Está en la página 1de 8

EL SEXTO

El Sexto es la cuarta novela del escritor peruano José María Arguedas publicada en 1961 y que
mereció el Premio Nacional de Fomento a la Cultura Ricardo Palma en 1962. Es una breve
novela basada en la experiencia carcelaria del autor en la prisión limeña del mismo nombre,
entre los años de 1937 y 1938, bajo la dictadura de Oscar R. Benavides. Aunque ambientada en
un contexto urbano y con personajes mayoritariamente costeños y criollos, no deja de tener
elementos en común con sus anteriores novelas neoindigenistas, en especial con Los ríos
profundos, pues su protagonista-narrador (que usa el sobrenombre de Gabriel) es también un
ser marginal, sensible e idealista, escindido entre dos mundos (el serrano-andino y el costeño-
criollo) y entre dos culturas (la quechua y la castellana). Asimismo la novela es un cuadro
descarnado de la vida carcelaria, que se desarrolla en un edificio lóbrego donde conviven
presos comunes con presos políticos. El dolor, la angustia, el sufrimiento y la muerte, son los
elementos vitales que giran alrededor de la obra.

TEMA CENTRAL

La denuncia del horror carcelario, las experiencias del estudiante universitario Gabriel. En este
lugar será testigo de las injusticias y demás aberraciones que se cometen dentro de una
prisión, como el dolor, la angustia, el sufrimiento y la muerte.

CONTEXTO POLÍTICO

En el epígrafe de la primera edición de la novela, Arguedas afirma que decidió escribirla en


1939, no bien salió de la cárcel, pero que solo empezó a poner en práctica esta idea recién a
partir de 1957.

El escritor tenía 26 años cuando vivió dicha experiencia carcelaria. Ocurrió durante la dictadura
del general Oscar R. Benavides (aludido en la novela como El General), bajo la cual se hallaban
fuera de la ley los partidos aprista y comunista. En realidad, Arguedas nunca fue un activo
militante partidario, pero sus simpatías estaban del lado del comunismo y en contra del
fascismo, pues se había formado intelectualmente con las lecturas del amauta José Carlos
Mariátegui. Fue por eso que cuando en 1937 se anunció la visita del general italiano Camarotta
(representante del dictador Benito Mussolini) a la sede de la Universidad de San Marcos, un
grupo de estudiantes sanmarquinos se puso de acuerdo para organizar una protesta; entre
ellos se encontraba Arguedas. Todos ellos eran partidarios acérrimos de la Segunda República
Española y como tales, opositores declarados de la dictadura italiana, que por entonces
apoyaba al bloque fascista en plena guerra civil española. En el fragor del acto, los estudiantes
rodearon al general Camarotta e intentaron arrojarlo a la pila del patio de Derecho, hecho que
fue impedido por un grupo de profesores. La embajada italiana protestó enérgicamente ante
el gobierno peruano, y el general Benavides, a fin de dar un escarmiento ejemplar, ordenó la
prisión de todos los estudiantes involucrados. Fue así como Arguedas fue a dar en El Sexto
(prisión llamada así por estar en la sexta zona policial de Lima), donde pasó once meses, de
noviembre de 1937 a octubre de 1938.
CONTEXTO IDEOLÓGICO

El mundo de los presos políticos en el Sexto refleja la realidad peruana de la década de 1930:
comparativamente, los apristas son mayoría y los comunistas solo una minoría. Estos partidos,
de carácter revolucionario, habían surgido en los años 1920 con la pretensión de transformar
radicalmente al país; pero fue el APRA, fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre, que al
comenzar la década de 1930 irrumpió como un partido de masas, apoyado por obreros,
campesinos, estudiantes y la clase media. Participaron en las elecciones generales de 1931,
que perdieron frente al teniente coronel Luis Sánchez Cerro; no reconocieron el resultado y
pasaron a la más desaforada oposición, cuya cima alcanzó con la llamada revolución de Trujillo
de 1932, ferozmente reprimida por el gobierno. Apristas y comunistas fueron perseguidos y
puestos fuera de la ley bajo una norma de la Constitución de 1933 que proscribía a los partidos
de carácter internacional; de esa época data la acuñación del término apro-comunismo. Las
cárceles se llenaron de presos políticos, situación que no varió tras el ascenso al poder de
Óscar R. Benavides luego del asesinato de Sánchez Cerro en 1933 a manos de un militante
aprista. La novela es un eco de la lucha de los apristas y comunistas contra el régimen
dictatorial de Benavides, pero a la vez refleja el enfrentamiento de ambos grupos en el plano
doctrinario. Los apristas acusan a los comunistas de estar al servicio de la Unión Soviética y de
ser antipatriotas; a la vez los comunistas consideran a los apristas como intrigantes al servicio
de los intereses de los explotadores para frenar así la auténtica revolución. Frente a esta
disputa, el joven Gabriel se muestra como un individualista acérrimo: no comparte ninguno de
esos fanatismos extremos, aunque se siente más cercano a los comunistas. Se podría definirlo
como un independiente.

ESCENARIO

Los hechos narrados transcurren en el interior de El Sexto, una prisión situada en el centro de
Lima, en la Av. Bolivia con Alfonso Ugarte. Al inicio del relato, el joven Gabriel cuenta su
llegada luego de abandonar la Intendencia; tras cruzar un patio inmenso fue conducido hacia
el tercer piso o pabellón de los presos políticos. En el primer piso se hallan los presos comunes
más peligrosos (asesinos, ladrones prontuariados) y en el segundo los no avezados (violadores,
estafadores, ladrones primerizos).

El nombre de la prisión se debía a que el edificio servía también de cuartel a la sexta zona
policial de la República.

PERSONAJES

PRINCIPALES

Gabriel, el narrador-protagonista, es un joven estudiante, serrano, artista, idealista, apolítico.


Es natural del pueblo de Larcay, cerca de Chalhuanca. No se alínea ni con los apristas ni con los
comunistas, pues siente aversión por las doctrinas y disciplinas políticas que, según él, limitan
su libertad. Prefiere juzgar a los individuos no por sus diferencias políticas, sino por su
personalidad, y es así como se hace amigo por igual del comunista Cámac y el aprista
«Mok’ontullo». Es muy sensible y le atormentan las terribles escenas que ve en la cárcel. En los
momentos de mayor angustia recuerda las bellas y apacibles imágenes de su tierra natal, a
manera de paliativo.

Alejandro Cámac, hombre maduro, alto, flaco, serrano, campesino de origen, carpintero de
minas, sindicalista y comunista. En Morococha (región minera en la sierra central del Perú)
había sufrido encierro y torturas, antes de ser trasladado a Lima. Compañero de celda de
Gabriel, quien llega a admirarle por su sentido de justicia, que estaba por encima de su
militancia partidaria. Muere en prisión y sus camaradas lo homenajean, sumándose incluso los
apristas al acto, pues todos le reconocen como un gran luchador social. Pedro, el líder de los
comunistas, pronuncia un discurso en su honor.

Juan, apodado «Mok’ontullo», joven, alto, blanco, arequipeño y aprista. Es la esperanza de su


partido, aunque él se define solo como el músculo del mismo, siendo otros los cerebros.
Empero, no es fanático y hace amistad con Gabriel.

Francisco Estremadoyro, apodado «Pacasmayo», por ser natural del puerto de ese nombre,
situado en el departamento de La Libertad, donde tenía un negocio de lanchas. Estaba como
acusado de aprista, pero en realidad era apolítico y según su versión su encierro era obra de
un diputado liberteño a raíz de una disputa por el amor de una mujer. Es muy jovial,
conversador y lleno de energía, pero de pronto es aquejado de una extraña enfermedad que le
hace enrojecer el rostro. Ello, sumado al deprimente espectáculo de la prostitución de un
muchacho apodado Clavel en plena cárcel, hace que enloquezca y se suicide arrojándose
contra los barrotes de la celda del muchacho.

El piurano Policarpo Herrera, natural de Chulucanas. Es un hombre alto y fornido, pequeño


propietario, agricultor cañavelero, que según su versión estaba en prisión por su enemistad
personal con el subprefecto de su provincia. Como todo hombre andino siente aversión hacia
la homosexualidad; detesta por eso al Rosita y a los violadores como el Puñalada y su banda de
negros.

Maraví, delincuente de alta peligrosidad, gordo, bajo y achinado. Es uno de los jefes de El
Sexto, rivalizando con Rosita y Puñalada por el control de los negocios en el interior del penal.

Puñalada, es un negro ladrón y asesino. Es alto, corpulento y con mirada de caballo. Es jefe de
una de las bandas que existen dentro de la prisión. Es también el encargado de llamar a los
presos desde la puerta del penal. Controla el negocio de prostituir a un joven llamado Clavel,
así como el tráfico de alcohol, hojas de coca y droga dentro de la prisión. Se enamora del
Rosita pero éste lo rechaza.

Rosita, homosexual y travestido, quien purga prisión por ladrón y asesino. Es otro de los
líderes del Sexto, en rivalidad con Maraví y Puñalada. Es hábil con la navaja y muy respetado
por todos. Su pasatiempo favorito es el canto que entona con delicada voz. Convive en su
celda con «el Sargento», un preso común condenado por estupro.

SECUNDARIOS

Luis preso político, natural de Cutervo en el departamento de Cajamarca. Es el líder de los


apristas. Estos, que entre sí se tratan de «compañeros», son los más numerosos (más de 200).
Pedro, preso político, viejo, limeño. Es el líder de los comunistas, que conforman una minoría
entre los presos políticos (unos 30 «camaradas»).

Torralba, preso político, obrero fornido, serrano y comunista.

«El Clavel», un muchacho homosexual, de tez clara, que es traído de la calle y encerrado en
una celda donde el Puñalada y su gente lo prostituyen, cobrando a cada usuario diez soles.
Enloquece y los guardias lo sacan de la prisión, desconociéndose su final. Se decía que era hijo
de unos inmigrantes serranos instalados en Cantagallo, quienes lo abandonaron aun niño.

«El Pianista» o «el Músico», es un preso vago, quien sufre de maltratos, humillaciones y
violaciones de parte de Puñalada y otros presos avezados, y termina por enloquecer. Se le ve
en los pasillos simulando tocar el piano en el suelo y en los barrotes. Termina por enfermar
gravemente y Gabriel trata de paliar su sufrimiento regalándole ropa y dándole comida, pero
después aparece muerto en su celda. Se contaba que antes de recalar en la prisión había sido,
en efecto, un estudiante de piano, que de día trabajaba de dependiente en una tienda.

«El Japonés», es un preso vago, de ascendencia oriental, quien es objeto de la burla y el


maltrato de parte del Puñalada y otros presos. Una de las torturas a la que le sometía el
Puñalada consistía en impedirle que defecara tranquilamente, haciendo que se revolcara en su
suciedad.

Un negro idiota y exhibicionista, que enseña su enorme miembro viril a cambio de unos
centavos. Él es quien, al final de la novela, mata al Puñalada cortándole en el cuello.

Libio Tasaico, un muchacho de 14 años, serrano y sirviente, quien llega al Sexto acusado por su
patrona de robar un anillo costoso. Llevado a una celda, es abusado sexualmente por Puñalada
y otros negros. Rechaza el dinero que Puñalada le quiere dar. Se hace amigo de Gabriel, de
quien era paisano. Al día siguiente sale en libertad pues su patrona avisa que ya encontró su
anillo.

«El Pato», inspector de la policía y soplón (informante o delator al servicio del gobierno),
odiado por los presos políticos, que es muerto de una cuchillada por el Piurano, al final de la
novela.

«Pate’Cabra», otro de los líderes del primer piso de El Sexto, aunque no tiene protagonismo
en el relato.

Los vagos, son presos comunes encerrados por vagancia y por andar indocumentados; algunos
se ponen al servicio de los delincuentes más avezados, como mandaderos o guardaespaldas.

Los paqueteros, vagos al servicio de Puñalada, Maraví y el Rosita.

El Comisario de la prisión, que es un mayor de la policía, algo loco y abusivo.

El Cabo, el Sargento, el Teniente y los guardias de la prisión.


RESUMEN

La novela empieza con el ingreso del joven Gabriel a la prisión de El Sexto, en pleno centro de
Lima, donde oye los cánticos de los presos políticos: los apristas cantan a todo pulmón «La
marsellesa aprista» y los comunistas el himno de «La Internacional». Gabriel es un estudiante
universitario involucrado en una protesta contra la dictadura que rige al país y por ello es
conducido al pabellón destinado a los presos políticos, situado en el tercer piso del penal. Es
introducido en una celda, que compartirá en adelante con Alejandro Cámac Jiménez, un
sindicalista minero de la sierra central, preso por comunista.

Cámac se convierte para Gabriel en el guía y consejero en ese submundo donde se encuentra
«lo peor y lo mejor del Perú». La cárcel está dividida en tres niveles: en el primer piso se
encuentran los delincuentes más peligrosos y prontuariados; en el segundo están los
delincuentes no avezados (violadores, ladrones primerizos, estafadores, etc.) y en el tercero se
encuentran, como ya queda dicho, los presos políticos. Gabriel va conociendo uno por uno a
los presidiarios. Pedro es el líder de los comunistas y Luis el de los apristas; estos últimos son
los más numerosos (más de 200, frente a 30 comunistas). Destacan también el aprista Juan o
«Mok’ontullo» y el comunista Torralba. Otros «políticos» como el «Pacasmayo» y el piurano
Policarpo Herrera se consideran apolíticos y aducen estar en prisión por venganzas personales.
De entre los delincuentes del piso inferior Gabriel conoce a los que son los amos del Sexto:
Maraví, el negro Puñalada y el Rosita, este último un travestido. Otro grupo lo conforman los
vagos, algunos de los cuales son pintorescos, como el negro que enseña su pene, «inmenso
como el de una bestia de carga», a cambio de diez centavos; pero otros son verdaderos
espantajos humanos, víctimas de la burla y el sadismo de los más avezados, como el Pianista,
el Japonés y el Clavel.

Lo ocurrido en torno a Clavel ejemplifica en su máxima expresión el horror carcelario. Clavel es


un muchacho homosexual quien luego de ser violado por los presos, es encerrado por
Puñalada en una celda obligándolo a prostituirse, todo ello con la complicidad de los guardias y
las autoridades penitenciarias. Clavel termina por enloquecer.

Otra escena nos permite conocer el alma bondadosa de Gabriel. Cuando el Pianista agoniza en
el pasillo víctima de los maltratos sufridos, Gabriel, con ayuda de «Mok’ontullo», lo recoge, lo
regresa a su celda y lo abriga con su ropa. Inesperadamente se acerca el Rosita ofreciendo
ayuda y protección al Pianista. Pero éste aparece muerto al día siguiente y algunos presos
acusan a Gabriel de ser responsable de su muerte, presumiendo que las ropas que le regaló
habían atraído la codicia de los vagos quienes en el forcejeo para quitárselas lo habrían
ahorcado. Esto provoca una disputa entre apristas y comunistas; los primeros acusan a los
segundos de provocar el incidente, para enredar a «Mok’ontullo» con Rosita, y así ensuciar la
trayectoria de quien era considerado como la esperanza del partido, por su juventud y
entusiasmo. Este incidente provoca una serie de discusiones entre los militantes de cada
partido. Los apristas se consideran los verdaderos representantes del pueblo peruano y acusan
a los comunistas de estar al servicio de Moscú; por su parte, los comunistas acusan a los
apristas de ser intrigantes y actuar solo como instrumentos de la clase oligárquica para frenar
la revolución auténtica. Ante tal discusión, Gabriel no tiene reparos en decir abiertamente que
no comulga con ideologías y disciplinas politizadas que, según él, limitan la libertad natural del
ser humano. Los demás comunistas le responden que es un idealista y soñador, y que le
faltaba compenetrarse más con la doctrina del partido.

Mientras tanto, el Clavel continua siendo prostituido en su celda, lo que conmueve y repugna a
los presos políticos. El más afectado es «Pacasmayo», quien para colmo es presa de una
extraña enfermedad que le hace enrojecer el rostro, ante la indiferencia del médico de la
prisión, quien se limita a decirle que solo es un mal pasajero. El piurano también demuestra
abiertamente su aversión hacia todos los actos homosexuales y de violencia sexual que se
practican en la cárcel. Los líderes de los presos políticos se ponen de acuerdo y solicitan una
entrevista con el Comisario del penal; asimismo le envían un petitorio donde exigen que se
ponga fin al tráfico sexual y se trasladen a otra prisión al Puñalada, Maraví y Rosita. Firman la
solicitud Pedro, Luis y Gabriel (este último en nombre de los universitarios e independientes).
El Comisario llama a todos ellos a su despacho; luego de leer el petitorio, lo rechaza iracundo,
aduciendo que la cárcel era precisamente para eso, para que los presos se jodieran entre ellos,
y que debían estar más bien agradecidos los políticos de que no fueran encerrados en el
primer piso, lo cual sería, según él, el verdadero castigo, por traidores a la patria. Luis y Gabriel
no se contienen y responden digna y airadamente; ante lo cual el Comisario llama a los
guardias y ordena que los golpeen y los devuelvan a sus celdas.

Poco después fallece Alejandro Cámac en brazos de Gabriel. En los últimos días su salud se
había quebrantado y perdido la visión de un ojo. Todos los políticos, apristas y comunitas
rinden homenaje a quien consideran un gran luchador social. Pedro da un vibrante discurso. El
cadáver es sacado y los presos lo despiden cantando a toda voz sus himnos respectivos. El
teniente es enviado a acallar a los presos, pero no logra su cometido. La muerte de Cámac
coincide con la del Japonés, víctima del hambre y los golpes; ambos cuerpos son sacados del
penal en el mismo camión.

Otro suceso que conmueve a Gabriel es el ocurrido en torno a Libio Tasaico, un muchacho
serrano y sirviente, de 14 años, quien llega a la cárcel acusado por su patrona de robarle una
joya costosa. Esa misma noche Puñalada y otros negros violan al muchacho, quien amanece
llorando desconsoladamente. Gabriel trata de calmarlo; lo lleva a su celda y le cuenta sobre la
vida de su pueblo situado también en las serranías, donde los hombres son valientes y no
lloran a pesar de latiguearse en las festividades patronales. Libio siente entonces alivio al
encontrar a una persona que le habla con el idioma del corazón. Poco después la patrona del
muchacho avisa que ya encontró la joya perdida y pide que le entreguen a Libio, pero éste no
quiere regresar donde ella. Gabriel le convence entonces para que se vaya de la prisión y lo
despide afectuosamente, dándole la dirección de un amigo donde lo alojarían y darían trabajo.

Este último incidente convence a Gabriel que el negro Puñalada debía morir y pide al Piurano
que lo asesine. El piurano promete hacerlo y se consigue un enorme cuchillo. Una noche,
Gabriel escucha los gritos de Pacasmayo; al asomarse por la baranda, lo ve arrojarse desde lo
alto contra las rejas de la celda del Clavel, rompiéndose el cuello. No repuesto de la impresión,
al poco rato Gabriel escucha al Puñalada gritando de dolor y lo ve desplomarse sangrando, con
un enorme corte en el cuello. Gabriel cree al principio que es obra del piurano pero éste se
acerca y le asegura que otro se le había adelantado. El teniente, el cabo y los guardias
irrumpen y encuentran al negro exhibicionista con un cuchillo en la mano; asumen que es el
asesino del Puñalada y lo arrestan. También llevan como testigos a Gabriel y al piurano;
Gabriel cuenta a los policías que Pacasmayo se quitó la vida al no poder soportar el
abominable espectáculo del muchacho prostituido, pero el cabo supone que el motivo más
probable sería un sentimiento de celos por el maricón, lo cual indigna a Gabriel y al piurano.
Ambos son devueltos a la cárcel, pero cuando atraviesan el patio se les acerca «el Pato», un
inspector, quien pistola en mano amenaza al piurano y lo insulta, llamándolo cholo asqueroso.
«El Pato» era un soplón o delator al servicio del gobierno y como tal odiado por los presos
políticos; el piurano no soporta la ofensa y con un movimiento veloz saca su cuchillo y le da un
tajo en el cuello. «El Pato» se desploma muerto ante la estupefacción de todos. Gabriel sube al
tercer piso y anuncia a toda voz el suceso; todos celebran y dan vivas al piurano. El relato
termina cuando, al amanecer siguiente, Gabriel despierta al escuchar una voz que llamaba a
los presos desde la puerta de la prisión, imitando al Puñalada. Era un negro joven, que
relevaba así al amo fallecido.

CRÍTICA

Según el análisis de Mario Vargas Llosa, desde un punto de vista formal esta novela es la más
imperfecta de las que escribió Arguedas. Hace notar que en lo que respecta a la anécdota, hay
demasiados cabos sueltos, episodios como la disputa entre los apristas y comunistas por el
incidente del Pianista, que carecen de poder de persuasión, o que no armonizan con el
contexto como el discurso a la muerte de Cámac, o momentos que debieron ser de gran
dramatismo pero que no lo son por estar mal resueltos, como la muerte de Puñalada a manos
del negro que exhibe su miembro viril. Agrega también que muchos de los personajes son
borrosos y que la historia transcurre sin soltura, pues el tiempo narrativo no está bien
estructurado.

Empero, Vargas Llosa señala también sus aciertos. Según su criterio, lo mejor sería «la parte
estática del libro, el ambiente de rutina embrutecedora, envilecimiento y podredumbre que
sirve de marco a la acción.» Otro de los aciertos serían los «personajes colectivos», «entidades
gregarias en las que el individuo es absorbido y borrado por el conjunto, que funciona como el
sincronismo de un ballet.» Entre esas tropas humanas la más vívidamente representada sería
la de los vagos, en quienes, pese a su repulsión, Arguedas consigue preservar un relente de
humanidad, y sus apariciones provocan, además de disgusto y pavor, compasión y hasta
ternura.

El libro ha sido construido a base de diálogos; la parte descriptiva es menos importante que la
oral. Esto significó un cambio en la narrativa de Arguedas. En Yawar Fiesta había ensayado con
acierto una reelaboración castellana del quechua para hacer hablar a sus personajes indios, y
ese estilo mestizo alcanzaba un alto nivel artístico en Los ríos profundos. En El Sexto, con una
sola excepción, quienes hablan no son indios sino limeños, serranos que se expresan
ordinariamente en español y gentes de otras provincias de la costa. Arguedas trató de
reproducir las variedades regionales y sociales —el castellano de los piuranos, de los serranos,
de los zambos, de los criollos más o menos educados— mediante la escritura fonética, a la
manera de la literatura costumbrista, y aunque en algunos momentos acertó (por ejemplo, en
el caso de Cámac), en otros fracasó y cayó en el manierismo y la parodia. Esto es evidente
cuando hablan los zambos o don Policarpo; esas expresiones argóticas, deformaciones de
palabras trasladadas en bruto, sin recreación artística, consiguen un efecto contrario al que
buscan (fue el vicio capital del costumbrismo): parecen artificios, voces gangosas o en falsete.

De todos modos, aun con estas limitaciones, por su rica emotividad, sus hábiles contrastes y
sus relámpagos de poesía, el libro deja al final de la lectura, como todo lo que Arguedas
escribió, una impresión de belleza y de vida.

MENSAJE

Arguedas define a "El Sexto" como una escuela del vicio, pero a la vez como una escuela de
generosidad. Y es que en ese lugar el escritor encontró lo peor que la sociedad ha parido pero
a la vez la esperanza de quienes luchaban por cambiarla, sufriendo no solo la privación de la
libertad sino torturas y sufrimientos. Al margen de las menudas disputas doctrinarias que se
dan entre los presos políticos, existe ideales comunes que en determinados momentos
hermana a todos ellos: la lucha contra una dictadura totalitaria y el deseo por implantar en el
país la justicia social.

También podría gustarte