierra, sobre la cual, hinchados como pavos reales, viajamos por
el cosmos dando tumbos entre millones de galaxias. Y nos atrevemos a
declarar improbables los misterios...

L a DE “Lolina-sor Ángeles” me parece historia atractiva para quienes


gusten de asomarse al corazón humano. Ya sé, ya sé, hablemos con pre­
cisión científica: para quienes intentan curiosear las circunvoluciones
cerebrales, que le han arrebatado a la viscera cardiaca su simbolismo sen­
timental. Si a usted solo le importa la piel de la vida, deje este libro, váya­
se a ver la tele,

P lE N SO SI éste es el libro cuya elaboración me ha costado mayores


trabajos. Y miren que llevo despellejados tipos humanos de calidad.
Qué mujer.
Me ocurren con ella tres conflictos.
Nacida en las afueras de Vigo, viajó de joven a encerrarse en un
monasterio de clausura castellanoleonés, en Patencia. Y no solo conservó
la cadencia gallega del lenguaje, sino que la afinó con expresiones afecti­
vas y diminutivos inconcebibles. Habla y escribe como si tejiera un tapiz
a base de hebras doradas, como si ajustara un mosaico taraceado con
vidrios de mil colores. Tanta miel, empalaga.

IS
La cosa ocurre porque tiene que ocurrir: “Loiina-Angeliños” habla y
escribe como una niña gallega, lo que ella es, niña de cría y niña cuando
vieja viejísima. Desde que en el monasterio francés de Lisieux le nació a
Teresa de Ávila una nietecilla deliciosa, los expertos en cuestiones místi­
cas hablan de la “infancia espiritual”, camino de santificación caracterís­
tico. Mi “Lolina-sor Ángeles” encaja efectivamente dentro del marco
“infancia espiritual”. Pero añadida una dificultad, mi segundo conflicto.
Teresita de Lisieux, modelo de infancia espiritual, murió jovencilla, sin
hacerse mayor, a sus veinticuatro de edad. En cambio mi “Lolina-sor
Ángeles”, siempre niña, siempre espiritualmente infante, alcanzó una
“tercera edad” notable, ¡los ochenta años! Y cómo se casa la “infancia
espiritual” con esos años de vieja reviejísima; segundo susto, descomunal,
para un biógrafo.
Por fortuna, el tercer conflicto viene en mi ayuda: Ésta niña mantuvo
su larga infancia mientras soportaba veinte años de lepra feroz y otros
treinta de achaques incontables. Lepra, “lupus” decían las monjas evitan­
do el término difamante, lepra feroz, con las carnes de sus piernas cayén­
dosele a pedazos y el rostro desfigurado. O sea, resulta otro cantar: si ella
fue capaz de defender su infancia espiritual sonriendo a la lepra. Ya no
me toca imitar El Principito o Alicia en el país de las maravillas.

L a s m o n j a s de su monasterio ni se asustaron ni magnificaron la situa­


ción. Simplemente, hicieron frente al proceso según venía y lo resolvieron
día a día; el médico, los horarios, las medicinas, el cuidado cariñoso...,
consiguieron que la vida íntima del convento prosiguiera sin alteraciones,
sencilla y repetida como la salida y la puesta de sol cada jornada.
Tampoco “Lolina-sor Ángeles” se creyó protagonista de ninguna
hazaña. Trataba de funcionar codo a codo de sus hermanas monjas, una
más, discretamente perdida en el conjunto. Le apetecía la reserva, el silen­
cio, pasar inadvertida, sin relieve. En defensa de esta suprema humildad
suya, acuñó una frase soberana: deseaba que nadie conociera “ni el color
de sus cenizas”.
A n t e CIERTA historia femenina, Federico Fellini confesó su alegría
por haberse conmovido sin avergonzarse.
Confío que a más de uno entre ustedes conmoverá esta niña gallega.
Yo me confieso cazado por su ternura. Los biólogos nos explican que el
aleteo de las neuronas activa mecanismos emocionales desde el cerebro.
Qué sabroso sería conocer el secreto de los mensajes originados en nues­
tra masa encefálica. Por qué del amor, por qué del sexo. Esta mujer ha
cultivado el amor renunciando a las experiencias sexuales. Ocurre; si
entra en juego una decisión personal. Que tanto estúpido suelto por las **
calles micrófono en mano considere desgraciadas tales posturas, qué más
da. La sabiduría antigua avisó: es infinito el número de imbéciles. ¿A títu­
lo de qué pueden sentirse autorizados para meter sus cochinas narices en
los porqués de una mujer que jovencilla decide ser casta, vivir casta, enve­
jecer casta y llegar casta a la hora de morir? He intentado alguna vez dia­
logar con cierta raza de periodistas, y comprobé cómo era inútil echar
margaritas a puercos.

P a r a m í lo sorprendente no es que “Lolina-Angeliños” cumpliera


fielmente sus votos. Lo asombroso está en que soportara durante años la
tensión física proveniente de la Presencia misteriosa que la tuvo invadi­
da: cómo no se le desbarató su estructura ósea; la lepra parece muy flojo
precio.
Braceo diariamente en prensa, radio y televisión. Ha sido inevitable
que se me ocurriera confrontar la figura de sor Ángeles con la imagen y
los comportamientos de la “jet” femenina. Por fortuna, carezco de pági­
nas para escribir mis reflexiones.
Arranco aquí con la historia de una mujer enamorada.
Qué es el amor, dígalo quien lo sepa.
Cóm o justificar el enamoramiento de una mujer con Jesús de
Nazaret, a veinte siglos de distancia entre uno y la otra.
Cosas de la fe; para nosotros los creyentes, Jesús vive.
A su vera, sor Ángeles experimentó la Presencia misteriosa.
Le tocó sufrir, a ella; como Él sufrió, hace siglos.
Pero Bonhoefíer, aquel pensador protestante achicharrado por los
nazis, aseguró: donde aparece la cruz, la Resurrección está cerca.
La cruz, otro misterio de la fe; siempre la fe.
Mi amigo rojísimo:
—Te has enamorado.
Sí, creo que sí, estoy enamorado de Angeliños; con sus diminutivos
incluso.
2
N A C I Ó EN VIGO. ¿VIGO?
899
liste grabado de la época presenta la disposición de las flotas en la bahía de Vigo, estrecho de
Rande, año / 702: a la derecha, los navios anglaholandeses; al fondo, los hispanofranceses.
N a c ió EN Vigo, afirman los papeles oficiales.
Ella misma también lo dijo, escrita dejó una frase de picardía ingenua:
—Papá Ángel Dávila y mamá María Sestelo compraron a Lolina el ocho
de noviembre de 1899, en Vigo; eso dicen, yo no b vi...; solo costé quince
céntimos.
Pues me llevé una sorpresa. Viajé allá. Resulta que no nació en Vigo.
Entendámonos, nació en Vigo, pero todavía no era Vigo; nadó en un
barrio, más que barrio, un municipio entonces independiente, y ahora
incorporado a la ciudad, uno de los territorios circundantes que Vigo se
tragó hace medio siglo para configurar su área metropolitana.
Nació en Lavadores, municipio actualmente con ocho parroquias dis­
persas por el campo, cuya cabeza fue Pardavila; hoy periferia surorienral
del “gran Vigo”, un poco a la derecha según se va al aeropuerto.

L o s VIGUESES conocen el origen de Vigo, saben que su ciudad salió


del mar como una venus de Botticelli. De cuna sirvió la ría, protegida
Vigo por las islas Cíes que defienden la ciudad de los monstruos marinos
amenazantes desde el Océano. Cierto será este parentesco marino, yo he
contemplado a caída de tarde cómo bandadas de gaviotas suben del puer­
to calle Colón arriba, y calle Velázquez, y calle Carral, buscando la falda
del Castro. No conozco otra ciudad así señoreada por las gaviotas. Habito
en Sevilla a la misma orilla del Guadalquivir, y alguna vez, muy de tarde
en tarde, aparecen volando sobre la hendidura del río media docena de
gaviotas, venidas de la barra de Sanlúcar de Barrameda, solo un ratillo,
visitantes apresuradas, y hasta más ver, tardarán meses en arriesgarse de
nuevo a tan larga travesía. Las gaviotas de Vigo como les diera la venada
podrían ocupar el cielo entero tapando el sol hasta echarnos de la ciudad,
que suya es y nos la tienen prestada. Supongo que rodean al corro la coli­
na del Castro y luego, satisfechas de la inspección, sobrevuelan el casco
viejo para buscar refugio nocturno en los laberintos de las dársenas. Vigo
les pertenece, suya es, nació del mar, como las gaviotas.

Si m e gustaría que la niña Dolores Dávila en vez de campos de la


periferia rural hubiera correteado calles de la ciudad, pues no sé. Porque
la estructura morfológica hace de Vigo un territorio urbano fatigante,
imposible para los crios, al casco viejo me refiero. En los cien años del
siglo XX, Vigo dio un estirón llamativo abriendo avenidas a cordel: aun­
que no tan bellas como los vericuetos antiguos, sí anchas y cómodas. El
cogollo antiguo de Vigo había crecido agarrado a las empinadas faldas de
su otero “el Castro”, vigía protohistórico al borde del mar, ángel guardián
de caseríos esparcidos por el valle de Fragoso frente a playas sonrientes.
Le faltan a Vigo las dos docenas de rascacielos bancarios de la bolsa cali-
forniana, pero subiendo y bajando calles en cuesta te acuerdas misma­
mente de San Francisco, ciudad joya de los yanquis. He solicitado al final
de la avenida Policarpo Sanz:
-¿Cuánto tengo hasta la estación?
Como quien dice aquí al lado, me responden:
-Siga recto; y al rebasar la iglesia de Santiago, suba la cuestecilla a su
derecha, total medio kilómetro.
Ya, ya, medio kilómetro: vale por siete leguas, empinada la cuesta,
fatigante, sudo la camisa, y estamos en día de suave primavera.
Tan incómodo, el casco urbano rechazaba los niños hacia el puerto, a
orillas del mar. Allí les contaron historias de la bahía, de marineros
valientes, de piratas, de batallas. Quienes nacimos tierra adentro, pensa­
mos que los niños criados junto a la playa fueron siempre felices.
D o l o r e s D á v il a -L o lin a , en fam ilia- nació el otoño de 1899.
Vigo entonces contaba veinticinco mil habitantes.
Hoy, a cien años de distancia, su censo arroja trescientos mil.
Un salto demográfico de bigote.

El relieve, anfractuoso, del suelo de Vigo recuerda cierta porción delplano


de San Francisco de California. Pues el tirón demográfico, también indus­
trial y comercial, de Vigo hacia mitad del siglo XX nos aturdió a los perio­
distas viajeros: crecía a ritmo vertiginoso, alguien dijo que por aquellos años
el más veloz de Europa. Comparábamos el paso gimnástico de Vigo al creci­
miento asombroso, descomunal, de Sao Paulo, la ciudad cuyo esplendor enor­
gullecía a los brasileiros:
—En Sao Paulo cada semana estrenamos un rascacielos nuevo, nos crecen
como hongos.
Al menos la frase quedaba sugestiva.
No voy a discutir ahora si tal velocidad de cambio proporciona felicidad
o desventuras. En todo caso, durante cinco lustros la tradicional sangría
gallega de emigrantes hacia América permaneció remansada en Vigo, donde
la mano de obra hallaba ofertas generosas. El casco antiguo, constreñido
entre el Castro y la línea de la playa, reventó: en un plisplas cayeron derri­
bados los restos de muralla, y buenas porciones de tierra de labor fueron
invadidas en el tránsito del siglo XIX al XXpor la expansión urbana, con­
vertidas en plazas, avenidas, zonas residenciales. Hacia el norte, dirección
Pontevedra, y hacia el sur, buscando Bouza yplaya de Samil, calles moder­
nas cambiaron el rostro de la ciudad. La línea de la costa impedía la expan­
sión a l oeste.

En cambio, dirección al este surgió una línea recta notable, atrevida,


que importa mucho a nuestro caso; arrancando del cogollo vigués “dis­
tinguido”, la Puerta del Sol, aparecieron dos vías divergentes, a cual más
lucida: un paseo agradable, simpático, la calle del Príncipe, de aire inti-
mista, a propósito para charlas o corrillos ciudadanos; y en ángulo agudo
con ella, avenida Policarpo Sanz, que prolongada por la de García Barbón
sigue suavemente la curva de la costa. Aquí me interesa destacar la pro­
longación del paseo del Príncipe: con el nombre avenida Urzaiz atraviesa
derechamente de oeste a este el Vigo moderno; en dirección del actual
barrio Lavadores, donde nació nuestra chica Lolina.

A n t e s DE alcanzar Lavadores, considero un deber que adoremos la


belleza de la ría, cuarta de las Bajas, luego de Muros, Arosa y Pontevedra.
Las rías Altas gallegas originan una costa bravia, de acantilados que los
vientos y el mar afilan hasta ganarse un título dramático, “Costa de la
muerte”, tristemente famosa por numerosos naufragios, insuficientemen­
te compensados en la pacífica serenidad de arenales dorados y puebleci-
llos pintorescos. En contraste, las Bajas ofrecen a los pescadores una serie
de refugios tranquilos, protegidos por islas oportunas en la desemboca­
dura de cada ría.
Impagables, caídas del cielo, las islas Cíes parecen un regalo de los
ángeles de la guarda para proteger de ímpetus oceánicos la ría de Vigo.
Un caso paralelo a la Concha de San Sebastián, cuya islita de Santa Clara
consigue una playa de ensueño. Algo así las Cíes, aunque en vez de pro­
porcionar aguas reposantes para bañistas internacionales, crean un ámbi­
to de faena para pescadores gallegos.

A MÍ me encanta contemplar la bahía de Vigo como un arco sosteni­


do en un extremo por el Castro y en otro por el monte A Guía, los dos
airosos guardaespaldas de la ciudad.
El Castro guarda en sus entrañas vestigios prerromanos datados hasta
más arriba del siglo III antes de Cristo; y en la cima su fortaleza del siglo
XVII. Hoy da gozo pasear sus jardines y sentarse a meditar a la vera de
dos monumentos contradictorios: el peñasco dedicado a la lírica gallega
del trovador Martín Codax, cuyas cantigas lo emparejan al rey Alfonso X;
y la ingenua “casquería bélica” de los galeones de Rande, la célebre bata­
lla de otoño de 1702.
£l monte A Guía, asomado al punto donde la bahía comienza a estre­
charse, está coronado por la ermita Virgen de las Nieves, Nuestra Señora
¿ e Ja Guía, y ejerce como punto de referencia para los pilotos que faenan
a sus pies.
El Castro y A Guía, guardianes de Vigo en la costa sur de la bahía,
hacen frente a la costa norte trazada por la península Morrazo, de cuyo
remate occidental se desprendieron las islas Cíes, al parecer como secue­
la de algún movimiento geogónico.

Es LÓ GICO , inevitable incluso, que la bahía fascinara a niños y niñas


de Vigo, tanto si habitaban dentro del perímetro urbano como si perte­
necían a parroquias rurales del entorno. Gozo semejante saboreabamos
los chavales de tierra adentro contemplando el río fluyente a la vera del
pueblo: quienes os criasteis a orillas del mar nunca podréis comprender
la melancolía de quienes llegamos a los quince años sin haber conocido
esa llanura azul que no se acaba...
El mar maravilló a nuestra “niña Lolina”, cuya niñez y primera juven­
tud veremos repartida entre Vigo y Lavadores; también al otro lado de la
ría, con permanencias veraniegas en la península de Morrazo.
Los maestros contaban en la escuela de Vigo viejas historias de nave­
gantes venidos de Oriente, fenicios y griegos. Luego llegaron barcos
romanos, elegantes, vistosos, con tropa de las legiones, que dotaron al
Cerro de un sistema defensivo mediante canales subterráneos por todo el
circuito de las murallas. Pasando siglos, Vigo soportó asaltos árabes, pro­
cedentes de puertos andaluces; y alguna vez arrasaron la ciudad los terri­
bles vikingos del norte, fieros de barba y melenas, semejaban demonios.
Ya en tiempos modernos, avanzado el siglo XVI, un pirata célebre,
prake, bravucón si los hay, metió en la ría 18 navios con dos mil hom­
bres: patearon los montes, robaron ganado; pero Vigo les plantó cara.
Herido en su orgullo, el inglés, a los cuatro años, tomó venganza; a trai­
ción. Supo que los soldados vigucses habían marchado a reforzar las
defensas de La Coruña: atacó Vigo, la asaltó, tomó, arrasó. Implacable.
N i II ( OI OH DI 1-11 < I NI/A

Pero el relato apasionante, oído mil vece.s por los niños, ocurrió cu d
estrecho de Randc.
Rebasado el monte Virgen de las Nieves, la ría se adelgaza, hasla con­
vertir el mar de Vigo en un gran lago. Allí, aguas de Rancie, allí sucedió.

Corría el año 1702. Británicos y holandeses juntaron doscientos buques


con catorce mil hombres a las órdenes del "almirante pirata" Rooke: debían
sorprender a la entrada del golfo de Cádiz veinte galeones hispa no-franceses
que desde Indias transportaban hasta el puerto gaditano una riquísima carga
de oro, plata y maderas preciosas, Algún audaz espía llevó a los galeones el
aviso de la celada inglesa. Los almirantes Velasco y Renaud, cuyos cuarenta-
navios escoliaban a los galeones, ordenaron al divisar el cabo San Vicente,
torcer a la izquierda, costa de Portugal arriba, para buscar refugio en la ría
de Vigo. Qué desventura, Rooke supo el cambio de ruta, y lanzó su escuadra
tras los fugitivos. Entrados los barcos españoles en la ría, alcanzaron el estre
cho de Runde. Cuando los ingleses penetraron en la bahía, Velasco y Renaud
tenían dispuestos sus cuarenta navios de escolla en formación defensiva al
fondo de saco de la ría, anclados los galeones en la ensenada del lazareto San
Simón. Pero so!/) disponían de cuarenta barcos frente a doscientos,,, Algunos
investigadores actuales rebajan a cincuenta los buques de guerra piratas. Un
todo caso, Rooke traía superioridad aplastante, lil choque ocurrió la maña un
del 23 de octubre de ¡702, "desapacible día otoñal, - anotan los cronistas ,
lluvioso, densa neblina”, o sea, tristísimos presagios. La acometida de la flota
británica rompió el cuadro defensivo español. Velasco y Renaud hicieron este
ril la victoria de los piratas: mandaron volar los navios y hundir los galeones,
fres mil toneladas de plata descendieron con gran estrépito al fondo de la ría.
Rooke se qued/j con un palmo de narices.
(Muchos pescadores vigueses del siglo XVIII exploraron el paraje rnarhi
mo, esperando rescatar alguna migaja del tesoro. Inútil, Otros comentaron
que la noche anterior a la batalla hubo trasiego de cargamento desde los ga/e
ones al camino de Lugo. ¿Quién sabe?).
U n SIGLO más tarde, a comienzo* del XIX, ocurrió el episodio con­
tra lo* francc»e# de Napoleón, Las tropa» del emperador tenían invadida
toda Galicia: entraron en Vigo el 31 de enero de 1809, aprovechando que
lo* «oldado* de la guarnición habían marchado a defender León. Al mes,
Jo* vígueses tuvieron montada una “milicia cívica", bautizada con el
pomposo nombre ‘‘Milicia Honrada", La* guerrilla* acotaron a lo* Trán­
cese*. En la madrugada del 28 de marzo, lo» patriota* iniciaron un anal­
to definitivo y consiguieron acorralar a lo* enemigo* en la* estrecha* calle­
ja* enlosada* del Berbés. Una patrulla de guerrilleros alcanzó la placita de
la colegiata: el interior de la iglesia, hoy elevada al rango de catedral, esta-
ba y está presidido por un Santísimo Cristo, muy venerado en la ciudad.
Lo* guerrilleros entraron un momento a arrodillarse anee el Cristo. A la*
pocas horas, capituló el general francés. Vigo dio al crucifijo de la cole­
giata el título “Cristo de la Victoria”; todo* los afio* le hace fie*ta el pri-
mer domingo de agosto, con una procesión popular que a Cunqueiro le
emocionaba: "La imagen del Cristo pasa por la orilla del mar a la hora en
que el sol se pone, espléndidamente rojo, tras la* islas Cíes..."
Un olivo, grandísimo y viejo de siglos, estuvo plantado, como emble­
ma de Vigo, en el atrio de la colegiata, iglesia de Santa María, hoy cate­
dral. Los olivos abundaron por los montes de la ría. Lo* viejo* llamaron
a Vigo “ciudad de la oliva”. A Cervantes le hubiera encantado esc título,
él hizo que don Quijote inventara para el río Guadalquivir este piropo:
“Olivífero Betis”, abundante en olivos.

¿ N a c ió EN Vigo la niña Dolores Dávila?


Sí, pero no.
Exactamente nació en Lavadores.
Que hoy es Vigo.
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LAVADO RES
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Parque Natural DELA Riim ¿Z
de las Islas Cíes
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Rimas de Monte

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6 6 Rosa!
C ómo llukvk , en Vigo.
Me quedé con esta impresión porque los tres primeros días de mi últi­
ma visita me pilló el agua por la calle. Desprevenido, iba yo: sin paraguas.
-¿Pero aquí llueve siempre?
Me respondieron que no:
-El agua es pura gloria, saca brillo a los montes del entorno; ni el frío
del invierno ni el calor del verano ni la lluvia son aquí extremosos; cien
días al año traen agua, ciento cincuenta están despejados, los cien restan­
tes llueve a ratos..,
A ratos. Efectivamente, salgo a la calle con sol, y a la media hora cae
un chaparrón. De repente, veo a todo el mundo, hombres y mujeres, bajo
su paraguas abierto: ellos lo sabían, no les engañó como a mí el sol tibio
de la mañana. Unos y otras me miran con cierta ironía, soy el único vian­
dante sin paraguas, seguro me ven cara de forastero. El aire mojado se
pone bonito. Cruzo en las aceras a madres jóvenes que empujan suave­
mente, sin prisas, el cochecito del peque defendido por un tejado de plás­
tico. Percibo como una promesa, escampará pronto. Y escampa; al cuar­
to de hora unos rayos de sol tímido me dan en la cara. Como si jugára­
mos. Quizá tenga razón quien comentó “se diría que Vigo la fundara un
poeta”. Un poeta simpático, sonriente, no un malauva de poeta trágico.

ÍK HOY a Lavadores significa dirigirse a un barrio, sin salir de la ciu­


dad. Nadie me avisó, pero lie acertado subiendo al taxi en el punto cxac-
to, arranque de la avenida Urzaiz: a mi izquierda, calle Colón baja hacia
el puerto; a mi derecha, vías y callejitas trepan las faldas del Castro; a mi
espalda termina el paseo del Príncipe, venido en línea recta desde puerta
del Sol. Y enfrente, derechísima, sin curvas, esta avenida Urzaiz, caracte­
rística de las grandes ciudades modernas, con semáforos que defienden
los cruces comerciales. Termina la avenida justo donde comienza un case­
río suburbano, periferia de la metrópoli: Hemos llegado a Lavadores.
Quién lo dijera: cien años hace, cuando niña Dolores nació, Vigo que­
daba lejos, costaba lo suyo caminar desde el pueblo hasta puerta del Sol;
hoy, cien duros de taxi. Vigo se tragó Lavadores...

M e GUSTARÍA explicarlo claro, porque ni Andalucía, ni Aragón o


Cataluña, ni Valencia, ni Castilla tienen nada que ver con la topografía del
contorno de Vigo, quiero decir, con la organización administrativa del
territorio. He mareado a mis amigos, preguntando, hasta comprender.
Estamos al sur de la ría. Modestas carreteras, entre montes y valles,
descienden hacia Tui; algunos kilómetros a la izquierda una solemne
autopista viene desde Coruña y Pontevedra a buscar el río Miño, la raya
de Portugal.
Fuera de Vigo, el campo. Mientras Vigo fue pequeñito, mucho campo
alrededor. Campo gallego característico, montecillos y valles, caseríos
cobijados en ondulaciones suaves, pinares montañosos que descienden
hasta el mar. Con la ría tan cerca, pescadores y labriegos pueblan las al­
deas. Según Vigo aumenta sus instalaciones industriales, buen número de
campesinos acuden a la ciudad, van y vienen de la mañana a la noche,
para ganarse un salario reconvertidos en obreros. Viñedos y maizales aca­
barán sustituidos por zonas de industria.
El paso del siglo XIX al XX trajo consigo una espiral económica con
fábricas muy variadas: desde la cerámica a los automóviles, de astilleros a
las salazones, siempre la industria conservera en cabeza, reconocida la cali­
dad de sus productos en toda España y en países lejanos. La fiebre indus­
trial de Vigo causó una subida de temperatura en el entorno agrario.
Lavadores ocupó un área rural y pescadora. La familia de nuestra niña
Dolores pertenecía a la Galicia profunda, la Galicia de campo. El padre
de Dolores alzó, enseguida veremos, el techo social de los suyos, y envió
los hijos a estudiar en Vigo. Pero él y ellos continuaron residiendo en
Lavadores; y relacionados con los tíos y abuelos de Candeán, zona tam­
bién agraria y además pesquera.
Candeán pertenece a Lavadores...
Me explico.
El municipio Lavadores comprendía ochenta lugares: pueblos, aldeas,
caseríos, con cincuenta mil vecinos, esparcidos por ocho parroquias “a
monte traviesa”. Pegados a cada iglesia parroquial existían, y existen,
“barrios” que de algún modo centralizan los servicios. A mí me asombra
comprobar cómo las distancias de una a otra iglesia parroquial dentro del
municipio alcanzan de diez a quince kilómetros, pues no habrá menos de
Zamanes, punta sur del municipio, a Candeán, punta norte. Una de las
ocho parroquias integrantes del pueblo Lavadores es cabalmente el
mismo Lavadores: reconocida como cabeza de las otras siete, y sede ofi­
cial del ayuntamiento.
Este municipio Lavadores, con sus ocho parroquias, superaba en kiló­
metros cuadrados los correspondientes al término municipal de Vigo,
que “entonces” contaba solo cuatro parroquias...
¿Entonces? ¿Cuándo?
Antes de la absorción de Lavadores; pues Vigo sumó “luego” a las cua­
tro parroquias suyas las ocho de Lavadores.
En habitantes, Vigo rozaba los noventa mil: Lavadores le añadió cin­
cuenta mil.

A PESAR del cambiazo que en 1940 experimentó Lavadores por su


anexión a Vigo, he podido hacerme idea de cómo era el municipio hace
los cien años que nos separan del nacimiento de la niña Dolores.
El ayuntamiento y su territorio municipal fueron fijados por la real
Orden que “organizó”, 8 de febrero de 1837, el suelo de España. Al con­
junto de las ocho parroquias se le designaba como cabeza Lavadores, por­
que su parroquia, santa Cristina, era la más poblada, dos mil setecientos
habitantes. La iglesia parroquial sigue aquí, con su estampa recia, pode­
rosa, un templo de aquellos “clásicos”, edificados entre la segunda mitad
del siglo XVII y los finales del XVIII. Ahora en su plazoleta al margen de
la carretera principal se la ve melancólica, en sus tiempos sería parroquia
brillante. De santa Cristina se desgajó en 1970 una parroquia nueva,
joven, situada en la calle Ramón Nieto, prolongación de la avenida
Urzaiz y eje actual de Lavadores. Una casa de calle Ramón Nieto vio
nacer a nuestra Dolores y hacerse mujer.
Los papeles de la época describen el conjunto del municipio como
“terreno llano en el centro y montañoso en los extremos, fértil, frondoso
y pintoresco”. Por el término municipal solo fluye el río Lagares dirigido
a desembocar en la ría. Los cultivos normales del campo gallego, cerea­
les, maíz, vino, patatas, lino, y la habitual ganadería. Sin contar, natu­
ralmente, la dedicación de Candeán a la pesca.
También a la vera de Ramón Nieto he visto el local que fue Ayun­
tamiento, hoy ocupado por la sociedad cultural y deportiva del barrio.
Miro con especial interés el edificio, corrientillo: Ahí desempeñó las fun­
ciones de secretario del concejo, el padre de niña Dolores: quizá es ya
momento propicio para que anotemos su nombre, don Ángel Dávila.
Personaje, les adelanto, bastante enigmático. Amén del secretario, inte­
graban la corporación municipal el alcalde, un vicealcalde, dos procura­
dores síndicos, y ocho concejales.

Q ué pa só ; pues ocurre que Vigo pegó el estirón.


A la hora del Descubrimiento de América, Vigo pudo soñar que su
puerto serviría de plataforma para las relaciones con la tierra nueva.
Hasta sucedió un episodio simbólico. A estas costas gallegas llegó bus­
cando refugio una carabela colombina, La Pinta, y trajo la primera noti­
cia del éxito de Colón. Arribó a la bahía de Bayona, como quien dicc a
la misma embocadura de la ría de Vigo. No le valió a la ciudad este toque
romántico: el puerto carecía entonces de instalaciones convincentes; a
Sevilla primero, a Cádiz luego, por fin a Barcelona, tocó la lotería del trá­
fico marítimo comercial y aduanero con las Indias. Mientras, Lisboa
capitalizó los contactos marítimos hacia Brasil, Africa y la India.

Hasta que el rey Carlos III tuvo el buen sentido de abrir elpuerto de Vigo
al comercio americano. Fue como un milagro, toda España, quiero decir los
capitales de España, descubrió la magnífica oferta de Vigo para la explota­
ción comercial de los mares.
Y cabalmente antes que nadie acudieron capitalistas y empresarios cata­
lanes, ellos crearon un ambiente optimista de desarrollo:
—Nuestros abuelos —me dicen- cuando se vieron aquellos catalanes toca­
dos con barretina y hablando un idioma extraño les llamaron os mouros.
Pero les dieron excelente acogida. A su lado fueron apareciendo ejecutivos
de Rioja, Asturias, Castilla. Le cambiaron el rostro a Vigo. Y le aceleraron el
pulso. De mitad del siglo XIX a mitad del siglo XX la ciudad y su entorno
crecieron a ritmo acelerado. Los catalanes transformaron las instalaciones de
salazón en grandes conserveras, y tejieron una red de ventas impresionante.
Decidieron luego que Vigo necesitaba muchas, muchísimas toneladas más de
pescado; por tanto, urgía renovar y ampliar la flota pesquera: en sustitución
de los tímidos talleres antiguos crearon magníficos astilleros, hasta conseguir,
a mitad del siglo XX, buques pesqueros y congeladores de primera categoría
internacional, cuyos tripulantes trajeron bacalao de Terranova, merluzas del
Gran Sol...; y de Ciudad del Cabo, merluzas “grandes como homes”, descu­
biertas por elfamoso Paz Andrade. Apareció lógicamente la escolta de indus­
trias menores, ropas, envases, anchoado, escabeches. Vaya usted a saber qué
misteriosas afinidades atrajeron también notables factorías de automóviles.
Toda novedad le venía bien a Vigo. Maderas, aguardientes, cerveza, cerámi­
ca, cementos...

M u c h a s f a m i l i a s vendieron a precio excelente algún viñedo y


algún maizal para instalaciones industriales. Ocurrió en Vigo con el terre-
no agrario el fenómeno actual de la orilla de las playas de Levante y ele
Andalucía, retazos cobrados a precio de oro. Carezco de documentos para
convertir en certeza mi sospecha, pero me pregunto si el evidente bie­
nestar económico de la familia Dávila, padres y abuelos de la niña
Dolores, tendría por origen transacciones así de afortunadas.

E l a u g e económico podía crear conflictos sociales en Lavadores; los


creó. El obrerismo planteó sus reivindicaciones. Los obreros industriales
ejercen fuerte influencia sobre sus convecinos labriegos. Las crisis clásicas
del movimiento obrero, despidos, alza de salarios, horario semanal de tra­
bajo, circulan por todo el municipio. En pocos años el panorama huma­
no se transforma; por supuesto Lavadores afilia sus hombres a las forma­
ciones sindicales y políticas de izquierda. La república de 1931 encendió
los ánimos, radicalizó exigencias, hasta el extremo de que mientras la revo­
lución asturiana de 1934 ocurren por las calles incidentes violentos: el
gobierno intervino destituyendo al alcalde, acusado de negligencia en la
defensa del orden. La entrada masiva de Lavadores en la C N T ganó para
el municipio un calificativo expresivo: “la Rusia chiquita”, lo llamaron.
Y tenía que ocurrir, Lavadores plantó cara frente a los militares del
alzamiento, julio del 36: los obreros levantaron barricadas en el límite de
su municipio con el de Vigo. Mandados por el alcalde y reforzados con
huidos de Vigo, recibieron a tiros la columna militar. Fueron arrollados,
naturalmente, y el alcalde fusilado.
A partir de aquel momento, la falange de Vigo ejerció control absolu­
to sobre el “municipio rebelde”. Alguien sugirió la conveniencia de unifi­
car Lavadores con el municipio de Vigo. Esta idea ganó terreno rápida­
mente, no solo entre las autoridades sino también entre las izquierdas sub­
terráneas. Tres motivos aconsejaban la fusión. Primero, dar estado legal al
hecho de que gran parte de los poblados del municipio estaban conveni­
dos en simple dormitorio, pues los obreros locales trabajaban en Vigo.
Además, por el costado de Vigo urgía ampliar su suelo municipal, si la ciu­
dad pretendía mantener el ritmo de crecimiento. Del último motivo acón
sejante de la fusión no participaban las corrientes políticas de izquierda,
pero ni las iban a consultar ni pesaban nada: con la fusión, desaparecía
definitivamente “Rusia chiquita”, sumergida en la espiral viguesa.
Diciembre de 1940: Vigo se anexiona el municipio de Lavadores, la
ciudad gana ocho parroquias, pasa de cuatro a doce. Con cincuenta mil
habitantes; sumados a los noventa mil suyos, Vigo cuenta ya ciento cua­
renta mil.
Lavadores... también gana, o mejor, se transforma, de territorio rural
a urbano. Desde luego, los servicios, familiares y colectivos, van a perfec­
cionarse. Como corresponde a una flamante ciudad. ¿De veras? Tardará
lo suyo.

E n RESUMEN: si “niña Dolores” iba a cumplir una trayectoria exis-


tencial vigorosa, bajo nubes poéticas, bellísimas, reconozcamos que nació
en la cuna exacta, la tierra gallega de Vigo, bien reflejada en los cantares
de Rosalía: “Cantarte hei, Galicia,... / mimosa, soave, / sentida, queixo-
sa, / encante si ríe, / conmove si chora”.
A Rosalía pertenece aquel rosario de cuatro coplas, parecen
dichas para los valles y las colinas de Lavadores:

¡Galicia frolida!
Cal ela ningunha,
de froles cubería,
cubería de espumas.

De espumas que o mare


con pelras gomita;
de froles que nacen
6 pe das Jbntiñas.

De valles tan fondos,


tan verdes, tan frescos,
<\ue as penas se ca/ss//?/?
n o r n á i s q u e c o r/ is s / b j:

C ^ u .e o s ¿ í n x e ^ / ^ s r sé 'A r j'
(lioT rem id os
4
El ENI GMA DÁVILA
Lavadores, Vigo. I 899
Esta foto deteriorada por el tiempo tiene valor de documento: representa al joven abogado
Ángel Dávila cuando se hizs) cargo de la secretaría del Ayuntamiento de Lavadores.
A 8 DE NOVIEMBRE de 1899 nació en Vigo, o séase Lavadores, la
niña Dolores Dávila.
Aquel verano la ciudad de Vigo ganó un título que añadir a los cuar­
teles de su escudo: “Siempre benéfica”. Demostró que lo era, recibiendo
con cariño a los jóvenes soldados que maltrechos regresaban de la última,
perdida, guerra de Cuba. Ellos volvían heridos, palúdicos, acongojados,
hechos polvo, quiero decir vencidos, derrotados. A España le quedaba de
su viejo imperio, a la otra orilla del Océano, una patrulla de últimos de
Filipinas. En el muelle de Vigo hallaron medicinas, alimentos, bebidas,
sobre todo acogida, familias que les abrían los brazos. Vigo benéfica.
Estupendo: además de industriosa, Vigo “hacedora de bien .
Por las mismas fechas, el ayuntamiento acometió una obra de bigote
para ampliar la dársena del Berbés, dedicada a las faenas de pesca mayor
y menor. A la vera de grandes compañías conserveras, que estaban mon­
tando una red internacional de venta, los pequeños vapores completaban
las voluminosas aportaciones de pescado, traído de mares lejanos, con el
humilde y valioso fruto de cada noche. En pocos años la dársena del
Berbés creció a derecha e izquierda hasta crear, junto a los muelles pes­
queros una estación marítima y el muelle trasatlántico.
Vigo cobró desde entonces fama de laboriosa, hasta el tópico irónico,
y fastidioso para las capitales vecinas:
-Galicia reza en Compostela; trabaja en Vigo; en La Coruña, se divierte.
A Castelao debemos una descripción fina, por más que -de momen­
to- olvidó "las tierras adentro” de Orense y Lugo:
—Galicia, toda ella es una única ciudad; con la Iglesia y la Universidad
en Compostela; la audiencia y la Capitanía en La Coruña; la tienda en
Vigo; los jardines en Pontevedra.
Vigo, ciertamente “la tienda”: a impulsos de su crecimiento industrial y
pesquero, la ciudad abrió una espiral de comercios para propios y forasteros.

Á n g e l D á v i l a y María Sestelo, padres de la niña Dolores.


Vengo a Vigo, para conocer una hija, la que todavía vive: De las cinco
que engendraron.
Vengo a conocer la hija superviviente, María Teresa; la casa familiar;
el barrio, la parroquia; las gentes.
Aquí vivió mi niña Dolores.
Hija de madre soltera.
Un enigma...
Un enigma; porque don Angel, su padre, fue un enigma, entonces y
ahora.
La casa de los Dávila ocupa el número 151 de la calle Ramón Nieto,
prolongación en Lavadores de la avenida viguesa Urzaiz. Esta calle
Ramón Nieto sirve hoy de eje al “barrio Lavadores” del gran Vigo. Lleva
el nombre de un generoso indiano que al regresar de América empleó su
fortuna en construir y dotar un colegio magnífico para aquella época:
maestros preparados en pedagogía avanzada; material escolar novísimo;
prohibidos los castigos corporales; cuidada la higiene; entrega gratuita de
libros “y de un mandilón”, como uniforme. Su testamento adjudica millón
y medio de pesetas, “de entonces”, para sostén del centro. Los paisanos le
correspondieron dando su nombre a la calle principal de Lavadores, que
al salir del municipio avanza por los vallecitos hacia Porriño, la población
más postinera de la zona, donde también acudían labriegos de Lavadores
para trabajar en las canteras de granito, llamado “rosa Porriño” : Piedra
tan excelente que la reclaman de varios países, y la mayor parte acaba en
la ciudad italiana de Carrara, de donde sale distribuida como “una espe­
cie” de mármol excelente. A mí me aturde la noticia, pues todos conoce-
mos de siempre el ingenio con que los italianos “refinan” el aceite hispa­
no y lo revenden como suyo, pero, la verdad, nunca pensé que también
al granito nuestro le pegaran “su etiqueta”, denominación de origen, ¡ita­
liana!
Ahí está, Ramón Nieto 151, la casa de los Dávila: donde vivió niña
Dolores, tercera hija de un matrimonio “inexistente”.

E s UNA casa hoy vacía, con síntomas de abandono. Dos plantas; jar­
dín, también abandonado, a su espalda y por un costado. La planta baja
sin duda la manipularon recientemente, su puerta queda descentrada con
respecto al solemne balcón del primer piso; y tampoco vendrá de aque­
llos años la persiana metálica característica de un garaje.

Esta porción de la calle Ramón Nieto pertenece boy a la parroquia Santa


Teresa, desgajada de la que fue “iglesia central” Santa Cristina. Curioseo el
barrio de mano del joven párroco, Juan Luis: le encantaría levantar pronto
para sus cinco mil feligreses un templo de porte airoso, en vez de sacramen­
tarlos en su modesta capilla, ya no tan modesta, dignamente aderezada como
la tiene. Sin embargo, antes que el templo parroquial le preocupa su “proyec­
to hombre” a favor de jóvenes drogadictos.
Viniendo de Vigo dirección Porriño, el 151 de Ramón Nieto queda a
mano izquierda. Un poco adelante, acera derecha, aprovechando un ligero
desnivel, ocupa la “Asociación’ deportivo-cultural el local que fue ayunta­
miento. Bastante adelante, también a la derecha, y alejada de la calle en
mayor desnivel, señorea su placita la parroquia Santa Cristina.
Adosada al costado derecho de la casa de los Dávila, alguien colocó una peque­
ña pieza, donde trabaja hoy un zapatero amigo de don Juan Luis. Pregunto:
—Dígame si nota entrar y salir en la casa.
Que no, nadie, de años atrás:
—Será lástima que la casa se caiga al suelo.
Pienso que de todos modos la inmobiliaria a cuyas manos sin duda el
solar ha de venir, arrasará la casita...
Lástima, estaría bien conservar la casa fam iliar de niña Dolores:

Juan Luis —bromeo a l párroco—, si hoy viviera don Ramón Nieto iría­
mos a llorarle.
A fin de cuentas, no habrá en el gran Vigo muchos barrios con casa natal
de una santa...
El cura joven conoce sus gentes: que la mayor parte son obreros con pues­
to en Vigo; que algunos, labriegos, más bien obreros con huerto fam iliar; que
su territorio comprende los dos lados de la carretera; luego, abajo a la derecha
el valle gracioso con Santa Cristina, arriba en las colinas de la izquierda,
Sampayo, también parroquia desgajada de Santa Cristina; que a esta calle
Ramón Nieto se le ve próximo un desarrollo urbanístico gigantesco, expan­
sión de Vigo.
—Y llevará por delante nuestra casita de los Dávila.
La van a tirar, claro. Qué pena. Si diéramos con un banquero... Saben,
a veces los banqueros tienen alma. Pocos, la verdad.

A m i g o s , el enigma dentro de esa casa: A q u í, hija de madre soltera


vivió niña Dolores.
Comprendo que a las monjas compañeras del convento de niña
Dolores, cuando ella ya joven entró a clausura, puedo cortarles el alien­
to con esta noticia. Confío que enseguida pensaran: “hay que ver cómo
funciona la providencia divina” enderezando líneas torcidas. También
la genealogía de Jesús inscrita en los evangelios trae recovecos de infar­
to. Con los santos de postín, la historia muestra una tira de problemas.
Trabajando la Edad Media me he topado una bisabuela de Fernando
III... distinguida, de alcurnia, con un apellido resplandeciente y una
trayectoria insigne, doña Leonor de Aquitania, casada primero con el
rey de Francia, luego con el rey de Inglaterra, amiga y señora de trova­
dores, pero mujerzuela, ya lo creo: bisabuela de san Fernando, toma del
frasco.
Vengamos a cuentas; el enigma está en la figura de don Ángel Dávila,
padre de niña Dolores.
Entre los años 1890-1900 se instala en la casa de Lavadores un matri­
monio aparente, formado por Ángel Dávila Campo y María Plantilla
Sestelo. Por supuesto, en Lavadores les consideran matrimonio normal.
Proceden de Candeán, parroquia septentrional del municipio, situada
entre Lavadores y Cabral.
Solo aparece segura la procedencia; esta pareja, una más, sin relieve, la
vemos envuelta entre nieblas, ni rastro de papeles.
Ángel Dávila perteneció en Candeán a una familia rural bienestante,
quizá enriquecidos con la venta de algún terreno para suelo industrial en
la revolución económica de Vigo. La parroquia Candeán, dedicada a San
Cristóbal, ocupaba en la falda del parque Madroa un cruce de caminos,
donde ahora está el aeropuerto: De modo que el suelo se vendería a buen
precio. Ángel, hijo de Agustín y Juana, matrimoniados el año 1856, ha
estado antes casado en Candeán con Ramona Generoso. Si entabló rela­
ción sentimental con María Plantilla Sestelo mientras él vivía casado,
parece cierto, pues dadas las condiciones religiosas que luego comproba­
remos en él, hubiera contraído matrimonio con la segunda mujer, sin
retrasarlo como lo retrasó.

L a f a m i l i a Dávila-Campo, de Candeán, sería devota, cristiana en


serio, al viejo estilo, había un cura tío de don Agustín, fue testigo en la
boda. De los hijos, dos hembras —Amalia y Generosa—; dos varones han
dejado rastro; uno, nuestro Ángel, el mayor, estudió filosofía; al parecer
incluso teología; no he conseguido localizar dónde, pues no figura en los
registros del seminario de Tui; quizá en algún estudiantado religioso. El
otro hijo, Antonio, nacido en otoño de 1863, entró jesuita y marchó
misionero a México; allá murió el 10 de agosto de 1911; esta su vocación
jesuítica me sugiere que pudo conocer la Compañía cuando sus padres lo
enviaron de niño al colegio de los jesuítas de La Guardia, trasladado a
Vigo el año 1916; pero entró jesuita ya sacerdote; antes de ser destinado
a México trabajó en las casas jesuíticas de Carrión, Burgos, Oña y
Durango.
1,0.1 indicios apuntan a un comportamiento irregular de Angel en rl
seno de su familia. Ignoramos cuándo, María Plantilla Sestelo se cruza en
su vida. Auni|uc ya estuviera viudo, a los Dávila este cnainora/níento
nuevo de Ángel les sentaría como un tiro, porque María, proveniente de
Redondela, mutiladla de servicio, era hija natural de Cleofé Sestelo: su
primer apellido corresponde al padre desconocido. Calculo que la crisis
familiar de los Dávila por culpa del liijo Ángelt pudo coincidir con la
marcha del hijo Antonio a los jesuítas, 1892,
Sospecho que las tensiones familiares provocaron el “exilio” de Ángel con
su amante María, de Candeán a Lavadores. ¿A vivir cómo y de qué? El
patriarca don Agustín les compraría casa y quién sabe si alguna tierra de cul
tivo. De algo tuvieron que vivir, antes de alcanzar Ángel la plaza de secreta
rio del Ayuntamiento, ejercida por él de 1900 a 1909. Aunque irregular, el
matrimonio Ángel-María dio frutos antes de 1900: nacieron Angeliia,
muerta niña; Concha y Dolores, El bautizo de estas tres hijas, significó para
el pío Ángel Dávila un calvario. Más tarde nacerán Jesusa y María 'Icresa.
Queda al aíre el hilo de una noticia de la cual están borrados todos los
rastros: María Sestelo, cuando comienza su relación sentimental ~ ¿o sim
plcmcnte sexual? - con el entonces joven abogado Ángel Dávila, tiene ya
una hija natural. El cuadro familiar de los Dávila en su hogar de Candeán
ofrece así elementos para un culebrón televisivo, Veamos, (lente rural de
cierto abolengo, adinerados. El hijo Ángel ha estudiado derecho, regresa
con su flamante título de abogado, En su casa trabaja como criada cierta
muchacha de Redondela, proveniente de un estamento social bajísimo
pues es hija de padre desconocido; y madre soltera, de una niña, Ángel,
el “señorito” de los Dávila, se lía con la muchacha. Sí Ángel, el señorito,
le hace o no una barriga a la criada María,,,, pues quizá: y entonces se
produce "el exilio” de Ángel a Lavadores. Naturalmente, María se llevó
consigo a su hija. De modo que con las niñas que les fueron naciendo a
la pareja en Lavadores, vivía además la “medio hermana”, hija de María y
de padre desconocido.
E l CALVARIO de lo* bautizo*, *e comprende: Angel Dávila, biene*
tan te, culto, religioso, todo un joven caballero, tendrá que inscribir a mí*
nífía* como hija* de padre desconocido. Un reducido grupo de amigo»,
las personal “«electa#” de Lavadores, incluido el p4rro</>, conocerían b
situación irregular del matrimonio. Solo ello», Ángel evitó que el asunto
se propagara.
¿Cómo? De acuerdo con el cura, decidió verificar lo* bautizo» no en
Santa Cristina sino en Vigo, Santiago le* venía a mano, templo magnífi-
co situado dentro ya del cogollo de la capital, casi en el arranque de la
avenida Urzaiz, Hizo má*, el "padre incógnito”: la* llevó a cristianar en
calle Arenal, una iglesita auxiliar de la parroquia de Santiago; frnta puedo
pensar que Angel Dávila trasladaba *t» prciunta mujer a la hora de lo*
partos a una casa Jejo* de Lavadores, en las calle* Velázquez Moreno y
Pablo Morillo, moradas que dio como “oficíale*” a la parroquia,
A mí me produce ternura, por Ángel Dávila, repasar la* partida* de
bautismo guardada* en el archivo de la parroquia Santiago el Mayor:
“El infrascrito, párroco de la parroquia de Santiago el Mayor de la ciu­
dad de Vigo, diócesis de Tui, ciertifico: Que... en la iglc*ia del Arenal,
auxiliar de esta parroquia,,, bauticé una niña por nombre Ángela... por
nombre Concepción... por nombre Dolores... hija natural de María
Plantilla Sestelo, soltera, y de padre incógnito.
Como madrina, figura en los tres bautismo* "la abuela materna", Esta
"abuela”, madre de la parturienta María, ¿vendría de*de Redondela o
estaría instalada ya en Vigo a la sombra del concubinato de *u hija con
Ángel Dávila?
Bien comprendo que tantas nieblas como cubren ta intimidad de ia
familia Dávila Campo, asentada en Candeán, y Plantilla Sestelo, origina­
ria de Redondela, componen un clima rural gallego semejante a "l-m
Gozos y las Sombras" del inolvidable Torrente Ballester.
lx>* datos, tan escasos y confusos, que tomo de la* partidas de bauti*
mo, abren paso todavía a un par de sospecha*.
la primera, si María Plantilla ejerció de criada en Candeán precisa­
mente al servicio de la familia Dávila Campo*; y fue dentro de la propia
casa paterna donde Ángel, en sus treinta años de edad, inició la relación
sentimental con ella: ¿La habría dejado embarazada, espoleta que preci­
pitó su marcha, el “exilio familiar” de Ángel?
Segundo interrogante: si Ángel Dávila venido de Candeán se instala
directamente en Lavadores, calle Ramón Nieto 151, o primero busca
refugio en viviendas del barrio Arenal, calles Velázquez y Morillo, donde
le nacen las tres primeras hijas. En este supuesto, él, con su título de abo­
gado en el bolsillo, compraría la casa de Lavadores al ocupar puesto de
secretario del Ayuntamiento.

L a s HIJAS le han nacido: en diciembre de 1894, Ángela; en abril del


97, Concha; en noviembre de 1899, Dolores.
Lo que sí es seguro: Al comenzar 1900, don Ángel Dávila y su (pre­
sunta) mujer María Plantilla Sestelo, ocupan la casa Ramón Nieto 151,
de Lavadores, municipio donde el señor Dávila desempeña cargo de
secretario constitucional. La primera acta del concejo firmada por el fla­
mante secretario lleva fecha del 5 de enero de 1900, sesión “bajo la pre­
sidencia del señor alcalde don Tomás Soto Otero”, y con asistencia de
once concejales.
También es seguro que el secretario don Ángel Dávila, distinguido
cuarentón, es respetado por autoridades y ciudadanos de Lavadores:
Hombre culto, ejemplarmente religioso.
Su hija superviviente, María Teresa, me confía, complacida:
-Adorable, nuestro padre fue un encanto.
Sin duda, María Teresa: Adorable.
Y enigmático.
Todavía don Ángel Dávila nos dará un susto, una fuerte sorpresa
familiar.
Adorable... y enigmático.
5
HIJA DE MADRE SOLTERA
Lavadores, Vigo. 1900
Si a PARTIR de 1900 es suya la letra de las actas municipales -seguro
que lo es—nuestro flamante secretario del ayuntamiento de Lavadores, don
Ángel Dávila y Campo —él coloca entre sus dos apellidos esa entonada con­
junción copulativa—, recibió de los jesuítas o del seminario una instrucción
esmerada: escribe limpio, elegante, sin tachaduras, páginas inmaculadas. Al
pie firman alcaldes y concejales con caligrafía vacilante de labriegos.

El a n c h ís im o territorio de Lavadores, con sus ocho parroquias


dentro, está sufriendo a comienzos del siglo XX una crisis fortísima, cam­
bia de piel: sus habitantes, mitad labriegos mitad pescadores, son atraí­
dos por la espiral económica de Vigo que los transforma en obreros
industriales.
Vigo se ve como ciudad “distinta”. Sobre España pesa el desastre de
1898, está consumida por el desencanto. Vigo, parece al margen, aislado
del sombrío panorama nacional: funciona a su ritmo expansivo, monta
fábricas, bota barcos modernos, crea una red comercial para su industria
conservera. Atrae mano de obra, fundamentalmente del vecino
Lavadores. Por supuesto, la transformación laboral trae consigo el naci­
miento de células sindicales, afectadas de contenidos marxistas.

A Vigo le alcanzan dos corrientes obreristas, una penetra por tierra desde
Andalucía y Madrid, otra viene por mar desde Inglaterra. A mitad del siglo
XIXfuncionó en Londres la Asociación Internacional de Trabajadores, instru-
mérito de acción mundial para el manifiesto comunista de 1848. En España
desde los años 1860, circula por los campos andaluces la palabra "socialismo”,
con un significado inconcreto de rebelión y de virulencia. M álaga y Córdoba
han sufrido frecuentes alzamientos republicanos exigiendo reformas agrarias.
Por los días de la revolución de 1868, Bakunin dirige un mensaje a los obre­
ros españoles advirtiéndoles que no está todo hecho con derrocar el trono: "No
os dejéis engañar por los eternos explotadores de todas las revoluciones, ni por
los generales, ni por los demócratas burgueses... Acordaos, sobre todo, de que
el pueblo no obtiene más reformas que las que él arranca, y de que jam ás en
ningún país las clases dominantes han hecho concesiones espontáneas” E l 2 4
de enero de 1870 quedó establecida en la calle Yedra de M adrid la sección
española del organismo internacional de trabajadores. Los gobiernos burgue­
ses, entretenidos con sus turnos parlamentarios incapaces de afrontar el desas­
tre de las colonias, no percibían los latidos de la fuerza impetuosa circulante
por las venas secretas del cuerpo social: ni siquiera ofrecieron algún asomo de
sensibilidad para los problemas laborales. Los equipos de la Unión General
de Trabajadores, aunque todavía escasos, extienden sus agrupaciones por toda
la península. Los gobernantes reaccionan con medidas represivas al ataque
obrero, sacan la fuerza pública a la calle aniquilando los episodios anarquis­
tas, en vez de tomar en serio las plagas del paro y del hambre.

L á s t i m a q u e nuestro abogado Ángel Dávila, secretario del ayunta­


miento en la bisagra del siglo, olvidara escribir un diario suyo con expe­
riencias personales. Hubiera sido un testimonio histórico apasionante.
Dávila, nacido en familia rural bienestante, contempla desde su observa­
torio municipal, la transformación del “Lavadores rural y pesquero” en
“Lavadores industrial”, pronto dormitorio y suburbio de Vigo, la gran
ciudad, la brillante factoría.
Seguramente a Lavadores llegaron con algún retraso los comités obre
ristas, pues las familias campesinas estuvieron encantadas con la venta
pingüe de terrenos, mientras los hijos, antes de alcanzar su mayoría de
edad, ya buscaban empleo en las nuevas fábricas viguesas.
Sin embargo, era inevitable que la marea obrerista inundara desde
Vigo su satélite Lavadores. Los gérmenes de rebelión obrera, si tardíos,
fueron eficaces: transcurridos un par de lustros, el municipio alcanzará
fama de izquierdista radical, frente a la tónica de ideas liberales domi­
nantes en Vigo. Cuando vayan llegando la dictadura primorriverista, la
caída de Alfonso XIII, el advenimiento de la segunda República, el alza­
miento franquista de 1936, Lavadores protagonizará incidentes violen­
tos, improvisará barricadas, ejercerá como “Rusia chiquita”. Pagará su
osadía: Vigo elimina los conflictos tragándose el municipio de Lavadores.

LLEG A D O S LOS primeros meses del siglo XX, Ángel Dávila tiene aco­
modada su familia en la calle Ramón Nieto: allí viven el “señor secreta­
rio”, su mujer María, sus hijas pequeñitas, Concha y Dolores, tres añitos
Concha, uno Dolores. Otra hija, Ángela la mayor, cumple ahora seis
años: morirá prematuramente.
Que Ángel y María estén amancebados, y sus hijas al margen de la ley
cristiana, no es obstáculo para que a ojos del barrio den la estampa de un
hogar religioso, relativamente burgués, y ejemplar. La pareja guarda celo­
samente reservado su drama íntimo, es asunto entre los dos. Y al margen
de la familia, residente en Candeán.
Gracias a la bondad del párroco don Juan Luis, he conversado con
algunos feligreses de la actual parroquia santa Teresa: sus madres les trans­
mitieron noticias, desgraciadamente lejanas, y escasas, referentes al matri­
monio Dávila Sestelo y sus niñas. Sin la menor discrepancia, al unísono,
el reguero de recuerdos llega envuelto en simpatía: “fueron personas bue­
nas y piadosas, la madre de las niñas acudía cada mañana a la misa”.
Dos actitudes relevantes de don Ángel Dávila le ganaron fama de
excelente persona.
La primera, su religiosidad. Nosotros sabemos lo que sabemos, pero
de ninguna manera podríamos juzgar sus relaciones íntimas con Dios,
asunto suyo estrictamente personal. Hacia fuera de su casa, los Dávila
dieron ejemplo constante como ciudadanos correctos y cristianos cabales.
Hacia dentro de su casa, contamos con un testimonio decisivo, las afir­
maciones de la niña Dolores, quien ya monja, pasados años, y a distan­
cia, escribió enternecida recordando los orígenes de su vocación:
—Papá me enseñó a querer a l Corazón de Jesús y a la Virgen; aún no
sabia hablar, y decíame “di conmigo, Mamasiña yo te quiero mucho, no
me dejes hasta verme junto a ti”.
Cuando las hijas vayan creciendo, su padre les hará experimentar el
fervor de las tradiciones familiares:

En casa celebrábase el mes de mayo y el mes dejunio con gran solemnidad,
las niñas ofrecíamosfloresy decíamos versos;yo solo sabia decir, “toma Mamasiña
estasflores y mi corazón enterito”, hasta ahí llegaba toda mi sabiduría.
Este cultivo de prácticas piadosas infantiles irá cobrando calidad al
compás de la edad de sus hijas, veremos cómo Dávila cuida su desarrollo
cristiano. Y le ven siempre, ellas, al padre muy admirado y muy querido,
con la estampa de creyente absoluto, un auténtico modelo.
Habida cuenta de sus estudios juveniles dentro de un seminario,
humanidades, filosofía, probablemente teología, antes de realizar los
estudios universitarios de derecho y graduarse abogado, resulta explicable
la seriedad de su trayectoria religiosa.
Me pregunto, además, si el hecho de encontrarse Dávila en situación
matrimonial irregular, atormentada su conciencia, no le impulsó a cuidar
exquisitamente la infancia cristiana de sus hijas, dándoles su propio
ejemplo, y estimulando para ellas hábitos piadosos.
Desde pequeña, Ángel y María aplican a Dolores el nombre familiar:
Lola. Exactamente Lolina, diminutivo cariñoso con que será llamada
hasta los veinte años.
Lolina, pues, nuestra niña, futura sor Ángeles: Lolina, hasta que mar­
cha al convento.

C Ó M O ECHO en falta el “diario político” del secretario Dávila, quien


pudo dejarnos, desde su balcón municipal, preciosas observaciones acer­
ca de los acontecimientos nacionales.
Da la impresión de que las energías de España se hundieron la pri­
mavera de 1898 con el desastre de la escuadra en aguas de (.avile. A fina­
les de aquel año, la comisión Montero Ríos firmó en París la paz con
Estados Unidos. Los comentarios periodísticos chorreaban ironía san­
grienta. María Cristina ejerce de reina regente, durante la minoría de
Alfonso XIII. Vázquez de Mella clama en el congreso: “desgraciados los
pueblos, desventurados los pueblos que en estas crisis hondas están regi­
dos, como por una maldición divina, por un niño y una mujer”. Las cri­
sis de gobierno son constantes, el ejército calla desmoralizado, la oligar­
quía y el caciquismo campan a sus anchas, las huelgas se multiplican, el
carlismo cobra fuerzas mediante los partidos nacionalistas.

La población española crece hasta diecinueve millones, con Madrid y


Barcelona por encima cada una del medio millón. Un consuelo a las desgra­
cias colectivas buscan los iberos en las zarzuelas de Roberto Chapí, en los sai­
netes de bs hermanos Álvarez Quintero. Los escenarios rebosan de cuplés y
contorsiones "artísticas”, la bella Otero y la Chelito abanzati categoría de gb-
rias nacionales.
En marzo de 1899, Silvela, que se hizo cargo de la presidencia delgobier­
no, dictó este diagnóstico sobre la anemia nacional: "Singular estado de
España, donde quiera pongas el tacto no encontrarás el pulso; atonía, exte­
nuación, agotamiento”. Así, ¿hasta cuándo? Será trabajoso, el salto adelante:
el sesenta y tres por ciento de nuestros diecinueve millones de españolitos son
analfabetos, y la mortalidad casi alcaliza el treinta por ciento. O sea, pobres,
atrasados, y además desmoralizados. Un periodista, maldito él, ha escrito en
El liberal: "probablemente se acaba nuestra historia”. Pues no, circulan nom­
bres maduros por el horizonte literario, por ejemplo Leopoldo Alas, por ejem-
p b Pérez Galdós; y nombres nuevos, anotemos Valle Inclán, anotemos entre
bs artistas jóvenes Pablo Ruiz Picasso. Un día u otro, España levantará cabe­
za. Aunque Baroja y Unamuno firmen páginas sombrías. A bs cien años,
ahora mismo, realizaremos el balance valioso de bs hombres del noventa y
ocho.
V lG O , a lo suyo. Vigo, y Lavadores también. Han encontrado un
escape para descargar las tensiones del trabajo intenso, quién lo dijera, en
el deporte, un deporte novísimo, recién importado, al que los cronistas
llaman “juego de invierno”, lo consideran apropiado para los países nór­
dicos: el fútbol, escriben “foot-ball”. Nos lo ha regalado Inglaterra, con
sus reglas y su vocabulario. El ayuntamiento de Lavadores, seguro que
con intervenciones del secretario Dávila, presenta alegatos severos ante el
ayuntamiento de Vigo a cuenta de los terrenos destinados a campo de
fútbol.
Con el comienzo del siglo, británicos y yanquis han dado categoría
internacional a otro deporte de más lenta implantación en España, el
tenis. Dwight Davis ha creado la competición que llevará su nombre,
copa Davis, cuya primera edición gana Estados Unidos: “los jugadores
norteamericanos solo cedieron un set en tres partidos, y conquistaron
un preciado trofeo de plata con forma de ensaladera”. La primera ensa­
ladera.
A Vigo y Lavadores les apasiona el fútbol. En pocos años, el
“Gimnasio de Vigo” estará en condiciones de disputar el campeonato de
España al “foot-ball club” de Madrid. Ocurrirá en abril de 1908: la final
se jugó “en una gran explanada junto a la plaza de toros madrileña”, ante
más de cuatro mil espectadores; el partido fue reñidísimo, “ambos ban­
dos dieron pruebas de igual maestría y corrección”, pero ganó el Madrid:
tuvo la gentileza de obsequiar por la noche “a sus compañeros de Vigo
con un banquete, que dejará un grato recuerdo en el ánimo de los intré­
pidos jugadores gallegos”.

A l SECRETARIO municipal de Lavadores le sobran motivos para sen­


tirse a gusto con su trabajo.
Pero le corroe silenciosamente un drama íntimo.
Ve crecer sus hijas: ya son cuatro, pues le ha nacido Jesusa; otro bau­
tizo “confidencial”.
Ama a su mujer María, “presunta” mujer.
Sufre pensando a todas horas que Angela, C oncha, Lolina y Jesusa
“son hijas de madre soltera”. Y de padre incógnito. Asi ha quedado re.se-
fiado en las partidas de bautismo.
Su deliciosa Lolina, hija de madre soltera.
¿Podrá Dávila remediar el conflicto?
Sí, a costa de un trago amargo, muy amargo: se le viene encima un
estampido.
I NT E N T O DE ASESINATO
¿O DE SUICIDIO?
Lavadores. I 904
Arriba, estado actual\ de abandono, de lo que fue jardín en casa de los Dávila, Lavadares.
Abajo, la casa, /wy.
E l ESTAMPIDO fue un tiro de pistola dentro de su casa. ; 0 de
escop eta?
Quizá la hora evitó el escándalo.
A media mañana, quizá. Quizá las niñas estarían en el colegio. Quizá:
acerca de los asuntos tocantes a la existencia privada de Angel Dávila,
siempre nos movemos entre conjeturas.
Jamás desvelaremos el secreto:
Qué ocurrió aquel día dramático en el 151 de la calle Ramón
Nieto.
Don Ángel Dávila supo eliminar concienzudamente los rastros de su
historia personal.
No pudo, bien lo lamentaría, quemar un documento tan intocable
como los que él custodiaba en la secretaría de su ayuntamiento: una hoja
del archivo de la parroquia.
Se trata de su partida matrimonial, donde negro sobre blanco halla­
mos el sorprendente relato. Asombroso.
“En el libro sexto de matrimonios, y al folio ciento diez” del archivo
parroquial de santa Cristina de Lavadores, “certifica”, con fecha 11 de
noviembre de 1997, el párroco don Manuel Zabaleta, que “consta una
inscripción” de matrimonio “asistido”, in articulo mortis, el día ocho de
agosto de 1904 por el entonces cura ecónomo de la citada parroquia, don
Nemesio Pérez Chacón.
Esto ocurrió: don Nemesio fue llamado con urgencia para que acu­
diese a la casa del secretario municipal don Ángel Dávila.
Quién le llamó; doy por seguro que fue a buscarle a la parroquia don
Ángel en persona, por el apremio de ponerle en antecedentes y explicar­
le tan dramáticas circunstancias.
La unión irregular de Ángel y María, aparentemente casados, obede­
ció a motivos ciertamente graves, pues la conciencia religiosa de nuestro
hombre sufriría el oculto desarreglo, la contradicción permanente entre
su ejemplar conducta de creyente y su estado de amancebamiento. Aquel
día dramático, se casaron.
Veamos la película de los hechos:
• María Plantilla Sestelo “se halla en estado agonizante”.
• Ha sido herida “por arma de fuego”.
• María es soltera, nacida en Redondela; hija natural de Cleofc
Sestelo también soltera.
• Ángel ejerce como secretario de Lavadores; nacido en la parroquia
de san Cristóbal, de Candeán.
• Viudo de Ramona Generosa Gómez.
• La madre de Ángel, Juana, vive; su padre, Agustín, ya difunto.
• Ángel y María viven maritalmente desde hace “algunos años”.
• Tienen cuatro hijas: Ángela, Concepción, Dolores, Jesusa.
• Ambos, María y Ángel, reconocen las niñas como suyas.
• No existe impedimento dirimente que prohíba el matrimonio.
• Se casan “por palabras de presente”.
• Ante testigos.
• Don Nemesio, “por verdad”, firma el acta; con los contrayentes y
los testigos.

El cura don Nemesio acude con presteza a la casa del secretario don
Ángel.
Encuentra un espectáculo imprevisto: María Sestelo agoniza, como
consecuencia “de haber sido gravemente herida por arma de fuego”.
Ángel Dávila quiere que les case, a él y a María, in articulo monis,
antes que la moribunda muera.
Haya lo que hubiera a sus espaldas, Ángel Dávila ha decidido evitar a
sus cuatro hijas el apelativo, entonces muy denigrante, “hijas de soltera” .
El cura sabe que con arreglo a la normativa canónica, el casamiento
de los amancebados requiere trámites previos ineludibles: pero la cir­
cunstancia in articulo mortis le autoriza a bendecir sin más la boda. Antes
que María muera. Será un matrimonio “ante la Iglesia”, in facie ecclesiae,
secreto. Darle ahora publicidad ser/a descubrir ante los vecinos de
Lavadores el amancebamiento del señor secretario municipal.
Don Nemesio exige a don Ángel la presencia de algunas personas, tes­
tigos de dos actos “oficiales”: el matrimonio, y el reconocimiento de las
cuatro hijas como suyas, por parte del padre y por parte de la madre.
A pesar de que Dávila fuera muy astuto disimulando la situación irre­
gular de su familia, el círculo más cercano de amigos conocerían el caso.
También el cura. A esos amigos recurrió, sin duda, en el apuro. Estos fue­
ron los testigos convocados a toda prisa junto ai lecho de la moribunda:
• Emilio Gil Fernández, propietario.
• Vicente Adrio, oficial del juzgado.
• Gumersindo Fernández Vidal, comandante del puesto de la guar­
dia civil.
• Personas “de orden”, exactamente el tipo de amigos correspon­
diente al nivel social y oficial de Ángel Dávila.
El docum ento sugiere ciertos comentarios, aquí los consigno paso a
paso.
• El arm a de fuego: ¿escopeta o pistola? Pistola tendría en casa el
secretario Dávila, dado su cargo tan representativo y el clima
nacional de disturbios, aunque todavía flojos en Lavadores. Si era
cazador, ni al sí ni al no existen alusiones favorables, también ten­
dría escopeta.
• H erida M aría "de muerte": ¿por mano ajena o por su propia
m ano? La m ano ajena indicaría cualquier conflicto sentimental o
económ ico, pesante sobre la casa. N o aparece rastro de relaciones
por parte de Ángel con otras mujeres, ni por parte de M aría con
otros hom bres. La economía les funcionaba con holgura. Enton-
ces, si no la hirió m ano ajena, ¿intentó M aría suicidarse? Solo d is­
curro un m otivo posible: que M aría estuviera desesperada por la
renuencia de Angel a formalizar su m atrim onio, y decidiera acabar
de una vez. ¿Y por qué Ángel huía de la boda formal? Q ueda un
hilo sin atar. Q uién sabe si “una mano ajena” que disparó contra
M aría Sestelo estuvo im pulsada por apetencias de herencia: ha
muerto en Candeán el padre de Ángel Dávila; vive anciana su
madre, durará poco; la parte de herencia que le corresponde reca­
erá en esta pareja irregular de Lavadores, Ángel y M a ría ...,
“alguien” decide eliminar a la concubina.
• H erida gravísima, M aría agoniza: si pudiéramos localizar la heri­
da, en qué parte del cuerpo le han/se ha disparado, aclararíamos
la duda entre asesinato y suicidio.
• L a madre de María se llamó Cleofé. Qué varón engendró a M aría
en el seno de Cleofé soltera, averigüelo Vargas. ¿De dónde, pues,
procede el primer apellido de María, “Plantilla” ? Las niñas Dávila
llevan “ Sestelo” como apellido materno.
• Cleofé, madre soltera, tuvo a su hija María, futura madre soltera.
Mi pobre Lolina, va para monja santa “hija de madre soltera” , y
“nieta de abuela soltera” ...
• La primera mujer de Ángel Dávila, Ramona: quién fue, dónde
nació, cuándo se casaron... Murió, seguro; dejó viudo a Ángel, de
otro modo ni la buena voluntad del cura don Nemesio podría
bendecir este matrimonio in articulo mortis.
• Firman el cura, los testigos... Y los contrayentes: ¿estuvo María
agonizante en condiciones de firmar? Desde luego, “asintió” al
sacramento y al reconocimiento legal de sus hijas como tales.

C o m o b i ó g r a f o de Lolina, doy gracias a don Nemesio: su proíc-


sionalidad nos dejó en un folio noticias inapreciables.
Si María se disparó para vencer la “desidia sacramental” de su hom­
bre, alcanza su meta: ya su Ángel Dávila es su marido.
Como ella se salve y viva, serán matrimonio. ¿Feliz?
Se salvó, María, vivió. Al parecer, matrimonio, al fin, feliz.
Con cuatro hijas como cuatro soles.
Ángela, la mayor, morirá pronto. Nacerá luego la última, María
Teresa, cuyo bautizo pudieron celebrar gozosamente, sin tapujos.

E n LA partida de bautismo de Dolores Dávila Sestelo, nuestra niña


Lolina, futura monja sor Ángeles, aparece “al margen” una nota: “Por
mandato del Excmo. Sr. Obispo de la diócesis se hace constar que esta
niña fue reconocida y legitimada por matrimonio de sus padres Ángel...
y M aría...” Firma sin fecha el párroco Argimiro. El mandato del obispo
debió de ocurrir cuando en Palencia la priora del monasterio preparaba
la profesión de la monja sor Ángeles. Quisieron dejar constancia del
matrimonio de sus padres. No fuera a salirles un día “santa hija de madre
soltera”.
7
HIJA MIMADA
L a v a do r e s , Vigo. 1904-1905
A tn lu l ' d i f h i n , 1 ' t H i l l f i r ht m n /l < l/ ¡ f l r j u n t l i u t

, j i u f i n ,-) \,nh f//////r ntn /// / iii i i / l nu m t u m f > n r l r l ,/ t t c h l / tu A n ^ i l / Kli' i hi

A b /tjn 1,1 J u t t t f t / j m ¡ ! f i r ' u l H h i ( ) ! //////


A l SEÑOR Dávila lo llamaré “don Ángel”, ('atado “ya" como Dio*
manda, ha cruzado la raya de los cuarenta años de edad. Padre de cuatro
hijas -una se le muere y otra le n aceK jerce como secretario municipal
del ayuntamiento Lavadores: merece un respeto.
Hubo rumores por el pueblo, ¿tú sabes qué ha ocurrido en casa del
secretario? Como la dispersión de viviendas evitaba el "espionaje" entre
vecinos, Ángel Dávila conseguía mantener bajo nieblas su drama familiar.
Todo quedó en cábalas y aproximaciones: la secretaria, “señora María",
curó; la vieron de nuevo acudir a misa.
Fueran cuales fueren las causas y el modo de la agresión, para el ya
matrimonio Dávila-Sestelo amaneció una etapa nueva, parece que hon­
damente dichosa. A los ojos de su* niñas transformaron aquel terrible
amago de tragedia en una simple enfermedad de mamá. Ángela, mayor»
cita., va para diez años. Concha ha cumplido siete. Casi cinco, Lolina.
Jesusa es todavía un renacuajo. Para sellar amorosamente su boda tardía,
los Dávila engendraron otra hija, última, María Teresa.
La mayor, Ángela, se les murió.
Para Concha y Lolina, don Ángel buscó un colegio. En Vigo, aún tar­
dará Lavadores en disponer de las que serán célebres escuelas Ramón
Nieto.

E l COLEGIO lo eligió a su gusto. La dificultad consistía en largas idas


y venidas.
Las Hijas de la Caridad abrieron por aquellos años, exactamente el
1903, un colegio en la calle Areal, pegado al puerto. Patrocinó la funda­
ción doña Clara del Río, una dama deseosa de proporcionar escuela al
enjambre de rapaces sueltos todo el día por el cercano barrio Berbés: los
pescadores marchaban a lo suyo; y las madres, muchas empleadas en las
factorías conserveras, qué podían hacer con los crios; incluso si algunas
quedaban en casa, los soltaban a la calle.
Doña Clara creó bajo su presidencia una Junta de señoras adineradas,
y confió el colegio a las Hijas de la Caridad. Quienes sufrieron lo que no
está en los escritos, para llevar adelante el colegio con una dotación esca­
sísima; les pareció necesario dar a los niños la comida de mediodía, no
iban a mandarlos a casa, para no comer, y citarlos de nuevo por la tarde:
santa intención que encareció seriamente los presupuestos.
Discurrieron las monjas una fuente dineraria: establecieron dentro
del colegio un aula de pago, que tuvo gran éxito, dada la excelente ubi­
cación del centro y la garantía moral ofrecida por la Junta y por las
Hermanas.
O sea, aquel colegio funcionó al revés de otros llegados hasta pocos
años hace, que siendo “de pago”, para “clases distinguidas”, disponían de
una puertecita aneja por la cual “los gratuitos” entraban a sus aulas: hacia
nuestros años cincuenta, todavía existían en España; y nos provocó a
mucha gente tanta indignación este agravio social, que desaparecieron de
raíz. Sin embargo, debo reconocer por respeto a la verdad histórica que
gracias al “colegio de ricos” funcionaron “escuelas de pobres”, para niños
“residentes en la calle”. A España no le alcanzaba más alto su conciencia
social. Los gobiernos, en la higuera.
El colegio de Vigo, al menos, pertenecía a los pobres, ellos eran “titula­
res”; para niños distinguidos, las monjas pusieron aulas complementarias.
Los balances viejos del colegio demuestran cómo era de modesta la
aportación de las matrículas de pago cobradas a los niños ricos. Las
Hermanas pensaron, sin duda, “menos da una piedra”.
Al colegio de calle Areal, después llamada Arenal, decidió don Ángel
Dávila llevar sus hijas.
El ámbito le era bien conocido, pues a esa calle pertenecía la iglesia
auxiliar de la parroquia de Santiago, donde bautizó sigilosamente a sus
hijas; quién sabe si en las callejas adyacentes residió algún tiempo, antes
de instalarse en Lavadores, la pareja venida de Candeán, un joven aboga­
do y su “presunta” mujer.
Le gustaba el colegio; la dificultad eran las distancias. El año 1914,
Vigo estrenará una línea de tranvias dirección Cabral, atravesando
Lavadores. Hasta la inauguración del tranvía, los siete kilómetros de dis­
tancia entre la casa de los Dávila y calle Areal exigían un esfuerzo diario.
Alivió don Ángel el problema inscribiendo sus niñas mediopensionistas,
como los chicos del barrio. Aun así, había que realizar viaje de ida por la
mañana, de vuelta por la tarde. Y naturalmente, aquellas dos pequeñajas
necesitaban compañía, no podía enviarlas solas. Cómo resolvió el pro­
blema, pues no lo sé. Consta que “amiguitas” de las niñas Dávila iban
como ellas al colegio desde Lavadores. Siendo “pandilla”, ¿les acompaña­
rían por turno los padres?, pienso.

L as in s c r ib ió .
Iban al colegio.
Pero a Lolina el invento le cayó muy mal.
— Me llevaron pensionista al colegio de las Hermanas de la Caridad
era tan remala que no quería estudiar, quería ser una borriquita; gustá­
bame mucho decir a todo "no sé”.
Tuvo una fortuna, Lolina, desde que apenas medía cuatro palmos:
Recayó en ella un torrente de ternura familiar. Estas cosas que pasan den­
tro del hogar: todos, padre, madre, las niñas, todos se querían de veras,
¿cómo no iban a quererse, tan dichosos? Pero Lolina, fuera de apariencia
frágil, fuera mimosa, concentró los cariños no solo en grado mayor que
Concha y Jesusa sino incluso de parte de sus dos hermanas. Ni siquiera
la benjamina, María Teresa, nacida cuando Lolina cumplía los nueve
años, destronó a “la preferida” . Según pasaron los años, una psicología
particular reveló a Lolina como “especiar’, distinta; sobre todo, atractiva.
Los documentos permiten adivinar que la niña tuvo conciencia de su
encanto, y lo cultivó. Recordando años de infancia en Lavadores, María
Teresa, anciana, sonríe:
-N unca la vi enfadada por nada.
¿Jugaban?
-A la “mariquitilla” y a la “comba”.
Lolina correspondía:
-D ócil a nuestros padres, muy buena.
Qué curioso, una corriente afectiva intensísima unió a don Ángel con
su Lolina. Ignoro si esta atención amorosa del padre hacia una, molestó
a las otras niñas. Parece que no; aceptaron con normalidad la situación.
Nunca se mostraron celosas. También ellas “preferían” a Lolina.

El c o l e g io de Vigo, hoy ajustado con trescientos niños a la


“Logse”, ofrecía entonces la tabla de enseñanza propia de la época. Con
una ventaja: proporcionaba el certificado oficial de primera enseñanza,
diploma entonces infrecuente para niñas.

Al arrancar el nuevo siglo, los gobiernos de España comenzaron a ocu­


parse, por fin, un poco en serio, sob un poco, de la protección a la infancia.
Las leyes prohibieron utilizar en puestos de trabajo niños y niñas menores de
diez años; de bs diez a bs catorce autorizaron contratarbs para jornada
“limitada", seis horas diarias en industria, ocho en los comercios; a los meno­
res de catorce años, trabajo de día, nunca por las noches.
La “Junta Reformista de Instrucción" hizo balance en su asamblea de
1908. Ortega Munilla, padre de Ortega y Gasset, denunció crudamente la
realidad:
—No solo existe una inmensa masa de españoles que no saben leer, sino
que la nación carece hoy de elementos adecuados para remediar tal desdi­
cha. .. Hay milbnes de entendimientos a los que nunca llegó ni el menor
atisbo de la enseñanza... Ya sabéis adónde llega la miseria de la escuela
pública, su falta de higiene... Locales infectos, donde acaso los niños no
aprenden cosa alguna, pero ciertamente se envenenan sus tiernos organis­
mos, en un establo sin ventilación, no lejos de montones de estiércol, rodea­
dos de cerdos y gallinas. Escuela hay donde el aire y la lluvia penetran libre­
mente.

A Lavadores le tocó la lotería. Niños y niñas pueden acudir a los cole­


gios de Vigo, gratuitos o pagando. Y pronto el procer don Ramón Nieto
construirá sus espléndidas escuelas.
Las Hijas de la Caridad lograron en calle Areal dos ventajas impaga­
bles a favor de los niños y niñas de su colegio: un ambiente de familia,
cariñoso; y el conocimiento directo de los padres de cada crío. Siento que
a estas alturas no podemos preguntar a las Hermanas de entonces cómo
de bien les caía el señor secretario de Lavadores, don Ángel...
Nos dirían que una persona “maravillosa”; y que estaba prendado de
su niña Lolina.

L a PEQUEÑAJA, Lolina, sacó partido descaradamente de su padre.


Cuando monja, volverá la vista atrás:
—A media noche iba a besarme, me tapaba y hacía estirar; si tenía
penillas me llevaba a su cama y dormida a su lado se quedaba con­
tento.
En su padre tuvo un defensor permanente:
—Si las niñas me cogían o rompían las muñecas, yo chillaba "papá,
papá, ríñeles”; qué malona, a mí debía reñirme.
La cría jugaba a ganar:
— En los juegos trampeaba mucho; si perdía a la mariquitilla, a la
pelota, a la cuerda... ¡me colaba! Empezaba la mañana haciendo el coco
a Susiña (Jesusa) y a M aría Teresa.
Sus hermanas le toleraban los caprichos:
—Una vez saqué el genillo a Conchita, me rompió ¡a carta que tenia
para los Reyes; le llamé “¡malona, malona!, ya no te quiero"; hasta que
no me escribió otra no dejé de llorar, pobriña, cómo la hice sufrir.
El m atrim onio D ávila solía socorrer m endigos que llam aban a su
puerta; los viernes repartían ayudas fijas. Lolina obtuvo un privilegio,
cuenta M aría Teresa:
- E n casa era ella la que distribuía la lim osna a los pobres, por orden
y consentim iento de m is padres.
Lolina, feliz:
—Los viernes en casa me escondía p ara hacer mi gusto, y aunque me
buscasen p ara ir a l colegio, no me hallaban; hasta que el p o rtal se llena­
ba de pobres y salía del rincón a dar limosna a todos.
L a m onja sonreía por sus travesuras infantiles:
—Ale daba una vergüenza ir todos los día a la lechería a comprar chu­
rros, los llevaba fresquitos... Si jugábam os a las casas, la mía era un árbol
de m anzanas... Algunos días en lo mejor deljuego me llamaban a estudiar
y tram peaba... Siempre fu i malísima, salía de casa con cuello en el vesti­
do y entraba sin él; en vacaciones, en la finca y en la playa, era un torito.

“ E n l a FINCA y en la playa” : evidentemente don Ángel D ávila per­


tenece a la clase rica de Lavadores, bienestante. “La finca” consignada por
Lolina pudo ser el amplio espacio de campo alrededor de su casa, u otra
independiente. “La playa” frecuentada en verano por la familia Dávila era
la correspondiente a la parroquia de H ío, al otro lado de la ría, el extre­
mo occidental de la península de Morrazo. A H ío, paisaje peregrino,
! bahía perfecta, acudimos todos los viajeros para “venerar” la fuerza esté-
/ tica y religiosa del “Cruceiro” , soberana cruz pétrea poblada de imágenes
/ talladas en el mismo único bloque con los pasos esenciales de la historia
de la salvación cristiana, desde Adán y Eva hasta el descendimiento de la
Cruz.
Don Ángel Dávila, propietario adinerado. Desde su observatorio
municipal contempla, seguramente intranquilo, el avance de los movi­
mientos obreristas en Vigo y su entorno, Lavadores desde luego. Hay sín­
tomas llamativos. Pablo Iglesias ha montado las primeras “sociedades”,
que al filo del siglo XX aportan más de tres mil afiliados a la Federación
de Trabajadores, repartidos en diversos oficios. Han estallado conflictos
desde las fábricas conserveras, con primeras huelgas, respaldadas por el
periódico republicano La Lucha: los huelguistas cuentan con apoyos de
otras regiones españolas y cortan el acceso a los “esquiroles”.
Todavía Lavadores mantiene cierta reserva cuando los obreros traen
consignas de Vigo: casi todas las familias continúan ligadas al campo,
pues utilizan un sistema laboral “mixto”, completando el salario de las
fábricas con el cultuvo de sus huertos y la venta de leche de sus vacas. A
corto plazo cambiarán las cosas, Lavadores, ya vimos, ocupará puesto en
la vanguardia revolucionaria: el agrarismo atacará los esquemas caciqui­
les, plantando cara a los capitalistas y a la beatífica siesta clerical, cierta­
mente nada evangélica.
Al municipio Lavadores, a su alcalde, a sus concejales, a su señor
secretario, les quedan unos años de respiro.
Entretanto don Ángel Dávila tiene trabada una pelea singular... ¡con
su niña Lolina!
8
U N A NI ÑA INVADIDA POR DIOS
L ava dor es , Vigo. 1906
M e CURO en salud; advierto a mis amigos criticones, tantas veces
con razón, de la beatería empalagosa: por favor, no precipitarse. Este
capitulillo trae un relato sorprendente, la Presencia misteriosa caída sobre
una niña de solo siete años. Antes de rasgarse irónicamente las vestidu­
ras, sepan ustedes que a Lolina, de mujer, le ocurrirá también otro per­
cance de bigote: será invadida por la lepra. Un respeto: cuarenta años,
leprosa, veinte de ellos, con lepra intensa.

L a PELEA de don Ángel con Lolina responde a un ejercicio de com­


pensación, está claro. Dávila ha sido, ¿cuántos años?, al menos desde la
muerte de su primera mujer y los de amancebamiento con María, un
cristiano fuera de ley. La seria carga de su formación religiosa le impidió
encogerse de hombros y tirar por la calle de en medio: Su conciencia le
reprochaba permanentemente la irregularidad matrimonial. Apegado a
las vivencias del hogar, mantuvo una atmósfera piadosa.
Esta fue la pelea con sus hijas: transmitirles el ejemplo de buen cris­
tiano; y acostumbrarlas al ejercicio de la oración y de la limosna.
Lolina fiie, inevitablemente, objeto privilegiado en esta pedagogía
paternal de la fe: cuidando el desarrollo espiritual de su niña preferida, don
Ángel se esforzó por borrar sus fallos personales y quedar bien con Dios.
Hasta el extremo de infundir en la mente infantil de Lolina el deseo
de hacerse monja, cuando todavía Lolina ni siquiera podía intuir la vida
de los conventos.
Don Ángel obtuvo éxito, ganó la pelea: pero los acontecimientos irán
demostrando cómo la presión del padre sobre la hija formaba parte del
proyecto dibujado por Dios para Lolina. Don Ángel Dávila jamás sospe­
chó la anchura y profundidad del horizonte místico abierto ante el futu­
ro de la niña. Él, con su afán, sirvió de instrumento.
Lolina, orgullosísima de los cariños de su padre, se inventó una pala­
breja expresiva:
—En casa no se diga, Lolina fiie siempre el “'chichi” de todos.
/ El “chichi”, caray.

E m o c i o n a r e p a s a r los sentimientos de aquella criatura, evocados


cuando mayor:
—Papá me enseñó a querer a l Corazón de Jesús y a la Virgen.
Un análisis psiquiátrico mediante las técnicas actuales descubriría la
transferencia de personalidad volcada por Dávila en su niña:
—Aún no sabía hablar, y decíame “di conmigo, M amasiña yo te quie­
ro mucho”.
Estos diminutivos de sabor gallego entraron en la corriente sanguínea
de Lolina, para siempre:
-En casa celebrábase el mes de mayo y junio con gran solemnidad; las
niñas ofrecían flores, decían versos; Yo sólo sabía decir: “Toma Mamasiña
estas flores y mi corazón enterito”; hasta ah í llegaba toda mi sabiduría.
Don Ángel se trabajó a placer la discípula; era bien correspondido:
-Papá, a l que quería más que a nadie...
¿Y por qué los recuerdos de Lolina olvidan referencias a su madre?
No las olvida, ella amó a su madre. Sucede que la atención del padre
gravita sobre la niña de modo totalizante. Don Ángel, lo vemos: “salva su
alma” , compensa su fallo moral, cultivando la religiosidad de su hija. En
cuanto Lolina cre7xa un poco, también cuidará él su evolución intelc<
tual, como lo hace con las demás hijas, completando la instrucción del
colegio. Esta pequeña patrulla infantil de la casa de Lavadores, vive i;m
dichosa que las niñas Dávila ni podían imaginar las tristezas del inundo
circundante. Adoran a sus padres. Y la preferida es la preferida: Lolina
tiene su alma abierta como una flor al rocío mañanero, su corazón late al
compás del corazón de su padre.
Está claro que María, la madre, no dispone de recursos personales
para ejercer sobre las hijas influjo paralelo al de don Ángel: les separa, un
evidente desnivel cultural. Ella, quieta en su casa, cuida deJ hogar, am o­
rosamente, y del marido, y de las niñas. Amor les da, lo suyo. No ins­
trucción, pues limitada sería su capacidad si Ángel la enamoró cuando
ella ejercía de sirvienta en Candeán.

Q u e DON Ángel eligió para su Lolina vocación de monja, pues no


cabe duda. ¿Pretendía que la hija ocupara el puesto de sacerdote, de frai­
le, abandonado por él años atrás? Yo tuve en mi seminario tres compa­
ñeros de pueblo, hermanos los tres, empujados por su madre hacia la
ordenación sacerdotal. Chicos estupendos, pero los tres abandonaron a
tiempo. El mayor me confió:
-N o s ocurre que la vocación nuestra quien la tiene es mi madre, noso- /
tros no.
A don Ángel le cupo suerte mejor, pues sin revelaciones angélicas sir­
vió de vehículo a la vocación de su hija; vocación, ya veremos, induda­
blemente querida desde Arriba.
Enseñó a su niña esta petición, dirigida a la Virgen:
—Mamasiña, no me dejes hasta vermejunto a ti monja o hermanita.
A la cría le divertía esta propuesta de su padre:
— Nada entendía de esto, pero tocando palmas de alegría repetía: mon-
jita , monjita.
Acabará monja, bendito Dios.
Esta “invitación” de su padre hacia una existencia incomprensible
entonces para una niña, creó relaciones de confianza entre Lolina y el
misterio, confianza infantil, tierna:
—Desde entonces la Reiniña del cielo fue siempre mi Mamiña, nos
queríamos mucho; le elaba nísperos, cerezas, y lo que a mí me gustaba...
Don Ángel le enseñó la debida jerarquía:
.. pero más a l Corazón de Jesús que era Papasiño; sí, para É l lo más
rico... La Virgen no se celaba.
Aprendió, pequeñaja, a enlazar esta orilla con la Otra:
-Decíame cosas tan lindas del cielo que desaba que todos los de casa
se fueran allá, sobre todo papá.
Don Ángel ignora, morirá sin saberlo, cómo estos cuidados suyos
están roturando la personilla de su Lolina, sobre la cual, desde Allá, van
a depositar una siembra, a desatar un vendaval, una invasión.
Si don Ángel supiera, se espantaba.
A Lolina le han asignado en los planes providenciales de su trayecto­
ria un acontecimiento formidable, literalmente formidable; quiero decir,
grandioso y temible, excesivamente grande, muy temible.
Para salir corriendo, como escapaban los profetas de Israel cuando se­
les venía encima desde Arriba la palabra peligrosa.
Menos mal, Lolina desconoce de qué va.
Tan niña.
La galleguiña va a traspasar el espejo.
Dios la invade.
Sin remedio, claro: Pentecostés no pide permiso.
Antes que Lolina se haga mujer, la hacen “otra mujer”. Traspasará el espejo.
Formidable.

L o l i n a d e j ó sim ple acta notarial:


-A los siete años y un poco más, me prepararon para la prim era comu­
nión.
La prepararon a conciencia: en el colegio las m onjas... y en casa su
padre. Hasta ganó “una banda” de colegiala excelente.
Corría la primavera de 1907.
J u s t o p o r aquellas fechas, el Papa de Roma dispuso que a los niños
se les consintiera recibir la primera comunión en edad tan temprana.
Antes lo tenían prohibido hasta los catorce/quince años; nunca antes
de los once/doce.
El papa se llamaba Pío X.
Había sucedido a León XIII, un pontífice sabio y diplomático, aris­
tocrático, que duró muchísimo: murió a entrada de tarde del 19 de julio
de 1903, cuando andaba Lolina por sus tres añitos. Al mes siguiente, el
4 de agosto, los cardenales del cónclave le eligieron sucesor: Pío X, un
hombre bondadoso si los hay, hijo de labriegos, concretamente alguacil
su padre, costurera y fregona su madre.

Ejerciendo de cura, canónigo, obispo y cardenal, José Sarto, asi era el


nombre y apellido del papa Pío X, mantuvo su oído a la escucha de los lau­
dos de la buena sencilla gente, conoció alegrías, desconsuelos, gozos y Ligrimas.
Siempre trató de ayudar. Adoraba a los niños, le apenaba que les retrasaran
tanto su primera comunión. Nada más recibir la tiara, quiso resolver elpro­
blema.
Una dama inglesa, de visita al Vaticano, presentó su chiquitín a Pío X
pidiéndole la bendición.
-¿Cuántos años tiene?
-Cuatro, Santidad, y espero que dentro de poco pueda él recibir la comu­
nión.
El Papa entabló diálogo con el niño:
-¿A quién recibirás en la comunión?
-A Jesucristo.
-YJesucristo, ¿quién es?
—Es Dios —contestó el pequeño sin titubeos.
—Tráigamelo mañana -dijo a la madre-, y yo mismo le daré la comunión.
A principios de nuestro siglo, el rescoldo jansenista era todavía muyJuer-
te. Hoy nos cuesta comprender la mentalidad aquella.
Los jansenistas predicaron una cruzada que ahuyentaba las almas del
regazo de Dios: proponían tan a lo vivo la Majestad divina, fulgurante, terri-
ble, tal como aparece en algunos pasajes del Antiguo Testamento, que los sen­
timientos de piedad filial quedaban ahogados por el temor. Esta predicación
hallaba un eco inmediato en la escasa frecuencia de Sacramentos. Los cris­
tianos dejaban de confesar porque ignoraban si sus disposiciones eran sufi­
cientes y su voluntad estaba en camino recto hacia el bien; se negaban a
comulgar porque la grandeza del Dios presente en el Sacramento no podía
estar al antojo de nuestras frialdades.
La Iglesia desautorizó y condenó la herejía jansenista, uno de los más insi­
diosos ataques a la vida cristiana, arropado en capa de respeto, pero helador
de todo afán de santidad.
No obstante la condena, quedaron arraigados muchos de los gérmenes que
el jansenismo esparció. Sobre todo en cuanto a la Comunión se refería:
“Somos indignos de acercarnos a Dios. Necesitaríamos para ello una con­
ciencia purísima. Sería descaro pretender comulgar con frecuencia”.
Olvidaban las palabras de Jesús en el Evangelio cuando concretaba su
misión en la salud de los enfermos, en la búsqueda de la oveja perdida, en
estrechar la intimidad con los amigos. Ignoraban las recomendaciones de la
Iglesia en su práctica antigua, en los decretos de los Concilios. Levantaban
ante las fuentes de la vida sobrenatural el muro de temor.

D e un plum azo, Pío X, en tres decretos sucesivos, disipó los rece-


los: la Eucaristía no es un premio por ser buenos, sino un sacramento
para que lo seamos. También los niños, a partir más o m enos de sus
siete años, según la índole de cada pequeño, en cuanto “distingan el
pan eucarístico del pan común” , ayudándoles para que sepan lo que
hacen.

A L o l in a le alcanzó la buena nueva. Rápidamente. Las primeras dis­


posiciones reformando la disciplina de la comunión, las firmó Pío X en
invierno de 1905: pues llegada la primavera de 1906, las monjas del cole­
gio y don Ángel decidieron prepararle la primera comunión.
Fueron meses de alegría para todos los hogares cristianos del p la n e ta .
...¿Y los niños? Entablóse una deliciosa correspondencia entre niños
de todo el mundo y el Papa. Al Vaticano llegaban sobres, garrapateados
por mano infantil, con cartitas que contaban a Pío X las alegrías de sus
amigos desconocidos. Le daban las gracias, le prometían ser buenos, le
decían que comulgaban muchas veces al mes. También venían cartas
colectivas, de colegios, de parroquias...
Lástima, las monjas de Vigo no cayeron en indicar a Lolina que escri­
biera una carta “con dibujos” al papa de Roma: A la niña le encantaba
dibujar, y pintar.
Bandadas de niños, a miles, acudían a dar las gracias a Pío X.
El papa regalaba a cada uno una medallita de plata, y les contaba “la
alegría de Jesús cuando ellos comulgaban con fervor”. Los niños le mira­
ban con ojos grandes y cada uno pedía su gracia:
—Padre Santo, curad a mi hermanita.
—Que papá sea bueno.
—Padre Santo, yo quiero ser sacerdote.
-Yo, misionero.
Me imagino cuál hubiera sido la petición de Lolina:
-Yo monja, monjita...
Les encarecía que sobre todo conservaran el fervor “hasta la última
comunión”, cuando el Señor fuera a buscarles en forma de Viático.
Hablaba conmovido, Los niños escuchaban quietecitos, extasiados.
-¿Le querréis siempre tanto?
Un “sí” fervoroso cerró la pregunta.
Unos cuantos gritaron:
-Sí, Papa.
Y otro, mirando cerca, en primera fila, la figura blanca de Pío X, le
contestó, como en una oración:
-Sí, Jesús.

Q uÉ OCURRIÓ en el corazón de aquella chiquilla de Vigo-Lavadores


al recibir la primera comunión.
La frivolidad apestosa de nuestros tiempos ha secularizado ese día
infantil, convirtiéndolo en ocasión de gastos antes característicos exclu­
sivamente de las bodas. Conozco un restaurante que al ofrecer su pre­
supuesto para “los desayunos” de primera comunión incluye “la tarta
nupcial” .
-O iga, si no es boda; se han equivocado ustedes: queremos desayuno
de primera comunión.
-S í, claro, pero nuestra tarta es la misma de las bodas.
Hemos perdido la brújula. Hay familias increyentes que por no pri­
var al niño de la fiesta, le organizan “una primera comunión laica” ...

A mí no me complace colmar de alabanzas “cualquier tiempo pasado ”,


pero la verdad es que en la historia personal de cada uno de nosotros, los
mayores, Julgura con vigor de luz inolvidable la mañana de la primera
comunión. Eramos buenos, entonces. Los que más tarde, arrojados al vaivén
de todas las maldades, cargaríamos de sombras nuestra memoria, podemos
volver la mirada a una mañana en que nos nació alba de clara bondad en el
• alma. Eramos buenos, entonces. Demasiado pequeños para tener turbios los
ojos. Niños chiquitines que no sabían odiar, ni apetecer con mal deseo, ni
arrebatar con injusticia. Acaso alguna rabieta, que con cuatro lágrimas y un
beso maternal se cancelaba. Es una estampa que, además de ser bella, es nues­
tra. Aquel niñito santo, amigo de bs ángeles, que podrían haberlo subido en
volandas a una pequeña hornacina, ése era yo. Casi ya no me conozco, pero
era yo. Tuve a Dios en mi pecho cuando mis ojos se abrían a las cosas y a los
hombres. Si ahora no soy peor, y pido perdón confiando en la salvación, y
espero, atribuidb a una nostalgia de blancura que me quedó en bs barbechos
del deseo cuando temprano comulgué.

El ramalazo que alcanzó a Lolina fue un chorro de lava. A ella ni le


asombró, le pareció normal, natural. “Connatural” , diría un filósofo:
—Alfin, el día de san José, en la capilla del colegio, vino Jesusiño a mi.
¡Con qué hambre le com í...! Tan fuertemente le abracé en mi corazón
para que no se escapara nunca, nunca, que casi le espachurro ¡pobriño!
Y nunca su Jesús se le escapó.
Ni ella a Jesús.
Desde aquel día, esta criatura juguetona y simpática llamada Lolina
ha sido arrebatada, elevada a una supraexistencia, ha entrado en una
nueva dimensión, está invadida por la Presencia misteriosa que Je empa­
pa los huesos y señorea su mente, su inteligencia, su sensibilidad, ojos,
oídos, sus sentidos.
Resulta raro, hablamos de un renacuajo de siete años, pero Lolina
condensará más adelante, de mayor, sus experiencias mediante una frase
de fuerte sabor paulino. Dirá:
—Toda entera pertenezco a miJesús, Él es miyo, mi míoy todas mis cosas.
Vio su yo desaparecido, fundido en la Presencia superior:

¿Quién soy yo? La que no es.
No podíamos esperar de sus siete años infantiles una reflexión de teo­
logía mística, pero sí notó lo que le pasaba:
—Desde entonces los dos nos quisimos t a n t o . y o sentía su cariño por
aquí dentro.
A un tiempo, Jesús, su Jesús, era celestial y era suyo:

¡Es tan grande y chiquitín!
Esta niña ha entrado al conocimiento experimental de la presencia de
Cristo realizada en las venas de la vida, de la naturaleza y de la historia: a
partir de sus siete años, Lolina “percibe” en sí misma, y en cuanto le
rodea, un latido denunciante de fuerzas divinas. Jesús, “ocupándolo todo,
desaparece”, -son palabras de la niña-, no se le ve: pero está, “es”. Lolina
ha sido transportada a lo que un maravilloso acierto expresivo de Teilhard
de Chardin llamará “el medio divino”: visión sacralizada permanente del
cosmos. He dudado en anotar tal referencia, pero así lo pienso: a Lolina,
como a otros místicos, la vemos entrada en la “divina presencia ontoló-
gica” , que por encima de todas las contingencias sostiene nuestra exis­
tencia de seres creados. Ha llegado, ha sido “centrada” en el secreto de la
Encarnación. Por eso “ve” a Jesús en sí misma, en las demás personas, en
los acontecimientos, todo es Jesús; y entabla diálogo permanente con Él.
Quién lo dijera, “a partir de sus siete años”. ¿Y quiénes somos para atri­
buirle al Creador el estúpido reloj de nuestro tiempo; para ponerle medi­
da al torrente salido de las manos genesíacas del Padre?
A partir de esta “invasión”, Lolina Dávila figura en la lista de grandes
místicos inmersos en Dios. A otros, Pablo de Tarso, Francisco de Asís,
Juan de la Cruz, el mismo Teilhard, les tocó recorrer escenarios brillan­
tes. Lolina, de jovencilla gallega pasará desde la ría de Vigo a un monas­
terio palentino de clausura. Transplantada a otro cualquier territorio,
Lolina hubiera sostenido el mismo diálogo con su Jesús:
—Cuanto más te doy, más quieres...
9
LA N I ÑA CON SU MUÑECO
L a v a do r e s , Vigo. 1907-1909
P O R LOS días de la primera comunión de su hija, don Ángel Dávila
tuvo una ocurrencia feliz.
Regaló a L o lin a..., un Niño Jesús, la estatuilla.
En aquellos tiempos el catálogo de regalos infantiles era reducido;
¿para niñas?: osos de peluche todavía no existían. Muñecas, costureros,
alguna ropilla...
Un N iño Jesús.
L a pieza era —es, lo conserva la hermana superviviente, M aría
Teresa— corrientilla, discreta, ningún prodigio artístico; fabricado en ^
O lo t, seguro.
D o n Ángel supo dar en diana: nada del mundo, absolutamente nada,
traería dicha m ayor a la pequeña.
El N iñ o Jesús materializa un diálogo permanente de Lolina con la
Presencia m isteriosa, prematuramente caída sobre ella.
E n tabla con su Jesusiño relaciones llenas de ternura, expresadas con
lengua infantil.
O currirá: que Lolina conserva durante toda su vida la estatuilla del
N iñ o Jesú s; y tam bién conserva los m odos de hablar con él.
L o cual hará difícil que podam os entender a Lolina desde nuestros
esquem as razonables.
L a verdad es que nuestros esquemas razonables a ella le traían al fresco.
¿Saben có m o nos llam ó a las personas razonables?
Q u é gracia, “m ayorones” nos llamaba.
“Mayo ron es ”
£Ala permaneció pequeña, nina, según corrían los anos, mucnos anos:
se negó a entrar en la categoría “mayoroñes” .
A p eg ad a siem pre a su N iñ o Jesús.

A l g u n o d e m is am igos intelectuales, razonables, “m ayorones” , que


por curiosidad histórica o por sim patía conm igo, haya leído paciente­
m ente h asta llegar a estas páginas desconcertantes de la prim era com u n ión
de nuestro personajillo, estará deseando increparme: cóm o ad m itim os los
cristianos la posibilidad siquiera de sem ejante “ invasión preternatural” de
fuerzas “espirituales” sobre la psicología de una persona, sea niña com o
Lolin a, sea crecida com o Pablo de Tarso, Francisco de Asís, Teresa de Jesús.

Surge aquí la consabida querella científica acerca de los fenómenos mís­


ticos: Por qué no achacamos tales fenómenos a "obsesiones religiosas”. Quiero
recordar a mis amigos increyentes la “locura” de la fe cristiana: quienes
aceptamos el misterio de la Eucaristía, estamos llevados por la fe hasta un
territorio “más allá” de las coordenadas racionales. Suelo sonreír a mis am i­
gos: Tú comprenderás que si me arrodillo ante un poco de pan y un poco de
vino, dichas las palabras consecratorias siguiendo el mandato del Señor
Jesucristo, si creo así, conmigo puede ocurrir cualquier 'desatino”. Cierto
que la fe ni nos arrebata del mundo ni nos aísla de la aventura temporal
codo a codo de los pobladores del planeta. Cierto también que por el debi­
I
do respeto a las leyes de la naturaleza regidora del cosmos, rechazamos mila­
grerías y revelaciones, tanta inevitable quincalla supersticiosa. Pero la fe nos
deja abierto el acceso a una esfera superior, mistérica, alimentada con la
gran noticia de la encarnación de Cristo narrada en las páginas del
Evangelio. Nuestra suprema creencia da sentido a la vida, estimula un ejer­
cicio generoso del amor, abre un horizonte a los anhelos de esperanza
poniendo semillas eternas en cada hoja del calendario vulgar de nuestra tra­
yectoria. Y de “alguna manera” explica qué diablos estamos haciendo en este
perro mundo, al cual nos trajeron sin nuestro permiso y del cual sin nuestro
permiso se nos llevan.
Aceptado semejante planteamiento, ¿con qué derecho “razonable”
podríamos impedir mediante muros inexpugnables la caída de un chorro
de vivencias superiores sobre la psicología de una frágil criatura de siete
años nacida en Vigo con nombre y apellido Lolina Dávila?
“Somos”, perdonadnos vosotros, amigos científicos, sabios, mayoro-
nes, perdonadnos a quienes por la fe “somos gente insensata” . Perdonad,
somos lectores de los salmos; somos “gente de los salmos” . •

—E n JUNIO íbamos a tomar las aguas, con e l N e n e me divertía la


mar.
El Nene, su Niño Jesús: mientras Lolina cumpla la etapa de años
infantiles, “juega” con su Niño, lo trajina, le habla, lo acaricia, como hace
cualquier chiquilla con sus muñecas.
Lo desconcertante será verla crecer, adolescente, jovencilla, mujer
hecha y derecha, monja, anciana, verla irremediablemente cosida a su
Niño Jesús, hablándole, acariciándole, queriéndole.
Las vacaciones al otro lado de la ría, península de Morrazo, en H ío,
montes y playa, entusiasmaban a las niñas Dávila:
—Pasábam os el río, íbamos a cazar con el sacerdote, qué risa.
O jo, Lolina niña fue un sonajero. También Lolina mayor, ya enton­
ces acoplada a las circunstancias y venciendo su timidez natural. Pero
niña, juguetona. L a “ invasión” del misterio nunca ensombreció su carác­
ter: agarrada a su N iñ o, afrontaba serenísima los acontecimientos.
Pequeñaja, lo pasó en grande:
—En vacaciones, en Lt fin ca y en la playa, era tm torito.
A costa de sus herm anas; las em pujaba para que fueran a com ulgar:
—Em pezaba la m añana haciendo el coco a Susiña (Jesusa) y a M arta
Teresa, p a ra que fuesen a buscar a l Chiquitín H ostia...
Su Jesú s, su N iñ o .
Por esa inefable necesidad que surge a ciertas personas, elegidas con­
fidentes del Jesú s del Evangelio, Lolina com enzó a ofrecer pequeñas
renuncias, “sacrificios” , a su N iñ o:
—Los dios que por mi Nene y por la Virgen no jugaba ni probaba
fruta de ningún árbol, era un poco buena; creíanme malita y me man­
daban a la cama.
Paseaba su Nene por el campo, le ofrecía obsequios:
—llenaba los bobillos de peras e iba con el Pequerrecho (su Niño Jesús),
le sentaba en el colo (el regazo) y mientras É l tocaba yo comía.
A solas, Lolina nota la sombra vigilante de don Ángel:
—Papá, paseándose por detrás, se frotaba las manos de gusto pensan­
do en su Lolina.

V u e l t a a l colegio, monjas y compañeras se acostumbraron a verla,


retraída, sola. Lo atribuyeron al temperamento de la niña, “algo vergon­
zosa y tímida”. Lista la cría, sacó provecho de su timidez:
—Era muy mala pero nunca me castigaron; como no hablaba, ¿pensa­
rían que era buena?
La realidad, más honda. Encaprichada con su Niño Jesús, centró en
él su jornada, haciéndolo conversador permanente:
—M i Moniño por dentro me distraía mucho; y no podía charlar con
las niñas; pero con E l no cerraba el pico, todo se lo contaba.
Sin embargo protagonizó algunas travesuras:
—Un día de mayo, en la poesía a la Virgen del colegio, tenía que decir:
“Flores de azahar vengo a ofrecerte”. .. ¿Qué hice? fu i a l mejor naranjo
que había en la huerta, a l más dulcito y lo pelé; llené la cestilla a toda
prisa, y antes que me vieran me escapé. Como eran las flores para
M amasiña, el árbol no se quejó, dio naranjas más ricas que nunca.
Ganó la simpatía de sus compañeras mediante un sacrificio, minús­
culo ante nuestros ojos de “mayorones”, pero significativo entre peque-
ñajos, pues se achacaba las culpas ajenas tomando su castigo:
—En el colegio pedía perdón por las niñas y les sacaba del cuarto de las
ratas; me querían todas.
Avispada, a fe mía, Lolina conoce lo que trae entre manos: El Niño
Jesús, de pintada escayola, regalado por su padre y objeto inmediato de
sus confidencias, le vale por un “facsímil” del Jesús de verdad, auténtico,
presente en la Eucaristía. Lolina, desde su primera comunión, vive pen­
diente del sagrario:
—No le tenía vergüenza y hacía todas las pillerías que podía. Mientras
comían las Hermanas, sin que me vieran, iba a la capilla, jCuánto me
gustaba, Nene mío, estar allí quietecita contigo! Pronto tenía que dejar­
le solito para que nadie se enterase.
Y menos mal que frenó alguna de sus iniciativas:
— Nunca vi la llave del sagrario puesta; si no, te abría para que te esca­
pases; ¡con lo que me gustaban a mí las casas grandes, para correr y jugar
de noche a l escondite con Susita y Ma Teresa!
Se pregunta cómo Jesús deja que le tengamos “encerrado”:
—El amor a las almas te hace chochear... Por eso nunca te escapas
aunque te dejen abierto; en la tierra tu cieliño es el Sagrario.
Recuerdo de pequeño: los niños varones sentíamos desprecio hacia los
mimos expresados por las niñas a sus muñecos. Pienso ahora que difícil­
mente alguna niña dedicó tanto cariño a una muñeca adorable, como
Lolina puso en su Niño Jesús, para quien inventó el piropo Encantiño:
—Muy bien nos entendíamos sin tenernos nadita de vergüenza...
Tan de veras nos queríamos los dos que deseábamos saber nuestros
gustos, para mutuamente complacernos... Nunca me puso la cara fea
¡eso que soy tan m alona...! Cuanto más crecía peor era, pero más,
muchiño más, le quería.
En el colegio, según costumbre, existía un confesor, aquí el jesuita
padre Gastón:
—Era bueniño y le quería mucho; con él hice la primera confesión gene­
ral (paréceme no dejé sin confesar ni un pedacito de pecado) y salí del con­
fesonario más contenta que un enquiño; me dijo que nunca había come­
tido un pecado mortal. No sabía cómo era, debe de ser cosa negrísima...
Un día en la iglesia le impresionó a Lolina oír de su madre esta súplica:
-Jesús, antes que mis niñas pequen, llévales al cielo en un mismo día.
D ía s y n o c h e s , repartían las niñas Dávila su jornada entre el cole­
gio y su casa. María Teresa nos ha recordado que, camino de Lavadores,
a Lolina le gustaba entrar, sola o con sus amigas, en la iglesia parroquial
de Santiago para rezar ante el sagrario. Lolina confesó que “además” de
visitar a su Jesús, le pedía ayuda:
—Como era tan borriquita, iba a l Jesusiño Hostia de la Colegiata a
que me enseñase las lecciones; hacíalo tan bien que todo lo aprendía ense­
guida, hasta el solfeo. Siendo la más zoquete, adelantaba a las listas.
Adivino que fueron estos años, a partir de la dramática boda in arti­
culo mortis de 1904, la etapa más dichosa en la biografía de don Ángel
Dávila: paz con Dios, amor a su mujer, cariños de las hijas. Por aquellas
fechas ya en Vigo apretaba la espiral de conflictos laborales. Pero los esca­
sos documentos disponibles indican que Lavadores “todavía” mantenía
paz social, gracias al pleno empleo proporcionado por las factorías de la
ría y los campos familiares.
SERÁ MONJA? SERÁ MONJA
L a v a d o r e s , Vigo. 19 10-1915
Y QUÉ va a ocurrir...
Ocurrió.
Qué ocurrirá, ésta es la pregunta, si ahora esta niña pasa de los diez a
los quince años, a los dieciocho, y se niega a crecer.
Ocurrió, resuelve no salir de niña.
Su cuerpo crecía, la veremos a los veinte años hecha mujer esbelta,
atractiva.
Avanza también el cultivo de su inteligencia: abandonado el colegio
se inscribe —la inscribe don Ángel, naturalmente- en la escuela de Artes
y Oficios, donde ejercita el dibujo, la música, confección, las enseñanzas
entonces propias de solo muchachas privilegiadas, ella lo fue, hija de un
señor secretario municipal adinerado.
De los diez a los dieciocho años -fecha clave por la muerte de su
padre- Lolina Dávila consigue mantener intacta su vida personal pro­
funda.
Inserta en familia y frecuentando con absoluta normalidad idas y
venidas del pueblo a Vigo, joven corriente entre sus compañeras, Lolina
respira un oxígeno peculiar que la mantinene reservada, profunda.
Desconocida.
Los demás la ven atractiva, divertida. Infantil, ingenua. Solo infantil.
Su padre, don Ángel, ha comprendido que “su niña’ lleva en sí misma un
misterio, un reto. Desde la primera comunión.
En vacaciones, las niñas Dávila lo pasan en grande. Cruzan la ría,
campan por el extremo occidental de la península de Morrazo, corretean
desde Hío a las ensenadas de la costa..., y escuchan de su padre relatos
de marinos y piratas, viejas historias, asaltos de vikingos y de Drake, el
tesoro de las Indias hundido en aguas de Rande para evitar que nos lo
rapiñaran ingleses y holandeses, las niñas le oían embobadas. Sin contar
fiestas y romerías, procesiones, comidas al aire libre. El verano les sabía a
gloria. Qué pena, tener que regresar a Lavadores. A la vuelta, ¿pasarían
por Candeán? Seguro, entrarían al pueblo matriz de los Dávila. Vivirían,
todavía en buena edad, los abuelos. Conocida la boda de don Ángel con
María, supongo que la relación familiar recobró su normalidad. De he­
cho, consta que Lolina mantuvo contactos cariñosos con “primas suyas
de Candeán” , y que admiraba “a su tío el jesuíta” , misionero en tierras
lejanas de México.

L a ADOLESCENCIA de Lolina plantea un ramo apretado de proble­


mas psicológicos y religiosos.
“Se niega a crecer”, por dentro, mientras por fuera eleva su estatura
física y desarrolla sus formas femeninas. Los testimonios de quienes la
tratan, permiten imaginarla como una “niña de cristal”, transparente.
¿Sin secretos? Ca, he aquí el primer desconcierto: sus confidencias de
mayor describen una cápsula humana infantil invadida por la Presencia
misteriosa. Misterio que ella acepta con normalidad absoluta, “se ha com­
penetrado con Cristo”, ¿a esa edad?:
-No me gusta: ‘‘ser amiga de Jesús’*. Yo soy Jesús. Pensar como Jesús
pensaba, querer como Jesús quería... Nosotros no somos nadie. Ya mori­
mos; conocer a Jesús es un loquear, un chochear, es un morir sin morir.
Mantiene con esa Presencia un diálogo permanente, juegos de niña:
-Nunca he negado nada a Jesús, aunque a veces reñimos, y si, le digo
todo... Nunca he sabido amañarme con nadie; con papá paseaba por las
calles, yo le hacía de bastón y le hablaba, le hablaba todo y él me escu­
chaba.
¿Sí.KÁ MONJA? S( f<A MONJA

Estas confidencias, sin recovecos, abiertas, para con su padre, tuvieron


que causarle a don Ángel, antes atormentado con el problema matrimonial
a cuestas, una dicha impagable; Lolina le introducía en los “juegos” suyos:
-Cuando salía del colegio, le decía a Jesús: ¿Me quieres Jesús? Pues haz
que encuentre a papá por la calle, y le encontraba. Y le pedía un beso y
p ap á me lo daba; nos queríamos mucho los dos.
“¿Los dos?” Los tres, ella, él, y Jesucristo. Páginas atrás he lamentado
que don Ángel Dávila, secretario municipal de Lavadores, no dejara un
“diario político” relatando las convulsiones de Vigo y comarca en aque­
llos afios de transición para el área Lavadores desde la sociedad rural a Ja
sociedad industrial. Pues aquí lamento ahora que don Ángel Dávila,
padre de la criatura Lolina, no haya recogido puntualmente las confi­
dencias de su niña en un diario personal íntimo.
En el cual sin duda nos contaría si a solas él lloraba lágrimas de agra­
decimiento; y de consuelo.
Problemas que plantea esta chiquilla, rodos los que ustedes quieran.
Una amistad superior, con Cristo, le tiene agarrada, sin que ella se
permita un fallo:
—Desde que nos conocimos, siempre nos hemos querido.
Anciana, certificará:
—Siempre he hecho lo que Él ha querido, he vivido muerta en Él o Él
en mí, no lo sé.
¿Problemas? Esta criaja nos da de bofetadas a los "mayorones”, a nues­
tros test, nuestros psicoanálisis, nuestros recelos teológicos; se muere de ^
risa.
Luego, cuando de adolescente la veamos transitar a joven, pregunta­
remos por su capacidad de enamoramiento, su despertar sexual, su ero­
tismo, su ternura... Ella, a lo suyo: se muere de risa.
Ha renunciado a crecer, caray con la niña.
El problema definitivo: si Lolina Dávila ha sido arrebatada a un plano
místico.
D o n Á n g e l presume de hijas, le encanta lucirlas de paseo por
Lavadores y por Vigo.
Las hijas presumen de padre.
Entre ellas y él ha nacido una dependencia estrecha, llamativa. Lolina
recordará toda su vida los mimos de su padre, las caricias, aquella dicha
de caminar cogida de su mano:
—Casi siempre íbamos juntos por la calle, y rezábamos juntos.
Algún transeúnte les oía recitar plegarias, noticia pronto divulgada
por el pueblo: ganó para don Ángel apodo de “místico”. Hija y padre fue­
ron auténticos amigos. De modo que Lolina, en contraste con su tempe­
ramento juguetón y sonriente, procuraba aislarse de compañeras de cole­
gio: repartía sus ternuras entre diálogos íntimos con Jesús y charlas inge­
nuas con don Ángel. Llega a confesar “que no quiso amiguitas”. Disfrutaba
plenamente con sus propios tesoros, incomunicables.
Dávila era consciente de que la enseñanza de las niñas en su colegio se
ajustaba a límites demasiado estrechos. Aprovechó los paseos y las vaca­
ciones para proporcionarles un complemento cultural que a ellas les resul­
taba apetitoso, al parecer los cursos de seminario habían dejado en el secre­
tario municipal hábitos de excelente pedagogo. Se atrevió, incluso, a una
hazaña: largas horas de paz casera las emplearon en el manejo de las decli­
naciones, las conjugaciones, la lectura y traducción ¡del latín! En aquella
época, tiene salero, unas jovenallas del suburbio de Vigo aprendiendo
latín. Él y ellas tomaron el intento en serio, pues María Teresa recuerda
hoy aquellas tardes entregadas al ejercicio de la lengua de Cicerón, y
Lolina veremos cómo aprovechó luego este conocimiento. El resultado
final, hasta qué nivel de la lengua clásica alcanzaron, no sabemos.
Sí sabemos cómo al pasar ante una iglesia de Vigo, allá que entraban,
y frente al sagrario Lolina jugueteaba con su amigo Jesús:
—No dejaba de asomarme a la puerta, hacerle un mimo con la cabe­
za y darle besitos por el aire.
Le daba “penilla” verlo “encerrado” en “esa casa tan pequeña”.
De visita pastoral a la parroquia Santa Cristina de Lavadores, el obis­
po Méndez Conde confirmó las niñas Dávila: querría yo haber visto la
cara de satisfacción de don Ángel, tan feliz esta vez acompañando la cere­
monia sin los tapujos de aquellos bautizos secretos...
No falla, he rebuscado los papeles hasta dar con el dato: niños y niñas
de familia tan pía en años anteriores a la invasión de la tele, jugaban a
sacerdotes. Inevitable, hallo esta frase de Lolina:
—Cuando todo estaba tranquilo, bajábamos a decir Misa, yo era el cura...
Lolina cumple sus quince/dieciseis años respirando este aire peculiar,
compuesto de ingenuidad y sabiduría. Conectada en sintonía perfecta
con su padre, ambos hacen falsa la opinión del inmortal : “Aunque los
caminos de los niños se entrecruzan con los de los mayores en cien luga­
res cada día, no van nunca en la misma dirección y ni siquiera descansan
en los mismos fundamentos”. Que Robert Louis Stevenson perdone: en
Lavadores principio de siglo una niña y su padre funcionaron en la
misma dirección.

L o l i n a CUMPLE años...; indudablemente crece también en sabidu­


ría. Sus recuerdos aparecen libres de complicaciones psicológicas.
Sensible, infantil, con su idioma aniñado; pero no es idiota, qué va.
“Cazada” por la Presencia del misterio, empapada en experiencias místi­
cas, ha trasladado la afectividad desde su Niño Jesús de escayola al Cristo
del sagrario y al Cristo de los hombres: ella identifica la imagen del
“Pequeñín” , que balancea en sus brazos, con la gran realidad cristiana de
nuestra historia de salvación. Todo es lo mismo, todos somos lo mismo,
Lolina “nos ve” al contemplar su Niño; y mirándonos a cualquiera “ve a
Jesús” , nos hace Uno, aunque respiremos “aires distintos”.
Pues amigo lector, me cuidaré de no convertir esta página en un ensa­
yo de teología de la historia: pero ciertamente, la “verdad cristiana” va
encerrada en esa identificación Creador/criatura, Redentor/redimidos,
Jesús/bautizados, experimentada por la niña de Vigo... Identificación
que nos sitúa al filo de un “panteísmo peculiar” ... Dejémoslo así.
Permítanme una confidencia. Desde que conozco la historia de Lolina
con su Niño en brazos dedico miradas de complicidad y de complacen-
cía a la inmensa iconografía de imágenes deliciosas de Niños Jesús repar­
tidos por museos, iglesias, monasterios. Piezas artísticas de inapreciable
valor. El Niño de Lolina, probablemente confeccionado en Olot, careció
de calidad artística. Pero fue el mismo: como si lo hubiera tallado Martínez
Montañés. Y ella lo amó tanto.

A n t e s q u e Lolina cumpla dieciseis años, debo anotar alguna de sus


características anécdotas familiares. Siempre, claro, con sabor infantil.
Hacía trampas. Cuando ya funcionó el tranvía Vigo-Cabral atrave­
sando Lavadores, la niña esquivaba al cobrador, tan satisfecha:
—Si a m í no se acercaban, no pagaba.
Don Ángel cuidó enseñarle la práctica de pequeños sacrificios,
renuncias que andando el tiempo cobrarán en su biografía calidades dra­
máticas. Sentados a la mesa, el padre aludía al Niño Jesús amado de
Lolina:
-E sto me gusta mucho, y se lo doy al Pequeñito, ¿tú qué le vas a dar?
La niña:
-Yo callaba, y a l llegar a los postres todo se lo daba.
Consiguió el padre aficionarla a ofertas voluntarias, identificando
“pesetas” con “sacrificios”:
—Un día papá nos trajo huchas del Banco para que echásemos las
pesetas que nos daba. A m í nada bien me parecía que el Nene no la
tuviera también. Deja, yo te haré una hucha más linda que todas...
Para este “juego de las moneditas” , elaboró un curioso catálogo infan­
til:
—No mover laspiernas estando sentada; coger bien los libros; en vez de pas­
mar, estudiar; no escribir la lección en la mano trampeando; a l llamarme
mamá no decirle ya voy, sino ir corriendo; y así miles de cositas parecidas.
Le pedían llegarse a comprar los churros del desayuno, y se hacía la
remolona; su padre preguntaba si dejaría a Jesús sin churros, ella salía dis-

—S i no fueran para ti, no ib a...


Cambiarán las cosas; a pocos años vista, Lolina en vez de “churritos”
ofrecerá “bombones de papel negro”, sacrificios bien costosos. El diálogo
con Jesús continuará idéntico, infantil.

Y a POR estas fechas, don Ángel Dávila cesa en su cargo de secretario


municipal. Dedica la jornada íntegra al cuidado económico de su patri­
monio, ignoramos cómo de extensas fueron las fincas de su propiedad
recibida la herencia paterna.
Y por supuesto, está pendiente día y noche de sus niñas.

Los primeros años del siglo XXproporcionan a Vigo, además del estirón
industrial, oportunidades políticas para acrecentar la fama del puerto: una
entrevista del rey de España con el emperador alemán; una escaramuza de
cañoneros rusos contra pesqueros británicos, confundidos con torpederosjapo­
neses; la imparable espiral de movimientos obreristas, respaldados por la ley
de huelga promulgada en abril de 1909.
Galicia rural cambia lentamente. Todavía las campesinas temen a bs hechi­
ceros. Al teniente alcalde de La Cañiza han estado a punto de lincharlo, porque
salió a pasearpor los montes con antiparras verdesy ¡o confundieron con "ó home
que sacos untos as mulleres”. Sin embargo, ¡os territorios vecinos a Vigo reciben
de la ciudad influencia decisiva. Pablo Iglesias ha conseguido acta de diputado.
Canalejas abre la batalla de la enseñanza laica con su célebre ley del candado. El
vecino Portugal instaura régimen republicano, derrocado el rey Manuel II.
Sucesivas convocatorias electorales denuncian en España una aproximación cre­
ciente a la República. La guerra mundial de 1914favorece un avance rápido del
agrarismo gallego y radicaliza ¡as posiciones campesinas, enfrentadas al caciquis­
moy alpeso clerical de lasparroquias rurales. Nofalta quien sepregunte si la cola
del cometa Halley habrá dejado a su paso un reguero de amenazas cósmicas...

L o l i n a D á v i l a , quince/dieciseis años, entra en su etapa juvenil. Ya


no es una nifia, pero sigue siendo niña. Se niega a crecer...
¿Será monja?
Pocos años atrás, Honoré de Balzac ha escrito comentando los am o­
res de provincia: “En la pura y monótona vida de las jóvenes, llega un
momento delicioso en que el sol derrama sus rayos en el alma, en que la
ñor les expresa pensamientos, en que las palpitaciones del corazón com u ­
nican ai cerebro su cálida fecundidad y funden las ideas en un vago
deseo...” Si la luz es el primer amor de Ja vida, se pregunta don
Honorato, “¿no es acaso el am or Ja luz del corazón?”
Ciertam ente. Lolina, en sus quince/dieciseis años, tiene su corazón
rebosante de amor. Por lo m ism o, inundado de luz.
¿Ve claro su cam ino?
Lo ve.
¿Será m onja ?
Será m onja.
¿Cuándo ?
Lolina y su padre han formalizado un pacto.
PACTO DE CONVE NTO
L a v a do r e s , Vigo. 1916-1918
Vigo y su bahía, un paisaje de atractivos contrastes.
A SUS diecisiete años, Lolina Dávila “podría aspirar a un matrimo­
nio brillante”, atestigua su hermana María Teresa, que por entonces
admiraba como hermanilla menor la esbeltez de Lolina;
—Mi hermana era guapa, alta, tenía buena presencia y simpatía.
Escasos datos, si bien expresivos, respigo en los documentos: “alta y
fuerte, ojos vivos, color sonrosado, piel fina como un niño, agraciada”.
Epítetos aplicables al noventa por ciento de las jóvenes quinceañeras,
sobre todo ahora, en nuestros días, cuando explica mi amigo periodista:
—Fíjate que a los once años las chiquillas hoy todas parecen princesas.
El tipo de Lolina ofreció cierta peculiaridad: su bonita nariz. Anoto el
dato, porque cuando la lepra asalte tan gentil organismo, le devorará la
nariz.
No adelantemos acontecimientos, nos toca relatar la juventud dicho­
sa de Lolina, esta niña que deja pasar años y años negándose a crecer. El
elogio a su bonita nariz, viene refrendado por una prueba curiosa cuan­
do los cursos de Artes y Oficios:
—En la clase de dibujo, Lolina servía de modelo al profesor.
Lástima que no pudiéramos avisarle a tiempo: si a don Ángel le die­
ran entonces la noticia del interés que hoy tendríamos por la imagen de
su Lolina de su alma, seguro se las hubiera ingeniado para recopilar un
álbum de fotos.
Solo dos nos quedan, sugestivas, vive Dios, una de perfil, otra de fren­
te. Ambas con el mismo vestido, y tocado idéntico. Vestido amplio, ele­
gante, muy de la época, una botonadura graciosa, coqueta, descendiente
del cuello por un brazo; el pelo recogido hacia atrás, alisado, remata sobre
la espalda en una coleta bien trenzada y su lazo. Las dos fotos sostienen
sobre las manos de Lolina el Niño Jesús, graciosillo, vestido y calzado, la
joven lo mira embebida, pero noto su sonrisa, aunque inmensamente
amorosa, algo triste, no sé si apenada por qué.

MIENTRAS LA gran guerra del catorce asóla Europa, las mujeres del
mundo avanzan sus reivindicacionesfeministas. Quizá están descubriendo la
urgencia de quitar a los varones la exclusiva de las decisiones públicas, pues
si ellas participaran en el gobierno de las naciones jamás enviarían sus hijos
mozos a matarse absurdamente sobre campos de batalla. Desde principios de
siglo han comenzado a brillar en el escenario féminas tan valiosas como
madame Curie, la científica de difícil apellido polaco, Sklodowska, quien
codo a codo de su marido descubrió el radium y ha compartido el Nobel de
Química. Sin embargo, a las mujeres les quedan largas caminatas de ins­
trucción antes de acceder al niveljusto de presencia histórica. De momento
han de resignarse a conquistar paso a paso el derecho de voto y celebran con
alegría ciertas cumbres significativas: Miss Temple Orm, primera inglesa doc­
tora en derecho; señora Steinberg, ginecóloga de la universidad de Budapest;
miss Busick, directora yanqui del Wabash national Bank. . . A l a mayoría las
entretiene simplemente el teatro, los bailes y la moda, consolándose con los
triunfos de Isadora Duncan, Eleonora Duse, Sarah Bernhardt, o subleván­
dose contra la imposición parisina de faldas estrechas. Han aparecido jóvenes
decididas, con reconocimiento legalpara ejercer de telefonistas, de peluqueras,
las hay luchando valientemente a favor del sufragio universal, dirigidas por
Emmeline Pankhurst, a quien la policía británica encarceló, también a su
hija Christabel. Ramiro de Maeztu se pregunta estupefacto “si no estamos en
vísperas del advenimiento de las mujeres a la vida política activa”, y deslaca
que de ocurrir “nos encontraríamos quizá en el suceso de infinitamente más
alcance y trascendencia de todas las historias”.
Sin quizá, excelente profeta don Ramiro. Queda largo camino. Los perió­
dicos de aquellos años denuncian tratas de blancas, pariguales a nuestros días.
Apenas han cambiado esos falaces anuncios prometedores de un futuro feliz:
"se buscan institutrices”, “precisamosjóvenes bonitas y bien hechas para repre­
sentar cuadros vivos en teatros extranjeros”, “alegres como pájaros". Entonces
y ahora. .. París, Londres, Madrid, presenciaron alborotos en las calles al apa­
recer damas ataviadas con la moda femenina de la “falda pantalón”, copia­
da de vestimentas turcas: Mariano de Cavia sugería en El Im parcial que los
varones contraatacaran adoptando la falda escocesa.

España decide mantenerse neutral en la guerra europea, a pesar de las


encendidas proclamas belicosas de Romanones y Lerroux. El papa Pío X
ha muerto, vencido por el dolor de “tantos jóvenes matándose’ . Le ha
sucedido Benedicto XV, quien consume sus fuerzas consolando familias
destrozadas. Antes de la paz, los bolcheviques asaltan “el palacio de
invierno” y abren una etapa política y social resonante por todo el plañe-
ta. Cuando llega la paz, dejando tras sí un reguero de diez millones de
cadáveres, España ha caído en la trampa del hambre y en el terror de la
gripe, virus, quién lo dijera, que en solo el año 1918 se lleva por delante
ciento cuarenta mil españoles. Nuestros políticos avanzan -¿avanzan?—en
zigzag, cuatro gobiernos en doce meses. Con una novedad: a las preten­
siones nacionalistas de vascos y catalanes, se suman Galicia y Andalucía.
La Asamblea de “Irmandades de fala” ha sentado en Lugo las bases del
nacionalismo gallego; el congreso andalucista de Ronda elige bandera,
himno y escudo andaluz.
Pero las mujeres van a su aire. Damas aristocráticas introducen la
moda del hockey, mientras las jóvenes se divierten con la llegada del jazz,
importado a Europa por las tropas yankis. El matador Belmonte y el
novillero Pacorro alborotan con su boda las revistas gráficas. Ortega y
Gasset lanza un periódico, El Sol, preñado de propósitos regeneracionis-
tas. A Mata Hari la fusilaron los franceses...
... Y a Lolina Dávila se le muere su padre: Don Ángel fallece, de infar­
to, agosto de 1918.
H i j a y p a d r e tenían formalizado un pacto.
Hecha mujer, en los diecinueve años, Lolina sigue agarrada a su ilu­
sión infantil: quiere ser monja, ingresará en un convento. Su trayectoria
de adolescente a joven no presenta la más mínima vacilación en este pro
pósito suyo: será monja. Decisión inquebrantable.
Que don Ángel había sembrado en su niña los gérmenes de tal voca
ción, no cabe duda. También aparece nítido que él mantuvo encendido
este deseo de la hija, según ella crecía.
Pero Lolina sabe perfectamente lo que quiere.
Ella, despierta, con aire comunicativo, agraciada, simpática, ni es
estúpida ni se deja influir por personas que no le interesan.
Tampoco estuvo encerrada en urna de cristal, va y viene con su pan­
dilla de Lavadores a Vigo, recorre las calles de la capital, pasa del colegio
a la escuela de Artes y Oficios, convive con estudiantes de su edad y “sirve
de modelo” al profesor de dibujo.
En aquellos tiempos los cronistas gallegos recogieron lances de jóve­
nes mojigatas, si auténticos amén de pintorescos averigüelo Vargas. Por
ejemplo, Luis Taboada bromeaba con este relato:
-E l pudor de las señoritas de Vigo llega hasta un punto inverosímil.
Cuéntase de una joven que, al bañarse debajo del toldo, notó con espanto la
presencia de un chico de la localidad que le observaba por un agujero. “Dios
mío!” -exclamó la joven ocultando los brazos debajo del agua—; “¡Estoy per­
dida!”. “No se asuste usted; soy yo, Pepito Chumponeta”, dijo el curioso.
El humorista Taboada cerró así el relato:
-Al día siguiente la joven ingresaba en un convento, no sin anres
haber dicho a los autores de su existencia: “Yo no puedo sobrevivir a
tanto infortunio; una de dos: o el convento o el suicidio rápido” .
Sonreímos. Pero a ver quién se cree semejante fábula.

N o s QUEDAN dos interrogantes sin respuesta: Por qué don Ángel


“eligió” para Lolina la ruta del convento; y cómo se afianzó en la joven
este deseo infantil propiciado por su padre.
A la primera pregunta, respondo quién sabe. Sugerí atrás si de algún
modo pretendía Dávila “suplir” su abandono del seminario "entregando
a Dios” una de sus hijas; o quizá buscó una compensación “familiar” a los
años de amancebamiento. Quién sabe. De las niñas, eligió a Lolina.
Cómo Lolina se apegó a esa vocación, segundo interrogante. En otros
casos, vale la pena indagar. Acerca de Lolina veo una explicación lógica,
dado el estado habitual de “invasión mística” que experimenta desde su
primera comunión: ¿Qué podía ella hacer, si vivió “invadida”, en diálogo
amoroso permanente con “su Jesús”, empapada de resonancias íntimas?
¿Y qué puedo yo hacer, si vivió “invadida”, en diálogo amoroso per­
manente con “su Jesús”, empapada de resonancias íntimas?
¿Y qué puedo yo hacer, biógrafo suyo, más que contar las cosas como
ocurrieron? A mí me agradaría, desde luego, estudiar paso a paso la evo­
lución psicológica de esta niña hasta la entrada al convento; indagar sus
conatos sentimentales; averiguar en su adolescencia las primeras pulsa­
ciones del sexo. Fue chica reservada, ciertamente, dejó entrever apenas su
intimidad a otras personas, fuera de su confesor el jesuíta Gastón y de su
padre adorado:
—Las ganas que tenía de ser monja cada vez crecían más... Yo no me
movía, ni decía a nadie nada, solo a mi Encantiño (Jesús) lo mareaba
con tanto repetirle: a los veinte años al cielo o al convento, fijate bien.
A ver cómo se las compone un psicoanalista con semejante muchacha.
Acaso dirá que ha cosido la personalidad propia a su padre, quien la tras-
lada hasta otro Padre “más perfecto, ideal y todopoderoso”, un Padre
Dios, el Jesús amado, al cual hace objeto único de su entrega para toda la
vida...
Explicación freudiana, de acuerdo. ¿Convincente? Al menos justifica­
ría la ausencia del más mínimo rastro de experiencias sexuales, comparti­
das o solitarias, en la juventud de esta chica: sublimó las tendencias.
Acaban de preguntar a una joven televisiva:
-¿Q ué es el sexo sin amor?
Responde, contundente:
-Algo que una vez pasado deja poso amargo.
L o lin a se libró de torm en tos am o ro so s y de gozos o am argu ras del
sexo. C ó m o a los veinte añ os es así, ustedes me dirán.

N o ta d e vidas paralelas.
V einte añ os atrás, a las siete de la tarde del jueves 3 0 de septiem bre de
1 8 9 7 , ha m uerto en el Carmelo de Lisieux la joven m o n ja de veinticuatro
años Teresa del N iñ o Jesús.
O tra “chica invadida” : dio hilo que torcer a los psicoanalistas.

H ija y p a d re tenían form alizado un pacto: Lolina m archará al con­


vento cuando muera don Ángel. Ella quiso evitarle a él la pena de su
separación, así rezaba “exigiendo” a Jesús hacerla m onja:
-Pero antes lleva a papasiño a tu lado p ara que no sufra.
Explicará más tarde:
—Nos queríam os demasiado, casi siempre íbamos ju n tos p or la calle.
A ocho de agosto de 1918, murió Ángel Dávila.
Rondaría los sesenta años, calculo.
Lolina:
—Jesús se llevó a papasiño a l cielo; aqu í abajo siempre quería tenerme
consigo, pero en la gloria no, no me llevó.
Ella conocía de sobra su futuro personal: cumplirá el pacto, mar­
chando al convento.
Será m on ja...

M is a m i g o s de Vigo, impagables:
-Vente, prepararemos para ti una mariscada.
Ya conozco sus bromas gastronómicas, me tienen contada la respues­
ta del gallego a quien preguntaron en Madrid cuál de las aves se comería
más a gusto, y respondió:
/ —Si os porcos volaran...
Antes de la mariscada disfruto por Vigo avenidas alegres de camelias
blancas, rojas, plazas con limoneros y naranjos, rincones de orquídeas
secretas.
La verdad, estoy aquí cazado por el misterio de una joven que ochen­
ta años hace salió de Vigo a encerrarse en un monasterio leonés de clau­
sura.
Era un caso, ella.
Loüna, se llamó.
^°lina Dávila. ¡

P*cÜT¡én muert° « P^re ella * * * conven'°: había fofm “ ° “


UN JESUITA EN APUROS
Vigo. 1918-1919
T e ÓDULO PELÁEZ, jesuita clásico, fervoroso, inteligente. Nacido de
“buena familia”, quiero decir, al estilo de los tiempos, “acomodada , en
Palencia capital, año 1881. Fueron cinco hermanos Peláez, dos hembras
y tres varones. Los jesuitas lo pescaron cuando el niño cursaba el bachi­
llerato en el célebre colegio de Valladolid. Recorrió un circuito habitual
de los estudiantes ignacianos de Castilla-León: Carrión de los Condes,
Burgos, O ña, maestrillo - le tocó G ijón-; teología en O ña, allí le orde­
naron sacerdote, año 1912. Lo destinaron profesor al colegio de La
Guardia, luego al de Vigo. Cum plía treinta y cuatro años. Dem ostró tan
buena m ano guiando gente joven, que los superiores lo liberaron del pro­
fesorado destinándolo a fortalecer las congregaciones marianas juveniles
con m últiples actividades piadosas y devocionales.
Justo entonces le conoció Lolina Dávila.
N uestra m uchacha había quedado simultáneamente huérfana de
padre natural, por m uerte de don Ángel; y de padre espiritual, por tras­
lado de su confesor el jesuita Gastón: quien sin duda la encaminó al
padre Teódulo Peláez.
Corría el otoño de 1918.
Buena le cayó, al jesuita.
Lolina Dávila, a sus diecinueve años vale “por d en tro ’ un imperio,
nostros ya lo sabemos,
“Por fuera”, en cam bio, desconcierta.
Esbelta y atractiva, suele andar aislada de sus compañeras, siempre le
han visto pegada a su padre. Si Gastón dio antecedentes a Peláez, le con­
taría el carácter infantil de la joven, su propósito de no hacerse “m ayoro
na” , y la vocación de m onja. Sobre todo, la espiritualidad to talizan te di
Lolina, “ invadida” m isteriosam ente por la presencia am orosa de D ios.
E n resum en, u n a joya. Pero ¿qué orfebre po d ría trabajarla, si ella vive
ab so rta en “su Jesús”?

“ M i h erm a n a -d ic e M aría T eresa- nunca tuvo novio”. P orque no le


dio la gana: M aría Teresa nos advirtió antes las cualidades de Lolina, p er­
sonales y fam iliares, para ofrecerse com o “excelente p artid o ”. D e los esca­
sos, escasísimos, testim onios referidos a su ju ventud, resalta cóm o la q u e­
rían “d en tro y fuera de la familia”: “Veían en ella b o n d ad , sacrificio,
esm ero a favor de los necesitados”. Pues cierta am iga suya, tajante:
- L a vocación fue m uy fuerte; produjo en casa tristeza grande y tam ­
bién lágrim as.
A parte los inform es de G astón a Peláez, Lolina contó que “u n a chica
de casa m e llevó al padre Peláez, jesuita”; ella sentía recelo:
—Yo no quería más padriños.
Avispada, Lolina com prende cóm o resultará trabajoso “co n tar sus
proyectos” a un “desconocido”.
Se llevó u n a sorpresa; el padre Peláez escuchó interesado:
—Te llevaré a ser m onja donde quieras.
Ella - “m e encantó”—im petuosa:
—Donde no vea la calle n i por un agujero.
Peláez se tom ó tiem po. La em pujó a visitar conventos y colegios de
vida activa. Lolina, terca con su “m onja de clausura”.

P r im e r o d e todo, el jesuita quiso conocer la opinión de la madre, a


quien Lolina, m ientras vivió don Ángel, había m antenido al margen de
su pacto secreto. Y de sus asuntos íntim os. N unca M aría Sestelo, cons-
cíente de su desnivel con el marido, pretendió inm iscuirse en la relación
' de la hija y el marido.
Sus hijas amaban a la madre, lo dejaron dicho. La querían. Pero el
padre les configuraba el m undo.
Ahora Lolina, m uerto don Ángel, no dará el paso sin la bendición de
su madre.
H a de cum plir el p acto ...:
—E l tiempo pasaba, mis deseos eran inmensos, estaba hambrienta de
verme a solas con m i Encantiño para quererle a mi gusto.
Decidió avanzar:
—Fui a mamá un día en el jardín, y le dije: “Si quisiera ser monja,
¿me dejabas?”
El asom bro de M aría Sestelo denuncia cómo don Ángel y Lolina
habían conseguido proteger sus secretos.
La madre, sin pesar la petición:
-V ete a enredar, ¿quién te mete a ti en eso?
Insiste Lolina:
—Anda m am asiña, dímelo y me voy: ¿me dejabas?
M aría debió de com prender que aquella idea iba más allá de los
juegos in fan tiles de su hija. Lolina, rerca y al mismo tiem po m in u ­
ciosa:
—D im e un sí, y te quiero.
M aría, ¿seria? ¿sonriente?:
-S i Dios te llama, aunque me cueste mucho, sí, te dejaré.
Lolina vio el cielo abierto, “no quise saber más”.

PELÁEZ SÍ quiso saber más. Recibida la noticia, buena noticia, de la


conform idad m aternal, pidió un encuentro a María Sestelo. Qué silueta
de su hija Lolina trazó María en aquella conversación jesuítica, me gus­
taría saber; pena, nadie adivinó entonces, ni don Ángel, ni María, ni el
mismo jesuita, cuánto nos importarían hoy sus recuerdos...
Lolina jugó bien la baza; conforme su madre, ¿qué inconvenientes
podría oponerle el padre Peláez?
—Se lo dije, a l padre Peláez, quien me engañaba con tanta disculpa. .,
P ru d e n te , el jesuita. N o era p ap eleta para resolver a h u m o de pajas.
E n aquellos tiem p o s la figura del llam ado “d ire c to r e sp iritu a l” ejercía
in flu en c ia decisiva sobre resoluciones de este tipo: n u n c a llam aría L olina
a las p u ertas de u n co n v en to sin el visto b u en o , en este caso, del padre
Peláez; si llam ara, las m onjas la rechazarían.
Peláez sopesó c o n c ie n z u d a m e n te pros y contras.
A favor del consejo positivo —“vete al co n v en to ”— hallaba razones c o n ­
vincentes: la perseverancia de la joven en el p ro p ó sito m o n jil d esde su
p rim e ra c o m u n ió n h asta los diecinueve años; el c o n se n tim ie n to de don
Á ngel D ávila, digam os m ejor, el estím ulo del padre y am igo d e Lolina;
ya incluso la m ad re v iu d a ap o rtab a su beneplácito; esa fragancia de cu er­
po y alm a, visible con solo escuchar a la joven, satisfacción in d u d a b le de
las m onjas a cuyo m onasterio llam ara; el intenso ejercicio de o ració n c o n ­
tem p lativ a, m anifiesto en los diálogos de L olina con su Jesús N iñ o ; la
b u en a preparación de la candidata, d o tad a de cualidades para d ib u jar y
colorear figuras, experta en costura y corte, algo —poco—aco stu m b rad a a
la m úsica, al solfeo, al p ia n o ...
A ñ ad ien d o un m atiz, llam ativo a ojos del jesuita, inesperada cualidad:
Lolina sabe latín, lee, tra d u c e ... Ignoram os cu án to em p eñ o había pues­
to don Ángel en la instrucción latina, pero varios años de ejercicio ha­
bían capacitado su discípula para com prender salm os y lecturas del
“O ficio divino”, texto latino recitado por las m onjas de clausura. Seguro
que Peláez n u n ca había tropezado u n a candidata m onjil con sem ejante
ventaja: El “O ficio”; y la Misa, toda en latín.
Parece intrascendente, pero fue lástim a sujetar las religiosas al rezo del
breviario latino, siglos y siglos, hasta la introducción de la lengua verná­
cula después del C oncilio últim o. Las religiosas; y algunos seglares, que
devotam ente deseaban participar en la oración litúrgica de la Iglesia reci­
tando páginas del Oficio: todo en latín.
D e seminarista, oí una noche en la adoración n o ctu rn a cóm o cierto
“adorador” cam biaba un participio: donde el libro ponía “Spíritu Sancto
cooperante”, leyó con voz sonora “Spíritu Sancto co m an d an te”. Le vi
cara feliz, sin duda le encantaba im aginar al Espíritu S anto con galones
de com andante al frente de la tropa. Sospecho que al Santo Espíritu le
agradó verse “ascendido”, por la buena fe del cristiano devoto.

A FAVOR del consejo negativo - “no sirves para monja, cásate”-


encontraba el jesuita Peláez motivos recios. Especialmente dos, inquie-
tante uno, desconcertante otro.
Inquietante, la terca eficaz decisión de Lolina: permanecer “niña”, no
crecer a “mayorona”. Al principio pensaría Peláez librar a su dirigida de
aquel aire infantil. Sin embargo, tuvo que rendirse a la evidencia: Lolina
“era” niña y “permanecerá” niña. ¿Hasta cuándo? El jesuita comprendió
que toda la vida.
¿Cómo enviar a un monasterio esta joven juguetona, aniñada?
Porque Lolina con diecinueve años corre, salta, juega, se divierte
como si contara todavía diez/once. Quienes la conocían de siempre con­
sideraban gracioso aquel modo de comportarse. Pero ante desconocidos,
o recién conocidos tipo Peláez, resultaba una chica extraña, rara, bien
desarrollada, inteligente, atractiva, que tan fresca practicaba juegos infan­
tiles. En confianza, se entiende: su casa, el paseo por los parques, el
campo; no a la vista de las gentes por la calle. Peláez caviló cuál sería la
reacción de la abadesa monacal cuando su nueva novicia recorriera brin­
cando los tránsitos del m onasterio...:
—M e decía el padriño que hasta que no jugase (dejase de jugar), y
fuese persona form al, no podía ser monja.
Intentó corregir sus impulsos:
—Yo quería complacerle...
En vano:
- . . . y casi no podía.
Sin casi, no pudo.
El padre jesuita se resignó, le echará tiempo al tema. Entretanto, ya
que la joven de niña asistió al colegio de las paulas, le arregla una entre­
vista con la superiora: ¿no le iría bien a Dolores dedicarse a la enseñanza?
Intento fracasado, la joven quiere clausura.
D e s c o n c e r t a n t e , el lenguaje d e Lolina.
Peláez lleva tiem po residiendo en Galicia, valoraría las dulces exprc
siones y cadencias de la lengua gallega.
Sin em bargo, él, nacido en Palencia, traía form ación castellano-leone­
sa, literaria y filosófica, su horm a m ental.
Y Lolina pasaba de la raya, ciertam ente. Su “truco”, por llam arlo de
algún m odo, consistía en aplicar a la finura expresiva del sentim iento
gallego, u n diálogo plagado de dim inutivos: con su Jesusiño, y si a m ano
le venía con to d o el personal del entorno. A m én de inventarse palabras
cuan d o le dio la gana, térm inos que m e suenan inexistentes, au n q u e no
d o m in o el idiom a gallego: probablem ente cinco/seis docenas de tales
vocablos ni existen en lengua gallega ni pertenecen al área indoeuropea,
son exclusivos de Lolina. Sobre ciertos dim inutivos suyos he p reg u n ta­
do a mis am igos periodistas de G alicia si los usarían: m e dicen “ni
locos”.
Exactam ente, algo loca pudo parecer de entrada al jesuita Peláez aque­
lla nueva discípula con sem ejante lenguaje. H abla y escribe castellano,
pero a su aire.
Vean dim inutivos plenos de sabor: “Ay m eu N iñ ito ”, “cielero” (propio
del cielo), “chichi” (ella lo em plea por el castellano “chiche”, juguete),
“E ncantiño” (su Jesús N iño, mi encanto), “filiña” (hijita, esta palabra
gallega hay que inscribirla entre las más hermosas del m u n d o ), “mamasi-
ña”, “papasiño”, “nadina” (ella se considera una nada, “nadina”), “peque-
rrecho/a” (insignificante), “pichuchiño” (mi encanto, m i delicia).
¿Vocablos preciosos, incluso brillantes? A hí van: “T uruleque” (turula­
to, alelado), “grillear” (andar a grillos, gastarse en bobadas: “la vida de un
pobre / es la vida de un grillo,/ de día ham bre / y de noche frío”), “colo”
(regazo), “escachiflada” (deshecha, chafada), “parvera” (corta de alcances),
“chupam ieles”, “friura” (lenguaje corto), “bufa” (está en el diccionario
castellano: burla, bufonada)...
A ndando m uchos años, dos teólogos de postín serán llamados a
redactar un inform e sobre los escritos de sor Ángeles, Lolina Dávila. Se
llevaron una sorpresa pareja a la del jesuita Peláez:
-S ingular y “extraño” se presenta el tema del “lenguaje’, en el que
apenas se nota evolución a lo largo de sus escritos. A primera vista pudie­
ra llevar a pensar en una persona “simple y empalagosa”: El “Pichuchiño”,
las “Personitas” de la Trinidad, etc., parece que rebasan los moldes nor­
males del espíritu femenino, de la condición peculiar gallega y de la
infancia espiritual.
Les cayó mal, justificadamente, la manera expresiva de Lolina:
—N o resulta atrayente, por el abuso de “superdiminutivos”.
Sin embargo, les impresiona el contenido, atisban el rastro de la
Presencia superior:
—Vivió en un m undo distinto al que pudo haber conocido por mera
experiencia h u m a n a ... Su familiaridad con Jesús Niño parece reforzada y
vivificada por un trato y conocimiento directo que incluiría algunas gra­
cias místicas extraordinarias.
Amigos, señores teólogos, ahí está el secreto íntimo de Lolina: “inva­
dida” ...
¿Qué decidirá acerca de Lolina “mujerniña” el padre Peláez, jesuita en
apuros?
13
SE LLAMARÁ SOR ÁNGELES
L a va dor es, Vigo. 1920
D if íc il d e entender esta criatura para los cerebros “mayorones”
que andam os de m icrófono en aula repartiendo, repitiendo, nuestra
imbécil sabiduría, entregando fórmulas de felicidad, cualquiera pensaría
que conocemos el sabor de la dicha, apuntando con el dedo índice cami­
nos más o menos pretenciosos. Luego el anochecer entristecido derriba
castillos de naipes trabajosam ente construidos.
Se me m urió un maestro, por algo Cristo avisó “a nadie llames maes­
tro”. De labios del difunto tengo recogidas a lo largo de años lecciones
“razonables” clarificantes de la existencia: me habló siempre “desde la
razón, al margen de esa fe increíble que a los creyentes os em boba”. Se me
murió, quedé otra vez con los ojos espantados frente a la nada, se me
murió; y de rodillas ante sus despojos mis lágrimas le reprocharon “tú no,
tú no puedes m orirte dejándonos de nuevo perdidos en el laberinto, tú,
con tu ciencia, tu filosofía, tu razón, no tienes derecho a m orirte víctima
de la fatalidad inexorable; si me dejas así, tu cerebro razonable, agnósti­
co, superior, no vale más que un puñado de cenizas, un badil de basura,
¿de qué dem onios me sirve tu ciencia “razonable”?
Lolina enigmática no se ríe de nosotros, es buena chica, a punto de
irse a un monasterio. Podría, si quisiera ella, tomarnos el pelo desde su
barbacana infantil.
He conocido una m ujer capaz de comprenderla, otra niña grande,
niña siempre, ya se fue, Gloria Fuertes, la descomunal poeta que dijo
“aunque parezca m entira, Dios existe”: “Por eso me interesa ser su amiga
y quererle, para entrar en la onda”.
Sin embargo, ya ven, confío que algún día nuestros chicos harán saltar
el círculo atenazante de “sexo, drogas y rock and roll”, amarga marisma
donde chapotean; algún día, confío, nuestros chicos dinamitarán el círcu­
lo maldito, nuestros chicos, nuestras chicas, ¿quiénes, cuántos, cuándo?
Lolina Dávila apunta impertérrita camino del monasterio, apenas
lleva equipaje fuera de su hato de superdiminutivos.
Frente a la estupidez ambiental, Lolina Dávila sonríe inpertérrita; fiel
a su vocación de rebelde absoluta, se ha pasado nuestra sabiduría razona­
ble por el arco del triunfo, si ustedes me permiten decirlo.
Ella, a su convento...

E l JESUITA Peláez comprendió que para la desconcertante vocación


de Lolina, Peláez por timidez siempre dice, y escribe, Dolores Dávila,
solo hallaría una respuesta convincente: el monasterio de clausura.
Dio su brazo a torcer; suscitando el júbilo de la candidata:
—Ya todo lo arregló, solo faltaba viniera una carta con el permiso.
C arta de Palencia.
Entra en escena un personaje decisivo.
Carm en Peláez, una de las dos hermanas de nuestro jesuita, ocupa
cargo de abadesa en el monasterio palentino de Canónigas Regulares de
San Agustín. “Canónigas”, quizá suena raro para ustedes, luego aclararé.
El jesuita escribe a su hermana monja, 23 de febrero de 1920, quien
le tiene reprochada la falta de interés por su monasterio: no les envía aspi­
rantes. Pues ya irá una:
-M i querida hermana, me parece que se te va a lograr ver entre rus
hijas a una de mis dirigidas.
Por deseos de Lolina, cuenta el jesuita, “cuanto antes”:
-Acabo de estar con ella, y con tales ansias y tal candor me pide la deje
ir enseguida al convento, que siento pena en contrariarla.
Pero al padre Peláez le preocupa la ingenuidad de Lolina:
-L a hallo tan niña, no de edad ni en estatura, sino en sencillez c ino­
cencia, que me hace el efecto de que va a ciegas, sin saber de dónde sale
ni a dónde va; no tiene nada más que una idea general de ser toda de su
Nifiito Jesús, a quien adora y a quien dice verdaderas locuras de cariño.
Q ue no es para el m undo lo veo clarísimamente, pero que tenga que ir
tan lejos de su m adre... Ella protesta, que no le importa, que la deja por
el Nifiito, pero le tiembla la voz y se conmueve; y yo tiemblo de que le
entre, más adelante, la morriña gallega y ...
Al jesuita le preocupa el clima, que la joven pase de la benigna tem­
peratura de Vigo “al frío castellano”; Lolina le ha respondido “mejor, así
tendré que sufrir más por mi Niño Jesús”. Sin contemplaciones.
Peláez continúa:
-E l carácter de esta criatura es la inocencia y el candor. Juega a las
muñecas y salta a la comba en la calle como si tuviera diez años. Por eso
hace el efecto de que es tontina; no lo es, ni mucho menos, pero tiene el
alma tan candorosa como de seis años. Su madre no quiere quitarla de
esos juegos, porque teme que si los deja perderá la inocencia. Sin embar­
go, yo le he dicho que vaya reportándose, y figurándose que vestida de
monja no puede saltar. Es tan obediente que ya me han dicho los de su
casa que se va m ostrando persona m ayor... En estas circunstancias me da
miedo darle perm iso para que vuele; y su madre opina lo mismo. Quería,
la pobrecilla, ir para San José; le he dicho que si el Niñito Jesús no arre­
gla las cosas, lo más pronto en junio y todavía veremos...
“Lo más pronto en junio”. El jesuita procura no esconder a Lolina
cuántas dificultades de convivencia ha de encontrar en el soñado con­
vento de clausura. Le habla del monasterio agustiniano donde Carmen
ejerce como abadesa. Le cuenta la historia de San Agustín, cuyo espíritu
respiran las canónigas de Palencia. Lolina sorbe las explicaciones, ávida­
mente. A M aría Sestelo le inquieta la lejanía entre Vigo y Palencia, visita
de nuevo al padre Peláez. Pero Lolina comienza a verse agustina de aquel
monasterio. El jesuita la frena un poco, quiere forzarle a mayor reflexión:
le pide ponga en una cuartilla "las razones para hacerse religiosa”. Lolina
-siempre para el padre Peláez “Dolores Dávila - firma el papel:
-Aparte del irresistible impulso que me atrae al estado religioso, al
que tengo la certeza de ser llamada, creo encontrar en él innumerables
ventajas quejamos el mundo me daría..., seré más obediente, humilde y
caritativa..., quiero ofrecerme toda entera por la salvación de los peca­
dores. .., salvar almas... con mortificaciones, con sacrificios...
Terminó su alegato urgiendo graciosamente al “director espiritual”:
-N o se interponga usted, padre, entre Dios y yo, deme el anhelado
permiso... tengo hambre de estar con Jesús a solas, sin que el ruido dis­
traiga m i alma.
¿Qué remedio le quedaba al buen jesuita?
Todavía una cuestión, el monasterio; Lolina ha asimilado las conver­
saciones de Peláez:
—La Orden que más me agrada es la de san Agustín; pero estoy dis­
puesta, con ta l de marchar pronto, muy pronto, a ingresar en otro insti­
tuto, siempre que reúna las ventajas qtce en las agustinos encuentro. No
sea Vd malo, padre, deme el anhelado permiso y el Niñito le bendecirá...
¿Qué sabe ella de san Agustín y las agustinas? M aneja los datos
comentados por el jesuita, simplemente:
—M e gusta todo en esa orden: su vida, un poco mortificada; la alegría
que, creo, ha de reinar en sus conventos; el adiós eterno que dan al
mundo, al que no volverán en la vida. Y aunque muchas otras órdenes
tengan esa ventaja, ninguna como ella me agrada.
Un saludo al patrono de las agustinas:
-S u santo padre San Agustín fue, antes de gran santo, gran pecador
también, lo que me anima más a seguir sus huellas; y con la ayuda del
Corazón de m i Niño, salvarme, más aún, santificarme.

P e l á e z SE rinde, com unica la decisión a su herm ana abadesa de


Palencia:
-M i última palabra a Dolores Dávila ha sido que por m í ya tiene el
permiso para ir a las Agustinas Canónigas en junio; pero, que en úliima
instancia, su madre decidirá (porque sé que tú le abres de par en par las
puertas). Si su madre pone buena cara, ya hablaré con Lola el domingo y
ese día te escribirá ella misma.
Se lla m a r / S o r Á n g e l e s

“L ola”; “L olina” le parece confianzudo al jesuita. C on solo unos meses


de tra ta rla , le aso m b ra esta chica, “tan extraña y tan n o rm a l’ ¿C óm o es
posible? P o r lo q u e p u ed a ocurrir, advierte a su herm ana abadesa que guar­
de las cartas d e Lola, no las rom pa, quién sabe. . una “perla” singular.
A M a d re abadesa le dio, seguro, un sobresalto cuando recibió la p ri­
m era m isiva d e L olina, con fecha cuatro de marzo de 1920; jamás una
c a n d id a ta le h ab ló así:
—A la M adre Abadesa. E l N iñito Jesús me rapiñó, quiero ser toda suya.
M adre, deseo ser siempre de Jesusiño en esa linda casa. ;M e adm itirá ahí?
Seré buena y no haré renegar a las monjitas, como aquí a las niñas. No le
digo lo remala que soy porque se asusta y ya no me quiere. Me gusta jugar,
saltar como una niña de dos años, así dicen; tengo veinte.
¿ Tendré la dicha de verme en ese cielo pequeño que ansia m i alma
entera? Quiérame, Madre, arréglelo en seguida todo con mi Nene, Pa-
d riño y mamá.
Para despedida:
—M e cansé de estar quieta, voy a columpiar al N iñín. Soy de jesús y
suya, Lolina.
A divino q u e m adre abadesa abrió los ojos como platos. ;Y qué cara
pusieron sus m onjas cuando les leyó “solicitud’ tan estrambótica.'
La abadesa enseguida inform ó a su hermano jesuíta. No existe !a carra
de m adre C arm en, pero sí la respuesta de Peláez:
—Tiene u n a voluntad excelente; pero qué difícil va a ser, no acostum­
brada a pensar y hablar com o persona mayor. Por una parre me encanta
lo entregada así a Jesucristo, con la inocencia y candor de una niñita: por
otra, qué m iedo me da el que más adelante reflexione v vea que entro sin
darse entera cuenta de lo que hacía. Tiene los ojos completamente cerra
dos, no entiende absolutam ente nada de malicia, de diversiones del
mundo. N o es para ella ningún sacrificio dejarlo todo, porque no siente
la menor afición a nada de la tierra; ni entiende que, nías adelante, podrá
ser sacrificio; no vislumbra qué deseos pueda sentir andando el tiempo.
Cuando le hablo, es igual que si hablara a una criatura, lista, de ocho años
de edad.
“Criatura”, pero “lista”: buena descripción referida a Lolina.
C on una ventaja contará la abadesa, Lola será sumisa:
—Una cualidad extraordinaria, consecuente con su carácter de niña, es
la obediencia: no sabe dar un paso sin pedir permiso.
Al jesuita se le han disipado las dudas; está seguro de varios puntos:
• que la voluntad de Lola es recta;
• que su candor no tiene nada de falso;
• que su inclinación a entrar religiosa es verdadera;
• ella, sincerísima.

L o l i n a r e c ib e “el anhelado permiso”: adelante. Sus cartas pregun­


tan a la abadesa, qué equipo debe preparar. El jesuita, a su hermana:
—Te repito que, si por ella fuera, iría en el prim er t ren. . te ruego, no
temas se asuste si le dices que cuanto antes, ¡qué más querría ella! De
junio no debemos adelantar; y tal vez convenga atrasar bastante, lo irás
viendo.
A dos de abril, Lolina escribe jubilosa, y con su estilo, a Palencia:
—M adriña querida, dígales a las monjitas que sí, iré con m i N e n e ...
No piensa dejar olvidado en Vigo su N iño Jesús.
—... Me vuelvo toquilla de alegría y no puedo serform al, salto, corro,
abrazo a todos...
Un reproche a su futura jefa:
—En su carta ni un beso envía para el Pichuchín mío, ¡qué malona
es!... Una caricia a esas hermaniñas.
Firma, naturalmente, “Lolina”, tan campante.

Y a l e han elegido nom bre de monja.


Con fecha nueve de junio, Teódulo Peláez le entrega una carta, cerra­
da, para presentarse a la abadesa del monasterio palentino.
-M i querida hermana: Te lleva ésta Dolores Dávila, la próxima Sor
Ángeles del Nifiito Jesús. Dios quiera que nunca pierda el candor y la
inocencia, que es en ella carácter dominante; el amor y entusiasmo por el
Nifiito, que la hace entrar religiosa y desear padecer y morir por Él; la
obediencia ciega a todo el mundo, pues para ella todos son Superiores, su
madre, su confesor, sus hermanas, sus amigas; y ahora tendrá por supe­
riores a todas las monjas; y su alegría, innata.
Se llamará sor Ángeles...
14
LLEVA SUS BOLSILLOS LLENOS DE PERAS...
Lavadores. 1920
El ayuntamiento de Vigo ha tenido la feliz ocurrencia de rescatar algunos grd)l
que permiten imaginar la ciudad cien años atrás.
S i LOLINA llega a caer en manos de don Leopoldo...
D on Leopoldo ejercía entonces como obispo de Vigo. residente en
Tui: la diócesis lleva título “de Tui-Vigo”.
Si Lolina cae en manos de don Leopoldo, nos quedamos sin monja.
Por qué; vean.
D on Leopoldo Eijo Garay figura entre los prelados españoles más
inteligentes del siglo XX. Puedo certificar, yo, que le conocí de cerca.
Baste anotarles que solo escuchando a don Leopoldo., ya le habían
ascendido, de Tui a V itoria, de Vitoria a “patriarca-obispo ’ de Madrid,
el general Franco, siempre serio y circunspecto, se quedaba boquia­
bierto y acababa riendo: nadie, que yo sepa, fuera del patriarca Eijo
arrancó carcajadas a Franco. Sus curas, en cambio, temían a don Leo­
poldo com o al peor torm entón, pues en vez de reñirles aplicaba com en­
tarios irónicos envenenados, te dejaba tieso. Ejerciendo de obispo en
Vigo, se enfadó a m uerte con un canónigo profesor de teología; el
señor canónigo le correspondió siniestramente, natural. Pasaron años.
Ya patriarca de M adrid, don Leopoldo venía de veraneo a Tui. Le cum­
plim entaron los canónigos, él los saludó uno a uno. recordando tiem­
pos. Al estrechar la m ano del antiguo profesor de teología, el patriarca
preguntó:
-Y ahora, ¿qué enseña usted?
-G eografía, señor patriarca.
Le sonrió aviesamente:
-A h, qué bien, señor canónigo, ahí hará usted menos daño.
S i Lolina llega a caer en manos de don Leopoldo...
Don Leopoldo ejercía entonces como obispo de Vigo, residente en
Tui: la diócesis lleva título “de Tui-Vigo”.
Si Lolina cae en manos de don Leopoldo, nos quedamos sin monja.
Por qué; vean.
D on Leopoldo Eijo Garay figura entre los prelados españoles más
inteligentes del siglo XX. Puedo certificar, yo, que le conocí de cerca.
Baste anotarles que solo escuchando a don Leopoldo, ya le habían
ascendido, de Tui a V itoria, de V itoria a “patriarca-obispo3 de M adrid,
el general Franco, siempre serio y circunspecto, se quedaba boquia­
bierto y acababa riendo: nadie, que yo sepa, fuera del patriarca Eijo
arrancó carcajadas a Franco. Sus curas, en cambio, tem ían a don Leo­
poldo como al peor torm éntón, pues en vez de reñirles aplicaba comen­
tarios irónicos envenenados, te dejaba tieso. Ejerciendo de obispo en
Vigo, se enfadó a m uerte con un canónigo profesor de teología; el
señor canónigo le correspondió siniestram ente, natural. Pasaron años.
Ya patriarca de M adrid, don Leopoldo venía de veraneo a Tui. Le cum­
plim entaron los canónigos, él los saludó uno a uno, recordando tiem ­
pos. Al estrechar la mano del antiguo profesor de teología, el patriarca
preguntó:
—Y ahora, ¿qué enseña usted?
-Geografía, señor patriarca.
Le sonrió aviesamente:
—Ah, qué bien, señor canónigo, ahí hará usted menos daño.
Ni EL COLOR DE MI CENIZA

N o acierto a im aginar la cara escéptica de don Leopoldo si llegan a


consultarle sobre el m onjío de aquella feligresa suya, infantil con veinte
años, juguetona, inocente, aspirante a m onja de clausura.
M enos mal que al padre Paláez no se le ocurrió consultar al obispo.

Q u i z á s e a bueno, quizá, que los obispos m iren con algún recelo los
casos extraños de feligreses “ilum inados”. La estructura jurídica de la
Iglesia católica tiene por m isión fundam ental alim entar m ediante la doc­
trin a evangélica y m ediante la adm inistración de los sacramentos la vida
cristiana de los creyentes. Si los obispos recibieran a pie juntillas el cho­
rro de apariciones y revelaciones “sucedidas” a través de los siglos, com­
p ro m eterían la limpieza de la fe. Por eso la Iglesia se atiene a “fuentes de
Revelación”, m anantes en la Biblia y en la Tradición, bajo custodia del
m agisterio jerárquico. D e otro m odo nuestras com unidades cristianas se
verían invadidas de “mesías” carne de psiquiatra. Los clérigos recibimos
con saludable desconfianza cualquier “mensaje celestial” o milagrería, y
aun así caemos a veces en la tram pa. M i amigo cura estaba ya m uy esco­
cido cuando una penitente se le arrodilló a la antigua ventanita del con­
fesonario:
—M ire, padre, ocurre que se me aparece san Anacleto.
Tajante m i cura:
-P u e s hija, aprovecha, te confiesas con él.
Y dio un portazo a la ventanilla.
D o n Leopoldo Eijo hubiera recibido con helada indiferencia las con­
fidencias de aquella desconcertante m uchacha, “encadenada” a la “infan­
cia espiritual”, “invadida” por una Presencia que da origen a permanen­
tes coloquios amorosos con el N iño Jesús.
U n obispo reconoce lealmente la posibilidad de fenóm enos místicos.
Pero si aparecen, cam ina sobre ellos como quien pisa un cam po de minas.
Y al discernirlos, o sea, enjuiciarlos, Ies aplica con los criterios teológ<c0S
una dosis fortísim a de sentido com ún. Da tiem po al tiem po. Lo que sea
sonará. A m edia docena de obispos renacentistas, Teresa de Jesús les pa|C
L l e v a s u s b o l s u d o : » ¡l i n o s o r c h -j-í

ció una terca m onja voluntariosa. Opusieron a sus fundaciones obstácu­


los feroces. Ella besaba el anillo episcopal y seguía adelante. Luego
sonó que la tal Teresa manejaba la fuerza de O ío s , y los obispos incensa­
ron sus estatuas.
Lo m alo es que don Leopoldo hubiera negado el ingreso de Lolina
Dávila en ningún convento, todavía menos de clausura. Sin aguardar que
el futuro sonara, bueno era tal obispo: enronces joven, para tragarse his­
torias místicas.

PUES EL padre Peláez ninguna obligación tenía de consultar ai obis­


po, y dijo “adelante”: D olores Dávila, al convento de Palencia.
Le cam biaron nom bre, de Lolina a Sor Angeles
Llam ada Sor Ángeles, Lolina prolongará, años y años, hasta su muer­
te, la “infancia espiritual”, sus coloquios amorosos con ei Niño jesús. Nc
le serán ahorradas penas, dolores. Pero ella, terca, rebelde radical, perma­
necerá perpetuam ente niña. Se niega a crecer. Nun Cu se 1*3 rn¿vororis¿
(Y perdone, señor obispo de Tui-Vigo, futuro patriarca-obispo de
M adrid, ¿qué página del Evangelio recoge las iras es de Jesús recomen­
dando, “exigiéndonos”, permanecer “niños ? Pues eso).

L o s “ MAYORONES”, razonables que somos, podríamos declarar


“cursi” la postura y el lenguaje de Lolina Dávila. Pero el diccionario llama
cursi a la persona que pretende ser fina y elegante sin conseguirlo, asi
queda en ridículo.
M aldita sea m i estampa, Lolina, finísima por educación y de porte
elegante, guapa dicen, jamás pretendió presumir o convencernos de
nada: le traíam os al fresco. Dentro del convento descubriremos en ella
cierto aire socarrón, significativo.
Esta m ujer-niña se sentía segura. A mí me conmueve aquella página
escrita por Sim one de Beauvoir cuando mirándose al espejo se encontró
envejecida. M ujer símbolo de las tertulias intelectuales y estéticas parisi-
Ni EL COLOR DE MI CENIZA

setenta habitantes, esparcidos en ocho parroquias, todavía ocho: alguna


de las parroquias reclama incorporarse cuanto antes al m unicipio d<
Vigo. Terreno fértil, frondoso, pintoresco, al sureste de la ría de Vigo; con
llanadas en el centro y montañosos los extremos. Cruza el término un
arroyo, Cambeses, directo hacia el mar. Produce maíz, cereales, vino,
patatas, lino. Abunda el ganado vacuno. Desde mediados del siglo XIX,
está dando un estirón industrial, inmerso dentro de la espiral viguesa:
fábricas de papel, curtidos, pirotecnia, harina, salazones, conservas. Su
centro cívico, en la parroquia santa Cristina, a pocos minutos de la actual
casa Ram ón N ieto 151, durante veinte años hogar de Lolina. La joven,
antes de irse, llenó de peras sus bolsillos...

E l m u n d o soporta la resaca de la guerra mundial, term inada con el


tratado de Versalles. Los políticos proclaman “el nacimiento de un mundo
nuevo”, y han constituido la Sociedad de Naciones como instrumento
para garantizar la paz. Sin embargo, Europa queda envenenada con los
gérmenes de venganza inoculados a Alemania por Francia y Gran Bretaña,
potencias vencedoras. La euforia suscitada al cerrar la contienda, esconde
cifras terroríficas de muertos, acrecidas con las víctimas de la gripe mun­
dial. Rusia propicia la difusión de su revolución bolchevique mediante los
congresos de la Internacional Comunista. Un mes antes del viaje de Lolina
a su convento, el papa Benedicto XV ha canonizado a Juana de Arco.
Palestina, con Jerusalén por capital, se ha liberado del yugo turco y obtie­
ne de la liga de las Naciones promesas contradictorias para judios y ára­
bes, bajo protectorado inglés: así comienza el asentam iento dramático del
pueblo hebreo en su soñado territorio independiente. H itler en Alemania
y Mussolini en Italia han comenzado a organizar los cuadros de sus parti­
dos políticos, de clarísima intención totalitaria.

España mal que bien va tirando, reconozcamos que mal, con hs marean­
tes cambios de gobierno. Desde el uno de octubre del año pasado ha sido esta­
blecida la jornada laboral de ocho horas, a costa de huelgas y conflictos. En
L leva su s b o lsillo s ll en o s de peras.

el campo médico alcanza resonancia mundial el doctor Ignacio Barraquen


quien ha presentado su “ventosa”para extraer las cataratas. Nuestra literatu­
ra sufre la pérdida de Benito Pérez Galdós. el autor de los Episodios
Nacionales ha muerto en Madrid a los 76 años de su edad. Por cierto,
Miguel de Unamuno anda en lenguas de partidarios y enemigos: la justicia
le ha condenado a dieciseis años de prisión a causa de tres artículos atentato­
rios a la dignidad de la Monarquía. Don Miguel, tqn contento, sabe que será
indultado... La gran llantina nacional acompaña el entierro del torero
Joselito, corneado en la plaza de Talavera. Ricardo Zamora conquista Laure­
les y medallas defendiendo la portería de la selección nacional.

¿Y las damas? Ah, las damas. Han aceptado la última moda, que recor­
ta sus m angas “dejando al descubierto e! brazo desde más arriba de!
codo”. Tal “avance” resulta insignificante, anre las oleadas mundiales de
ropa ligera, la cual “deja al descubierto’ partes de la anatomía femenina
más seductoras que el co d o ...
Este m u n d o variopinto, gran parque zoológico donde ios terrícolas
jugamos nuestras bazas, ya razonables, ya insensatas, va ridiculas, apenas
golpea los m uros del monasterio palentino escogido por Lolina Dávüa
para m arco de su aventura personal.
¿Significa que allí encerrada será feliz?
Q uién sabe.
5
NI SIQUIERA PASEÓ EL CENTRO DE PALENCIA
Vi go-Pal enci a. ! 920
IM
iUHASALSA

TEATRO 7 g
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LA ESTACION.

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ISLA DOS AGUAS

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GENERAL.
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„huertas
DELOBISPOO

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RB CAfTOO!

P-901 a Autílla. lOKms.


A DA escuetamente b fecha d i» de junio, como d a de su ida
li convento. Sin más precisión, no dice 'salimos de Vigo d 10', o *Ue-
^ n o s el 10 a W cnda , Llegaron el once de madragada.
A Mará Sesudo le pandó que acompañaba su hija hasta el fin dd
amada Hablamos de trenes ochenta años «cas... Salieron de Vigo diree-
c m S » ñ g a Tocaron Redondda, pueblo natal de Mará Sestelo; sortean­
do la r á enseguida h»Rvcdra. £1 tren ascendió dilecto hacia el norte,
buscando Sarango; para torcer al sureste» tantos kilómetros como llevaban
desde Vigo» hasta Orense. Desde Otense acompañaron primero la cuenca
dd Miño; luego» por el valle del SS» enderezaron un trayecto larguísimo,
vía fc afenafa y Astorga» buscando León. Y torcieron al suri de León a
Falencia, tantas horas de viaje como de Vigo a Goruña: por fin, falencia.
M r s muferes, lia r á n hechas polvo. Estoy intentando que un exper-
» en lusmna del fenocaiñl me calcule cuántas horas duraba el trayecto
Vigo-Paiencia. No me adato, ;un día entero? Sin trasbordos, naturalmente.
Pienso que salieron el 10 temprano. Llegaron, afirma Lolina, *a las
dos o las tres de la mañana dd viernes". Si el 10 fue "octava dd Corpus*,
janes» significa, que viajaron todo d jueves y paite de la madrugada dd
VKfUCS.

-M am á , tm t i tnm , tmJ» </ iinm f* M$m fr n f t m


trtfiia inténtala consolarla; inútil:
En cada parada, interminable rosario de estaciones, su madre insistió,
aludiendo al tem or que a Lolina le infundía la idea de quedarse a vivir
con monjas “mayoronas”:
—En cada estación me decía “vámonos, Lolina, ¿qué vas a hacer entre
personas mayores?”
Confiesa:
—Era m i gran miedo.
La madre, presionaba:
—Bajamos aquí ¿quieres?
Pasarán muchos años, Lolina nunca olvidará la tristeza de su madre:
—Perdóname, cuánto te hice sufrir.
Se querían, evidentemente; mientras vivió don Ángel, M aría quedaba
en segundo plano; pero todo el trámite del convento tocó aguantarlo a
M aría Sestelo. Lolina:
—Fue por Jesús; si no, por nada del mundo me separaba de su lado.
Los célebres “vagones de tercera”, populares hasta m itad de siglo, pro­
piciaban una convivencia especial durante las horas del trayecto: unos a
otros, los viajeros de cada departam ento charlaban, exponían los moti­
vos de su viaje, narraban incidencias familiares, incluso se invitaban entre
sí a probar las viandas y el agua. Com o era lógico, el tem a “Lolina se va
monja” ganó protagonismo en los comentarios, pues a todos conmovían
las lágrimas de María Sestelo. La opinión fue unánim e:
—Todos los que venían allí, eran contra mí.
Apostilla:
—N ene mío, si no fuera por Ti...

—LLEGAM OS A Palencia a las dos o tres de la mañana del viernes.


Los Peláez, el jesuita desde Vigo y la abadesa en Palencia, habían con­
certado que alguien de su propia familia les aguardara en la estación para
llevarlas a descansar en su casa. Lolina, im paciente, hubiera deseado
entrar al monasterio enseguida, sin más:
—Las monjas estaban dormidas, y según mamá era pecado despertarlas.
Pues claro, se aguantó.
D urm ieron.
D e m añana, fiesta del Corazón de Jesús, “bien tempranitó, e n tré ...’’
¿Sin dar al menos un vistazo al centro de la ciudad antes de encerrarse'
Palencia no tuvo ninguna culpa, ni se trataba de un desprecio: aque­
lla joven apuntaba por derecho a su monasterio; la ciudad, cualquiera,
hubiera sido, en vez de Palencia, Madrid, París, la mismísima Roma, le
im portaba un pepino.
Ella, a lo suyo.

N O SO T R O S s í debemos dar al menos un saludo rápido a esta ciudad,


en cuyo seno Lolina Dávila vivirá escondida el resto de su vida.
“La bella desconocida”, llaman los palentinos a su catedral, cuya pres­
tancia les h a resultado difícil exaltar, escoltada como está por la de Burgos
a un costado y la de León al otro. Por fortuna, el acontecimiento artísti­
co “Edades del H om bre” atrajo visitantes de toda España, cientos de
miles, que boquiabiertos han recorrido sus espacios: “Toma, quién iba a
pensar, este p ro d ig io ..., en Palencia”.
En Palencia, cierto: ocurre que también a la ciudad y a su provincia
podríam os aplicarle título de “bella desconocida”.
H ablo p o r m í mismo. Fuera de un par de visitas ocasionales, y aquel
desvío inevitable desde Sahagún cuando cumplí el camino jacobeo,
nunca sentí ganas de detenerm e en Palencia. Hasta que he venido, cosas,
a conocer la ciudad “porque aquí vivía” una monja que no pisó las calles
de P alencia...

Pues me he llevado la doble sorpresa de conocer una ciudad agradable y


tan ahidalgada.
Agradable Palencia, gratísima. Sus habitantes llevan con sencillez una
carga histórica y artística de gran categoría, sin darse aires; conservan la
herencia de las buenas gentes que pasaron del campo a la ciudad su llaneza,
su capacidad de diálogo, su nobleza digna. La misma estructura urbana de
Palencia contribuye a que camines pronto sus calles como si estuvieras en casa,
te aprendes el plano, fácil, familiar. Hay un núcleo central, cuyo entorno pre
senta polígonos amplios y urbanizaciones modernas: el cogollo de la ciudad
ocupa un espacio longitudinal contenido entre dos líneas paralelas, el río
Carrión a la izquierda, la línea férrea a la derecha; la calle Mayor Principal
como eje larguísimo, al que confluyen, por uno y otro costado, callejitas per­
pendiculares, que te llevan a plazas y monumentos soberbios. A la derecha de
calle Mayor, centrados sobre la Plaza, están el ayuntamiento y otros edificios
administrativos, amén de los templos san Lázaro y san Francisco. A la
izquierda de calle Mayor, te encuentras no solo la catedral, sino media doce­
na de iglesias de tan noble empaque como san Miguel, y "la Compañía”, que
alberga la patrona Virgen de la Calle.
A mis acompañantes les satisface oírme alabar el soberbio cinturón verde
y los parques:
—Ten en cuenta que nuestra Palencia es la segunda ciudad verde de
España...
La primera, no pregunto, será Vitoria, o Sevilla, no sé.
Me invitan a volver pasada la canícula:
—A quí el otoño es precioso.
N i lo dudo.

Palencia, hidalga, clara, limpia, soleada, barriadas alegres. U na sor­


presa. “Bella desconocida”. ..

A n o t a c i ó n u r g e n t e , para orientar a los lectores.


Cuando el año 1920 ingresa Lolina, el m onasterio se halla en pleno
centro de la ciudad, tramo norte de la calle M ayor Principal. Luego vere­
mos que las monjas se trasladaron al edificio nuevo, afueras de Palencia,
un barrio con calles de nom bre prestigioso, U nam uno, Azorín, Machado,
Isaac Peral, Fleming, Ochoa, O rtega...
Cabalm ente, el núm ero dieciséis de la calle O rtega y Gasset corres­
ponde a nuestro monasterio.
M e encanta encontrar un monasterio de clausura metido entre inte­
lectuales exquisitos, y que ahí, en ese monasterio, cumpliera el último
tram o de su existencia una mujer llamada sor Angeles, siempre niña, ter­
cam ente infantil y además “invadida’’ por la Presencia misteriosa.
Recuerdo aquella bronca que Ortega y Unamuno sostuvieron a cuenta de
las experiencias místicas, a Ortega le producían malestar. Cabalmente a
m itad de su calle le han plantado el monasterio, con Lolina dentro, toma
del frasco, señor filósofo.

CATEGORÍA INTELECTUAL la tuvo Palencia desde sisios


O medievales:' aouí
i
nació la primera universidad española, año 1208, luego prolongada en
Salamanca al fundirse los reinos de Castilla y León. Cuentan las crónicas que
Palencia cobró categoría como ciudad episcopal, confiada por los reves a pre­
lados, señores feudales que además de cantar la misa peleaban bravamente
cuando el monarca requería su auxilio frente a los musulmanes. La catedral
resultó el eje de la ciudad, que convertida poco a poco en centro comercial
atractivo gracias a su posición geográfica y asentada sobre e! río Carrion. sir­
vió de nudo de tráfico para la diagonal Burgos-Val! adoíid con ios puertos del
Cantábrico; al mercado de Palencia afluían ios traficantes de Casriíia en cami­
no hacia Flandes. Su contorno, bien regado, cultivaba huertas excelentes,
arbolado, plantas frutales; los labriegos metían en ia ciudad, ' muy sana y de
buenos aires”, pan, vino, carnes, y pescado de! río. Viajeros antiguos celebran
“la ciudad bien murada, de hermosa compostura y sitio . con nueve puertas
y una “hermosa calle Mayor” atravesándola de norte a sur. Palencia también
ha soportado períodos depresivos, etapas de miseria y hambre. Siempre acabó
alzando la cabeza. Sabe a gloria, verla ahora renacida, enérgica, dispuesta a que
los españoles dejemos de considerarla ciudad cenicienta, desconocida y lejana.

NADIE SUPO en Palencia que la madrugada del once de junio de


1920 trajo a la ciud ad una joven viguesa destinada a ocupar puesto en el
retablo m u n icip al d e personajes resplandecientes.
Lo supieron solamente las monjas de un monasterio de clausura; pero
ni ellas pudieron adivinar cuánta fuerza entró con aquella chica, más que
m ujer parecía una chica, esbelta y bonita, una chica juncal por fuera, niña
por dentro.
Dará que hablar en Palencia, al tiempo.
1 6

SO R ÁNGELES, “ CANÓNI GA"


Pal enci a. 1920
¡5o
jM I a r ía S e s t e l o regresó a Vigo. Se lleva “el nom bre Lolina”: den­
tro del m onasterio deja su niña, trocada en “Sor Ángeles del N iñito
Jesús”. Al parecer, el “Sor Ángeles” le fue sugerido por los hermanos
Peláez, el jesuita de Vigo, la abadesa desde Palencia. Lolina eligió su ape­
llido, inevitable: “del N iñito Jesús”. La jovencita francesa de Lisieux, quiso
llamarse “Teresita del N iño Jesús”, luego a sus panegiristas les resultó
demasiado infantil “Teresita” y “del N iño”: suelen dejarla en Teresa del
N iño Jesús. Incluso suprim en el “N iño Jesús”, y le ponen por apellido su
monasterio, “Teresa de Lisieux”. Exageran un poco, ¿no os parece? Lolina,
sin remedio: “del N iñito Jesús”, implacable infancia espiritual. Nosotros,
por no fastidiar a paladares exquisitos, la nombraremos simplem ente Sor
Ángeles. Ella, irremediable, nunca descuidará añadir el apellido.

S o r Á n g e l e s ha entrado m onja —todavía aspirante, “postulante”,


hasta que cum pla los ritos de adm isión—en el convento de “Religiosas
Canónigas Regulares Lateranenses de San Agustín”, ahí es nada la carga
de siglos condensados en el título.
Religiosas “Canónigas”.
Canónigas, en Palencia les llaman sencillamente “las Canónigas”.
Y nadie sonríe.
Ahora explico por qué me parece insólito que nadie sonría en Palencia
diciéndoles “canónigas”.
Femenino de canónigos.
Los curillas de pie a tierra hemos tenido de siempre un pleito jocoso
con los canónigos, establecidos ellos como la clase distinguida de los cié
rigos: hemos bromeado a su costa. El canónigo solía ser un cura im por­
tante, ascendido a su categoría mediante una de las pruebas mas difíciles
inventadas para medir la categoría intelectual de un clérigo, la oposición
a canónigo”. El último Concilio Vaticano II rebajo los hum os de los
canónigos y a poco liquida la raza. Se salvaron, sin ser ya lo que fueron.
Hace cincuenta años, renunciaron a los ribetes rojos que asomando por
los respiraderos de la sotana negra indicaban su dignidad de canonigos.
Representaron una fórmula arcaica. Hoy a las gentes el hecho de que un
hom bre sea sacerdote les parece suficientemente grave como para borrar
los escalones que los curas se organizan dentro del cuerpo: por eso tiene
un costado ridículo el afán que a veces les entra a los clérigos de medrar
en dignidades y colocarse en el apellido o en la tirilla el símbolo exacto
de su categoría. Algún día los curas acabaremos de entender que no ha
sido precisamente Satanás quien ha dirigido este cambio de sentimientos
en el pueblo; que lo importante, lo irremediable consiste en que somos
sacerdotes y esa condición de nuestra existencia encierra vigencia más que
sobrada para anular vanidades infantiles. En tiempo pasado, los fieles dis­
tinguían exactamente entre el deán, el arcediano, el chantre, canónigos,
beneficiados..., y sabían con precisión qué grado de prestancia corres­
ponde a cada cual en su porte. O btener una plaza de canónigo represen­
tó no sólo el acceso al nivel honorífico del esquema diocesano, sino algo
substancioso: una base económica más que discreta para el resto de la
existencia del clérigo.
El convencimiento de su categoría les llevó al extremo de tratar como

seres inferiores a los beneficiados , clérigos que dentro del cabildo for­
maban un estamento inferior, como canónigos de segunda categoría. La
coexistencia de canonigos y beneficiados planteó situaciones chuscas. Un
la facultad de teología salmanticense, estudiaron conmigo dos liciinai'oS
sacerdotes, listísimos, ascendidos luego uno a canónigo y otro a hcncfí-
ciado en cierto cabildo. El beneficiado me contaba chismes del cabildo-

Un día me dejó atónito explicándome la existencia de dos re trc U ‘s ci> 1:1


sacristía del cabildo, uno para canónigos, otro para beneficiados. “No me
lo creo”, comenté. “Sí, hombre, no te extrañes -respondió-: ¿tú no sabes
que ellos, los canónigos, mean gaseosa''”
La verdad completa es que para muchos sacerdotes el ingreso en el
cabildo significó la posibilidad de dedicarse a fondo y sin inquietudes
económicas a un trabajo apostólico intenso; desempeñaron tareas admi­
nistrativas que el prelado les asignó en las oficinas de la curia, y emplea­
ron anim osam ente el tiempo restante en el confesonario, en el púlpito de
las parroquias, en la enseñanza religiosa, en la dirección de asociaciones.
Seríamos injustos si no reconociéramos que este tipo de canónigo ágil,
preparado, simpático y desprendido aumentó en número incluso antes
del concilio. Así fue desapareciendo la estampa esperpéntica del clérigo
rubicundo y devoto del chocolate, que vivía “como un canónigo”. Han
cambiado, por fortuna, los tiempos; también cambiaron los canónigos.

Y DE repente nos encontramos con que además de canónigos hav


canónigas. Los curas de ciudades donde existe un monasterio de agusti­
nas lateranenses tienen acostumbrado el oído desde siempre, les parece
normal el fem enino de canónigos. A quienes nunca habían conocido
tales m onasterios, quieres que no, les sobreviene una sonrisa divertida:
“¿Canónigas?”
C iertam ente se trata solo de la resonancia peculiar de la palabra, evo­
cadora de los antiguos cabildos. Por ejemplo, en Italia se les llama pacífi­
camente “canonichesse”, canoniquesas; en Baleares, “canonesas”. He
comprobado en Palencia personalmente cómo el término no causa extra-
fieza, ¿qué más da?, cuestión de acostumbrar el oído. Aunque a mí, lo
confieso, “canonesas” me suena divinamente.

Las CANÓNIGAS nacieron a la sombra de los canónigos de San Agustín.


Y fue nada m enos que San Agustín quien organizó en el siglo IV la
vida de los canónigos.
Agustín de Hipona, ustedes recuerdan, aquel talentudo africano, cuyu
inteligencia, "poderosa como un vuelo de águila", ocupa puesto entre las cum
bres del pensamiento humano. Su vida abarca del año 354 al 430, segunda
mitad del siglo IV y primer tercio del V. Nació de padres cristianos en Tagaste,
cerca de Cartago, franja norte de Africa. Estudiante y joven profesor, se dejo
llevar por dos fuertes pasiones: la búsqueda de la verdadfibsóficay una sen­
sualidad desbordante, que afligió a su madre viéndose al hijo entregado a
vicios peligrosos. Vivir ‘peligrosamente”, ansiaba Agustín. A sus veintinueve
años marchó a Roma y luego a Milán, siempre inmerso en grupos intelec­
tuales y en diversiones licenciosas. De lejos su madre Mónica lloraba y reza­
ba por la conversión del hijo. Ocurrió en Milán, atraído Agustín por la sabi­
duría del arzobispo san Ambrosio: a las puertas del verano del 386, una cri­
sis interior provocó su conversión. Consolada, Mónica murió. Agustín, bau­
tizado, regresado a su tierra, sacerdote, se vio alzado a obispo de Hipona;
ejerció del395 hasta su muerte, 28 de agosto del 430. Años fecundos: le han
ganado título de santo bondadoso, ardiente, amigo de la vida, esclavo de la
verdad; y de sabio, con una capacidad intelectual puesta lealmente al servi­
cio de la fe.

El obispo Agustín quiso proprocionar a sus sacerdotes ayuda material


y espiritual. Desde la predicación de los apóstoles, cada obispo disponía
de clérigos colaboradores. Salida la Iglesia de las catacumbas, los obispos
trataron de vincular a sus sacerdotes inscribiéndolos en un listado llama­
do “canon”, y dándoles normas de com portam iento, “regla”. A causa del
“canon”, fueron llamados “canónigos”, es decir, reconocidos, oficiales.
Agustín dio un paso más, los metió en casa a vivir con él, poniéndo­
les como norm a una regla inspirada en la prim itiva com unidad cristiana
de Jerusalén. Así formó “un monasterio de clérigos”, sus sacerdotes: vi­
vían en com ún, recitaban el oficio divino, colaboraban ju n to al obispo
para dar eficacia a la predicación y esplendor a las ceremonias. Al regre­
sar convertido a Tagaste, Agustín había vendido sus bienes y comenzó
una práctica monástica con algunos amigos, ensayo que le sirvió de- base
para crear su comunidad episcopal con todo el clero de la ciudad: el obis-
po ejercía de superior, la “regla” incluía versículos de los Hechos de los
Apóstoles completados con directrices orales del mismo Agustín.
Esta fórmula y otras paralelas de aquella época, pasó a la Iglesia medie­
val. Así, la mayoría de los clérigos quedaban enganchados a una sede epis­
copal, en vez de vagar sueltos de un lugar a otro. Andando el tiempo,
m uchos “canónigos” encontraron pesadas ciertas obligaciones comunita­
rias, sobre todo la de poner en común sus bienes y ganancias. También
deseaban vivir a solas. Llegado el siglo XI, la Iglesia, sometida a presión de
reyes y señores feudales, sufría fuerte deterioro espiritual, que el papa
Gregorio VII decidió corregir mediante su célebre ‘ reforma gregoriana .
La reforma alcanzó también a los canónigos, ‘Volviendo a sus orígenes’ :
quienes rechazaron la reforma tomaron el nombre de “canónigos secula­
res”; los “reformados” renovaron su fidelidad a la “regla’ agustiniana:
“canónigos regulares”, auténticos religiosos al servicio fiel del obispo.
M ediado el siglo XI, los “canónigos regulares" fueron encargados de aten­
der la basílica rom ana del Santísimo Salvador de Letrán, sede pontificia,
lo cual les valió completar su título: “canónigos regulares lateranenses .
A los obispos “reformadores” en toda Europa les vino de perlas este
apoyo de “canónigos religiosos”, de modo que pronto aparecieron múlti­
ples variedades ajustadas a cada país, organizadas luego en confraternida­
des o confederaciones. Q uién lo dijera, “canónigos'’ dispuestos fervorosa­
mente a celebrar en la liturgia el honor de Dios, y a cumplir bajo el obis­
po trabajos apostólicos. Vamos, canónigos con programa de santos.
Repartidos hoy en nueve “congregaciones’ , cada una presidida por un
Abad General, y todas por el Abad Primado.
A lo largo de siglos, una de las nueve, la Congregación del Salvador
Lateranense, protagonizó etapas de esplendor y sufrió inevitables altiba­
jos. H a llegado a nuestros días con medio centenar de casas abiertas, por
Europa, Africa, y América, seis de ellas en España.

L as “ CANÓNIGAS” brotaron con formas variopintas a la vera de los


canónigos regulares. Desde los primeros tiempos del Cristianismo, muje-
eo de fom vwio d crecimiento de U iftaia- Nunca di
han obtenido p«ttafrH»iimo como saoBcdbfec* quweiia acmaJ. Pero 1,
Evufffta» ñam a céw o 6a» de amotoao y tmt*o tu comportamiento a
d Seftor |« é (. La bttfioíia <ie % kpm * y *vwám conn^nárnT «n lo* pi
meto* tijgk» wanfaa apwwftafttf, ú (wm complicada, con cacaao* dat<
acerca ele la» "diacoaiaa*" Ea O iíhm apwecwS p»»«o U palabra *can<
híHüwm", referid» a vép*a» y viudtt “«Mcr«aiwen un «cfi»m» (cano*
é l od» cMNMÉy n M «mi j b i OiiA«omo le» dedicó «tenció
paotetéaf. En QeckAum m tpum jnm w «oiuvcefto» femenino»
A p t ú <M «ifb V il!, jtuuo t encontrarao» *canoMqu<
9a* , %4ifeM» velada»”, cuyo vdo tadicé voco de castidad, úiacrit,
(caa^i) baja manridaid dd ofeápo. Vivían como wÜpom , en común
dad» con—fTixfcti d cubo divise de aa ccmpio, cantaban lo» nimm
Ptoe ao «odw pveattaáafcaA voto» de pobreta, cectidad y obedicncu v
« U ¿poca caaotiapa se fenm » do» f a m ^ una Bm»d> “canon »qt«
mi MctikuM»*. *iü ím mí Aí Mt ¿ i m i tiftMtt (ufef refugio dentro
moa—«crie rnaaetniende m aatopobkrao, « a dinero», un voto»; al coa
ta r ó , la» HaM«BM|MM» ««faitee»” K tfM d « tilo icü^oto y liguen I
R ^adc MA Afttfdn. Método di titMpo stién iMCfÉMSMCi • como lo
€»í»áíM^paa¡í p^eiar ^Ae»tt ^av^pk o®»^tpí»pí ^kfc»»^arie^»^i»iaeftMAa a los aviti
Mt af a nada» por Im ranéatgn», coa»naterón permanecer incólume
geada» d «mié» é cada abwpo Am b o » bajo cuya piródioón k cob»
jacan. Etta» acoftaa con fervor la» tw ffa w w de aaa Norbetto, quiei
«Ha a «a» ¿w aaartiattrai» la tegl» de aa» áf w k Canónigos y canáni
gju cf^csuflfrti alguno* HMKMMcttoa debita, con a b d a it independenci;
ea*»e ampeee» y vmtmm-. Snmnndmmw, ctta» ha» oemcnwk) has»
hoy la m fkkm M éai caftcatriitka de «a» caaóaiyo», agustimaita
U r iá t ofganiaada» en fcÉ ti tb a ti ca k w o a etapas de gran espíen
d»r, llevada* con mane irm e por aa» abadesas, hoy prioras Espifc
cuenta con once mo<ta**efm« de “canónigas* o "canonesas”, vinculado)
a alta superior» federa!. He vid» con sorpresa que, para las celebrado
M» Üciiepatt, k ponen sobre n hábito an ‘roquete* blanco, vestidura
caeac^crí^nca de aftoenÉoec» o&saanee»*
Las id^ioM i faBum u ei poseen una letanía histórica de Haberes
insignes, por epempb nota Catalina Tomás, monja mafiorquma ddl s%k>
XVI» cuya tem M n y éxtasis asombraron a sus paisanos: aristócratas y
Ubrwf ps aosdáan ai locutorio para recibir de Catalina “palabras buenas”.
Hoy Palma 4c Mallorca venera sus reste», cariñosamente custodiados por
ubi herma«M ca«K>f»ecas en d monasterio Santa María Magdalena.

MAftANA MOLonce de junio de 1920. Habría curiosidad y cierto acr-


mr"*"*" d i d mottaaceño de canónigas de Falencia: Bega boy la gatie-
guka que ««ene de V5|». Madre abadesa tiene leídas a sus mondas duran­
te fe* rcoem éptm at cartas de esta joven, tiernas y divertid», ratas. Ya
por fis m a «noceda.
... Y K *«wn e«raraquefia ^ovrn esbdta, “grandísima”, de mirada m£¡m-
& fomm dm », adema*** tímidos, ¡con la nnagenalla dd Nifio jesús en sus
faoaMÍO sea, *qpe esa vendad”, esta chica vive atada a su jesús, obsesionada.
La |wi |MWI y ú deseo les stsrgió simultáneamente a las canónigas:
-¿Serrtrá para anot^a?
O fM .
*pM it» y iíiti* , tesaría más de una.
Pleacacád la esterada d confesor dd monasterio, «km Marcdo: santo
termiaafá de ¿rade trapense en Dueñas, contó luego ei emocionan'
María Sestelo a su hija. También d cura rezó, "ojalá
IJfW “ üm *

E t COMVWffO al que entró Lolma -perdón, sor Ángeles- no es d


«tf& i» flema! é t las canónigas. Cuando llegue d momento oportuno,
himnos aAoa 4Ít #®r Angeles, narraremos d traslado desde d corseó» de
id cíiÉ&tt&i $aa aíiflMPíaa*

L* cvmmméUu ipalentina de canónigas trae sus orígenes delprimer tercio


é i s¡gt$ XIV. moda memos. Un don Martin Pérez, prior de le abadía de
Valladolid, fundó en Hornillos, pueblecito de Palencia, su monasterio de
monjas lateranenses, abadesa doña Juliana. Por qué Hornillos, pues no expli­
can los papeles: sospecho que don Martín quiso cuidar algunas posesiona
rurales de su abadía. Pocas, las fundadoras, solo seis monjas; pero la abadesa
doña Juliana sería una de aquellas mujeres capaces de gobernar labriegos y
ganados. El patrimonio conventual creció bajo cuidado benéfico del obispo
Saavedra, y con aportaciones de la distinguida bienhechora doña María
Johana, honor a ella.
Un par de siglos más tarde, al obispo palentino le apeteció traerse a la ciu­
dad las monjas de Hornillos, eran entonces dieciséis. Las crónicas describen
los agasajos con que las recibió el cabildo, y la nobleza, amén del regocijo
popular: aquel espectáculo no sucedía cada mes... Corría la primavera de
1589. Este obispo, Migúelo de Prado, pretendía concentrar conventos cum­
pliendo los decretos del concilio de Trento: así que cinco años más tarde,
1594, engrosó su nuevo monasterio palentino con las trece monjas de otro
convento rural, Vertavilb. Báculo en mano, las dos abadesas de Palencia y
Vertavillo —una abadesa entonces gobernaba como Dios manda, empuñando
el símbolo episcopal-, se saludaron antes de fundirse en un abrazo, rodeadas
por sus monjas que contentísimas portaban cirios encendidos.
Me pregunto cuál de las dos abadesas ejerció el mando, quizá los dos bácu­
los se turnaron periódicamente, no sé.

Así duraron, bajo patrocinio de San Agustín, h asta... la revolución de


1868. Al caer Isabel II, arrastró consigo monasterios, conventos, colegios.
La com unidad palentina se acogió a la caridad de sus “parientes”, las
Agustinas recoletas, cuyo convento pervivía a causa de los intrincados
requisitos “legales” revolucionarios. El monasterio San Agustín lo ocupa­
ron soldados y oficinas, el desbarajuste habitual. Las m onjas regresaron a
su casa el doce de enero de 1872, anota el libro conventual:
-Llenas de gozo, volvieron las dieciocho religiosas, y la educandn, que
enseguida tomó el hábito.
C u a n d o e n t r a sor Ángeles, verano de 1920, las canónigas andan
con obras de restauración: el edificio está viejo. Lleva tres años declarado
en ruina. Alguien ofreció comprar el solar, y construirles monasterio
nuevo en la carretera de Santander. El proyecto falló. Por fortuna, la
familia Peláez vino en ayuda de las canónigas. Además del jesuíta y de la
abadesa, hay un tío don Federico: cautivado por su sobrina Carmen, la
pretendió, pero la joven se le fue al convento de san Agustín, donde ha
llegado a m adre abadesa. Ahora el tío Federico paga los retoques del edi­
ficio, que los albañiles realizan vigilados por el buen don Marcelo, con­
fesor de las monjas.
Al instalarse en Palencia la comunidad procedente de Hornillos, el
obispo Prado les cedió un edificio en el extremo norte de la ciudad, al pie
de las murallas. Palencia creció, ya lo creo: llegado el siglo XX, San
Agustín ocupa un sitio apetitoso, céntrico, en el arranque de la calle
Mayor Principal, los contratistas le tienen echado el ojo. El estirón de la
ciudad ha cercado el monasterio.Todavía las casas de su entorno son baji­
tas, “solo desde una casa de dos plantas, una ventana nos alcanzaba, allí
vivía un buen m atrim onio”. En pocos años más, las monjas estarán axfi-
siadas. Veremos si el precio que les ofrezcan por el solar cubre los costos
de construcción del monasterio nuevo. Tardarán todavía... sesenta años.

LoL IN A —Sor Á n g e les-, aparentemente niña, verdaderamente niña,


posee una d osis abundosa de sentido común; no camina sobre nubes,
pisa tierra, c o n o c e de sobras los riesgos de su monjío:
—Si las espinas punzan y me hacen Uorar, nada importa, con cariño
grande Jesús recogerá cuantas pueda . ..
Ha entrado “postulante”, calificativo que en las reglas monacales vale
por “aspirante”.
Debe atravesar tres estadios: postulante, novicia, profesa.
Monja “cabal”, cuando profese.
¿Llegará?
El sendero tiene sus cuestas arriba.

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