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DOMINGUEZ
INDICE
A. Expediente Nº 0008-2003-AI/TC..................................................................................Pág. 10
2.3 Igualdad…………………………………………………………………........Pág. 16
f) La libertad de industria……………………………...…………………………Pág. 26
1993…………………………………………………………………………........ Pág. 31
Derecho…………………………………………………………………............... Pág. 32
1993……………………………………………………………………………....Pág. 39
Constitucional………………………………………………………………………... Pág. 43
4. ¿Por qué los individuos aceptan un sistema de subordinación o tipo de gobierno? ¿Cuál
CONCLUSIONES……………………………………………………….......………………. Pág. 56
BIBLIOGRAFÍA………..………………………………………………...................………. Pág. 58
INTRODUCCION
Nuestro actual régimen económico se ejerce mediante la Economía Social de Mercado, según nuestro
marco constitucional vigente, aunque es a partir de 1979 cuando comienza con sus primeras
configuraciones y hasta 1993 cuando empieza su apogeo legal, jurisprudencial y doctrinario. En este
contexto, es así que a nivel constitucional nuestra Carta Magna reconoce que el Perú se rige por los
pilares de una Economía Social de Mercado, siendo que a partir de la década delos noventa, cuando
la conciencia sobre la importancia de ciertos derechos con contenido económico toma mayor fuerza.
Hasta 1993, el constituyente creyó necesario que la legislación tenga por objeto esencial establecer
“reglas de juego” claras para los procesos económicos que garantice n la libertad, y que a la vez sean
reflejo de valores democráticos cuya práctica sea eficiente, es así que a partir de esa fecha las primeras
manifestaciones de la vida económica peruana que surgieron años atrás se consolidarían en valores,
principios y libertades. En esta ocasión nos toca enfocar el tema de los principios generales de este
régimen económico contenidos en el Capítulo I de la Constitución Política de 1993, los cuales se
encuentran al amparo de la denominada Economía Social de Mercado siendo éste el primer pilar
considerado en el Art. 59° de la Carta Magna y bajo el resguardo de un Estado regulador, cuyo rol no
podía minimizarse. En ese orden, nuestra Constitución Política en sus artículos 60° y 61°, reconoce
el Pluralismo Económico y la Libre Competencia como principios que apuntalan la Doctrina de
Económia Social de Mercado, instaurada por nuestro Estado en la Constituyente de 1993, cuyos
preceptos se sustentan en el respeto de las diversas formas de propiedad y empresa que permitan el
incentivo de la iniciativa privada en el desarrollo de las diversas actividades económicas que el
mercado requiera con la sola limitaciones que establece la Ley, y relevando al Estado a una
participación subsidiaria previa autorización legal respecto de aquellas actividades no atractivas para
el capital privado, lo cual no lo enerva de participar en el mercado en igualdad de condiciones, el cual
debe desarrollarse en un ambiente que propicie la libre competencia, respecto del cual el Estado se
compromete a facilitar y vigilar que no se practiquen malas prácticas en desmedro del mercado tales
como el monopolio o las posiciones dominantes, los que en ningún caso serán autorizadas por Ley o
concertación y proscribiendo de manera expresa la realización de prácticas monopólicas que atenten
contra de la libertad de expresión y comunicación. En ese contexto, La nueva constitución de 1993
elige el modelo liberal de economía porque es el único posible, en una visión práctica dentro de esta
situación, no se trata pues de un liberalismo clásico, sino de una Economía de Mercado abierta donde
el Estado lucha contra los monopolios que son obviamente formados por las grandes empresas y a
favor de los pequeños empresarios, para que la economía de mercado pueda equilibrarse.
Un primer aspecto a destacar es el hilo conductor que vertebra a las tres partes principales del texto
constitucional: los Derechos Fundamentales, el Régimen Económico y la Estructura del Estado. Los
Derechos Fundamentales expresan los objetivos, aspiraciones y necesidades primordiales de la
persona y de la sociedad en su conjunto; el Régimen Económico se ocupa de la tarea concreta de la
generación de los recursos necesarios para atender los Derechos Fundamentales y construir el
desarrollo económico nacional; y la Estructura del Estado da cuenta de la forma cómo se organiza el
Estado para conducir el país y servir a esos Derechos Fundamentales.
Se trata, entonces, de que la Constitución no sea una mera pieza retórica que enuncie aspiraciones y
derechos al margen de la capacidad efectiva para satisfacerlos. Teniéndose como referentes básicos
al complejo proceso de transición que experimenta la sociedad peruana, así como los
estrangulamientos económicos legados por la debacle de la década pasada, no cabía la actitud frívola
de querer «lucirse» formulando «la» Carta Magna «ideal» hecha para valer siempre o durante un
plazo muy prolongado. Correspondía, más bien, reconocer las carencias de la situación concreta del
país y, partiendo de ésta, asumir el compromiso serio de garantizar que los Derechos Fundamentales
de la persona y de la colectividad entera puedan ser atendidos en verdad; lo cual exigía dotarse de un
Régimen Económico capaz de estimular la generación progresiva de los recursos necesarios para ir
viabilizando esa meta en el futuro previsible. Esta actitud responsable es condición «sine qua non»
para que la población crea en el Estado y le deposite su confianza, y para que este pueda proyectarse
al exterior como entidad económicamente solvente y con legitimidad social.
Es por ello que, en vez de negar la «economía social de mercado», el nuevo Régimen Económico
reafirma este concepto y, más importante aún, busca darle contenido real, efectivo, reconociendo esta
vez sin ambages la «función social», esencialmente democratizante, que le compete al mercado
dinamizado por la libre labor creativa de todos los peruanos. Esta interacción, lejos de destruir
«solidaridades de base» como a veces errónea o interesadamente se afirma, en realidad les da la
chance de desarrollarse porque rompe con los remanentes de feudalidad y herencia colonial que han
impedido el ingreso pleno del conjunto social peruano a la Era Moderna.
El Estado, en vez de expropiar esa función social en beneficio de unos cuantos, la alienta ahora a fin
de estar en capacidad, una vez firmemente apuntalado por esas solidaridades básicas desarrolladas
por una economía de mercado sólida y extendida sin exclusiones a toda la sociedad, de cumplir a
cabalidad con las funciones colectivas y redistributivas que le son propias por su condición de
representante del bien común. Por estas razones, el nuevo régimen económico constitucional es
central para el proceso de reconstrucción del Estado Peruano, para su armoniosa coexistencia con una
sociedad civil entendida modernamente, es decir, sin ciudadanos de segunda o tercera categoría.
En cuanto a las fuentes de los recursos que se requieren para desarrollar al país, el nuevo régimen
económico constitucional privilegia claramente a las dos siguientes: la inversión, nacional y
extranjera, como expresión de la confianza de los agentes económicos en un régimen que estimula
su libre creatividad y protege los resultados de su esfuerzo; y la tributación, como expresión del
compromiso de todos con el interés colectivo.
En consecuencia, los principales aspectos contenidos en el articulado del actual régimen económico
constitucional pueden resumirse de la siguiente manera:
Se garantiza la libre iniciativa privada, de todos en general, para estimular así la creación de
riqueza individual y social;
Se consagra el derecho inalienable de todos al libre acceso a la propiedad, y la inviolabilidad de
la misma, lo cual multiplicará la cantidad de agentes económicos capaces de invertir, y
dispuestos a hacerlo con perspectiva de largo plazo;
igualdad de trato a los distintos sectores económicos y formas de propiedad, a fin de evitar
discriminaciones que distorsión en la asignación de recursos y la orientación de la inversión
productiva privada;
Sólo autorizado por ley expresa, el Estado puede realizar subsidiariamente actividad
empresarial, directa o indirecta, por razón de alto interés público o de manifiesta conveniencia
nacional.
La actividad empresarial, pública o no pública, recibe el mismo tratamiento legal.”
EXPEDIENTE N° 0008-2003-AI/TC
FECHA DE LA SENTENCIA 11 de Noviembre de 2003
LUGAR DE LA SENTENCIA Lima
PROCESO CONSTITUCIONAL Proceso de Inconstitucionalidad
DEMANDANTE Roberto Nesta Brero, en representación de 5,728
ciudadanos
DEMANDADO Poder Ejecutivo
DISPOSICIÓN CUESTIONADA El artículo 4° del Decreto de Urgencia N.° 140-
2001
DERECHO CONSTITUCIONAL El inciso 19) del artículo 118° de la Constitución,
VULNERADO así como los derechos fundamentales a la libre
iniciativa privada, a la libertad de empresa, a la
libertad de contratación y a la propiedad,
consagrados en la Constitución Política vigente.
MAGISTRADOS Alva Orlandini, Presidente; Bardelli Lartirigoyen,
Vicepresidente; Rey Terry, Aguirre Roca,
Revoredo Marsano, Gonzales Ojeda y García
Toma
FALLO Declara FUNDADA, la demanda de
inconstitucionalidad.
VOTOS DE MAGISTRADOS Aguirre Roca y Bardelli Lartirigoyen
1. La “Constitución económica”
El Tribunal Constitucional estima que, tal como aparece planteada la cuestión controvertida,
resulta pertinente analizar el modelo económico consagrado por la Constitución, y, ante todo,
destacar la importancia que reviste la inclusión de un régimen económico en la Carta
Fundamental.(…)
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ROL ECONÓMICO SEGÚN TC DR. DOMINGUEZ
(…) En efecto, así como el excesivo poder político del Estado ha sido siempre un riesgo para la
libertad humana, de la misma forma el poder privado propiciado por una sociedad corporativa
constituye una grave y peligrosa amenaza para la regencia del principio de justicia. Norberto
Bobbio precisa que “(...) por debajo de la “no libertad”, como sujeción al poder del príncipe, hay
una “no libertad” más profunda ... y más difícilmente extirpable: la “no libertad” como
sumisión al aparato productivo y a las grandes organizaciones del consenso y del disenso que la
sociedad corporativa inevitablemente genera en su seno (...)”. (Citado por Pedro de Vega en:
Neoliberalismo y Estado. En: Pensamiento Constitucional. Año. N.° IV. N.° 4, 1997, pág. 34).
Por ello, no sólo es saludable, sino imprescindible, consolidar al más alto nivel jurídico y político
las reglas macro que procuren una economía orientada hacia un Estado social y democrático de
derecho.
El Estado peruano definido por la Constitución de 1993, presenta las características básicas
de Estado social y democrático de derecho. Así se concluye de un análisis conjunto de los
artículos 3° y 43° de la Ley Fundamental. Asimismo, se sustenta en los principios esenciales
de libertad, seguridad, propiedad privada, soberanía popular, separación de las funciones
supremas del Estado y reconocimiento de los derechos fundamentales. Principios de los que
se deriva la igualdad ante la ley y el necesario reconocimiento de que el desarrollo del país
se realiza en el marco de una economía social de mercado.
presupuestos, lo que exige una relación directa con las posibilidades reales y
objetivas del Estado y con una participación activa de los ciudadanos en el quehacer
estatal; y la identificación del Estado con los fines de su contenido social, de forma
tal que pueda evaluar, con criterio prudente, tanto los contextos que justifiquen su
accionar como su abstención, evitando tornarse en obstáculo para el desarrollo
social.
La exégesis del régimen económico constitucional a la luz del principio del Estado
social y democrático de derecho (artículo 43° de la Constitución), que encuentra en
el bien común (que es idéntico al interés de la sociedad) su ratio fundamental, bien
puede ser traducida en la expresión contenida en la Encíclica Mater et magistra,
según la cual: “En materia económica es indispensable que toda actividad sea regida
por la justicia y la caridad como leyes supremas del orden social. (...). (Es necesario
establecer) un orden jurídico, tanto nacional como internacional, que, bajo el influjo
rector de la justicia social y por medio de un cuadro de instituciones públicas o
privadas, permita a los hombres dedicados a las tareas económicas armonizar
adecuadamente su propio interés particular con el bien común”. (Iters. Nros. 39-
40).
Las nuevas funciones del Estado moderno tienen que ver con aspectos económicos,
sociales, políticos y jurídicos.
a) Supuestos económicos
b) Supuestos sociales
Se trata del Estado de la integración social, dado que se busca conciliar los intereses
de la sociedad, desterrando los antagonismos clasistas del sistema industrial. Al
respecto, García Pelayo sostiene que la unidad entre el Estado social y la comunidad
nacional hace posible otra característica de dicho tipo de Estado, a saber, su
capacidad para producir la integración de la sociedad nacional, o sea, el proceso
constante, renovado, de conversión de una pluralidad en una unidad, sin perjuicio
de la capacidad de autodeterminación de las partes (Las Transformaciones... Op.
Cit., pág. 45).
c) Supuestos políticos
d) Supuestos jurídicos
Ésta se encuentra consagrada en el artículo 1º del texto constitucional, cuyo tenor es que la
dignidad de la persona humana es el valor superior dentro del ordenamiento y, como tal,
presupuesto ontológico de todos los derechos fundamentales, incluyendo, desde luego,
aquellos de contenido económico. De este modo, no serán constitucionalmente adecuadas
la explicación y solución de la problemática económica desde una perspectiva alejada de la
dignidad humana, pues la persona no puede ser un medio para alcanzar una economía
estable sino, por el contrario, debe ser la que auspicie la consecución de un fin superior para
el Estado y la sociedad; a saber, la consolidación de la dignidad del hombre.
2.3. Igualdad
El orden constitucional económico debe ser interpretado también a la luz del principio de
igualdad, reconocido en el inciso 2) del artículo 2° de la Constitución. Sobre el particular,
en el Caso Colegio de Notarios de Lima (Exps. Acums. N.° 0001-2003-AI/TC y N.° 0003-
2002-AI/TC), este Tribunal precisó que “(...) el principio de igualdad en el Estado
Constitucional, exige del legislador una vinculación negativa o abstencionista y otra
positiva o interventora (...)”.
Debe reconocerse también una vinculación positiva del legislador con los derechos
fundamentales, de forma tal que los poderes públicos sean capaces de revertir las
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ROL ECONÓMICO SEGÚN TC DR. DOMINGUEZ
Dicho juicio, desde luego, es aplicable también al ámbito económico, en el que, por mandato
expreso de la Norma Fundamental, el Estado tiene la obligación de adoptar las medidas
orientadas a brindar oportunidades de superación a los sectores que sufren cualquier
desigualdad (artículo 59°).
Alude, pues, a la implantación de una mecánica en la que "el proceso de decisión económica
está descentralizado y la coordinación de los múltiples poderes individuales se hace a través
de las fuerzas automáticas de la oferta y demanda reguladas por los precios". (Juergen B.
Donges. Sistema económico y Constitución alemana. En: Constitución y Economía,
Madrid: 1977).
Otro principio que informa a la totalidad del modelo económico es el de la libre iniciativa
privada, prescrito en el artículo 58° de la Constitución y que se encuentra directamente
conectado con lo establecido en el inciso 17), artículo 2° del mismo texto, el cual establece
el derecho fundamental de toda persona a participar, ya sea en forma individual o asociada,
en la vida económica de la Nación. De ello se colige que toda persona natural o jurídica
tiene derecho a emprender y desarrollar, con autonomía plena, la actividad económica de
su preferencia, afectando o destinando bienes de cualquier tipo a la producción y al
intercambio económico con la finalidad de obtener un beneficio o ganancia material.
Como expone Marcial Rubio Correa, dicho derecho tiene un contenido de libertad y otro de
actuación económica, cuya expresión es “que las personas son libres de realizar las
actividades económicas que mejor consideren para obtener los recursos de su vida cotidiana
y de su capitalización” (Estudio de la Constitución Política de 1993, PUCP, Fondo Editorial,
1999).
Por su parte, la subsidiaridad horizontal esta referida a la relación existente entre el Estado
y la ciudadanía, en la cual el cuerpo político, respetando la autonomía y la libre
determinación de los individuos, reduce la intervención pública a lo esencial.
Entre los usos pragmáticos que el término subsidiariedad puede tener en el ámbito
constitucional se tiene los tres siguientes:
El primero tiene que ver con el sentido horizontal del principio y está referido a la
relación clásica entre sociedad y Estado, entre libertad y autoridad, entre iniciativa
privada y poder impositivo del Estado.
El segundo está relacionado con la teoría de las fuentes del derecho objetivo, la misma
que supone la titularidad del poder de normación en el Estado-persona o bien en entes
dotados de soberanía. Por tanto, se entiende como la potestad que tienen los entes
legitimados y competentes para la adopción del acto de normar en forma autónoma y
exclusiva, salvo en aquellos casos en los que el acto-fuente no logre, por sí solo,
conseguir los efectos jurídicos deseados, situaciones en las cuales existe la posibilidad
de que la ley estatal intervenga.
El tercero, que tiene algunos elementos en común con la materia de fuentes, es el que
concierne a la organización administrativa o a los diversos niveles de expresión de las
funciones y competencias públicas. Está vinculado a la descentralización
administrativa estructurada sobre la base de una articulación diferente de las relaciones
entre el ordenamiento mayor y el ordenamiento menor. Se trata, en suma, del principio
de subsidiariedad entendido en sentido vertical.
Ahora bien, estos usos no se consideran separados los unos de los otros, sino como
momentos de una única esencia que caracteriza la configuración del ordenamiento estatal.
En efecto, la subsidiariedad en el Derecho Constitucional está condicionada a la forma del
Estado y a las relaciones entre gobernantes y gobernados, reguladas en el ámbito de la
disciplina económica y de la producción de los actos normativos -no ordenados desde una
óptica jerárquica sino, más bien, desde una estructura diversificada sobre la base axiológica
y valorativa-; y, también, a la organización vertical del Estado, que se distribuye según
formas mayores de descentralización administrativa a favor de los ordenamientos menores.
Sin perjuicio de lo expuesto, debe quedar claro que, aunque se postule el respeto de las
libertades de los individuos y de los grupos, el principio de subsidiariedad no pone en
discusión el papel y la importancia del Estado; por el contrario, se orienta a valorarlo,
procediendo a una redefinición y a una racionalización de los roles en la dinámica de las
relaciones entre el Estado y los ciudadanos, entre lo público y lo privado.
En ese orden de ideas, las acciones del Estado deben estar vinculadas al fomento,
estimulación, coordinación, complementación, integración o sustitución, en vía supletoria,
complementaria o de reemplazo, de la libre iniciativa privada. La subsidiariedad se
manifiesta como el acto accesorio o de perfeccionamiento en materia económica, que se
justifica por la inacción o defección de la iniciativa privada.
Debe enfatizarse que “la intervención de las autoridades públicas en el campo económico,
por dilatada y profunda que sea, no sólo no debe coartar la libre iniciativa de los particulares,
sino que, por el contrario, ha de garantizar la expansión de esa libre iniciativa”, y la de los
derechos esenciales de la persona humana. Entre ellos hay que incluir el derecho y la
obligación –de cada persona- de ser, normalmente, la primera responsable de su propia
manutención y de la de su familia, lo cual implica que los sistemas económicos permitan y
faciliten a cada ciudadano el libre y provechoso ejercicio de las actividades de producción.”
(Encíclica Mater et Magistra. Iter N.° 55)
Asimismo, este principio debe ser interpretado en concordancia con otro de equivalente
importancia, como es del pluralismo económico (primer párrafo del artículo 60° de la
Constitución), que se ha desarrollado bajo el concepto de igualdad jurídica entre los
competidores, y que constituye uno de los pilares del derecho de la competencia. Este
régimen de paridad al que se someten tanto las empresas públicas como las privadas,
constituye una garantía para el desenvolvimiento del tipo de mercado establecido en la
Constitución y la optimización de los principios y valores que fundamenten el Estado
democrático de derecho.
Tras la sumaria reseña de los principios fundamentales sobre los que debe inspirarse el ejercicio
hermenéutico aplicado al marco económico establecido en nuestra Carta Fundamental, cabe
ahora detenerse en las libertades económicas reconocidas en el mismo texto.
a) El derecho a la propiedad
Establecido en los incisos 8) y 16) del artículo 2° de la Constitución, es concebido como el poder
jurídico que permite a una persona usar, disfrutar, disponer y reivindicar un bien. Así, la persona
propietaria podrá servirse directamente de su bien, percibir sus frutos y productos, y darle destino
o condición conveniente a sus intereses, siempre que ejerza tales actividades en armonía con el
bien común y dentro de los limites establecidos por la ley; e incluso podrá recuperarlo si alguien
se ha apoderado de él sin derecho alguno.
Dicho derecho corresponde, por naturaleza, a todos los seres humanos; quedando éstos
habilitados para usar y disponer autodeterminativamente de sus bienes y de los frutos de los
mismos, así como también transmitirlos por donación o herencia. Como tal, deviene en el
atributo más completo que se puede tener sobre una cosa.
Así, mientras que en este último el objeto de la propiedad son las cosas u objetos materiales
susceptibles de valoración, para el derecho constitucional la propiedad no queda “enclaustrada”
en el marco del dominio y de los derechos reales, sino que abarca y se extiende a la pluralidad
in totum de los bienes materiales e inmateriales que integran el patrimonio de una persona y que,
por ende, son susceptibles de apreciación económica.
Al respecto, Gregorio Badeni (Instituciones de Derecho Constitucional. Buenos Aires: Ad-
Hoc,1997) comenta que “incluye tanto a las cosas como a los bienes e intereses estimables
económicamente que puede poseer una persona. Comprende no solamente el dominio sobre las
cosas, sino también la potestad de adquisición, uso y disposición de sus bienes tangibles e
intangibles (...) los intereses apreciables económicamente que puede poseer el hombre fuera de
si mismo, al margen de su vida y libertad de acción”.
En lo esencial, se trata de un derecho cuyo origen no reside en la voluntad política del legislador
estatal, sino en la propia naturaleza humana, que impulsa al individuo a ubicar bajo “su” ámbito
de acción y autoconsentimiento, el proceso de adquisición, utilización y disposición de diversos
bienes de carácter patrimonial.
Tal como refiere Haberle, (El Estado Constitucional, México: UNAM, 2001) “en la democracia
pluralista, el bien común –idéntico al interés público- es indispensable”. Incorporando la
necesaria referencia al bien común en el desarrollo de la institución de la propiedad, dicha
libertad fundamental se convierte en parte integrante del interés público.
Ahora bien, nuestra Constitución reconoce a la propiedad no sólo como un derecho subjetivo
(derecho individual), sino también como una garantía institucional (reconocimiento de su
Pablo Ramella (Los Derechos Humanos. Buenos Aires: Depalma, 1980) precisa que “la función
social de la propiedad se traduce constitucionalmente en limitaciones al ejercicio de este derecho
y en obligaciones a cargo del propietario, impuestas unas y otras en beneficio del bien común”.
Dicho concepto obliga a que se armonice el interés del propietario con el de la comunidad;
procediéndose, para tal efecto, a que el Estado modere su ejercicio a través de la reglamentación.
La doctrina del reconocimiento de la propiedad como una garantía institucional, ha sido también
defendida por el Tribunal Constitucional en el Caso Colegio de Notarios de Junín, en la cual
argumentó que “el derecho a la propiedad no sólo adquiere la categoría constitucional de derecho
fundamental, sino que su defensa y promoción se constituyen en garantía institucional para el
desarrollo económico ... . Empero, para el pleno desarrollo del derecho de propiedad en los
términos que nuestra Constitución le reconoce y promueve, no es suficiente saberse titular del
mismo por una cuestión de simple convicción, sino que es imprescindible poder oponer su
titularidad frente a terceros y generar, a partir de la seguridad jurídica que la oponibilidad otorga,
las consecuencias económicas que a ella le son consustanciales. Es decir, es necesario que el
Estado cree las garantía que permitan institucionalizar el derecho ... .
Por cierto, la concepción de la propiedad privada como una garantía institucional, no implica el
desconocimiento de las garantías que, a su vez, deben ser instauradas a efectos de reconocer al
propietario las facultades de oponibilidad del derecho. Y es que, al igual que la gran mayoría de
derechos fundamentales, la propiedad no mantiene más la condición de derecho absoluto. Al
respecto, Jorge Avendaño (El derecho de propiedad en la Constitución. En: Thémis, N.° 30,
Lima, 1994) sostiene que “la propiedad tiene limitaciones, impuestas por diversas razones. Las
limitaciones a la propiedad son hoy tan importantes, como crecientes en extensión y número, y
ello en relación directa de la estimación del interés público y del concepto social del dominio”.
Evidentemente, dicha función social tan sólo es aplicable a los bienes de producción o a los
bienes de servicio público, mas no así a los bienes de consumo o a los bienes de utilidad
estrictamente privada, en los que sólo es reconocible una utilidad estrictamente personal, en cuyo
caso bastará abstenerse de aplicar la propiedad en perjuicio de la comunidad.
El ejercicio del derecho a la propiedad no es absoluto, e importa limitaciones legales que tienen
por finalidad armonizar:
El derecho de propiedad individual con el ejercicio del mismo por parte de los demás
individuos.
El derecho de propiedad individual con el ejercicio de las restantes libertades individuales.
El derecho de propiedad individual con el orden público y el bien común.
A lo expuesto debe agregarse que la libertad contractual constituye un derecho relacional, pues,
con su ejercicio, se ejecutan también otros derechos tales como la libertad al comercio, la libertad
al trabajo, etc.
c) La libertad de trabajo
Establecida en el inciso 15) del artículo 2° de la Constitución, se formula como el atributo para
elegir a voluntad la actividad ocupacional o profesional que cada persona desee o prefiera
desempeñar, disfrutando de su rendimiento económico y satisfacción espiritual; así como de
cambiarla o de cesar de ella. Para tal efecto, dicha facultad autodeterminativa deberá ser ejercida
con sujeción a la ley. Por ello es que existen limitaciones vinculadas con el orden público, la
seguridad nacional, la salud y el interés público.
La Constitución asegura el derecho de optar, a condición de que sea lícita, por alguna actividad
de carácter intelectual y/o física, con el objeto directo o indirecto de obtener un provecho material
o espiritual; tal atributo se extiende a la potestad de posteriormente cambiar o cesar en dicha
labor.
d) La libertad de empresa
Consagrada por el artículo 59° de la Constitución, se define como la facultad de poder elegir la
organización y efectuar el desarrollo de una unidad de producción de bienes o prestación de
servicios, para satisfacer la demanda de los consumidores o usuarios.
La libertad de empresa tiene como marco una actuación económica autodeterminativa, lo cual
implica que el modelo económico social de mercado será el fundamento de su actuación, y
simultáneamente le impondrá límites a su accionar.
Consecuentemente, dicha libertad debe ser ejercida con sujeción a la ley -siendo sus limitaciones
básicas aquellas que derivan de la seguridad, la higiene, la moralidad o la preservación del medio
ambiente-, y su ejercicio deberá respetar los diversos derechos de carácter socio-económico que
la Constitución reconoce.
e) La libertad de comercio
Tal libertad presupone el atributo de poder participar en el tráfico de bienes lícitos, así como
dedicarse a la prestación de servicios al público no sujetos a dependencia o que impliquen el
ejercicio de una profesión liberal.
f) La libertad de industria
Ahora bien, pese a que existe un reconocimiento expreso del derecho a la información y a la
protección de la salud y la seguridad de los consumidores o usuarios, estos no son los únicos que
traducen la real dimensión de la defensa y tuitividad consagrada en la Constitución. Es de verse
que en la Constitución existe una pluralidad de casos referidos a ciertos atributos que, siendo
genéricos en su naturaleza, y admitiendo manifestaciones objetivamente incorporadas en el
mismo texto fundamental, suponen un numerus apertus a otras expresiones sucedáneas.
Bajo tal premisa, el propio Estado, a través de la Ley de Protección al Consumidor (Decreto
Legislativo N.° 716), no sólo ha regulado los derechos vinculados con la información, salud y
seguridad, sino que ha comprendido a otros de naturaleza análoga para los fines que contrae el
artículo 65° de la Constitución. Por ello, los derechos de acceso al mercado, a la protección de
los intereses económicos, a la reparación por daños y perjuicios y a la defensa corporativa del
consumidor, se erigen también en derechos fundamentales reconocidos a los consumidores y
usuarios.
A estos requisitos que determinan conjuntamente las garantías de defensa de los intereses
individuales en la economía, se suman aquellos que garantizan el interés comunitario; a saber:
El ejercicio de toda actividad económica puede limitarse. Si embargo, es preciso que las
restricciones legales adoptadas no enerven esa legítima autonomía, así como también impidan a
los operadores económicos privados diseñar su propia estrategia para ofrecer, adquirir, vender o
hasta permutar en el mercado. Ello, sin perjuicio de reconocer que incluso las medidas estatales
que pretendan operar sobre el ámbito de las libertades económicas deben ser razonables y
proporcionadas.
Si bien el principio de subsidiariedad, al que debe atenerse el accionar del Estado, y el respeto al
contenido esencial de las libertades económicas, constituyen, básicamente, límites al poder
estatal, la Constitución reserva al Estado, respecto del mercado, una función supervisora y
correctiva o reguladora. Ello, sin duda, es consecuencia de que, así como existe consenso en
torno a las garantías que deben ser instauradas para reservar un ámbito amplio de libertad para
la actuación de los individuos en el mercado, existe también la certeza de que debe existir un
Estado que, aunque subsidiario en la sustancia, mantenga su función garantizadora y
heterocompositiva.
Este Colegiado, en tal sentido, conviene con Pedro de Vega cuando puntualiza que “el mercado
no funcionó nunca sin los correctivos y los apoyos del Estado”, y que, “ante la amenaza de
conflictos sociales que el mercado no puede resolver ni soportar, y ante el riesgo permanente del
caos interno, nada tiene de particular que se haga imprescindible recurrir al Estado como
instrumento de regulación y control, por ser la única instancia capaz de crear las condiciones
para que el sistema económico obtenga la mínima “lealtad de las masas”. (Neoliberalismo y
Estado. Op. cit., pág. 34-35).
Asimismo, el artículo 61° confiere al Estado el deber de proscribir y combatir toda práctica que
limite la libre competencia, así como el abuso de las posiciones dominantes o monopólicas. De
esta forma, nuestro texto fundamental no admite que un solo productor satisfaga la demanda de
todos los consumidores o usuarios, pues ello, en los hechos, le permitiría determinar el precio y
la cantidad de bienes o servicios a ofertarse, a costa de extraer recursos del consumidor o usuario.
El Estado debe, asimismo, evitar la instauración de posiciones dominantes, esto es, la existencia
de escenarios económicos en los que aparezca un agente con capacidad de actuación
independiente, es decir, con opción de prescindencia de sus competidores, compradores y
clientes o proveedores en función a factores tales como la participación significativa de las
empresas en los mercados respectivos, las peculiares características de la oferta y la demanda de
los bienes o servicios, el desarrollo tecnológico, etc.
De este modo y dentro del respeto a la libre iniciativa privada, la función orientadora del Estado
tiene como propósito el desarrollo del país, procurando que se materialice el componente social
del modelo económico previsto en la Constitución.
EXPEDIENTE N° 7320-2005-PA/TC
FECHA DE LA SENTENCIA 23 de Febrero de 2006
LUGAR DE LA SENTENCIA Lima
PROCESO CONSTITUCIONAL Proceso de Amparo
DEMANDANTE Empresa de Transportes y Turismmos Pullman
Corona Real S.R.L.
DEMANDADO Ministerio de Transportes y Comunicaciones
DISPOSICIÓN CUESTIONADA Sentencia de la Primera Sala Civil de la Corte
Superior de Justicia de Lima.
DERECHO CONSTITUCIONAL La irretroactividad de la Ley, libertad de empresa y
VULNERADO libertad de contratación
MAGISTRADOS García Toma, presidente; Gonzales Ojeda,
vicepresidente; Alva Orlandini, Bardelli
Lartirigoyen, Vergara Gotelli y Landa Arroyo
FALLO Declara INFUNDADA, la demanda de amparo.
Teniendo en cuenta que, en la referida sentencia, el modelo económico consagrado por la Carta
de 1993 ha sido desarrollado en forma por demás extensa, no es el objetivo de este Colegiado
reiterar lo que ya ha quedado dicho sino, antes bien, remitirse a aquellas pautas de interpretación
de los principios que inspiran nuestro régimen económico y que resultan pertinentes para efectos
de resolver la controversia de autos.
De conformidad con los numerales 3º y 43º de la Constitución de 1993, el Estado peruano presenta
las características del Estado Social y Democrático de Derecho; conforme a ellas, pretende
conseguir la mayor efectividad de los principios y derechos básicos del Estado de Derecho –tales
como libertad, seguridad, propiedad e igualdad ante la ley– dotándolos de una base y contenido
material a partir del supuesto de que individuo y sociedad no son categorías aisladas y
contradictorias sino que, por el contrario, guardan recíproca implicancia.
Así, la configuración del Estado Social y Democrático de Derecho requiere no sólo de la exigencia
de condiciones materiales para alcanzar sus presupuestos –lo que exige una relación directa de las
posibilidades reales y objetivas del Estado con la activa participación de los ciudadanos en el
quehacer estatal– sino, además, su identificación con los fines de su contenido social, a efectos de
que pueda evaluar tanto los contextos que justifiquen su accionar, como aquellos que justifiquen
su abstención, evitando convertirse en un obstáculo para el desarrollo social.
En tal contexto, conforme al artículo 58º de la Ley Fundamental, nuestro régimen económico se
ejerce dentro de una economía social de mercado representativa de los valores constitucionales de
la libertad y la justicia y, por tanto, compatible con los fundamentos que inspiran a un Estado
Social y Democrático de Derecho.
Sobre el particular, este Tribunal estableció que el principio de subsidiariedad tiene dos
dimensiones: una vertical, y otra horizontal. Conforme a la segunda de ellas, se impide que
el Estado actúe en el ámbito que es propio de la sociedad civil, concepto que apoya la libertad
de empresa y de mercado, y que sólo reserva al Estado la función de supervisor y corrector.
Ello es así, pues el fundamento del principio de subsidiariedad parte del supuesto de que el
Estado aparece como el garante final del interés general, desde el momento en que su tarea
consiste en intervenir en forma directa para satisfacer una necesidad real de la sociedad, pero
sólo en aquellas situaciones en las que la colectividad y los grupos sociales –a quienes
corresponde, en primer término, la labor de intervención– no están en condiciones de hacerlo.
Si bien el principio de subsidiariedad, al que debe atenerse el accionar del Estado, y el respeto
al contenido esencial de las libertades económicas constituyen, básicamente, límites al poder
estatal, la Constitución reserva al Estado, respecto del mercado, una función supervisora y
correctiva o reguladora. Ello, sin duda, es consecuencia de que, así como existe consenso en
torno a las garantías que deben ser instauradas para reservar un ámbito amplio de libertad
para la actuación de los individuos en el mercado, existe también la certeza de que debe existir
un Estado que, aunque subsidiario en la sustancia, mantenga su función garantizadora y
heterocompositiva.
Así, vale reiterar lo establecido por este Colegiado en el Fundamento N.º 35 de la STC N.º
0008-2003-AI/TC, en el sentido que conviene con Pedro de Vega cuando puntualiza que “el
mercado no funcionó nunca sin los correctivos y los apoyos del Estado”, y que, “ante la
amenaza de conflictos sociales que el mercado no puede resolver ni soportar, y ante el riesgo
permanente del caos interno, nada tiene de particular que se haga imprescindible recurrir al
Estado como instrumento de regulación y control, por ser la única instancia capaz de crear
las condiciones para que el sistema económico obtenga la mínima “lealtad de las masas”.
(Neoliberalismo y Estado. Op. cit., pág. 34-35).
Por su parte, el artículo 59° establece que “El Estado estimula la creación de riqueza y
garantiza la libertad de trabajo, comercio e industria. El ejercicio de estas libertades no debe
ser lesivo a la moral, ni a la salud, ni a la seguridad públicas […]".
De este modo y dentro del respeto a la libre iniciativa privada, el Estado también tiene una
función orientadora, cuyo propósito es el desarrollo del país, procurando que se materialice
el componente social del modelo económico previsto en la Constitución.
de juego", configurando de esta manera la vocación finalista por el bien común. Por ende, el
Estado actúa como regulador y propiciador de los procesos económicos.
forma de amenaza o afectación efectiva de los derechos del consumidor o usuario, incluyendo
la capacidad de acción contra el propio proveedor.
De acuerdo con lo establecido por el artículo 65° de la Constitución, el Estado mantiene con
los consumidores o usuarios dos obligaciones genéricas, a saber:
Este Tribunal ha sostenido, en la STC N.° 2308-2004-AA/TC, que el inciso 2) del artículo
200° de la Constitución no contiene una prohibición de cuestionarse mediante el amparo leyes
que puedan ser lesivas en sí mismas de derechos fundamentales, sino una simple limitación,
que pretende impedir que, a través de un proceso cuyo objeto de protección son los derechos
constitucionales, se pretenda impugnar en abstracto la validez constitucional de las normas
con rango de ley.
De otro lado, también se ha establecido que una interpretación sistemática de los alcances de
la restricción contenida en el segundo párrafo del artículo 200°, inciso 2), de la Constitución,
debe entenderse en el sentido de que no cabe, efectivamente, que mediante una demanda de
amparo se cuestione una ley cuando el propósito de ésta sea cuestionar su validez en abstracto,
habida cuenta de que en el ordenamiento existen otros procesos, como el de
Inconstitucionalidad o el popular, cuyo objeto precisamente es preservar la condición de la
Constitución como Ley Suprema del Estado.
En tal caso, y siempre que éstas normas afecten directamente derechos subjetivos
constitucionales, el amparo sí podrá prosperar, no sólo porque de optarse por una
interpretación literal del inciso 2) del artículo 200° de la Constitución Política del Estado se
dejaría en absoluta indefensión al particular afectado por un acto legislativo arbitrario; sino,
además, porque tratándose de una limitación del derecho de acceso a la justicia constitucional,
éste no puede interpretarse en forma extensiva, sino con una orientación estrictamente
restrictiva, esto es, en el sentido más favorable a la plena efectividad del derecho a obtener
una decisión judicial que se pronuncie respecto de su pretensión.
Por un lado, si se trata de una alegación de amenaza de violación, ésta habrá de ser cierta y
de inminente realización. Cierta, ha dicho este Tribunal, quiere decir, posible de ejecutarse,
tanto desde un punto de vista jurídico, como desde un punto de vista material o fáctico. Y con
la exigencia de que la amenaza sea también de “inminente realización”, este Tribunal ha
expresado que ello supone su evidente cercanía en el tiempo; es decir, actualidad del posible
perjuicio cuya falta de atención oportuna haría ilusoria su reparación; y, de otro lado,
tratándose de la alegación de violación, tras realizar actos de aplicación concretos sustentados
en una ley, como sucede en cualquier otra hipótesis del amparo, es preciso que éstos
efectivamente lesionen el contenido constitucionalmente protegido de un derecho
fundamental.
Sin embargo y, si bien es cierto que, del tenor de la demanda, se aprecia que la empresa
recurrente cuestiona, en su totalidad, el Decreto Supremo N.º 006-2004-MTC, fluye de autos
que las disposiciones que estima violatorias de los derechos constitucionales invocados son
los artículos 1º y 2º de dicho decreto.
Respecto de la naturaleza de las normas impugnadas, este Tribunal concuerda con lo alegado
por la recurrente, en la medida que se trata de normas operativas o denominadas también de
eficacia inmediata; esto es, aquellas que están dirigidas a destinatarios específicos y cuya
aplicabilidad no se encuentra sujeta a la realización de algún acto posterior o a una eventual
reglamentación legislativa, en la medida que adquieren su eficacia plena en el mismo
momento en que entran en vigencia.
EXPEDIENTE N° 00034-2004-PI/TC
FECHA DE LA SENTENCIA 15 de Febrero de 2005
LUGAR DE LA SENTENCIA Lima
PROCESO CONSTITUCIONAL Proceso de Inconstitucional
DEMANDANTE Luis Nicanor Maravi Arias, en representación de
cinco mil ciudadanos
DEMANDADO Congreso de la Republica
DISPOSICIÓN CUESTIONADA Artículos 1°, 2°, 3°, 4° y 5° de la Ley N° 26271.
DERECHO CONSTITUCIONAL El derecho de igualdad (inciso 2), artículo 2°, a los
VULNERADO deberes primordiales del Estado (artículo 44° de la
Constitución), al rol económico del Estado
(artículo 59° de la Constitución), al pluralismo
económico (artículo 60° de la Constitución) y a la
libre competencia (artículo 61° de la Constitución).
MAGISTRADOS Alva Orlandini, Bardelli Lartirigoyen, Gonzales
Ojeda, García Toma, Vergara Gotelli, Landa
Arroyo
FALLO Declara INFUNDADA, la demanda de
Inconstitucionalidad.
De esta forma, la configuración del Estado Social y Democrático de Derecho requiere de dos
aspectos básicos: la exigencia de condiciones materiales para alcanzar sus presupuestos, lo que
exige una relación directa con las posibilidades reales y objetivas del Estado y con una
participación activa de los ciudadanos en el quehacer estatal; y la identificación del Estado con
los fines de su contenido social, de forma tal que pueda evaluar, con criterio prudente, tanto los
contextos que justifiquen su accionar como su abstención, evitando que se torne en obstáculos
para desarrollo social.
Dentro de ese marco, nuestro régimen económico, según el artículo 58° de la Constitución, se
ejerce dentro de una economía social de mercado. Este es representativa de los valores
constitucionales de la libertad y la justicia, y, por ende, es compatible con los fundamentos
axiológicos y teleológicos que inspiran a un Estado Social y Democrático de Derecho. En ésta
imperan los principios de libertad y promoción de la igualdad material dentro de un orden
democrático garantizado por el Estado.
De manera que, dado el carácter “social” del modelo económico establecido en la Constitución
vigente, el Estado no puede permanecer indiferente a las actividades económicas, lo que en modo
alguno supone la posibilidad de interferir arbitaria e injustificadamente en el ámbito de libertad
reservado a los agentes económicos.
Más aún, lo hasta aquí expuesto por este Colegiado, resulta a su vez concordante con el principio
de subsidiariedad del Estado. En efecto, conforme se señaló en el fundamento 19 de la STC N.°
0008-2003-AI/TC, la subsidiariedad en el plano horizontal supone que la relación existente entre
el Estado y la ciudadanía se desarrolle en el marco del respeto a la autonomía y la libre
determinación de los individuos, reduciéndose la intervención pública a lo esencial.
Ello por cuanto, desde la perspectiva de este principio, el Estado emerge como garante final del
interés general, desde el momento en que su tarea consiste en la intervención directa para
satisfacer una necesidad real de la sociedad, cuando la colectividad y los grupo sociales, a los
cuales corresponde en primer lugar la labor de intervenir, no están en condiciones de hacerlo.
Ahora bien, si por un lado, el respeto al contenido esencial de las libertades económicas,
constituye un límite al poder estatal, también es cierto que, por otro lado, la Constitución reserva
al Estado, respecto del mercado, una función supervisora y correctiva o reguladora. Ello sin
duda, es consecuencia de que, así como existe consenso en torno a las garantías que deben ser
instauradas para reservar un ámbito amplio de la libertad para la actuación de los individuos del
mercado, existe también la certeza de que debe existir un Estado que, mantenga su función
garantizadora y heterocompositiva.
Y es que, si bien la Constitución de 1993 busca garantizar el máximo respeto al ejercicio de las
libertades económicas de los particulares, tal objetivo no puede concebirse de manera absoluta
y aislada de la necesidad de protección de otros bienes constitucionales igualmente valiosos
basados en la dignidad humana. De ahí que el propio ejercicio de las llamadas libertades
económicas no se concibe como fin en si mismo y ajeno al ideal del orden económico y social
justo; prueba de ello es que la propia Constitución ha determinado los limites a su ejercicio,
conforme se advierte de su artículo 59°, sancionando el abuso de estas libertades en perjuicio de
la moral, la salud y las seguridades públicas; de igual modo, el artículo 60°, condiciona el
ejercicio del derecho de propiedad a su armonización con el bien común.
De este modo, se aprecia en el artículo 58° de la Ley Fundamental, la cláusula que establece que
“(...) el Estado orienta el desarrollo del país y actúa principalmente en las áreas de promoción de
empleo, salud, educación, seguridad, servicios públicos e infraestructura”. Esta disposición se
convierte en una finalidad constitucional expresa que se fundamenta en los principios de una
economía social de mercado.
Asimismo, el artículo 59° de la Constitución recoge una cláusula de garantía para las libertades
de trabajo, empresa, comercio e industria; pero, a la vez, establece un mandato, cual es, “brindar
oportunidades de superación a aquellos sectores que sufren cualquier desigualdad, en tal sentido,
promueve las pequeñas empresas en todas sus modalidades”.
A juicio de este Tribunal, dicha cláusula no sólo determina un rol negativo para el legislador, de
no interferir irrazonablemente en tales libertades económicas, sino que al mismo tiempo le otorga
un margen de actuación a fin de garantizar condiciones materiales de igualdad.
De esta manera, el artículo 59° del texto constitucional habilita la intervención estatal para
cumplir con el deber de garantizar el principio-derecho de igualdad, no sólo en aquellas
situaciones de sospechosa mayor vulnerabilidad, recogidas expresamente en el artículo 2.2 de la
Constitución –por motivo de origen, raza, sexo, idioma, religión, opinión, condición económica
o de cualquiera otra índole– sino principalmente, lo habilita para establecer medidas adecuadas
y necesarias que le permitan cumplir con la promoción de la pequeña empresa en todas sus
modalidades.
Por su parte, el artículo 60° de la Ley Fundamental establece una reserva de ley absoluta, para
habilitar al Estado a realizar excepcional y subsidiariamente actividad empresarial, directa e
indirectamente, cuando el interés público o la conveniencia nacional lo justifiquen.
Finalmente, como aspecto fundamental de una economía social de mercado, el Estado facilita y
vigila la libre competencia. El artículo 61° de la Constitución delega al legislador la labor de
garantizar el acceso al mercado en igualdad de condiciones, al tiempo de reprimir y limitar el
abuso de posiciones de dominio o monopólicas a efectos de garantizar no sólo la participación
de los agentes de mercado ofertantes, sino de proteger a quienes cierran el circulo económico en
calidad de consumidores y usuarios.
De este modo, conforme a lo señalado en los párrafos anteriores, no cabe duda que el Estado
puede intervenir de manera excepcional en la vida económica de los particulares, a fin de
garantizar bienes constitucionales que pueden ponerse en riesgo por las imperfecciones del
mercado y respecto de los cuales existe un mandato constitucional directo de promoción en tanto
actividad y/o protección del grupo menos favorecido.
1. Nociones general
En el Perú, por muchos años y sobre la base de ideologías antes que por evidencias, se consideró
al Estado como un pésimo gastador y un inversionista sin visión empresarial. Al final de la entrevistas
muchos líderes de opinión echaron en falta la agenda privatizadora, la promoción de las concesiones
de infraestructura pública y el objetivo central de reformar el Estado, entendiendo que reformar solo
es “reducción”. Para esta corriente de opinión, que se considera dueña de la verdad absoluta,
empresas como Enapu y Petroperú, entre otras, no tienen razón para existir.
Entre los principales argumentos para enterrar las empresas públicas resaltan dos. El primero es
que la inversión pública en actividades diferentes a la lucha contra la pobreza y el gasto social es
ineficaz porque distrae recursos escasos; pero la evidencia internacional demuestra casos exitosos,
específicamente en industrias extractivas e infraestructura estratégica, donde la inversión pública
realizada ha generado beneficios sociales mayores a los recursos invertidos y, en muchos casos, donde
la inversión pública ha significado una multiplicación de los activos iniciales. Entonces, inversión
pública no es igual a gasto ineficiente, y esto vale tanto para las iniciativas empresariales como para
el gasto social. El tema es tener un mejor Estado.
El segundo argumento contra la participación del Estado en la economía es que atenta contra la
“libre competencia”. Detrás del argumento está la idea de que el Estado es un desorden y no puede
ser capaz de registra adecuadamente sus ingresos y gastos, de manera que no se oculten subsidios
entre actividades y sectores. Por otro lado, también en la línea de la protección de la competencia,
que más parece una religión que una regla de mercado, se cuestiona el tamaño del Estado, que le
permite hacer inversiones y soportar baches financieros, donde los operadores privados, que “deben
lucrar”, no pueden ingresar.
1
Fuente: Diario la República; encontrado en: http://larepublica.pe/columnistas/actualidad-economica-
edgardo-cruzado/el-rol-del-estado-peruano-en-la-economia-08-11-2011
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ROL ECONÓMICO SEGÚN TC DR. DOMINGUEZ
Los argumentos se caen de maduros. Nadie puede cuestionar la necesidad de tener un mejor Estado,
y si de verdad es mejor, tampoco se puede cuestionar tener más Estado. Un mejor Estado implica
mejores sistemas administrativos, un sistema de planificación con objetivos claros, también se
requieren buenos gestores públicos y un servicio civil funcionado, con una carrera para funcionarios.
Una intervención del Estado en la economía puede, como ha sido la experiencia internacional, regular
el mercado y atacar las prácticas monopólicas. La gestión está marcando el camino, dejando de lado
los paradigmas huecos, ahora sus funcionarios tendrán que chambear, para estar a la altura del reto
planteado. Los ciudadanos serán los responsables de la evaluación.
El rol del Estado en la economía depende del enfoque que se utilice, así según el enfoque
keynesiano, el sistema capitalista es inestable por los ciclos económicos y que tiende a producir por
debajo del pleno empleo generando ineficiencias, por lo que el Estado debe intervenir mediante
políticas fiscales para lograr y mantener el pleno empleo y un crecimiento económico constante.2
Mientras que para el enfoque neoclásico, el sistema capitalista tiende a una situación de
estabilidad donde los recursos se asignan eficientemente en una situación de mercado de competencia
perfecta. Por lo que una activa intervención del Estado en la economía puede generar distorsiones en
el buen funcionamiento del mercado. En ese sentido el Estado debe tener una mínima participación
en la economía.
Sin embargo, los mercados no son de competencia perfecta, existen monopolios, hay fallas de
mercado por lo que es necesario que haya regulaciones.
2
MENDOZA, Juan “El Rol del Estado” en Revista de la Facultad de Ciencias Económicas de la UNMSM, No.
15, Lima, marzo del 2000.
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ROL ECONÓMICO SEGÚN TC DR. DOMINGUEZ
En primer lugar, habría que empezar el análisis definiendo al estado, para luego fundamentar
positivamente su origen y, finalmente, especificar sus funciones.
El Estado es “un sistema de sub-ordinación que organiza a todos los in-dividuos de un área geográfica
dada, dentro de la cual se posee un monopolio efectivo de la fuerza física”1. Dentro del área
geográfica dada existen interacciones de carácter económico y político. La interacción económica se
da, básicamente, a través del mercado, en tanto que la interacción en el plano político se da a través
del gobierno. La interacción en el mercado es generalmente voluntaria, en tanto que en lo político es
de subordinación. Entonces, en el terreno político se tiene a gobernantes y gobernados y existe un
sistema de gobierno.
4. ¿Por qué los individuos aceptan un sistema de subordinación o tipo de gobierno? ¿Cuál
es el rol del gobierno?
La presencia del gobierno implica costos y beneficios y si los individuos lo aceptan es porque el
beneficio es mayor que el costo. La interacción humana tanto en el terreno político y económico tiene
un carácter social. El ser humano por su naturaleza y el desarrollo alcanzado por nuestra sociedad es
esencialmente un ser social, es decir, está dentro de un proceso de convivencia social. Sin embargo,
como sostuvo Carlos Marx, la relación económica es el núcleo de la sociedad, el aspecto social y
político es condicionado por el mundo económico.
Detrás de la relación política y social subyace el interés económico de los individuos, es decir, el
“humus económicus” es el que orienta su accionar, su racionalidad económica está por encima de su
racionalidad política y social. Los individuos cuando interactúan con los otros - dada su racionalidad
económica - tratan de alcanzar el máximo nivel de bienestar individual, a través de mayores niveles
de bienestar económico. En la medida en que el accionar del individuo está determinado por su
objetivo económico existe la posibilidad de que el mismo entre en conflicto con los de otros
individuos; tal hecho requiere un sistema de ordenación no sólo económico sino también político,
tiene que haber necesariamente un ente (gobierno) con la suficiente autoridad para fijar las reglas
institucionales bajo las cuales deben interactuar los individuos.
Los desacuerdos y conflictos tienden a surgir no sólo en el proceso de la interacción misma, sino
también en la distribución de los recursos que genera o dispone la sociedad.
Para tratar de alcanzar el máximo nivel de bienestar social, necesariamente, se tienen que aplicar
acciones de política. Según la Teoría Económica del Bienestar, el bienestar social se logra
básicamente mediante dos objetivos de política: eficiencia y equidad distributiva. Si las acciones del
gobierno contribuyen con el logro de estos objetivos de política entonces estaría cumpliendo
óptimamente su rol en la sociedad. ¿Cuáles son las funciones del estado? ¿Cómo debe intervenir éste
en el sistema económico tal que pueda con-tribuir al logro del máximo nivel de bien-estar social?
En este tramo de análisis la res-puesta podría ser dada solamente de una manera expositiva en función
de los principales enfoques teóricos existentes y los tipos de instrumentos de política que se conocen.
Entonces, el Estado debe intervenir para corregir estas fallas o distorsiones del mercado que impiden
que la economía opere eficientemente, dentro de estas fallas de mercado tenemos:
A. EN EL AMBITO MICROECONÓMICO
a. Las externalidades: son los efectos que generan las acciones humanas sobre otros agentes
económicos. El efecto puede ser positivo o negativo, en el primer caso se dice que hay una
externalidad positiva, en tanto que en el segundo una externalidad negativa.
Un ejemplo usualmente citado para el caso de la externalidad negativa es el de las minas que
contaminan el agua, que es utilizada por los agricultores ubicados río abajo. En este caso, las
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ROL ECONÓMICO SEGÚN TC DR. DOMINGUEZ
empresas mineras que ocasionan daños o costos a los agricultores deberían de internalizar
tales costos, de modo que su nivel de producción corresponda a aquel punto en que su costo
marginal social sea igual al precio del producto, pero, si la empresa minera no asume tales
costos, entonces su nivel de producción no va corresponder a la situación socialmente óptima,
lo que aleja a la economía de la situación de eficiencia de Pareto (produce por encima de lo
socialmente óptimo). Esta falla del mercado se puede corregir de tres maneras: mediante la
aplicación de impuestos a la empresa minera, la fusión entre la empresa minera y las empresas
agrícolas y, mediante la reasignación de los derechos de propiedad.
EXP: 0048-2004-PI/TC
“…Ello exige que el Estado a través de la Administración como gestora pública- asuma el deber
que le impone la Constitución en su artículo 44°, consistente en “promover el bienestar general
que se fundamenta en la justicia y en el desarrollo integral y equilibrado de la Nación”; para la
consecución de dicho fin debe emplear todos los medios legítimos y razonables que se
encuentren a su alcance, limitando, condicionando, regulando, fiscalizando y sancionando las
actividades de los particulares hasta donde tenga competencias para ello, sea que éstas se
realicen de forma independiente o asociada.
Estos principios se concretizan en una política de Estado orientada a conseguir una mejor calidad
de vida para la población, cuyo contenido excluya criterios residuales o de conveniencia
coyuntural que sólo acarrean desarrollos legislativos inorgánicos, en consonancia con lo
establecido por el artículo 67 de la Constitución. Además exige que los poderes públicos
controlen el uso racional de los recursos naturales dentro de un desarrollo económico armónico,
como doctrinariamente se enuncia, criterio que el Tribunal Constitucional busca enfatizar en esta
sentencia…”
“.… Los demandantes han sostenido que si ese fuera el hecho, tal práctica era inconstitucional,
pues el artículo 133° de la Constitución de 1979, vigente en aquel entonces, establecía que
“Están prohibidos los monopolios, oligopolios, acaparamientos, prácticas y acuerdos respectivos
en la actividad industrial y mercantil...”, en tanto que su artículo 134° señalaba que “La prensa,
radio, televisión y demás medios de expresión y comunicación social, y en general las empresas,
los bienes y los servicios relacionados con la libertad de expresión y comunicación no pueden
ser objeto de exclusividad, monopolio o acaparamiento, directa ni indirectamente, por parte del
Estado ni de particulares…”
En su fundamento 8, establece.-
c. Los costos de transacción, por mantener o transferir los derechos de propiedad relacionados
con la existencia de información y el respeto a los contratos. A menores costos de transacción
se generará mayores niveles de intercambio de derechos y mejora la eficiencia económica.
Un sistema de información asimétrica e imperfecta eleva los costos de transacción.
Como vemos, la necesidad de aplicar políticas impositivas, de subsidios y regulaciones nos
muestra que el Estado puede intervenir activamente en la economía con el objeto de lograr
eficiencia en la asignación de recursos. Sin embargo, debemos evitar que la medicina sea peor
que la enfermedad, es decir evitar la regulación excesiva y burocrática que dificulta la
formalización, las inversiones y el desarrollo normal de las empresas.
“...Es decir que, una vez firmados los contratos, cualquier conflicto derivado de dicha relación
contractual, conforme lo señala el artículo 62° de la Constitución, únicamente podrá ser
solucionado en la vía arbitral o en la judicial. En concreto, la nulidad de los contratos debe ser
declarada en vía judicial, y no mediante de una ley o norma con rango de ley.
B. EN EL AMBITO MACROECONÓMICO
A nivel macroeconómico no se tiene una receta de lo que le corresponde hacer al estado para
contribuir al logro de la equidad y la eficiencia en la asignación de los recursos, aquí la controversia
entre los keynesianos y neoclásicos es bastante marcada; probablemente el objetivo que se persigue
sea menos controvertido que el manejo de los instrumentos económicos de que se dispone. En todo
caso, se pueden formular como objetivos básicos el logro de un proceso de crecimiento económico
con mejoras en la distribución de ingresos en el marco de una estabilidad macroeconómica. Con un
proceso de crecimiento económico y mejora en la distribución de ingresos no sólo aumentará el nivel
de ingreso de los habitantes, sino que también tenderá a aumentar el nivel de empleo y el descenso
de la pobreza. En un contexto de estabilidad macroeconómica los agentes asignarán mucho más
eficientemente sus recursos, la estabilidad en este campo significa tener una economía con bajas tasas
de inflación (al menos similares a la tasa de inflación internacional) y sector externo relativamente
equilibrado.
El crecimiento económico tiene que ver con el incremento sostenido en el nivel producción, por ende,
el estado debe coadyuvar al logro de este objetivo.
La evolución de la teoría del crecimiento tuvo un paréntesis en las décadas del setenta y ochenta.
Recién, aproximadamente en la segunda mitad del ochenta, hubo un resurgimiento bajo la
denominación de los modelos de crecimiento endógeno. A diferencia de los modelos desarrollados
hasta la década del setenta, los modelos recientes asumen que el crecimiento económico depende
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ROL ECONÓMICO SEGÚN TC DR. DOMINGUEZ
Dado que la acumulación del capital humano está sujeta a los factores de la educación y salud y como
éstos presentan economías externas positivas - al igual que la investigación - se sugiere una activa
intervención del gobierno en estas áreas. Sin embargo, ello no significa necesariamente que el estado
debe estar a cargo, directamente, de la prestación de los servicios de educación, salud e investigación,
sino que debe en-cargarse, básicamente, de su financiamiento por ejemplo mediante la política de
subsidios. En este caso, con la finalidad de acelerar la acumulación del capital humano, el rol del
gobierno consiste en promover la prestación de ser-vicios de salud, educación, investigación de
calidad con una visión estratégica de largo plazo.
En el campo fiscal, el gobierno debe tratar de mantener una política fiscal prudente, no puede
incurrir en situaciones de des manejo fiscal con grandes y persistentes situaciones de déficit. El
gobierno no puede caer en la irresponsabilidad de aplicar políticas fiscales muy expansivas. Aún
en el caso en que se aplicaran políticas fiscales discrecionales, éstas no pueden ser marcadas e
inestables, tiene que haber al menos una relativa disciplina fiscal. Este punto es relativamente
delicado en un país en desarrollo, como es el caso peruano, donde existen, por lo general, fuertes
demandas políticas y sociales para que el gobierno incremente su nivel de gasto.
En el campo monetario, en forma similar que en lo fiscal, la política tiene que ser responsable,
debe implementarse de manera tal que no tengamos altas tasas de inflación y, por ende,
inestabilidad macroeconómica como la experimentada en el pasado por medidas monetarias
caóticas y populistas. En este caso, el rol del estado consiste en proveer a la economía de la
liquidez u oferta de dinero necesaria velando por la relativa estabilidad macroeconómica, en
general, y de precios, en particular.
EXP. N. º 00022-1996-AI/TC
“….Cabe recordar, pues, que, con fecha 15 de marzo de 2001, el Tribunal Constitucional emitió por
unanimidad sentencia en el proceso 0022-1996-PI/TC. En esencia, esta sentencia estableció que
distintos artículos de la Ley N° 26597 y la Ley N° 26207, ambas de abril de 1996, eran
inconstitucionales en tanto pretendían pagar los bonos agrarios a valor nominal, más los intereses
correspondientes. Por el contrario, dicha sentencia dijo que tal deuda debía ser honrada a base del
principio valorista consagrado por los artículos 1235° y 1236° del Código Civil de 1984. En el primero
de estos artículos, el Código Civil —promulgado en medio de la espiral inflacionaria de la moneda
peruana de décadas pasadas— estableció lo siguiente:
"(...) las partes pueden acordar que el monto de una deuda contraída en moneda nacional sea
referido a índices de reajuste automático que fije el Banco Central de Reserva del Perú, a otras
monedas o a mercancías, a fin de mantener dicho monto en valor constante" (énfasis agregado)
Así, aunque el Código Civil contempla tres mecanismos alternativos de ajuste del valor de las deudas,
establece también que la finalidad de ellos es mantener este valor constante. Si alguno no cumple
con tal finalidad, no cabe utilizarlo. Pretender preservar el valor de deudas en moneda nacional
refiriéndolas a una moneda extranjera implica asumir que ésta no se devaluará frente a aquélla Sin
embargo, toda moneda puede perder valor frente a otra, al aumentar su oferta en un mercado
determinado.
En el campo de la política comercial se tiene que redefinir el rol del estado. En décadas
anteriores, los gobiernos podían aplicar políticas de subsidios a las exportaciones y aranceles a
las importaciones discrecionales y agresivas; pero ahora, en el marco de un proceso de integración
comercial internacional, se está tendiendo a reducir tales prácticas comerciales con el auspicio y
presión de la OMC. Si la tendencia se consolida en las próximas décadas, entonces la política
comercial del gobierno (rol del gobierno) debe apuntar a incrementar nuestra competitividad
internacional, de manera tal que, cuando ya no existan las posibilidades de aplicar aranceles a las
importaciones y subsidios a nuestras exportaciones, podamos competir de igual a igual con las
empresas extranjeras, tanto en el mercado nacional como internacional.
El artículo 63° de la Constitución señala que “La inversión nacional y la extranjera se sujetan a las
mismas condiciones” [...].
“…La inversión puede ser definida como aquella acción mediante la cual los agentes económicos –
personas e instituciones involucradas en el proceso económico por medio de fondos propios o
ajenos– realizan la compra de activos físicos, bonos, acciones, etc., con el propósito de obtener una
serie de beneficios futuros. Es decir, significa el ingreso de dinero, insumos, equipos, etc...”
Dicha inversión facilita la dinámica económica de un país; conlleva aportes tecnológicos, coadyuva
para fomentar una más eficiente organización empresarial y hasta traslada su know how
(conocimientos, procedimientos, métodos de elaboración, utilización de medios necesarios o
aportes de información secreta, etc.).
Pues bien, en cuanto al asunto bajo análisis, es menester puntualizar que la Ley especial lo que hace
es distinguir entre aquellas empresas postoras que son proveedoras de bienes o servicios producidos
o prestados en el territorio nacional, y aquellas otras que no producen o brindan fuera de él.
Por ende, la ley especial incorpora tanto al inversionista nacional como al extranjero dentro de las
reglas de diferenciación. A mayor abundamiento, la distinción no opera en función a la calidad de
inversionista, sino en lo que atañe a las empresas que producen y proveen servicios en el interior o
desde el exterior del país.
En el campo de la política cambiaria, el rol del gobierno no está del todo definido, más aún
cuando últimamente está en plena discusión las ventajas y desventajas de dolarizar o no nuestra
economía. En todo caso, en este campo, el gobierno debe tratar al menos de evitar un proceso de
atraso cambiario porque resta competitividad a los productos peruanos en el mercado
internacional.
“Sin embargo, decir que la reducción de aranceles es eficiente no significa que ello se deba hacer de
manera desordenada y continua. La imposición de aranceles afecta los niveles de precios de los bienes y
sus precios relativos en el curso del tiempo, a diferencia de los precios en los mercados financieros que
reaccionan instantáneamente. De ahí que, si la historia arancelaria es una en la cual los aranceles han sido
siempre modificados hacia arriba o debajo de manera continua, los productores no estarán seguros sobre
si los cambios son permanentes y entonces pueden concluir que no es conveniente realizar una inversión
o expandir el negocio porque no hay certidumbre de que la desgravación llevada a cabo no sea revertida.
Incluso si fuera la desgravación creíble, toma tiempo planear, decidir si se realiza un proyecto, obtener
información, etc. Es por ello que los efectos reales (sobre precios, producción, ingresos y empleo) no se
ven inmediatamente sino distribuidos en el tiempo.
Si esto es cierto para cualquier bien, entonces la reducción del promedio y dispersión arancelarias no
puede obtenerse de cualquier manera sino acotando ambos vía la reducción a todos los ítems arancelarios
o a conjuntos muy amplios de ellos. (…)”
C. EN EL AMBITO INSTITUCIONAL
La respuesta es muy obvia. Los derechos de propiedad tienen que estar claramente definidos y
registrados. Los derechos de propiedad tienen que ser totalmente respetados; una estructura de
derechos de propiedad muy bien definidos, adecuadamente registrados y respetados, permitirá
incrementar necesariamente la eficiencia económica.
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Sin embargo, todo ello supone un marco institucional efectivo; es decir, tiene que haber
necesariamente una estructura institucional que permita la plena vigencia de los derechos de
propiedad. ¿Quién define los derechos de propiedad? ¿Quién lo registra? ¿Quién los protege?
¿Quién sanciona a aquellos que no lo respetan? ¿Quién vela por su vigencia? ¿Quién lo aplica?
Dada la necesidad institucional implícita en todo esto, se tienen que crear instituciones encargadas
de: formular leyes y normas
Dado que las instituciones encargadas de tales funciones tienen que poseer la fuerza coercitiva y
organización necesaria, además de que los servicios aludidos son bienes públicos, entonces, tiene que
haber un sistema de gobierno que brinde directamente o esté encargado del financiamiento de tales
servicios (legislativo, ejecutivo, defensa, justicia y de registro).
Sin embargo, no es suficiente la mera existencia de tales instituciones, es decir, el rol del estado no
debe consistir en la simple prestación de los servicios públicos correspondientes, sino que éstos tienen
que ser eficientes. En otros términos, el servicio legislativo tiene que encargarse de formular las leyes
y normas adecuadas, el servicio ejecutivo debe implementarlas con eficiencia, el servicio de defensa
debe brindar la protección y seguridad necesaria, el servicio judicial tiene que ser probo o un árbitro
imparcial e incorruptible, el servicio de registro debe ser claro y transparente. Estos elementos
contribuirán a la correcta definición y asignación de los derechos de propiedad y por ende a la
eficiencia y crecimiento económico.
Bajo el enfoque institucional, la sociedad intercambia derechos de pro-piedad; pero ello está sujeto a
ciertos costos. Cuando se intercambian los derechos de propiedad se incurren en costos de transacción
positivos. En la medida en que sea menor tal costo de transacción se generarán mayores niveles de
intercambio de derechos, coadyuvando así al incremento en la eficiencia económica y por ende a una
mayor producción de derechos (bienes y servicios).
paralelamente, alguien está queriendo adquirir lo que justamente se está ofertando. Si la información
es asimétrica, el intercambio será desigual y socialmente ineficiente, porque el agente que maneja el
mayor volumen de información sacará ventaja de ello perjudicando relativamente al que posee menos
información. Sin embargo, la generación de la información necesaria y el acceso a la misma es
muchas veces muy costosa, lo que se traduce en el uso parcial (menor demanda) y baja generación
(menor oferta) de la información en el mercado. Adicionalmente, la información es relativamente un
bien no rival, por ende, un bien público. Todos estos elementos hacen que la economía no opere en
una situación de óptimo paretiano, dando pie a la presencia del estado en el mercado de la
información. Entonces, dentro del rol institucional que le compete al estado está también el de
coadyuvar a la existencia de un sistema de información perfecto, simétrico y accesible.
Dado que la transacción y posesión (uso) de los derechos de propiedad implica necesariamente un
sistema de contratos, éste tiene que ser acatado por las partes involucradas en la transacción. Si los
contratos tienden a no cumplirse, entonces, se genera desaliento en el intercambio y la producción
¿Una empresa que produce y vende automóviles se verá incentivada a incrementar su producción
cuando existe la posibilidad de que los clientes no cumplan con el pago correspondiente? ¿El
comprador potencial del automóvil hará efectiva su adquisición cuando existe una alta probabilidad
de que no pueda utilizarlo en un marco en que no se respetan los derechos de propiedad? La respuesta
es obvia. Ello requiere la existencia de un ente que tenga la autoridad y fuerza necesaria para que se
respeten los contratos y los derechos de propiedad; en otros términos, ello implica la existencia de un
estado fuerte, que brinde eficientemente los servicios de fijación de normas, justicia, seguridad y
protección
EXP. N. º 0008-2003-AI/TC
“….Es un lugar común reconocer, dentro de la teoría constitucional, que el principio de la división de
poderes (reconocido en el tercer párrafo del artículo 43° de la Constitución) no se condice más con una
tesis monovalente de las funciones correspondientes a cada uno de los poderes del Estado, según la cual,
a cada uno de ellos corresponde una función específica no susceptible de ser ejercida por los demás, bajo
cargo de quebrantar el principio de independencia y autonomía de los poderes estaduales que sirve de
garantía contra la instauración del Estado absoluto. En efecto, hoy se reconoce que esta garantía no
supone una férrea impenetrabilidad entre los poderes estatales, sino un equilibrio entre los mismos,
expresado en la mutua fiscalización y colaboración. De ahí que el ejercicio de la función legislativa (por
antonomasia, parlamentaria) por parte del ejecutivo, no sea, per se, contraria al Estado social y
democrático de derecho, siempre que sea llevada a cabo conforme con las reglas que, para dicho efecto,
contemple la propia Carta Fundamental. Así, pues, tratándose de la impugnación de normas con rango
legal expedidas por el Ejecutivo, además de la evaluación de su constitucionalidad sustancial, esto es, de
su compatibilidad con los requisitos de orden material exigidos por la Ley Fundamental, resulta de
particular relevancia la evaluación de su constitucionalidad formal; es decir, de su adecuación a los
criterios de índole procedimental establecidos en la propia Constitución.
CONCLUSIONES
1. El rol del estado está en plena discusión y desarrollo teórico, en estos momentos no se cuenta
con una teoría económica del estado acabada de modo que indique la manera en que la acción
estatal pueda contribuir a la maximización del bienestar social. Sin embargo, la teoría
económica de que se dispone otorga algunos elementos que pueden ser tomados en cuenta y,
así, formular y especificar el rol del estado con fundamento científico y no como una simple
suma incoherente de buenos de-seos normativos.
3. Aunado a ello, para tratar de alcanzar el máximo nivel de bienestar social, necesariamente,
se tienen que aplicar acciones de política y según la Teoría Económica del Bienestar, el
bienestar social se logra básicamente mediante dos objetivos de política: eficiencia y equidad
distributiva.
4. En este sentido de participación del estado o rol puede darse a un nivel macroeconómico,
microeconómico e institucional.
6. Finalmente, es importante señalar que el Estado no sólo debe intervenir en la economía para
corregir las fallas del mercado en la economía, ni sólo para crecer y distribuir, sino
principalmente, como lo señala Henry Pease, para cambiar la economía, pues “en el Perú la
opción no es crecer para distribuir, sino cambiar a fondo: comprender nuestra diversidad
geográfica y cultural, y una economía tan desarticulada con tan disímil productividad” , el
país se realiza a partir de su diversidad y vinculando la producción a la organización de las
mayorías más pobres o seguirá incomprendido, desarrollando un proceso de descomposición
social que se expresa en todas las formas de violencia que diariamente nos golpean (…) por
eso mismo, no hay propuesta económica válida que no parta de una democratización real de
las decisiones”.3
3
PEASE, Henry ““Democracia y precariedad bajo el populismo aprista”, DESCO, Lima, 1988.
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