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Focault. El Suplicio
Focault. El Suplicio
– Asimismo, se espera que tras el suplicio los seres queridos de las víctimas y
la sociedad queden satisfechos y la justicia dañada sea restaurada.
– Finalmente, se establece públicamente una relación entre el crimen y el
castigo. Ante el crimen, se buscaba poner un ejemplo, producir “un efecto de
terror” en el pueblo. Que todo el pueblo sepa que cualquiera, a la menor
infracción, corre el peligro de ser castigado por todo el peso brutal de la ley.
Oficialmente, según el Código Penal francés, las sentencias de los jueces, las
declaraciones de juristas y diputados, tal era el funcionamiento del suplicio y los
efectos pretendidos por él. Sin embargo, por debajo de la justificación jurídica y
el discurso oficial de las autoridades, Foucault nos advierte que también hay que
comprender el suplicio “como un ritual político”, con un “funcionamiento
político”, en el marco de una economía política de los cuerpos basada en el
terror. El suplicio “forma parte, así sea en un modo menor, de las ceremonias
por las cuales se manifiesta el poder”.
Quizá recién ahora empiece lo más interesante, en todo caso, lo no-dicho, lo
extra-oficial. Analizando los métodos punitivos “no como simples consecuencias
de reglas del derecho o como indicadores de estructuras sociales, sino como
técnicas específicas del campo más general de los demás procedimientos de
poder”, es decir, desde la perspectiva “de la táctica política”, se revela lo
siguiente.
“La infracción, en el Derecho de la edad clásica, por encima del perjuicio que
puede producir eventualmente, por encima incluso de la regla que infringe,
lesiona el derecho de aquel que invoca la ley”. Dicho en otras palabras, de
manera más clara: “El delito, además de su víctima inmediata, ataca al
soberano; lo ataca personalmente ya que la ley vale por la voluntad del
soberano”. Hasta la época clásica, en la ley escrita de un país se hace manifiesta
la voluntad de su rey (actualmente, en un país democrático diríamos más bien
que se plasma la voluntad de la nación o del pueblo, por medio de la acción de
sus gobernantes en el Congreso y en el Estado –al menos, desde un punto de
vista normativo). Por ende, al cometerse un crimen, en el castigo que se impone
siempre hay en juego una parte que es la del príncipe. Un crimen es un desacato
a su autoridad, un acto de rebeldía, una sublevación en contra de su poder. El
príncipe se ve vulnerado en su dignidad de tal y contra ello tiene que reaccionar.