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ROL ECONÓMICO SEGÚN TC DR.

DOMINGUEZ

INDICE

INTRODUCCIÓN............................................................................................... ....... ........... Pág. 04

CAPÍTUO I: El Régimen Económico de la Constitución de 1993……...………………....... Pág. 05

I. Principios Generales - Constitución Política 1993................................................. ..... Pág. 07

CAPÍTULO II: Rol del Estado en el Régimen Económico……………………..………. ......Pág. 10

A. Expediente Nº 0008-2003-AI/TC..................................................................................Pág. 10

1. Análisis del TC: La Constitución Económica…………………...……………...... Pág. 10

2. Sobre los principios constitucionales que informan al modelo económico..…...... Pág. 11

2.1 El Estado peruano como Estado social y democrático de derecho…...……...Pág. 11

2.1.1 Fundamentos ideopolíticos del Estado social y democrático de


derecho……………………………………………………………….…. …Pág. 11

2.1.2 Aspectos teleológicos del Estado social y democrático de


derecho…………………………………………………………………..…... Pág. 12

2.1.3 Supuestos fundamentales de nuestro Estado social y democrático de


derecho…………………………………………………......………………... Pág. 13

2.2 Dignidad de la persona humana………………..………….....…………….. ...Pág. 15

2.3 Igualdad…………………………………………………………………........Pág. 16

2.4 Economía social de mercado………………...…………………………......... Pág. 16

2.5 Libre iniciativa privada…………………….……………………………....... Pág. 17

2.6 La actuación subsidiaria del Estado en la economía………………...….......... Pág. 18

3. Libertades patrimoniales que garantizan el régimen económico……....…….......... Pág. 21

a) El derecho a la Propiedad……………...……………………………………… Pág. 21

b) El derecho a la libre contratación……………………………………………... Pág. 25

c) La libertad de trabajo………………………………………………………….. Pág. 25


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d) La libertad de empresa…………...………………………………...…………. Pág. 26

e) La libertad de comercio……………………………………………………….. Pág. 26

f) La libertad de industria……………………………...…………………………Pág. 26

4. Los derechos de los consumidores y usuarios…………...………………………… Pág. 26

5. Estado vigilante, garantista y corrector………………………………………......... Pág. 29

B. Expediente Nº 7320-2005-PA/TC………………………………………………......... Pág. 30

1. Análisis del TC: El rol del Estado en la economía según la constitución de

1993…………………………………………………………………………........ Pág. 31

2. El Estado Peruano Presenta Las Características Del Estado Social Y Democrático De

Derecho…………………………………………………………………............... Pág. 32

2.1 El Principio de Subsidiariedad Económica del Estado……………….…......... Pág. 32

2.2 La Función Reguladora del Estado………………………………………........ Pág. 33

2.3 Principio de Protección al Consumidor o Usuario………………………........ Pág. 34

2.4 Procedencia del amparo contra normas legales autoaplicativas……................ Pág. 36

C. Expediente Nº 00034-2004-PI/TC…..……………………………………………….. Pág. 38

1. Análisis de TC: El rol del Estado en la economía según la constitución de

1993……………………………………………………………………………....Pág. 39

CAPITULO III: Participación de Estado en el Régimen Económico………..….…………….Pág. 43

A. La Participación De Estado En La Economía Desde Las Sentencias Del Tribunal

Constitucional………………………………………………………………………... Pág. 43

1. Nociones generales…………………………………………………..………… Pág. 43

2. ¿Por qué el estado interviene en la economía?........................................................ Pág. 44

3. Fundamento de la existencia del sistema de estado…………………………….… Pág. 45

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4. ¿Por qué los individuos aceptan un sistema de subordinación o tipo de gobierno? ¿Cuál

es el rol del gobierno?.............................................................................................. Pág. 45

A. En el ámbito microeconómico…………………..……...…………………… Pág. 46

B. En el ámbito macroeconómico…………………….......………………..…… Pág. 50

C. En el ámbito institucional…………………………….......…………..……… Pág. 53

CONCLUSIONES……………………………………………………….......………………. Pág. 56

BIBLIOGRAFÍA………..………………………………………………...................………. Pág. 58

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INTRODUCCION

Nuestro actual régimen económico se ejerce mediante la Economía Social de Mercado, según nuestro
marco constitucional vigente, aunque es a partir de 1979 cuando comienza con sus primeras
configuraciones y hasta 1993 cuando empieza su apogeo legal, jurisprudencial y doctrinario. En este
contexto, es así que a nivel constitucional nuestra Carta Magna reconoce que el Perú se rige por los
pilares de una Economía Social de Mercado, siendo que a partir de la década delos noventa, cuando
la conciencia sobre la importancia de ciertos derechos con contenido económico toma mayor fuerza.
Hasta 1993, el constituyente creyó necesario que la legislación tenga por objeto esencial establecer
“reglas de juego” claras para los procesos económicos que garantice n la libertad, y que a la vez sean
reflejo de valores democráticos cuya práctica sea eficiente, es así que a partir de esa fecha las primeras
manifestaciones de la vida económica peruana que surgieron años atrás se consolidarían en valores,
principios y libertades. En esta ocasión nos toca enfocar el tema de los principios generales de este
régimen económico contenidos en el Capítulo I de la Constitución Política de 1993, los cuales se
encuentran al amparo de la denominada Economía Social de Mercado siendo éste el primer pilar
considerado en el Art. 59° de la Carta Magna y bajo el resguardo de un Estado regulador, cuyo rol no
podía minimizarse. En ese orden, nuestra Constitución Política en sus artículos 60° y 61°, reconoce
el Pluralismo Económico y la Libre Competencia como principios que apuntalan la Doctrina de
Económia Social de Mercado, instaurada por nuestro Estado en la Constituyente de 1993, cuyos
preceptos se sustentan en el respeto de las diversas formas de propiedad y empresa que permitan el
incentivo de la iniciativa privada en el desarrollo de las diversas actividades económicas que el
mercado requiera con la sola limitaciones que establece la Ley, y relevando al Estado a una
participación subsidiaria previa autorización legal respecto de aquellas actividades no atractivas para
el capital privado, lo cual no lo enerva de participar en el mercado en igualdad de condiciones, el cual
debe desarrollarse en un ambiente que propicie la libre competencia, respecto del cual el Estado se
compromete a facilitar y vigilar que no se practiquen malas prácticas en desmedro del mercado tales
como el monopolio o las posiciones dominantes, los que en ningún caso serán autorizadas por Ley o
concertación y proscribiendo de manera expresa la realización de prácticas monopólicas que atenten
contra de la libertad de expresión y comunicación. En ese contexto, La nueva constitución de 1993
elige el modelo liberal de economía porque es el único posible, en una visión práctica dentro de esta
situación, no se trata pues de un liberalismo clásico, sino de una Economía de Mercado abierta donde
el Estado lucha contra los monopolios que son obviamente formados por las grandes empresas y a
favor de los pequeños empresarios, para que la economía de mercado pueda equilibrarse.

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CAPÍTULO I: EL REGIMEN ECONOMICO DE LA CONSITUCION DE 1993

Un primer aspecto a destacar es el hilo conductor que vertebra a las tres partes principales del texto
constitucional: los Derechos Fundamentales, el Régimen Económico y la Estructura del Estado. Los
Derechos Fundamentales expresan los objetivos, aspiraciones y necesidades primordiales de la
persona y de la sociedad en su conjunto; el Régimen Económico se ocupa de la tarea concreta de la
generación de los recursos necesarios para atender los Derechos Fundamentales y construir el
desarrollo económico nacional; y la Estructura del Estado da cuenta de la forma cómo se organiza el
Estado para conducir el país y servir a esos Derechos Fundamentales.

Se trata, entonces, de que la Constitución no sea una mera pieza retórica que enuncie aspiraciones y
derechos al margen de la capacidad efectiva para satisfacerlos. Teniéndose como referentes básicos
al complejo proceso de transición que experimenta la sociedad peruana, así como los
estrangulamientos económicos legados por la debacle de la década pasada, no cabía la actitud frívola
de querer «lucirse» formulando «la» Carta Magna «ideal» hecha para valer siempre o durante un
plazo muy prolongado. Correspondía, más bien, reconocer las carencias de la situación concreta del
país y, partiendo de ésta, asumir el compromiso serio de garantizar que los Derechos Fundamentales
de la persona y de la colectividad entera puedan ser atendidos en verdad; lo cual exigía dotarse de un
Régimen Económico capaz de estimular la generación progresiva de los recursos necesarios para ir
viabilizando esa meta en el futuro previsible. Esta actitud responsable es condición «sine qua non»
para que la población crea en el Estado y le deposite su confianza, y para que este pueda proyectarse
al exterior como entidad económicamente solvente y con legitimidad social.

A fin de estimular la generación de recursos, el nuevo régimen económico constitucional opta


claramente por liberar la fuerza productiva y creativa de todos los peruanos, poniendo el énfasis en
la instauración y desarrollo de mercados competitivos con base en la libre iniciativa privada. En un
país fragmentado por muy arraigados hábitos de exclusión, que han trabado el reconocimiento del
«ser colectivo» (del «nosotros») y neurotizado la discusión sobre la identidad nacional, dicha opción
tiene una profunda raíz y misión democratizante. La erradicación de la discriminación y el favoritismo
en el quehacer económico sienta las bases para el cohesionamiento del tejido social, para la
«democracia económica», sin la cual la «democracia política» deviene en parodia que perpetúa el
subdesarrollo económico y lleva al fracaso como nación.

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Es por ello que, en vez de negar la «economía social de mercado», el nuevo Régimen Económico
reafirma este concepto y, más importante aún, busca darle contenido real, efectivo, reconociendo esta
vez sin ambages la «función social», esencialmente democratizante, que le compete al mercado
dinamizado por la libre labor creativa de todos los peruanos. Esta interacción, lejos de destruir
«solidaridades de base» como a veces errónea o interesadamente se afirma, en realidad les da la
chance de desarrollarse porque rompe con los remanentes de feudalidad y herencia colonial que han
impedido el ingreso pleno del conjunto social peruano a la Era Moderna.

El Estado, en vez de expropiar esa función social en beneficio de unos cuantos, la alienta ahora a fin
de estar en capacidad, una vez firmemente apuntalado por esas solidaridades básicas desarrolladas
por una economía de mercado sólida y extendida sin exclusiones a toda la sociedad, de cumplir a
cabalidad con las funciones colectivas y redistributivas que le son propias por su condición de
representante del bien común. Por estas razones, el nuevo régimen económico constitucional es
central para el proceso de reconstrucción del Estado Peruano, para su armoniosa coexistencia con una
sociedad civil entendida modernamente, es decir, sin ciudadanos de segunda o tercera categoría.

En cuanto a las fuentes de los recursos que se requieren para desarrollar al país, el nuevo régimen
económico constitucional privilegia claramente a las dos siguientes: la inversión, nacional y
extranjera, como expresión de la confianza de los agentes económicos en un régimen que estimula
su libre creatividad y protege los resultados de su esfuerzo; y la tributación, como expresión del
compromiso de todos con el interés colectivo.

En consecuencia, los principales aspectos contenidos en el articulado del actual régimen económico
constitucional pueden resumirse de la siguiente manera:

 Se garantiza la libre iniciativa privada, de todos en general, para estimular así la creación de
riqueza individual y social;
 Se consagra el derecho inalienable de todos al libre acceso a la propiedad, y la inviolabilidad de
la misma, lo cual multiplicará la cantidad de agentes económicos capaces de invertir, y
dispuestos a hacerlo con perspectiva de largo plazo;
 igualdad de trato a los distintos sectores económicos y formas de propiedad, a fin de evitar
discriminaciones que distorsión en la asignación de recursos y la orientación de la inversión
productiva privada;

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 Se garantiza la libertad de empresa, comercio e industria, asegurando el funcionamiento de


mercados competitivos mediante la protección contra el abuso de posición dominante y contra
las prácticas restrictivas de la competencia; prohibiéndose por ende los monopolios amparados
por la ley;
 Se garantiza la libertad de comercio exterior, y la igualdad de trato a la inversión extranjera y
nacional;
 El estímulo a la inversión extranjera incluye la adopción de mecanismos de garantías como el
reconocimiento, cuando corresponda, del arbitraje internacional o de la jurisdicción estipulada
por convenios internacionales, para la solución de controversias de índole económico;
 Se subraya el principio de la universalidad del tributo, como fuente sana de ingresos para el
Estado, y se garantiza un manejo responsable de los recursos fiscales, disponiéndose que sólo se
autorizarán gastos que cuenten con el correspondiente ingreso, y regulándose estrictamente la
iniciativa de gasto por parte de los poderes del Estado.

I. PRINCIPIOS GENERALES - CONSTITUCION POLITICA 1993:


 Artículo 58.- Economía Social de Mercado
“La iniciativa privada es libre. Se ejerce en una economía social de mercado. Bajo este
régimen, el Estado orienta el desarrollo del país, y actúa principalmente en las áreas de
promoción de empleo, salud, educación, seguridad, servicios públicos e infraestructura.”

 Artículo 59.- Rol Económico del Estado


“El Estado estimula la creación de riqueza y garantiza la libertad de trabajo y la libertad de
empresa, comercio e industria. El ejercicio de estas libertades no debe ser lesivo a la moral,
ni a la salud, ni a la seguridad públicas. El Estado brinda oportunidades de superación a los
sectores que sufren cualquier desigualdad; en tal sentido, promueve las pequeñas empresas
en todas sus modalidades.”

 Artículo 60.- Pluralismo Económico


“El Estado reconoce el pluralismo económico. La economía nacional se sustenta en la
coexistencia de diversas formas de propiedad y de empresa.

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Sólo autorizado por ley expresa, el Estado puede realizar subsidiariamente actividad
empresarial, directa o indirecta, por razón de alto interés público o de manifiesta conveniencia
nacional.
La actividad empresarial, pública o no pública, recibe el mismo tratamiento legal.”

 Artículo 61.- Libre competencia


“El Estado facilita y vigila la libre competencia. Combate toda práctica que la limite y el
abuso de posiciones dominantes o monopólicas. Ninguna ley ni concertación puede autorizar
ni establecer monopolios.
La prensa, la radio, la televisión y los demás medios de expresión y comunicación social; y,
en general, las empresas, los bienes y servicios relacionados con la libertad de expresión y de
comunicación, no pueden ser objeto de exclusividad, monopolio ni acaparamiento, directa ni
indirectamente, por parte del Estado ni de particulares.”

 Artículo 62.- Libertad de contratar


“La libertad de contratar garantiza que las partes pueden pactar válidamente según las
normas vigentes al tiempo del contrato. Los términos contractuales no pueden ser modificados
por leyes u otras disposiciones de cualquier clase. Los conflictos derivados de la relación
contractual sólo se solucionan en la vía arbitral o en la judicial, según los mecanismos de
protección previstos en el contrato o contemplados en la ley.
Mediante contratos-ley, el Estado puede establecer garantías y otorgar seguridades. No
pueden ser modificados legislativamente, sin perjuicio de la protección a que se refiere el
párrafo precedente.”

 Artículo 63.- Inversión nacional y extranjera


“La inversión nacional y la extranjera se sujetan a las mismas condiciones. La producción de
bienes y servicios y el comercio exterior son libres. Si otro país o países adoptan medidas
proteccionistas o discriminatorias que perjudiquen el interés nacional, el Estado puede, en
defensa de éste, adoptar medidas análogas.
En todo contrato del Estado y de las personas de derecho público con extranjeros domiciliados
consta el sometimiento de éstos a las leyes y órganos jurisdiccionales de la República y su

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renuncia a toda reclamación diplomática. Pueden ser exceptuados de la jurisdicción nacional


los contratos de carácter financiero.
El Estado y las demás personas de derecho público pueden someter las controversias
derivadas de relación contractual a tribunales constituidos en virtud de tratados en vigor.
Pueden también someterlas a arbitraje nacional o internacional, en la forma en que lo
disponga la ley.”

 Artículo 64.- Tenencia y disposición de moneda extranjera


“El Estado garantiza la libre tenencia y disposición de moneda extranjera.”

 Artículo 65.- Protección al consumidor


“El Estado defiende el interés de los consumidores y usuarios. Para tal efecto garantiza el
derecho a la información sobre los bienes y servicios que se encuentran a su disposición en el
mercado. Asimismo vela, en particular, por la salud y la seguridad de la población.”

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CAPÍTULO II: ROL DEL ESTADO EN EL REGIMEN ECONOMICO

EXPEDIENTE N° 0008-2003-AI/TC
FECHA DE LA SENTENCIA 11 de Noviembre de 2003
LUGAR DE LA SENTENCIA Lima
PROCESO CONSTITUCIONAL Proceso de Inconstitucionalidad
DEMANDANTE Roberto Nesta Brero, en representación de 5,728
ciudadanos
DEMANDADO Poder Ejecutivo
DISPOSICIÓN CUESTIONADA El artículo 4° del Decreto de Urgencia N.° 140-
2001
DERECHO CONSTITUCIONAL El inciso 19) del artículo 118° de la Constitución,
VULNERADO así como los derechos fundamentales a la libre
iniciativa privada, a la libertad de empresa, a la
libertad de contratación y a la propiedad,
consagrados en la Constitución Política vigente.
MAGISTRADOS Alva Orlandini, Presidente; Bardelli Lartirigoyen,
Vicepresidente; Rey Terry, Aguirre Roca,
Revoredo Marsano, Gonzales Ojeda y García
Toma
FALLO Declara FUNDADA, la demanda de
inconstitucionalidad.
VOTOS DE MAGISTRADOS Aguirre Roca y Bardelli Lartirigoyen

ANALISIS DEL TRIBUNAL CONSITUCIONAL:

1. La “Constitución económica”

El Tribunal Constitucional estima que, tal como aparece planteada la cuestión controvertida,
resulta pertinente analizar el modelo económico consagrado por la Constitución, y, ante todo,
destacar la importancia que reviste la inclusión de un régimen económico en la Carta
Fundamental.(…)
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(…) En efecto, así como el excesivo poder político del Estado ha sido siempre un riesgo para la
libertad humana, de la misma forma el poder privado propiciado por una sociedad corporativa
constituye una grave y peligrosa amenaza para la regencia del principio de justicia. Norberto
Bobbio precisa que “(...) por debajo de la “no libertad”, como sujeción al poder del príncipe, hay
una “no libertad” más profunda ... y más difícilmente extirpable: la “no libertad” como
sumisión al aparato productivo y a las grandes organizaciones del consenso y del disenso que la
sociedad corporativa inevitablemente genera en su seno (...)”. (Citado por Pedro de Vega en:
Neoliberalismo y Estado. En: Pensamiento Constitucional. Año. N.° IV. N.° 4, 1997, pág. 34).
Por ello, no sólo es saludable, sino imprescindible, consolidar al más alto nivel jurídico y político
las reglas macro que procuren una economía orientada hacia un Estado social y democrático de
derecho.

2. Sobre los principios constitucionales que informan al modelo económico

La interpretación interdependiente de la institucionalidad constitucional permitirá aprehender


adecuadamente el contenido y la finalidad del modelo económico establecido en la Constitución.
Para ello, es preciso determinar previamente los principios básicos de la estructura del sistema
constitucional económico.

2.1. El Estado peruano como Estado social y democrático de derecho

El Estado peruano definido por la Constitución de 1993, presenta las características básicas
de Estado social y democrático de derecho. Así se concluye de un análisis conjunto de los
artículos 3° y 43° de la Ley Fundamental. Asimismo, se sustenta en los principios esenciales
de libertad, seguridad, propiedad privada, soberanía popular, separación de las funciones
supremas del Estado y reconocimiento de los derechos fundamentales. Principios de los que
se deriva la igualdad ante la ley y el necesario reconocimiento de que el desarrollo del país
se realiza en el marco de una economía social de mercado.

2.1.1. Fundamentos ideopolíticos del Estado social y democrático de derecho

El Estado social y democrático de derecho no obvia los principios y derechos


básicos del Estado de derecho, tales como la libertad, la seguridad, la propiedad
privada y la igualdad ante la ley; antes bien, pretende conseguir su mayor
efectividad, dotándolos de una base y un contenido material, a partir del supuesto
de que individuo y sociedad no son categorías aisladas y contradictorias, sino dos
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términos en implicación recíproca. Así, no hay posibilidad de materializar la


libertad si su establecimiento y garantías formales no van acompañados de unas
condiciones existenciales mínimas que hagan posible su ejercicio real (García
Pelayo, Manuel. Las transformaciones del Estado contemporáneo. Madrid:
Editorial Alianza. 1980, pág. 26), lo que supone la existencia de un conjunto de
principios que instrumentalicen las instituciones políticas, fundamenten el sistema
jurídico estadual y sustenten sus funciones.

Ahora bien, siendo la dignidad humana el presupuesto de todos los derechos


fundamentales, su reconocimiento es una condición para el ejercicio de la libertad,
entendida como aquella condición humana según la cual ninguna persona se halla
sujeta a coacción derivada de la voluntad arbitraria de los demás (F.A. Hayek. Los
fundamentos de la libertad. Ed. Unión. Madrid 1991, pág. 26).

La seguridad jurídica y la igualdad ante la ley, a su vez, son condiciones necesarias


para el funcionamiento del Estado social y democrático de derecho, y se configuran
en un marco de condiciones vitales mínimas y de una posición estadual vigilante a
través de órganos autónomos y transparentes que promuevan el desarrollo del país
en un marco de libre competencia e, igualmente, velen por el respeto de la dignidad
de las personas.

2.1.2. Aspectos teleológicos del Estado social y democrático de derecho

El Estado social y democrático de derecho, como alternativa política frente al


Estado liberal, asume los fundamentos de éste, pero además le imprime funciones
de carácter social. Pretende que los principios que lo sustentan y justifican tengan
una base y un contenido material. Y es que la libertad reclama condiciones
materiales mínimas para hacer factible su ejercicio. Por ejemplo, la propiedad
privada no sólo debe ser inviolable, sino que debe ejercerse en armonía con el bien
común, y dentro de los límites de la ley.

La seguridad e igualdad jurídicas requieren de una estructura económica adecuada


que haga posible estos principios.

La configuración del Estado social y democrático de derecho requiere de dos


aspectos básicos: la existencia de condiciones materiales para alcanzar sus
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presupuestos, lo que exige una relación directa con las posibilidades reales y
objetivas del Estado y con una participación activa de los ciudadanos en el quehacer
estatal; y la identificación del Estado con los fines de su contenido social, de forma
tal que pueda evaluar, con criterio prudente, tanto los contextos que justifiquen su
accionar como su abstención, evitando tornarse en obstáculo para el desarrollo
social.

La exégesis del régimen económico constitucional a la luz del principio del Estado
social y democrático de derecho (artículo 43° de la Constitución), que encuentra en
el bien común (que es idéntico al interés de la sociedad) su ratio fundamental, bien
puede ser traducida en la expresión contenida en la Encíclica Mater et magistra,
según la cual: “En materia económica es indispensable que toda actividad sea regida
por la justicia y la caridad como leyes supremas del orden social. (...). (Es necesario
establecer) un orden jurídico, tanto nacional como internacional, que, bajo el influjo
rector de la justicia social y por medio de un cuadro de instituciones públicas o
privadas, permita a los hombres dedicados a las tareas económicas armonizar
adecuadamente su propio interés particular con el bien común”. (Iters. Nros. 39-
40).

2.1.3. Supuestos fundamentales de nuestro Estado social y democrático de derecho

García Pelayo asevera que esta modalidad estadual, históricamente, es el intento de


adaptación del Estado tradicional o Estado Liberal Mínimo a las condiciones
sociales de la civilización industrial y post-industrial, con sus nuevos y complejos
problemas, pero también con sus grandes posibilidades técnicas, económicas y
organizativas, en un contexto de respeto a los derechos fundamentales. (Las
transformaciones... Ibid, pág. 18).

Las nuevas funciones del Estado moderno tienen que ver con aspectos económicos,
sociales, políticos y jurídicos.

a) Supuestos económicos

La economía social de mercado es una condición importante del Estado social y


democrático de derecho. Por ello debe ser ejercida con responsabilidad social y bajo

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el presupuesto de los valores constitucionales de la libertad y la justicia. A tal efecto


está caracterizada, fundamentalmente, por los tres elementos siguientes:

 Bienestar social; lo que debe traducirse en empleos productivos, trabajo digno y


reparto justo del ingreso.
 Mercado libre; lo que supone, por un lado, el respeto a la propiedad, a la
iniciativa privada y a una libre competencia regida, prima facie, por la oferta y
la demanda en el mercado; y, por otro, el combate a los oligopolios y
monopolios.
 Un Estado subsidiario y solidario, de manera tal que las acciones estatales
directas aparezcan como auxiliares, complementarias y temporales.
 En suma, se trata de una economía que busque garantizar que la productividad
individual sea, por contrapartida, sinónimo de progreso social.

b) Supuestos sociales

Se trata del Estado de la integración social, dado que se busca conciliar los intereses
de la sociedad, desterrando los antagonismos clasistas del sistema industrial. Al
respecto, García Pelayo sostiene que la unidad entre el Estado social y la comunidad
nacional hace posible otra característica de dicho tipo de Estado, a saber, su
capacidad para producir la integración de la sociedad nacional, o sea, el proceso
constante, renovado, de conversión de una pluralidad en una unidad, sin perjuicio
de la capacidad de autodeterminación de las partes (Las Transformaciones... Op.
Cit., pág. 45).

c) Supuestos políticos

El Estado social y democrático de derecho posibilita la integración del Estado y la


sociedad, así como la democratización del Estado. La democracia, por ello,
constituye un elemento imprescindible del Estado.

Desde esta perspectiva, la democracia ostenta una función dual: método de


organización política del Estado, es decir, método de elección y nombramiento de
sus operadores, y mecanismo para conseguir el principio de igualdad en el ámbito
social. Así, el principio democrático no sólo garantiza una serie de libertades

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políticas, sino que transita e informa todo el ordenamiento jurídico-político, desde


el ejercicio de las libertades políticas, pasando por la libertad de elección propia del
libre desarrollo de la personalidad, hasta llegar, incluso, al seno mismo del núcleo
duro de todos y cada uno de los derechos fundamentales. De modo que, aun cuando
nuestra Constitución no lo establezca expresamente, el hecho de que exista una
remisión al Estado democrático de derecho como una fuente de interpretación y
también de identificación de los derechos fundamentales de la persona (artículo 3°
de la Constitución), hace del principio democrático uno que trasciende su
connotación primigeniamente política, para extenderse a todo ámbito de la vida en
comunidad. De este forma, nuestra Carta Fundamental lleva implícito el
reconocimiento de una democracia económica, social y cultural.

La vigencia de los principios democráticos asume vital importancia, dado que la


satisfacción razonable de las condiciones de existencia de la persona determina y
condiciona la voluntad legítima de la nación sobre el sistema estadual,
consiguiéndose la estabilidad del Estado en todos sus elementos, y alcanzándose las
metas propuestas en el modelo social.

La historia de la humanidad demuestra que el Estado no puede agotarse en sus


funciones jurisdiccionales, de policía y de defensa del territorio; asimismo, que no
puede limitar su actividad sólo a garantizar la seguridad interior y exterior del país.
El Estado debe ser el ente integrador del orden político y social, y el regulador de
la estructura social, que asegure el ejercicio de los derechos fundamentales de las
personas

d) Supuestos jurídicos

En el Estado social y democrático de derecho, el fenómeno jurídico no puede ser


concebido como una regulación de características estrictamente formales, sino
como una de connotaciones sociales. El sistema jurídico derivado de esta modalidad
estadual trasciende la regulación formal, y apareja la exigencia de que sus
contenidos axiológicos se plasmen en la vida cotidiana.

Dicha concepción presupone los valores de justicia social y de dignidad humana,


los cuales propenden la realización material de la persona; esto es, el libre

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desenvolvimiento de la personalidad y el despliegue más acabado de las


potencialidades humanas sobre la base del principio de libertad.

2.2. Dignidad de la persona humana

Ésta se encuentra consagrada en el artículo 1º del texto constitucional, cuyo tenor es que la
dignidad de la persona humana es el valor superior dentro del ordenamiento y, como tal,
presupuesto ontológico de todos los derechos fundamentales, incluyendo, desde luego,
aquellos de contenido económico. De este modo, no serán constitucionalmente adecuadas
la explicación y solución de la problemática económica desde una perspectiva alejada de la
dignidad humana, pues la persona no puede ser un medio para alcanzar una economía
estable sino, por el contrario, debe ser la que auspicie la consecución de un fin superior para
el Estado y la sociedad; a saber, la consolidación de la dignidad del hombre.

2.3. Igualdad

El orden constitucional económico debe ser interpretado también a la luz del principio de
igualdad, reconocido en el inciso 2) del artículo 2° de la Constitución. Sobre el particular,
en el Caso Colegio de Notarios de Lima (Exps. Acums. N.° 0001-2003-AI/TC y N.° 0003-
2002-AI/TC), este Tribunal precisó que “(...) el principio de igualdad en el Estado
Constitucional, exige del legislador una vinculación negativa o abstencionista y otra
positiva o interventora (...)”.

“(...) La vinculación negativa podrá elucidarse desde la ya consolidada jurisprudencia de


este Colegiado, cuya sucinta expresión es ‘tratar igual a los que son iguales’ y ‘distinto a
los que son distintos’, de forma tal que la ley, como regla general, tenga una vocación
necesaria por la generalidad y la abstracción, quedando proscrita la posibilidad de que el
Estado, a través del legislador, pueda ser generador de factores discriminatorios de cualquier
índole. Empero, emprender la interpretación del derecho a la igualdad desde un criterio
decimonónico, supondría reducir la protección constitucional del principio de igualdad a un
contenido meramente formal, razón por la cual es deber de este Colegiado, de los poderes
públicos y de la colectividad en general, dotar de sustancia al principio de igualdad
reconocido en la Constitución”.

Debe reconocerse también una vinculación positiva del legislador con los derechos
fundamentales, de forma tal que los poderes públicos sean capaces de revertir las
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condiciones de desigualdad o, lo que es lo mismo, reponer las condiciones de igualdad que


pudieran estarse manifestando en la realidad social, a contracorriente de las aspiraciones
constitucionales.

Dicho juicio, desde luego, es aplicable también al ámbito económico, en el que, por mandato
expreso de la Norma Fundamental, el Estado tiene la obligación de adoptar las medidas
orientadas a brindar oportunidades de superación a los sectores que sufren cualquier
desigualdad (artículo 59°).

2.4. Economía social de mercado

A modo de conjunción de los principios expuestos, e ingresando de manera más concreta


en la determinación solidaria y social en la que se inspira el régimen económico de la
Constitución, el artículo 58° de la Carta preceptúa que aquél se ejerce en una economía
social de mercado. La economía social de mercado es representativa de los valores
constitucionales de la libertad y la justicia, y, por ende, es compatible con los fundamentos
axiológicos y teleológicos que inspiran a un Estado social y democrático de derecho. En
ésta imperan los principios de libertad y promoción de la igualdad material dentro de un
orden democrático garantizado por el Estado. De allí que L. Herhärd y Alfred Muller
Armack afirmen que se trata de un orden “en donde se asegura la competencia, y al mismo
tiempo, la transformación de la productividad individual en progreso social, beneficiando a
todos, amén de estimular un diversificado sistema de protección social para los sectores
económicamente débiles … " (El orden del futuro. La economía social de mercado.
Universidad de Buenos Aires, 1981).

Alude, pues, a la implantación de una mecánica en la que "el proceso de decisión económica
está descentralizado y la coordinación de los múltiples poderes individuales se hace a través
de las fuerzas automáticas de la oferta y demanda reguladas por los precios". (Juergen B.
Donges. Sistema económico y Constitución alemana. En: Constitución y Economía,
Madrid: 1977).

Es decir, tanto como se opone a la economía de planificación y dirección central, la


economía social de mercado se opone también a la economía del leissez faire, en donde el
Estado no puede ni debe inmiscuirse en el proceso económico.

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“La economía social de mercado, como presupuesto consustancial del Estado


Constitucional aparece como una “tercera vía” entre el capitalismo y el socialismo ... ”
(Peter Häberle. Incursus. Perspectiva de una doctrina constitucional del mercado: siete tesis
de trabajo. En: Pensamiento Constitucional. Año. N.° IV. N°. 4, Lima 1997, pág. 25). Y es
que, dado el carácter "social" del modelo económico establecido en la Constitución vigente,
el Estado no puede permanecer indiferente a las actividades económicas, lo que en modo
alguno supone la posibilidad de interferir arbitraria e injustificadamente en el ámbito de
libertad reservado a los agentes económicos.

2.5. Libre iniciativa privada

Otro principio que informa a la totalidad del modelo económico es el de la libre iniciativa
privada, prescrito en el artículo 58° de la Constitución y que se encuentra directamente
conectado con lo establecido en el inciso 17), artículo 2° del mismo texto, el cual establece
el derecho fundamental de toda persona a participar, ya sea en forma individual o asociada,
en la vida económica de la Nación. De ello se colige que toda persona natural o jurídica
tiene derecho a emprender y desarrollar, con autonomía plena, la actividad económica de
su preferencia, afectando o destinando bienes de cualquier tipo a la producción y al
intercambio económico con la finalidad de obtener un beneficio o ganancia material.

Como expone Marcial Rubio Correa, dicho derecho tiene un contenido de libertad y otro de
actuación económica, cuya expresión es “que las personas son libres de realizar las
actividades económicas que mejor consideren para obtener los recursos de su vida cotidiana
y de su capitalización” (Estudio de la Constitución Política de 1993, PUCP, Fondo Editorial,
1999).

La iniciativa privada puede desplegarse libremente en tanto no colisione los intereses


generales de la comunidad, los cuales se encuentran resguardados por una pluralidad de
normas adscritas al ordenamiento jurídico; vale decir, por la Constitución, los tratados
internacionales y las leyes sobre la materia. Empero, con el mismo énfasis debe precisarse
que dicho ordenamiento protege la libre iniciativa contra la injerencia de los poderes
públicos, respecto de lo que se considera como “privativo” de la autodeterminación de los
particulares.

2.6. La actuación subsidiaria del Estado en la economía

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Este principio puede concebirse en dos sentidos: vertical y horizontal.

La subsidiariedad vertical se refiere a la relación existente entre un ordenamiento mayor -


que puede ser una organización nacional o central- y un ordenamiento menor -que pueden
ser las organizaciones locales o regionales-, según la cual el primero de ellos sólo puede
intervenir en aquellos ámbitos que no son de competencia del ordenamiento menor. Dicha
orientación guarda estrecha relación con los servicios públicos y el desarrollo económico-
social.

Por su parte, la subsidiaridad horizontal esta referida a la relación existente entre el Estado
y la ciudadanía, en la cual el cuerpo político, respetando la autonomía y la libre
determinación de los individuos, reduce la intervención pública a lo esencial.

A través de ambos sentidos, el principio de subsidiariedad se constituye en un elemento de


vital importancia para el Estado democrático de derecho, ubicándose entre la esfera de la
descentralización institucional y la autonomía de lo social, en cuanto principio que inspira
un proceso de socialización de los poderes públicos. Consecuentemente, el principio de
subsidiariedad surge en el constitucionalismo moderno como una técnica decididamente
útil para lograr la pacificación social o la resolución de los conflictos mediante el respeto
absoluto de los derechos y libertades individuales, y tiene como fin la reestructuración del
equilibrio entre lo público y lo privado según una adecuada flexibilización que acentúa la
concepción democrática del ordenamiento estatal.

Entre los usos pragmáticos que el término subsidiariedad puede tener en el ámbito
constitucional se tiene los tres siguientes:

 El primero tiene que ver con el sentido horizontal del principio y está referido a la
relación clásica entre sociedad y Estado, entre libertad y autoridad, entre iniciativa
privada y poder impositivo del Estado.
 El segundo está relacionado con la teoría de las fuentes del derecho objetivo, la misma
que supone la titularidad del poder de normación en el Estado-persona o bien en entes
dotados de soberanía. Por tanto, se entiende como la potestad que tienen los entes
legitimados y competentes para la adopción del acto de normar en forma autónoma y
exclusiva, salvo en aquellos casos en los que el acto-fuente no logre, por sí solo,

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conseguir los efectos jurídicos deseados, situaciones en las cuales existe la posibilidad
de que la ley estatal intervenga.
 El tercero, que tiene algunos elementos en común con la materia de fuentes, es el que
concierne a la organización administrativa o a los diversos niveles de expresión de las
funciones y competencias públicas. Está vinculado a la descentralización
administrativa estructurada sobre la base de una articulación diferente de las relaciones
entre el ordenamiento mayor y el ordenamiento menor. Se trata, en suma, del principio
de subsidiariedad entendido en sentido vertical.

Ahora bien, estos usos no se consideran separados los unos de los otros, sino como
momentos de una única esencia que caracteriza la configuración del ordenamiento estatal.
En efecto, la subsidiariedad en el Derecho Constitucional está condicionada a la forma del
Estado y a las relaciones entre gobernantes y gobernados, reguladas en el ámbito de la
disciplina económica y de la producción de los actos normativos -no ordenados desde una
óptica jerárquica sino, más bien, desde una estructura diversificada sobre la base axiológica
y valorativa-; y, también, a la organización vertical del Estado, que se distribuye según
formas mayores de descentralización administrativa a favor de los ordenamientos menores.

Sin perjuicio de lo expuesto, debe quedar claro que, aunque se postule el respeto de las
libertades de los individuos y de los grupos, el principio de subsidiariedad no pone en
discusión el papel y la importancia del Estado; por el contrario, se orienta a valorarlo,
procediendo a una redefinición y a una racionalización de los roles en la dinámica de las
relaciones entre el Estado y los ciudadanos, entre lo público y lo privado.

Desde la perspectiva de una organización social inspirada en el principio de subsidiariedad,


el Estado emerge como garante final del interés general, desde el momento en que su tarea
consiste en la intervención directa para satisfacer una necesidad real de la sociedad, cuando
la colectividad y los grupos sociales, a los cuales corresponde en primer lugar la labor de
intervenir, no están en condiciones de hacerlo.

De este modo, el principio de subsidiariedad, más que un mecanismo de defensa contra el


Estado, resulta ser un instrumento para la conciliación de conflictos; no se funda en una
concepción "opositiva" de la relación entre Estado y sociedad, sino en una visión
"integradora" y "consensual" del cuerpo social, cuyas partes, mediante vínculos de tipo

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subsidiario, se recomponen armónicamente en un proceso que gradualmente desciende


desde el individuo hasta el Estado a través de las formaciones sociales intermedias.

A diferencia de la Constitución de 1979, que no establecía claramente la subsidiariedad de


la intervención de los poderes públicos en la economía, la actual Constitución prescribe
expresamente en su artículo 60° que " … . Sólo autorizado por ley expresa, el Estado
puede realizar subsidiariamente actividad empresarial, directa o indirecta, por razón de alto
interés público o de manifiesta conveniencia nacional … ". Se consagra así, el "principio
de subsidiariedad" de la actuación del Estado en la economía, y se plantea el reconocimiento
de la existencia de una función supletoria del Estado ante las imperfecciones u omisiones
de los agentes económicos, en aras del bien común.

En ese orden de ideas, las acciones del Estado deben estar vinculadas al fomento,
estimulación, coordinación, complementación, integración o sustitución, en vía supletoria,
complementaria o de reemplazo, de la libre iniciativa privada. La subsidiariedad se
manifiesta como el acto accesorio o de perfeccionamiento en materia económica, que se
justifica por la inacción o defección de la iniciativa privada.

Debe enfatizarse que “la intervención de las autoridades públicas en el campo económico,
por dilatada y profunda que sea, no sólo no debe coartar la libre iniciativa de los particulares,
sino que, por el contrario, ha de garantizar la expansión de esa libre iniciativa”, y la de los
derechos esenciales de la persona humana. Entre ellos hay que incluir el derecho y la
obligación –de cada persona- de ser, normalmente, la primera responsable de su propia
manutención y de la de su familia, lo cual implica que los sistemas económicos permitan y
faciliten a cada ciudadano el libre y provechoso ejercicio de las actividades de producción.”
(Encíclica Mater et Magistra. Iter N.° 55)

Dentro del marco establecido por el principio de subsidiariedad y en el ejercicio de su


actividad económica, el Estado, tal y conforme lo dispone el artículo 58°, asume roles
sociales en áreas tales como el de la promoción del empleo, salud, educación, seguridad,
servicios públicos e infraestructura.

Asimismo, este principio debe ser interpretado en concordancia con otro de equivalente
importancia, como es del pluralismo económico (primer párrafo del artículo 60° de la
Constitución), que se ha desarrollado bajo el concepto de igualdad jurídica entre los

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competidores, y que constituye uno de los pilares del derecho de la competencia. Este
régimen de paridad al que se someten tanto las empresas públicas como las privadas,
constituye una garantía para el desenvolvimiento del tipo de mercado establecido en la
Constitución y la optimización de los principios y valores que fundamenten el Estado
democrático de derecho.

6. Libertades patrimoniales que garantizan el régimen económico

Tras la sumaria reseña de los principios fundamentales sobre los que debe inspirarse el ejercicio
hermenéutico aplicado al marco económico establecido en nuestra Carta Fundamental, cabe
ahora detenerse en las libertades económicas reconocidas en el mismo texto.

En efecto, el modelo económico consignado en la Constitución exige el reconocimiento y


defensa de una pluralidad de libertades de carácter patrimonial, cuya configuración binaria y
simultánea es la de derechos subjetivos y garantías institucionales.

a) El derecho a la propiedad

Establecido en los incisos 8) y 16) del artículo 2° de la Constitución, es concebido como el poder
jurídico que permite a una persona usar, disfrutar, disponer y reivindicar un bien. Así, la persona
propietaria podrá servirse directamente de su bien, percibir sus frutos y productos, y darle destino
o condición conveniente a sus intereses, siempre que ejerza tales actividades en armonía con el
bien común y dentro de los limites establecidos por la ley; e incluso podrá recuperarlo si alguien
se ha apoderado de él sin derecho alguno.

Dicho derecho corresponde, por naturaleza, a todos los seres humanos; quedando éstos
habilitados para usar y disponer autodeterminativamente de sus bienes y de los frutos de los
mismos, así como también transmitirlos por donación o herencia. Como tal, deviene en el
atributo más completo que se puede tener sobre una cosa.

Tal como se estableció en el histórico caso “Campbell vs Holt”, el concepto constitucional de la


propiedad difiere y, más aún, amplia los contenidos que le confiere el derecho civil.

Así, mientras que en este último el objeto de la propiedad son las cosas u objetos materiales
susceptibles de valoración, para el derecho constitucional la propiedad no queda “enclaustrada”
en el marco del dominio y de los derechos reales, sino que abarca y se extiende a la pluralidad

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in totum de los bienes materiales e inmateriales que integran el patrimonio de una persona y que,
por ende, son susceptibles de apreciación económica.
Al respecto, Gregorio Badeni (Instituciones de Derecho Constitucional. Buenos Aires: Ad-
Hoc,1997) comenta que “incluye tanto a las cosas como a los bienes e intereses estimables
económicamente que puede poseer una persona. Comprende no solamente el dominio sobre las
cosas, sino también la potestad de adquisición, uso y disposición de sus bienes tangibles e
intangibles (...) los intereses apreciables económicamente que puede poseer el hombre fuera de
si mismo, al margen de su vida y libertad de acción”.

En lo esencial, se trata de un derecho cuyo origen no reside en la voluntad política del legislador
estatal, sino en la propia naturaleza humana, que impulsa al individuo a ubicar bajo “su” ámbito
de acción y autoconsentimiento, el proceso de adquisición, utilización y disposición de diversos
bienes de carácter patrimonial.

Ahora bien, la referencia al bien común establecida en el artículo 70° de la Constitución, es la


que permite reconocer la función social que el orden reserva a la propiedad.

El funcionamiento del sistema económico en armonía con los principios constitucionales


depende de que los bienes sean destinados a los fines económicos y sociales que su naturaleza
exige. La propiedad no sólo supone el derecho del propietario de generar con la explotación del
bien, su propio beneficio individual. Tampoco se restringe a aceptar la existencia de límites
externos que impidan al titular de los bienes utilizarlos en perjuicio de terceros. Acorde con la
Constitución, es fundamental que el propietario reconozca en su propiedad la funcionalidad
social que le es consustancial. Así, en la propiedad no sólo reside un derecho, sino también un
deber: la obligación de explotar el bien conforme a la naturaleza que le es intrínseca, pues sólo
de esa manera estará garantizado el bien común. Ello requerirá la utilización de los bienes
conforme a su destino natural en la economía.

Tal como refiere Haberle, (El Estado Constitucional, México: UNAM, 2001) “en la democracia
pluralista, el bien común –idéntico al interés público- es indispensable”. Incorporando la
necesaria referencia al bien común en el desarrollo de la institución de la propiedad, dicha
libertad fundamental se convierte en parte integrante del interés público.

Ahora bien, nuestra Constitución reconoce a la propiedad no sólo como un derecho subjetivo
(derecho individual), sino también como una garantía institucional (reconocimiento de su

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función social). Se trata, en efecto, de un “instituto” constitucionalmente garantizado. De modo


que no puede aceptarse la tesis que concibe a los derechos fundamentales como derechos
exclusivamente subjetivos, pues ello parte de la errónea idea de que aquellos son sólo una nueva
categorización de las libertades públicas, tal como en su momento fueron concebidas en la
Francia revolucionaria.

Pablo Ramella (Los Derechos Humanos. Buenos Aires: Depalma, 1980) precisa que “la función
social de la propiedad se traduce constitucionalmente en limitaciones al ejercicio de este derecho
y en obligaciones a cargo del propietario, impuestas unas y otras en beneficio del bien común”.
Dicho concepto obliga a que se armonice el interés del propietario con el de la comunidad;
procediéndose, para tal efecto, a que el Estado modere su ejercicio a través de la reglamentación.

La exigencia de funcionalidad social surge de la aplicación del principio de justicia; es decir,


dentro del Estado democrático y social de derecho, la propiedad no se agota en un cometido
individual, sino que se despliega hasta lograr una misión social, por cuanto ésta debe ser usada
también para la constitución y ensanchamiento del bien común.

El propietario dispondrá, simultáneamente, del poder de emplear su bien en procura de lograr la


satisfacción de sus expectativas e intereses propios y los de su entorno familiar; y el deber de
encauzar el uso y disfrute del mismo en armonía y consonancia con el bien común de la
colectividad a la que pertenece.

Al respecto, el Tribunal Constitucional español, en la sentencia STC/37/1987, ha precisado que:


“La Constitución reconoce un derecho a la propiedad privada que se configura como haz de
facultades individuales, pero también y al mismo como un conjunto de deberes y obligaciones
establecidos de acuerdo con las leyes, en atención a valores o intereses de la colectividad, es
decir, a la finalidad o utilidad social que cada categoría de bienes objeto de dominio esté llamado
a cumplir (...)”.

En efecto, en el sistema constitucional personalista -caso de nuestra Constitución- la propiedad


privada no es ni puede ser en modo alguno absoluta, debido a que, al igual que los restantes
derechos y libertades que dignifican al ser humano, la propiedad se encuentra sujeta a las
limitaciones impuestos por el interés general, las que, sin embargo, nunca podrían sustituir a la
persona humana como titular de la libertad, así como tampoco imponer trabas intensas a su
ejercicio que desconozcan la indemnidad de dicho derecho.

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La doctrina del reconocimiento de la propiedad como una garantía institucional, ha sido también
defendida por el Tribunal Constitucional en el Caso Colegio de Notarios de Junín, en la cual
argumentó que “el derecho a la propiedad no sólo adquiere la categoría constitucional de derecho
fundamental, sino que su defensa y promoción se constituyen en garantía institucional para el
desarrollo económico ... . Empero, para el pleno desarrollo del derecho de propiedad en los
términos que nuestra Constitución le reconoce y promueve, no es suficiente saberse titular del
mismo por una cuestión de simple convicción, sino que es imprescindible poder oponer su
titularidad frente a terceros y generar, a partir de la seguridad jurídica que la oponibilidad otorga,
las consecuencias económicas que a ella le son consustanciales. Es decir, es necesario que el
Estado cree las garantía que permitan institucionalizar el derecho ... .

Por cierto, la concepción de la propiedad privada como una garantía institucional, no implica el
desconocimiento de las garantías que, a su vez, deben ser instauradas a efectos de reconocer al
propietario las facultades de oponibilidad del derecho. Y es que, al igual que la gran mayoría de
derechos fundamentales, la propiedad no mantiene más la condición de derecho absoluto. Al
respecto, Jorge Avendaño (El derecho de propiedad en la Constitución. En: Thémis, N.° 30,
Lima, 1994) sostiene que “la propiedad tiene limitaciones, impuestas por diversas razones. Las
limitaciones a la propiedad son hoy tan importantes, como crecientes en extensión y número, y
ello en relación directa de la estimación del interés público y del concepto social del dominio”.

Evidentemente, dicha función social tan sólo es aplicable a los bienes de producción o a los
bienes de servicio público, mas no así a los bienes de consumo o a los bienes de utilidad
estrictamente privada, en los que sólo es reconocible una utilidad estrictamente personal, en cuyo
caso bastará abstenerse de aplicar la propiedad en perjuicio de la comunidad.

El ejercicio del derecho a la propiedad no es absoluto, e importa limitaciones legales que tienen
por finalidad armonizar:

 El derecho de propiedad individual con el ejercicio del mismo por parte de los demás
individuos.
 El derecho de propiedad individual con el ejercicio de las restantes libertades individuales.
 El derecho de propiedad individual con el orden público y el bien común.

b) El derecho a la libre contratación

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Establecido en el inciso 14) del artículo 2° de la Constitución, se concibe como el acuerdo o


convención de voluntades entre dos o más personas naturales y/o jurídicas para crear, regular,
modificar o extinguir una relación jurídica de carácter patrimonial. Dicho vínculo -fruto de la
concertación de voluntades- debe versar sobre bienes o intereses que poseen apreciación
económica, tener fines lícitos y no contravenir las leyes de orden público.

Tal derecho garantiza, prima facie:

 Autodeterminación para decidir la celebración de un contrato, así como la potestad de elegir


al co-celebrante.
 Autodeterminación para decidir, de común acuerdo, la materia objeto de regulación
contractual.

A lo expuesto debe agregarse que la libertad contractual constituye un derecho relacional, pues,
con su ejercicio, se ejecutan también otros derechos tales como la libertad al comercio, la libertad
al trabajo, etc.

c) La libertad de trabajo

Establecida en el inciso 15) del artículo 2° de la Constitución, se formula como el atributo para
elegir a voluntad la actividad ocupacional o profesional que cada persona desee o prefiera
desempeñar, disfrutando de su rendimiento económico y satisfacción espiritual; así como de
cambiarla o de cesar de ella. Para tal efecto, dicha facultad autodeterminativa deberá ser ejercida
con sujeción a la ley. Por ello es que existen limitaciones vinculadas con el orden público, la
seguridad nacional, la salud y el interés público.

La Constitución asegura el derecho de optar, a condición de que sea lícita, por alguna actividad
de carácter intelectual y/o física, con el objeto directo o indirecto de obtener un provecho material
o espiritual; tal atributo se extiende a la potestad de posteriormente cambiar o cesar en dicha
labor.

d) La libertad de empresa

Consagrada por el artículo 59° de la Constitución, se define como la facultad de poder elegir la
organización y efectuar el desarrollo de una unidad de producción de bienes o prestación de
servicios, para satisfacer la demanda de los consumidores o usuarios.

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La libertad de empresa tiene como marco una actuación económica autodeterminativa, lo cual
implica que el modelo económico social de mercado será el fundamento de su actuación, y
simultáneamente le impondrá límites a su accionar.

Consecuentemente, dicha libertad debe ser ejercida con sujeción a la ley -siendo sus limitaciones
básicas aquellas que derivan de la seguridad, la higiene, la moralidad o la preservación del medio
ambiente-, y su ejercicio deberá respetar los diversos derechos de carácter socio-económico que
la Constitución reconoce.

e) La libertad de comercio

Establecida en el artículo 59° de la Constitución, se trata de la facultad de elegir la organización


y llevar a cabo una actividad ligada al intercambio de mercaderías o servicios, para satisfacer la
demanda de los consumidores o usuarios. Debe ejercerse con sujeción a la ley.

Tal libertad presupone el atributo de poder participar en el tráfico de bienes lícitos, así como
dedicarse a la prestación de servicios al público no sujetos a dependencia o que impliquen el
ejercicio de una profesión liberal.

f) La libertad de industria

Establecida en el artículo 59° de la Constitución, es la facultad de elegir y obrar, según propia


determinación, en el ámbito de la actividad económica cuyo objeto es la realización de un
conjunto de operaciones para la obtención y/o transformación de uno o varios productos.

4. Los derechos de los consumidores y los usuarios


Así como la Constitución protege a los agentes económicos encargados de establecer la oferta
en el mercado, a partir del ejercicio de los derechos de libre empresa, comercio e industria, con
igual énfasis protege al individuo generador de demanda, es decir, al consumidor o el usuario.
El consumidor –o usuario- es el fin de toda actividad económica; es decir, es quien cierra el
círculo económico satisfaciendo sus necesidades y acrecentando su bienestar a través de la
utilización de una gama de productos y servicios. En puridad, se trata de una persona natural o
jurídica que adquiere, utiliza o disfruta determinados productos (como consumidor) o servicios
(como usuario) que previamente han sido ofrecidos al mercado.
Es indudable que la condición de consumidor o usuario se produce a través de la relación que
éste entabla con un agente proveedor -independientemente de su carácter público o privado-; sea
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en calidad de receptor o beneficiario de algún producto, sea en calidad de destinatario de alguna


forma de servicio.
En consecuencia, la condición de consumidor o usuario no es asignable a cualquier individuo o
ente, sino a aquel vinculado a los agentes proveedores dentro del contexto de las relaciones
generadas por el mercado, las cuales tienen como correlato la actuación del Estado para
garantizar su correcto desenvolvimiento.
El proveedor seria aquella persona natural o jurídica que, habitual o periódicamente, ofrece,
distribuye, vende arrienda o concede el uso o disfrute de bienes, productos y servicios.
La Constitución prescribe en su artículo 65° la defensa de los intereses de los consumidores y
usuarios, a través de un derrotero jurídico binario; vale decir, establece un principio rector para
la actuación del Estado y, simultáneamente, consagra un derecho subjetivo. En lo primero, el
artículo tiene la dimensión de una pauta básica o postulado destinado a orientar y fundamentar
la actuación del Estado respecto a cualquier actividad económica. Así, el juicio estimativo y el
juicio lógico derivado de la conducta del Estado sobre la materia, tienen como horizonte tuitivo
la defensa de los intereses de los consumidores y los usuarios. En lo segundo, la Constitución
reconoce la facultad de acción defensiva de los consumidores y usuarios en los casos de
transgresión o desconocimiento de sus legítimos intereses; es decir, apareja el atributo de exigir
al Estado una actuación determinada cuando se produzca alguna forma de amenaza o afectación
efectiva de los derechos de consumidor o usuario, incluyendo la capacidad de acción contra el
propio proveedor.
De acuerdo con lo establecido por el artículo 65° de la Constitución, el Estado mantiene con los
consumidores o usuarios dos obligaciones genéricas; a saber:
 Garantiza el derecho a la información sobre los bienes y servicios que estén a su disposición
en el mercado. Ello implica la consignación de datos veraces, suficientes, apropiados y
fácilmente accesibles.
 Vela por la salud y la seguridad de las personas su condición de consumidoras o usuarias.

Ahora bien, pese a que existe un reconocimiento expreso del derecho a la información y a la
protección de la salud y la seguridad de los consumidores o usuarios, estos no son los únicos que
traducen la real dimensión de la defensa y tuitividad consagrada en la Constitución. Es de verse
que en la Constitución existe una pluralidad de casos referidos a ciertos atributos que, siendo
genéricos en su naturaleza, y admitiendo manifestaciones objetivamente incorporadas en el
mismo texto fundamental, suponen un numerus apertus a otras expresiones sucedáneas.

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Así, el artículo 3° de la Constitución prevé la individualización de "nuevos" derechos, en función


de la aplicación de la teoría de los “derechos innominados”, allí expuesta y sustentada.

Bajo tal premisa, el propio Estado, a través de la Ley de Protección al Consumidor (Decreto
Legislativo N.° 716), no sólo ha regulado los derechos vinculados con la información, salud y
seguridad, sino que ha comprendido a otros de naturaleza análoga para los fines que contrae el
artículo 65° de la Constitución. Por ello, los derechos de acceso al mercado, a la protección de
los intereses económicos, a la reparación por daños y perjuicios y a la defensa corporativa del
consumidor, se erigen también en derechos fundamentales reconocidos a los consumidores y
usuarios.

De lo expuesto, se desprende que la libre iniciativa privada y, concomitantemente, la libre


competencia y demás libertades patrimoniales consagradas en la Constitución y ejercitadas en el
seno del mercado, presuponen necesariamente tres requisitos:

 La autodeterminación de iniciativas o de acceso empresarial a la actividad económica;


 La autodeterminación para elegir las circunstancia, modo y forma de ejercitar la actividad
económica; y,
 La igualdad de los competidores ante la ley.

A estos requisitos que determinan conjuntamente las garantías de defensa de los intereses
individuales en la economía, se suman aquellos que garantizan el interés comunitario; a saber:

 La sujeción a la Constitución y a las leyes;


 El respeto de los derechos fundamentales; y,
 La proyección de cualquier actividad económica hacia el bien común.

El ejercicio de toda actividad económica puede limitarse. Si embargo, es preciso que las
restricciones legales adoptadas no enerven esa legítima autonomía, así como también impidan a
los operadores económicos privados diseñar su propia estrategia para ofrecer, adquirir, vender o
hasta permutar en el mercado. Ello, sin perjuicio de reconocer que incluso las medidas estatales
que pretendan operar sobre el ámbito de las libertades económicas deben ser razonables y
proporcionadas.

En suma, si bien la Constitución garantiza el ejercicio de las libertades patrimoniales, en el marco


de una economía social de mercado -donde estos derechos operan como garantías institucionales-
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implican el reconocimiento de la libertad de decidir no sólo la creación de unidades económicas


y su actividad en el mercado, sino también el establecimiento de los propios objetivos de éstas,
así como planificar y dirigir sus actividades de acuerdo a sus propios recursos y a las condiciones
del mercado, teniendo siempre en consideración que la actividad empresarial debe ejercerse con
pleno respeto a los derechos fundamentales de los "otros" y con sujeción a la normativa que
regula la participación en el mercado.

5. Estado vigilante, garantista y corrector

Si bien el principio de subsidiariedad, al que debe atenerse el accionar del Estado, y el respeto al
contenido esencial de las libertades económicas, constituyen, básicamente, límites al poder
estatal, la Constitución reserva al Estado, respecto del mercado, una función supervisora y
correctiva o reguladora. Ello, sin duda, es consecuencia de que, así como existe consenso en
torno a las garantías que deben ser instauradas para reservar un ámbito amplio de libertad para
la actuación de los individuos en el mercado, existe también la certeza de que debe existir un
Estado que, aunque subsidiario en la sustancia, mantenga su función garantizadora y
heterocompositiva.

Este Colegiado, en tal sentido, conviene con Pedro de Vega cuando puntualiza que “el mercado
no funcionó nunca sin los correctivos y los apoyos del Estado”, y que, “ante la amenaza de
conflictos sociales que el mercado no puede resolver ni soportar, y ante el riesgo permanente del
caos interno, nada tiene de particular que se haga imprescindible recurrir al Estado como
instrumento de regulación y control, por ser la única instancia capaz de crear las condiciones
para que el sistema económico obtenga la mínima “lealtad de las masas”. (Neoliberalismo y
Estado. Op. cit., pág. 34-35).

La función reguladora del Estado se encuentra prevista en el artículo 58° de la Constitución,


cuyo tenor es que "la iniciativa privada es libre. Se ejerce en una economía social de mercado.
Bajo este régimen, el Estado orienta el desarrollo del país, y actúa principalmente en las áreas de
promoción de empleo, salud, educación, seguridad, servicios públicos e infraestructura … "
Por su parte, el artículo 59° establece que el Estado estimula la creación de riqueza y garantiza
la libertad de trabajo, comercio e industria.

Asimismo, el artículo 61° confiere al Estado el deber de proscribir y combatir toda práctica que
limite la libre competencia, así como el abuso de las posiciones dominantes o monopólicas. De

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esta forma, nuestro texto fundamental no admite que un solo productor satisfaga la demanda de
todos los consumidores o usuarios, pues ello, en los hechos, le permitiría determinar el precio y
la cantidad de bienes o servicios a ofertarse, a costa de extraer recursos del consumidor o usuario.

El Estado debe, asimismo, evitar la instauración de posiciones dominantes, esto es, la existencia
de escenarios económicos en los que aparezca un agente con capacidad de actuación
independiente, es decir, con opción de prescindencia de sus competidores, compradores y
clientes o proveedores en función a factores tales como la participación significativa de las
empresas en los mercados respectivos, las peculiares características de la oferta y la demanda de
los bienes o servicios, el desarrollo tecnológico, etc.

En coherencia con tales imperativos se justifica la existencia de una legislación antimonopólica


y de desarrollo de los marcos regulatorios que permitan mayores niveles de competencia.

De este modo y dentro del respeto a la libre iniciativa privada, la función orientadora del Estado
tiene como propósito el desarrollo del país, procurando que se materialice el componente social
del modelo económico previsto en la Constitución.

Dicha función orientadora presenta, sustancialmente, las siguientes características: a) el Estado


puede formular indicaciones, siempre que éstas guarden directa relación con la promoción del
desarrollo del país; b) los agentes económicos tienen la plena y absoluta libertad para escoger
las vías y los medios a través de los cuales se pueden alcanzar los fines planteados por el Estado;
y, c) el Estado debe estimular y promover la actuación de los agentes económicos.

El reconocimiento de estas funciones estatales, que aparecen como un poder-deber, se justifica


porque el Estado no es sólo una organización que interviene como garantía del ordenamiento
jurídico, sino porque determina o participa en el establecimiento de las "reglas de juego",
configurando de esta manera la vocación finalista por el bien común. Por ende, el Estado actúa
como regulador y catalizador de los procesos económicos.

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ROL ECONÓMICO SEGÚN TC DR. DOMINGUEZ

EXPEDIENTE N° 7320-2005-PA/TC
FECHA DE LA SENTENCIA 23 de Febrero de 2006
LUGAR DE LA SENTENCIA Lima
PROCESO CONSTITUCIONAL Proceso de Amparo
DEMANDANTE Empresa de Transportes y Turismmos Pullman
Corona Real S.R.L.
DEMANDADO Ministerio de Transportes y Comunicaciones
DISPOSICIÓN CUESTIONADA Sentencia de la Primera Sala Civil de la Corte
Superior de Justicia de Lima.
DERECHO CONSTITUCIONAL La irretroactividad de la Ley, libertad de empresa y
VULNERADO libertad de contratación
MAGISTRADOS García Toma, presidente; Gonzales Ojeda,
vicepresidente; Alva Orlandini, Bardelli
Lartirigoyen, Vergara Gotelli y Landa Arroyo
FALLO Declara INFUNDADA, la demanda de amparo.

ANALISIS DEL TRIBUNAL CONSITUCIONAL:

1. El Rol del Estado en la Economía según la Constitución de 1993:

En la STC N.º 0008-2003-AI/TC, este Tribunal ya ha tenido oportunidad de pronunciarse sobre el


particular, analizando el modelo económico consagrado por la Constitución, los principios
constitucionales que informan el modelo económico –Estado social y democrático de derecho,
dignidad de la persona humana, igualdad, economía social de mercado, libre iniciativa privada y
actuación subsidiaria del Estado en la economía–, las libertades patrimoniales que garantizan el
régimen económico –los derechos a la propiedad y a la libre contratación, las libertades de trabajo,
de empresa, de comercio y de industria–, los derechos de los consumidores y los usuarios, la
función vigilante, garantista y correctora del Estado y, el rol de los organismos reguladores.

Teniendo en cuenta que, en la referida sentencia, el modelo económico consagrado por la Carta
de 1993 ha sido desarrollado en forma por demás extensa, no es el objetivo de este Colegiado
reiterar lo que ya ha quedado dicho sino, antes bien, remitirse a aquellas pautas de interpretación

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de los principios que inspiran nuestro régimen económico y que resultan pertinentes para efectos
de resolver la controversia de autos.

2. El Estado Peruano Presenta Las Características Del Estado Social Y Democrático De


Derecho:

De conformidad con los numerales 3º y 43º de la Constitución de 1993, el Estado peruano presenta
las características del Estado Social y Democrático de Derecho; conforme a ellas, pretende
conseguir la mayor efectividad de los principios y derechos básicos del Estado de Derecho –tales
como libertad, seguridad, propiedad e igualdad ante la ley– dotándolos de una base y contenido
material a partir del supuesto de que individuo y sociedad no son categorías aisladas y
contradictorias sino que, por el contrario, guardan recíproca implicancia.

Así, la configuración del Estado Social y Democrático de Derecho requiere no sólo de la exigencia
de condiciones materiales para alcanzar sus presupuestos –lo que exige una relación directa de las
posibilidades reales y objetivas del Estado con la activa participación de los ciudadanos en el
quehacer estatal– sino, además, su identificación con los fines de su contenido social, a efectos de
que pueda evaluar tanto los contextos que justifiquen su accionar, como aquellos que justifiquen
su abstención, evitando convertirse en un obstáculo para el desarrollo social.

En tal contexto, conforme al artículo 58º de la Ley Fundamental, nuestro régimen económico se
ejerce dentro de una economía social de mercado representativa de los valores constitucionales de
la libertad y la justicia y, por tanto, compatible con los fundamentos que inspiran a un Estado
Social y Democrático de Derecho.

2.1. El Principio de Subsidiariedad Económica del Estado

Conforme a lo anotado precedentemente y, dado el carácter social del modelo económico


consagrado por la Carta de 1993, el Estado no puede permanecer indiferente a las actividades
económicas, sino que, como se explicará con posterioridad, también cuenta con una función
supervisora y correctiva o reguladora. Sin embargo, ello no quiere decir, en modo alguno,
que pueda interferir arbitraria e injustificadamente en el ámbito de libertad reservado a los
agentes económicos.

En efecto, conforme al Principio de Subsidiariedad Económica del Estado o, lo que es lo


mismo, la cláusula de actuación subsidiaria del Estado en la economía, consagrado en el

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artículo 60º de la Constitución, dicho principio implica, de un lado, un límite a la actividad


estatal, pues no puede participar libremente en la actividad económica, sino que sólo lo puede
hacer sujeto a la subsidiariedad, que debe ser entendida como una función supervisora y
correctiva o reguladora del mercado; y, de otro, reconoce que hay ámbitos que no pueden
regularse única y exclusivamente a partir del mercado, lo cual justifica la función de
regulación y protección con que cuenta el Estado.

Sobre el particular, este Tribunal estableció que el principio de subsidiariedad tiene dos
dimensiones: una vertical, y otra horizontal. Conforme a la segunda de ellas, se impide que
el Estado actúe en el ámbito que es propio de la sociedad civil, concepto que apoya la libertad
de empresa y de mercado, y que sólo reserva al Estado la función de supervisor y corrector.

Ello es así, pues el fundamento del principio de subsidiariedad parte del supuesto de que el
Estado aparece como el garante final del interés general, desde el momento en que su tarea
consiste en intervenir en forma directa para satisfacer una necesidad real de la sociedad, pero
sólo en aquellas situaciones en las que la colectividad y los grupos sociales –a quienes
corresponde, en primer término, la labor de intervención– no están en condiciones de hacerlo.

De este modo, la Carta de 1993 ha consagrado la subsidiariedad de la intervención de los


poderes públicos en la economía planteando el reconocimiento de la existencia de una
función supletoria del Estado ante las imperfecciones u omisiones de los agentes económicos
en aras del bien común, resultando ser, antes que un mecanismo de defensa contra el Estado,
un instrumento para la conciliación de conflictos.

2.2. La Función Reguladora del Estado

Si bien el principio de subsidiariedad, al que debe atenerse el accionar del Estado, y el respeto
al contenido esencial de las libertades económicas constituyen, básicamente, límites al poder
estatal, la Constitución reserva al Estado, respecto del mercado, una función supervisora y
correctiva o reguladora. Ello, sin duda, es consecuencia de que, así como existe consenso en
torno a las garantías que deben ser instauradas para reservar un ámbito amplio de libertad
para la actuación de los individuos en el mercado, existe también la certeza de que debe existir
un Estado que, aunque subsidiario en la sustancia, mantenga su función garantizadora y
heterocompositiva.

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Así, vale reiterar lo establecido por este Colegiado en el Fundamento N.º 35 de la STC N.º
0008-2003-AI/TC, en el sentido que conviene con Pedro de Vega cuando puntualiza que “el
mercado no funcionó nunca sin los correctivos y los apoyos del Estado”, y que, “ante la
amenaza de conflictos sociales que el mercado no puede resolver ni soportar, y ante el riesgo
permanente del caos interno, nada tiene de particular que se haga imprescindible recurrir al
Estado como instrumento de regulación y control, por ser la única instancia capaz de crear
las condiciones para que el sistema económico obtenga la mínima “lealtad de las masas”.
(Neoliberalismo y Estado. Op. cit., pág. 34-35).

La función reguladora del Estado se encuentra prevista en el artículo 58° de la Constitución,


cuyo tenor es que "La iniciativa privada es libre. Se ejerce en una economía social de
mercado. Bajo este régimen, el Estado orienta el desarrollo del país, y actúa principalmente
en las áreas de promoción de empleo, salud, educación, seguridad, servicios públicos e
infraestructura". Dicha disposición se convierte en una finalidad constitucional expresa que
se fundamenta en los principios de una economía social de mercado.

Por su parte, el artículo 59° establece que “El Estado estimula la creación de riqueza y
garantiza la libertad de trabajo, comercio e industria. El ejercicio de estas libertades no debe
ser lesivo a la moral, ni a la salud, ni a la seguridad públicas […]".

De este modo y dentro del respeto a la libre iniciativa privada, el Estado también tiene una
función orientadora, cuyo propósito es el desarrollo del país, procurando que se materialice
el componente social del modelo económico previsto en la Constitución.

Dicha función orientadora presenta, sustancialmente, las siguientes características: a) el


Estado puede formular indicaciones, siempre que éstas guarden directa relación con la
promoción del desarrollo del país; b) los agentes económicos tienen la plena y absoluta
libertad para escoger las vías y los medios a través de los cuales se pueden alcanzar los fines
planteados por el Estado; y, c) el Estado debe estimular y promover la actuación de los
agentes económicos.

El reconocimiento de estas funciones estatales, que aparecen como un poder-deber, se


justifica porque el Estado no es sólo una organización que interviene como garantía del
ordenamiento jurídico, sino porque determina o participa en el establecimiento de las "reglas

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de juego", configurando de esta manera la vocación finalista por el bien común. Por ende, el
Estado actúa como regulador y propiciador de los procesos económicos.

2.3. Principio de Protección al Consumidor o Usuario


Así como la Constitución protege a los agentes económicos encargados de establecer la
oferta en el mercado, a partir del ejercicio de los derechos de libre empresa, comercio e
industria, con igual énfasis protege al individuo generador de demanda; es decir, al
consumidor o al usuario.
El consumidor –o usuario- es el fin de toda actividad económica; es decir, es quien cierra el
círculo económico satisfaciendo sus necesidades y acrecentando su bienestar a través de la
utilización de una gama de productos y servicios. En puridad, se trata de una persona natural
o jurídica que adquiere, utiliza o disfruta determinados productos (como consumidor) o
servicios (como usuario) que previamente han sido ofrecidos al mercado.

Es indudable que la condición de consumidor o usuario se produce a través de la relación que


éste entabla con un agente proveedor –independientemente de su carácter público o privado–
; sea en calidad de receptor o beneficiario de algún producto, sea en calidad de destinatario
de alguna forma de servicio. En consecuencia, la condición de consumidor o usuario no es
asignable a cualquier individuo o ente, sino a aquel vinculado a los agentes proveedores
dentro del contexto de las relaciones generadas por el mercado, las cuales tienen como
correlato la actuación del Estado para garantizar su correcto desenvolvimiento. El proveedor,
por su parte, es aquella persona natural o jurídica que, habitual o periódicamente, ofrece,
distribuye, vende, arrienda o concede el uso o disfrute de bienes, productos o servicios.

La Constitución prescribe, en su artículo 65°, la defensa de los intereses de los consumidores


y usuarios a través de un derrotero jurídico binario; vale decir que establece un principio
rector para la actuación del Estado y, simultáneamente, consagra un derecho subjetivo. En lo
primero, el artículo tiene la dimensión de una pauta básica o postulado destinado a orientar y
fundamentar la actuación del Estado respecto a cualquier actividad económica. Así, el juicio
estimativo y el juicio lógico derivado de la conducta del Estado sobre la materia, tienen como
horizonte tuitivo la defensa de los intereses de los consumidores y los usuarios. En lo
segundo, la Constitución reconoce la facultad de acción defensiva de los consumidores y
usuarios en los casos de transgresión o desconocimiento de sus legítimos intereses; es decir,
apareja el atributo de exigir al Estado una actuación determinada cuando se produzca alguna

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forma de amenaza o afectación efectiva de los derechos del consumidor o usuario, incluyendo
la capacidad de acción contra el propio proveedor.

De acuerdo con lo establecido por el artículo 65° de la Constitución, el Estado mantiene con
los consumidores o usuarios dos obligaciones genéricas, a saber:

 Garantiza el derecho a la información sobre los bienes y servicios que estén a su


disposición en el mercado. Ello implica la consignación de datos veraces, suficientes,
apropiados y fácilmente accesibles.
 Vela por la salud y la seguridad de las personas en su condición de consumidoras o
usuarias.

2.4. Procedencia del amparo contra normas legales autoaplicativas

Este Tribunal ha sostenido, en la STC N.° 2308-2004-AA/TC, que el inciso 2) del artículo
200° de la Constitución no contiene una prohibición de cuestionarse mediante el amparo leyes
que puedan ser lesivas en sí mismas de derechos fundamentales, sino una simple limitación,
que pretende impedir que, a través de un proceso cuyo objeto de protección son los derechos
constitucionales, se pretenda impugnar en abstracto la validez constitucional de las normas
con rango de ley.

De otro lado, también se ha establecido que una interpretación sistemática de los alcances de
la restricción contenida en el segundo párrafo del artículo 200°, inciso 2), de la Constitución,
debe entenderse en el sentido de que no cabe, efectivamente, que mediante una demanda de
amparo se cuestione una ley cuando el propósito de ésta sea cuestionar su validez en abstracto,
habida cuenta de que en el ordenamiento existen otros procesos, como el de
Inconstitucionalidad o el popular, cuyo objeto precisamente es preservar la condición de la
Constitución como Ley Suprema del Estado.

En la misma sentencia, este Colegiado también advirtió la necesidad de distinguir entre lo


que es propiamente un supuesto de amparo contra leyes de lo que es, en rigor, un supuesto de
amparo contra actos sustentados en la aplicación de una ley.

Así, en relación al primero de ellos, la procedencia de este instrumento procesal está


supeditada a que la norma legal a la cual se le imputa el agravio sobre un derecho fundamental
se trate de una norma operativa o denominada también de eficacia inmediata; esto es, aquella
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cuya aplicabilidad no se encuentre sujeta a la realización de algún acto posterior o a una


eventual reglamentación legislativa, en la medida que adquiere su eficacia plena en el mismo
momento que entra en vigencia.

En tal caso, y siempre que éstas normas afecten directamente derechos subjetivos
constitucionales, el amparo sí podrá prosperar, no sólo porque de optarse por una
interpretación literal del inciso 2) del artículo 200° de la Constitución Política del Estado se
dejaría en absoluta indefensión al particular afectado por un acto legislativo arbitrario; sino,
además, porque tratándose de una limitación del derecho de acceso a la justicia constitucional,
éste no puede interpretarse en forma extensiva, sino con una orientación estrictamente
restrictiva, esto es, en el sentido más favorable a la plena efectividad del derecho a obtener
una decisión judicial que se pronuncie respecto de su pretensión.

Con relación al segundo supuesto, basado en la procedencia de procesos de amparo contra


actos basados en la aplicación de un ley, se ha establecido que, en la medida de que se tratan
de normas legales cuya eficacia y, por tanto, eventual lesión, se encuentra condicionada a la
realización de actos posteriores de aplicación, su procedencia ha de responder a los criterios
que se indican a continuación.

Por un lado, si se trata de una alegación de amenaza de violación, ésta habrá de ser cierta y
de inminente realización. Cierta, ha dicho este Tribunal, quiere decir, posible de ejecutarse,
tanto desde un punto de vista jurídico, como desde un punto de vista material o fáctico. Y con
la exigencia de que la amenaza sea también de “inminente realización”, este Tribunal ha
expresado que ello supone su evidente cercanía en el tiempo; es decir, actualidad del posible
perjuicio cuya falta de atención oportuna haría ilusoria su reparación; y, de otro lado,
tratándose de la alegación de violación, tras realizar actos de aplicación concretos sustentados
en una ley, como sucede en cualquier otra hipótesis del amparo, es preciso que éstos
efectivamente lesionen el contenido constitucionalmente protegido de un derecho
fundamental.

En el caso en concreto, la actora cuestiona el Decreto Supremo N.º 006-2004-MTC que,


según alega, retrotrae al año 1995 la prohibición de utilizar ómnibus carrozados sobre chasis
de camión y, por ende, resulta autoaplicativo, pues no se encuentra condicionado a la
realización de algún tipo de acto.

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Sin embargo y, si bien es cierto que, del tenor de la demanda, se aprecia que la empresa
recurrente cuestiona, en su totalidad, el Decreto Supremo N.º 006-2004-MTC, fluye de autos
que las disposiciones que estima violatorias de los derechos constitucionales invocados son
los artículos 1º y 2º de dicho decreto.

El artículo 1º del Decreto Supremo N.º 006-2004-MTC establece:

“Precísese que la actividad industrial de carrozado de ómnibus sobre chasis originalmente


destinado al transporte de mercancías con el propósito de destinarlo al transporte de personas
se encuentra prohibida por el artículo 11 del Decreto Supremo N.º 022-2002-MTC, en
vigencia desde el 20 de mayo del 2002”.

Por su parte, el artículo 2º del Decreto Supremo N.º 006-2004-MTC establece:

“Precísese que la prestación del servicio de transporte interprovincial de personas en ómnibus


carrozados sobre chasis de camión se encuentra expresamente prohibida desde el 16 de abril
de 1995, fecha en que entró en vigencia el Reglamento del Servicio Público de Transporte
Interprovincial de Pasajeros por Carretera en Ómnibus, aprobado por Decreto Supremo Nº
05-95-MTC, derogado por el Reglamento Nacional de Administración de Transportes,
aprobado por Decreto Supremo Nº 040-2001-MTC, que incluyó similar prohibición”.

Respecto de la naturaleza de las normas impugnadas, este Tribunal concuerda con lo alegado
por la recurrente, en la medida que se trata de normas operativas o denominadas también de
eficacia inmediata; esto es, aquellas que están dirigidas a destinatarios específicos y cuya
aplicabilidad no se encuentra sujeta a la realización de algún acto posterior o a una eventual
reglamentación legislativa, en la medida que adquieren su eficacia plena en el mismo
momento en que entran en vigencia.

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EXPEDIENTE N° 00034-2004-PI/TC
FECHA DE LA SENTENCIA 15 de Febrero de 2005
LUGAR DE LA SENTENCIA Lima
PROCESO CONSTITUCIONAL Proceso de Inconstitucional
DEMANDANTE Luis Nicanor Maravi Arias, en representación de
cinco mil ciudadanos
DEMANDADO Congreso de la Republica
DISPOSICIÓN CUESTIONADA Artículos 1°, 2°, 3°, 4° y 5° de la Ley N° 26271.
DERECHO CONSTITUCIONAL El derecho de igualdad (inciso 2), artículo 2°, a los
VULNERADO deberes primordiales del Estado (artículo 44° de la
Constitución), al rol económico del Estado
(artículo 59° de la Constitución), al pluralismo
económico (artículo 60° de la Constitución) y a la
libre competencia (artículo 61° de la Constitución).
MAGISTRADOS Alva Orlandini, Bardelli Lartirigoyen, Gonzales
Ojeda, García Toma, Vergara Gotelli, Landa
Arroyo
FALLO Declara INFUNDADA, la demanda de
Inconstitucionalidad.

ANALISIS DEL TRIBUNAL CONSITUCIONAL:

1. El rol del Estado en la economía según la Constitución de 1993:

En anteriores oportunidades este Tribunal ya ha tenido oportunidad de precisar a través de su


jurisprudencia cuál es el rol del Estado en la actividad económica de los particulares, según los
principios establecidos en la Constitución de 1993, a cuyos fundamentos de mayor relevancia se
remitirá a continuación, para la mejor resolución del presente caso.

Mediante la STC N.° 0008-2003-AI/TC (Constitución Económica), el Tribunal Constitucional


dictó las pautas de interpretación de los principios que inspiran nuestro régimen económico,
señalando, en primer lugar, que de un análisis conjunto de los artículos 3° y 43° de la Ley

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Fundamental, el Estado peruano, definido por la Constitución de 1993, presenta las


características básicas del Estado Social y Democrático de Derecho.

Al respecto, el Estado Social y Democrático de Derecho no obvia los principios y derechos


básicos del Estado de Derecho, tales como la libertad, la seguridad, la propiedad y la igualdad
ante la ley; y pretende conseguir su mayor efectividad, dotándolos de una base y un contenido
material, a partir del supuesto de que individuo y sociedad no son categorías aisladas y
contradictorias, sino dos términos en implicación recíproca.

De esta forma, la configuración del Estado Social y Democrático de Derecho requiere de dos
aspectos básicos: la exigencia de condiciones materiales para alcanzar sus presupuestos, lo que
exige una relación directa con las posibilidades reales y objetivas del Estado y con una
participación activa de los ciudadanos en el quehacer estatal; y la identificación del Estado con
los fines de su contenido social, de forma tal que pueda evaluar, con criterio prudente, tanto los
contextos que justifiquen su accionar como su abstención, evitando que se torne en obstáculos
para desarrollo social.

Dentro de ese marco, nuestro régimen económico, según el artículo 58° de la Constitución, se
ejerce dentro de una economía social de mercado. Este es representativa de los valores
constitucionales de la libertad y la justicia, y, por ende, es compatible con los fundamentos
axiológicos y teleológicos que inspiran a un Estado Social y Democrático de Derecho. En ésta
imperan los principios de libertad y promoción de la igualdad material dentro de un orden
democrático garantizado por el Estado.

De manera que, dado el carácter “social” del modelo económico establecido en la Constitución
vigente, el Estado no puede permanecer indiferente a las actividades económicas, lo que en modo
alguno supone la posibilidad de interferir arbitaria e injustificadamente en el ámbito de libertad
reservado a los agentes económicos.

Más aún, lo hasta aquí expuesto por este Colegiado, resulta a su vez concordante con el principio
de subsidiariedad del Estado. En efecto, conforme se señaló en el fundamento 19 de la STC N.°
0008-2003-AI/TC, la subsidiariedad en el plano horizontal supone que la relación existente entre
el Estado y la ciudadanía se desarrolle en el marco del respeto a la autonomía y la libre
determinación de los individuos, reduciéndose la intervención pública a lo esencial.

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Ello por cuanto, desde la perspectiva de este principio, el Estado emerge como garante final del
interés general, desde el momento en que su tarea consiste en la intervención directa para
satisfacer una necesidad real de la sociedad, cuando la colectividad y los grupo sociales, a los
cuales corresponde en primer lugar la labor de intervenir, no están en condiciones de hacerlo.

Así, a diferencia de la Constitución de 1979, que no establecía claramente la subsidiariedad de


la intervención de los poderes públicos en la economía, la actual Constitución prescribe
expresamente en su artículo 60° que "[…]. Sólo autorizado por ley expresa, el Estado puede
realizar subsidiariamente actividad empresarial, directa o indirecta, por razón de alto interés
público o de manifiesta conveniencia nacional […]".

Ahora bien, si por un lado, el respeto al contenido esencial de las libertades económicas,
constituye un límite al poder estatal, también es cierto que, por otro lado, la Constitución reserva
al Estado, respecto del mercado, una función supervisora y correctiva o reguladora. Ello sin
duda, es consecuencia de que, así como existe consenso en torno a las garantías que deben ser
instauradas para reservar un ámbito amplio de la libertad para la actuación de los individuos del
mercado, existe también la certeza de que debe existir un Estado que, mantenga su función
garantizadora y heterocompositiva.

Y es que, si bien la Constitución de 1993 busca garantizar el máximo respeto al ejercicio de las
libertades económicas de los particulares, tal objetivo no puede concebirse de manera absoluta
y aislada de la necesidad de protección de otros bienes constitucionales igualmente valiosos
basados en la dignidad humana. De ahí que el propio ejercicio de las llamadas libertades
económicas no se concibe como fin en si mismo y ajeno al ideal del orden económico y social
justo; prueba de ello es que la propia Constitución ha determinado los limites a su ejercicio,
conforme se advierte de su artículo 59°, sancionando el abuso de estas libertades en perjuicio de
la moral, la salud y las seguridades públicas; de igual modo, el artículo 60°, condiciona el
ejercicio del derecho de propiedad a su armonización con el bien común.

Específicamente en lo concerniente al régimen económico de la Constitución de 1993, el capitulo


sobre principios generales establece una serie de directrices de amplia determinación pero que,
en conjunto, constituyen el hilo conductor constitucional que sirve de guía a la actuación estatal
en materia económica; y en base a los cuales el legislador puede modular su libertad de
configuración, a fin de cumplir los objetivos ahí establecidos.

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Tales principios integrantes de la denominada Constitución Económica, constituyen normas


programáticas, mandatos de optimización a cargo del legislador que se fundamentan, a su vez,
en el deber estatal de promocionar al bienestar general (artículo 44° de la Constitución). Cabe
precisar, sin embargo, que aun cuando semánticamente presentan cierto grado de
indeterminación y, por consiguiente, amplia flexibilidad a favor del legislador; tales
disposiciones no pueden asumirse como capaces de sustentar cualquier tipo de legislación
arbitraria y carente de adecuación objetiva, pues los límites a la intervención estatal en la
actividad económica de los particulares, se constituyen ahí donde tal actuación supondría una
violación del principio de vinculación a los derechos fundamentales.

No se trata, pues, ni de asumir un texto constitucional neutro a cualquier modelo económico y


capaz de sustentar cualquier tipo intervención, sino uno que dentro de márgenes razonables de
flexibilidad, permita la libre configuración del legislador tomando en cuenta las circunstancias
históricas y económicas de cada periodo; y todo ello, dentro del hilo conductor de nuestro
régimen económico, el cual, basado en una economía social de mercado, busque el justo
equilibrio entre el principio de subsidiariedad y la solidaridad social.

De este modo, se aprecia en el artículo 58° de la Ley Fundamental, la cláusula que establece que
“(...) el Estado orienta el desarrollo del país y actúa principalmente en las áreas de promoción de
empleo, salud, educación, seguridad, servicios públicos e infraestructura”. Esta disposición se
convierte en una finalidad constitucional expresa que se fundamenta en los principios de una
economía social de mercado.

Asimismo, el artículo 59° de la Constitución recoge una cláusula de garantía para las libertades
de trabajo, empresa, comercio e industria; pero, a la vez, establece un mandato, cual es, “brindar
oportunidades de superación a aquellos sectores que sufren cualquier desigualdad, en tal sentido,
promueve las pequeñas empresas en todas sus modalidades”.

A juicio de este Tribunal, dicha cláusula no sólo determina un rol negativo para el legislador, de
no interferir irrazonablemente en tales libertades económicas, sino que al mismo tiempo le otorga
un margen de actuación a fin de garantizar condiciones materiales de igualdad.

De esta manera, el artículo 59° del texto constitucional habilita la intervención estatal para
cumplir con el deber de garantizar el principio-derecho de igualdad, no sólo en aquellas
situaciones de sospechosa mayor vulnerabilidad, recogidas expresamente en el artículo 2.2 de la

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Constitución –por motivo de origen, raza, sexo, idioma, religión, opinión, condición económica
o de cualquiera otra índole– sino principalmente, lo habilita para establecer medidas adecuadas
y necesarias que le permitan cumplir con la promoción de la pequeña empresa en todas sus
modalidades.

Por su parte, el artículo 60° de la Ley Fundamental establece una reserva de ley absoluta, para
habilitar al Estado a realizar excepcional y subsidiariamente actividad empresarial, directa e
indirectamente, cuando el interés público o la conveniencia nacional lo justifiquen.

Finalmente, como aspecto fundamental de una economía social de mercado, el Estado facilita y
vigila la libre competencia. El artículo 61° de la Constitución delega al legislador la labor de
garantizar el acceso al mercado en igualdad de condiciones, al tiempo de reprimir y limitar el
abuso de posiciones de dominio o monopólicas a efectos de garantizar no sólo la participación
de los agentes de mercado ofertantes, sino de proteger a quienes cierran el circulo económico en
calidad de consumidores y usuarios.

De este modo, conforme a lo señalado en los párrafos anteriores, no cabe duda que el Estado
puede intervenir de manera excepcional en la vida económica de los particulares, a fin de
garantizar bienes constitucionales que pueden ponerse en riesgo por las imperfecciones del
mercado y respecto de los cuales existe un mandato constitucional directo de promoción en tanto
actividad y/o protección del grupo menos favorecido.

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CAPÍTULO III: PARTICIPACION DEL ESTADO EN EL REGIMEN ECONOMICO

LA PARTICIPACIÓN DE ESTADO EN LA ECONOMIA DESDE LAS SENTENCIAS DEL


TRIBUNAL CONSTITUCIONAL1.

1. Nociones general
En el Perú, por muchos años y sobre la base de ideologías antes que por evidencias, se consideró
al Estado como un pésimo gastador y un inversionista sin visión empresarial. Al final de la entrevistas
muchos líderes de opinión echaron en falta la agenda privatizadora, la promoción de las concesiones
de infraestructura pública y el objetivo central de reformar el Estado, entendiendo que reformar solo
es “reducción”. Para esta corriente de opinión, que se considera dueña de la verdad absoluta,
empresas como Enapu y Petroperú, entre otras, no tienen razón para existir.

Entre los principales argumentos para enterrar las empresas públicas resaltan dos. El primero es
que la inversión pública en actividades diferentes a la lucha contra la pobreza y el gasto social es
ineficaz porque distrae recursos escasos; pero la evidencia internacional demuestra casos exitosos,
específicamente en industrias extractivas e infraestructura estratégica, donde la inversión pública
realizada ha generado beneficios sociales mayores a los recursos invertidos y, en muchos casos, donde
la inversión pública ha significado una multiplicación de los activos iniciales. Entonces, inversión
pública no es igual a gasto ineficiente, y esto vale tanto para las iniciativas empresariales como para
el gasto social. El tema es tener un mejor Estado.

El segundo argumento contra la participación del Estado en la economía es que atenta contra la
“libre competencia”. Detrás del argumento está la idea de que el Estado es un desorden y no puede
ser capaz de registra adecuadamente sus ingresos y gastos, de manera que no se oculten subsidios
entre actividades y sectores. Por otro lado, también en la línea de la protección de la competencia,
que más parece una religión que una regla de mercado, se cuestiona el tamaño del Estado, que le
permite hacer inversiones y soportar baches financieros, donde los operadores privados, que “deben
lucrar”, no pueden ingresar.

1
Fuente: Diario la República; encontrado en: http://larepublica.pe/columnistas/actualidad-economica-
edgardo-cruzado/el-rol-del-estado-peruano-en-la-economia-08-11-2011
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Los argumentos se caen de maduros. Nadie puede cuestionar la necesidad de tener un mejor Estado,
y si de verdad es mejor, tampoco se puede cuestionar tener más Estado. Un mejor Estado implica
mejores sistemas administrativos, un sistema de planificación con objetivos claros, también se
requieren buenos gestores públicos y un servicio civil funcionado, con una carrera para funcionarios.
Una intervención del Estado en la economía puede, como ha sido la experiencia internacional, regular
el mercado y atacar las prácticas monopólicas. La gestión está marcando el camino, dejando de lado
los paradigmas huecos, ahora sus funcionarios tendrán que chambear, para estar a la altura del reto
planteado. Los ciudadanos serán los responsables de la evaluación.

2. ¿Por qué el Estado interviene en la economía?


El análisis de la relación Estado - empresa (economía) se da, dentro de la discusión sobre el Rol
del Estado, es decir sobre qué debe hacer el Estado. Debe intervenir activamente en la economía
mediante la producción de bienes y la prestación de servicios o debe ser sólo un ente planificador,
promotor y regulador dejando las demás actividades económicas al sector privado, es decir a las
empresas. Y si el Estado interviene en la economía, cómo debe hacerlo y cuáles son sus límites.

El rol del Estado en la economía depende del enfoque que se utilice, así según el enfoque
keynesiano, el sistema capitalista es inestable por los ciclos económicos y que tiende a producir por
debajo del pleno empleo generando ineficiencias, por lo que el Estado debe intervenir mediante
políticas fiscales para lograr y mantener el pleno empleo y un crecimiento económico constante.2

Mientras que para el enfoque neoclásico, el sistema capitalista tiende a una situación de
estabilidad donde los recursos se asignan eficientemente en una situación de mercado de competencia
perfecta. Por lo que una activa intervención del Estado en la economía puede generar distorsiones en
el buen funcionamiento del mercado. En ese sentido el Estado debe tener una mínima participación
en la economía.

Sin embargo, los mercados no son de competencia perfecta, existen monopolios, hay fallas de
mercado por lo que es necesario que haya regulaciones.

2
MENDOZA, Juan “El Rol del Estado” en Revista de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNMSM, No.
15, Lima, marzo del 2000.
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3. Fundamento de la existencia del sistema de estado

En primer lugar, habría que empezar el análisis definiendo al estado, para luego fundamentar
positivamente su origen y, finalmente, especificar sus funciones.

El Estado es “un sistema de sub-ordinación que organiza a todos los in-dividuos de un área geográfica
dada, dentro de la cual se posee un monopolio efectivo de la fuerza física”1. Dentro del área
geográfica dada existen interacciones de carácter económico y político. La interacción económica se
da, básicamente, a través del mercado, en tanto que la interacción en el plano político se da a través
del gobierno. La interacción en el mercado es generalmente voluntaria, en tanto que en lo político es
de subordinación. Entonces, en el terreno político se tiene a gobernantes y gobernados y existe un
sistema de gobierno.

4. ¿Por qué los individuos aceptan un sistema de subordinación o tipo de gobierno? ¿Cuál
es el rol del gobierno?

La presencia del gobierno implica costos y beneficios y si los individuos lo aceptan es porque el
beneficio es mayor que el costo. La interacción humana tanto en el terreno político y económico tiene
un carácter social. El ser humano por su naturaleza y el desarrollo alcanzado por nuestra sociedad es
esencialmente un ser social, es decir, está dentro de un proceso de convivencia social. Sin embargo,
como sostuvo Carlos Marx, la relación económica es el núcleo de la sociedad, el aspecto social y
político es condicionado por el mundo económico.

Detrás de la relación política y social subyace el interés económico de los individuos, es decir, el
“humus económicus” es el que orienta su accionar, su racionalidad económica está por encima de su
racionalidad política y social. Los individuos cuando interactúan con los otros - dada su racionalidad
económica - tratan de alcanzar el máximo nivel de bienestar individual, a través de mayores niveles
de bienestar económico. En la medida en que el accionar del individuo está determinado por su
objetivo económico existe la posibilidad de que el mismo entre en conflicto con los de otros
individuos; tal hecho requiere un sistema de ordenación no sólo económico sino también político,
tiene que haber necesariamente un ente (gobierno) con la suficiente autoridad para fijar las reglas
institucionales bajo las cuales deben interactuar los individuos.

Los desacuerdos y conflictos tienden a surgir no sólo en el proceso de la interacción misma, sino
también en la distribución de los recursos que genera o dispone la sociedad.

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ROL ECONÓMICO SEGÚN TC DR. DOMINGUEZ

Sin embargo, el gobierno utiliza - en el cumplimiento de sus funciones - un conjunto de recursos


humanos y materiales, los mismos que implican gastos y que tienen que ser financiados de alguna
manera. El financiamiento tiene que estar necesariamente a cargo de los individuos donde está
operando el estado y éste básicamente estará en la for¬ma de impuesto. El impuesto que amortiza el
individuo representa el precio que tiene que pagar por consumir los servicios estatales o por
beneficiarse de los servicios públicos. Dentro de un sistema de estado, los individuos no sólo se
subordinan al sistema de gobierno existente sino que también tienen que financiar sus gastos de
operación. Si existe justicia y tranquilidad política y social, se asume que el beneficio o bien-estar,
que reciben los gobernados por ello, es mayor que el costo impositivo en que incurren (el beneficio
es mayor que el costo). Si los individuos tratan de maximizar su bienestar y tratan de lograrlo con la
existencia necesaria de un sistema de gobierno cuyo funcionamiento es financiado por ellos, entonces,
tales in-dividuos tienen todo el derecho de exigir a ese gobierno que contribuya con su proceso de
maximización de bienestar.

¿Cómo la sociedad logra maximizar bienestar?

Para tratar de alcanzar el máximo nivel de bienestar social, necesariamente, se tienen que aplicar
acciones de política. Según la Teoría Económica del Bienestar, el bienestar social se logra
básicamente mediante dos objetivos de política: eficiencia y equidad distributiva. Si las acciones del
gobierno contribuyen con el logro de estos objetivos de política entonces estaría cumpliendo
óptimamente su rol en la sociedad. ¿Cuáles son las funciones del estado? ¿Cómo debe intervenir éste
en el sistema económico tal que pueda con-tribuir al logro del máximo nivel de bien-estar social?

En este tramo de análisis la res-puesta podría ser dada solamente de una manera expositiva en función
de los principales enfoques teóricos existentes y los tipos de instrumentos de política que se conocen.
Entonces, el Estado debe intervenir para corregir estas fallas o distorsiones del mercado que impiden
que la economía opere eficientemente, dentro de estas fallas de mercado tenemos:

A. EN EL AMBITO MICROECONÓMICO

a. Las externalidades: son los efectos que generan las acciones humanas sobre otros agentes
económicos. El efecto puede ser positivo o negativo, en el primer caso se dice que hay una
externalidad positiva, en tanto que en el segundo una externalidad negativa.

Un ejemplo usualmente citado para el caso de la externalidad negativa es el de las minas que
contaminan el agua, que es utilizada por los agricultores ubicados río abajo. En este caso, las
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ROL ECONÓMICO SEGÚN TC DR. DOMINGUEZ

empresas mineras que ocasionan daños o costos a los agricultores deberían de internalizar
tales costos, de modo que su nivel de producción corresponda a aquel punto en que su costo
marginal social sea igual al precio del producto, pero, si la empresa minera no asume tales
costos, entonces su nivel de producción no va corresponder a la situación socialmente óptima,
lo que aleja a la economía de la situación de eficiencia de Pareto (produce por encima de lo
socialmente óptimo). Esta falla del mercado se puede corregir de tres maneras: mediante la
aplicación de impuestos a la empresa minera, la fusión entre la empresa minera y las empresas
agrícolas y, mediante la reasignación de los derechos de propiedad.

Si bien en el caso de la externalidad negativa se pueden aplicar impuestos gubernamentales,


en el caso de la externalidad positiva se aplicarán políticas de subsidios. Por ejemplo, las
actividades de investigación básica, educación, los programas de prevención de salud generan
economías externas significativas, en estos casos, tienen que aplicarse necesariamente
políticas de subsidios, caso contrario su nivel de producción se ubicará por debajo de lo que
corresponde al óptimo paretiano. La necesidad de aplicar políticas impositivas y de subsidios,
hace ver que el estado, para contribuir a la eficiente asignación de los recursos, puede
intervenir activamente en el mercado. La especificación de los derechos de propiedad,
también está estrechamente relacionado a la acción gubernamental, la misma que veremos
con más detalle cuando desarrollemos el punto de la institucionalidad.

Es así que; el Tribunal constitucional en:

EXP: 0048-2004-PI/TC

En su fundamento 38, establece.-

“…Ello exige que el Estado a través de la Administración como gestora pública- asuma el deber
que le impone la Constitución en su artículo 44°, consistente en “promover el bienestar general
que se fundamenta en la justicia y en el desarrollo integral y equilibrado de la Nación”; para la
consecución de dicho fin debe emplear todos los medios legítimos y razonables que se
encuentren a su alcance, limitando, condicionando, regulando, fiscalizando y sancionando las
actividades de los particulares hasta donde tenga competencias para ello, sea que éstas se
realicen de forma independiente o asociada.

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ROL ECONÓMICO SEGÚN TC DR. DOMINGUEZ

Estos principios se concretizan en una política de Estado orientada a conseguir una mejor calidad
de vida para la población, cuyo contenido excluya criterios residuales o de conveniencia
coyuntural que sólo acarrean desarrollos legislativos inorgánicos, en consonancia con lo
establecido por el artículo 67 de la Constitución. Además exige que los poderes públicos
controlen el uso racional de los recursos naturales dentro de un desarrollo económico armónico,
como doctrinariamente se enuncia, criterio que el Tribunal Constitucional busca enfatizar en esta
sentencia…”

En donde el TC, declara infundado el pedido de inconstitucionalidad de la ley de regalías mineras.

a. El monopolio, es aquella situación en que una sola empresa es la encargada de producir el


bien o servicio en el mercado. El monopolista obtiene el máximo beneficio (optimiza) cuando
el ingreso marginal es igual al costo marginal, pero el costo marginal es diferente al precio
del producto en el mercado; dada esta diferencia, el nivel de producción es menor que lo que
corresponde a la situación de mercado competitivo, por lo que el Estado según el Tribunal
Constitucional no puede crear un mercado en el estado social de derecho que atente a la
libertad de competencia a través de los monopolios.

EXP: N.° 005-2003-AI/TC


En donde en su fundamento 28.-

“.… Los demandantes han sostenido que si ese fuera el hecho, tal práctica era inconstitucional,
pues el artículo 133° de la Constitución de 1979, vigente en aquel entonces, establecía que
“Están prohibidos los monopolios, oligopolios, acaparamientos, prácticas y acuerdos respectivos
en la actividad industrial y mercantil...”, en tanto que su artículo 134° señalaba que “La prensa,
radio, televisión y demás medios de expresión y comunicación social, y en general las empresas,
los bienes y los servicios relacionados con la libertad de expresión y comunicación no pueden
ser objeto de exclusividad, monopolio o acaparamiento, directa ni indirectamente, por parte del
Estado ni de particulares…”

Y referentemente, concluye que: “… a existencia de un monopolio –que se define prima facie


como la realización de una actividad económica, con carácter exclusivo, a cargo de un único
agente económico- y la existencia de un mandato constitucional para que se legisle sobre el
tema previéndose que tal práctica sea “progresivamente eliminada”, evidentemente supone
que las leyes que se dicten en cumplimiento de la segunda fracción de la Octava Disposición
Final y Transitoria de la Constitución tengan que referirse a aquella actividad económica sobre
la cual preexisten prácticas monopólicas (fundamento 45).

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b. Los bienes públicos: La ineficiencia económica de los mercados monopólicos puros,


monopolios naturales (por el factor de la indivisibilidad) y también oligopólicos puede ser
corregida por el gobierno mediante una política de regulación, este hecho otorga margen para
que el gobierno desempeñe también un rol de regulador. En resumen, según fundamentos de
la teoría microeconómica, el estado puede jugar un rol muy importante para el correcto
funcionamiento del mercado en la asignación de los recursos mediante la prestación o
financiamiento de los llamados bienes públicos (defensa, justicia, investigación básica, salud
preventiva, educación, etc.) y mediante políticas de subsidios, impuestos y regulaciones. Sin
embargo, no existe fundamento para que el gobierno brinde servicios o produzca bienes en
los mercados donde puede muy bien hacerlo el sector privado de una manera competitiva, es
decir no existe fundamento para el rol empresarial del estado. Para lo cual el estado brinda
servicios como luz, agua, desagüe, carreteras, servicios públicos de salud, educación, etc.

EXP. N.° 00915-2012-PA/TC

En su fundamento 8, establece.-

“…en su labor de interpretación e integración de las disposiciones constitucionales, ya en la STC


N.° 006-1996-AI/TC, sostuvo que “los bienes del Estado se dividen en bienes de dominio privado
y bienes de dominio público; sobre los primeros el Estado ejerce su propiedad como cualquier
persona de derecho privado; sobre los segundos ejerce administración de carácter tuitivo y
público”. Por otro lado, ha destacado, que del enunciado constitucional materia de comentario,
se deduce que los bienes de dominio público “no gozan de aquellas inmunidades los bienes que
conforman el patrimonio privado del Estado”.

c. Los costos de transacción, por mantener o transferir los derechos de propiedad relacionados
con la existencia de información y el respeto a los contratos. A menores costos de transacción
se generará mayores niveles de intercambio de derechos y mejora la eficiencia económica.
Un sistema de información asimétrica e imperfecta eleva los costos de transacción.
Como vemos, la necesidad de aplicar políticas impositivas, de subsidios y regulaciones nos
muestra que el Estado puede intervenir activamente en la economía con el objeto de lograr
eficiencia en la asignación de recursos. Sin embargo, debemos evitar que la medicina sea peor
que la enfermedad, es decir evitar la regulación excesiva y burocrática que dificulta la
formalización, las inversiones y el desarrollo normal de las empresas.

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EXP. N.° 003-2004-AI/TC


Fundamento 22, en donde precisa que;

“...Es decir que, una vez firmados los contratos, cualquier conflicto derivado de dicha relación
contractual, conforme lo señala el artículo 62° de la Constitución, únicamente podrá ser
solucionado en la vía arbitral o en la judicial. En concreto, la nulidad de los contratos debe ser
declarada en vía judicial, y no mediante de una ley o norma con rango de ley.

Por consiguiente, en el presente caso, cualquier controversia derivada de la validez de los


contratos u otras acciones legales a que hubiera lugar, deberán ser ventiladas en la vía
correspondiente de acuerdo a ley. Sobre todo si se tiene que, del Informe N.° 065-2002-CG/LR,
denominado “Examen Especial a la Municipalidad Distrital de Ancón, período enero 1999 a junio
del 2001” elaborado por la Contraloría General de la República –documento con calidad de prueba
preconstituida para el inicio de acciones legales–, se evidencia una serie de irregularidades
administrativas en el otorgamiento de concesiones y en la firma de los referidos contratos.

B. EN EL AMBITO MACROECONÓMICO

A nivel macroeconómico no se tiene una receta de lo que le corresponde hacer al estado para
contribuir al logro de la equidad y la eficiencia en la asignación de los recursos, aquí la controversia
entre los keynesianos y neoclásicos es bastante marcada; probablemente el objetivo que se persigue
sea menos controvertido que el manejo de los instrumentos económicos de que se dispone. En todo
caso, se pueden formular como objetivos básicos el logro de un proceso de crecimiento económico
con mejoras en la distribución de ingresos en el marco de una estabilidad macroeconómica. Con un
proceso de crecimiento económico y mejora en la distribución de ingresos no sólo aumentará el nivel
de ingreso de los habitantes, sino que también tenderá a aumentar el nivel de empleo y el descenso
de la pobreza. En un contexto de estabilidad macroeconómica los agentes asignarán mucho más
eficientemente sus recursos, la estabilidad en este campo significa tener una economía con bajas tasas
de inflación (al menos similares a la tasa de inflación internacional) y sector externo relativamente
equilibrado.

El crecimiento económico tiene que ver con el incremento sostenido en el nivel producción, por ende,
el estado debe coadyuvar al logro de este objetivo.

La evolución de la teoría del crecimiento tuvo un paréntesis en las décadas del setenta y ochenta.
Recién, aproximadamente en la segunda mitad del ochenta, hubo un resurgimiento bajo la
denominación de los modelos de crecimiento endógeno. A diferencia de los modelos desarrollados
hasta la década del setenta, los modelos recientes asumen que el crecimiento económico depende
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fundamentalmente de la investigación (Romer, 1986), el capital humano (Lucas, 1988) y las


instituciones (North, 1993). En tal sentido, un país para posibilitar su crecimiento económico debe de
promover y apoyar el proceso de la investigación, acumulación del capital humano y desarrollar sus
instituciones. Una acumulación equitativa del capital humano, inclusive, contribuiría eficazmente a
la mejora de la distribución de ingresos.

Dado que la acumulación del capital humano está sujeta a los factores de la educación y salud y como
éstos presentan economías externas positivas - al igual que la investigación - se sugiere una activa
intervención del gobierno en estas áreas. Sin embargo, ello no significa necesariamente que el estado
debe estar a cargo, directamente, de la prestación de los servicios de educación, salud e investigación,
sino que debe en-cargarse, básicamente, de su financiamiento por ejemplo mediante la política de
subsidios. En este caso, con la finalidad de acelerar la acumulación del capital humano, el rol del
gobierno consiste en promover la prestación de ser-vicios de salud, educación, investigación de
calidad con una visión estratégica de largo plazo.

La estabilidad macroeconómica está relacionada al manejo de los instrumentos de política (fiscal,


monetaria, cambiaria y comercial). ¿Cómo y con qué intensidad deben ser utilizados tales
instrumentos? La teoría económica no tiene una respuesta definida al respecto; sin embargo, la
experiencia de las políticas económicas que se implementaron en el Perú y el resto del mundo indican:

 En el campo fiscal, el gobierno debe tratar de mantener una política fiscal prudente, no puede
incurrir en situaciones de des manejo fiscal con grandes y persistentes situaciones de déficit. El
gobierno no puede caer en la irresponsabilidad de aplicar políticas fiscales muy expansivas. Aún
en el caso en que se aplicaran políticas fiscales discrecionales, éstas no pueden ser marcadas e
inestables, tiene que haber al menos una relativa disciplina fiscal. Este punto es relativamente
delicado en un país en desarrollo, como es el caso peruano, donde existen, por lo general, fuertes
demandas políticas y sociales para que el gobierno incremente su nivel de gasto.
 En el campo monetario, en forma similar que en lo fiscal, la política tiene que ser responsable,
debe implementarse de manera tal que no tengamos altas tasas de inflación y, por ende,
inestabilidad macroeconómica como la experimentada en el pasado por medidas monetarias
caóticas y populistas. En este caso, el rol del estado consiste en proveer a la economía de la
liquidez u oferta de dinero necesaria velando por la relativa estabilidad macroeconómica, en
general, y de precios, en particular.

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EXP. N. º 00022-1996-AI/TC

En su fundamento 15, 16 y 17 el Tribunal Constitucional, hizo hincapié que;

“….Cabe recordar, pues, que, con fecha 15 de marzo de 2001, el Tribunal Constitucional emitió por
unanimidad sentencia en el proceso 0022-1996-PI/TC. En esencia, esta sentencia estableció que
distintos artículos de la Ley N° 26597 y la Ley N° 26207, ambas de abril de 1996, eran
inconstitucionales en tanto pretendían pagar los bonos agrarios a valor nominal, más los intereses
correspondientes. Por el contrario, dicha sentencia dijo que tal deuda debía ser honrada a base del
principio valorista consagrado por los artículos 1235° y 1236° del Código Civil de 1984. En el primero
de estos artículos, el Código Civil —promulgado en medio de la espiral inflacionaria de la moneda
peruana de décadas pasadas— estableció lo siguiente:

"(...) las partes pueden acordar que el monto de una deuda contraída en moneda nacional sea
referido a índices de reajuste automático que fije el Banco Central de Reserva del Perú, a otras
monedas o a mercancías, a fin de mantener dicho monto en valor constante" (énfasis agregado)

Así, aunque el Código Civil contempla tres mecanismos alternativos de ajuste del valor de las deudas,
establece también que la finalidad de ellos es mantener este valor constante. Si alguno no cumple
con tal finalidad, no cabe utilizarlo. Pretender preservar el valor de deudas en moneda nacional
refiriéndolas a una moneda extranjera implica asumir que ésta no se devaluará frente a aquélla Sin
embargo, toda moneda puede perder valor frente a otra, al aumentar su oferta en un mercado
determinado.

 En el campo de la política comercial se tiene que redefinir el rol del estado. En décadas
anteriores, los gobiernos podían aplicar políticas de subsidios a las exportaciones y aranceles a
las importaciones discrecionales y agresivas; pero ahora, en el marco de un proceso de integración
comercial internacional, se está tendiendo a reducir tales prácticas comerciales con el auspicio y
presión de la OMC. Si la tendencia se consolida en las próximas décadas, entonces la política
comercial del gobierno (rol del gobierno) debe apuntar a incrementar nuestra competitividad
internacional, de manera tal que, cuando ya no existan las posibilidades de aplicar aranceles a las
importaciones y subsidios a nuestras exportaciones, podamos competir de igual a igual con las
empresas extranjeras, tanto en el mercado nacional como internacional.

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EXP. N.° 018-2003-AI/TC

El artículo 63° de la Constitución señala que “La inversión nacional y la extranjera se sujetan a las
mismas condiciones” [...].

“…La inversión puede ser definida como aquella acción mediante la cual los agentes económicos –
personas e instituciones involucradas en el proceso económico por medio de fondos propios o
ajenos– realizan la compra de activos físicos, bonos, acciones, etc., con el propósito de obtener una
serie de beneficios futuros. Es decir, significa el ingreso de dinero, insumos, equipos, etc...”

La inversión supone el acrecentamiento del capital de una economía o, en otras palabras, la


acumulación de capital. Saúl A. Argeri [Diccionario de derecho comercial y de la empresa. Buenos
Aires: Astrea, 1982] acota que, según la realice el poder público o la iniciativa particular, la inversión
puede ser pública o privada; y, según el domicilio del inversor que aporte capital, puede ser nacional
o extranjera. Asimismo, será extranjera cuando la acción económica se efectúa dentro del territorio
de un Estado por agentes económicos con domicilio en otros países.

Dicha inversión facilita la dinámica económica de un país; conlleva aportes tecnológicos, coadyuva
para fomentar una más eficiente organización empresarial y hasta traslada su know how
(conocimientos, procedimientos, métodos de elaboración, utilización de medios necesarios o
aportes de información secreta, etc.).

Pues bien, en cuanto al asunto bajo análisis, es menester puntualizar que la Ley especial lo que hace
es distinguir entre aquellas empresas postoras que son proveedoras de bienes o servicios producidos
o prestados en el territorio nacional, y aquellas otras que no producen o brindan fuera de él.

Por ende, la ley especial incorpora tanto al inversionista nacional como al extranjero dentro de las
reglas de diferenciación. A mayor abundamiento, la distinción no opera en función a la calidad de
inversionista, sino en lo que atañe a las empresas que producen y proveen servicios en el interior o
desde el exterior del país.

 En el campo de la política cambiaria, el rol del gobierno no está del todo definido, más aún
cuando últimamente está en plena discusión las ventajas y desventajas de dolarizar o no nuestra
economía. En todo caso, en este campo, el gobierno debe tratar al menos de evitar un proceso de
atraso cambiario porque resta competitividad a los productos peruanos en el mercado
internacional.

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EXP. N.° 3116-2009-PA/TC

Fundamento N° 11, donde el Tribunal Constitucional precisa que;

“Sin embargo, decir que la reducción de aranceles es eficiente no significa que ello se deba hacer de
manera desordenada y continua. La imposición de aranceles afecta los niveles de precios de los bienes y
sus precios relativos en el curso del tiempo, a diferencia de los precios en los mercados financieros que
reaccionan instantáneamente. De ahí que, si la historia arancelaria es una en la cual los aranceles han sido
siempre modificados hacia arriba o debajo de manera continua, los productores no estarán seguros sobre
si los cambios son permanentes y entonces pueden concluir que no es conveniente realizar una inversión
o expandir el negocio porque no hay certidumbre de que la desgravación llevada a cabo no sea revertida.
Incluso si fuera la desgravación creíble, toma tiempo planear, decidir si se realiza un proyecto, obtener
información, etc. Es por ello que los efectos reales (sobre precios, producción, ingresos y empleo) no se
ven inmediatamente sino distribuidos en el tiempo.

Si esto es cierto para cualquier bien, entonces la reducción del promedio y dispersión arancelarias no
puede obtenerse de cualquier manera sino acotando ambos vía la reducción a todos los ítems arancelarios
o a conjuntos muy amplios de ellos. (…)”

C. EN EL AMBITO INSTITUCIONAL

La importancia de los aspectos institucionales para el proceso de la eficiencia en la asignación de


los recursos fue desarrollada por los llamados Neo institucionalistas, con North (1,993) a la cabeza.
Este enfoque pone énfasis en los derechos de propiedad y los costos de transacción que existen en el
intercambio de bienes y servicios en el mercado.

En la economía se producen e intercambian derechos de propiedad. Si los derechos de propiedad no


están bien definidos, entonces éstos no podrán transarse o si lo son serán en magnitudes menores lo
que empujaría a la economía a operar por debajo de la curva de posibilidades de producción
potenciales. ¿Quién puede verse incentivado a crear y gestionar una empresa si los trabajadores
contratados pueden apropiarse de ella sin que el propietario pueda defender lo que lícitamente le
pertenece? ¿Qué agente racional puede construir viviendas para alquiler si está abierta la
posibilidad de que los inquilinos se apropien de ella?

La respuesta es muy obvia. Los derechos de propiedad tienen que estar claramente definidos y
registrados. Los derechos de propiedad tienen que ser totalmente respetados; una estructura de
derechos de propiedad muy bien definidos, adecuadamente registrados y respetados, permitirá
incrementar necesariamente la eficiencia económica.
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Sin embargo, todo ello supone un marco institucional efectivo; es decir, tiene que haber
necesariamente una estructura institucional que permita la plena vigencia de los derechos de
propiedad. ¿Quién define los derechos de propiedad? ¿Quién lo registra? ¿Quién los protege?
¿Quién sanciona a aquellos que no lo respetan? ¿Quién vela por su vigencia? ¿Quién lo aplica?
Dada la necesidad institucional implícita en todo esto, se tienen que crear instituciones encargadas
de: formular leyes y normas

Dado que las instituciones encargadas de tales funciones tienen que poseer la fuerza coercitiva y
organización necesaria, además de que los servicios aludidos son bienes públicos, entonces, tiene que
haber un sistema de gobierno que brinde directamente o esté encargado del financiamiento de tales
servicios (legislativo, ejecutivo, defensa, justicia y de registro).

Sin embargo, no es suficiente la mera existencia de tales instituciones, es decir, el rol del estado no
debe consistir en la simple prestación de los servicios públicos correspondientes, sino que éstos tienen
que ser eficientes. En otros términos, el servicio legislativo tiene que encargarse de formular las leyes
y normas adecuadas, el servicio ejecutivo debe implementarlas con eficiencia, el servicio de defensa
debe brindar la protección y seguridad necesaria, el servicio judicial tiene que ser probo o un árbitro
imparcial e incorruptible, el servicio de registro debe ser claro y transparente. Estos elementos
contribuirán a la correcta definición y asignación de los derechos de propiedad y por ende a la
eficiencia y crecimiento económico.

Bajo el enfoque institucional, la sociedad intercambia derechos de pro-piedad; pero ello está sujeto a
ciertos costos. Cuando se intercambian los derechos de propiedad se incurren en costos de transacción
positivos. En la medida en que sea menor tal costo de transacción se generarán mayores niveles de
intercambio de derechos, coadyuvando así al incremento en la eficiencia económica y por ende a una
mayor producción de derechos (bienes y servicios).

Los costos de transacción están relacionados básicamente a la existencia de la información necesaria


y al respeto o cumplimiento de los contratos, bajo los cuales se efectúa el intercambio. Cuando más
simétrica y perfecta sea la información y cuando tiendan a cumplirse los contratos estipulados, menor
será el costo de transacción.

Un sistema de información asimétrico e imperfecto eleva los costos de transacción. Si la información


es imperfecta será más costoso para el comprador potencial informarse sobre el mercado de derechos.
En forma similar, el vendedor tenderá a no poder vender sus bienes y servicios cuando, tal vez,

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paralelamente, alguien está queriendo adquirir lo que justamente se está ofertando. Si la información
es asimétrica, el intercambio será desigual y socialmente ineficiente, porque el agente que maneja el
mayor volumen de información sacará ventaja de ello perjudicando relativamente al que posee menos
información. Sin embargo, la generación de la información necesaria y el acceso a la misma es
muchas veces muy costosa, lo que se traduce en el uso parcial (menor demanda) y baja generación
(menor oferta) de la información en el mercado. Adicionalmente, la información es relativamente un
bien no rival, por ende, un bien público. Todos estos elementos hacen que la economía no opere en
una situación de óptimo paretiano, dando pie a la presencia del estado en el mercado de la
información. Entonces, dentro del rol institucional que le compete al estado está también el de
coadyuvar a la existencia de un sistema de información perfecto, simétrico y accesible.

Dado que la transacción y posesión (uso) de los derechos de propiedad implica necesariamente un
sistema de contratos, éste tiene que ser acatado por las partes involucradas en la transacción. Si los
contratos tienden a no cumplirse, entonces, se genera desaliento en el intercambio y la producción
¿Una empresa que produce y vende automóviles se verá incentivada a incrementar su producción
cuando existe la posibilidad de que los clientes no cumplan con el pago correspondiente? ¿El
comprador potencial del automóvil hará efectiva su adquisición cuando existe una alta probabilidad
de que no pueda utilizarlo en un marco en que no se respetan los derechos de propiedad? La respuesta
es obvia. Ello requiere la existencia de un ente que tenga la autoridad y fuerza necesaria para que se
respeten los contratos y los derechos de propiedad; en otros términos, ello implica la existencia de un
estado fuerte, que brinde eficientemente los servicios de fijación de normas, justicia, seguridad y
protección

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EXP. N. º 0008-2003-AI/TC

En su fundamento 57, sostiene que;

“….Es un lugar común reconocer, dentro de la teoría constitucional, que el principio de la división de
poderes (reconocido en el tercer párrafo del artículo 43° de la Constitución) no se condice más con una
tesis monovalente de las funciones correspondientes a cada uno de los poderes del Estado, según la cual,
a cada uno de ellos corresponde una función específica no susceptible de ser ejercida por los demás, bajo
cargo de quebrantar el principio de independencia y autonomía de los poderes estaduales que sirve de
garantía contra la instauración del Estado absoluto. En efecto, hoy se reconoce que esta garantía no
supone una férrea impenetrabilidad entre los poderes estatales, sino un equilibrio entre los mismos,
expresado en la mutua fiscalización y colaboración. De ahí que el ejercicio de la función legislativa (por
antonomasia, parlamentaria) por parte del ejecutivo, no sea, per se, contraria al Estado social y
democrático de derecho, siempre que sea llevada a cabo conforme con las reglas que, para dicho efecto,
contemple la propia Carta Fundamental. Así, pues, tratándose de la impugnación de normas con rango
legal expedidas por el Ejecutivo, además de la evaluación de su constitucionalidad sustancial, esto es, de
su compatibilidad con los requisitos de orden material exigidos por la Ley Fundamental, resulta de
particular relevancia la evaluación de su constitucionalidad formal; es decir, de su adecuación a los
criterios de índole procedimental establecidos en la propia Constitución.

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CONCLUSIONES

1. El rol del estado está en plena discusión y desarrollo teórico, en estos momentos no se cuenta
con una teoría económica del estado acabada de modo que indique la manera en que la acción
estatal pueda contribuir a la maximización del bienestar social. Sin embargo, la teoría
económica de que se dispone otorga algunos elementos que pueden ser tomados en cuenta y,
así, formular y especificar el rol del estado con fundamento científico y no como una simple
suma incoherente de buenos de-seos normativos.

2. El Estado debe intervenir activamente en la economía mediante la producción de bienes y la


prestación de servicios o debe ser sólo un ente planificador, promotor y regulador dejando
las demás actividades económicas al sector privado, es decir a las empresas.

3. Aunado a ello, para tratar de alcanzar el máximo nivel de bienestar social, necesariamente,
se tienen que aplicar acciones de política y según la Teoría Económica del Bienestar, el
bienestar social se logra básicamente mediante dos objetivos de política: eficiencia y equidad
distributiva.

4. En este sentido de participación del estado o rol puede darse a un nivel macroeconómico,
microeconómico e institucional.

5. En el plano macroeconómico, el estado debe coadyuvar al crecimiento económico con


justicia social mediante políticas agresivas en el campo de la educación y la salud y también
mediante políticas monetarias y fiscales relativamente equilibradas evitando procesos de
atraso cambiario y políticas comerciales que frenen el desarrollo de la competitividad
necesaria de nuestro país. En el plano microeconómico, el estado debe intervenir activamente
en el mercado mediante sistemas óptimos de: regulación, impuestos y subsidios, fijación de
derechos, prestación de los bienes públicos (defensa, justicia, salud, educación, investigación
básica). En el campo institucional, el estado debe en-cargarse de crear el marco institucional
y las instituciones necesarias, promoviendo la vigencia de un sistema de derechos de
propiedad claro, estable y respetable; ello será posible mediante la prestación de servicios
institucionales (servicio legislativo, ejecutivo, judicial, defensa, seguridad, información)
eficientes y eficaces.
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6. Finalmente, es importante señalar que el Estado no sólo debe intervenir en la economía para
corregir las fallas del mercado en la economía, ni sólo para crecer y distribuir, sino
principalmente, como lo señala Henry Pease, para cambiar la economía, pues “en el Perú la
opción no es crecer para distribuir, sino cambiar a fondo: comprender nuestra diversidad
geográfica y cultural, y una economía tan desarticulada con tan disímil productividad” , el
país se realiza a partir de su diversidad y vinculando la producción a la organización de las
mayorías más pobres o seguirá incomprendido, desarrollando un proceso de descomposición
social que se expresa en todas las formas de violencia que diariamente nos golpean (…) por
eso mismo, no hay propuesta económica válida que no parta de una democratización real de
las decisiones”.3

3
PEASE, Henry ““Democracia y precariedad bajo el populismo aprista”, DESCO, Lima, 1988.
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BIBLIOGRAFÍA

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