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A veces no llevo sujetador. No me da la gana.

de Noelia Morgana

A veces no llevo sujetador. No me da la gana.


El sujetador es una prenda de mierda hecha de hierros y telas que se te clava hasta los confines de la
carne y te crea picores, heridas e incluso manchas. El sujetador es el corsé del siglo XXI. Una puta
porquería que se utiliza para subir las tetas hasta la luna y crear un par de montañas que todos
puedan admirar, que todos puedan escalar. Porque un buen escotazo es el complemento perfecto
para tener una novia adecuada o para salir una noche de tequila boom boom. Un escote que bote, sí
señor. Cosa que, a veces, utilizo por no ser capaz de romper del todo con el legado que dejaron los
cánones de belleza establecidos, de muertes por anorexia y labios de choripán por el bótox.
A veces no llevo sujetador. No me da la gana.
¿Y sabéis qué ocurre? Que me miran como si estuviera matando cachorritos de mamuts por dejar
las tetas libres de presiones, que me miran como si los pezones fueran cañones a punto de disparar
mi número de teléfono a todos los viandantes, que me gritan gilipolleces, que me despellejan a
comentarios susurrados, a pensamientos retrógrados y machistas que seguramente llenarán de
veneno el aire que respiro, y luego tendré que esforzarme el doble por hacer efecto rebote con mis
tetas, llenas de naturaleza infinita, de vida, de cabeza arriba, joder. Que me repiten una y otra vez
eso de – ¿No llevas sujetador? Pues se te nota – A lo que debería contestar: a ti también se te nota
que lo llevas y no te digo nada.
A veces no llevo sujetador. No me da la gana.
Porque así me parieron, porque así me dejo llevar por la gravedad, porque así soy fiel a mi cuerpo,
que me dice que me aprieta, que me dice que le daña, que me dice que le jode llevar esa mierda
puesta sólo para obedecer las normas de una sociedad que no está acostumbrada a dejar salvaje lo
que sirve de alimento al hombre, fuentes de inagotable misterio, esculturas del milagro.
A veces no llevo sujetador. No me da la gana.
Y si me hago viejita y me reúno con cien viejitas y dejamos nuestras tetas al aire, todas,
absolutamente todas, van a caer hacia abajo, van a derretirse con el tiempo, van a contar la historia
de su vida con estrías y arrugas. Hayan llevado sujetador o no. Así que, digo yo que será mejor que
empecemos a querernos, a dejarnos en paz, a mandar al carajo a todos, a venerar de verdad lo que
significa tener un cuerpo que late y quiere seguir latiendo.
Porque… llevemos sujetador o no, el mundo no va a estar a nuestro favor, vamos a seguir sufriendo
acosos y salpicones de babas, la moda, la estética y el poder, van a seguir mostrándonos como
reflejos a unas mujeres lisas y apretadas, con los culos en la nuca y las tetas en la boca. Todos,
absolutamente todos, vamos a seguir alabando la palabra perfección de la misma manera porque
somos necios, monigotes, alienados de éste mundo contemporáneo. Lo de siempre.
Por eso… ¡No te pongas sujetador si no quieres, mujer inteligente! ¡Y pregúntate por qué te lo
pones cuando te lo pongas! ¡Sé consciente y actúa en consecuencia! ¡Libres domingos y domingas!
¡Tetas cómodas, con o sin leche, y al poder!
A veces no llevo sujetador. No me da la gana.
Y aunque sepa que sola no voy a conseguir cambiar nada, lo escribo. Por si resisten eternas las
palabras. Por si mi hija o las suyas, algún día quieren saber todo lo que realmente hay dentro de la
cabeza de una mujer. Y eso, como podéis comprobar, sí que me da la gana.

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