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El cambio de actitud hacia la salud mental a principios del siglo XX

Hacia el final del siglo XIX, el manicomio u hospital mental —la mansión de la
colina— con su aspecto de fortaleza, se había convertido en un paisaje familiar en
América. Dentro de ella, los pacientes mentales vivían en condiciones
relativamente despiadadas, pese a las incursiones del movimiento de organización
moral. Sin embargo, para el público en general, los manicomios eran lugares
escalofriantes, y sus inquilinos personas extrañas y aterradoras. A su vez los
psiquiatras hacían muy poco por educar al público o por disminuir ese horror ante
la locura. Por supuesto, una razón importante para este silencio era simplemente
que estos primeros psiquiatras tenían realmente poco que decir.

poco a poco empezaron a producirse importantes avances, que promovieron la


modificación de las actitudes del público en general hacia los pacientes mentales.
En América, el trabajo pionero de Dix tuvo su continuidad en el de Clifford Beers
(1876-1943), cuyo libro Una mente que se encontró a sí misma fue publicado en
1908. Beers, describió su propio colapso mental, y contó los terribles tratamientos
que recibió en tres conocidas instituciones de la época. Explicó su recuperación en
la casa de un amable asistente. Si bien hace tiempo que se habían abandonado
las cadenas y otros mecanismos de tortura, la camisa de fuerza todavía se usaba
para «tranquilizar» a pacientes demasiado excitados. Beers experimentó en sus
propias carnes este tratamiento.

Tras su recuperación, Beers se lanzó a una campaña para que la gente


comprendiera que ese tipo de tratamientos nunca podrían remediar la
enfermedad. En seguida consiguió el interés y el apoyo de muchas personas
populares, incluido el eminente psicólogo William James y el «decano de la
psiquiatría americana», Adolf Meyer.
La asistencia en hospitales mentales durante el siglo XX

El siglo XX comenzó con un crecimiento continuo de los asilos para enfermos


mentales; sin embargo, el destino de estos pacientes a lo largo del siglo no ha sido
homogéneo ni completamente positivo.

A principios del siglo XX, bajo la influencia de algunas personas como Clifford
Beers, creció sustancialmente el número de hospitales mentales,
fundamentalmente para alojar a personas con trastornos mentales graves como la
esquizofrenia, la depresión, trastornos mentales y orgánicos como la sífilis
terciaria, y el alcoholismo agudo. En 1940 los hospitales mentales públicos
alojaban a unos 400 000 pacientes, lo que suponía el noventa por ciento de los
enfermos mentales (Grob, 1994). Durante esta época, las estancias hospitalarias
solían ser muy prolongadas.

Durante la primera mitad del siglo XX, la asistencia hospitalaria iba acompañada
de tratamientos muy poco eficaces, y a menudo despiadados, punitivos e
inhumanos.

El año 1946 señaló el inicio de un importante período de cambio. Ese año Mary
Jane Ward publicó un libro de gran influencia, El pozo de las serpientes, Este
libro llamaba la atención sobre la desesperación de los pacientes mentales y
contribuyó a destacar la preocupación de proporcionar una asistencia más
humanizada en la propia comunidad, en sustitución de los hospitales mentales
masificados.

Ese mismo año se creó el Instituto Nacional de Salud Mental para apoyar
activamente la investigación y la formación de los profesionales mediante
residencias psiquiátricas y programas de formación en psicología clínica.

Se aprobó la ley Hill-Burton, un programa que contribuía a la fundación de


hospitales de salud mental de carácter municipal. Esta legislación, junto con la Ley
de servicios de salud de 1963, contribuyó a crear programas a largo plazo
dirigidos a desarrollar clínicas psiquiátricas externas, consultas externas en
hospitales generales y programas comunitarios de consulta y rehabilitación.

Otro libro de gran influencia, Manicomios, publicado por el sociólogo Erving


Goffman (1960). Este libro exponía crudamente el tratamiento inhumano que
recibían los pacientes mentales, haciendo una descripción muy detallada del
maltrato y la negligencia de los hospitales mentales, que eran concebidos
simplemente como «almacenes de personas», y no como lugares donde aliviar o
eliminar los trastornos psicológicos.
El impulso para modificar esta situación provino de una manera determinante de
los avances científicos realizados durante la última mitad del siglo XX, sobre todo
en lo que concierne al desarrollo de medicamentos eficaces para tratar muchos
trastornos —por ejemplo, la utilización del litio para tratar los trastornos maníaco
depresivos (Cade, 1949), y la introducción de fenotiacinas para el tratamiento de la
esquizofrenia

Se hicieron importantes esfuerzos para clausurar los hospitales mentales y


reinsertar a las personas con trastornos psiquiátricos en su propia comunidad, con
el objetivo de proporcionar un tratamiento más humano e integral que el
aislamiento en hospitales psiquiátricos. Esto redujo la población hospitalizada.

La idea que ha impulsado la política de desinstitucionalización es que se considera


más humano y más eficaz tratar a los pacientes fuera de los grandes hospitales
mentales, ya que esto impide que adquieran adaptaciones negativas ante el
confinamiento en el hospital.

De esta manera, las instituciones mentales, que una vez se consideraron como la
forma más humana para tratar los problemas derivados de enfermedades
mentales graves, han pasado a ser consideradas como algo obsoleto que muchas
veces supone más un problema que una solución a los trastornos mentales. Hacia
el final del siglo XX, los hospitales mentales habían sido sustituidos prácticamente
por completo por la asistencia en la propia comunidad y en hospitales de día
(King, 1999). Sin embargo, los sentimientos de muchos profesionales se ponen de
manifiesto en este pesimista resumen de Scull (1996):

PERSPECTIVAS CONTEMPORÁNEAS DE LA CONDUCTA ANORMAL

El Establecimiento del Vínculo entre el Cerebro y el Trastorno Mental

Los avances más inmediatamente observables se produjeron en el estudio de los


factores biológicos y anatómicos que subyacen a los trastornos físicos y mentales.
Por ejemplo, uno de los más importantes puntos de inflexión proviene del
descubrimiento de los factores orgánicos que se encuentran tras la paresia
general o sífilis del cerebro. Una de las más graves enfermedades mentales de
nuestros días es la paresia general, que produce parálisis y locura, y suele
provocar la muerte en un plazo de dos a cinco años. Sin embargo, este
descubrimiento científico no se produjo de la noche a la mañana; necesitó el
esfuerzo combinado de muchos científicos durante prácticamente un siglo

Paresia General Y Sífilis. El descubrimiento de un método de curación de la


paresia general comenzó en 1825, cuando el médico francés A. L. J. Bayle
clasificó la paresia general como un tipo específico de trastorno mental. Bayle
ofreció una descripción muy completa y precisa del conjunto de síntomas de la
paresia, y argumentó convincentemente su idea de que se trata de un trastorno
específico. Muchos años después, en 1897, el psiquiatra vienés Clark Richard von
Krafft-Ebing llevó a cabo una serie de experimentos relacionados con la
inoculación de tejido de sífilis a pacientes con paresia general. Dado que ninguno
de los pacientes desarrolló los síntomas secundarios de la sífilis, llegó a la
conclusión de que ya estaban infectados previamente. Este experimento resultó
crucial para establecer la relación entre la paresia general y la sífilis. Casi una
década después, en 1906, von Wassermann desarrolló un análisis de sangre que
permitía detectar la sífilis. Esto permitió analizar la presencia de las mortales
espiroquetas en el torrente sanguíneo de una persona antes de que aparecieran
consecuencias más graves de la infección. Por último, en 1917, Julius von
Wagner-Jauregg, el jefe de la clínica psiquiátrica de la universidad de Viena,
presentó un tratamiento contra la sífilis y la paresia basada en la fiebre de la
malaria, debido a que las altas fiebres asociadas con la malaria destruían la
espiroqueta. Infectó a nueve pacientes de paresia con la sangre de un soldado
que estaba enfermo de malaria, y encontró una importante mejoría de los
síntomas de la paresia en tres de los pacientes, y una aparente recuperación en
los otros tres. En 1925 algunos hospitales norteamericanos incorporaron este
nuevo tratamiento. Uno de los primeros estudios controlados de dicho tratamiento
fue el que llevaron a cabo Bahr y Brutsch en Indiana en 1928. Encontraron que de
los cien pacientes estudiados, treinta y siete experimentaron una mejoría
importante, y veinticinco quedaron rehabilitados, de los cuales veintiuno pudieron
volver a desarrollar sus anteriores trabajos. Cuando publicaron sus resultados,
estaban a la espera de que otros doce pacientes quedaran también curados (King,
2000). Aunque ciertamente eficaz, este tratamiento fue pronto superado por la
introducción de medicinas muy eficaces. Por supuesto, en la actualidad
disponemos de la penicilina como el tratamiento más sencillo y eficaz para la
sífilis, si bien no podemos olvidar que el tratamiento mediante malaria representó
la primera conquista de la ciencia médica para acabar con un trastorno mental. El
ámbito de la psicología clínica ha recorrido mucho camino desde las creencias
supersticiosas hasta los conocimientos científicos de la influencia del daño del
cerebro en trastornos concretos. Este gran adelanto ha despertado enormes
esperanzas entre la comunidad médica en que será posible encontrar la base
orgánica de la mayoría de los trastornos mentales, y quizá incluso de todos ellos.
La Patología del Cerebro Como un Factor Causal. Con la aparición de la
moderna ciencia experimental durante la primera mitad del siglo XIX, los
conocimientos sobre anatomía, fisiología, neurología, química y medicina general,
avanzaron rápidamente. Tales avances condujeron a la progresiva identificación
de la patología biológica u orgánica que subyace a muchas dolencias físicas. Los
científicos comenzaron a buscar la causa orgánica de los trastornos físicos. El
siguiente paso lógico se basaba en la idea de que también el trastorno mental era
una enfermedad derivada de una disfunción orgánica, en este caso del cerebro.
En 1757 Albrecht von Haller (1708- 1777), en su obra Elementos de fisiología,
destacó la importancia del cerebro para el funcionamiento psicológico, y abogó por
la necesidad de realizar disecciones postmortem para estudiar el cerebro de las
personas con trastornos mentales. Sin embargo, la primera presentación
sistemática de esta perspectiva la realizó el psiquiatra alemán Wilhem Griesinger
(1817-1868). En su libro de texto Patología y terapia de los trastornos psíquicos,
publicado en 1845, este autor insistía en que todos los trastornos mentales podían
explicarse en términos de una patología cerebral. Tras el éxito para demostrar que
la paresia general estaba provocada por una patología del cerebro, fueron
apareciendo otros resultados similares. Alois Alzheimer demostró la patología del
cerebro responsable de la arterioesclerosis cerebral y de trastornos mentales
seniles. Eventualmente, durante el siglo XX, también se descubrieron las
patologías que se encontraban detrás de trastornos mentales causados por
sustancias tóxicas como el plomo, o de ciertos tipos de retraso mental. Es
importante destacar aquí que si bien el descubrimiento de la base orgánica de los
trastornos mentales explicaba el «cómo», en la mayoría de los casos no lograba
explicar el «porqué». Con frecuencia en la actualidad esto sigue siendo así. Por
ejemplo, aunque sabemos qué es lo que causa ciertos trastornos mentales
«preseniles» —una patología del cerebro— todavía no sabemos por qué algunas
personas quedan afectadas por la misma y otras no. En cualquier caso, lo que sí
podemos hacer es predecir con mucha precisión el curso de seguirán esos
trastornos. Lo cual no sólo se debe a que comprendemos mejor cuáles son los
factores orgánicos implicados, sino también en gran medida, al trabajo de un
discípulo de Griesinger, Emil Kraepelin.

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