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La ruralidad urbanizada.

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COLECCIÓN
LA PLURALIDAD CULTURAL EN MÉXICO

Núm. 32

Coordinador
José del Val

CUADERNOS DE LA CÁTEDRA INTERINSTITUCIONAL ARTURO WARMAN

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO


EL COLEGIO DE MÉXICO, A.C.
INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA
CENTRO DE INVESTIGACIONES Y ESTUDIOS SUPERIORES EN ANTROPOLOGÍA SOCIAL
UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA
COLEGIO DE ETNÓLOGOS Y ANTROPÓLOGOS SOCIALES, A.C.

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La ruralidad urbanizada en el centro de México
Reflexiones sobre la reconfiguración local
del espacio rural en un contexto neoliberal

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LA RURALIDAD
EN EL CENTRO

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URBANIZADA
DE MÉXICO Reflexiones sobre la reconfiguración local
del espacio rural en un contexto Neoliberal

Gabriela Torres-Mazuera

Universidad Nacional Autónoma de México


México 2012

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T67
Torres-Mazuera, Gabriela.
La ruralidad urbanizada en el centro de México: reflexiones sobre la reconfiguración local
del espacio rural en un contexto neoliberal /Gabriela Torres-Mazuera. – México :
unam, 2012.
262 p. – (Colección La Pluralidad Cultural en México / coordinador José del Val ; 32)

ISBN 978-970-32-1679-6 (obra completa)


ISBN

1.Valle de México – Condiciones rurales. 2. Desarrollo rural – Valle de México.


3. Neoliberalismo. I. t. II. Ser

Primera edición: 27 de septiembre de 2012


D.R. © 2012 U niversidad N acional A utónoma de M éxico
Ciudad Universitaria, Delegación Coyoacán, 04510, México, D. F.
programa universitario méxico nación multicultural
dirección general de publicaciones y fomento editorial

Prohibida la reproducción parcial o total por cualquier medio,


sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

ISBN: 978-970-32-1679-6 (obra completa)


ISBN: 5147-6 (tomo 32)

Impreso y hecho en México

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A Christian, Cosimo y Amaranta,
quienes han dado sentido cotidiano
a todo este quehacer.

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Prefacio

El presente texto surge del trabajo de investigación que inicié en el


2002, cuando me integré a un equipo formado por economistas y soció-
logos de El Colegio de México que tenía por objetivo explorar las con-
secuencias de la apertura comercial sobre el cultivo de maíz en una
región subsidiada.1 Por aquel entonces, yo terminaba la maestría en
antropología social y mi formación en esta disciplina resultaba útil al
proyecto en la medida en que se requería la perspectiva etnográfica para
describir en detalle los cambios promovidos por la liberalización de la
agricultura sobre los modos de vida de los habitantes rurales.2 El trabajo
consistía en entrevistar a los productores de Portesgil,3 ejido mazahua

1
El equipo de investigación estuvo coordinado por Kirsten Appendini y Gustavo Verduzco. En él partici-
paron Adriana Larralde, Christian Muñoz, Valdemar Díaz, Lorena Cortés y Daniela Andrade.
2
Al escribir este prefacio me surge la duda sobre el uso pronominal que utilizaré. Como sabemos es una
convención académica hablar en primera persona del plural a fin de generar una impresión de objetividad
y de trabajo colectivo. Sin embargo el “yo” es útil y se distingue del “nosotros” cuando hablamos de expe-
riencias más personales, subjetivas e íntimas. A lo largo del texto utilizaré el “nosotros” cuando me refiera
al trabajo y a las percepciones en equipo, así como a las ideas y conceptos compartidos o retomados de otros
autores que han escrito del tema, y recurriré al “yo” para narrar mi experiencia de trabajo de campo y mis
propuestas concretas para conceptualizar los fenómenos descritos.
3
El nombre oficial del ejido de Portesgil es Cuadrilla Primera. En el ayuntamiento de San Felipe del Pro-
greso, el núcleo de población asociado a este ejido se denomina oficialmente Emilio Portes Gil; sin embargo,

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de San Felipe del Progreso localizado en el Estado de México, acerca de


las transformaciones en la producción agrícola.4 Eran dos las razones
por las cuales este ejido había sido elegido. La primera es que Portesgil
había sido estudiado 15 años atrás por la investigadora que coordinaba
el proyecto; la segunda y relacionada a la primera era que San Felipe del
Progreso había recibido cuantiosos apoyos para la producción de maíz
en la década de 1970, siendo un buen ejemplo para analizar las conse-
cuencias del retiro de subsidios y créditos hacia la actividad agrícola.
Durante las primeras estancias de campo, el panorama que presen-
taba Portesgil hacía difícil concentrarse exclusivamente en la producción
agrícola. Parecía evidente que en la época actual el campo había dejado
de ser una opción viable para ejidatarios y campesinos del ejido. El
tema de mi tesis doctoral se iba definiendo: la nueva ruralidad. Esta
realidad que parece novedosa y que de acuerdo a los especialistas co-
mienza a delinearse desde los años 1960, ha cobrado relevancia en las
ciencias sociales probablemente por la radicalización de algunos de sus
rasgos: el abandono casi absoluto de la agricultura como actividad eco-
nómica de los habitantes rurales quienes se insertan en otras activi­
dades como el comercio y los servicios, fuera y dentro, de comunidades
y municipios rurales y urbanos. Asociado a esto, el crecimiento acelerado
de muchos pueblos les ha dado un aspecto ajeno a lo que comúnmente
se concibe como bucólico y campesino.
El enfoque de nuestras entrevistas presuponía que esta decadencia o
abandono de la actividad agrícola representaba un cambio causado por
las políticas neoliberales. Sin embargo, las historias de vida que fui
reconstruyendo con los productores entrevistados hacían evidente que

los habitantes lo llaman coloquialmente “Portesgil”. En la presente investigación recupero este nombre
para referirme al ejido y núcleo de población.
4
San Felipe del Progreso (sfp) se encuentra al noroeste del Estado de México y limita con el estado de
Michoacán y seis municipios del Estado de México (El Oro, Jocotitlán, Villa de Allende, Villa Victoria, Al-
moloya de Juárez e Ixtlahuaca). En él reside el mayor porcentaje de población mazahua a nivel nacional
(28.2%), siendo parte de los 11 municipios que conforman la región mazahua.

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ya desde tiempo atrás, incluso en la “época de oro” de las políticas pro-


teccionistas al campo, las ganancias obtenidas con el cultivo de maíz
no cubrían los principales gastos de los hogares rurales en el centro de
México. Este descubrimiento fue el inicio de una nueva problemática
de investigación que giraba en tono al siguiente cuestionamiento: si
Portesgil fue un ejido modelo desde el punto de vista de los numerosos
proyectos de desarrollo rural dirigidos a la producción de maíz híbri-
do, la cría de puercos y la producción lechera que llegaron entre 1970
y 1980, ¿por qué la mayor parte de sus habitantes no lograron conver-
tirse en campesinos de tiempo completo, menos aún en prósperos agri-
cultores? Esta pregunta que se convirtió en el telón de fondo de mis
reflexiones se nutrió con el diálogo que iba entablando con algu­nos de
los habitantes de Portesgil quienes insistían en conversar en torno a lo
que identifiqué como tres temáticas relevantes desde el punto de vista
local: 1) la lucha entre diferentes grupos políticos al interior y exterior
del ejido por el acceso a los recursos que llegaban dirigidos al desarro-
llo rural, desde su fundación hasta la época actual; 2) La corrupción a
la que se habían prestado aquellas personas involucradas en los pro-
yectos de desarrollo rural, y 3) los conflictos entre diversos grupos de
interés locales, ahora vinculados a partidos políticos, que surgían en
momentos específicos como las elecciones para elegir al representante
municipal del ejido (delegado) y al presidente municipal de San Felipe
del Progreso.
En el 2004 inicié formalmente el trabajo de campo para mi investi-
gación doctoral. Recuperando mis inquietudes de la primera experien-
cia de campo, mi interés se centró en las transformaciones del ejido, no
sólo como unidad productiva, sino como forma de organización política
y social. Esta temática me llevó a explorar la erosión del poder de la
asamblea ejidal y sus órganos de representación, y el surgimiento de
nuevos grupos políticos, dentro y fuera del ejido, que articulaban la
comunidad con diferentes niveles de gobierno.

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El presente libro conserva, en lo sustancial, el argumento que desa-


rrollé en mi tesis de doctorado, razón por la cual decidí también con-
servar el título. A cuatro años de distancia de la defensa de tesis, los
comentarios de dictaminadores y sinodales, lecturas en otros ámbitos
de discusión y una mayor perspectiva me han permitido enriquecer y
profundizar las ideas y argumentos que desarrollé en la investigación
doctoral. Esta labor que puede ser interminable, culmina con la publica­
ción de un libro que, como toda investigación académica, es un trabajo
inacabado y sujeto a revisión.
La travesía de toda investigación etnográfica significa acceder a nue-
vos mundos hasta entonces desconocidos por el investigador: en mi
caso, la vida en San Felipe del Progreso y la experiencia de la ruralidad
urbanizada en el Estado de México, y de manera paralela y contrastante,
la vida parisina y la academia francesa donde realizaba mi investiga-
ción. En estos mundos, muchas personas fueron generosas y me dieron
una cálida y feliz acogida. Destaco a la familia Reyes y a la señora Luisa
quienes me recibieron en su casa y me hicieron un miembro más de sus
familias en Portesgil y en la cabecera de San Felipe del Progreso. Tam-
bién agradezco a Marielle Pepin-Lehalleur y Paula López Caballero por
haberme abierto la puerta a sus departamentos parisinos donde pasé
buenos momentos de reflexión, disfrute y duda.
Durante los diez años que tiene como eje la presente investigación, se
fue generado una red de relaciones con profesores y colegas, muchas
de las cuales han terminado por convertirse en relaciones de amistad.
A todos ellos quisiera agradecer. Comienzo por Kirsten Appendini
porque fue ella quien sembró en mí el interés por el campo mexicano
y me inició a la experiencia etnográfica con sus gustos y sorpresas. A
Marielle Pepin-Lehauller, Bruno Lautier, Roberto Melville, Luis Aboites,
Ivonne Vizcarra, Antolín Celote, Javier Delgado, José Luis Escalona,
por su lectura, comentarios, guía, sugerencias, apoyo y dirección en
tantos momentos de desorientación. A Paula López Caballero y Mónica

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Bucio, por ser cómplices de principio a fin de este proyecto que tiene
mucho de los diálogos que acompañaron la concepción y escritura de
la presente investigación. A Ania Tiziani, Daniela Andrade, Alejandra
Leal, Mónica Quijano, Adriana Larralde y Tamara Martínez, por estar
siempre presentes, dispuestas a escuchar y pensar en conjunto.
Finalmente, este proyecto de investigación no hubiera podido ser
posible sin el apoyo y financiamiento de Conacyt, la Fundación Ford,
la Fundación Ecos y el ciesas.

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Introducción

La nueva ruralidad: una pregunta sociológica analizada


desde la perspectiva antropológica

El tema principal de este libro es la nueva ruralidad mexicana. El argu­


mento que articula los seis capítulos que lo componen es que el orden
social que caracterizó al mundo rural posrevolucionario estuvo
estructu­rado en torno al ejido, institución que desempeñó múltiples
funciones que a nivel local consolidaron lo que llamaré hegemonía eji-
dal. Este orden ha sufrido un proceso de reconfiguración local desde
los años 1960 que se consolida, a principios de la década de los noventa
con el giro neoliberal del Estado mexicano.1 El nuevo orden social,
económico y político de la ruralidad mexicana se estructura en torno

1
He utilizado el concepto de configuración para describir un cierto orden social y concebir su transforma-
ción en términos de “reconfiguración”. Este concepto proviene de la psicología, se refiere a una conjunción
única de diversos aspectos de la personalidad específica e irrepetible, que recuperamos para reflexionar
sobre los arreglos sociales particulares de un momento histórico, en una región concreta. El cambio social
como reconfiguración de distintos elementos cuestiona la idea de una estructura fija o sistema coherente y
plantea la organización social como un agregado de condiciones que se influyen mutuamente y que, por lo
mismo, pueden cambiar en cualquier momento. (Agradezco los señalamientos de José Luis Escalona sobre
el concepto de configuración y reconfiguración y su utilidad para analizar el cambio social.)

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al ayuntamiento empoderado y constituido en el principal poder local.


A este nuevo orden lo he llamado ruralidad desagrarizada, enfatizando el
incremento de actividades no agrícolas en las que se insertan la mayoría
de los habitantes rurales del centro de México y el cambio de las iden-
tidades sociales y políticas de estas personas que ya no se identifican
como campesinos y concentran sus esfuerzos en demandar la intro-
ducción o mejora de los servicios urbanos en las localidades rurales.
La presente investigación surge de la reflexión en torno a las pro­ble­
máticas planteadas por un grupo de sociólogos latinoamericanos que
desde mediados de los años noventa y en el contexto neoliberal se pre-
guntan por las características de lo que han llamado y definido analíti­
camente como “nueva ruralidad”. Quienes se apegan a este enfoque han
destacado diferentes aspectos inéditos que caracterizan, en la actualidad,
al mundo rural latinoamericano y utilizan este término para englobar
un conjunto de cambios, entre los cuales destacan la inserción de los
habitantes rurales en actividades económicas no agrícolas, que consu-
men la mayor parte de su tiempo; la creciente flexibilización y femini-
zación del trabajo rural, ya sea agrícola o extra-agrícola, y el aumento
de las interacciones rural-urbanas y de la migración internacional.
Desde un punto de vista de lo político, dichos sociólogos también han
señalado los cambios en las demandas políticas de los habitantes rura-
les: el surgimiento de nuevos movimientos sociales y organizaciones
civiles en las que participan habitantes rurales, y la transformación de
los objetivos del desarrollo rural promovido por los gobiernos de orien-
tación neoliberal (Arias, 1992; Delgado 2003, Lara Flores, 1996, 2001;
Llambí, 1994; Carton de Grammont, 2004; Gómez, 2001; Kay, 2008;
Pérez, 2002; Rubio, 2002; Piñeiro, 1997; Teubal, 2001).
La discusión iniciada por este grupo de investigadores es un punto
de inflexión en los estudios rurales ya que cuestiona el modelo dicotó-
mico que contrapone campo a ciudad, implícito en las teorías de mo-
dernización que fueron el paradigma para explicar el cambio social en

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el mundo rural.2 El concepto de “nueva ruralidad” plantea, además, la


ruptura entre una “vieja” y una “nueva ruralidad” que tiene que ver no
sólo con los nuevos fenómenos sociales observados en el mundo rural,
sino con un cambio de mirada por parte de los analistas. Un ejemplo
de la nueva aproximación al mundo rural es la relevancia de actores
sociales, antes prácticamente ignorados en sus propias lógicas de ac-
ción, como es el caso de las mujeres rurales.
El concepto de “nueva ruralidad” ha tenido los aciertos de señalar
que hoy en día, en Latinoamérica, lo rural trasciende lo agropecuario.
La novedad del mundo rural tiene que ver no sólo con este cambio
tangible y objetivo sino también con una transformación en el paradig-
ma teórico desde el cual se observa dicha realidad. Es por esta razón
que cuando emprendí mi investigación sobre las transformaciones
ocurridas en San Felipe del Progreso, este concepto me resultó útil
como un buen punto de partida; pero a medida que avanzaba en el
trabajo de campo comencé a notar ciertas limitaciones cuando intentaba
explicar las especificidades regionales de la nueva ruralidad.
Los estudios de la nueva ruralidad critican la idea de trabajos ante-
riores que consideraron a la agricultura como “la actividad principal
que imprimía su dinámica al conjunto de la economía rural” ignoran-
do otras actividades del sector secundario o terciario en las que se in-
sertaban los habitantes rurales (Carton de Grammont, 2004: 295). La
propuesta es entonces analizar esas otras actividades omitidas. Esta
crítica, sin embargo, no profundiza en las razones por las cuales los
científicos sociales vieron a la agricultura como el eje de toda la dinámica

2
Ver por ejemplo las tesis de Arthur Lewis (1954). Es importante señalar que ya desde los años sesenta se
desarrolla una fuerte crítica a estas teorías producidas desde la escuela dependentista, con autores como
Cardoso y Falleto (1969), Gunder Frank (1969) y G. Germani (1971) quienes desarrollan el concepto de
sobre-modernización para explicar los resultados disfuncionales de la modernización en países no desarro-
llados. Estas críticas, sin embargo, se concentran en estudiar los efectos del desarrollo dependiente en las
ciudades o los sectores económicos y no analizan en detalle y desde una perspectiva cualitativa los efectos
de la sobre-modernización en el mundo rural.

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social del mundo rural y que como mostraré en la presente investiga-


ción, para el caso mexicano, tuvo que ver con la centralidad del ejido,
institución productiva que desempeñó múltiples funciones que estruc-
turaron la vida de los habitantes rurales.
Los trabajos centrados en la discusión sobre la nueva ruralidad han
dado explicaciones causales en torno a los factores que contribuyen a la
nueva dinámica económica del mundo rural y sus manifestaciones en
diversos ámbitos de la vida social, como las relaciones de género, las
relaciones laborales, las prácticas de movilidad de los habitantes rurales
o las nuevas políticas de desarrollo rural; y han dejado menos explora-
das las condicionantes políticas y culturales de dichos cambios.3 Esto
es, muchos de los estudios que tienen por objetivo general dar cuenta
de la nueva ruralidad han basado su análisis en indicadores económicos
y sociodemográficos, enfocándose en los factores externos que han
modelado y promovido las trasformaciones sociales, económicas y políti-
cas de localidades rurales. Pero han dejado sin explorar factores endógenos
como los conflictos en los sistemas de valores de los habitantes rurales
y las reconfiguraciones de las relaciones de poder asociadas a los nue-
vos recursos en juego en el medio rural, los procesos de redefinición de
las identidades rurales y la conformación de nuevos grupos sociales y
políticos a nivel de las localidades y de los municipios rurales. Por otra
parte, la discusión iniciada desde la sociología en torno a la nueva ru-
ralidad ha señalado una ruptura entre lo que podríamos llamar “vieja”
y “nueva ruralidad”, sin por ello argumentar la pertinencia de concebir
como nuevo el espacio rural en su conjunto. Quienes escriben sobre la
nueva ruralidad, por lo general describen, dinámicas novedosas y espe-
cíficas en las que se involucran los habitantes rurales, pero no la manera

3
He de señalar que en México la nueva ruralidad ha sido analizada desde la vertiente de sociología política
como el final del corporativismo campesino asociado a la cnc y el surgimiento de nuevos grupos organi-
zados para exigir nuevas demandas frente al Estado (Carton de Grammont, 1995; Mackinlay, 2004, 2006;
Harvey, 1990, Haubert y Torres, 2003).

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en que estas actividades se articulan a otros campos sociales4 ni la


manera en que su transformación afecta y modifica el conjunto de rela-
ciones sociales que conforman lo que ellos llaman “nueva ruralidad”. Por
ejemplo, el abandono de la agricultura observable en la disminución de
la población económicamente activa en el llamado sector primario, no
se asocia a una transformación en términos de instituciones que estruc-
turan las actividades económicas de los habitantes rurales, tampoco
con las dinámicas espaciales que imprimen su especificidad al mundo
rural, sino que se toma como el único eje del análisis.5
Una pregunta pertinente que podríamos dirigir a dichos estudiosos es
¿cómo definen el espacio rural? Daría la impresión, por el tipo de análisis
que realizan, fundados sobre todo en indicadores cuantitativos, que el
espacio rural es concebido como: localidades menores de 2 500 habitan-
tes donde la principal actividad económica es la agricultura. De ahí que
todo cambio a estos indicadores es indicio de una nueva ruralidad.6
La perspectiva “macro” elegida por muchos de los estudiosos de la
nueva ruralidad que toman como unidad de análisis los Estados-na-
ción y sus realidades nacionales hace suponer que el espacio rural es
concebido como algo objetivamente dado y no como una construcción
socio-histórica con especificidades locales. Quizás por esta razón algunos
de los analistas inscritos en esta corriente tratan de escapar a modelos

4
Por campo social comprendo, apegándome a la teoría sociológica de Pierre Bourdieu, un espacio social
de acción y de influencia en el que confluyen relaciones sociales determinadas. Estas relaciones quedan
definidas por la posesión o producción de una forma específica de capital, propia del campo en cuestión.
Cada campo es —en mayor o menor medida— autónomo. El conjunto estructurado de los campos, que
incluye sus influencias recíprocas y las relaciones de dominación entre ellos, define la estructura social
(Bourdieu, 1996).
5
Muchos de los sociólogos que se inscriben en el debate de la nueva ruralidad elaboran discusiones teóri­
cas sobre otras temáticas como, por ejemplo, los mercados de trabajo (Lara Flores, 2001), los procesos de
globalización y sus efectos sobre el sistema agroalimentario (Teubal, 2001) o las dinámicas espaciales me-
tropolitanas (Delgado, 2003; Larralde, 2008), y no teorizan mucho sobre la materialidad del espacio rural.
6
Existen notables excepciones a esta tendencia de análisis macro y cuantitativo como es la rica literatura
que aborda la trasformación en las relaciones de género a raíz de las nuevas condiciones económicas que
viven los hogares campesinos, y recurre a análisis cualitativos apoyados en conceptos como empoderamiento,
ver por ejemplo Appendini y de Luca (2006, 2008) y Deere (1990).

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dicotómicos, que contraponen el campo a la ciudad y lo tradicional a


lo moderno, caen en ciertos estereotipos asociados a la idea del espacio
rural en abstracto.7
Aunque coincido con la idea de ruptura y de un antes y un después
trazado por la política de orientación neoliberal, considero necesario
describir la especificidad del cambio social del mundo rural para cada
contexto regional. El presente trabajo es una búsqueda por la especifici­
dad de lo que algunos analistas han llamado nueva ruralidad. Para ello
propongo analizar la ruralidad mexicana, y más específicamente la ru-
ralidad en un municipio del centro de México, en términos de institu­
ciones que dan sentido al quehacer cotidiano de los habitantes rurales.8
En el México contemporáneo podemos identificar dos instituciones
locales con antecedentes coloniales pero redefinidas en la Constitución
de 1917 que han estructurado la territorialidad rural: el ejido9 y el
ayuntamiento. Ambas, han conformado el contexto institucional rural a
lo largo del siglo xx y han sufrido cambios radicales en las tres últimas
décadas generando una dinámica inédita que se observa en la reconfi-

7
Ver por ejemplo la manera en que E. Pérez (2001), describe la nueva ruralidad en términos de “crisis de
las formas de gestión tradicionales” definidas como “el agricultor habituado a tomar por sí mismo decisiones
sobre qué, cómo y cuánto producir” o la “crisis de las formas tradicionales de articulación social” (p. 21).
En esta descripción están implícitos concepciones de vida rural como solidaridad comunitaria versus nueva
ruralidad y fragmentación social, o autonomía productiva de los productores rurales tradicionales versus
dependencia y sujeción a un sistema productivo mayor, etc. Estas contraposiciones nos remiten irremedia-
blemente a los análisis de Tönnies o Durkheim para explicar la diferencia entre sociedades modernas y
tradicionales que los teóricos de la nueva ruralidad tratan de evitar.
8
En la presente investigación recuperamos el debate de los estudios del desarrollo que utilizan el termino
de “instituciones locales” para analizar ciertas instancias de mediación que permiten vincular políticas
públicas, proyectos y programas de desarrollo a nivel macro, con los agentes económicos y sociales de una
comunidad determinada (Appendini, Nuijten, 2002). A esta definición le vamos a añadir el aspecto cog-
noscitivo señalado por algunos teóricos que definen las instituciones en tanto reglas del juego que dan
sentido a las motivaciones y acciones individuales (Geertz, 1992). Esto es, para fines del presente análisis
las instituciones serán abordadas desde dos de las principales funciones desempeñadas por éstas: 1) la
mediación social y 2) la asignación de sentido a la acción y comportamiento individual y colectivo, así
como a las prácticas organizativas desarrolladas en un espacio determinado. Nuestro interés en dichas
funciones sociales radica en que consideramos que a través de su análisis es posible hacer inteligibles las
lógicas de acción social en un territorio dado, que en nuestro caso de la ruralidad urbanizada.
9
En la presente investigación me referiré únicamente al ejido, dado que en la región de estudio no existen
casos de comunidad.

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guración de la territorialidad rural. Mi análisis se centra en el ejido y


el ayuntamiento como instituciones nacionales que estructuran a nivel
local y en su mutua interrelación los grupos sociales que en cierto mo-
mento han logrado convertirse en grupos políticos y élites de poder.
En continuidad con la tradición de estudios comunitarios en socie-
dades complejas iniciada por Eric Wolf (1956) y retomada por varios
de los antropólogos interesados en el cambio social del mundo rural,10
introduzco dos construcciones conceptuales para distinguir y caracte-
rizar configuraciones contrastantes que son el objeto de mi investiga-
ción. Voy a utilizar el concepto de hegemonía ejidal para describir una
configuración territorial, económica, política, social y cultural organi-
zada en torno al ejido que se contrapone a la ruralidad desagrarizada que
aquí sustituye al concepto de nueva ruralidad.
Por “desagrarización” de la sociedad rural mexicana comprendo un
conjunto de transformaciones, tanto en el plano económico como en el
político y social. En primer lugar, la pérdida de importancia de la acti-
vidad agrícola al ingreso de los hogares rurales y el incremento de ac-
tividades extra-agrícolas en las que se insertan los habitantes rurales.11
En México, la desagrarización del mundo rural implicó una trans-
formación en el plano ideológico implícito en la reforma del Artículo
27 constitucional en 1992, que dio fin al reparto agrario y con ello a las
demandas y reivindicaciones políticas asociadas a éste. Este cambio
repercutió en las políticas dirigidas a la actividad agrícola y los pro-
ductores rurales, así como en el desarrollo rural en su conjunto. Desde
la perspectiva productiva observamos la conformación de un nuevo
discurso oficial dirigido al mundo rural que ya no se basa en la deman-

10
Ver por ejemplo Long (1998), Torres-Mazuera (2001), Gledhill (1993), Maldonado (2001), Escalona
(1998), Zárate (2001) Zendejas (1998a, 1998b, 1999), M. Nuijten (2003a).
11
De acuerdo al análisis de Carton de Grammont (2009) de la encuesta nacional de Ingresos y gastos de
los Hogares en 1992, el monto del ingreso agropecuario de hogares campesinos pluriactivos, representaba
52 por ciento del total de los ingresos rurales en tanto que en 2004 representa solamente 33 por ciento de
esos mismos ingresos

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da de la tierra sino que se centra en la problemática de la producción y


productividad. Esto es, la cuestión agraria que suponía relaciones de
producción, clases sociales y proyectos políticos de desarrollo rural
ha sido sustituida por el aspecto meramente técnico y productivo del
mundo rural. Esto sucede simultáneamente con el surgimiento de una
nueva forma de intervención estatal dirigida al mundo rural que ya no
tiene como blanco principal a los campesinos y ejidatarios sino a otros
grupos sociales entre los que destacan las mujeres, los migrantes, los
adultos de tercera edad y los grupos étnicos.
El concepto de ruralidad desagrarizada sirve como un marcador his-
tórico del cambio económico, social, político y cultural experimentado
en el municipio de San Felipe del Progreso. Este concepto se construye
como una descripción que señala lo que ya no existe: el mundo rural
organizado en torno a la agricultura y la tierra como principales recur-
sos económicos locales y fuente de demandas políticas locales y nacio-
nales. La ruralidad desagrarizada como concepto no da cuenta de los
atributos específicos del mundo rural contemporáneo, que sólo pueden ser
descritos en condiciones locales específicas. En San Felipe del Progreso
los principales recursos que se disputan hoy en día son los asociados
al presupuesto del ayuntamiento y dirigidos al desarrollo urbano, de
ahí que el atributo principal de la ruralidad desagrarizada en este muni-
cipio sea la urbanización.
Al igual que los estudios que se han preguntado por el cambio social
en el México contemporáneo, el supuesto principal de mi investiga-
ción descansa sobre la idea de que la intervención estatal es uno de los
princi­p ales factores de cambio en el espacio rural. Sin embargo, como
argumentaré a lo largo del presente trabajo, la ruralidad urbanizada
en San Felipe del Progreso ha sido uno de los resultados inesperados
de la inter­vención del Estado en sus múltiples programas y proyectos de
desarrollo rural que han promovido proyectos productivos de tipo
agropecuario.

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Los métodos de investigación

El lugar de observación que elegí para estudiar lo que he llamado


hegemo­nía ejidal y ruralidad desagrarizada fue el ejido de Portesgil. Sin
embargo, he de señalar que aunque fue en esta localidad rural donde
me instalé por primera vez en 2001 y a donde regresé en cuatro ocasiones,
la recolección de datos nunca estuvo restringida a este lugar, sino que
fue el inicio de una investigación que me llevó a otros ejidos del muni-
cipio y a la cabecera municipal donde entrevisté a personas que me
brindaron información y compartieron su punto de vista acerca de
diversas problemáticas en torno al desarrollo rural, la historia del mu-
nicipio y los ejidos, así como de las dinámicas políticas locales.
Para estudiar el cambio social experimentado en San Felipe del Progre-
so me fueron útiles distintos métodos de investigación. Comienzo por el
más cuantitativo, que consistió en una encuesta realizada en 2003 por el
equipo dirigido por K. Appendini, con el cual colaboré, y cuya temática
fue el cultivo del maíz, la tenencia de la tierra y las estra­tegias económicas
de los hogares rurales. Los resultados de esta encuesta, explorados por
Appendini (2008) me permitieron tener una aproximación en términos
cuantitativos sobre la magnitud del abandono de la agricultura y la inser-
ción de los habitantes de Portesgil en otros sectores de actividad econó-
mica. También me permitió comprender las diferencias en términos de
ingresos y composición familiar de los hogares rurales que determinaban
la producción de maíz. A esta encuesta le antecedieron entrevistas semi-
estructuradas a productores agrícolas del ejido, con los cuales identifiqué
la problemática específica de Portesgil en relación al cultivo de maíz. Este
mismo método de la entrevista semiestructurada me fue útil en 2005
cuando entrevisté a delegados y comisarios en cinco ejidos12 de la región

12
Los ejidos elegidos fueron Portesgil, Dolores Hidalgo, San Pedro el Alto, Santa Ana Nichi y San Lucas
Ocotepe. El criterio de selección de dichas poblaciones fue que estas hubieran sido dotadas como ejido y
que el número de habitantes fuera mayor a los tres mil.

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sobre temas relativos al ejido como órgano de poder microlocal y en el


2007 cuando realizaba un diagnóstico sobre el desempeño del Instituto
Electoral del Estado de México y del Instituto Federal Electoral en el mu-
nicipio.13 Esta información que da una perspectiva general sobre las
problemáticas elegidas como eje de los cuestionarios fue complementada
con información recolectada en 2004 y 2005 por medio de entrevistas
en profundidad dirigidas a lo que identifiqué como grupos sociales del
ejido integrados por ejidatarios, maestros, mujeres, líderes comunitarios
(padres de familia, comités de mejoras, mujeres Oportunidades, dele­
gados, autoridades religiosas, políticos de diferentes partidos políticos) y
jóvenes en Portesgil y San Felipe del Progreso. En estas entrevistas abier-
tas, que logré hacer en contextos muy variados: fiestas patronales, reunio-
nes familiares, en los taxis colectivos mientras me desplazaba de un
pueblo a otro, en las tiendas de abarrotes donde las personas se informan
de las últimas noticias del ejido, mítines políticos, y acudiendo a las casas
de las personas que elegía para entrevistar, me permitieron describir te-
máticas de interés que no había considerado en un inicio, pero que apor-
taron para replantear los ejes y preguntas de mi investigación en un inicio
dirigidos sobre todo al abandono de la agricultura. Entre estos nuevos
temas destacan las relaciones establecidas entre los habitantes de los eji-
dos y de la cabecera municipal, y más en específico entre las autoridades
ejidales y las del ayuntamiento, las formas de identificación de los habi-
tantes de Portesgil frente a diversos actores sociales dentro y fuera del
ejido, los conflictos asociados al multipartidismo en un ejido rural, la
transformación social de la élite de la cabecera municipal en control del
ayuntamiento, las consecuencias sociales y cul­turales de la urbanización
de los ejidos y los diferentes programas de desarrollo rural que habían
llegado a Portesgil y San Felipe del Progreso.

13
Estos diagnósticos fueron parte de un proyecto mayor financiado por la Fundación Ford y coordinado
por Francois Lartigue.

24

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Otra técnica de investigación que me ayudó fue el conjunto de his-


torias de vida que realicé en Portesgil a siete profesionistas, ejidatarios
y no ejida­t arios, así como dos grupos focales que organicé con muje-
res. Estos métodos me permitieron profundizar en temas relativos a
los horizontes laborales existentes para habitantes de diferentes gene-
raciones del ejido de Portesgil, sus valoraciones contrastantes sobre
la vida rural y las relaciones de género dentro de las familias de las
mujeres entrevistadas.14 Esta técnica también me permitió poner en
relación las trayectorias laborales de los entrevistados con su historia
familiar y del ejido.
El trabajo en el archivo municipal de San Felipe del Progreso en
2004 también me fue provechoso para estudiar el cambio en las fun-
ciones del ayuntamiento y en sus relaciones con los ejidos y demás
pueblos del municipio.
Por último, la observación participante como método etnográfico me
fue de gran utilidad para dar sentido y significado a la información
recabada con los otros métodos de investigación. Por ejemplo, ante las
respuestas puntuales de los productores en torno a la caída del precio
del maíz y la disminución en tiempo y dinero invertidos para su culti-
vo, era interesante observar los productos manufacturados, como la
coca-cola, por los cuales, se intercambiaba, ahora, el maíz producido
cada vez con menor tecnología. Este hecho en apariencia irrelevante
resultó significativo para reflexionar sobre las transformaciones en
la valoración del maíz. Más que en un interrogatorio directo y formal,
mucha de la información recabada durante el trabajo de campo fue
producida no como respuesta a algo explícitamente preguntado, sino
que surgió de forma espontánea. La labor fue hacer inteligible en su

14
Los grupos focales fueron parte del proyecto de K. Appendini. Para más información acerca de la meto-
dología y resultados de esta investigación ver Appendini y de Luca (2008).

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complejidad semántica los fragmentos de vida social que tuvimos la


suerte de ver, acción que Clifford Geertz llama la descripción densa.15
Entre 2001 y 2007, compartí la vida en el ejido y la cabecera muni-
cipal con dos familias que, de forma generosa, me abrieron las puertas
de su casa y colaboraron como intérpretes de mucha de la información
recogida con otros métodos. Durante estas estancias interactué con di-
ferentes miembros de las familias que me acogieron y logré registrar
aspectos que me permitieron una comprensión profunda de los cam-
bios de vida en la ruralidad desagrarizada. Entre estos sobresalen los
hábitos alimenticios, los usos del tiempo libre y las preferencias en
cuanto al consumo mediático que tienen personas agrupadas en dife-
rentes grupos de edad, género y perfil socio-profesional. También fui
testigo de diversos conflictos familiares asociados a los nuevos roles
desempeñados por las mujeres rurales y a nuevos grupos sociales como
los adolescentes.
La observación participante también complementó las entrevistas
dirigidas a funcionarios de diversas agencias del gobierno como la Se-
cretaría de desarrollo rural del Estado de México (Sedagro), la Secreta-
ría de agricultura federal (Sagarpa), la Secretaría del medio ambiente
federal (Semarnat), la Secretaría de desarrollo social estatal (dif) y fe-
deral (Sedesol). En particular me fue posible acompañar durante un
mes a los funcionarios de Probosque en su desempeño cotidiano, lo
que me permitió adentrarme en las razones de los conflictos existentes
entre los distintos actores involucrados en el desarrollo rural, así como
profundizar en los contrastes existentes entre la práctica del desarrollo
rural y su discurso.

15
La cultura, de acuerdo a este marco teórico, es la trama de significación que da sentido a la acción de los
hombres, es decir, es un contexto dentro del cual pueden describirse los modos de conducta, las institu-
ciones y los procesos sociales.

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Composición del libro

La presente investigación se divide en tres partes, cada una compuesta por


dos capítulos, que abordan el sentido del cambio social de la ruralidad
desagrarizada desde tres perspectivas de análisis: las instituciones rura-
les, los grupos sociales y el ejercicio gubernamental del desarrollo rural.
El argumento que desarrollo en los dos primeros capítulos es que la
ruralidad desagrarizada en San Felipe del Progreso se caracteriza por
la decadencia del ejido como forma de organización política y social y
el resurgimiento del ayuntamiento como principal poder local. En el
primer capítulo me centro en el ejido y describo las variadas funciones
desempeñadas por esta institución desde su creación hasta la época
actual en San Felipe del Progreso. El ejido no fue una unidad produc-
tiva exitosa, su principal función fue servir como anclaje territorial de
la creciente población rural y órgano de mediación y gobierno de las
localidades rurales. Este éxito fue también la razón de su fracaso en la
medida en que el crecimiento demográfico no conllevó a las ampliacio-
nes de los ejidos en términos de tierras. A medida que la población
crecía, más personas resultaban excluidas del acceso a la tierra ejidal y
peor aún de la asamblea, donde sólo los ejidatarios podían participar en
la toma de las principales decisiones. Esta situación generó conflictos
que sumados a un conjunto de factores entre los que destaca el cambio de
política agropecuaria, hicieron que el ejido como órgano de gobierno mi-
cro-local perdiera sentido y poder. En el segundo capítulo, el cambio rural
es visto desde la perspectiva del ayuntamiento. Mi análisis se centra en
el empoderamiento de esta institución que hasta la década de los años
ochenta tenía poco poder y mínimas atribuciones de gobernanza. La trans-
formación del ayuntamiento sucede al mismo tiempo que la erosión de la
frontera étnica que dividía a los ejidos mazahuas de la cabecera mesti-
za y el corporativismo priista y campesino. La ruralidad desagrarizada
se caracteriza desde la década de los años noventa por tener como eje

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de las relaciones de poder al ayuntamiento y los recursos asociados a


éste que son disputados por diferentes grupos sociales vincu­lados a par-
tidos políticos, entre los que destacan los profesionistas rurales residen-
tes en los ejidos urbanizados.
En la segunda parte del libro analizo la ruralidad desagrarizada desde
la perspectiva de diferentes grupos sociales que conforman el ejido. En
el capítulo tres abordo el cambio de percepción sobre el maíz, la agri-
cultura y la tierra a partir de retratos de vida de siete personas represen-
tantes de cuatro grupos de edad de Portesgil. Mi análisis me permite
explorar las nuevas valoraciones, significados y uso de tiempo asocia-
dos a la agricultura que, contrariamente a lo que podría suponerse, han
cobrado una nueva valoración asociada a la calidad del maíz y el “gusto
por el mundo rural” expresado por los sectores más educados y pudien-
tes del ejido. En el capítulo cuarto abordo el cambio de la ruralidad
desagrarizada desde la transformación de las identidades sociales y po-
líticas en Portesgil. Para ello analizo parejas identitarias opuestas y su
transformación. La oposición que existe en la actualidad entre dichas
categorías de identificación nos revela la transformación en la estructu-
ración de poder en el ejido de Portesgil. Si antes fue la tierra ejidal y el
acceso a la comisaría ejidal lo que estaba en juego y a lo que sólo se te-
nía acceso en tanto campesino-ejidatario, hoy es el ayuntamiento y el
control sobre la dotación de los servicios urbanos a lo que sólo se accede
con una educación y capital cultural poseído únicamente por aquellos
que se identifican como profesionistas rurales.
En la tercera sección del libro analizo el redireccionamiento del de-
sarrollo rural. El objetivo es comprender en qué se convierten las polí-
ticas de desarrollo rural de orientación neoliberal cuando son llevadas
a cabo en un contexto concreto. En el capítulo cinco analizo la manera
en que la intervención estatal está siempre sujeta a arreglos locales,
siendo fuente de competencia al interior mismo del gobierno, sobre
todo en un contexto de multipartidismo. Por otra parte, en este capítulo

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describo cómo los programas de desarrollo rural se han adaptado a las


nuevas necesidades rurales que ya no responden a demandas exclusi-
vamente agrícolas y satisfacen necesidades y expectativas urbanas. En
el capítulo seis, la intención es comprender los resultados inesperados
del desarrollo rural en Portesgil. A pesar del cambio de retórica que
supone el neoliberalismo como proyecto político, la observación empí-
rica revela que los programas de desarrollo rural actuales comparten
rasgos en común con los programas introducidos desde los años setenta
bajo un modelo de Estado proteccionista. Ambos han modelado una forma
de relación entre el Estado y los habitantes rurales que vamos a definir
en términos de corresponsabilidad individual y desempoderamiento. Los
programas de desarrollo rural en Portesgil han contribuido a inculcar
cierto sentimiento de responsabilidad entre los beneficiarios de estos
programas que puede llegar a convertirse en culpa cuando los objetivos no
son cumplidos. Este tipo de relación entre el Estado y los habitantes
rurales nos permite reflexionar sobre la lógica de la exclusión y el
privilegio que podemos considerar como un rasgo emblemático de la
forma de hacer política en México más allá de ideologías y modelos de
desarrollo nacional.
Aunque el mundo rural y la cultura campesina han sido modelados
por la intervención estatal, su devenir rebasa con mucho las expectativas
de los diseñadores de políticas o académicos que en distintos momen-
tos de la historia plantearon modelos de desarrollo rural. Esta es la
lección que aprendí como investigadora de la ruralidad desagrarizada
en San Felipe del Progreso y que quiero compartir en lo que sigue.

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Mapa 1
San Felipe del Progreso

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San Felipe
del Progreso

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Estado de México

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Mapa 2
Emilio Portes Gil y San Felipe del Progreso

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Simbología

Capital estatal
Cabecera municipal
Ejido
Carreteras
Límite estatal
Límite municipal

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Mapa 3
Los cinco ejidos de estudio

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Simbología

Capital estatal
Cabecera municipal
Ejidos de estudios
Carreteras
Límite estatal
Límite municipal

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Primera parte
Las instituciones del mundo rural mexicano

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Capítulo 1
Conformación y resquebrajamiento
de la hegemonía ejidal

Uno de los aspectos fundamentales de la constitución del Estado pos-


revolucionario fue la delimitación de un nuevo orden territorial marca-
do por el discurso agrarista.1 La Reforma agraria promovida al término
de la Revolución y plasmada en la Constitución política de los Estados
Unidos Mexicanos de 1917, inauguró un sistema de propiedad agraria de
carácter social 2 que significó la reorganización espacial y poblacional
del mundo rural y fue uno de elementos más destacados que contribuye-
ron a la estabilidad política y social del régimen. El nuevo ordenamiento
territorial se organizó en torno a una institución con características hasta
entonces inéditas: el ejido.

1
Por discurso agrarista nos referimos al discurso del Estado posrevolucionario que hizo de los campesinos
los “hijos predilectos”. Tras la revolución mexicana, el mundo rural y las políticas agrarias se convirtieron,
junto a la lucha obrera, en los pilares ideológicos del nacionalismo posrevolucionario. Esta ideología que
celebró por varias décadas los valores campesinos, indígenas, agrarios y obreros de la población nacional,
no sólo fue la fuente de inspiración para todo hombre-político que aspiraba al poder, sino que dio sentido
y unidad a innumerables instituciones, organizaciones y sindicatos nacionales y locales.
2
El carácter social de esta propiedad se debe a que, por un lado, establece limitaciones de orden público y
social a la propiedad en general. En concreto el Artículo 27 establece límites de extensión a la propiedad
en el sentido horizontal, esto es limitando la dimensión de la propiedad, así como en sentido vertical.
Desde entonces el subsuelo pertenece a la nación En segundo lugar, porque fundó un régimen jurídico
tutelar que fue asignado a la recién creada propiedad comunal y ejidal (Pérez Castañeda, 2002: 38).

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El ejido posrevolucionario, creado con la dotación y restitución de


tierras a los pueblos y habitantes campesinos e indígenas es una forma
de tenencia de tierra y corporación con personalidad jurídica que con
los años se convirtió en una institución local con múltiples funcio-
nes.3 El ejido tiene sus antecedentes en una forma de tenencia colonial
referida a las tierras de uso mancomunado de los pueblos de indios,
aunque algunos autores rastrean su origen a tiempos precolombinos y
lo asocian al calpulli mesoamericano (Rojas, 1999). Sin embargo, el ejido
posrevolucionario es una institución inédita con características pecu-
liares que redefinen el desarrollo y configuración de las dinámicas
sociales, económicas y políticas del mundo rural contemporáneo.
Como forma de propiedad social, el ejido tuvo características muy
particulares. Las tierras otorgadas bajo este esquema debían permane-
cer como propiedad de la nación por concesión a una corporación civil,
el ejido, que podía trasmitir a sus integrantes ciertos derechos indivi-
duales. En este modelo de propiedad, las parcelas entregadas para el
disfrute particular de los ejidatarios no eran de dominio pleno y queda-
ban sujetas a condiciones restrictivas: las tierras debían ser cultivadas
personalmente por el titular, no podían mantenerse ociosas, venderse,
alquilarse ni usarse como garantía; eran inalienables pero podían ser
heredadas a un sucesor escogido por el titular. El incumplimiento de
estas condiciones implicaba sanciones que anulaban, sin compensa-
ción, los derechos de goce a la parcela y la pertenencia al ejido.
El ejido se organizaba en torno a una asamblea en la que todos los
ejidatarios titulares podían participar y estaba presidida por la comisa-
ría ejidal, compuesta por cuatro cargos: el comisariado ejidal, el secreta-

3
El ejido típico estuvo conformado por tierras destinadas a parcelas individuales, tierras de uso común y
tierras destinadas a viviendas e infraestructura urbana (solares urbanos). A diferencia de la comunidad,
que es definida como forma de tenencia paralela en el Código agrario de 1940, el ejido es una dotación
otorgada por el Estado a un grupo organizado de campesinos sin tierra. Por su parte, la comunidad fue
definida como la restitución de tierras que antiguamente pertenecieron a un pueblo de indios que conser-
vaba los títulos de propiedad, habitualmente de origen colonial (Fábila, 1981).

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rio y tesorero y el jefe de vigilancia. Aunque la asamblea era la autoridad


máxima del ejido, ésta dependía de la Comisión Nacional Agraria, que
décadas más tarde se convertiría en la Secretaría de la Reforma Agraria
(sra).4 Pese a su concepción democrática, en la práctica, la asamblea
del ejido nunca lo fue. La legislación agraria estuvo, hasta la reforma del
Artículo 27 en 1992, basada en el principio de tutelaje gubernamental
sobre el ejido: todas las decisiones importantes acerca de la productividad
y las asignaciones de tierra requerían aprobación de un funcionario
federal que debía estar presente y validar todas las asambleas donde
se tomaban decisiones asociadas al destino de las tierras ejidales y la
inclusión y exclusión de ejidatarios (Gordillo, 1988; Warman, 2001).
La asamblea ejidal por medio de sus órganos de representación con
atribución de autoridad, organizaba diferentes aspectos de la vida coti-
diana. En las localidades de origen ejidal el comisariado se desempe-
ñaba como la principal autoridad ejidal y representante frente a las
autoridades municipales y las dependencias federales.5
El ejido significó también la reconfiguración del espacio nacional, en
la medida en que su creación permitió federalizar el territorio nacional
y concentrar el poder sobre el ámbito local en las manos del poder
(Aboites, 2003; Hoffmann, 1998; Leonard y Velázquez, 2009; Warman,
2001).6 Desde un punto de vista político, el ejido sirvió para justificar
la legitimidad del Estado y asegurar su hegemonía a nivel local convir-

4
La Comisión Nacional Agraria manejó la reforma agraria de 1915 a 1934, cuando fue creado el Departa-
mento Agrario. Este se convirtió en Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización a fines de los años
1950. Finalmente la sra fue creada bajo el gobierno de Luis Echeverría en 1975.
5
Es de señalarse que la reforma del Artículo 27 de 1992 estableció que la comisaría ejidal es un órgano de
representación y no de autoridad ejidal. Sin embargo, hasta la fecha en muchos ejidos, el comisario ejidal
es considerado como autoridad máxima del ejido con atribuciones a las que legamente sólo tiene derecho
la asamblea ejidal.
6
La instrumentación de esas reformas sociales se vinculó con otro cambio introducido en la Constitución
de 1917, a saber, el debilitamiento de los controles de poder legislativo sobre el ejecutivo y en consecuen-
cia el diseño de un régimen presidencialista más nítido. Tal vinculación se expresa en la personalidad del
presidente adjudicada por la constitución de 1917 al gobierno federal, encabezado por el Presidente de la
República, como representante exclusivo del interés de la nación (Aboites, 2003).

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tiéndose en el órgano mediador entre el ámbito local y el gobierno fe-


deral. De acuerdo a ciertos autores, el acento que la retórica oficial
puso sobre las raíces indígenas y tradicionales de éste fue útil para
subrayar su carácter popular y disimular el control adquirido por el
Estado sobre el campesinado y la producción agrícola (Alonso y Nu-
gent, 2004). Hacia los años 1950 esta forma de organización social se
consolidó y se cristalizó en una forma de control político, que a nivel
local se materializó en lo que algunos autores llaman “comunidades
revolucionarias institucionales” caracterizadas por la cooptación de las
estructuras comunitarias y sus vínculos clientelares con el pri, tal como
lo describe Jan Rus para el caso de los Chamulas en Chiapas (Rus,
1995). Este proceso permitió la centralización del poder político y eco-
nómico en el seno de las comunidades asociándolo al poder del Estado. El
ejido se consolidó como la principal forma de organización, participa-
ción y control político para los residentes de los asentamientos rurales
pequeños (Baitenmann, 2007).
A este orden político y social lo llamaré hegemonía ejidal.7 La hege-
monía ejidal se caracterizó por ser una forma de control político a nivel
micro-local, ejercida de forma autoritaria por líderes agraristas que se
convierten en caciques ejidales una vez dotadas las tierras por las que
luchan y movilizan a la población. Estos caciques fueron los mediado-
res exclusivos entre los ejidos recién creados y el gobierno, y lograron
el control total de los órganos de representación del ejido y de otros
cargos de autoridad como las mayordomías y la representación civil
7
El concepto de hegemonía ha sido interpretado de diferentes maneras por antropólogos e historiadores
desde que Gramsci lo propone en sus Notas desde la Prisión (1971). La diferencia interpretativa tiene que
ver con enfatizar el aspecto estabilizador del concepto o centrarse en las disputas y fragilidades de proyec-
tos hegemónicos. Para el presente texto retomo la interpretación que William Rosberry y Florencia Mallon
ofrecen en el libro Everyday Forms of State Formation (1994), para quienes la hegemonía debe ser compren-
dida como un proceso de conformación de marcos de interpretación compartidos y reconocidos pública-
mente, sujetos a la constante negociación y cambio. Esta interpretación del concepto de hegemonía es
cercana a la definición que ofrece R. Williams (1980) y que abarca nociones de cultura e ideología. Para
Williams la cultura debe ser pensada como proceso social total; la hegemonía relaciona dicho proceso con
las distribuciones específicas del poder.

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frente al municipio. Como argumentaré en la primera parte de este


capítulo, el carácter hegemónico de este sistema de dominación radicó
en la capacidad de amalgamar en un solo grupo de poder todas las fi-
guras de autoridad existentes en los núcleos de población ejidal, que se
articulaban a nivel nacional a organizaciones del pnr-pmr (más tarde el
pri) como la Confederación Nacional Campesina (cnc).8 Con los años,
el ejido se convirtió en la base de la pirámide del corporativismo priista
en el espacio rural (Hoffmann, 1998; Chevalier, 1966; Warman, 2001).
En esta nueva organización de poder, el ejido se convirtió en la ins-
titución que estructuraba el orden geopolítico local y que articulaba
todos los ámbitos de la vida cotidiana de los habitantes rurales, impri-
miéndole sentido a sus acciones, asociada a nuevas pautas de diferen-
ciación social y formas de participación colectiva. En este sentido, es
importante señalar que la hegemonía ejidal no es sólo una forma de
corporativismo campesino sino un proceso de sujeción internalizado
por los habitantes rurales, que dio sentido a sus experiencias cotidia-
nas y expectativas de vida.9 Esto es, el ejido supuso la creación de una
nueva categoría social, los ejidatarios, que como identidad política y
subjetividad adoptada por todos aquellos que recibieron la tierra otor-
gada por el gobierno, se convirtieron, al paso de los años, en la base de
apoyo político del Estado posrevolucionario y grupo social y cultural
en control de los principales recursos ejidales.10
El ejido fungió como una estructura multifuncional que al paso del
tiempo y de manera progresiva fue regulando todas las esferas de la
vida comunitaria de las localidades rurales: la tenencia de la tierra,

8
La cnc fungió como entidad agraria del pri y como órgano de movilización campesina que respaldaba las
decisiones presidenciales fundamentales para la definición de la política nacional. A nivel local los cuadros
militantes de la cnc ocuparon posiciones de presidentes municipales, legisladores locales y federales e
influyeron en el proceso de selección del sucesor del presidente de turno (Warman, 2001).
9
Es importante tener en mente que los procesos hegemónicos no suceden de modo pasivo, sino que re-
quieren de una continua renovación frente a presiones externas que lo desafían constantemente.
10
La Reforma agraria creó el ejido, la comunidad agraria y a los ejidatarios y comuneros. Debido a que en
San Felipe del Progreso sólo hay ejidos enfatizaremos esta forma de dotación de la tierra.

39

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el uso, destino y transmisión de las tierras dotadas, la producción


agrícola, la provisión de servicios para el núcleo urbano del ejido, la
regulación del patrimonio familiar, la organización política y la articu­
lación con instancias del gobierno local y federal (Azuela, 1995; Hoffmann,
1997; Quesnel, Leonard y Velázquez, 2003; Leonard y Velázquez, 2009;
Quesnel, 2003; Warman, 2001). Todas estas funciones fueron más o
menos desa­r rolladas por cada ejido de acuerdo a su trayectoria histórica
y contexto regional, y permitieron la conformación de la hegemonía eji-
dal, así como su disolución.

El reparto agrario en San Felipe del Progreso

La dotación de ejidos a lo largo del país significó la reorganización del


territorio nacional en la medida en que nuevos centros de población
fueron creados y otros, ya existentes, adquirieron un nuevo estatus
político-administrativo (Leonard y Velázquez, 2009: 396).
En San Felipe los ejidos estructuraron el crecimiento poblacional del
municipio desde que comenzaron a ser dotados a principios de 1920.11
Antes de la reforma agraria, los habitantes de San Felipe residían, de
acuerdo a su categoría política, en cuatro tipos de asentamientos: la
cabecera municipal de San Felipe del Progreso, donde se asentaba
el cabildo y donde residía la población mestiza o no indígena del mu-
nicipio; los pueblos de indios con su propio órgano de gobierno y habita-

11
Aunque San Felipe del Progreso es el municipio con más población indígena del Estado de México y a
principios del siglo xx era un municipio principalmente indígena, en él no existen comunidades restitui-
das. Este rasgo es compartido por otros municipios del Estado de México en donde sólo existen 169 co-
munidades frente a 1 059 ejidos dotados hasta 1992 (Estadísticas Agrarias. Tendencias del campo mexica-
no. Procuraduría agraria, 2001). El predominio del ejido como forma de dotación, tanto en el Estado de
México como en el ámbito nacional, tiene razones de índole política y pragmática. La forma más rápida de
recibir tierras en dotación era en tanto ejido, puesto que la restitución era mucho más difícil de demostrar
legalmente. De acuerdo a Alonso y Nugent (1994), las peticiones de restitución eran frecuentemente recha-
zadas mientras que las peticiones de dotación, en tanto acto de justicia social, eran aceptadas puesto que
implicaban una lealtad política derivada del agradecimiento de los beneficiados.

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dos por población indígena perteneciente a la etnia mazahua;12 las


haciendas donde residían los administradores y capataces generalmente
mestizos, e integradas en muchos casos, por cuadrillas donde residían
los peones acasillados y que en algunos casos correspondían a los pueblos
de indios incorporados en la expansión de las haciendas;13 finalmente
los ranchos que eran asentamientos de propiedad privada habitados por
familias extensas de población mestiza que había adquirido la tierra de
los pueblos de indios (Margolies, 1975; Yhmoff, 1979).
Bajo el régimen posrevolucionario, la categoría política de pueblo de
indios desapareció dando paso a un nuevo orden político-administrati-
vo basado en un criterio que sólo consideraba el número de pobladores
y no su origen fundacional o componente étnico. En San Felipe, el re-
parto agrario comenzó con las demandas de Santa Ana Nichi y San
Antonio Mextepec, pueblos de indios desde la época colonial, que con-
siguen la dotación ejidal en 1919. En los años veinte se publicaron las
resoluciones presidenciales de la dotación de los ejidos de otros pue-
blos mazahuas: San Lucas Ocotepec en 1928, San Antonio Pueblo Nuevo
y San Pedro el Alto, en 1929. A principios del siglo xx, estos pueblos
conservaban un promedio de 85 hectáreas cada uno, habiendo sido
despojados de sus tierras comunales durante el siglo xix por la hacien-
da de Tepetitlán.14 Los años treinta fueron los más prolíficos en publi-
caciones de resoluciones presidenciales en San Felipe sobre todo
cuando se sumaron al reparto los peones de las haciendas, ranchos, e
incluso habitantes de la cabecera municipal quienes se desplazaron
12
Para una descripción detallada sobre la forma de organización política y social de los pueblos de indios
en el municipio colindante de Atlacomulco que puede dar una idea aproximada de lo que sucedía en San
Felipe del Progreso ver Bos (1998).
13
Hasta fines del siglo xix las tierras de San Felipe estuvieron concentradas como latifundios en seis ha-
ciendas que controlaban la producción de trigo, ganado y de zacatón de la región; entre éstas, tres, Tepe-
titlán, Providencia y San Onofre, fueron sumamente extensas con un promedio de 10 mil hectáreas cada
una y caracterizadas por una forma de producción, tipo plantación, para la explotación de la raíz de
zacatón que se exportaba a Europa y a EU (Margolies, 1975).
14
El pueblo de indios más grande del municipio en 1920 era San Antonio Pueblo Nuevo que conservaba
152 has. comunales, 96 de las cuales eran cultivadas por 297 familias (Yhmoff, 1979).

41

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hacia los ejidos recién dotados.15 Entre 1936 y 1938, 52 peticiones eji-
dales fueron aprobadas (Margolies, 1975).
En las primeras tres décadas del reparto agrario en San Felipe, 45
nuevos centros de población fueron creados. Los ejidatarios indígenas
de los nuevos asentamientos surgidos con la dotación de tierras se or-
ganizaron al estilo de los viejos pueblos de indios, construyendo sus
casas en torno a las iglesias y una plaza central. También empezaron a
funcionar y ser considerados como pueblos, las agrupaciones humanas
de ejidatarios, o no, que continuaron viviendo o empezaron a vivir en
torno a los cascos de las ex haciendas usaron como nombre el que había
tenido la hacienda, como Jaltepec, San Nicolás Guadalupe y San Jerónimo
Boncheté (Yhmoff, 1979).
La reforma agraria significó la repartición del 65% del territorio mu-
nicipal que en su mayor parte fue dotado a finales de los años cuarenta.
Entre 1917 y 1990 fueron creados 84 ejidos en San Felipe del Progreso,
con una superficie total de 38 586.32 hectáreas y 4 428 beneficiados
(cuadro 1).
Si analizamos la frecuencia en la distribución de las localidades según
el número de habitantes de una década a otra, observamos que desde la
dotación de los ejidos, estos no han dejado de crecer. En la década de los
años treinta se duplican las localidades de entre 100 a 300 habitantes,
lo que atribuimos a la dotación de los ejidos (gráfica 1).
En el año 2000, 63.41 por ciento de las 50 localidades más grandes
del municipio tuvieron como origen la dotación ejidal y 17 por ciento
los pueblos de indios que se reconvirtieron en ejidos al recibir tierras
en dotación (Archivo histórico de localidades, inegi).
El éxito del ejido como institución que estructuró el asentamiento
de la población de San Felipe se confirma si consideramos que en el

15
Desde 1934, el Código Agrario permitió a los peones de haciendas recibir ejidos en dotación. Muchos
de estos abandonaron las haciendas donde vivían y formaron poblados nuevos donde las tierras habían
sido dotadas.

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

año 2000, de 201 asentamientos que existen en el municipio, 114 se


asocian a un ejido. En 1990, 14.7 por ciento de los habitantes mayores de
18 años en San Felipe del Progreso son ejidatarios (VIII Censo ejidal,
inegi, 2001; VII Censo ejidal inegi, 1991) (cuadro 2).

El ejido: un hogar de migrantes temporales

Contrario al discurso agrarista de los políticos que elogiaron el rol cen-


tral del ejido en la economía rural, en San Felipe y muchos otros mu-
nicipios del Estado de México, el ejido ha jugado un papel secundario
en la economía de los hogares rurales. La principal razón es que la
tierra distribuida a los ejidatarios entre 1930 y la década de los años
sesenta fue, en su mayor parte, inadecuada e insuficiente para la agri-
cultura comercial. De acuerdo con el censo ejidal de 1990, 86.62 por
ciento de las tierras ejidales en San Felipe del Progreso eran de tempo-
ral y no contaban con sistemas de irrigación (VII Censo Ejidal, inegi,
1991). Además, la cantidad de tierra distribuida entre los campesinos
mazahuas fue, desde el primer reparto, insuficiente para el sustento de
una familia: en promedio menos de cinco hectáreas por ejidatario (Ri-
vera Herrejón, 2007).
El ejido, como forma de organización para la producción, significó
en San Felipe una involución desde el punto de vista tecnológico y
mercantil. La productividad diversificada y tecnificada de las hacien-
das ganaderas, de granos y de zacatón de San Felipe dio paso al retorno
del cultivo de maíz criollo para el autoconsumo doméstico. Con la do-
tación ejidal, la explotación de bosques y el cultivo de maguey fueron
suspendidos y los pastos fueron convertidos al cultivo del maíz. En la
década de los veinte, la fiebre aftosa llegó al municipio y gran parte del
ganado murió a consecuencia de ésta.
Lourdes Arizpe (1978), pionera en los estudios de migración rural-
urbana, quien tomó como caso de estudio un ejido de San Felipe del

43

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cuadro 1
Dotación ejidal en San Felipe del Progreso, 1917-1990
Año de dotación Núm. de ejidos Número de beneficiados Superficie dotada (ha)
1917 1 143 286
1920 3 143 286
1930 64 4 031 36 562.25
1940 14 249 1 644.92
1980 1 99 79.936
1990 1 49 299.2
Totales 84 4 428 38 586.32
Fuente: phina, http://app.ran.gob.mx/phina/

Gráfica 1
Distribución de frecuencias por tamaño de localidad
60
1900 1930 1960 1990 2000
50

40

30

20

10

0
0-100 101-300 301-500 501-800 801-1200 1201-1700 1701-2200 2201-2500 2501-3000 3001-3500 3501-4000 4001-3500

Fuente: Archivo histórico de localidades, inegi. http://mapserver.inegi.gob.mx/dsist/ahl2003/index.cfm

cuadro 2
Origen de las 50 localidades más grandes en sfp, 2000
Ejidos 63.41%
Pueblos 17.07%
Hacienda que se convirtió en ejido 9.76%
Villa o barrios de la cabecera 7.32%
Localidades de reciente creación 2.44%
Fuente: Archivo histórico de localidades, inegi.

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

Progreso, describió cómo desde los años cincuenta, una buena parte de
la población masculina y femenina del municipio tuvo que incorporar-
se en actividades extra-agrícolas a fin de conseguir ingresos moneta-
rios. Este también fue el caso del ejido de Portesgil.
El ejido de Portesgil nace en 1933 con la dotación de tierra que reci-
ben los peones de la hacienda de Tepetitlán y consta de 977 hectáreas
de tierras irrigadas. En su inicio este ejido estuvo dividido entre tierras de
pastizal (600 has. aproximadamente) y tierras de cultivo asignadas
a 275 jefes de familia. Las tierras de cultivo cuentan con un sistema de
riego, heredado de la hacienda de Tepetitlán, y fueron divididas en
parcelas de 3.3 hectáreas para la siembra de maíz criollo, y años más
tarde de maíz híbrido. De acuerdo a los ejidatarios más antiguos de
Portesgil, durante las primeras décadas de la reforma agraria, la pro-
ductividad del maíz era de menos de 800 kg por hectárea (entrevistas
en Portesgil, 2002).
La baja productividad, nulos canales de comercialización fuera de
dos tiendas monopolizadas por un cacique del que hablaremos en la
siguiente sección, y las pocas ganancias, fueron las razones principales
por las que los ejidatarios comenzaron a buscar fuentes alternativas
de ingresos. Desde los años cuarenta algunos habitantes de Portesgil
comenzaron a incorporarse como albañiles en la construcción de cami­
nos que conectarían la región con la ciudad de México. Primero en la
carretera que va de Toluca a Villa Victoria, luego de Toluca a Ixtlahuaca,
y finalmente de Atlacomulco a San Felipe del Progreso. Otra fuente de
ingreso fueron las grandes obras hidráulicas emprendidas para entubar
el río Lerma que abastecería de agua a la ciudad de México. La intro-
ducción de fertilizantes y herbicidas en la década de los años cincuen-
ta, aumentó la productividad de maíz pero no resolvió la necesidad de
ingresos monetarios, agravándola en cierta forma dado que los ejidata-
rios mazahua comenzaron a requerir dinero para comprar los insumos
que mejorarían el rendimiento de sus cosechas. En los años sesenta

45

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algunos otros ejidatarios de la región se incorporaron al “programa


bracero”.16 Gracias a este programa, varios habitantes del ejido se hicie-
ron de ahorros que reinvirtieron años después en la actividad agrícola,
comercial o en la vivienda en su comunidad de origen.
La alternativa más extendida y popular para los hombres y las mu-
jeres jóvenes de la zona fue la migración a la ciudad de México. Para
los hombres, el nicho laboral fueron las obras de construcción de la
ciudad en crecimiento. Los hombres dormían en la misma obra y pa-
saban ahí entre una semana y 15 días, para regresar a la localidad a
cumplir con sus labores agrícolas. Por su parte, las mujeres se inser-
taron en el servicio doméstico en las casas de la clase media urbana y
en el comercio informal en las calles de la ciudad de México (Arizpe,
1978; entrevistas realizadas entre ejidatarios mayores de 50 años en
Portesgil, 2005).
Otra alternativa que se desarrolló desde aquella época, y que hasta
hace pocos años resultaba la actividad económica no-agrícola más
practicada por los habitantes de Portesgil y de algunos otros poblados
cercanos, fue el comercio de jarciería. Su origen tiene que ver, de acuerdo
con la versión de algunos habitantes de Portesgil, con la iniciativa de
un habitante de este ejido, que habiendo inmigrado a la ciudad en los
años setenta, llevó fibra de metal al pueblo para ser procesada en la
localidad y luego ser vendida en otras regiones del país. El éxito de esta
actividad fue rotundo, a tal punto que en los años ochenta este individuo
pudo adquirir un tráiler de tres toneladas para recorrer el país distri-
buyendo la mercancía. En los años setenta una inmensa porción de la
población masculina se incorporó a dicha actividad y aún a finales de
los noventa, la actividad no-agrícola más practicada en Portesgil seguía
siendo la jarciería (Preibisch, 2000: 136). Esta actividad permitió a una

16
El programa bracero fue un acuerdo entre EU y México entre 1942 y 1964 para aceptar a trabajadores
mexicanos por periodos cortos en el trabajo agrícola e industrial norteamericano.

46

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

gran cantidad de jóvenes hacerse de un trabajo remunerado y reco­r rer


el país. Entre las regiones frecuentadas para la distribución de los pro-
ductos están el DF, Querétaro, Michoacán y Jalisco, aunque algunos
comerciantes afirmaron ir a regiones más distantes como Zacatecas,
Aguascalientes y Chihuahua. Algunas mujeres también se involucra-
ron, aunque nunca fueron tan lejos como los hombres y permanecieron
en el Estado de México e Hidalgo, regresando cada día a la comunidad
para cumplir con las labores domésticas (Preibisch 2000: 161). La tem-
poralidad de la actividad también variaba y dependía del destino de
venta: entre un ir y venir diario, cuando se trataba de localidades de la
región, a la ausencia durante una semana y hasta un mes, cuando el reco­
rrido llegaba al norte o sureste del país.
Las actividades extra-agrícolas practicadas por los habitantes de
Portesgil fuera de la localidad no impidieron que los migrantes regre-
saran al pueblo cada temporada para trabajar sus tierras y permanecieran
involucrados activamente en los asuntos del ejido. La migración tempo-
ral no erosionó la agricultura campesina. Al contrario, los migrantes la
subsidiaron llevando dinero y mano de obra para la producción de maíz
cada temporada (Preibisch, 2000; Appendini, 2008; Arizpe, 1978; Torres-
Mazuera, 2008). Según los relatos de los ejidatarios entrevistados en 2004,
una de las razones para regresar era su obligación de cultivar las tierras
ejidales. Hasta 1992 la Ley Agraria estipulaba que, para conservar los
derechos en el ejido, cada ejidatario tenía que trabajar la parcela con
sus propias manos.17 La segunda razón por la cual los migrantes maza-
huas mantuvieron el vínculo con su comunidad es que el ejido era su
principal ámbito de sociabilidad y esparcimiento.
Los ejidos no lograron convertirse en unidades productivas autosu-
ficientes, tampoco se integraron al mercado agropecuario. No obstante,
desde su creación se fueron consolidando como espacios res­idenciales

17
Es de señalarse que esta regla nunca se cumplió, tal como lo narra Nuijten (2003b).

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donde los migrantes invertían sus ahorros, construían sus casas y


criaban a sus hijos.18 De acuerdo con la narración de los habitantes
que en algún momento trabajaron fuera del ejido, siempre fue impor-
tante regresar a éste, si era posible cada fin de semana, para jugar
futbol, acudir a las fiestas familiares y patronales, así como para tra­
bajar sus tierras. Estos relatos revelan que el ejido fue sostenido con
los ingresos de los migrantes que lo valoraban como un espacio cen-
tral para su desarrollo personal y de sus familias (entrevistas de campo
en Portesgil, 2004, 2005).19

El ejido como enclave de la hegemonía ejidal

En San Felipe del Progreso, como en otras regiones del país, los ejidos
creados desde 1920 cambiaron profundamente la estructura de poder
local. Más allá de sus objetivos dirigidos a promover una justicia social
y mejorar las condiciones de vida de los campesinos, la reforma agraria
fue un recurso del gobierno federal para centralizar el poder político y
erosionar el control de la élite local en muchos casos antagonista a éste.
También fue una vía para la creación de una base política a nivel rural,
sólida e incondicional, conformada por los campesinos beneficiados
con la dotación, que se convirtieron en aliados leales del gobierno fe-
deral y del partido en el poder.
El ejido significó la reestructuración de los poderes locales ya que le
quitó importancia al ayuntamiento, al crear un nuevo actor social vincu­
lado de forma directa al Presidente de la República. La dotación de
tierras se desarrolló paralelamente a un conjunto de políticas protec-
cionistas hacia el sector ejidal provenientes del gobierno federal entre
18
Para la discusión de cómo el ejido nunca sirvió para el desarrollo económico ver también Arias (1992), Hoffman
(1997) y Gledhill (1993) en micro-regiones de Guanajuato, Veracruz y Michoacán, respectivamente.
19
Encontramos un recuento similar en Zendejas (1999) para la región de Michoacán donde los ejidos, a
pesar de la fuerte inmigración internacional, se mantienen como espacios privilegiados de organización
local, conservando su relevancia social a pesar del abandono de la actividad agrícola.

48

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

las que destaca la excepción fiscal a los beneficiarios de la repartición


agraria. De acuerdo con Aboites (2003), con esta reorganización, el
gobierno federal y en específico el Presidente de la República, logró
establecer un vínculo directo con los ejidatarios y erosionó la autoridad
del gobierno municipal y de la entidad federal.
Lejos de ser comunidades armoniosas, los ejidos fueron desde su
inicio espacios de confrontación entre distintas familias que buscaban
el control de los recursos. En muchos casos esto derivó en sistemas de
dominación de carácter autoritario ejercido por líderes empoderados
gracias a la dotación ejidal. De acuerdo con diversos autores, el control
caciquil de muchos de estos líderes agraristas fue parte de la organiza-
ción política y social fomentada por el gobierno posrevolucionario con
el fin de lograr la cohesión necesaria para darle estabilidad al país
(Buve, 2003; De la Peña, 1986; Gledhill, 2000; Knight, 2001; Pansters,
1997; Warman, 2001; Zárate, 2001). Carente de los mecanismos institu­
cionales centralizados para controlar el extenso y heterogéneo territorio
nacional, el gobierno federal y más en concreto el Presidente, se apoyó en
grupos y líderes locales agraristas que habían participado en la Revo-
lución y en el movimiento agrario para organizar la política de Estado.
Si durante la época independiente la disputa por el poder se dio entre
una diversidad de caudillos y caciques locales con un poder sujeto
a ciertos límites territoriales, al término de la Revolución mexicana la
inestabilidad política que reinó a todo lo largo del siglo xix comenzó
a estabilizarse gracias a una nueva forma de arreglo político que pode-
mos identificar como la hegemonía ejidal.
El gobierno posrevolucionario no eliminó a los líderes locales sino que
los convirtió en mediadores entre las comunidades rurales, débilmente
conectadas entre sí, y el gobierno federal, cuyo alcance en el ámbito
local fue restringido en un inicio. Los nuevos líderes agrarios, que con los
años se convirtieron en los principales intermediarios entre ejidos y
gobierno, fueron los responsables de hacer llegar a las comunidades los

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frutos de la Revolución, como la tierra, el acceso a las escuelas, los ca­


mi­nos y la irrigación. Estos caciques ejidales articularon los intereses
popu­l ares de sus localidades, ahora convertidas en ejidos, a los intere-
ses del Estado nacional y la economía capitalista. Con ello conformaron
la estructura del nuevo sistema político posrevolucionario (Harvey, 1990;
Joseph y Nugent, 1994; Rubin, 1997).
En San Felipe del Progreso el fin de la Revolución mexicana y la
entrada del agrarismo, una década después, marcan el inicio de una
época de cacicazgos mestizos e indígenas que hasta el día de hoy se
recuerdan como determinantes en la cultura política regional. Aunque
la continuidad de una forma de control político vinculado a los caci-
ques se prolongó hasta finales de los años setenta, éstos no fueron
siempre los mismos, así como tampoco el tipo de poder y mediación
ejercidos.

Un cacique ejidal: el caso paradigmático de Portesgil

La historia de Portesgil resulta un ejemplo paradigmático del tipo de


poder ejercido por un fuerte cacique ejidal y su transformación. El ejido
fue creado con los peones acasillados que trabajaban en la hacienda de
Tepetitlán y que iniciaron el movimiento en contra de los hacendados
con una huelga en 1926 exigiendo “no” a la reducción de las horas de
trabajo en la hacienda. Esta huelga fue el origen de un conflicto social
mayor, ya que los hacendados respondieron al paro laboral con repre-
sión y sanciones para los líderes del movimiento. Dos años después, el
descontento continuaba y fue entonces cuando, guiado por funciona-
rios de la Comisión Nacional Agraria (cna), los peones de la hacienda
realizaron la petición de reparto agrario para la creación del ejido “Plu-
tarco Elías Calles”. En 1930 el gobierno federal mandó una comisión
para levantar un censo agrario entre los peones de la hacienda, pero un
grupo de 50 personas, lideradas por Macario Durán, hijo de un capataz

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

mestizo de la hacienda y futuro cacique de Portesgil, se opusieron al cen-


so. La razón por la cual no deseaban el reparto agrario era el riesgo de
que su situación económica se deteriorara al perder su empleo en la
hacienda. Uno de los ejidatarios más viejos de Portesgil recuerda que
fue “un grupo de ingenieros agrónomos escoltados por soldados, ya
que aún prevalecían algunos pistoleros de la hacienda, el que se encargó
de planificar la dotación del ejido”. Después del censo hubo un conflicto
entre el grupo de los Durán, que se oponía al reparto y vivían en la pri-
mera cuadrilla, y los peones de la segunda cuadrilla que sí deseaban el
reparto. Sin embargo, en 1932 un grupo de peones de la primera cua-
drilla formaron un comité de administración ejidal encabezado por
Apolonio Ibarra, opositor a Macario Durán. Cuando la hacienda fue
expropiada en 1933 la repartición de la tierra se volvió irremediable y
dos ejidos fueron creados. La primera cuadrilla se convirtió en el ejido
de Portesgil, en tanto que la gente que pertenecía al segundo grupo fun-
dó el ejido Dolores Hidalgo (entrevista Pedro Herrera y Antolín Celote,
Portesgil, 2002, 2004).
Los primeros años que siguieron al reparto fueron de gran conflicto, ya
que los Durán se disputaban el control del ejido con los líderes agraristas.
Entre 1940 y 1950, hubo ocho asesinatos en el pueblo y tras el triunfo
de los Durán, liderados por el patriarca Macario, varias familias con-
trincantes fueron expulsadas del núcleo urbano del ejido. Desde prin-
cipios de los años cuarenta, Macario Durán tuvo el apoyo del gobierno
federal, y de acuerdo al cronista municipal Yhmoff (1979), el mismo
presidente Lázaro Cárdenas fue quien lo promovió para ocupar duran-
te un año la presidencia municipal de San Felipe, hasta entonces con-
trolada por la élite mestiza de la cabecera.
Durán ejerció un poder absoluto de 1940 a 1957, lo que le permitió
controlar las tierras de agostadero en Portesgil, disponer de 80 hectá-
reas de las tierras de uso común del ejido para su uso personal y, a
nivel microrregional, monopolizar la compra y venta de maíz y el co-

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mercio local en el valle de Tepetitlán.20 Su poder le permitió, también,


regir la vida social del ejido que incluía el derecho de “pernada”, los
permisos para matrimonio y la organización de todas las festividades
religiosas (Vizcarra, 2002; Yhmoff, 1979; información recolectada du-
rante estancia de campo, 2002, 2004, 2005).
El recuerdo que conservan los habitantes del ejido de Durán es am-
bivalente, aunque todos los entrevistados lo identifican como cacique y
lamentan el dominio violento y abusivo ejercido por éste,21 también lo
describen como un personaje notable que promovió la modernización
del poblado. Durán fue un cacique nacionalista (había una bandera
mexicana izada en su casa) que siguiendo los preceptos de la política
federal, concibió la educación rural como parte del proyecto de integra­
ción de los grupos indígenas a la nación. De ahí que bajo amenazas de
trabajo forzado o cárcel y en coordinación con los profesores rurales,
obligó a los jefes de familia del ejido a mandar a sus hijos a la escuela
(entrevista Pedro Herrera y Antolín Celote, Portesgil, 2002, 2004). En
su tienda colgaba un letrero que decía “Si la persona que lo acompaña
no sabe leer y escribir no debe estar aquí, debe estar en una escuela
‘cuartel obrería’”. También fue quien organizó la distribución y apro­
vechamiento de las tierras de cultivo y la urbanización ordenada del
ejido. Según un informante, Macario Durán promovió un plan de uso
diversificado de suelos con base en sus observaciones respecto a lo que
había dado buenos resultados para la hacienda de Tepetitlán.22 Parale-
lo a esto, fue responsable de la repartición del núcleo urbano de Portes-
gil entre 225 ejidatarios que recibieron 300 m 2 para la construcción de

20
El valle de Tepetitlán corresponde a la zona baja del municipio, siendo la continuación del valle de Toluca.
Es ahí donde se encuentran establecidas las localidades más pobladas del de San Felipe y donde las tierras
son más fértiles y cuentan con agua del río Lerma.
21
Se dice que tenía a su mando pistoleros que lo protegían y colaboraban en la coerción social (Pedro
Herrera, Portesgil, 2004).
22
Todas las haciendas de San Felipe poseían distintos tipos de tierra (tierras de cultivo, pastos y bosques)
y promovieron una producción de multicultivos determinada por las condiciones ecológicas de la región
(Margolies, 1975).

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

sus casas y solares. También estableció el trazado de las calles conside-


rando el tamaño de las banquetas y ciertas áreas comunes donde, tiem-
po después, se estableció la primera escuela primaria, el kiosco y la
casa ejidal (entrevista Asunción Díaz, Portesgil, 2002).
De manera similar a los hechos narrados por P. Friederich (1986)
en Naranja, durante el mandato de Durán, la asamblea ejidal estuvo
controlada por éste con ayuda de sus familiares y dos familias cerca-
nas, los Guadarrama y los Romero, que monopolizaron todos los car-
gos de auto­r idad, como la delegación (autoridad civil) y las mayordomías
(entrevista Canuto Jerónimo, Juan Reyes, Antolín Celote, Pedro He­
rrera, Portesgil, 2002, 2004). En Portesgil, los Durán, Romero y Gua-
darrama seleccionaban los candidatos para las planillas, tanto del
comisariado ejidal como de la delegación, en ambos casos afiliados al
pri. Como algunos ejidatarios recalcaron, la gente en el ejido sabía de
antemano que las decisiones de quienes serían elegidos en las votacio-
nes para delegado y comisario ejidal estaban predeterminadas, por lo
que participaban mínimamente.23 Este tipo de dominación fue com-
patible con la relación corporativista que el gobierno del pri promovió
y fortaleció en los ejidos a través de la cnc a nivel local.24

De cacique exclusivo a mediador privilegiado

El crecimiento demográfico y la imposibilidad de continuar el reparto


agrario en los años sesenta, obligó a muchos jóvenes, hijos de ejidatarios
que no recibieron tierra ejidal, a emigrar en busca de trabajo. Estos indivi-

23
Es de señalarse que hasta los años ochenta el delegado prácticamente no tiene ningún poder y era una
figura secundaria. Era el comisario ejidal el principal mediador con el gobierno federal. El contacto de los
ejidos y el ayuntamiento era mínimo debido al poco presupuesto con el que contaba éste último, como se
describirá con más detalle en el siguiente capítulo.
24
Durante más de cuatro décadas, la piedra angular del corporativismo rural de México fue la Confedera-
ción Nacional Campesina (cnc). Creada en 1938 por el presidente Lázaro Cárdenas se convirtió en la más
fuerte organización local del pri en los años siguientes. La afiliación a la cnc era obligatoria para los ejida-
tarios quienes representaban más de 98% de su composición total (Chevalier, 1966).

53

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duos que salieron de sus comunidades en busca de fuentes de ingreso y,


en algunos casos, huyendo de la represión y la censura ejer­cida por caci-
ques como Durán, fueron también quienes cuestionaron su poder.25 El
proceso fue gradual, no siempre como confrontación abierta, y más bien
como consecuencia de ciertos cambios introducidos por estos jóvenes que
comenzaron a invertir sus ahorros en tiendas de abarrotes, o introducir
maquinaria para mejorar la cosecha de maíz. Estos jóvenes hablaban flui-
damente el español y con estudios de primaria, y algunos de ellos incluso
con secundaria, lograron convertirse en intermediarios entre sus localida-
des y los funcionarios del gobierno federal y estatal dando fin a la media-
ción exclusiva ejercida por los caciques ejidales. Un ejemplo concreto es
Francisco Reyes, que en los años sesenta se incorporó al plan bracero y
emigró a los Estados Unidos por algunos meses donde consiguió los recur-
sos suficientes para poner una tienda de abarrotes en Portesgil haciéndole
competencia a Durán (entre­v ista Juan y Lourdes Reyes, Portesgil, 2002).
En 1957, Durán fue expulsado de Portesgil cuando un grupo de 200
hijos de ejidatarios sin tierra, la mayor parte de ellos migrantes tempo-
rales a la ciudad de México, se organizaron en el movimiento llamado
“Frente zapatista” para exigir la repartición de las tierras de la cañada
controladas por Durán. El movimiento fue exitoso y el envejecido Durán
tuvo que ceder, reconociendo el fin de su dominio (entrevista Canuto
Jerónimo, Asunción Díaz, Antolín Celote, Portesgil, 2004).
La salida de Durán de Portesgil no significó el fin de los caciques
ejidales pero sí un decremento en el grado de su poder. Durante la se-
gunda mitad de los años setenta, el gobierno del estado, con fondos fe-
derales, electrificó Portesgil, pavimentó su calle principal, introdujo el
agua potable y abrió una secundaria agropecuaria. Paralelo a estos cam-
bios en la vida del ejido, los ejidatarios comenzaron a recibir créditos de

25
Esta es también una de las explicaciones que ofrece Lourdes Arizpe a la migración de mazahuas a la
ciudad de México.

54

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

Banrural para el establecimiento de una cuenca lechera, la cría de puer-


cos y la adquisición de tractores. Finalmente, como parte de este vasto
proyecto de desarrollo, una bodega de Conasupo-Boruconsa 26 fue ins-
talada y el Instituto Nacional Indigenista comenzó una campaña de for-
mación de “maestros bilingües”, ofreciendo becas que incorporaron a
un gran número de jóvenes del ejido (entrevista con Juan Reyes, Portes-
gil, 2004).27 Los cambios experimentados en Portesgil no son particula-
res a este ejido, sino que fueron parte de un cambio mayor promovido
bajo el mandato de Carlos Hank González (1969-1975) y Jiménez Cantú
(1975-1981).28 Fue en este periodo cuando se destinó el mayor porcen-
taje de presupuesto estatal al desarrollo agropecuario en el Estado de
México. Al inicio del periodo 1969-1975 se fundó el Instituto de Desa-
rrollo Agrícola y Ganadero del Estado de México, dagem. Entre sus pro-
yectos se encontraba el Plan maíz, el Plan porcino, el Plan Calpullis y el
Plan de comercialización agropecuaria que tendrían gran impacto polí-
tico, económico y productivo en la región (Mendoza, 1979).29 También

26
La Compañía Nacional de Subsistencias Populares, Conasupo, fue creada en 1961. Hasta su casi desapa-
rición en los años noventa, controló el comercio de 12 productos agrícolas entre los que destacan el fríjol,
maíz, trigo y el sorgo tanto en importaciones como exportaciones. También estuvo encargada de la comer-
cialización y aprovisionamiento de estos productos al controlar las bodegas y tiendas de abasto rurales y
urbanas en zonas marginadas, a través de sus filiales como Boruconsa, Diconsa y Andsa (Canabal y Flores,
1998). En Portesgil una bodega de acopio de maíz de Boruconsa fue instalada en 1978 y funcionó hasta
1985. Ésta generó algunos conflictos entre distintos individuos que deseaban tener un control sobre ella.
En el capítulo 6 se hablará más en detalle sobre las dinámicas de poder que generó.
27
El programa consistía en una beca para estudiantes indígenas que durante tres años hacían la secundaria
en un internado y se formaban como profesores de educación básica.
28
Los gobiernos de Carlos Hank González (1970-1976) y Jiménez Cantú (1976-1982) significaron una
ruptura respecto a los gobiernos anteriores en la medida en que manejaron un presupuesto mucho mayor
que cualquier otro gobernador anterior, el cual provenía de una reforma fiscal que les permitió recaudar
los impuestos de la industria instalada en el Estado de México (Hernández Rodríguez, 1998). El producto
interno bruto del estado de México pasó de 33 688 millones de pesos en 1970 a 86 844 en 1980, lo que
representó una tasa de crecimiento del 10.7%. Este aumento de recursos les permitió a ambos gobernadores
poner en marcha una serie de proyectos de desarrollo estatal, una mayor participación presupuestal para
los municipios que se materializó en la remodelación de los pueblos y la creación de un departamento de
desarrollo rural, Sedagro, que puso en marcha un plan estatal de desarrollo agropecuario con múltiples
programas de apoyo a la agricultura.
29
El Plan de Maíz tenía como objetivo aumentar las áreas de cultivo de maíz con inversiones intensivas y
semillas mejoradas. El programa proporcionaba crédito, insumos y asistencia técnica a los pequeños produc-
tores, principalmente ejidatarios, para cultivar maíz híbrido. La cúspide del plan fue el año 1972 cuando

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coincide con la política indigenista promovida durante el mandato del


presidente Luis Echeverría (1970-1976) cuando el Instituto Nacional
Indigenista recibió un fuerte impulso gubernamental, expandiendo su
cobertura, de 15 centros coordinadores indigenistas, a 58, y de 1 601
escuelas rurales en zonas indígenas, a 2 221 (Hernández Arango, 2001).
Durante este periodo la forma de hacer política en el Estado de México
se transformó, en la medida en que el gobernador del estado comenzó a
establecer un trato directo con los líderes ejidales que actuaban como
mediadores entre los productores ejidales y los programas guberna­
men­t ales que llegaba a sus comunidades.30 Los nuevos programas de
desarrollo introducidos desde 1969 inauguraron una relación cliente-
lar entre el gobernador y los ejidos a través de los comisarios ejidales
que los asignaban de forma discrecional e individualizada.31 Fue así que
en Portesgil consolidó su poder un nuevo líder: Canuto Jerónimo, sur-
gido de un segundo movimiento de los hijos de ejidatarios sin tierra
que reclamaron en 1970 la parcelación de “la presa”, una extensión de
las tierras ejidales de 25 hectáreas de agostadero.
Canuto Jerónimo pudo establecer una buena relación con Hank
González, a quien conoció durante su campaña como candidato a la
gobernatura, cuando Jerónimo buscaba la ampliación del ejido de Por-
tesgil. Gracias a su vínculo con el gobernador, en 1969 Jerónimo se

llegó a cubrir 459 616.05 hectáreas, que corresponden a más del 80% de la tierra en todo el estado, y bene-
fició 68 252 agricultores (Mendoza Vargas, 1979). Por otra parte, en 1975 dagem otorgó créditos para cons-
truir 537 granjas con una capacidad para 50 cerdos, y ese mismo año se inició el plan de “graneros del pue-
blo”. Éste consistía en tiendas de maíz y frijol repartidas entre 20 localidades, una de las cuales se estableció
en San Felipe del Progreso. Su objetivo era asegurar un precio garantizado a los ejidos, así como conservar y
gestionar las reservas locales. Años más tarde, estas tiendas se sumarían al programa federal de la Conasupo
(Compañía Nacional de Subsistencias Populares, S.A.). (Mendoza Vargas, 1979; Vizcarra, 2001).
30
Hasta ese momento era el Presidente de la República quien establecía una relación con los caciques eji-
dales a través de los funcionarios de la Secretaría de la Reforma Agraria. El cambio de relación, que supuso
una mayor cercanía del gobernador con los líderes locales fue específico al Estado de México y la forma de
gobierno de Hank González.
31
Aunque los programas de desarrollo rural de esa época se presentaban como de cobertura universal,
nunca llegaban a la totalidad de los posibles beneficiados, como se verá en detalle en el capítulo 6.

56

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

convirtió en el mediador del Plan porcícola en Portesgil, uno de los


programas con más presupuesto estatal que llegó a la localidad. Según
me explicó en una entrevista, como líder ejidal su tarea era movilizar
a “su gente”, esto es a los ejidatarios beneficiarios del programa, cuando
el gobernador lo requería. Canuto recuerda que en los años setenta “la
gente era como borreguito; uno le decía, ‘vamos’ y ellos iban” (entre­v ista
con Canuto Jerónimo, Portesgil, 2004).
Canuto Jerónimo no logró afianzar su poder para convertirse en un
cacique de la talla de Durán. Sus limitantes tuvieron que ver con su
incapacidad de ser el mediador exclusivo del ejido, y con un cambio
estructural en las relaciones de poder a nivel local.
A partir de los años ochenta el ayuntamiento comenzó a desplazar al
ejido en tanto canal de mediación con los niveles superiores de gobier-
no federal. Ya desde tiempos de Hank González, el ayuntamiento iba
cobrando mayor importancia y recursos, lo que hizo mucho más atrac-
tiva la participación en los puestos de elección popular por el ayunta-
miento, proceso que se consolidó a partir de 1983 con la reforma del
Artículo 115 (Castro, 2003). La profesionalización e institucionalización
en el acceso a ciertos puestos dentro del gobierno municipal y estatal no
permitieron la entrada a líderes como Jerónimo, que sólo contaban con
formación de primaria, quedando excluidos de lo que se convertiría en
la mayor riqueza municipal: la tesorería del ayuntamiento.
Paralelo a este proceso, las nuevas demandas de los habitantes rurales
por servicios urbanos, muchas de estas canalizadas y expresadas por
asociaciones de migrantes dedicadas a promover las mejoras en los eji-
dos, permitieron el surgimiento de líderes no forzosamente ligados a la
estructura de poder ejidal. Los caciques o autoridades ejidales perdie-
ron aún más poder cuando a mediados de los años ochenta disminuyeron
los recursos gubernamentales dirigidos a la actividad agropecuaria. Esta
situación se reforzó en la década de los noventa, cuando se dio por ter­
minada la reforma agraria.

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El final de la hegemonía ejidal en San Felipe del Progreso

Fin de los subsidios a la agricultura y la reforma al Artículo 27

Desde los años noventa la participación del gobierno estatal y federal en


el desarrollo de la actividad agrícola se volvió restringida. La firma del
Tratado de Libre Comercio de América del Norte (tlcan) en 1994, dio fin
a muchas de las políticas económicas que habían protegido al sector
campesino por la vía de subsidios, créditos y distintos programas de
desarrollo.32 Entre 1982 y 2001, la inversión pública en el sector agrícola
se redujo 95.5 por ciento, el gasto público descendió 73.3 por ciento y
el crédito rural 50 por ciento (Gómez Cruz y Schwentesius, 2003). Es
entonces, que se inició la descentralización del presupuesto del gobier-
no federal y la consolidación del municipio como base del poder local.
Si el discurso del Estado posrevolucionario había hecho de los cam-
pesinos los “hijos predilectos” del régimen vía el propio Presidente de
la República, las reformas estructurales de los años noventa los convir-
tieron en un sector residual cuyo destino deseable era su desaparición.
El modelo de intervención estatal que en los setenta promovió el desa-
rrollo agropecuario por medio de políticas proteccionistas, fue susti-
tuido por un modelo dirigido a la liberalización económica que orientó
sus políticas de intervención hacia los sectores más vulnerables de la
población afectados por la apertura comercial. Dicha transformación
ha tenido consecuencias sustanciales en la economía agrícola en San
Felipe del Progreso y en el resto de los municipios rurales del país.

32
Para una descripción minuciosa de este proceso y sus consecuencias sobre la productividad agropecua-
ria, los ejidatarios y sus hogares, y las nuevas dinámicas en el campo mexicano ver la colección de ensayos
en los libros editados a finales de 1990: The Transformation of Rural Mexico. Reforming the Ejido Sector
(1998), editado por W. Cornelius. El libro editado por R. Snyder (1998), The future Role of the Ejido in Rural;
Randall Laura (ed.) (1999), Reformando la reforma agraria mexicana; De Janvry, Gordillo y Sadoulet (1997),
Mexico’s Second Agrarian Reform. Household and Community Responses (1996); H. Tejera y H. de Grammont
(coord.) La sociedad rural mexicana frente al nuevo milenio. Así como los libros y ensayos de Aitken (1996);
Appendini y Hansen (1994) y Barros (2000).

58

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

Entre 1970 y 2000 la población económicamente activa de San Feli-


pe del Progreso dedicada a la agricultura pasó de 78.3 a 32.8 por cien-
to de la población. Entre 1990 y el 2000, el censo de población muestra
una caída neta de 4 500 personas trabajadoras del sector agrícola en
San Felipe (cuadro 3).
cuadro 3
pea en sector primario. Comparativo
Población económicamente activa en sector primario (porcentajes)
1970 1980 1990 2000
Nacional 41.8 36.5 23.5 16.1
Estado de México 30.3 15.3 8.7 5.3
sfp 78.3 64.2 50.4 32.8
Portesgil 84.9 71.2 21.5 7.3
Fuente. Censos de población y vivienda varios años. inegi

Gráfica 2
Actividades económicas según sector de actividad, sfp, 2004.
90
Sector 1 Sector 2 Sector 3
80
70
60
50
40
30
20
10
0
Cabecera Municipal

Calvario del Carmen

Dolores Hidalgo

Ejido San Pedro el Alto

Emilio Portes Gil

Purísima Concepción
Mayorazgo
Rioyos Buena Vista

San Agustín Mextepec

San Antonio de las Huertas

San Jerónimo Boncheté

San Juan Jalpa

San Lucas Ocotepec

San Miguel la Labor

San Nicolás

San Pedro el Alto

Santa Ana Nichi


(centro y ejido)

Fuente: Plan de desarrollo municipal, San Felipe del Progreso, 2006.

59

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El abandono de la actividad agrícola es más acentuado en algunas


localidades del municipio donde menos de ocho por ciento de la pobla-
ción se inserta en el sector primario, como el caso de Portesgil (ver
gráfica 2).
En el año 2000, sólo 129 personas de un total de 2 015 en edad de
trabajar en Portesgil se encontraban involucradas en la actividad agrí-
cola (Microdatos inegi, 2001). Lo que significa que la mayoría de los
ejidatarios de Portesgil con una parcela registrada en el ejido no traba-
jaron sus tierras en ese año dejando de estar interesados en los asuntos
agrarios. En la actualidad el cultivo del maíz en este ejido se ha conver-
tido en una actividad de viejos, mujeres o de fin de semana para profe-
sionistas rurales. Esta transformación la podemos atribuir a la pérdida
de valor comercial del maíz. A medida que el precio del maíz cae, los
habitantes masculinos y hablantes de español han abandonado la agri-
cultura para incorporarse en otras actividades de ingresos más remu-
nerativos en distintos sectores de actividad económica. El vacío de
mano de obra en la agricultura ha sido suplido por las mujeres maza-
hua de la localidad (Preibisch, 2000).33
Hoy en día son muy pocos los productores de Portesgil que cultivan
más de tres hectáreas, e inexistentes aquellos que viven exclusivamen-
te de esta labor. En Portesgil observamos la consolidación del valor
residencial de la tierra sobre todo cuando las parcelas están cercanas al
núcleo ejidal o a las vías de comunicación y son susceptibles de recibir
servicios.

33
Vale la pena recalcar que en San Felipe del Progreso, donde la identificación étnica no forma parte de la
identidad política, ser mazahua equivale a ser pobre y marginado. Aquellos que se identifican como maza-
huas, son los que no tienen la opción de identificarse con los mestizos ya que no hablan español. En
consecuencia, no es coincidencia que las mujeres y los mazahuas son los únicos que continúan sembrando
maíz criollo, que es la actividad económica más marginal del ejido. Para más información al respecto,
véase Preibisch (2000) y Vizcarra (2001).

60

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

La Ley Agraria de 1992 y el fin del ejido como institución


reguladora del acceso a la tierra

El nuevo marco legal implementado el 6 de enero de 1992 con la refor-


ma del Artículo 27 transformó varias de las reglas del juego que hasta
entonces habían regido en comunidades y ejidos. Los cambios promovi-
dos por esta reforma alteraron, en mayor o menor medida, las tramas de
relaciones sociales entretejidas en torno a las formas de tenencia de la
tierra a nivel local forjadas con base en las legislaciones agrarias deroga-
das. También han transformado muchas de las funciones desempeñadas
por la asamblea ejidal y sus órganos de representación que, por distintas
razones han perdido poder y autoridad, como veremos a continuación.
Hasta 1992 la única categoría social con reconocimiento legal ante
el Estado, en cuanto a la posesión de la tierra ejidal, era la de ejidatario.
Éste era el único que gozaba del derecho a usufructuar la tierra, parti-
cipar en la asamblea y decidir sobre los asuntos del ejido. El número de
ejidatarios por ejido era fijo e invariable, establecido en la resolución
presidencial que dotaba o ampliaba al ejido en cuestión. De ahí que para
convertirse en ejidatario en un ejido dotado era necesario que hubiera
una “vacante” que se pudiera ocupar, lo cual sucedía con cierta regula-
ridad.34 Las razones de la baja de un ejidatario podían ser diversas: que
éste hubiera muerto, emigrado o que hubiera dejado de trabajar la tierra
con sus propias manos; globalmente estos actos se condensaban en el
hecho de “haber abandonado el cultivo personal de las unidades de
dotación por más de dos años consecutivos”. Junto a estas razones con
reconocimiento legal, había otras ilegales, pero con aceptación local: la
venta de parcelas o la conflictividad de un ejidatario podía conducir
a que fuera expulsado del ejido. De esta forma era posible dar de baja a

34
También podría suceder que la sección del ejido dedicada a las tierras de uso común se parcelasen, como
sucedió en Portesgil, y fueran asignadas a un grupo de personas que se convertían en ejidatarios.

61

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ciertas personas para dar de alta a otras interesadas en convertirse en


nuevos ejidatarios. Por lo general los principales interesados eran aque-
llas personas que llevaban cierto tiempo trabajando la tierra del ejido,
en tanto “parceleros”, “posesionarios” o “comuneros” autorizados por la
asamblea y comisaría ejidal, pero sin derecho a participar en la asam-
blea. La privación de derechos e incorporación de nuevos ejidatarios
eran procedimientos legalizados cada cierto tiempo por el gobierno, que
realizaba “investigaciones usufructuarias” a fin de actualizar el padrón
de ejidatarios y expedir los certificados agrarios para los recién incor-
porados (Baitenmann, 1998; Nuijten, 2003b). Es así que, desde la pers-
pectiva de los ejidatarios, a pesar de las interdicciones legales respecto
al número de ejidatarios, siempre había la posibilidad de incluir a nue-
vas personas y más aún, prevalecía la idea de que los ejidatarios, como
grupo, tenían el control sobre estas altas y bajas, y más ampliamente
sobre el acceso a la tierra. En este contexto el comisario ejidal era quien
decidía sobre la entrada de nuevos ejidatarios o posesionarios informa-
les, lo que le redituaba en poder personal.
La ley de 1992 vino a transformar esta práctica de inclusión/exclusión
dirigida por la asamblea ejidal ya que, por un lado, finalizó las investi-
gaciones de usufructo, y por otro, otorgó autoridad a la asamblea para
decidir respecto a la aceptación de más sujetos agrarios y con ello la
posibilidad de ampliar la comunidad ejidal. La ley de 1992 reconoció,
además, aquellas personas en posesión de la tierra, hasta entonces sin
la calidad de ejidatarios,35 y creó la calidad agraria de posesionario.
También le dio a la figura de avecindado el derecho a adquirir una par-
cela ejidal. Los avecindados y posesionarios son nuevos sujetos agrarios
con derecho a la tierra ejidal pero sin voz y ni voto en la asamblea.
35
En muchos ejidos del país, existían casos de hijos de ejidatarios en posesión de una parcela ejidal pero
sin la calidad agraria. Esto sucedía entre otras razones porque la ley prohibía la división de la unidad de
dotación que sin embargo en muchos casos estaba conformada por más de una parcela. Es así que muchos
ejidatarios de manera informal habían dado acceso a estas parcelas a más de un hijo, que sin posibilidad
de heredar el derecho agrario y la calidad de ejidatario permanecía en posesión informal de la parcela.

62

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La reforma del Artículo 27 tuvo también por objetivo ampliar los
derechos de propiedad a los campesinos y permitirles el dominio pleno
sobre sus tierras. Una tarea eminente para la definición clara de los
derechos de propiedad fue el ordenamiento de la propiedad rural de
los beneficiarios de la distribución de la tierra bajo la reforma agraria.
Para ello se estableció en 1993 un nuevo marco institucional en materia
agraria: el Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación
de Solares (Procede). Los objetivos de este programa fueron constatar los
límites físicos de los ejidos y de las comunidades, asignar y delimitar la
tierra dentro de los núcleos agrarios –ya fueran parcelas individua­
les, tierras de uso común o solares en el núcleo urbano– y confirmar a
los titulares con derecho agrario, un conjunto de derechos que no sólo
se refieren al acceso a la tierra sino en la toma de decisiones del ejido y
la comunidad.
Desde el paso del Procede, el número de sujetos agrarios, esto es
ejidatarios, posesionarios y avecindados ha crecido. En la mayoría de
los ejidos de San Felipe del Progreso, la decisión de las asambleas ejidales
fue la de aceptar a nuevos miembros en tanto posesionarios y avecinda­
dos y no en tanto ejidatarios que tendrían participación en la asamblea.
En algunos ejidos como Portesgil la decisión fue, incluso la de reducir
el número de ejidatarios que el establecido en la dotación del ejido, y
ampliar el padrón de sujetos agrarios, reconociendo sólo como posesio-
narios a aquellas personas en posesión de parcelas ejidales.36
En el año 2000, a nivel municipal habían sido reconocidos 24 885
posesionarios, número que duplica los 11 547 ejidatarios que integran
los ejidos de San Felipe. En algunos ejidos con un crecimiento pobla-
cional elevado, los posesionarios cuadruplican el número de ejidatarios
(VIII Censo ejidal, inegi, 2001).

36
De los 275 ejidatarios beneficiados en 1933, Procede sólo reconoció a 171 ejidatarios. El resto de los
miembros del ejido fueron reconocidos como posesionarios. Ya se verán las consecuencias en términos
identitarios y de relación de poder que esta decisión ha tenido en Portesgil, en el capítulo 4.

63

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cuadro 4
Población, posesionarios y ejidatarios en cinco ejidos
de San Felipe del Progreso, 2007
Portesgil Dolores San Lucas Santa Ana San Pedro
Hidalgo Ocotepec Nichi el Alto
Población en la localidad 3 076 3 033 3 361 3 264 4 230
Núm. Ejidatarios 254 146 167 226 380
Núm. Posesionarios 423 300 525 800 850
Fuente: Trabajo de campo sfp, 2007.

El número creciente de personas con derechos a la tierra, como po-


sesionarios y avecindados, ha causado confusión e incluso indiferencia
acerca de quién tiene el derecho y la obligación de participar en la asam­
blea ejidal. El ejido se ha vuelto un organismo de toma de decisiones
en el que la mayoría de la población está excluida o no está interesada en
involucrarse. En la actualidad la participación en las asambleas ejidales
es muy escasa, y de acuerdo a los comisarios ejidales de cinco ejidos de
San Felipe, donde fueron realizadas entrevistas en 2007, sólo entre 25
y 35 ejidatarios, o menos de 20 por ciento del total, asisten regularmen-
te a las asambleas. Aunque la reforma del Artículo 27 se propuso darle
más poder a la asamblea ejidal, ésta ha ido perdiendo fuerza política
paulatinamente. De acuerdo con los comisarios ejidales de los ejidos
estudiados, las asambleas se convocan esporádicamente, solamente
para tratar temas referentes a conflictos de linderos entre ejidatarios,
asuntos relativos a los canales de irrigación, el riego y las cosechas. Las
asambleas ejidales ya no tienen el control que tuvieron en décadas pa-
sadas sobre los recursos que llegaban a los ejidos.
Desde otra perspectiva, el aumento del número de personas con acceso
a la tierra ejidal ha implicado también un incremento en el número de
parcelas y la consecuente fragmentación y disminución en la superficie
cosechada. La agricultura se convierte en una actividad residual. Una

64

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

vez más el caso de Portesgil es un ejemplo ilustrativo de esta situación.


Desde los años ochenta y debido a la imposibilidad de ampliar el ejido,
los “ejidatarios auténticos” o ejidatarios que recibieron completa la uni-
dad de dotación, comenzaron a dividirla entre sus hijos. Este proceso
que ha transformado la constitución original del ejido de Portesgil (de
3.3 has. por ejidatario ha pasado a menos de una), fue institucionaliza-
do en 1996 cuando el programa de Procede entró en vigor. El resultado
de la titulación de las parcelas dio por resultado un total de 171 ejida-
tarios y 460 posesionarios con parcelas que no pasan de una hectárea
(phina, http://app.ran.gob.mx/phina/; Información recolectada duran-
te estancia de campo, 2002, 2004, 2005).

cuadro 5
Cuestionario a comisarios ejidales en cinco ejidos de sfp, 2007
Emilio San Pedro Santa Ana San Lucas Dolores
Portes Gil el Alto Nichi Ocotepec Hidalgo
Reuniones de la 1o2 Cuando Cuando Cuando se 1o2
asamblea ejidal al año se necesitan se necesita necesitan
1o2 1o2
Asistencia promedio 25-30 22-30 35-50 15-25, 25-30
a la asamblea mayoría
mujeres
Número de parcelas 25 13 No sabe No sabe 10
vendidas de acuerdo comisario comisario
al comisario ejidal
Parcelas heredadas 0 0 0 0 0
a no familiares
Fuente: Información recolectada durante estancia de campo, 2007.

La Ley agraria de 1992 legalizó la venta y renta de parcelas entre


ejidatarios y residentes del ejido e hizo innecesaria la intervención de
las autoridades agrarias. Hoy en día la enajenación de las parcelas eji-
dales es posible con la única condición de que ésta se realice entre

65

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G a b rie la To r r es -M azuer a

ejidatarios o avecindados del ejido.37 Las nuevas reglas para la enajena-


ción de parcelas han vuelto prescindibles a los comisarios ejidales. En
los ejidos donde realicé trabajo de campo, ninguno de los comisarios
ejidales entrevistados tenía conocimiento del número exacto de parcelas
vendidas en sus ejidos. Existe una división dentro de las asambleas
ejidales y poca información acerca de quiénes venden y compran par-
celas. De acuerdo con los comisarios ejidales de Portesgil y Dolores
Hidalgo, en la asamblea ejidal del año 2000 había un acuerdo en torno
a no vender tierras ejidales a foráneos (no residentes del ejido); sin em-
bargo, este compromiso no ha sido cumplido por muchos ejidatarios.
Este conjunto de cambios en las reglas de inclusión al ejido ha con-
tribuido, en el caso de Portesgil y otros ejidos del municipio, a desem-
poderar a la asamblea ejidal y sus órganos de representación. También
ha dado fin a una de las principales funciones de la asamblea ejidal
y sus órganos de representación, esto es la regulación en el acceso a la
tierra. A la nueva legalidad agraria, se añade el fin de los subsidios a
la agricultura por parte del gobierno estatal y federal, lo que ha contri-
buido a que los comisarios ejidales pierdan su rol de intermediarios
privilegiados entre autoridades de gobierno estatal y federal.38 En 2007
esta situación es evidente si consideramos que las autoridades ejidales
no tenían el control sobre los programas de desarrollo rural de la Se-

37
La transacción tiene que ser notificada con 30 días de anticipación a la familia del enajenante (cónyuge
e hijos mayores de 18 años), para que puedan gozar de su derecho del tanto y tiene que ser objeto de un
contrato escrito firmado por el enajenante, el adquiriente y dos testigos. Este contrato debe de ser validado
en el Registro Agrario Nacional (ran) (Ley Agraria, arts. 23, 34, 47, 80 y Reglamento interno del Registro
Agrario Nacional.
38
Es de señalarse que el poder de las autoridades ejidales era relativamente independiente de la actividad
económica asociada a la agricultura. En la década de los años setenta la superficie cultivada en San Felipe
era de 23 811 hectáreas. Para entonces, los comisarios ejidales todavía tenían el control absoluto del ejido y
su núcleo de población. A principios de 1990 la producción de maíz se había triplicado a 78 480 hectáreas
y la productividad había aumentado gracias a los fertilizantes y herbicidas; sin embargo, en ese momento
la resistencia abierta a la autoridad ejidal había estallado en la mayoría de los ejidos de San Felipe (Sección
Presidencia, vol. 53, año 1967-1973, Censo Agropecuario, inegi, 1991).

66

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

cretaría de Desarrollo Agrario (Sedagro) y el programa Procampo, en


Portesgil y en el ejido vecino de Dolores Hidalgo.39

La división religiosa al interior de los ejidos

Un último factor que ha contribuido al fin de la hegemonía ejidal es la


llegada de grupos protestantes a la región mazahua en la década de los
años sesenta. La conversión de personas y familias de los ejidos de San
Felipe al protestantismo, además de la búsqueda personal de una fe,
puede ser interpretada como la forma de escapar al control de autori-
dades ejidales entrelazado con las mayordomías.
El protestantismo comenzó a enraizarse en los ejidos de San Felipe
incorporando familias que solían ser católicas pero que estaban des-
contentas con el control de los mayordomos. El cargo de mayordomo
estuvo asociado a puestos civiles y ejidales, y siendo hereditario, sólo
un número limitado de familias lo ocupaban.40 Muchas familias de mi-
grantes sin tierras comenzaron a sentirse excluidas de las celebracio-
nes en la fiesta de San Isidro Labrador, la principal celebración católica
en Portesgil y otros ejidos, y vieron en el protestantismo una alternati-

39
En San Felipe del Progreso, cada programa de desarrollo rural a nivel local es informalmente controlado
por un líder que actúa como intermediario entre las autoridades federales, estatales o municipales y los
beneficiarios del programa. La base de este control es la información. Los líderes locales crean la impresión
de que tienen el poder para incluir o excluir a personas de los programas, y de hecho, pueden ser capaces de
hacerlo debido a las muy frecuentes prácticas irregulares de los beneficiarios. En Portesgil, por ejemplo, los
ejidatarios han dejado de cultivar maíz o cualquier otro alimento básico, el primer requisito del programa
Procampo, pero continúan recibiendo el dinero en efectivo del programa. El contralor de Procampo tam-
bién ayuda a los familiares de los ejidatarios si un ejidatario fallecido no deja testamento. En ese sentido,
el contralor de Procampo ha ganado poder y control sobre el programa. Para más información acerca de
las percepciones de los beneficiarios del programa Procampo, véase Maldonado (2010).
40
En los pueblos mazahuas, como en muchas otras comunidades indígenas en todo México, la religión
católica se organiza alrededor de una institución llamada mayordomía, que es un sistema hereditario que
ha asegurado la unidad de la comunidad y el mantenimiento del orden jerárquico, en este caso, asociado
a los gobiernos ejidales. En Portesgil, la mayordomía fue introducida en el siglo xx después de la reforma
agraria de 1930. Antes de eso, era el sacerdote de la hacienda quién organizaba la religión católica y las
festividades de los trabajadores de la misma, que más tarde se convertirían en ejidatarios. Para un extenso
análisis del rol de las mayordomías y otras festividades rurales en México ver Brandes (1988).

67

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G a b rie la To r r es -M azuer a

va. Fue entonces cuando la unidad del ejido como comunidad política
y cultural se rompió. Los protestantes dejaron de participar en las fes-
tividades católicas y construyeron sus propios templos. En el año 2000
habían 1 429 protestantes viviendo en Portesgil, que pertenecían a cuatro
iglesias diferentes, y conformaban 57 por ciento de la población total
(XII Censo de Población y vivienda, inegi, 2001).41
Además de la división entre católicos y protestantes, dentro del mis-
mo grupo católico comenzó a haber divisiones. A medida que la pobla-
ción del ejido crecía, nuevas familias excluidas de las mayordomías
comenzaron a estar en desacuerdo con el orden social basado en la
unión de ejido y mayordomías. Debido al número limitado de puestos de
mayordomo, la mejor solución para que otras familias, principalmente
de posesionarios, participaran fue la creación de nuevas festividades
religiosas, como el día de la Virgen de Guadalupe. Dicha festividad se
comenzó a celebrar desde 1990 convirtiéndose en una de las principa-
les fiestas en el municipio. En Portesgil, la celebración a la Virgen de
Guadalupe fue la contribución de los migrantes a la ciudad de México
que formaron un nuevo grupo de mayordomos (entrevista Antolín Celote,
Portesgil, 2005).
Es así que en los últimos 30 años, la naturaleza del conflicto social
en Portesgil, y en general en San Felipe, ha cambiado. La rivalidad en-
tre familias que luchaban por el control de la comisaría ejidal y las
mayordomías católicas, se ha convertido en una disputa canalizada
por partidos políticos que han penetrado los ejidos. En esta lucha se
involucran diferentes actores, no sólo los ejidatarios, que buscan la me-
diación y control de los recursos, dirigidos al desarrollo rural y urbano

41
Para un recuento similar de la división religiosa y su impacto en la vida comunitaria en un pueblo nahua
ver Chamoux (2006). En su historia de la estructuración político-religiosa de las comunidades chamulas
en Chiapas, Jan Rus (1995) también identifica el protestantismo como un espacio alternativo para aquellos
disidentes chamulas del orden de usos y costumbres de sus comunidades, donde el sistema de cargos,
mayordomías y priismo están amalgamados.

68

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

de los ejidos. El debilitamiento de la autoridad ejidal ha significado el


fin de la hegemonía ejidal y del pri.

La ruralidad urbanizada: un nuevo orden territorial

San Felipe del Progreso, como otros municipios rurales del centro del
país, ha sido un espacio de crecimiento poblacional acelerado en las
últimas tres décadas. Su población se ha duplicado, pasando de 87 173
en 1970, a 177 287 habitantes en 2000. Esta población ha tendido a
concentrarse en localidades mayores de 2 499 habitantes, proceso que
se ha desarrollado paralelamente a la creación de nuevas localidades.

cuadro 6

Transformaciones demográficas: San Felipe del Progreso 1970-2000


San Felipe del Progreso 1970 1990 2000
Población total 87 173 155 978 177 287
% de población que reside en localidades
de 2 499 y menos habitantes 76.25% 70% 47.48%
Fuente: inegi, 1970, 1990, 2000.

cuadro 7
Crecimiento de cinco ejidos, 1940-2000
Origen de la 2000 Población
localidad 1940 1960 2000 Barriosa total 2000
Emilio Portes Gil Ejido 892 1611 3076 1330 4506
Dolores Hidalgo Ejido 637 1053 3033 s/b 3033
Santa Ana Nichi Pueblo 847 1681 1526 1738 3264
San Lucas Ocotepec Pueblo 434 650 3361 s/b 3361
San Pedro el Alto Pueblo 1258 2396 3195 4230 7425
a.
En los años noventa el censo de población y vivienda registra como localidades separadas a los barrios
que alguna vez dependieron de la localidad-madre. Es así que con el fin de analizar el aumento de pobla-
ción incluimos la población de los barrios, ahora localidades administrativamente independientes.
Fuente: Archivo histórico de localidades, inegi. http://mapserver.inegi.gob.mx/dsist/ahl2003/index.cfm

69

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G a b rie la To r r es -M azuer a

La vocación de los ejidos como asentamientos humanos se confirma


a partir de los años sesenta cuando la población de éstos crece acelera-
damente. En 1960, 57.3 por ciento de la población reside en poblados
de 500 a 1 700 habitantes, la mayor parte de estos son ejidos que tripli-
can o cuadriplican la población. Este es el caso de Portesgil y los ejidos
circundantes. Portesgil pasó de 1 611 habitantes en 1960 a 4 506 en
2000 (Archivo histórico de localidades, inegi).
La concentración en localidades mayores de 2 500 habitantes es una
tendencia en sfp. Entre 1970 y el 2000 el porcentaje de población residente
en localidades de menos de 2 499 habitantes (umbral para considerar
una población rural) pasa de 92.30 a 47.48% (inegi, 1970; 2000). En el
2000, el 24.7 por ciento de la población habita en localidades de 2 500 y
más habitantes. En este mismo año son 13 las localidades con más de
2 500 habitantes (Archivo histórico de localidades, inegi).
Paralela al proceso de concentración de la población, observamos la
aparición de nuevos poblados. Entre 1990 y el 2000, 20 nuevos pobla-
dos se sumaron a los 196 existentes en 1990 (inegi, 1990; inegi, 2000).
Las nuevas localidades registradas por el Censo de población y vivien-
da del 2000 son en su mayoría asentamientos que crecieron como los
“barrios” de algunos poblados y que obtuvieron su autonomía política.
La tendencia a la concentración de la población y a la dispersión de las
localidades son procesos que están reestructurando las relaciones de
poder a nivel microlocal.

Las subdelegaciones y las manzanas: fin del control ejidal

Hasta la década de los años ochenta, la comisaría ejidal junto con la


delegación eran los únicos órganos de representación microlocal de los
ejidos frente a las dependencias de gobierno federal, estatal y munici-
pal. También eran éstas las únicas autoridades encargadas de gestionar
y administrar el suministro de agua, luz y escuelas. Sin embargo, con-

70

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

forme los ejidos y las necesidades de servicios públicos crecen, nuevas


figuras de representación y mediación han surgido.
En el Estado de México, los ejidos o delegaciones con más de 2 000
habitantes tienen la posibilidad de dividirse en unidades administrati-
vas más pequeñas con capacidad de elegir a sus propias autoridades
civiles. Es así que se crean las subdelegaciones y las manzanas como
nuevas unidades de administración territorial. Las manzanas son divi-
siones al interior de una localidad con un representante, el “ jefe de
manzana”, encargado de trasmitir las peticiones de los habitantes
de cada manzana al delegado, quien es la autoridad civil de la localidad
frente al ayuntamiento. En el año 2000 la población total de Portesgil
era de 3 076 habitantes. A fin de facilitar la participación de los habi-
tantes, en el 2003, la localidad fue dividida en diez manzanas. Hoy en
día, cada manzana tiene un representante encargado de trasmitir sus
peticiones al delegado quien realiza dos o más asambleas anuales, las
juntas de pobladores, para decidir sobre las prioridades del desarrollo
urbano de la localidad.
Las subdelegaciones son barrios de los núcleos urbanos ejidales con
una población mayor a 750 habitantes, generalmente asentados de forma
irregular en tierras de cultivo del ejido que gestionaron su autonomía
política y cuentan con su propia autoridad local, el subdelegado. En mu-
chos casos, los barrios fueron creados por familias de posesionarios o
vecinos que, sin solar para construir sus viviendas en la zona urbana del
ejido, se trasladaron a las tierras de cultivo. En los años noventa muchos
de estos asentamientos que dependían administrativamente del ejido
buscaron su autonomía. Un solo ejido puede tener más de una subdele-
gación, y ha implicado la fragmentación de poderes a nivel microlocal.
En Portesgil la construcción dispersa de casas fuera del ejido, fue el
origen de dos barrios establecidos sobre parcelas ejidales que tienen
hoy en día autonomía administrativa: Tungareo y Tepetitlán. En ambos
barrios, era queja común que los pocos recursos que llegaban a Portesgil

71

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Gráfica 3
Porcentaje en la distribución de las localidades y la población, 1960

3501-4500 2501-3500 1701-2500 501-1700 0-500

90
80
70
60
50
40
30
20
10
0
% localidades % población

Fuente: Archivo histórico de localidades, inegi. http://mapserver.inegi.gob.mx/dsist/ahl2003/index.cfm

Gráfica 4
Porcentaje en la distribución de las localidades y la población, 2000

3501-4500 2501-3500 1701-2500 501-1700 0-500

90

80

70

60

50

40

30

20

10

0
% localidades % población

Fuente: Archivo histórico de localidades, inegi. http://mapserver.inegi.gob.mx/dsist/ahl2003/index.cfm

72

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cuadro 8
Orden político administrativo en el estado de México
Nivel local Ayuntamiento. Presidente municipal
Autoridades gubernamentales
Nivel microlocal Delegaciones. Delegado
Nivel local Cabecera municipal
Jerarquía teritorial
Nivel microlocal Delegaciones y subdelegaciones
Número de localidades en San
201
Felipe del Progreso en 2000
Número de ejidos 89
Es importante señalar que las localidades pueden ser también ejidos.
Fuente: Ley Orgánica municipal del Estado de México. http://www.e-local.gob.mx/wb/ELOCAL/ELOC_
Ley_Organica_Municip

provenientes del municipio o alguna dependencia estatal o federal iban


dirigidos para las mejoras del centro y no de las periferias mucho más
necesitadas. Hugo Primero, líder de Tungareo, explica que antes de
que se independizaran, los barrios estaban sujetos a realizar faenas
injustas en el centro de Portesgil, así como a cooperar económicamen-
te con las obras de pavimentación o construcción de un aula, sin por
ello recibir ningún beneficio. Fue por esta razón que surgió la necesi-
dad de gestionar de forma independiente las obras públicas necesarias
para el desarrollo del barrio. Para ello, los habitantes de Tungareo lide-
rados por Hugo, construyeron una pequeña escuela primaria en 1985,
que les valió el reconocimiento como sub-delegación, otorgado por el
gobierno del estado y luego del municipio (Entrevista Hugo Primero,
Tungareo, 2004). Con la independencia administrativa de los barrios,
los habitantes de Tungareo y Tepetitlán ya no están obligados a realizar
el trabajo comunitario en el centro de Portesgil. La división en barrios
ha reforzado el poder de sus líderes o “sub-delegados”, ahora autóno-
mos del delegado, aunque todavía sujetos a las autoridades del ejido.
La urbanización del ejido se ha logrado con el trabajo de los habitan-
tes de Portesgil organizados en comités y grupos de trabajo. A partir de
los años ochenta los trabajos de mejoras se multiplican, así como los

73

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bienes públicos de carácter urbano administrados por comités inde-


pendientes a la asamblea ejidal. En la actualidad, en Portesgil existen
varios comités vinculados a la urbanización y administración de servi-
cios públicos de la localidad y de los barrios Tungareo y Tepetitlán,
como es el comité de agua potable, encargado de cobrar y hacer el pago
por la electricidad para extraer el agua del pozo, el comité del drenaje,
el de empavimentación (este comité dura el tiempo que tarda la cons-
trucción de una calle) y el comité “por la construcción de la escuela
preparatoria” (Información recolectada durante estancia de campo,
2004, 2005). Los nuevos bienes colectivos han transformado la vida en
Portesgil, que ha dejado de ser una “agrupación de campesinos” para
convertirse en una localidad urbana (Azuela, 1995). La organización y
administración de Portesgil cada vez se vuelve más difícil y se distan-
cia de la organización ejidal.

El delegado como nuevo mediador microlocal

El crecimiento demográfico de los ejidos ha vuelto ineficiente la coor-


dinación y puesta en marcha de las obras públicas con participación
comunitaria, anteriormente organizada por la asamblea ejidal. A esto
se añade que la asamblea se ha convertido en un órgano de decisión
excluyente en la medida en que sólo tienen voz y voto los ejidatarios.
Es por esta razón que la figura del comisariado ejidal en tanto autori-
dad máxima de la localidad ha sido sustituida por el puesto de delega-
do quien ha adquirido gran importancia en la organización comunitaria
y se ha convertido en principal vínculo con el ayuntamiento.
Hasta los años ochenta la forma de mediación más importante entre
las localidades asentadas en tierras ejidales se establecía entre el co­
misariado ejidal y los funcionarios del gobierno del estado y federal,
representantes de distintas dependencias como la Secretaría de la
Reforma Agraria o de Agricultura. Los recursos que estaban en juego

74

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

eran principalmente enfocados a la producción agrícola: tierra, fertili-


zantes y pesticidas, créditos, maquinaria, etc. Hoy en día la mediación
es diferente.
De acuerdo al bando municipal de San Felipe del Progreso (2008), el
delegado es el auxiliar local del presidente municipal. La función más
importante desempeñada por los delegados es acudir a la presidencia
municipal para solicitar obras públicas. Los delegados son los interlo-
cutores principales del ayuntamiento aunque también se han converti-
do en mediadores de otras dependencias estatales y federales, por
ejemplo, la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indí-
genas (cdi), el programa de Oportunidades de la Secretaría de Desa-
rrollo Social y el Instituto Federal Electoral. Aunque el delegado no
tiene ningún salario ni derecho a participar en el consejo de desarrollo
municipal del ayuntamiento, este cargo es atractivo en la medida en
que permite acumular un capital político y social necesario para posi-
cionarse, más tarde, en puestos remunerados en el ayuntamiento, así
como la posibilidad de controlar los recursos que llegan a la localidad.
Hoy en día, el delegado se ha convertido en un eslabón del poder polí-
tico local y la competencia por éste cada tres años se ha incrementado.

La elección del delegado y la división política al interior de los ejidos

En San Felipe del Progreso la organización política local se reestructura


cada tres años, una vez elegido el presidente municipal. Tres meses des-
pués de que éste asume su cargo se convocan elecciones a nivel micro-
local para elegir a los delegados que fungirán como representantes de
los poblados ante el ayuntamiento. La organización de las elecciones se
realiza entre planillas que proponen a sus candidatos. Las planillas en
competencia se votan según los “usos y costumbres” locales que son el
levantamiento de manos en un foro público. Aunque la competencia por
el cargo de delegado no se presenta en términos de partidos políticos,

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los candidatos para este cargo, son apoyados por grupos vinculados a
éstos, a nivel municipal, que contribuyen a reforzar su poder.42
En los últimos 15 años las elecciones para delegado han abierto la
participación política a todos los adultos del pueblo, sean ejidatarios o
no. Este cambio que implica la inclusión de todos los habitantes adul-
tos para elegir al delegado –cargo que actualmente tiene más poder que
el comisario ejidal– explica porqué en la mayoría de los pueblos del
municipio, la elección de éste puede involucrar a más de 80% de la
población con derecho a voto (información recolectada en Portesgil y
cuatro ejidos vecinos en 2007).
El aumento en la participación ha ido a la par del aumento de los
conflictos. La elección del delegado ha generado disputas en los ejidos
donde diferentes grupos compiten entre sí. Tomemos el caso de Por-
tesgil. Durante las elecciones para delegado del 2006 las dos planillas
más fuertes representaban a familias y grupos opuestos: la primera
estaba compuesta por miembros de la familia Romero y Guadarrama,
afiliados al pri, que contaban con el apoyo de los mayordomos y
ejidatarios de mayor edad. La segunda planilla estaba compuesta por
los Díaz y otras familias de profesionales, muchas de las cuales care-
cen de tierras ejidales y formaban una coalición informal de panistas
y perredistas. Días antes de la elección era claro que la segunda plani-
lla tenía el apoyo de la mayoría de los pobladores de Portesgil. Por lo
que simpatizantes del pri y, aún más importante, el presidente muni-
cipal, comenzaron a hacer presión sobre los miembros de la segunda
planilla. El candidato a delegado por la segunda planilla, yerno de
un conocido miembro de la primera plantilla y simpatizante del pri,
decidió alinearse con el grupo priista causando protestas y la renun-
cia del candidato a secretario, que era un reconocido simpatizante

42
A diferencia de otras entidades de la federación donde los representantes locales son designados por el
ayuntamiento, en el Estado de México éstos son elegidos cada tres años en una votación local que se lleva
a cabo en cada poblado con más de 750 habitantes.

76

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

del pan. Como desenlace de estas alianzas, la segunda plantilla ganó


las elecciones manteniendo su buena relación con el gobierno munici-
pal priista.
La participación política en Portesgil, vía los partidos, no es la expre-
sión de proyectos políticos o ideológicos en competencia sino de grupos
de poder tradicionalmente enfrentados. La competencia entre planillas
por el cargo de delegado es la manifestación de la rivalidad entre fami-
lias que desde la fundación del ejido compiten entre sí por el poder lo-
cal. Sus miembros han sido comisariados, mayordomos, jefes de los
equipos de futbol y, más recientemente, representantes locales de algún
partido político. Una manera de comprender las divisiones actuales de
grupos y familias dentro del ejido es observar a los equipos de futbol.
Existen más de 18 equipos de futbol en Portesgil. Cada uno es orga-
nizado por una o dos familias y está compuesto por los miembros de
éstas y sus amigos. El equipo de los Romero y los Guadarrama es uno
de los más destacados. El patriarca de la familia Romero ha sido una
importante autoridad en las últimas cuatro décadas, habiendo sido uno de
los aliados históricos de Macario Durán. El y algunos parientes cercanos
han ocupado diferentes puestos en la comisaría ejidal y las mayordo-
mías desde la década de los años cincuenta. De ahí que hijos y nietos de
los mayordomos pertenecen a su equipo. Además, ambas familias son
conocidas por ser simpatizantes del pri y, en las administraciones re-
cientes, algunos de sus miembros fueron electos para ocupar posi­ciones
dentro del gobierno municipal. El equipo de futbol de la familia Rome-
ro y Guadarrama representa al grupo asociado a la autoridad ejidal,
pero en los últimos diez años, ha sido desafiado por otros equipos de
futbol que se han fortalecido. Su principal rival es el equipo de los Sali-
nas y los Díaz. Estas familias han estado compitiendo con los Romero y
Guadarrama desde que el ejido fue fundado. No por casualidad uno de
sus miembros es un militante activo del pan e incluso está a cargo de la
iglesia evangélica. En el 2005, este mismo individuo se convirtió en

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delegado de Portesgil y estableció una buena conexión con un regidor del


gobierno municipal elegido por el pan.
A diferencia de los equipos mencionados que tienen una clara lealtad
al pri y al pan, los demás equipos de futbol del ejido cambian de un par-
tido político a otro en cada elección. Ellos son tanto católicos como pro-
testantes. Su participación se ha vuelto muy importante para los políticos
locales de todos los partidos, quienes buscan su apoyo más de seis meses
antes de una elección municipal. Es así que, la participación política
para la elección de delegados expresa las diferencias sociales entre los
habitantes de un mismo ejido, así como la voluntad de los pobladores
rurales de decidir sobre los asuntos que les afectan en su vida diaria.

Conclusión

El ejido ha sido un dispositivo de intervención estatal que instauró un


nuevo orden territorial, administrativo y de organización social vincu-
lando el nivel microlocal con el gobierno central. Este dispositivo idea-
do desde 1915 y modelado en los sucesivos códigos y leyes agrarias
fue, sin embargo, apropiado y adaptado a los propios objetivos de quie-
nes participaron y se beneficiaron del reparto agrario.
Desde los años setenta los ejidos de San Felipe han ido perdiendo
viabilidad como unidades de producción, afirmando simultáneamente
su vocación como asentamientos humanos. Muchas funciones desem-
peñadas por los ejidos en San Felipe del Progreso están en crisis, entre
los factores que han contribuido a esta situación son: el crecimiento
demográfico de los núcleos urbanos ejidales, el aumento en número de
personas con tierra ejidal, los posesionarios y los avecindados pero sin
participación en la asamblea ejidal, la pérdida de importancia de la
agricultura para el ingreso de los hogares rurales, la llegada de nuevos
recursos económicos dirigidos al desarrollo del asentamiento urbano,
y el aumento de los bienes colectivos manejados por organizaciones

78

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

extraejidales. Dichas transformaciones han significado un cambio en


la forma de organización social y política de los ejidos, el tipo de acto-
res que participan y las formas de mediación política entre ejido y otros
niveles de gobierno, tales como el ayuntamiento, el gobierno del estado
y el gobierno federal.
El panorama de la ruralidad desagrarizada y urbanizada muestra
tintes de paradoja que incluso para los mismos habitantes rurales no se
resuelve en términos de deterioro o mejora integral. La falta de empleo
y actividades productivas para los jóvenes rurales en sus comunidades
se ve compensada con el aumento de servicios, educación y salud. La
participación política a nivel de las localidades se ha vuelto más inclu-
siva en la medida en que no sólo los ejidatarios tienen posibilidad de
participar. Sin embargo, las localidades de cada vez mayor tamaño si-
guen sin la capacidad de exigir frente al ayuntamiento empoderado,
tema que desarrollaré con más detalle en el siguiente capítulo.

79

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Capítulo 2
Resurgimiento del poder municipal
en un contexto multipartidista

El debilitamiento de los ejidos como canales de mediación con niveles


superiores de gobierno federal ocurre en paralelo al surgimiento de las
localidades rurales, muchas de ellas de origen ejidal, como las cliente-
las principales de los ayuntamientos enriquecidos. El desgaste del sector
ejidal y de los “campesinos” se da al mismo tiempo que aumenta la
participación política local por parte de la población rural descampesi-
nizada. En el contexto de una política económica de orientación neoli-
beral y de apertura del sistema político mexicano1 que ha posibilitado la
competencia partidista a nivel municipal y la representación proporcio-
nal al interior de los consejos municipales. ¿Cómo se han reestructurado
las relaciones de poder en el espacio rural mexicano? O más específi-
camente ¿qué reconfiguraciones del poder microlocal supone el forta­
lecimiento del ayuntamiento, y en ciertos casos, el debilita­m iento del
ejido como órgano de control político en dicho nivel?, ¿de qué manera
la descentralización federal hacia los estados y municipios del país está

1
Por “apertura del sistema político mexicano” comprendemos las reformas a la Ley electoral de 1977,
1989, 1993, la creación del Instituto Federal Electoral en 1990 y, pocos años más tarde, de los institutos
electorales estatales.

80

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

afectando la forma de mediación entre la nación y los niveles local y mi­


crolocal de organización política?,2 ¿qué cambios o continuidades desde el
punto de vista de las élites y grupos de control de los recursos significa
el empoderamiento del ayuntamiento? Para responder a estas preguntas
he divido el siguiente capítulo en tres apartados. En el primero describo
el tipo de relación establecido entre ejidos y cabecera municipal en dos
conformaciones socioterritoriales contrastantes. La primera de ellas, en
lo que he llamado la hegemonía ejidal, caracterizada por la autonomía
política y económica de los ejidos maza­huas frente al ayuntamiento y
cabecera municipal mestiza. La segunda, en la ruralidad desagrarizada,
definida por una relación de dependencia política y económica de
las localidades de origen ejidal frente al ayuntamiento. En el siguiente
apar­t ado analizo las consecuencias del enriquecimiento de la tesorería
municipal desde la perspectiva del ayun­tamiento y su organización
administrativa. Como mostraré, más que un ayuntamiento empode­
rado lo que observamos es un presidente munici­pal fortalecido, con
recursos y atribuciones que lo convierten en la figura más poderosa en el
ámbito municipal. Finalmente en el tercer apartado, analizo las divisio­
nes y conflictos entre los diferentes grupos de poder del municipio, que
incluyen a grupos políticos de los ejidos urbanizados, en su competencia
por la presidencia municipal cada tres años.

La frontera étnica en la ruralidad posrevolucionaria

A pesar de la sustancial transformación geopolítica a nivel municipal


promovida por la reforma agraria en San Felipe, la diferenciación étnica
afianzada en divisiones espaciales entre los asentamientos que antigua­
mente eran pueblos de indios identificados localmente como mazahuas, y los

2
Distinguimos el nivel local y “microlocal” para diferenciar el nivel municipal equivalente a lo local, y el
nivel microlocal correspondiente a las poblaciones asentadas dentro de la delimitación municipal.

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pueblos y ranchos mestizos permaneció intacta. La creación de los ejidos


conformados con población mazahua no significó el reconocimiento
formal de los nuevos poderes microlocales, que aunque mantuvieron
una autonomía política de manera informal, estuvieron sujetos admi-
nistrativamente al ayuntamiento controlado por una élite mestiza. Esta
situación generó muy poco descontento mientras que el poder y presu-
puesto del ayuntamiento eran mínimos y la mayor fuente de recursos
para los ejidos provenía del gobierno federal. Sin embargo, a partir de
la década de los años ochenta, con la política de descentralización ha-
cia el municipio y su resurgimiento como poder local, los habitantes
mazahuas de los ejidos comenzaron a cuestionar su marginación de la
arena política local.

Ejidos mazahuas y cabecera mestiza

Concibiendo a los “pueblos de indios” y los “municipios” como realida-


des diferentes, los ideólogos del Artículo 27 disociaron el tema de la
propiedad colectiva del tema de gobierno y autodeterminación munici-
pal (1998).3 Una de las características peculiares del sistema ejidal es
que el ejido reprodujo, en cierto sentido, la tenencia de la tierra comu-
nitaria del periodo colonial centrada en la propiedad colectiva de los
pueblos de indios, pero omitió la costumbre comunitaria que asociaba

3
Para una descripción detallada del lugar que ha ocupado el municipio en México en el discurso y el ejer-
cicio de poder a nivel local y el plano nacional en el México Independiente del siglo xix y su transformación
en el siglo xx bajo el régimen posrevolucionario ver Chevalier y Pou (1988); Merino (1998) y Baitenmann
(2001). Los autores evidencian la contradicción implícita entre el ejercicio de poder totalmente centraliza-
do y concentrado en manos del Ejecutivo característico del régimen posrevolucionario y el discurso fede-
ralista sustentado en la figura del municipio libre, establecida en la Constitución de 1917. De acuerdo a
Baitenmann (2001) existe una contradicción entre el agrarismo y municipalismo en el México posrevolu-
cionario. Ambos fueron principios incompatibles plasmados en la misma Constitución en la medida que
el Artículo 27 constitucional creó un apartado burocrático bajo el control federal para controlar el sector
agrario con el Presidente de la República como máxima autoridad sobre el reparto de tierras. El reparto agrario
le restó poder a los ayuntamientos y gobiernos de los estados sobre grandes superficies de sus territorios.
El ejido se volvió un órgano representativo y administrativo independiente del gobierno municipal, permi-
tiendo la creación de poderes locales paralelos al ayuntamiento (p. 104).

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la tenencia de la tierra con los límites administrativos del territorio y


su constitución en tanto poder local con reconocimiento gubernamen-
tal. En San Felipe del Progreso siete de los pueblos de indios que reci-
bieron la dotación de tierra con la reforma agraria y se convirtieron en
ejidos entre 1920 y 1930, no recuperaron la categoría política de ayun-
tamiento que habían tenido durante la Colonia. El orden establecido
por el Congreso constituyente del Estado de México en 1826 que sólo
le otorgó el estatus de ayuntamiento al poblado mestizo de San Felipe
del Obraje, se mantuvo invariable en el nuevo régimen político.4 Hasta
1980, la cabecera de San Felipe se distinguía del resto de las localida-
des del municipio por ser considerada localmente como una “villa de
mestizos” donde residía la mayor parte de la “gente de razón”. Desde esta
mirada distorsionada por una ideología racista se afirmaba que sólo en
la cabecera, Santa Ana Nichi y San José del Rincón residía la población
mestiza que se diferenciaba de los mazahuas por hablar español y, de
acuerdo a categorizaciones locales, por el color de su piel.5
Esta distinción dicotómica entre mestizos y mazahuas tenía como
antecedente inmediato el sistema de explotación de las haciendas que
rigió la vida económica y sociopolítica de San Felipe durante el siglo
xix .6 Las haciendas consolidaron la diferenciación étnica de la región
otorgando autoridad a los mestizos y criollos que ocupaban los puestos
de mayor autoridad en las haciendas (capataces, herreros, carpinteros,
comerciantes, cocineros) en detrimento de los nativos de la zona que
ocuparon cargos de menor importancia como mayordomos, caporales,
vaqueros, acasillados, pastores y canaleros. Sin embargo, Margolies se-

4
En 1877 el pueblo de San Felipe del Obraje fue elevado a categoría de villa y adoptó el nombre de San
Felipe del Progreso (Arizpe, 1978).
5
Es interesante notar que B. Margolies quien realiza trabajo de campo en la región en 1969-1970 no en-
cuentra diferencias raciales entre la población mazahua y mestiza, y se pregunta sobre esta diferenciación
local. La evidencia del color de piel parece no ser contundente para una antropóloga estadounidense como
lo es para los habitantes de San Felipe.
6
El auge de las haciendas de San Felipe del Progreso sucede a finales del siglo xix con la apertura de nuevos
mercados generados por la explotación de oro y cobre en las minas de Michoacán (Margolies, 1975).

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ñala (1975) que el sistema jerarquizado basado en la división del trabajo


de las haciendas en San Felipe se integraba a una jerarquía socioeconó-
mica y étnica preexistente, de forma tal que el trabajo desempeñado
por cada quien era de menor importancia que la identidad étnica. El
estatus de cada persona podía variar según el tipo de trabajo y el sala-
rio, sin embargo, la posición social ocupada dependía de la identidad
del grupo.
Aunque la Revolución mexicana significó el fin de la hacienda como
sistema agrario y la pérdida de poder de los hacendados, la frontera
étnica entre cabecera y pueblos de indios convertidos en ejidos se man-
tuvo. Con la única excepción, entre 1940 y 1943, cuando el gobierno
federal apoyó a tres líderes agrarios originarios de los ejidos mazahuas
que ocuparon el puesto de la presidencia municipal hasta entonces
controlado por el grupo de los hacendados (Yhmoff, 1979).7
El origen de la élite mestiza en control del ayuntamiento desde los
años cincuenta se remonta a fines del siglo xix cuando personas prove-
nientes de Michoacán, Querétaro y la ciudad de Toluca llegaron al muni­
cipio atraídas por la bonanza económica de las haciendas. Esta población
de migrantes se estableció en la villa de San Felipe, como comerciantes
y profesionistas, así como en los pueblos de Santa Ana Nichi y San José del
Rincón como rancheros.8 Desde los años cincuenta, el grupo mestizo
de comerciantes, rancheros y profesionistas, reemplazó el espacio dejado
por el grupo de hacendados que había ido abandonando el municipio tras
el reparto agrario (Yhmoff, 1979).

7
En la década de los años cuarenta, los hacendados de la región en oposición a las políticas de reforma
agraria se vincularon con los sinarquistas y el Partido de Acción Nacional (Margolies, 1975). Como castigo,
el gobierno impuso a Severino López, Mateo Sánchez y Macario Duran todos ellos líderes agraristas y
mazahuas, para que gobernaran de 1940 a 1943 San Felipe del Progreso. De acuerdo con el cronista local,
estos fueron los años “más calamitosos” de la historia de San Felipe (Yhmoff, 1979).
8
Los rancheros mestizos se hicieron de propiedades a costa de las tierras comunales de los pueblos de
indios de Santa Nichi, cuando la Ley Lerdo las declaró como baldías (Yhmoff, 1979).

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El nuevo grupo de mestizos construyó las bases de su poder sobre


los ejidos mazahuas al controlar el comercio regional. La cabecera de
San Felipe era el poblado mejor conectado con otras localidades de la
región, como Atlacomulco y Toluca por lo cual la población mazahua
debía acudir frecuentemente en busca de ciertos productos básicos
como aceite, velas y ropa. Familias mestizas como los Contreras, Bueno,
Colín, Vilchis y Millán establecieron un fuerte monopolio comercial en
todo el municipio asociándose además con los caciques mazahuas que
controlaban el comercio de maíz en sus localidades (Yhmoff, 1979;
Margolies, 1969; Vizcarra, 2001). Este control era, sin embargo, limitado
y la relación entre cabecera y pueblos o delegaciones fue prácticamente
nula hasta los años ochenta. Los pocos caminos que había hasta la década
de los setenta comunicaban mal a los pueblos con la cabecera municipal,
pues no tenían pavimentación, lo que hacía imposible la circulación
durante la época de lluvias.9
Tras el reparto agrario, el fin de las haciendas y la conversión de los
pueblos en ejidos dedicados al cultivo de maíz de temporal, la articu-
lación económica municipal se fracturó. Cada ejido se convirtió en un
espacio productivo de autosubsistencia con autoridades elegidas sin
injerencia municipal, que tramitaban las ampliaciones y solicitudes de
dotación o buscaban apoyos a la producción directamente con los fun-
cionarios de las secretarías federales dedicada a los asuntos agrarios y
agrícolas. Durante este periodo, el ayuntamiento carente de presu-
puesto e incapaz de proveer servicios no tenía presencia en las locali-
dades o delegaciones bajo su jurisdicción (Margolies, 1975). Las tareas
del presidente municipal, que no recibía ningún salario (fue hasta la
década de los años ochenta que comenzaron a recibirlo), eran mínimas
9
La única vía que unía al municipio con la carretera Panamericana era la carretera de terracería de San
Felipe del Progreso a Atlacomulco, que fue pavimentada hasta 1963. En ese mismo año se restauró el an-
tiguo camino que unía a San Felipe del Progreso con Ixtlahuaca, siendo hasta 1975 que esta carretera fue
pavimentada. Hasta mediados de 1960 las comunidades del municipio no estaban comunicadas entre sí
por caminos de terracería (Vizcarra, 2001).

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y por lo general dirigidas exclusivamente a la cabecera municipal (Cas-


tro, 2003). Los ejidos no pagaban impuestos, y si en una localidad se
promovía la construcción de alguna obra, era más sencillo organizar
un comité de mejoras y hacer la solicitud a Toluca (al gobierno del esta-
do) que buscar el apoyo del presidente municipal (Margolies, 1975). De
acuerdo con habitantes de Portesgil, la única relación establecida hasta
los años setenta entre los habitantes del ejido y el ayuntamiento era el
trámite de certificados de nacimiento, matrimonio y defunción en el re-
gistro civil (información recolectada durante estancia de campo, 2004,
2005). Esta información es corroborada en los archivos municipales
donde pude observar el poco contacto existente entre los ejidos maza-
huas y el ayuntamiento entre 1930 y 1970.
El control del ayuntamiento y de la presidencia municipal era sin
embargo disputado entre las familias de la cabecera en la medida en que
redituaba en prestigio social y un acceso privilegiado sobre la explo­
tación forestal y los programas provenientes del gobierno, sobre todo en
lo referente a los fertilizantes y las semillas mejoradas. Hasta los años
setenta la participación política por vías institucionales (partidos políti-
cos) a nivel local fue prácticamente nula y estuvo totalmente controlada
por estas familias mestizas. En San Felipe del Progreso, hasta los años
ochenta no existieron candidatos de partidos de oposición a la presi-
dencia municipal,10 tampoco había campañas ni plataformas políticas de
los presidentes municipales (Margolies, 1975; Yhmoff, 1979). La elec-
ción del presidente municipal por parte del gobierno estatal significaba
la competencia entre los miembros de las familias mestizas que se reali­
zaba dos semanas antes del nombramiento. Un expresidente municipal
narra que en aquella época los candidatos eran elegidos por un reducido

10
Hasta los años ochenta, los conflictos políticos en el municipio tuvieron que ver con aspirantes a la
candidatura del pri para presidente municipal. En 1940 y en 1964 dos líderes con capital político buscaron
ser candidatos por el pri, pero no fueron elegidos por las autoridades del estado, lo que generó cierto con-
flicto frente a la imposición de un candidato a veces incluso ajeno al municipio.

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número de individuos perteneciente a las familias mestizas con poder


que llenaban las boletas a favor del pri en la presidencia municipal. Sin
embargo, esta élite local no actuaba independiente o autónomamente del
gobierno del Estado de México, ya que como nos dice otro informante,
hasta ese entonces todos los presidentes municipales eran elegidos des-
de Toluca, es decir, desde la capital del estado, por el comité estatal del
pri (entrevista con Carlos Millán, Santa Ana Nichi, 2004; José Soria,
Justina Sandoval, San Felipe del Progreso, 2005).
Entre los años 1970 y 1990 el control del ayuntamiento podía ser con-
cebido como un binomio de poder entre el grupo Atlacomulco, que dic-
taba ciertas normas a la cabecera, y quince familias mestizas notables
del municipio que ejercían el control por zonas: los Rangel, los Bastida,
los Salgado y los Ruiz controlando la zona oeste del municipio colindan-
te con Michoacán y rica en recursos forestales en lo que hoy en día es el
municipio de San José del Rincón, la zona alta del municipio, más aisla-
da y sin acceso a irrigación ni caminos controlada por los Millán, los
Garduño y los González, el valle de Tepetitlán controlado por los Durán,
y los alrededores de San Pedro el Alto, controlados por los Contreras
(entrevista con Antolín Celote, San Felipe del Progreso, 2005).11 Sin em-
bargo, un conjunto de nuevos actores comenzó a entrar en la arena política
municipal desde finales de los años sesenta, desafiando el control auto-
ritario ejercido por los caciques al interior de los ejidos y el control
ejercido por la élite mestiza sobre el gobierno municipal. Es el grupo de
los migrantes que se comenzaron a organizar y a crear asociaciones que

11
Es así que tres familias mestizas han tenido algunos de sus miembros como presidentes municipales,
regidores, secretarios privados del presidente. El patriarca de los Contreras: Zeferino Contreras fue presi-
dente municipal de 1947-1948, su hijo Javier Contreras Contreras lo fue en el año 1976-1978 su yerno
Luis López Rojas lo fue en el año de 1985-1987. Trinidad Vilchis fue presidente en 1964-1966, su hijo
Martín Vilchis Sandoval fue electo presidente municipal en 1996-2000, luego fue diputado local 2000-
2003; Guillermo López Rojas fue presidente en 1961-1963 su padre Ernesto López Soriano lo fue de
1944-1945; Emma Salinas de Real fue presidenta en 1988-1990, diputada local en 1985, luego diputada
federal en 1992; Lauro Millán Mejía fue presidente en 1972-1975, luego diputado local; su hijo Carlos
Millán Velásquez fue presidente en 1991-1993 (Celote, en prensa).

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en algunos años se convertirían en organizaciones políticas. Tal fue el


origen de Gumersindo Ruiz, líder del Frente Revolucionario Indígena,
formado en 1964 por un grupo de habitantes de diversos poblados del
municipio y radicados en la ciudad de México. Esta asociación política
comenzó como un club de futbol que se convirtió en grupo político y en
1973 propuso, sin éxito, a su líder como precandidato por el pri a la pre-
sidencia del municipio. Esta experiencia y otras similares son el antece-
dente de una organización política de habitantes mazahua que en la
década de los años noventa logra posicionarse en el ayuntamiento. Antes
de entrar en la historia de la triunfante “Nueva conformación política
mazahua” que posicionó en 1993 a su líder como presidente municipal
de San Felipe del Progreso, me detendré en la historia del Movimiento
Indígena Mazahua (mim). Este movimiento puso en contacto a diversos
líderes mazahua de diferentes localidades para colaborar en un proyecto
común, y aunque fue cooptado por el pri casi en sus primeros años, dio
visibilidad a los mazahuas y los colocó en el plano discursivo como una
nueva categoría social en los programas de desarrollo rural del gobierno
del Estado de México. Es también un antecedente importante para com-
prender la incorporación de líderes de origen mazahua al ayuntamiento.

El Movimiento Indígena Mazahua (mim)

Surgió a finales de los años sesenta y estuvo constituido por jóvenes de


la región mazahua que habían emigrado a la ciudad de México desde
los años cincuenta. Algunos de ellos, los más politizados, participaron
incluso en el movimiento estudiantil del 1968, donde, de acuerdo a
uno de sus ex líderes, nació la idea de la organización. En su inicio, el
movimiento indígena mazahua fue apartidista, y “buscó, en términos
generales, la democratización del sistema político a nivel local del que
sólo se beneficiaban las élites mestizas de San Felipe del Progreso” (entre­
vista con Julio Garduño, San Felipe del Progreso, 2004).

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En los años setenta había mucha discriminación en la región: los


mazahuas eran encarcelados arbitrariamente y los obligaban a barrer
las calles, a las mujeres las obligaban a trabajar en casa. Debían quitar-
se el sombrero frente a los mestizos, quienes se sentían con derecho a
explotarlos justificándose en su supuesta superioridad racial. La esen-
cia del movimiento era la reivindicación de la cultura indígena, su ca-
nal de difusión fue una radiodifusora dirigida a los mazahuas. De
acuerdo con Julio Garduño, ex líder del mim, en algunas comunidades
era tan fuerte la experiencia de escuchar su propia lengua en el radio,
que la gente se conmovía hasta las lágrimas. También se hizo un perió-
dico en mazahua donde se hacían críticas al gobierno local. El objetivo
de los líderes del mim fue restablecer el mítico vínculo existente entre
los ejidatarios, esta vez, bajo la categoría de mazahuas y el Presidente de
la República,12 y evadir la intermediación de las élites locales mestizas
“que se estaba apropiando del dinero de los mazahuas”. Esto generó la
persecución de los líderes que tuvieron que comenzar a reunirse y
organizarse clandestinamente en Toluca (entrevista con Julio Garduño,
San Felipe del Progreso, 2005).
En 1976, el mim tuvo acogida por el gobierno federal que, para ese
entonces, comenzaba a ser sensible a la cuestión indígena y que además
tenía conflictos con el gobierno estatal.13 Fue así que el Consejo Supre-
mo Mazahua fue reconocido como una autoridad, con un jefe supremo
y varios consejos comunales compuestos por líderes de diferentes ejidos
mazahua de los 11 municipios pertenecientes a la región14 (entrevista
12
Recordemos que la reforma agraria fue planteada como una relación directa entre el presidente que
otorgaba las tierras y los ejidatarios que las recibían. Esta deuda creó un vínculo imaginario entre ambos
actores.
13
Existe el rumor de que el presidente en el poder en este momento, Echeverría, no simpatizaba con Car-
los Hank González, gobernador del estado (Hernández Rodríguez, 1998).
14
La región mazahua está situada en la parte noroeste del Estado de México y en una pequeña área del
oriente del estado de Michoacán. Los municipios que la componen son 11, de los cuales diez se localizan
en el Estado de México: Almoloya de Juárez, Atlacomulco, Donato Guerra, El Oro de Hidalgo, Ixtlahuaca,
Jocotitlán, San Felipe del Progreso, Temascalcingo, Villa de Allende y Villa Victoria, y uno, Zitácuaro, en el
estado de Michoacán.

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con Julio Garduño, San Felipe del Progreso, 2005). Sin embargo, el mim
pronto se “alineó” al pri federal, y más tarde, debido a la vinculación
entre élites estatales y nacionales y la progresiva institucionalización
de los gobiernos estatales y municipales, terminó por ser cooptado por
las mismas élites locales priistas. Un expresidente municipal mestizo
de Santa Ana Nichi, Lauro Villa, se vinculó al movimiento y “ofreció”
en venta un predio de su propiedad para la construcción del Centro
Ceremonial Mazahua, que financiaría el gobierno federal y que serviría
años después como cede de ceremonias oficiales. Así, en 1977 el se-
gundo Congreso Nacional de Pueblos Indígenas de México fue orga­
nizado en dicho centro a cuya clausura asistieron el presidente José
López Portillo y el gobernador del Estado de México, Jorge Jiménez
Cantú.
La historia del mim es un ejemplo de la manera en que el autoritaris-
mo y la cooptación funcionaron en el Estado de México: aquellos líde-
res que no aceptaron las condiciones impuestas “desde arriba” (esto es
por el gobernador) fueron asesinados. Tal fue el caso del líder Pablo
Sánchez de la comunidad de Guadalupe el Chico, quien se opuso a la
construcción del centro ceremonial mazahua. En contraste, aquellos
líderes que aceptaron la alianza con el pri recibieron apoyo para ocu-
par el puesto de jefe supremo mazahua (información recolectada du-
rante estancia de campo, 2005). En la actualidad, el consejo supremo
mazahua tiene poca presencia y prestigio en la región, estando total-
mente cooptado por el pri estatal, lo cual ha contribuido a su pérdida
de legitimidad y cohesión al grado de llegar a tener simultáneamente
dos “ jefes supremos” que se disputan el puesto.

Fin de la frontera étnica, continuación del racismo en San Felipe del Progreso

Desde 1980, la lucha por el ayuntamiento se fue acentuando a medida


que, por un lado, el presupuesto con el que contaba iba en aumento, así

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como el número de líderes procedentes no sólo de la cabecera sino de


los ejidos, se incrementaba. Esta lucha comenzó a involucrar a perso-
nas de origen mazahua con mayor educación que aspiraban a algún
puesto político y que comenzaron a formar un grupo asociado a una
nueva identidad: los “profesionistas”. Éstos, como ellos mismos se llaman,
son personas que cuentan con una formación escolar media superior y
superior, gracias a los apoyos del programa de formación de profesores
bilingües y a la migración a la ciudad de México y Toluca. A partir de los
años noventa, comienzan a ocupar puestos en el ayuntamiento e incluso
la presidencia municipal. Un caso ejemplar y que ilustra la entrada de
este nuevo grupo social, es Vicente Peral quien siendo originario de San
Pedro el Alto, poblado mazahua, situado a poca distancia de Portesgil,
llegó a la presidencia municipal en 1994.
Peral, quien es maestro normalista y estudió derecho en la Universi-
dad Autónoma del Estado de México, se interesó por la política desde
los años setenta. A principios de los noventa, Peral creó una organiza-
ción llamada “Nueva conformación política mazahua” que años más
tarde lo llevaría al poder. El objetivo oficial de dicha organización era
gestionar materiales para la construcción de escuelas, clínicas o caminos
para las localidades del municipio, aunque las intensiones implí­c itas
de Peral y otros dos líderes que lo apoyaban, eran crear el capital polí-
tico suficiente para apoyar su candidatura para la presidencia municipal.
La “Nueva conformación política mazahua”, en su búsqueda por recur-
sos, permitió a Peral vincularse con los diputados locales, así como con
representantes de algunas dependencias del gobierno federal con sede
estatal como Sedagro y el Consejo estatal para el Desarrollo Integral
de los Pueblos Indígenas del Estado de México (cedipiem) (entrevista
Vicente Peral, San Pedro el Alto, 2005).
En 1993, Peral se lanza a la lucha política buscando ser el candidato
del pri a la presidencia municipal, apoyado por autoridades agrarias de
los ejidos del municipio y delegados. El apoyo político que adquiere el

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líder de la “Nueva conformación política mazahua” tiene que ver con


dos alianzas que éste hace. Por un lado con la Confederación Campe-
sina Independiente (cci), una organización campesina de afiliación
priista que hasta los años noventa no tenía una representación en el
municipio. La cci significa una alternativa para aquellas autoridades
agrarias que se sienten defraudadas de la inacción de la cnc, cada vez
con menos recursos y más marginal al juego político local. Por otro
lado, Peral representa a los habitantes de las localidades y ejidos maza-
huas hasta entonces excluidos del ayuntamiento y, más en concreto, a
las autoridades civiles, esto es a los delegados de los poblados sujetos
al ayuntamiento.
En un primer momento Peral no fue respaldado por los políticos
priistas de Toluca que apoyaban a otro candidato perteneciente a la
élite mestiza de San Felipe. Sin embargo, Peral logró su apoyo al orga-
nizar un mitin al que asistieron más de diez mil personas en apoyo del
candidato del pri a la gobernatura del estado, Emilio Chuayffet que en
ese momento se encontraba haciendo campaña política. Aunque el acto fue
bloqueado por los grupos mestizos de la cabecera, Peral tuvo la fuerza
suficiente para logar atraer la atención de Chuayffet, quien terminó por
reconocer su gran capital político, aceptándolo como candidato a la
presidencia municipal por el pri (entrevista Vicente Peral, San Pedro el
Alto, 2004). Vicente Peral ganó la presidencia municipal con una vota-
ción record de 19 340 votos para el pri que manifestó la gran acogida
y participación de personas que hasta entonces no habían participado
(la votación con la que había ganado el pri en 1990 había sido de
10 648 votos).
La principal originalidad y contribución de la “Nueva conformación
mazahua” y la llegada a la presidencia municipal de Vicente Peral radi-
có en su capacidad de organizar y movilizar a comisarios ejidales y
delegados de los poblados y ejidos de San Felipe a fin de poner en cues-
tión el control ejercido hasta entonces por las familias mestizas de la

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cabecera sobre el ayuntamiento. Sin embargo, este movimiento tuvo


sus límites: no se propuso desafiar el control político del pri, tampoco
fue un cuestionamiento de la discriminación experimentada por aque-
llas personas identificadas como mazahuas en el municipio. El objetivo
de Peral fue tener el reconocimiento y apoyo del comité estatal del pri. En
este sentido, el movimiento no transgredió las reglas de participación
política establecidas por el pri, y más bien exigió un lugar en ellas. El
mayor logro del movimiento fue abrir el camino a cargos del ayun­
tamiento para líderes que no pertenecen a la élite mestiza, originarios
de los poblados mazahuas, aunque identificados como profesionistas
mestizos de origen mazahua.15
La acentuada desigualdad en términos socioeconómicos que ha exis-
tido entre los pobladores identificados como mestizos y aquellos defini-
dos como mazahuas ha persistido en San Felipe del Progreso, a pesar de
la desaparición de las grandes haciendas, la reforma agraria, la apertura
política, la inclusión de líderes de origen mazahua en el gobierno muni-
cipal y la progresiva transformación discursiva de las diferentes depen-
dencias del gobierno que, ahora, exaltan la cultura mazahua. Como en
muchos discursos populistas, en San Felipe del Progreso desde hace
más de tres décadas, los gobiernos estatal y federal han mostrado inte-
rés hacia el “problema indígena” definido en términos de pobreza y
marginación. Este interés no ha desembocado en ningún resultado po-
sitivo en términos de empoderamiento del grupo de los mazahuas en la
medida en que la aproximación al “problema indígena” se da en térmi-
nos paternalistas y ha contribuido a la desetnización de este grupo.16 Tal

15
Es importante señalar que a pesar de esta apertura, hasta la fecha, no todos los puestos del ayuntamiento
son para los originarios de éste. Cuando el presidente municipal electo llega al poder generalmente se acerca
a los líderes de la comunidades y les ofrece puestos de poca importancia, dejando los mejores puestos como
la dirección de obras, la tesorería o la contraloría municipal para gente de otros municipios, sobre todo pro-
venientes de Toluca, que tiene mejor preparación, pero que sobre todo no lo compromete demasiado una vez
terminado su mandato (información recolectada durante estancia de campo octubre, 2005; 2007).
16
El proceso de aculturación supone la homogenización cultural de la sociedad mexicana y ha sido pro-
movida por políticas indigenistas encaminadas a transformar e incorporar a los pueblos indígenas al siste-

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es el caso del programa de educación bilingüe llevado a cabo entre 1970


y 1980 que tuvo gran impacto en la zona.17 Es así que en los últimos 30
años, de acuerdo a los censos del inegi, la población que hablaba maza-
hua se redujo a la mitad en el municipio, pasando de 40 por ciento en
los años 1970 a 23 por ciento en 2000.
De esta forma, aunque –en 2006– en la presidencia municipal de San
Felipe los letreros e información se encuentran escritos en español y
mazahua, observamos que sólo aquellas personas que hablan español
y han tenido acceso a una educación superior, es decir, se han “acultu-
rado” o desetnizado, pueden aspirar a ocupar un puesto en el gobierno
municipal. De igual forma, la nueva “Universidad Intercultural” creada
en el 2003, que tiene entre otros objetivos recuperar la cultura maza-
hua, tiene entre sus profesores a pocos mazahuas, y una ausencia total
de éstos en su consejo consultivo en el 2007. En San Felipe del Progreso
la bandera política de los mazahuas se ondea con frecuencia, aunque
pocas son las ventajas o reivindicaciones efectivas hacia los miembros
de este grupo étnico. Más aún, la causa mazahua es utilizada principal-
mente en las campañas de los presidentes municipales, tres de los cua-
les han llegado al poder, entre los años 1990 y 2000, después de ocupar
la dirección del Consejo Estatal para el Desarrollo Integral de los Pue-
blos Indígenas del Estado de México que ha funcionado como trampo-
lín político para puestos de elección popular a nivel municipal.

ma político y económico dominante, mediante la imposición del abandono de sus costumbres y prácticas
tradicionales de vida. Es por esta razón, que utilizamos el termino desetnización, esto es el abandono de la
identidad étnica y la adopción de la identidad mestiza que de acuerdo a la ideología nacionalista mexicana
no es de carácter étnico sino cultural (cualquiera que hable español en México puede considerarse y defi-
nirse como mestizo).
17
Este programa fue dirigido a todos aquellos jóvenes bilingües que habiendo terminado la escuela prima-
ria desearon continuar sus estudios para convertirse en maestros rurales. El programa consistía en becas
para los estudios de secundaria y preparatoria y una plaza de maestro al término de éstos. Los maestros de
San Felipe que se formaron bajo este programa se convirtieron en los promotores de la aculturación en las
localidades de San Felipe, en la medida en que su principal labor era la castellanización (incluso hay casos
de maestros pertenecientes a otro grupo étnico, como el otomí y originarios de otras comunidades que
fueran relocalizados en la zona mazahua, donde desconocían la lengua, para dar clases en dichos centros).

94

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

Resurgimiento del ayuntamiento como principal poder local

La descentralización y empoderamiento del presidente municipal

Entre 1998 y 2005 el ayuntamiento de San Felipe del Progreso ha au-


mentado su presupuesto municipal en 172.8 por ciento. Este aumento
tiene que ver con las participaciones (porcentaje de impuestos federales que
le corresponden al municipio) y las aportaciones federales (Ramo 33)
que conforman 69.1 por ciento del presupuesto (inafed, 2005).18

Gráfica 1
Presupuesto Municipal San Felipe del Progreso 1998-2005
(pesos a precio corriente)
$250 000 000

$200 000 000

$150 000 000

$100 000 000

$50 000 000


1998 2002 2004 2005

Otros Aportaciones federales


(Ramo 33)

Impuestos Participaciones federales


(participación impuestos)

Fuente: inafed. Cd-Rom. Datos Municipales.

18
Lo cual contrasta con la insignificante participación de los impuestos al presupuesto municipal que en
2005 es tan sólo de 0.7 por ciento (inafed, 2005).

95

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G a b rie la To r r es -M azuer a

El ayuntamiento de San Felipe ha crecido y tiene mayor presencia en


la vida política de las localidades. La transformación demográfica de
San Felipe del Progreso (cabecera) en un siglo de historia es un indica-
dor más de su resurgimiento.

cuadro 1
Población en San Felipe del Progreso (cabecera municipal) 1900-2000

Año 1900 1930 1960 1970 1990 2000

Población 2433 665 836 991 1818 3512

Fuente: Archivo histórico de localidades, inegi.

El crecimiento de la población va paralelo a la expansión del gobier-


no municipal. En 1980 el número de funcionarios del ayuntamiento de
San Felipe del Progreso era de 57 personas, en 1994 aumentó a 150 y
en el año 2000 suman un total de 500 personas (Radiografía munici-
pal, 1980, Archivo municipal, sfp). El incremento de la burocracia mu-
nicipal no es específico de San Felipe del Progreso. De acuerdo con M.
Grindle (2007), en el 2000 el tamaño del personal municipal a nivel
nacional aumentó 45 por ciento con respecto a 1990. Este incremento
se debe al aumento del presupuesto y a la multiplicación de responsa-
bilidades que debe desempeñar esta institución de gobierno local.
La descentralización ha conllevado a una reestructuración adminis-
trativa al interior del ayuntamiento que según la perspectiva de algu-
nos funcionarios entrevistados tiene que ver con la creación de nuevas
áreas de administración y, más importante aún, con la transformación
de las funciones desempeñadas por éste. Sin la intención de hacer un
análisis exhaustivo de estos cambios, señalaremos a continuación al-
gunos ejemplos de éstos, mencionados como relevantes por funciona-
rios del ayuntamiento que nos permiten comprender el sentido y
consecuencias que tienen sobre la forma de gobernancia local.

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La ruralidad urbanizada.indd 96 08/01/13 21:30


La ruralidad urbanizada en el centro de México

En los años ochenta, la sindicatura era, después de la presidencia


municipal, el puesto más importante del ayuntamiento ya que era ahí
donde se trataban todos los asuntos concernientes con los delitos mu-
nicipales. Sin embargo, desde la década de los años noventa existe una
oficina del ministerio público estatal donde se encuentra el juez muni-
cipal. En 1982 se creó la figura de “ juez de cuantía”, encargado de le-
vantar las actas de violaciones, y una oficialía conciliadora donde se
atienden los problemas familiares y se tramitan asuntos relativos a las
pensiones alimenticias, lo que en conjunto, le ha quitado tareas al sín-
dico municipal. Por otra parte, el registro civil, que con anterioridad
era la principal fuente de ingresos del ayuntamiento y labor del presi-
dente municipal quien fungía como juez de paz, hoy en día funciona
como un área de servicio más, y no la más importante. Estas instancias
son independientes de la gestión de la presidencia municipal. En 1997
el puesto de secretario municipal es creado con la tarea de atender los
asuntos relativos a las localidades del municipio, antes función desem-
peñada por el presidente municipal.
Estos cambios que aparentemente le han quitado funciones y por
lo tanto poder al presidente municipal esconden la verdadera trans-
formación experimentada por un ayuntamiento en la ruralidad desa-
grarizada.
En la actualidad, el dinamismo económico del municipio proviene
de las obras que se realizan en las localidades rurales gracias al presu-
puesto del ayuntamiento dirigido a estas.19 La importancia del desarrollo
urbano municipal ha requerido la creación de un nuevo departamento
de “Obras públicas y desarrollo” que concentra una buena parte del
personal del ayuntamiento. El puesto de confianza más deseado en la
actualidad es el “encargado de obras públicas”. También se ha creado

19
Es así que en los últimos diez años han surgido seis tiendas de materiales de construcción y dos empre-
sas constructoras.

97

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G a b rie la To r r es -M azuer a

una nueva dirección encargada de administrar los recursos provenientes


del Ramo 33. Esta reestructuración evidencia la nueva dirección que ha
tomado la administración del gobierno municipal, hoy en día dirigida
principalmente al desarrollo urbano municipal (información recolec­
tada durante estancia de campo, 2005).
Las transformaciones administrativas del ayuntamiento de San Felipe
no han ido en detrimento del poder político ejercido por el presidente
municipal. Aunque es éste junto con el cabildo compuesto en 2006 por
13 regidores de los tres partidos políticos (pri, pan y prd) quienes de-
ciden sobre la asignación y distribución del presupuesto municipal, el
presidente goza de ciertas atribuciones que lo dotan de mayor control
sobre la asignación de éste, además de que hasta la fecha, los regidores
trabajan en alianzas alineadas con el presidente municipal (ya se ha-
blará de esto en mayor detalle en la siguiente sección). Al interior del
ayuntamiento es el presidente quien elige a las personas que ocupan
los puestos que manejan los recursos del gobierno municipal, esto es el
secretario particular y el encargado de obras públicas, ambos puestos
de confianza. También es quien decide dónde (en qué localidades),
cuándo y cómo (si la obra será realizada bajo licitación por una empre-
sa constructora o si será realizada con trabajo comunitario) se van a
realizar las obras que el ayuntamiento tiene destinadas a las localida-
des bajo su jurisdicción.
Un indicador del acrecentado poder del presidente municipal en
San Felipe del Progreso son las amplias instalaciones que su oficina
ocupa en el tercer piso del ayuntamiento. En contraste con el resto de
las oficinas, la del presidente municipal sobresale por su lujosa puerta
de madera con vidrio biselado que impide la entrada al visitante. Esta
oficina goza de una salida independiente que lo lleva directamente al
estacionamiento del ayuntamiento por lo cual en mis múltiples visitas
nunca me topé con éste (información recolectada durante estancia de
campo, 2005).

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La ruralidad urbanizada.indd 98 08/01/13 21:30


La ruralidad urbanizada en el centro de México

Los ejidos mazahuas como “semiclientela” del presidente municipal empoderado20

Desde los años noventa, la llegada de una enorme cantidad de recursos


dirigidos a la construcción de infraestructura urbana, dotación de servicios,
mejora a la vivienda (láminas y cemento) y obra pública (escuelas, canchas
deportivas, clínicas de salud, pavimentación de calles) ha transformado
los vínculos existentes entre las localidades y el ayuntamiento. También
ha tenido consecuencias en la configuración de los poderes locales en la
medida en que ahora los ayuntamientos tienen la posibilidad de negociar
hacia arriba, con el gobierno del estado (el gobernador) –más importante
para nuestro caso de estudio, hacia abajo, con las locali­d ades bajo su
jurisdicción. Esta negociación ha incrementado el poder del presidente
municipal quien decide cómo se reparten los recursos provenientes del
estado o federación vía fondos y participaciones.
La descentralización hacia el ayuntamiento no ha beneficiado en
términos de democratización a las localidades rurales que siguen sin
capacidad de autodefinirse en la medida en que sus representantes no
tienen poder de decisión frente al gobierno municipal. El problema
tiene que ver, tal como argumenta J. Fox (2007), con el sistema tripar-
tita de niveles de gobierno en México, que reconoce el nivel municipal
como “el más local” de todos, e ignora un “cuarto nivel” que corres-
ponde al gobierno de los pueblos al interior de los municipios. Este
nivel submunicipal de gobierno es comúnmente confundido o asimila-
do con el nivel municipal y a pesar de que existen autoridades civiles
que lo representan, como es el caso de los delegados, éstos no tienen

20
Con base en J. Fox (1994) hago la distinción entre clintelismo y semiclientelismo, para subrayar la dife-
rencia entre una relación donde la subordinación clientelar es reforzada por amenazas de coerción, de un
segundo tipo de relación donde el soborno es necesario a fin de alcanzar el apoyo social. Esta segunda
relación da cuenta del continum entre clientelismo y ciudadanía, donde una multiplicidad de relaciones
políticas pueden existir. Por consiguiente, “semiclientelismo” es una categoría útil para explorar las relacio-
nes Estado-sociedad que caen entre el clientelismo autoritario y el pluralismo en los derechos civiles (Fox,
1994: 157).

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G a b rie la To r r es -M azuer a

voz ni voto en los cabildos municipales. En San Felipe del Progreso los
delegados están excluidos de la toma de decisiones en el cabildo muni-
cipal donde sólo participan regidores, el síndico, el presidente munici-
pal y en ocasiones algún representante de la Secretaría de Agricultura.
El monto y manejo de los recursos es información confidencial a la que
sólo los miembros del cabildo tienen acceso.
Cada año, el cabildo establece una partida destinada al desarrollo
urbano de las localidades o delegaciones bajo su jurisdicción. En teoría,
las obras a realizar en cada localidad responden a las necesidades y
prioridades establecidas por los habitantes de éstas, en las juntas de
pobladores organizadas por los delegados una o dos veces al año. Tam-
bién deben adecuarse al Plan de desarrollo municipal. Sin embargo, de
acuerdo con un funcionario del departamento de Obras públicas y de-
sarrollo del ayuntamiento en San Felipe así como con los delegados de
Portesgil y Dolores Hidalgo, la dotación de obras públicas a las locali-
dades no está determinada por el plan municipal de desarrollo, ni por
peticiones consensuadas de los habitantes. En San Felipe del Progreso
la opinión de los ciudadanos transmitida por los delegados no es escu-
chada por el presidente municipal, quien incluso en 2004 creó el puesto
de “enlace”, una nueva figura de intermediación entre el ayuntamiento
y las localidades del municipio e incondicional al presidente municipal
que reemplaza en sus funciones al delegado. De acuerdo a la informa-
ción de los propios enlaces, su tarea es la de visitar semanalmente las
tres a seis localidades bajo su responsabilidad para identificar las nece-
sidades de éstas, así como supervisar que se lleven a cabo las obras que
les corresponden. Dada la amplitud del municipio, el ayuntamiento de
San Felipe tiene contratadas a 50 personas para este fin. Sin embargo,
como lo explica el secretario particular del ayuntamiento: “Los enlaces
son ‘las orejas’ del presidente municipal” y su principal misión es de
tipo político (información recolectada durante estancia de campo,
2005). Los enlaces informan al presidente sobre los grupos políticos al

100

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

interior de los ejidos que se deben de apoyar o bloquear. También mo-


vilizan a líderes comunitarios en tiempos de elecciones.
En San Felipe la asignación de obras públicas a las localidades está
determinada por los intereses políticos del presidente municipal. En
un escenario electoral competitivo, la construcción de una obra puede
significar el control, castigo o cooptación por parte de la presidencia
municipal hacia las localidades bajo su jurisdicción. El presidente mu-
nicipal puede decidir otorgarle más recursos a las localidades con las
que mantiene buenas relaciones, o por el contrario a las localidades que
votaron en contra suya y que trata de “recuperar”. Esta situación que pa-
rece contradictoria y ambigua se hace inteligible si observamos un caso
concreto.
En la localidad ejidal de Dolores Hidalgo vecina de Portesgil, en el
año 2000 la población votó por el delegado de afiliación panista que
ganó con 650 votos (de un total de 1300 votos, 550 fueron para el pri).
En el contexto de un municipio priista este cambio de partido (hasta
entonces en la localidad había ganado el pri) no significó mejora sino
estancamiento: durante tres años no llegó ninguna obra pública al pue-
blo. El delegado de Dolores Hidalgo fue bloqueado por el grupo priis-
tas de la localidad. Cuando el delegado convocaba a una reunión, este
grupo la boicoteaba fijando una reunión alternativa el mismo día para
dividir a la comunidad. El enlace municipal privilegiaba el trato con
los líderes del grupo priista. En el 2002, el presidente municipal priis-
ta llamó a los líderes de su partido, encabezados por el comisariado
ejidal a fin de darles la única obra otorgada a ésta: un laboratorio clíni-
co. Esta situación de bloqueo para el delegado panista ha llevado a la
gente que votó por el pan en Dolores Hidalgo a dudar respecto a su
decisión, a pesar de que ésta fue principalmente un voto de castigo al
pri debido a la corrupción de algunos de los funcionarios del gobierno
municipal anterior que vivían en la localidad (entrevista con ex delegado
y dos habitantes de Dolores Hidalgo, 2004).

101

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G a b rie la To r r es -M azuer a

El considerable aumento de recursos municipales ha tenido fuertes


consecuencias en la organización geopolítica y territorial al interior del
municipio.21 Hoy más que nunca el presidente municipal tiene control
político sobre las localidades ubicadas dentro de la jurisdicción muni-
cipal. El aumento de recursos del ayuntamiento ha desembocado en
una nueva forma de clientelismo, ahora ejercido por el presidente mu-
nicipal de San Felipe hacia los habitantes de las localidades rurales. La
competencia por los recursos y el capital político de líderes y autorida-
des comunitarias tales como los delegados, subdelegados, comisarios
ejidales, autoridades del ayuntamiento (regidores, síndicos, incluso el
presidente municipal, etc.) ha generando un desarrollo urbano disperso
y desordenado. Es el caso del surgimiento de nuevos barrios y asen­
tamientos humanos sobre tierras ejidales que ignoran la planeación
plasmada en Plan de desarrollo municipal. Este proceso tiene diversas
causas que describiremos a continuación:
Los líderes y autoridades locales se benefician si consiguen pavi-
mentar un camino, ampliar o construir una escuela o clínica, dotar de
agua o electricidad a un nuevo barrio de una localidad. El beneficio
puede ser personal, por ejemplo, la construcción de un camino pavi-
mentado que pasa por la casa o terreno del líder revalora la propiedad.
En San Felipe es común encontrar un camino asfaltado de cinco kiló-
metros que lleva a unas cuantas casas y que fue construido por la sen-
cilla razón de que algún líder local con cierto poder político logró
gestionarlo. Es el caso del barrio de Tungareo, donde uno de los líderes
locales cercano al pri ha logrado gestionar una escuela y la pavimen­
tación de varios caminos para las pocas familias que viven ahí. De
esta forma, el crecimiento urbano de la población se da en función de

21
Para un análisis similar de las consecuencias políticas a nivel local que ha tenido el enriquecimiento de
los ayuntamientos ver Castro Domingo (2003); Dehouve (2003); Fox (2007); Zárate (2001), entre otros.

102

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

“puntos de atracción” de desarrollo que ciertamente son aquellos indi-


viduos con capital político local. Lo mismo sucede en la cabecera mu-
nicipal donde los sucesivos presidentes municipales han dirigido el
desarrollo urbano hacia las zonas donde tienen propie­d ades o tierras
(información recolectada durante estancia de campo, 2004).
La construcción de una obra urbana también puede ser una forma
de adquirir el prestigio necesario para conformar un capital político
útil en tiempos electorales; este es el caso de la dotación de láminas
para la construcción que el líder asigna a su clientela de forma discre-
cional. Desde otra perspectiva, la construcción de obra pública benefi-
cia también otros niveles de gobierno y actores políticos. Las obras que
recibe una localidad pueden tener diferentes “donadores”: desde el go-
bernador del estado, los diputados estatales y locales, hasta el presi-
dente municipal. De ahí que, como explicó el encargado de desarrollo
urbano de San Felipe del Progreso, el Plan de desarrollo municipal es
poco respetado por los políticos locales y totalmente desconocido por
la ciudadanía y los partidos de oposición. Según el mismo funcionario, la
inversión para abastecer de agua, luz y educación (aulas de educación
básica) a los habitantes de los barrios dispersos resulta altísima y no se
justifica en términos de la eficiencia. Los habitantes de los barrios y
nuevos asentamientos se han convertido en una buena clientela para
los políticos de diferentes partidos políticos en competencia sobre todo
en tiempos electorales.

División municipal y el conflicto entre las élites mestizas

Desde otra perspectiva, la llegada de recursos al municipio ha contri-


buido a otro tipo de reconfiguración geopolítica local. Hoy en día, el
enriquecimiento de la hacienda municipal es una de las principales
causas de división municipal en regiones rurales (Dehouve, 2003). Este
es el caso de San Felipe del Progreso que en el 2002 se dividió en dos

103

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G a b rie la To r r es -M azuer a

municipios.22 El argumento esgrimido por aquellos que promovieron la


división del municipio era que su enorme tamaño (el más grande del
Estado de México) hacía muy complicada su administración. Sin em-
bargo, es necesario tomar en cuenta otro factor no reconocido pública-
mente y sólo presente como un secreto a voces: la fuerte competencia
existente entre los grupos de poder que residían en San Felipe, cabece-
ra del municipio, y aquellos que habitaban en la segunda ciudad más
grande del municipio, San José del Rincón. Mientras que las familias
más fuertes y próximas a la cabecera municipal se beneficiaban de los
recursos prove­n ientes del gobierno federal, aquellas que residían en la
región noroeste no tenían acceso a éste y sólo gozaban de los ingresos
provenientes de la explotación forestal. Es así que el municipio de San
José del Rincón fue creado en 2003, permitiendo que los dos grupos de
poder regionales maximizaran el ingreso proveniente del gobierno fe-
deral y se dividieran la riqueza de la región.

La competencia política por el ayuntamiento en un contexto


multipartidista

El pri sigue ganando las elecciones, aunque en San Felipe del Progreso
la competitividad política ha ido en aumento de tal forma que, incluso
en este municipio de fuerte tradición priista, desde la década de los
años noventa es mayor la suma de los votos ganados por el pan y el prd
que el total del pri.23 A continuación propongo analizar esta trans­
formación desde la perspectiva de la diversificación en los canales de
acceso a los recursos municipales para una élite local, aspecto general-

22
La posibilidad de formar un nuevo municipio está dado en la Ley 364 de 1993 y sólo concierne a las
comisarías que deben de tener una población superior a 25 000 habitantes. El primer año de fundación de
un municipio el congreso instituye un consejo municipal designando a los miembros por tres años y luego
cede su lugar a un consejo elegido por votación (Dehouve, 2003).
23
De hecho si analizamos las diferencias de votación entre los distintos partidos políticos en competencia,
observamos que el margen de victoria del pri en San Felipe del Progreso es muy pequeño.

104

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

mente no contemplado por quienes la conciben en términos de transi-


ción a la democracia.

Tendencias electorales en la ruralidad urbanizada en San Felipe del Progreso

A nivel municipal existen dos cargos de representación popular por los


que compiten los políticos locales: las diputaciones y la presidencia
municipal.24 Estos puestos se disputan entre los distintos grupos polí-
ticos del municipio que buscan maximizar el número de sus integran-
tes en el ayuntamiento y la diputación. Con el fin de tener un panorama
más amplio del cambio político local e incluir los resultados de las di-
putaciones locales elegidas por distritos, analizaré los datos del distri-
to electoral número 12 a nivel estatal, compuesto por los municipios de
San Felipe del Progreso, El Oro y San José del Rincón.
En el 2006, el distrito 12 contaba con una lista nominal de 117 263
personas, que representaban 1.3 por ciento a nivel estatal. En las últi-
mas elecciones de ayuntamientos que se realizaron el 12 de marzo del
2006, en el Distrito hubo una participación de 58.74 por ciento de la
lista nominal, lo cual superó por más de 15 puntos la participación
a nivel estatal que fue de 43.06 por ciento. Una hipótesis que explica
esta mayor participación es la poca inmigración permanente en los
municipios que componen el distrito 12. La mayor parte de los habi-
tantes de El Oro, San José del Rincón y San Felipe del Progreso son
originarios de estos municipios.25 De ahí que la mayoría de la gente se
siente involucrada en los procesos electorales locales, conocen a los
candidatos y les conciernen las decisiones políticas tomadas por los go­
bernantes locales.

24
Las regidurías son otorgadas a los partidos políticos proporcionalmente a los votos obtenidos.
25
De acuerdo al inegi (2000) la población de cinco años o más, que actualmente reside en el municipio de
San Felipe del Progreso es del 98.29 por ciento.

105

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cuadro 2
Distrito 12. El Oro, San Felipe del Progreso, San José del Rincón 2006
Lista Nominal Peso electoral
Estado de México 8 869 630 100
Distrito 12 117 263 1.3%

Diputados locales

Diputados por
Ayuntamiento

Ayuntamiento

Ayuntamiento
Diputados mr

Gobernador

mr 2006
2000

2000

2006
2005
2003

2003
1era Fuerza % pri pri pri pri apm pri pan
46.42 48.13 38.72 37.81 63.71 33.21 35.98
2da Fuerza % pan pan pan pan pan pan apm
33.72 32.93 23.81 25.31 21.09 29.88 31.68
Participación % 59.93 62.1 52.21 50.09 47.54 58.74 58.74
Fuente: ieem (Instituto Electoral del Estado de México, 2007).

Hasta el 2006 la principal fuerza política en el distrito 12, era el pri.


Sin embargo en el 2003, dicho partido comenzó a perder votos en las
elecciones por los ayuntamientos y diputaciones locales, y en el 2006
el pan ganó la diputación local con 35.98 por ciento de la votación. El
margen para su triunfo fue, sin embargo, pequeño, ya que el pri contó
con el apoyo de 31.68 por ciento del electorado. Para las elecciones
estatales, el pri mantuvo su fuerza con 63.71 por ciento de los votos a
su favor, de la misma forma que en las elecciones federales de julio de
2006, cuando ganó con 32.19 por ciento de la votación y un margen
de menos de un punto porcentual. Es de señalarse que la participación
en estos últimos comicios fue mayor que en las elecciones a gobernador
del 2005 y de presidentes municipales del 2006, lo cual es un indicio del
interés que muestra la población municipal por la política nacional y
que puede explicarse tomando en cuenta dos factores: las altas tasas de
migración temporal de la población económicamente activa al Distrito
Federal, Toluca y la región Lerma que ha permitido que la población

106

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

migrante se vincule con temas políticos nacionales, y el impacto de los


medios masivos de comunicación, concretamente la televisión, que lo-
gra involucrar a la población en los procesos electorales federales.
cuadro 3
Participación en elecciones para la Presidencia de la República 2006
2006 San Felipe San José El Oro
del Progreso del Rincón
Total de votos 34 426 22 693 12 475
Lista Nominal 58 233 40 433 18 597
Participación en elecciones 59.11% 56.12% 67.0%
presidenciales 2006
Participación en elecciones 60.25% 56.13% 59.76%
municipales 2006
Fuente: Instituto Electoral del Estado de México, 2007; ife, Atlas Federal Electoral 1991-2006.

Analizando las elecciones para la presidencia municipal observamos


que la alternancia política ha sucedido en dos de los municipios que
componen el distrito 12: San José del Rincón y El Oro. En el primer
caso, el paso del pri al pan sucedió en el 2006. En El Oro, en 1996 y de
nueva cuenta en el 2006.
cuadro 4
Elecciones por la presidencia municipal en el distrito 12
San Felipe del Progreso San José del Rincón El Oro
1991-1992/ pri 1991-1993 pri
1992-1993
1994-1996 pri 1994-1996 pri

1997-2000 pri 1997-2000 pan

2000-2003 pri 2000-2003 pri

2003-2006 apt * 2003-2006 apt 2003-2006 apt

2006-2009 capm* 2006-2009 pan 2006-2009 pan

Fuente: Instituto Electoral del Estado de México, 2007.


* Alianzas del pri con el Partido Verde.

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G a b rie la To r r es -M azuer a

En San Felipe del Progreso, el pri ha mantenido la mayoría y el con-


trol sobre el ayuntamiento, aunque el margen de victoria ha sido muy
estrecho en dos ocasiones. De la misma forma, en El Oro el margen de
victoria del pan ha sido de tan sólo 1.79 por ciento.
cuadro 5
Competitividad y participación en elecciones del ayuntamiento 2006
Resultados Margen Competitividad Participación Lista
2006 victoria nominal
San Felipe del progreso capm 4.36% Muy alta 60.25% 58 233
San José del Rincón pan 12.44% Media 56.13% 40 433
El Oro pan 1.79% Muy alta 59.76% 18 597
Fuente: Instituto Electoral del Estado de México, 2007.

Gráfica 2
Comparativo de la participación en elecciones a la Presidencia
de la República y en las elecciones locales, 2006
68%
% Participación en elecciones
66% presidenciales 2006
64% % Participación en elecciones
municipales 2006
62%
60%
58%
56%
54%
52%
50%
San Felipe del Progreso San José del Rincón El Oro
Fuente: Instituto Electoral del Estado de México, 2007.

Cabe señalar que, en el 2000, en El Oro el pri regresó con fuerza y no se


observó “el fenómeno Fox” (esto es que el electorado votara por el pan a nivel
local al igual que lo hizo a nivel nacional), lo cual indica que la dinámica
de las elecciones locales es independiente de las elecciones federales.

108

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De acuerdo con los datos sobre los comicios electorales en El Oro y San
Felipe del Progreso, la participación ciudadana se incrementó drástica-
mente de 1990 a 1993. Es por esos años que el pan y el prd comenza-
ron a recibir una mayor votación. En ambos municipios 1996 fue un
año clave de transformación política ya que en El Oro, el pan llegó al
poder, y en San Felipe del Progreso se convirtió en una fuerza oposito-
ra incrementando su votación de 481 votos en 1993 a 10 195 en 1996.

cuadro 6
El Oro. Elecciones para el H. Ayuntamiento.

Año pan pri prd Total votos* Lista nominal % participación


1990 0 2 994 1 128 4 732 s/d s/d

1993 1 344 4 653 690 7 607 s/d s/d

1996 3 289 3 021 652 7 711 12 864 59.94


2000 2 931 4 220 398 10 849 15 712 69.04
2003 2 513 3 450 2 253 9 386 16 491 56.91
2006 3 548 3 349 1 350 11 113 18 597 59.75
Fuente: Instituto Electoral del Estado de México, 2007.
* Incluye la votación para pri, pan, prd y otros partidos.

cuadro 7
San Felipe del Progreso. Elecciones para el H. Ayuntamiento
Total Lista %
Año pan pri prd
votos nominal participación
No existe
1990 30 10 648 1 271 16 054 s/d
el ieem
1993 481 19 340 2 616 28 244 s/d s/d

1996 10 195 14 555 974 29 710 63 658 46.67


2000 15 747 21 495 2 268 44 541 76 702 58.07
2003 (el municipio es
6 629 11 344 5 138 28 550 50 873 56.12
dividido en 2002)
2006 7 600 12 960 11 429 35 083 58 233 60.24
Fuente: Instituto Electoral del Estado de México, 2007.

109

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cuadro 8
San José del Rincón. Elecciones para el H. Ayuntamiento
Lista %
Año pan pri prd Total votos* nominal participación
2003 3 099 5 238 1 226 13 465 31 072 43.33
2006 9 509 6 685 3 777 22 695 40 433 56.12
Fuente: Instituto Electoral del Estado de México, 2007.
* Incluye la votación para pri, pan, prd y otros partidos.

Viejos y nuevos actores en la competencia política por el ayuntamiento

El desgaste electoral del pri en el distrito 12 es una muestra de lo que


ocurre en San Felipe del Progreso. En éste municipio los últimos 15
años han significado la ampliación y diversificación de los canales a
través de los cuales se pueden expresar los intereses políticos de dife-
rentes grupos sociales que existen en el municipio. Sin embargo, aun-
que la inclusión de una mayor cantidad de actores entre los que se
encuentran los profesionistas de las localidades mazahuas, significa un
cambio hacia la pluralidad política, también observamos una conti-
nuidad en el poder por parte de la élite mestiza que ha logrado acceder
a los recursos municipales, diversificando su participación por medio
de los partidos políticos con más presencia en San Felipe. Esta diversi-
ficación no ha ido exenta de conflicto al interior de dicho grupo de
poder. Sin embargo, como mostraré en lo que sigue, ha redituado en la
medida en que la presidencia y el cabildo se han mantenido cohesiona-
dos bajo los mismos intereses.
En San Felipe, la entrada de los partidos de oposición en la escena
política local se remonta, al igual que en varias regiones del país, a los
años ochenta, aunque su fuerza política surge hasta 1996 cuando la
votación por el pan se disparó, pasando de 481 votos a 10 195.
Durante el proceso electoral de 1996, el pan cobró importancia de-
bido a que uno de los principales líderes de San Felipe del Progreso,

110

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cuadro 9
Resultados de las elecciones municipales de San Felipe del Progreso
Año pan pri prd Total Lista %
votos nominal participación
1990 30 10 648 1 271 16 054 S/D S/D
1993 481 19 340 2 616 28 244 S/D S/D
1996 10 195 14 555 974 29 710 63 658 46.67%
2000 15 747 21 495 2 268 44 541 76 702 58.07%
2003 (el municipio 6 629 11 344 5 138 28 550 50 873 56.12%
es dividido en 2002)
2006 7 600 12 960 11 429 35 083 58 233 60.24%
Fuente: Instituto Electoral del Estado de México, 2007.

José García, prestigioso médico perteneciente a la élite mestiza de la


cabecera municipal,26 se lanzó a la contienda electoral como candidato
por el pan. García, quien hasta entonces era un reconocido priista, de-
cidió incorporarse al pan cuando su aspiración a la candidatura para la
presidencia municipal no fue tomada en cuenta por el comité estatal
del pri. Es importante tener en mente que en las elecciones anteriores
de 1993, Vicente Peral, líder profesionista de San Pedro el Alto, que no
pertenecía al grupo del pri de la élite mestiza, había ganado la candi-
datura por el pri a Martin Viera, priista de la cabecera que contaba con
el apoyo del comité estatal del pri. Es quizás por esta razón que para
1996 el comité estatal impuso a Viera, lo que generó descontento entre
una sección del grupo priista municipal al que pertenecía el doctor García,
lo que puede explicar su renuncia al partido.
La campaña emprendida por el doctor García en 1996 inauguró en
el municipio una nueva forma de hacer política, caracterizada por la
denuncia a la corrupción política del gobierno municipal controlado
por el pri estatal, y apoyada en un periódico de circulación local que él

26
El nombre de las personas referidas ha sido cambiado cuando éstas han pedido anonimato.

111

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G a b rie la To r r es -M azuer a

mismo fundó: El Panorama. En este periódico, nuevas voces, entre ellas


las de muchos profesionistas originarios de los poblados mazahuas,
se pronunciaron para denunciar los actos de abuso del pri, al tiempo
que pro­movían la campaña del pan. García ganó gran apoyo a nivel de
las localidades y logró un record de votos para el pan: 10 195, que sin
embargo no fueron suficientes para ganarle al pri. Los grupos de apoyo
de García no aceptaron su derrota y los rumores en torno a un fraude
electoral se extendieron. Sin embargo, contrariamente a lo que muchos
partidarios de García esperaban, el líder panista aceptó pacíficamente
su derrota. De acuerdo con personas de afiliación panista que participa-
ron en la campaña electoral, el doctor García pactó con el grupo priista
que quedó como ganador de la contienda. A García no le interesaba
la desobe­d iencia civil o la confrontación violenta, ya que a pesar de su
fracaso político, sus intereses económicos estaban a salvo en la medida
en que éste logró colocar a las personas de su confianza en las tres
regidurías que por el porcentaje de votación le correspondían al pan
(información recolectada durante estancia de campo octubre, 2005).
Desde la perspectiva de funcionarios del ayuntamiento, los regidores
panistas que entraron al cabildo en estos años y hasta la fecha, trabajan
en alianza con los regidores priistas, lo mismo que perredistas, quienes no
representan un grupo político alternativo al del presidente municipal.
En las elecciones del 2000 y 2003, la historia se repitió, el doctor Gar-
cía compitió primero contra Javier Apodaca, quien no representaba a la
élite mestiza sino a los profesionistas de las localidades mazahuas, y con-
siguió una votación mayor a los 15 000 votos. Sin embargo, este último
le ganó con más de 21 000 votos, récord para el pri pero que para ojos de
muchos fue fraude electoral. En 2003, el doctor García volvió a postular-
se por el pan y compitió contra Manuel Nieves, mestizo de la cabecera. Un
mes antes de la elección, García cedió su candidatura a otro candidato:
Noé Cortina, un misionero protestante muy conocido en el municipio
por su trabajo social. Su salida precipitada no ayudó en la contienda

112

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electoral y el pan perdió las elecciones con una votación de tan solo
6 600 votos frente al pri. Una vez más los rumores de pacto entre el doc-
tor García y el grupo priista se extendieron por el municipio. De acuerdo
con el mismo candidato que lo suplantó: Noé Cortina, el doctor García
no tenía intención de ganarle al pri y más bien pretendió colocar a gente
de su confianza en las regidurías.27 Finalmente, en el 2006 el doctor
García ganó las elecciones frente al pri, siendo electo diputado local del
distrito 12 por el pan. García es el ejemplo de un político perteneciente
a la élite mestiza de San Felipe que ha sabido utilizar a su favor la entrada
de nuevos partidos políticos en la competencia electoral de San Felipe.
Por su parte el prd ejemplifica, al igual que el pan, el control de cier-
tos grupos de poder municipales sobre el partido. Durante la década
de los años noventa, el prd representó la única oposición real en el
municipio, contando con un apoyo muy reducido de la población de
las localidades de la zona alta del municipio. Quienes apoyaban dicho
partido eran, en su mayoría, personas que habían emigrado a la ciudad
de México y se habían impregnado de ideas políticas durante su estan-
cia en la ciudad. En 2003, el partido que hasta entonces tenía poca
visibilidad en el municipio cedió su candidatura a Carlos Villa, líder
mestizo de Santa Ana Nichi, quien contaba con gran capital político,
habiendo sido presidente municipal por el pri en 1994. Es de seña­larse
que Villa es primo del doctor García y fue expulsado de ese partido tras
una acusación de malversación de recursos municipales durante su
mandato. En las elecciones del 2006, Alejandro Tena, originario de la
cabecera municipal, se presentó como candidato por el prd. Al igual que
Villa, Tena es un ex priista que había ocupado el puesto de secretario
del ayuntamiento y de regidor por el pri en los gobiernos municipales
pasados. Sin embargo, en la disputa por el poder al interior del pri, Tena,

27
García le cedió a Cortina la candidatura, pero no el derecho a decidir a los regidores que éste deja esta-
blecidos antes de retirarse de la contienda.

113

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a pesar de su gran capital político, no fue elegido como precandidato
por el pri. Fue entonces que Tena compró la candidatura a la presiden-
cia municipal al líder del prd: Carlos Chávez, quien además de una
suma de dinero lo obligó a ceder dos regidurías: la primera y la segunda
que ocuparían él y su cuñada.28 La votación del 2006 es sumamente
competida ya que la diferencia entre las dos principales fuerzas políticas
fue de menos de mil votos; Tena no ganó las elecciones, sin embargo,
logró colocar cinco regidores de su partido debido a la alta votación.
Los políticos expriistas a los que hemos hecho mención se incorpo-
raron a un partido de la oposición, al carecer de un apoyo del comité
estatal del pri. También se caracterizan por ser líderes locales que po-
seían una trayectoria profesional dentro del municipio y un fuerte
apoyo de base regional como el doctor García y Tena, pero sin apoyo
de instancias superiores. Esta percepción se refuerza observando la
trayectoria de aquellos priistas que han sido elegidos para convertirse
en candidatos y luego presidentes municipales por el pri desde 1996 en
San Felipe. La principal característica que los une es haber tenido una
trayectoria profesional fuera del municipio, habiendo ocupado puestos
en diferentes dependencias estatales como cedipiem que les ha permi-
tido establecer relaciones con los políticos del estado en Toluca y ha-
cerse de un apoyo “desde arriba”. Estos candidatos tienen poco capital
político en el municipio, lo que ha generado descontento entre aquellos
políticos locales.
Los partidos políticos implican fuentes de ingresos para las élites lo-
cales organizadas en familias que hasta entonces sólo habían tenido con-
trol a través del pri y que, a partir de los años noventa, se reorganizaron
para integrarse a diferentes partidos políticos. Este es el caso de Carlos
Villa, quien siendo hijo de Lauro Villa exdiputado por el pri (2002-2005)

28
En el 2006 el ayuntamiento está compuesto por trece regidores de representación proporcional pertene-
cientes a los tres partidos políticos con mayor representatividad en el municipio: pri, prd y pan.

114

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

y expresidente municipal (1973-1975) no tiene una afiliación partidista


definida, tal como lo expresó en una de nuestras entrevistas: “yo soy
priista, yo soy panista, soy perredista, pero yo les pinto el dedo a todos
con tal de que lleguen recursos a la zona... ellos (los políticos de Toluca)
creen que han jugado con nosotros (la élite de San Felipe), pero nosotros
somos quienes hemos jugado con ellos” (información recolectada durante
estancia de campo, 2005). Desde mediados de los años noventa, aquellos
priistas que no son elegidos por el comité estatal tienen la posibilidad de
unirse a otro partido que puede permitirles acceder al poder y los recur-
sos de la tesorería municipal, sobre todo vía las regidurías.

Alianzas y rupturas en el grupo de poder municipal:


las elecciones municipales del 2006

En el municipio de San Felipe del Progreso, la contienda electoral co-


menzó de forma informal un año antes del proceso electoral con la
selección del candidato del pri a la presidencia municipal. Para las
elecciones del 2006, en San Felipe del Progreso, el proceso se inició en
2005 con un total de 64 aspirantes que buscaban la candidatura a la
presidencia por el pri. Cada uno de los posibles candidatos representaba
una facción al interior del partido y en algunos casos, eran los repre-
sentantes de organizaciones como: la Confederación Nacional Campe-
sina (cnc), la Central Campesina Independiente (cci), la Confederación
de Organizaciones Populares, el Consejo Supremo Mazahua y el Frente
Juvenil Revolucionario. Según nos explicó un funcionario del ayun­
tamiento, la posibilidad de convertirse en candidato depende del pa-
drinazgo o apoyo por parte de los priistas estatales y del dinero que
aporta cada aspirante para subvencionar los gastos que implica la can-
didatura. En el 2006 fueron tres los aspirantes “fuertes” que quedaron
tras diversas alianzas entre los grupos al interior del pri municipal:
Eduardo Zarza quien era vocal ejecutivo del Consejo Estatal para el

115

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G a b rie la To r r es -M azuer a

Desarrollo de los Pueblos Indígenas del Estado de México (cedipiem);


Javier Apodaca, quien había sido en dos ocasiones diputado local (en
1997 y en el 2003) y presidente municipal en el 2000 y Alejandro Tena
quien había sido regidor en el gobierno municipal del 2000-2003, y
secretario del ayuntamiento en el 2003. El comité estatal del pri eligió
a Zarza como candidato del pri según algunos debido a que era el can-
didato con menos capital político y más fácil de controlar.
Las tres fuerzas con mayor presencia en el municipio en el 2006
fueron el pan, prd y la coalición pri-pvem la cual contendió bajo el
nombre de “Alianza Por México” (apm). El pt y Convergencia tuvieron
una votación y representación mínima de 358 y 211 votos respectiva-
mente por lo cual no los consideramos en nuestro análisis. Los candi-
datos de cada partido fueron Noé Cortina por el pan, Alejandro Tena
por el prd y Eduardo Zarza por el apm.
Aunque las campañas políticas iniciaron oficialmente el 20 de enero
y finalizaron el 5 de marzo, de acuerdo a personas entrevistadas que par-
ticiparon en éstas, los candidatos comenzaron a formar y movilizar a su
equipo unos seis meses antes del día de la votación. Los candidatos re-
corrieron el municipio, visitando todas las localidades, algunas de ellas
hasta en tres ocasiones, realizando distintas actividades. Por ejemplo, el
equipo de los candidatos ofrecía talleres para mujeres (bordado), entre-
gaba despensas e incluso pavimentaba calles. Durante sus campañas,
únicamente el aspirante por el pan, Noé Cortina, hizo énfasis en la len-
gua y cultura mazahua. Una de sus propuestas era homenajear a las
mujeres mazahuas en sus bordados, otra, cambiar el nombre del muni-
cipio a Mazahua­tlán. Sus propuestas de desarrollo económico también
tomaban en cuenta elementos de la tradición mazahua y campesina, por
ejemplo, la creación de cooperativas para la fabricación de tabique y
adobe, o los proyectos productivos orgánicos, como el amaranto. Algu-
nos de sus discursos fueron pronunciados en mazahua, además de que
el candidato vestía ropa hecha por los mazahuas (un saco de lana). La

116

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

reivindicación mazahua de Cortina y sus propuestas tuvieron muy poca


acogida entre los habitantes de San Felipe. Por su parte, Edurado Zarza,
a pesar de venir del cedipiem, no centró ninguna de sus propuestas en el
carácter étnico de la población, aunque una vez que llegó a la presidencia
municipal estableció que en el cuadro del centro histórico de San Felipe,
el nombre de los comercios fuera escrito en mazahua y en español.
El clima en el que se desarrollaron las campañas electorales fue de
conflicto y fuerte competencia entre los candidatos y sus partidarios,
que intentaban conseguir la lealtad de los electores. El pri tiene una
estructura sólida en el municipio y movilizó a todos sus contactos para
conseguir la adherencia de los ciudadanos. Es así que los enlaces mu-
nicipales que tienen a su cargo entre cuatro y cinco comunidades, los
delegados locales y demás líderes, como son algunas vocales del pro-
grama Oportunidades o comisariados ejidales, médicos de la clínica de
salud o maestros, se dedicaron a distribuir despensas y convencer a la
gente para conseguir el voto para pri. A esta labor de proselitismo po-
lítico se sumaron las iglesias evangélicas y católicas, muchas de las
cuales también apoyaron a este partido (Información recolectada du-
rante el trabajo de campo octubre 2007).
El 12 de marzo del 2006 se llevaron a cabo las elecciones municipa-
les en San Felipe del Progreso. El pri ganó con 12 960 votos, el prd le
siguió con 11 429 votos, en tanto que el pan perdió votos y logró tan
solo 7 600. Eduardo Zarza ganó las elecciones aunque por un margen
estrecho. Algunos atribuyen su triunfo al “voto duro” del pri (unos
11 000 votos) provenientes de los viejos ejidatarios y líderes priistas
que movilizaron a la gente, tales como los delegados de las localidades
y los integrantes de la Comisaría ejidal.
A lo largo de la jornada electoral hubo numerosos conflictos entre
seguidores de los distintos partidos en todas las comunidades y los
escritos de protesta fueron abundantes al finalizar el día. Un ejemplo
de los conflictos es el de los simpatizantes del prd en la comunidad de

117

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G a b rie la To r r es -M azuer a

Rioyos que querían “llevarse las urnas” porque no estaba de acuerdo


con los resultados del conteo al término de la jornada, llegando a las agre­
siones verbales con los representantes de partido, situación que provocó
la intervención de la policía. En la localidad de La Virgen también hubo
problemas porque ahí había dos posibles regidores del prd. Muchos de
los familiares de éstos eran representantes del prd y generaron miedo,
intimidando a quienes iban a votar, por lo cual mucha gente no quería
participar. Otro caso sucedió en la cabecera de San Felipe del Progreso
donde los partidarios del pri no querían salirse del recinto donde esta-
ba la casilla (ubicada en una escuela) para lo cual fue necesario llamar
a las fuerzas del orden. Desde el punto de vista de habitantes del mu-
nicipio, durante las elecciones municipales hubo muchos provocadores
(en especial de algún partido que buscaba conflicto). Durante el conteo
de la votación en la junta municipal de San Felipe del Progreso, algu-
nos partidarios del prd quisieron “tomar” la junta municipal alegando
que se había cometido un fraude y no estaban de acuerdo con los resul-
tados, sin embargo, Tena no encabezó la propuesta, y sólo impugnó los
resultados pero no dio seguimiento a su denuncia. Semanas después
Tena se postuló a la diputación federal por el prd.

Conclusiones

La nueva ruralidad desagrarizada tiene en su centro al gobierno muni-


cipal que se ha convertido en el mediador principal entre el gobierno
federal, estatal y las localidades rurales, muchas de las cuales son eji-
dos. Gracias a las aportaciones federales, el ayuntamiento ha logrado
afirmar su función como proveedor y administrador del desarrollo ur-
bano local. En San Felipe del Progreso la principal dinámica económi-
ca y política hoy en día tiene que ver con la urbanización de las
localidades rurales promovida por el ayuntamiento, ya sea en la cons-
trucción de infraestructura urbana, de servicios o de vivienda.

118

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

El resurgimiento del gobierno local y la entrada de los partidos polí­


ticos en la escena municipal parecen apuntar hacia el mayor control de los
recursos a nivel local. Sin embargo, es importante señalar que desde el
punto de vista de las localidades, el cambio tiene otro tinte. La descen­
tralización ha ampliado las tareas y recursos del ayuntamiento sin
garantizar una mayor participación ciudadana en la implementación del
presupuesto municipal.
En un municipio rural como San Felipe del Progreso, la participa-
ción política se ha vuelto más individualizada y volátil, desvinculada
de las demandas campesinas, y menos condicionada por coerciones de
tipo autoritario. La nueva dinámica socioeconómica del espacio rural ha
significado el fin del corporativismo vinculado a la cnc u otras orga­
nizaciones campesinas.29 En este municipio, la población encauza sus
inquietudes políticas a través de las asociaciones de productores agrí-
colas y pecuarios, clubes de futbol, asociaciones de profesionistas y
técnicos, uniones de taxistas, transportistas, comerciantes y artesanos
por mencionar las más importantes. Algunas de éstas tienen un refe-
rente indígena o campesino como por ejemplo la “Unión de campesi-
nos mazahuas” pero no son las únicas ni las más poderosas. Paralelo a
este cambio, en la actualidad, los habitantes rurales se sienten con el
derecho a exigir algún beneficio material a cambio de lealtad política.
A diferencia del autoritarismo priista, prevaleciente en San Felipe del
Progreso hasta los años setenta, que imponía una lealtad política sin
ofrecer nada, salvo la no violencia, como retribución, la competencia
política vía los partidos políticos implica una transformación. El final
del corporativismo campesino que vinculaba el ejido con el gobierno
federal vía la cnc, implica la transformación de las relaciones cliente-
lares. El clientelismo autoritario ha sido sustituido por otro de carácter

29
En sfp, la cnc desde los años ochenta dejó de monopolizar el movimiento campesino en la región y
compite con otras organizaciones como la Central Campesina Independiente (cci) y la Unión General de
Obreros y Campesinos de México A.C. (ugocm).

119

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G a b rie la To r r es -M azuer a

más competitivo entre diferentes grupos de interés que se disputan el


control sobre los recursos que llegan al núcleo urbano ejidal.
Este cambio en las formas de participación política, y más ampliamente
en las relaciones de poder a nivel local, ha sido también resultado del
proceso de desetnización de los habitantes mazahuas. Todavía en la década
de los años setenta la mediación política entre ejidos, ayuntamiento y
otros niveles de gobierno, en San Felipe requería de la traducción; en
aquella época la mayor parte de la población no hablaba español, por
lo cual era indispensable la presencia de un mediador cultural que por lo
general se afianzaba como cacique ejidal. Esta situación se ha transformado
con la introducción de escuelas que castellanizaron a los estudiantes y
la migración rural-urbana.
Hoy en día la competencia política local gira en torno a los puestos de
elección popular del distrito (diputaciones), del gobierno municipal (pre-
sidente municipal) y de las localidades (delegado) a través de los partidos
políticos. La ruralidad desagrarizada y urbanizada del centro de México
se caracteriza por un cambio de demandas campesinas a urbanas, la com-
petencia de diferentes líderes que representan grupos de interés de las
localidades o delegaciones municipales, así como de la cabecera munici-
pal y la participación política canalizada en diferentes partidos políticos.
Estos cambios que apuntan hacia una democratización del espacio
rural se enfrentan, sin embargo, a inercias asociadas a una cultura po-
lítica patrimonialista.30 En San Felipe del Progreso la descentralización
no ha implicado una mayor transparencia en el manejo de recursos por
parte del presidente municipal, por el contrario, la corrupción, y sobre
todo el uso clientelar de los recursos municipales es una práctica coti-
diana del gobierno local donde poder político, riqueza y prestigio se
confunden.

30
El patrimonialismo puede ser comprendido como una forma de juego político en el que los actores
buscan obtener influencia sobre el gobierno, no para hacer aplicar las reglas generales, sino para obtener
ventajas personales (Fauré, 1995).

120

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Segunda parte
Los habitantes de la ruralidad urbanizada:
percepciones del mundo rural y expectativas
de vida

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Capítulo 3
Nuevas valoraciones de la agricultura
y el maíz en la ruralidad urbanizada

L a ruralidad en México y en otras regiones del mundo en desarrollo ha


dejado de ser aquel espacio caracterizado por la producción agrícola, la
arquitectura vernácula y los habitantes campesinos y se está convirtien-
do en un espacio complejo y fragmentado. Durante el trabajo de campo
realizado entre el 2002 y el 2007 fue posible observar que muchas de
las parcelas ejidales en el ejido de Portesgil estaban sin cultivar. Esta
observación fue corroborada por el comisario ejidal. En la actualidad, la
mayoría de la población económicamente activa del ejido obtiene sus
ingresos de actividades extraagrícolas, como el comercio, el magisterio,
el gobierno municipal o el transporte.
Mucho se ha escrito sobre la crisis del campo en México, sin embar-
go, el abandono de la actividad agrícola en tanto hecho social1 queda
poco expuesto por muchos de los estudios que desde una perspectiva
económica y sociológica abordan las consecuencias de las reformas
neoliberales sobre el sector agropecuario (Appendini, 2001; Appendini

1
Por hecho social entendemos, siguiendo la definición de Emile Durkheim, el conjunto de fuerzas sociales
que determinan las acciones y conductas de los individuos.

123

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G a b rie la To r r es -M azuer a

y Hans Hansen, 1994; De Janvry, Gordillo, Sadoulet 1997; Gollás,


2004; Gómez Cruz y Schwentesius 2003; Yúnez-Naude, 2000).
Las razones por las cuales los productores siguen o dejan de sembrar
su parcela son variadas y, aunque desde la perspectiva individual pa-
recen responder a situaciones meramente “personales” desvinculadas
de un contexto social, es posible encontrar ciertas recurrencias.
El objetivo del presente capítulo es describir las transformaciones de
la actividad agrícola desde la experiencia de algunos habitantes de un
poblado rural y las diferentes maneras en que éstos se relacionan, en la
actualidad, con el maíz, el ejido y la agricultura.

Cinco perspectivas personales de la actividad agrícola


en un ejido urbanizado

En lo que sigue presentaremos cinco retratos2 de personajes que resul-


tan representativos de cohortes3 o grupos sociales asociados a la edad
y sus percepciones sobre la vida rural. Los dos primeros retratos que
presentaré son de ejidatarios mayores de 55 años para quienes la agri-
cultura ha representado su eje de sociabilidad en el ejido. Los tres ca-
sos siguientes nos hablan de la experiencia de personas nacidas después
de 1950 que tuvieron acceso a una mayor educación formal.
El cambio de valoración de la agricultura es un proceso sutil y difícil
de observar sin la ayuda de la comparación, de ahí que resulta útil in-
terpretar las experiencias de vida presentadas desde un conjunto de
preguntas que guían nuestra lectura: ¿Cuál es el lugar que ocupa la

2
Nos referimos a “retratos” y no a historias de vida ya que las descripciones presentadas a continuación son
la síntesis y selección de una vastedad de características que sirven a nuestra argumentación sobre el valor de la
agricultura. De ahí que varios episodios de la vida de los personajes descritos hayan sido omitidos.
3
Nos referimos a cohorte y no a generación para señalar que el criterio de diferenciación entre los diferen-
tes grupos descritos responde no tanto al periodo de nacimiento, sino más bien a factores sociales como la
llegada de la escuela, la penetración de vías de comunicación, la llegada de la revolución verde y del pro-
grama de educación bilingüe.

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

agricultura en la vida cotidiana y en la distribución del tiempo de los


habitantes de Portesgil? ¿Cuáles son los diferentes horizontes laborales
abiertos a cada cohorte o generación? y ¿Cómo determinan dichos ho-
rizontes la valoración que cada grupo tiene de la agricultura, el maíz y
la tierra? Finalmente, un aspecto que resulta crucial para comprender
el valor de la agricultura en Portesgil es el ciclo vital familiar en el que
se encuentran cada uno de los personajes retratados a continuación.

Lupe: el cultivo del maíz como práctica identitaria

La señora Lupe tiene 66 años y es viuda desde hace 34 años. Estudió hasta
tercer año de primaria y desde la muerte de su esposo se hizo cargo de
sus ocho hijos, lo cual la hace una mujer muy activa y desenvuelta. José,
su esposo, migró a Texas y California como trabajador agrícola. Con el
dinero ahorrado construyó su casa y adquirió un tractor para explotar
las dos hectáreas que poseía como ejidatario. Tras su muerte en 1972
Lupe heredó la parcela y más tarde adquirió una tercera hectárea que
uno de sus hermanos emigrado a la ciudad de México le dejó. La tierra
ha sido una de las principales fuentes de ingreso para Lupe, de ahí que
en los años ochenta adquiriese una tercera parcela de media hectárea
con el dinero ahorrado gracias a un programa de desarrollo rural (una
granja porcícola) y la ayuda de su hermano que vivía en la ciudad.4
Para Lupe, el cultivo del maíz es fundamental no sólo porque la die-
ta familiar requiere de las tortillas que ella prepara todos los días, sino
porque durante dos décadas, entre los años setenta y ochenta, fue su
fuente principal de ingreso junto con la cría de cerdos (llego a tener 60
puercos) y una pequeña tienda de abarrotes. Siempre ha sembrado con
ayuda de peones a quienes les pagaba con el dinero que obtenía en la

4
Son pocas las mujeres ejidatarias en Portesgil, por lo general, son viudas o las únicas herederas de sus
padres ejidatarios.

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tienda, y más tarde, con el dinero que sus hijos aportaban trabajando en
distintas actividades no agrícolas. En los últimos cinco años Lupe, que
vive con una de sus hijas y su nieta, ha dejado de sembrar dos de sus tres
parcelas. Hay varios motivos que explican el abandono del sus tierras:
uno de ellos es su edad y una operación que la debilitó y que hoy le im-
pide hacerse cargo de ellas; a esto se añade que el bajo precio del maíz
no le permite contratar peones. Otra razón es que sus hijos que se dedi-
can a otras actividades económicas (dos de ellos están en Estado Unidos
y los que viven en Portesgil y en la cabecera son profesores o comercian-
tes) no la pueden ayudar con trabajo agrícola. Debido a la caída en el
precio del maíz, en la cosecha del 2002, Lupe prefirió engordar sus diez
borregos que vender el maíz obtenido. Desde los años noventa, la inver-
sión en el cultivo de este grano es mayor que la ganancia. Sin embargo,
sigue sem­brando con el dinero que uno de sus hijos le manda de EU.
Haciendo recuento de la última cosecha de maíz en sus tres hectáreas en
el 2001, Lupe nos narra el proceso de cultivo como sigue:
Entre enero y febrero, después de haber comprado en la misma lo-
calidad la semilla y los insumos necesarios (urea, potasio y matahierba
o herbicida), comenzó el barbecho que realizó con un tractor rentado
por la cantidad de 550 pesos la hectárea. En marzo la parcela fue re-
gada durante 15 días y luego inició la rastra para la cual empleó un
peón a quien se le pagaron 50 pesos (en el 2001).5 La rastra y la siembra
se realizaron en tres días y una vez más requirió de la ayuda de un
tractor. Para la escarda y la aplicación de los fertilizantes necesitó de siete
peones quienes además del salario recibieron un refresco y la comida
que ella misma preparó. Después de 15 días de trabajo, vino la escarda
y la segunda rastra, lo que le costó 520 pesos por hectárea. La fumi-
gación con bomba la realizó con dos peones por cada hectárea. Por

3
Para dar una idea del equivalente en dólares de este salario, el cambio en 2001 era aproximadamente de
10 pesos por dólar.

126

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último, en el mes de noviembre, cuando llegó el tiempo de la cosecha,


utilizó a 30 jornaleros para la recolección del maíz. En la última cosecha
de las tres parcelas obtuvo 360 costales que son aproximadamente 12
toneladas de maíz. El grano obtenido fue desgranado por un acapara-
dor de maíz que vino con una desgranadora directamente a casa de
Lupe y lo hizo “gratuitamente” a cambio de comprar el maíz a un me-
jor precio. Lupe narra que antes, cuando todavía existía la bodega de
Conasupo-Boruconsa,6 ella misma debía pagar por desgranarlo, ade-
más de que debía ir a cobrar a la ciudad de Toluca donde le pagaban
ocho días después de la transacción del maíz vendido al gobierno.
Ahora el dueño de la desgranadora le paga en efectivo e inmediata-
mente. Para Lupe, el retiro de la bodega Conasupo del ejido no fue
recibido con desagrado, por el contrario, en cierto sentido lo había
preferido ya que desde su punto de vista había corrupción y conflicto
en torno a esta, además de que los encargados de la bodega se robaban
el maíz y los costales.
Como la mayoría de los productores de Portesgil, en el 2002 Lupe
recibe el apoyo de Procampo aunque solamente en una de las tres hec-
táreas que cultiva. Este apoyo es una compensación a la caída del maíz,
y no resulta suficiente para que Lupe continúe sembrando. El precio
del maíz en Portesgil en el 2001 fue de 0.8 pesos por kilo y aunque
durante esa cosecha el rendimiento fue alto, es decir de 4 ton/ha, el
total de ganancia fue de tan sólo 10 600 pesos, monto escasamente
superior a la suma de capital y trabajo invertido.
Los hijos de Lupe, conscientes de esta situación, se oponen a que su
madre continúe sembrando ya que desde su punto de vista la actividad
agrícola exige demasiado trabajo físico y no produce prácticamente
ninguna ganancia económica. Lupe ha incursionado en otros cultivos
y hace cuatro años sembró haba, más redituable que el maíz. Sin em-

6
Véase capítulo I, nota 26.

127

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cuadro 1
Gasto y ganancia aproximado de 3 hectáreas de maíz
con un rendimiento de 4 ton/ha, 2001
Actividades Egresos Ingresos
de la seimbra Total Cantidad Total Cantidad
Barbecho $1 650 $550 renta de un
tractor × 3 ha
Riego $750 15 jornales de $50
Rastra $1 650 $550 renta de un
y siembra tractor × 3 ha
Escarda $1 050 7 peones × 3 ha
Escarda y $1 560 Yunta escarda $260
Segunda y segunda $260 × ha
Herbicidas $1 080 41 costales de
$ 90 x 3 ha
Cosecha $1 500 30 jornales de $50
Flete $600 $5 × costal. Porcampo
120 costales × ha
Cosecha $9 600 12 000 kg
precio en el × $ 0.80
mercado
Procampo $1 000 1 ha inscrita
Total $9 840 $10 600

bargo, Lupe abandonó este cultivo debido a la variación de precio, el


alto riesgo de pérdida de la cosecha y el hecho de que el haba no es la
base de la dieta familiar como el maíz. El bajo precio de este grano ha
hecho que mucha gente siembre sólo un pedazo de su parcela y rente
el resto a otras personas que no tienen tierra o poseen animales. Por
otro lado, las parcelas cultivadas son cada vez más pequeñas porque
muchos ejidatarios ya las han repartido entre sus hijos. Lupe no quiere
dejar de sembrar porque se pregunta “qué dirá la gente” si deja de ha-
cerlo. Sembrar es un asunto de prestigio entre las personas de su gene-
ración que por su edad y el ciclo familiar en que se encuentran (casi
todos son abuelos) ya no buscan otras alternativas de subsistencia eco-

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nómica. Lupe se siente orgullosa de ser ejidataria, y aunque en las


asambleas ejidales a las que siempre asiste no opina por ser mujer, goza
de un reconocimiento social en el ejido. También goza de una posición
privilegiada en la fiesta de San Isidro Labrador, siendo una de las ma-
yordomas de la fiesta celebrada para pedirle al santo buenas lluvias
para la cosecha.

Pedro: la migración a la ciudad para mantener la vida campesina

Pedro nació en 1938 y fue aceptado como ejidatario en 1957 cuando las
tierras de agostadero fueron parceladas, de ahí que su parcela fue, desde
un inicio, pequeña, de tan solo 940 m 2, e insuficiente debido a la mala
calidad de la tierra y falta de irrigación. Como ejidatario aceptado con la
localmente llamada “ampliación del ejido”, no recibió un solar urbano, y
sólo tras años de trabajo fuera del ejido pudo construir su casa en los
márgenes de la zona urbana del ejido donde tenía su parcela.7
Pedro vive en una casa muy citadina de dos pisos construida con
block y concreto que aún no pinta. En la parte baja tiene un local co-
mercial donde tiene una vidriería que según nos dice “casi no le deja”,
pero igual que el cultivo del maíz la conserva porque “le da igual te-
nerla, que no tenerla”.
Desde los 17 años y con la primaria terminada, Pedro se fue a traba-
jar a la ciudad de México como albañil, siempre regresando al ejido en
temporada de cultivo. Cuando ya estaba casado, su esposa y sus hijos
se quedaban en Portesgil y se hacían cargo de los borregos, llegaron a
tener 70, siendo él quien siempre sembraba la parcela.
En su opinión, la actividad agrícola en Portesgil es sólo para “entrete-
nerse” ya que ésta nunca le permitió obtener los recursos necesarios para

7
En Portesgil a la parcelación de las tierras de agostadero que hasta fines de la década de los años cincuen-
ta se encontraban bajo el control de Macario Durán (ver capítulo 1) se le llama la ampliación del ejido. Sin
embargo, oficialmente, el ejido nunca fue ampliado.

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el vestido, calzado, vivienda y alimentación de su familia, incluso cuan-


do fue beneficiario de una granja de puercos que complementó el cultivo
de maíz y la engorda de borregos. Sin embargo, Pedro siempre ha sem-
brado maíz, sus razones son el número de integrantes de su familia y
porque “no hay nada más [otra actividad en el ejido] que la sustituya”.
De ahí que Pedro se identifique como campesino y manifieste cierto or-
gullo al serlo. Desde su punto de vista los campesinos, como él, son un
ejemplo para la comunidad y tienen un deber que cumplir, sobre todo
como depositarios de la riqueza nacional conseguida tras la lucha revo-
lucionaria: “La gente no debe dejar de cultivar porque si lo hace ‘los ca-
pitalistas’ van a venir por las tierras” (Pedro Díaz, Portesgil, 2002) Pedro
nos cuenta lo que sucedió en Inglaterra en la época de la Revolución in-
dustrial cuando los campesinos emigraron a la ciudad y abandonaron
sus tierras que luego fueron adquiridas por los capitalistas lo cual pro-
dujo hambrunas. Su recuento, nos recuerda que la categoría de campe-
sino, hoy en día asociada al tradicionalismo y subdesarrollo, desempeñó
alguna vez, un papel importante en el proyecto de desarrollo nacional:
abastecer a la población urbana de alimentos. Es quizás la reminiscencia
de este discurso que queda aún plasmada en la categoría de campesino
y de ejidatario entre algunos habitantes de Portesgil. Sin embargo, esta
visión ya no está presente entre la generación joven que no se identifica
con los campesinos, como los hijos de Pedro. En el 2005, sólo dos de
ellos, los más jóvenes, vivían en el ejido y sembraban maíz. Los otros
tres viven en Toluca y Portesgil y se dedican a los servicios y el comercio.
Pedro explica que a pesar del bajo precio del maíz “…hay que seguir-
le... porque también, vuelvo a repetir, nos da pena dejar los terrenos en
baldío, y también que dirán los hijos, no seas flojo, ¿no?, porque si su
padre es flojo lógicamente que los hijos van a ser flojos, sí... la verdad
hay que echarle ganas”. A Pedro le gusta el cultivo de maíz, además
cuando hay demanda, éste puede llegar a ser muy caro, por eso, conti-
núa cultivándolo. Haciendo cuentas sobre lo que le cuesta cultivar maíz

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

constatamos que la ganancia es menor a la inversión y que para una


parcela tan pequeña como la que él posee el gasto para sembrar es ma-
yor que en el caso de Lupe:
cuadro 2
Gasto y ganancia aproximado de 0.8 hectárea de maíz
con un rendimiento de 3 ton/ha. 2001
Actividades Egresos Ingresos
de la siembra Total Cantidad Total Cantidad
Barbecho $500 Renta de un tractor
Riego $200 4 peones de $50
Rastra y siembra $500 Renta de un tractor
Escarda $500 Yunta escarda $250
y segunda $250
Escarda $1 250 10 bultos + 5 peones
y Segunda de $50
Herbicidas $400 Bultos de herbicida
+ 2 peones
Cosecha $1 000 20 jornales × 3 ton
Desgrane $900 $0.30 × kg
Flete $300 30 costales
Cosecha $3 000 precio 3 000 kg
en el mercado × $1.00
Procampo $800 0.8 ha. inscrita
Total $ 5 550 $ 3800

Los López: la pluriactividad económica de una familia de posesionarios

Gregoria y José están casados hace 31 años, ambos viven con tres de
sus cinco hijos que aún son estudiantes. Con una parcela de 1.5 hectá-
reas que poseen en tanto posesionarios, los López cultivan maíz y en
ocasiones tomate. José, nacido en 1954, nunca tuvo tierra y ha desem-
peñado varias actividades extraagrícolas desde su adolescencia cuando
comenzó como ayudante de un comerciante de artículos de limpieza
para el hogar, quien lo inició en el negocio y le permitió viajar a la ciu-
dad de México. Más tarde y continuando con esta actividad de manera

131

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independiente logró ahorrar un poco de dinero y con la ayuda de una


“tanda” pudo comprar la placa de un taxi y más tarde, gracias a un cré-
dito, adquirir un automóvil, que desde hace nueve años “trabaja” como
taxi. Gregoria, por su parte, además de encargarse de la parcela que le
heredó su padre, tiene una tienda de abarrotes desde hace 15 años y
hasta los años noventa tenía 20 cerdos. Hoy en día, el maíz que cultivan
los López, que en “tiempos de la Conasupo” (1978-1985) llegaron a ven-
der, lo utilizan sólo para comer. Gregoria explica que el maíz nunca ha
sido suficiente para vivir y la ganancia tampoco ha dado mucho para
reinvertir en el cultivo. Incluso cuando la Conasupo compraba el maíz
en el mismo ejido, los productores debían poner dinero extra para com-
prar fertilizantes. Sólo en ciertas ocasiones de bonanza en la cosecha
era posible tener una ganancia que ella utilizaba para comprar los útiles
escolares de sus hijos. En 1998 los López incursionaron en el cultivo
del tomate, para lo cual rentaron una parcela de una hectárea y media a
un ejidatario de Portesgil. La idea vino de José quien buscó una alterna-
tiva al cultivo del maíz que casi no generaba ganancia. El cultivo del
tomate supone mayor riesgo que el maíz, y la primera vez que lo sem-
braron perdieron el dinero invertido después de una helada. Sólo en
una ocasión, en 1999, tuvieron éxito con el cultivo cuando sembraron una
hectárea y recuperaron el doble de la inversión, lo que les permitió
ampliar el segundo piso de su casa. En el 2001, incursionaron con el
haba y tuvieron buenos resultados, aunque la variación de precio de
este producto hace demasiada riesgosa la inversión.
La vida de Gregoria ha sido, según sus palabras, “de mucho trabajo”
haciéndose cargo de la parcela, cuando su esposo se iba a vender los
productos de jarciería, atendiendo la tienda de abarrotes y cuidando a
sus cinco hijos. En la actualidad tres de sus hijos viven aún en la casa
paterna: el mayor va a la preparatoria, el que le sigue va a la secundaria
y el más pequeño a la primaria. De ahí que los López además de recibir
Procampo para el cultivo de su parcela reciben un apoyo de Oportuni-

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

dades (1 100 pesos mensuales por los tres hijos que asisten a la escuela).
Sus dos hijos mayores, Juan y Ricardo de 28 y 30 años respectivamen-
te, trabajan como maestro de primaria y como policía de tránsito en la
cabecera municipal. Juan ayuda al gasto familiar con un aporte que
logra hacer gracias a su salario de maestro. Ricardo, por su parte, apo-
ya en la siembra de maíz trabajando tres días a la semana en la parcela
de sus padres y en la parcela heredada por su esposa.
Sin ser ejidatarios, los López no participan en las asambleas ejidales,
tam­poco en las fiestas patronales. Desde los años noventa se convirtieron
al protestantismo e integran un grupo opositor al de las familias vinculadas
a las autoridades ejidales. En el 2003, José ganó las elecciones para ocupar
el cargo de delegado, su apoyo provino de personas de afiliación panista.

Los Gómez: el cultivo del maíz “por cariño”

Santiago de 43 años (1959) y su esposa Lucía de 37 (1965) viven en


Portesgil y son maestros de educación básica; él de primaria y ella de
preescolar. Son padres de dos niños de 12 y 15 años de edad que están
cursando actualmente la secundaria. Santiago es ejidatario titular, ya
que su abuelo le heredó, tras su muerte, la calidad agraria y la unidad
de dotación conformada por una parcela de tres hectáreas. Sin embar-
go, Santiago dividió las tres hectáreas recibidas entre una tía y un pri-
mo, quedándose únicamente con el título de ejidatario y una hectárea
para sembrar maíz. El motivo de la repartición era que “los recursos
económicos no alcanzaban” para sembrar la parcela completa. En el
2004, 80 por ciento de la producción del maíz que Santiago sembraba
lo consumían en su hogar, dejando 20 por ciento para la venta en la
misma localidad. Según nos explica, desde 1995 el precio del maíz
había bajado considerablemente. Sin embargo, siendo ejidatario, San-
tiago sintió la responsabilidad de trabajar la tierra, además de que,
según nos explica, si la tierra no se trabaja puede ser expropiada por la

133

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asamblea ejidal.8 Santiago también se ha dedicado a la ganadería en


distintos momentos de su vida: entre 1979 y 1982 llegó a tener 35 reses
que fue vendiendo poco a poco a medida que los ejidatarios fragmen-
taban sus parcelas, al repartirlas entre sus hijos, y menos personas esta­
ban dispuestas a rentar los terrenos como pastizales para los animales.
Desde su punto de vista cada día es más difícil vivir del campo “…ya que
si uno lo hace se sujeta a la variación de los precios, los cambios climá-
ticos o a las plagas que contribuyen al bajo rendimiento de la produc-
ción”. “El campo ya no es redituable” de ahí que si él sigue cultivando
es por razones que no tienen que ver con la economía y más bien son
de índole sentimental o cultural: “yo siembro por puro cariño”.
La gente de Portesgil se ve en la necesidad de buscar otro ingreso
alternativo a la agricultura, por eso algunos se vuelven comerciantes y
otros albañiles. Cuando Santiago era niño, aprendió a trabajar el zacate
(elaboración de fibras para la limpieza a partir de la raíz de zacatón que
se da en la región), actividad económica que desempeñó hasta la ado-
lescencia cuando se fue a vivir a Toluca para estudiar la preparatoria.
Santiago tuvo la oportunidad de estudiar para maestro gracias a una
beca del programa de educación bilingüe. Como maestro lleva traba-
jando 20 años. Al principio iba a una comunidad que le quedaba a tres
horas de su casa, y al paso de los años ha cambiado tres veces de es-
cuela, pero nunca le ha tocado en el mismo municipio, aunque actual-
mente la escuela donde trabaja es de más fácil acceso.
Lucía, por su parte, estudió la primaria becada en un internado de
educación indígena en Toluca a fin de continuar sus estudios de secunda-
ria. A los 14 años comenzó a trabajar como empleada doméstica en esta
misma ciudad, yendo a la escuela en la tarde. Tras regresar a Portesgil en
el año 1982 y no encontrar trabajo tuvo la oportunidad de integrarse al

8
Esta idea es falsa ya que desde la reforma del Artículo 27 en 1992 y la titulación de las parcelas ejidales,
la asamblea ya no puede expropiar la tierra en caso de que esté sin trabajar.

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

sistema de educación bilingüe, con lo cual obtuvo una plaza de maestra.


Lucía apoya a su marido en el cultivo del maíz, combina el magisterio con
el trabajo del hogar y en el campo, al cual le dedican los fines de semana.

Daniel: la vida rural sin agricultura

Daniel tiene 24 años y es originario de Portesgil. Según nos dice, su


familia es una de las pocas del pueblo con profesionistas que estudia-
ron en la unam y el Politécnico. Tiene un tío abogado, otro contador,
un tío abuelo abogado, un tío que estudió lingüística y ahora trabaja
como periodista. Por otro lado, dos de sus tíos maternos viven en EU y
trabajan como jardineros. Su mamá también estudió para maestra,
igual que su padre que es de Papantla, Veracruz. Su hermana mayor
está terminando la carrera de pedagogía (estudia los sábados) y es
maestra de preescolar en San Felipe del Progreso donde también vive
con su esposo. Daniel, al igual que tres de sus amigos que estudiaron
la preparatoria en la cabecera municipal, vive en en Atlacomulco don-
de hace una pasantía de la carrera de administración. Según nos dice
Daniel, son pocos los amigos de la prepa que continúan viviendo en
Portesgil, muchos de ellos se han ido a trabajar a otros lados como To-
luca, Atlacomulco, México y muchos de ellos están casados. De sus
amistades no sabe de ninguna que se dedique al campo o que considere
como posibilidad la actividad agrícola como forma de ganarse la vida,
la mayoría se dedican a otras actividades, sobre todo si estudiaron. El
cultivo de maíz “es una actividad sólo de los viejos, y los jóvenes ayudan
a sus abuelos los fines de semana como una especie de pasatiempo”.
Aunque Daniel ya no radica en Portesgil, viene y va diariamente, ya
que es ahí donde tiene su negocio de café internet que logró construir
con el apoyo de uno de sus tíos inmigrantes y el salario que recibe en
Atlacomulco en la empresa donde trabaja de pasante (con un ingreso
de 4 800 pesos mensuales, por más de 45 horas de trabajo a la semana,

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en una fábrica). Portesgil es importante para Daniel ya que es ahí don-


de tiene su principal residencia (en Atlacomulco renta un cuarto), y
donde vive su familia con quien mantiene una estrecha relación. Aun-
que la abuela de Daniel posee tierra, a éste no le interesa la agricultura
de subsistencia aunque no descarta la posibilidad de invertir en el fu-
turo en algún cultivo comercial o en ganado.

El cultivo de maíz desde la perspectiva de diferentes grupos de edad

Los cinco retratos presentados nos dan un panorama amplio de las


diferentes maneras de vivir que existen en Portesgil. Lo que nos inte-
resa destacar a continuación es el tipo de vínculo que cada grupo posee
con la agricultura, el maíz y el ejido para lo cual podemos identificar
algunos condicionantes a este respecto. El más evidente es la diferen-
cia generacional. Lupe y Pedro pertenecen a la generación que heredó
las parcelas ejidales de los primeros ejidatarios y que creció en una
época en que trabajar la tierra era la principal razón de ser del ejido.
Para ambos, el mundo social en que se encuentran insertos hasta la
actualidad gira en torno a la tierra, y su identidad de ejidatarios está
bien afirmada en el tipo de interacción social cotidiana. Sus vínculos
comunitarios están dados en torno al ejido, las fiestas patronales del
poblado, y las fiestas familiares como bautizos, bodas y fiestas de 15
años. Su esfera de relaciones sociales se circunscribe a la localidad y,
en el caso de Lupe, que habla escaso español, a los hablantes de lengua
mazahua que son parientes de su misma generación. Aunque es eji­
dataria, Lupe participa poco en las asambleas ejidales, cada vez más
esporádicas (dos al año), ya que en Portesgil las mujeres tienen poca
presencia pública. Por las mismas razones tampoco ha participado en
las faenas o trabajo comunitario y más bien ha tenido que pagar para
que otros lo hagan por ella. La vida de Lupe transcurre en el poblado
con escasas salidas a la cabecera municipal y a Toluca.

136

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

Pedro, aunque vivió en la ciudad de México durante una buena parte


de su vida, estableció un contacto meramente laboral. El sector de la
construcción no le permitió mucha vinculación con otros grupos socia-
les urbanos.9 Su alternativa de ocio y sociabilización siempre estuvo en
Portesgil. La migración a la ciudad en el caso de Pedro, sucedió a tem-
prana edad, pero los tiempos de retorno para cumplir con las tareas de
la milpa fueron siempre atendidos por éste. Pedro nunca consideró que-
darse definitivamente en la ciudad, ya que a pesar de haber pasado mu-
chas semanas al año en ésta, su arraigo y sentido de pertenencia se
encontraron siempre en el ejido.
Lupe y Pedro gozan de un gran prestigio social en su entorno inme-
diato al ser ejidatarios y en la época actual son un referente, para sus
hijos y nietos, de lo que significa ser campesino y mazahua, así como
del valor de sembrar maíz y preparar las tortillas en casa. Lo cual no se
contrapone al hecho de que ambos contrataron peones y utilizaron
fertilizantes desde los años setenta, obteniendo los recursos para ha-
cerlo en los empleos extra agrícolas que tuvieron ellos o sus hijos (en el
caso de Lupe, gracias a sus hijos que le envían dinero). La migración
ha sido una práctica necesaria para obtener ingresos y acceder a bienes
de consumo modernos aunque no forzosamente una vía para cambiar
el modo de vida. En la actualidad, el cultivo del maíz tanto para Lupe
como para Pedro es una actividad que realizan por gusto y elección
más que como una obligación de ingreso para el hogar. Los hijos han
crecido y en ambos casos se han incorporado actividades no agrope-
cuarias, tanto dentro como fuera del ejido.
El siguiente grupo generacional es el de los López, que se caracteriza
por experimentar la primera crisis del ejido cuando ya no quedaban

9
El trabajo de albañil que desempeñó por tantos años en su carácter de informalidad no lo vinculó con
ningún sindicato o asociación laboral. Dicho trabajo consistía en trabajo realizado en una locación cam-
biante donde los albañiles duermen y comen, por lo cual tampoco estableció vínculos que se generan al
hacer una vida en un lugar determinado.

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tierras para repartir entre las generaciones jóvenes. Gregoria tuvo la


suerte de heredar un pequeño pedazo de parcela cuando su padre mu-
rió, convirtiéndose en posesionaria, que sin voz ni voto asiste poco a la
asamblea ejidal. Dicha generación se desarrolla en un contexto en que
la agricultura ofrece cada vez menos recursos mientras que las necesi-
dades familiares son mayores y van en progresivo aumento. Los López
no pudieron acceder a la educación como la generación siguiente pero
tampoco consideran la agricultura como un modo de subsistencia en
torno al que giran las demás actividades de su vida aunque poseen una
relación con el campo lo suficientemente estrecha para buscar alterna-
tivas en la agricultura comercial. Es por esta razón que invirtieron el
dinero obtenido en el comercio para adquirir un taxi e incursionar en
el cultivo del tomate y el haba en una parcela que rentaron en el mismo
ejido. Por otra parte, debido a que tres de sus hijos continúan viviendo
en el hogar, el cultivo del maíz para preparar tortillas sigue represen-
tando una forma de ahorro doméstico, por lo que continúa siendo de
suma importancia para la economía familiar. Ninguno de los cinco
hijos de los López espera vivir del campo aunque todos cooperan en
las actividades de cosecha cuando la milpa lo requiere. Los hijos que
aún asisten a la escuela también aportan al ingreso familiar pero, a
diferencia de las generaciones anteriores que trabajaron en el campo,
estos reciben un ingreso vía la beca del gobierno (Oportunidades), la
cual representa un importante aporte monetario al hogar.
Por su parte los Gómez, siendo diez años más jóvenes que los López,
lograron beneficiarse del programa de educación bilingüe que vino a
transformar el perfil sociocultural de Portesgil y abrió un horizonte
laboral inédito, a partir de los años ochenta. Santiago y Lucía confor-
man un nuevo grupo social que es el de los profesionistas.10 Los pro-

10
Retomamos el término de profesionista en tanto categoría identitaria que los mismos habitantes de Por-
tesgil utilizan. Esta noción lleva implícito un conjunto de presupuestos en torno al trabajo y el estatus
social en una localidad rural que distinguen entre las actividades de carácter urbano que exigen de cierta

138

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

fesionistas, ya sean profesores de educación básica o media superior,


así como enfermeras, policías, médicos y abogados, son el resultado de
una política educativa exitosa que benefició a los habitantes del ejido y
que les ha permitido vivir en la localidad con un ingreso fijo. Este nue-
vo grupo ha adquirido gran relevancia desde el punto de vista político
y económico ya que aunque no posee tierras, salvo aquellas excepcio-
nes que heredaron de sus padres o abuelos ejidatarios, han contribuido
al desarrollo económico de la comunidad gracias a sus ingresos men-
suales. Muchos de ellos, necesitados de un lote para vivir, han inverti-
do en tierras del solar urbano así como del ejido para construir sus
casas, lo cual ha generado un mercado de tierras. Para este grupo, la
tierra es vista como una forma de inversión que contribuye al patrimo-
nio familiar. Aunque pocas veces cultivan la tierra y más bien contra-
tan jornaleros para hacerlo, los profesionistas han invertido en la
agricultura de subsistencia que valoran por la calidad del maíz cose-
chado para el consumo particular,11 la tradición que ésta representa y
la práctica cohesionadora del hogar y la familia. Aunque los Gómez son
ejidatarios, su participación en las asambleas ejidales es escasa, y más
que interesarse por ocupar el cargo de comisariado ejidal, se interesan
por el puesto de delegado, así como por algún puesto en el ayunta-
miento, a fin de ser parte del nuevo grupo con control político a nivel
local. Finalmente Daniel que, por ser el más joven de los entrevistados,
representa aún una puerta abierta a la posición que un profesionista
como él tomará frente al ejido. Gozando de gran movilidad gracias al
sistema carretero que hoy en día conecta el ejido con la cabecera y
otros poblados grandes como Ixtlahuaca y ejidos vecinos, además de
educación y manejo total del español, Daniel se desenvuelve en toda la

formación en una institución educativa y son fuente de mayor prestigio social frente a las actividades infor-
males que no requieren de ésta, como es el caso de la actividad agrícola.
11
Esto es tortillas de maíz hechas a mano con masa nixtamalizada preparada con maíz criollo y no tortillas
hechas en tortillería con la masa industrializada de Maseca.

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región. La agricultura es una actividad que le resulta ajena como modo


de vida, aunque no descarta la introducción de algún cultivo comercial
en la parcela que, quizás, herede de su abuela en el futuro. Por otro
lado, Daniel ha permanecido también ajeno al ejido como forma de
organización social y política; su participación y pertenencia a la co-
munidad se afirma en el equipo de fútbol en el que juega cada domin-
go, y sobre todo su militancia en el Partido de Acción Nacional (pan)
con sede regional.
De acuerdo a los cinco retratos que acabamos de presentar, el tra­
bajo agrícola en Portesgil se caracteriza por ser una actividad dirigida
al autoconsumo familiar practicada por diferentes grupos sociales. A
la pregunta de ¿quién cultiva maíz en el ejido? La respuesta de los
habitantes de Portesgil es: los profesionistas y la gente mayor. Todos
ellos, por cariño a la tierra, por el gusto de la actividad, por el aprecio
de cierta calidad de maíz, y porque teniendo una parcela es mejor
tenerla sembrada y asegurar el autoconsumo de maíz que dejarla
abandonda (Trabajo de campo, 2002-2005). Para aquellas familias con
menos recursos monetarios, el cultivo de maíz es una manera de ase-
gurarse un abastecimiento mínimo para el consumo familiar en un
contexto donde el precio de este grano puede llegar a subir. Para los
profesionistas, el cultivo de maíz es una manera de asegurar la mejor
calidad de este grano para la elaboración de tortillas en casa. En todos
los casos se trata de una actividad complementaria que se realiza en los
“ratos libres”.

“El maíz nunca nos ha alcanzado” y las razones de la pluriactividad

De acuerdo al testimonio de los productores entrevistados, éstos nunca


tuvieron a la agricultura como medio de subsistencia exclusivo, ya fuera
Lupe o Pedro a quienes les tocó el auge del intervencionismo estatal en
los años setenta y ochenta, o los padres de Lucía o Santiago. El cultivo

140

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

del maíz estuvo siempre acompañado de otras actividades como la cría de


puercos, la engorda de borregos y el pequeño comercio dentro de la
localidad, o de actividades extraagrícolas como la albañilería, el comer­
cio ambulante o el trabajo doméstico en casas particulares en la ciudad
de México. La pluriactividad ha sido una constante en la estrategia de
subsistencia de los habitantes de Portesgil.12 En este sentido, es posi-
ble abstraer tres momentos tomando en cuenta las formas de relación
entre la agricultura y actividades económicas extraagrícolas.
En un primer momento tenemos que el ingreso obtenido en activi-
dades como la ganadería, el trabajo de construcción en la ciudad y el
empleo doméstico, es utilizado para continuar sembrando en el ejido.
En este primer momento que podemos situar entre los años 1940 y
1975 de acuerdo a las entrevistas realizadas en Portesgil, las actividades
no agrícolas se encontraban supeditadas a los tiempos de la agricultura.
Para aquellos que poseían tierras resultaba incuestionable el cultivo de
la parcela.
En un segundo momento la actividad agrícola comenzó a estar sujeta
a otras actividades que ofrecían mayor ingreso como el comercio infor-
mal, la jarciería, y sobre todo, en el caso de Portesgil, el magisterio.
Este momento que podríamos situar en la década de los años ochenta
es ambiguo en la medida en que significa una transición entre dos for-
mas de concebir el modo de vida en el campo.
En el tercer momento, que se inicia en los años noventa y se conso-
lida desde el 2000, la agricultura campesina está totalmente relegada por
otras actividades como el comercio, el trabajo asalariado –ya sea la alba­

12
Patricia Arias, en su libro Nueva rusticidad mexicana (1992), argumenta que la pluriactividad ha sido una
estrategia campesina del México rural a lo largo del siglo xx. Este es el mismo argumento de Ellis (1998)
quien analiza las estrategias económicas campesinas en el África subsahariana y para quien la diversificación
en diversas actividades productivas por parte de los miembros de la familia campesina es una constante a lo
largo del tiempo y el espacio. Las variaciones tienen que ver con el tipo de actividad realizada. Los sentidos
que los científicos sociales podemos atribuir a la diversificación económica del hogar campesino dependen
de la ubicación, tipo de recursos, ingresos, oportunidades y relaciones sociales asociadas a ésta.

141

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ñilería, el magisterio, la burocracia municipal, y los servicios como los


taxis, los talleres mecánicos o las estéticas.
Dichas transformaciones significan un cambio de eje en la estructu-
ración de las actividades domésticas y en los modos de vida de los ha-
bitantes de Portesgil. Un ejemplo de esta situación es que en el 2005
cuando realizaba trabajo de campo en el ejido durante la época de cose­
cha, me fue muy difícil contactar al comisario ejidal, ya que este tenía
un puesto de tiempo completo en el ayuntamiento y salvo los domin-
gos nunca se encontraba en el poblado. Su puesto de burócrata llenaba
su tiempo, y la parcela de éste se encontraba abandonada, según el
testimonio de dos ejidatarios.
En el ejido de Portesgil 71.6 por ciento de la población económica-
mente activa se dedicaba a las actividades terciarias en el 2000. Más
aún, en este mismo año tan sólo 2.2 por ciento de la población econó-
micamente activa joven, esto es aquella en el rango de edad de 12 a 35
años, era trabajadora en el sector agropecuario.
Los resultados de la encuesta realizada en 2003 por Appendini et al.,
mostraron que 21 por ciento de los hogares de Portesgil recibían apor-
taciones económicas provenientes de miembros que no residían en la
comunidad. A esta información se añade que 39 por ciento de los hom-
bres pertenecientes a la unidad doméstica en este ejido, no vivía en el
hogar y trabajaba fuera de la localidad y del estado. En términos más
generales, los habitantes de Portesgil se insertan principalmente en ac-
tividades asalariadas (35.89 por ciento), en la agricultura (18.11 por
ciento) y en el comercio por cuenta propia (10.25 por ciento). De acuer-
do con Larralde (2008), todas las personas entrevistadas residentes de
Portesgil realizaban movilidad pendular diaria o commuting.13 Hoy en
día, los habitantes de Portesgil se desplazan constantemente; algunos lo

13
Larralde seleccionó individuos que estuvieran empleados en cualquier sector económico y que con su tra-
bajo aportaran la mayor parte del gasto familiar. En total realizó 18 entrevistas en Portesgil (Larralde, 2008).

142

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cuadro 3
pea en Portesgil, 1970 y 2000
pea ocupada en Portesgil 1970 2000
Total 541 100% 777 100%
Actividades primarias 460 84.9%  57  7.3%
Actividades secundarias  18 3.3% 139 17.9%
Actividades terciarias  50 9.2% 556 71.6%
Fuente: Censos de población y vivienda varios años, inegi.

cuadro 4
Población ocupada en Portesgil, 2000
Población % Población pea entre % pea entre
Portesgil*
ocupada ocupada 12-35 años 12-35 años
Total 767 100 498 100
Técnicos y profesionales 162 21.1 102 20.5
Funcionarios superiores
3 0.4 1 0.2
y personal directivo
Personal administrativo 23 3.0 14 2.8
Comerciantes, vendedores
223 29.1 147 29.5
y similares
Trabajadores en servicios personales
156 20.3 133 26.7
y conducción de vehículos
Trabajadores agropecuarios 53 6.9 11 2.2
Trabajadores industriales 142 18.5 66 13.3
No especificado 5 0.7 24 4.8
* Sin considerar los barrios de Tungareo y Tepitetlán.
Fuente: inegi, 2000.

hacen diariamente para trabajar en localidades cercanas como la cabe-


cera municipal de San Felipe del Progreso o del municipio vecino,
Atla­comulco. Otros permanecen toda la semana trabajando en Toluca
o en la ciudad de México y regresan únicamente los fines de semana.14

14
Portesgil representa un caso excepcional de trabajadores asalariados ya que sus habitantes tuvieron un
acceso privilegiado a la educación gracias a la escuela secundaria que existe en la localidad desde 1979. Por
otro lado, los estudiantes de Portesgil se beneficiaron de las becas del programa de educación bilingüe del

143

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El nuevo modelo que algunos llaman “flexibilización” parece acomo-


darse bien al modo de vida rural al compartir características similares
como la producción a pequeña escala, la combinación de quehaceres y
la flexibilidad para adaptarse a situaciones azarosas. La deslocalización
de los procesos productivos ha significado la emergencia de diferentes
fuentes de empleo, particularmente en el sector servicios en localidades
de menos de 20 000 habitantes. Este sistema de producción ha genera-
do una estrecha relación entre las localidades y ciudades medias a nivel
regional, así como entre las actividades agrarias e industriales, formales
e informales, además de que ha mezclado el trabajo familiar con el asa-
lariado (Lara Flores, 1996). Cada vez son más importantes las fuentes
de empleo fuera de la localidad, situadas a una distancia relativamente
cercana al lugar de residencia (Delgado, 2003; Larralde, 2008).

Valoraciones del maíz en la ruralidad urbanizada

Durante nuestro recorrido de campo, los productores de Portesgil fre-


cuentemente se quejaban de la caída del precio del maíz. Su malestar lo
planteaban en términos de la pérdida en el valor adquisitivo, esto es, que
la venta del maíz ya no les permitía adquirir los mismos productos
que 20 años atrás. La reflexión era la siguiente: “Antes en los años
ochenta, cuando la producción de maíz en la región estaba en su apogeo
y su precio era elevado, con un kilo de maíz se podía obtener un kilo de
huevos y un litro de aceite; en los últimos años, con la caída del precio
del maíz un productor debe vender 12 kilos de maíz para comprar una
coca-cola familiar” (entrevista con Cenaido Preciado, Portesgil, 2002).
Esta comparación, que resulta sorpresiva por el cambio de referente
(¿porqué no seguir comparando el maíz con los huevos y entonces decir

Instituto Nacional Indigenista que en la segunda mitad de los años setenta los incorporó al sistema de
educación bilingüe permitiéndoles convertirse en maestros bilingües de educación básica.

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

que ahora se necesitan cinco kilos de maíz para comprar un kilo de hue-
vo?), surgió durante el trabajo de campo en más de una ocasión y sirve
de entrada para explorar la dimensión cultural del proceso de globaliza-
ción. Lo que a primera vista nos dice esta comparación es la pérdida del
poder adquisitivo de los campesinos de Portesgil y del valor de intercam-
bio del maíz que antes con una cantidad menor servía para adquirir al-
gunos de los productos de la canasta básica. El cambio de referente
significaría además un cambio en el valor simbólico de este cereal: si
anteriormente el maíz se equiparaba con los huevos y el aceite, base de
la alimentación familiar, hoy en día se comparan con la coca-cola, un
producto que a simple vista es un complemento no indispensable de la
alimentación. Sin embargo, debemos trascender esta suposición que
transfiere nuestra propia valoración hacia el maíz y la coca-cola y anali-
zar si el valor de uso y simbólico ha cambiado para los habitantes de
Portesgil. Es entonces que lanzamos una segunda hipótesis: el maíz con-
tinúa siendo importante para los productores no como forma de subsis-
tencia, sino como un producto de calidad por el cual pagan y están
dispuestos a pagar más.15 Como hemos visto en los datos mostrados en
las entrevistas a los productores, la inversión realizada para el cultivo del
maíz sobrepasa la ganancia en caso de venta. Sin embargo, para la ma-
yoría de las familias con tierra, la siembra del maíz vale la pena, en la
medida en que pueden obtener maíz criollo con el cual elaboran las
tortillas. De acuerdo a las preferencias de los habitantes de Portesgil, este
tipo de maíz es mejor en términos de sabor, calidad y textura y lo prefie-
ren al maíz amarillo proveniente de EU que tiene un precio comercial
menor. La consideración de la calidad pone en cuestión el supuesto que

15
En múltiples trabajos K. Appendini explora las estrategias de producción y consumo de los hogares rurales
con el fin de comprender cómo valoran la seguridad alimentaria los hogares rurales. Su argumento es que el
cultivo de maíz en sus variedades criollas ha sido una práctica campesina que permite a los productores
rurales mexicanos obtener un maíz de calidad de acuerdo a sus preferencias y cultura, a pesar de tener
acceso a mercados donde podrían adquirir los alimentos básicos derivados del maíz, a veces a precios más
bajos que la producción propia (Appendini, García y de la Tejera, 2003; Appendini, Cortés, Díaz, 2008).

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justificó la liberalización de la agricultura y que homogeniza todo tipo


de maíz y da por hecho que lo importante no está en la calidad sino en
el acceso y precio más bajo. Este supuesto puede ser criticado si pensa-
mos que el consumo del maíz no satisface únicamente los “requerimien-
tos alimentarios” de la población mexicana sino que es parte de un
conjunto de prácticas sociales y culturales que le dan valor y sentido.
Por su parte, la coca-cola también se inscribe en un sistema de signi-
ficados locales que va más allá que la satisfacción de una simple necesi-
dad corporal como es la sed. Durante el trabajo de campo fue posible
percibir la valoración que tenían ciertos objetos modernos en la locali-
dad: en muchas ocasiones, cuando algún productor nos recibía en su
casa para darnos su entrevista, nos ofrecía un refresco que habitualmen-
te era una coca-cola. La modernización, asociada a ésta, y concebida en
términos de urbanización del poblado (entrada de servicios y de produc-
tos manufacturados a la localidad) es percibida de manera positiva por
los habitantes de Portesgil. Si en los años setenta era necesario ir a la ca-
becera municipal para adquirir bienes de consumo tan básicos como el
azúcar, huevos o harina, hoy en día es posible encontrarlos en las múlti-
ples tiendas de abarrotes del pueblo. Sin embargo, esta transformación ha
tenido, también, sus efectos perversos. Según un reporte de la clínica de
salud de Portesgil, la segunda enfermedad más extendida en la localidad
es la diabetes (la primera es la mordedura de perro y la tercera la cirro-
sis). La causa de esta enfermedad es el consumo excesivo de azúcar. Los
habitantes de Portesgil han cambiado su dieta introduciendo alimentos
con un fuerte contenido en azucares como es, por ejemplo, la coca-cola.
Según datos de coca-cola, en la región del valle de México que abarca
una población de 19 millones de personas, existe un consumo de 455
botellas de cuarto de litro per capita al año; la cobertura de la refresquera
era de 73 por ciento a través de tiendas de abarrotes. Este dato se confir-
ma si recorremos la localidad donde las pequeñas tiendas de abarrotes se
han convertido en una forma de subsistencia para muchos de los pobla-

146

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

dores. Un comerciante de Portesgil nos explica que la prosperidad de una


tienda de abarrotes se mide en función del número de cajas de coca-cola
que vende a la semana, y según su cálculo las ventas de este refresco en
su tienda han aumentado en 80 por ciento en el último año, de ahí que
haya obtenido la exclusividad y crédito de la coca-cola para distribuirla
en su barrio. En su tienda, los vecinos pueden comprar a crédito o pagar
con maíz. En Portesgil es posible percibir el impacto de este refresco que
ha pintado su eslogan publicitario en todas las fachadas de las tiendas,
que habitualmente son la prolongación de las mismas casas de los comer-
ciantes. La coca-cola se ha convertido en una referencia importante de
prosperidad comercial así como símbolo de progreso y modernidad.
Los impactos sociales de los procesos de globalización en Portesgil
son ambiguos si lo deseamos evaluar en términos positivos o negativos
y son contundentes en sus consecuencias materiales y culturales. La
caída del precio del maíz y el aumento en los precios de los insumos
que ya no están subsidiados ha provocado una regresión técnica en la
producción de este grano; este fenómeno se da al mismo tiempo que
ciertos productos modernos cobran mayor importancia en la vida de
los habitantes de Portesgil. El maíz producido bajo una lógica de auto-
subsistencia, hoy, se intercambia por productos altamente industria­
lizados como la coca-cola. Por otra parte, incluso si admitimos que los
imaginarios publicitarios permanecen anclados a la cultura local y que
este refresco tiene un significado particular para los habitantes rurales
la penetración comercial de dicha bebida es resultado de una estrategia
de mercadotecnia que supone una imposición de valores y símbolos
urbanos que conforman el imaginario de modernización.

Conclusión

Desde la fundación de Portesgil, el modelo de desarrollo nacional ima-


ginó a los habitantes rurales como dedicados, única y exclusivamente,

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al trabajo agrícola. Desde esta perspectiva los procesos de cambio eco-


nómico concibieron lo rural como opuesto a lo urbano y el paso de una
actividad económica “tradicional” a otra “moderna” como absoluta y
total. El supuesto de base era que la modernización suponía especiali-
zación económica y división de trabajo. Así quienes migraban debían
proletarizarse e incorporarse a la vida urbana y los residentes del cam-
po debían especializarse en el cultivo de algún producto comercial, como
el maíz, en el caso de Portesgil. Este modelo de orden social no tuvo,
sin embargo, un fundamento real. Por un lado, los ejidos en tanto uni-
dades productivas pocas veces permitieron a los pequeños productores
agrícolas vivir exclusivamente del campo, y por lo general, la calidad
de la tierra no permitía altos rendimientos, además de que el acceso a
créditos y tecnología eran limitados. Por otra parte, la incapacidad esta­
tal para incorporar a toda la población en la lógica de la economía
formal dejó abiertas múltiples vías y espacios de desarrollo económico,
ajenos a las iniciativas promovidas por el Estado. Los habitantes rurales
continuaron practicando diversas actividades agrícolas y extra agríco-
las, locales y extra locales que fueron la única alternativa para la sub-
sistencia familiar.
La desagrarización del mundo rural tiene consecuencias que sobrepasan
la dimensión económica. De campesinos marginales que com­binaban la
agricultura con otras actividades como el comercio, la albañilería y el
trabajo doméstico en la ciudad de México, muchos de los ejidatarios y sus
hijos se han convertido en agricultores de medio tiempo que siembran
el maíz no sólo como estrategia de subsistencia sino por razones de
índole cultural e identitario. La revaloración del maíz y la agricultura
no contrarresta los efectos negativos del fin de los subsidios y créditos
al sector agropecuario. Portesgil se ha convertido en un ejido donde
pocos son los que siembran la totalidad de sus parcelas que permane-
cen yermas como vestigio de un mundo rural sin agricultura.

148

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Capítulo 4
Los profesionistas rurales: un nuevo grupo
social y político de la ruralidad urbanizada

Tras la Revolución mexicana, el mundo rural y las políticas agrarias se


convirtieron junto a la lucha obrera, en los pilares ideológicos del nacio­
nalismo posrevolucionario. Esta ideología celebró por varias décadas
los valores campesinos, indígenas y agrarios de la población nacional: fue
la fuente de inspiración para todo aquel que aspirase al poder político
y dio sentido y unidad a innumerables dependencias estatales, organiza­
ciones y sindicatos nacionales y locales. También fue el plano discursivo
sobre el cual se afianzaron las identidades políticas de los habitantes
rurales organizados, en muchas regiones del país, en torno a las cate-
gorías identitarias de ejidatario y campesino.
El nacionalismo, concebido en estos términos, entró en crisis en los
años ochenta, cuando el modelo de desarrollo proteccionista cedió su
lugar a un modelo de corte neoliberal.1 Es entonces que muchas de las
políticas económicas que “protegieron” al sector campesino por la vía
de subsidios, créditos y distintos programas de desarrollo dejaron de
existir o fueron cada vez más fragmentarias y dirigidas a otros secto-
1
Para una discusión sobre los cambios en el discurso nacionalista mexicano promovidos por las reformas
neoliberales implementadas en los años noventa ver Aitken (1996), Bartra (1998) y Powell (1996).

149

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res de la actividad económica. Es también, entonces, cuando un cam-


bio de orientación en la forma de hacer política se inicia con la
descentralización del presupuesto del gobierno federal y la consolida-
ción del municipio como base del poder local.
Esta transformación ha tenido distintas manifestaciones a nivel local
sobre todo si consideramos que las identidades políticas presentan
particularidades en función de la cultura regional, las formas de inter-
vención estatal y en las historias de lucha campesina (Otero, 2004).2
Aunque también han tenido similitudes.
El presente capítulo es una exploración de las nuevas formas de distin-
ción social y política en el nuevo contexto agrario. Nuestro objetivo es re-
flexionar sobre el surgimiento de un nuevo grupo social y político en San
Felipe del Progreso: los profesionistas rurales, y sobre el cambio en trayec-
torias y expectativas de vida de las personas identificadas como tales.
Nuestra intención, más que un análisis exhaustivo que ubique la posición
de clase que ocupan los profesionistas rurales, es una aproximación a las
nuevas formas de distinción social conformadas en un contexto de desa-
rrollo nacional que ya no tiene al campo y los campesinos como prioridad.

La mirada desde adentro: categorías de identificación relevantes


a los habitantes de Portesgil

Formada como antropóloga social y con un interés por el mundo rural


e indígena mexicano, llegué a San Felipe del Progreso en el 2002 con
la intención de concentrar mi atención en los campesinos mazahuas
como grupo étnico y clase social que experimentaba fuertes transfor-
maciones socioeconómicas, políticas y culturales.3
2
Por cultura regional comprendemos las prácticas e instituciones que dan sentido y producen un espacio
social dado (Lomnitz, 1991).
3
Este interés era la continuación de estudios antropológicos realizados en la zona en la década de los años
setenta, en particular el trabajo de B. Margolies (1975) y A. Iwanska (1971) quienes señalaron la diferen-
ciación social entre los “indígenas” o más específicamente, los mazahuas y los “no indígenas”, como la más

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

Tras varias semanas de estancia comencé a percibir que las catego-


rías de campesino y mazahua no eran las únicas, ni las más importan-
tes que utilizaban los habitantes del ejido. Por un lado, la diferencia
entre mazahuas o mestizos parecía ser poco relevante en la mayor par-
te de los ámbitos de interacción social en el ejido así como en la cabe-
cera municipal. Esta percepción no resulta sorprendente si consideramos
que ya desde fines de 1960, B. Louise Margolies, quien realizó trabajo
de campo en la cabecera municipal señalaba que “los mazahuas… aun-
que reconocen ser herederos de una cultura indígena se identifican
más como agricultores, campesinos, mexicanos o pobres… El principal
deseo de estas personas es trascender el pasado y olvidar sus costum-
bres que simbolizan este pasado” (Margolies, 1975: 33). Sin embargo,
resultaba también sorprendente que la mayor parte de los habitantes
de Portesgil con los que tuve contacto, tampoco se identificaban como
campesinos o ejidatarios.4 Otros criterios de diferenciación social como

relevante en la zona. Dicha diferencia fue percibida por ambas antropólogas en la lengua, la forma de
vestir y en los rasgos fisonómicos de los habitantes de San Felipe. Aunque este último aspecto generó
confusión para ambas investigadoras. Margolies se sorprende por la diferenciación existente en la misma
comunidad, entre mestizos e indígenas “cuando su parecido es absoluto” (Margolies, 1975). Por su parte,
Iwanska habla de “inconsciencia de tipo” para explicar por qué aquellas personas que pertenecen al “tipo
indígena” es decir, parecido físico, forma de vestir y de hablar, no se autoidentifican entre ellas. El ejemplo
que utiliza es el de los mazahuas de diferentes comunidades que optan por hablar en español y no maza-
hua cuando se encuentran en la ciudad o en la cabecera municipal. Lo cual para Iwanska es una incons-
ciencia de su propia identidad ya que, desde su punto de vista, estos pertenecen a un mismo grupo étnico
(Iwanska, 1971). En la interpretación de ambas antropólogas están implícitas un conjunto de suposi­
ciones, asociado a la diferenciación étnica que no coincide con la propia percepción de los habitantes de
San Felipe. Su interpretación de lo indígena, ajena a la narrativa del nacionalismo mexicano que por esos
años ha permeado en la construcción identitaria de los habitantes de San Felipe, considera las diferencias
fisonómicas como marcadores objetivos y evidentes de identificación y distinción social. Sin embargo,
como ambas antropólogas constataron, los habitantes de San Felipe elegían, en muchos casos, identificarse como
mestizos, más allá de ser hijos de mazahuas. Esta decisión individual tan desconcertante para Margolies e
Iwanska se ha convertido en decisión colectiva y en la época actual sólo aquellas personas sin acceso a la
educación y sumidos en la pobreza extrema, o casos excepcionales de profesionistas politizados, se identi-
fican como mazahuas.
4
He de señalar que esta percepción tiene el sesgo de mi propia experiencia en el ejido. Desde mi llegada al
poblado, fui acogida por una familia de maestros con varios de sus miembros migrantes y profesionistas
que se convirtieron en informantes clave, y desde los cuales establecí muchos de los contactos con otras
personas que me dieron su punto de vista.

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la edad, el género, la afiliación religiosa o partidista, así como el nivel


de estudios resultaban más importantes.
Elegir a los mazahuas o a los campesinos como unidad de estudio o
centrarme únicamente en las relaciones que estos establecían con el
resto de la sociedad significaba excluir a un conjunto de gente, habi-
tante de una localidad rural, que no se identificaba con estas categorías
y que durante mi estancia mostraba gran apertura e interés hacia mi
investigación.
En Portesgil, es fácil establecer una conversación con los jóvenes y
adultos jóvenes con quienes es posible compartir muchos referentes
culturales generados desde los medios de comunicación y la escuela.
Por otra parte, una de las categorías identitarias más importantes en la
comunidad era la de “los profesionistas” con quienes interactué inten-
samente durante el trabajo de campo. Fue esta la razón por la cual, la
relación que establecí con muchas de las personas que entrevisté y
compartieron su punto de vista fue la de “igual” más que la de “dife-
rente”. Por ejemplo, uno de mis “informantes clave”, “mazahua” como
el mismo se identifica, originario de Portesgil de 45 años, es antropó-
logo y estudió una maestría en lingüística en la misma universidad en
donde yo estudié. Nuestras primeras entrevistas fueron en la ciudad de
México, donde éste vivía desde los años noventa, en un café que ambos
frecuentábamos durante la época de estudiantes universitarios. Otro
de mis interlocutores importantes, fue una mujer de 50 años con quien
me hospedé en el ejido y con quien establecí un dialogo en torno a te-
mas diversos no sólo referentes a la agricultura, el ejido o la vida rural.
Estas pláticas, más que una forma de obtener información, fueron un
intercambio de ideas que cuestionaron algunos de mis propios puntos
de vista sobre diferentes temas como, por ejemplo, las relaciones de
género y el lugar de la mujer en la sociedad.
En la actualidad resulta cada vez más difícil encontrar poblados ex-
clusivamente indígenas o campesinos poco “contaminados” por el

152

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mundo moderno que puedan ser estudiados como una totalidad cultu-
ral coherente. Según las estadísticas del inegi, el porcentaje de perso-
nas en el municipio de San Felipe del Progreso que hoy en día hablan
y se visten de manera “tradicional” es de 28.20 por ciento (en los años
setenta era de 42 por ciento).5 De acuerdo con los datos de la Comisión
Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (cdi), el Estado de
México pertenece a la categoría de aquellas regiones donde histórica-
mente ha existido una fuerte presencia indígena, aunque en la actuali-
dad ésta corresponde a menos de 30 por ciento de la población total.
La rápida aculturación de la población mazahua se explica por la ubi-
cación céntrica del estado, lo que ha facilitado la incorporación socio-
cultural de sus habitantes en las tres últimas décadas. Es así que en
una localidad de más de tres mil habitantes, como Emilio Portes Gil, el
antropólogo que desea hacer una investigación sobre los mazahuas
debe ir en su búsqueda, excluyendo a la mayor parte de la población de
la comunidad, sobre todo a los sectores sociales más dinámicos, o sea
los jóvenes, que en la mayoría de los casos no se autodefinen como
mazahuas y se ven a sí mismos como mestizos o simplemente como
mexicanos.
La línea que separa hoy en día al antropólogo de los objetos de
estudio se ha vuelto difusa y la reflexión sobre los “otros” se está con-
virtiendo en una reflexión sobre nosotros mismos ¿En dónde trazar la
diferencia entre ellos y nosotros?, ¿por qué seguir poniendo énfasis en
su diferencia en tanto grupo cultural ajeno o exótico? Reflexionar sobre

5
En México existen dos criterios para definir la pertenencia a una identidad étnica por parte de los habi-
tantes nacionales. El primer criterio y más utilizado es considerar a las personas de cinco años y más que
son hablantes de una lengua indígena. Este criterio resulta falible por varias razones: por un lado la cultu-
ra no puede reducirse a la lengua, por otro excluye a la población que no habla (menor de cinco años), que
entiende y no habla o que pertenece a un grupo doméstico o comunidades en donde algunos de los miem-
bros son hablantes de la lengua, lo cual les hace participes de tradiciones, usos y costumbres. El segundo
criterio es considerar indígena a toda la población que vive en un hogar donde el jefe de familia habla una
lengua indígena, y es el que utilizaremos en esta investigación.

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la identidad nos lleva, entonces, a considerar las categorías utilizadas


en la misma comunidad para establecer la diferenciación social.
Para aproximarse al problema de la diferenciación social resulta útil
pensar en términos de categorías identitarias contrapuestas que no
se circunscriben a la clase o a la adscripción étnica, sino que son la
mezcla de las relaciones de producción y otros sistemas de relaciones
sociales independientes del proceso productivo que sobrepasan la esfera
comunitaria.6
Como mostraré en lo que sigue, en la ruralidad urbanizada del centro
de México, una de las parejas identitarias que esclarece la configura-
ción sociocultural asociada al nuevo orden territorial es la de “profe-
sionistas” versus campesinos-ejidatarios. Esta pareja de opuestos, es la
manifestación cultural de una red de relaciones sociales históricamente
entretejida y surgida en la competencia y contraposición de diversos
actores sociales por la lucha de los recursos valiosos a nivel de la co-
munidad. Los profesionistas como grupo social y político, no tienen
sentido en abstracto sino sólo en la contraposición de la categoría de
campesino que alguna vez identificó al grupo con más poder y control
sobre el ejido. A diferencia de otras categorías identitarias, como la de
mazahua y mestizo, las identidades de campesino-ejidatario y profe-
sionista son formas de identificación y autoidentificación en diferentes
ámbitos de la vida cotidiana en el ejido y el municipio que se han

6
Son varios los autores que han señalado los límites explicativos de la noción de campesino utilizada en los
estudios rurales hasta la época actual. Kearny (1996) argumenta que las dinámicas de conformación de
clase están vinculadas no sólo a la forma de producción sino a la transferencia, pérdida, acumulación y con-
sumo del valor. Una aproximación más compleja de la sociedad rural debe considerar entonces no sólo la
esfera productiva sino de consumo que tiene efectos en la diferenciación de los actores sociales. Por su parte
Otero (2004) explica que los determinantes estructurales de clase se han entendido erróneamente y no se
han especificado de forma correcta en los estudios campesinistas. El acceso al salario o a la tierra no son los
únicos determinantes en la formación de grupos sociales y políticos a nivel local en un contexto rural. El
proceso de formación política de las clases está condicionado por la cultura regional, la intervención del
estado, los tipos de liderazgo (la historia de lucha agraria) y la relación causal con la posición estructural de
la mayoría de los agentes de clase en las relaciones de producción. Esta propuesta coincide con el plantea-
miento de Lomnitz (1991) quien analiza la formación de grupos sociales y políticos en contextos regionales.

154

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afianzado como identidades políticas en San Felipe del Progreso.7 Las


identidades de campesino-ejidatario y profesionista son el resultado de
una larga historia de intervenciones estatales en la región, iniciada
desde 1930, con la dotación de los ejidos, y continuada con gran inten-
sidad en la década de los años setenta con los programas de desarrollo
rural del gobierno del Estado de México, Banrural y el programa de
educación bilingüe del ini que permitió a muchos habitantes de Portes-
gil convertirse en maestros rurales en la década de los años ochenta.
También son resultado de la iniciativa individual de los habitantes de
Portesgil que desde los años sesenta inmigraron a la ciudad de México
para trabajar y estudiar. Su conformación nos permite explorar los pro-
cesos de transformación sociocultural experimentados en la región
mazahua, como veremos en lo que sigue.

Campesino-ejidatario versus profesionista. El cambio identitario


en un ejido desagrarizado del centro de México

Ser campesino en Portesgil no implica cultivar exclusivamente la tierra ni


ser el único grupo social en hacerlo. Como he descrito en los capítulos
1 y 3, los habitantes de Portesgil se convirtieron desde la década de los
años cincuenta en migrantes temporales que regresaban a la localidad
los fines de semana y que durante toda su vida trabajaron como alba-
ñiles o comerciantes, autoidentificándose dentro del ejido y el munici-
pio, como campesinos. “Campesino” se constituyó como una categoría
identitaria que abarcaba muchas actividades económicas no forzosa-
mente ligadas a la tierra pero que excluía la posibilidad de estudios
formales de educación media o media superior en una escuela.

7
Para fines analíticos distingo entre identidad social e identidad política. Una identidad social no siempre
es política en la medida en que no se moviliza con fines estratégicos de acción colectiva. Una identidad
social que se convierte en política supone la formación de un nuevo grupo social que reivindica ciertos
derechos políticos asociados a las características identitarias que lo distinguen de otros grupos.

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La categoría de campesino estaba ligada a la de ejidatario, aunque,


una vez más, no todos los ejidatarios eran y son campesinos, ni todos
los campesinos eran y son hoy en día, ejidatarios.
La identidad de ejidatario surgió con la dotación del ejido en 1933.
Según recuerdan algunos de los habitantes de mayor edad de Portesgil
que vivieron de niños la constitución del ejido, la identificación de sus
padres en tanto ejidatarios fue un proceso lento y nada evidente que,
sin embargo, se afianzó y constituyó como la principal identidad social
y política en los ejidos de San Felipe en la década de los años cuarenta.
Asumirse como ejidatarios significaba establecer una relación con el
recién creado Estado posrevolucionario en la interacción cotidiana con
los representantes de las instituciones estatales encargadas de los asun-
tos agrarios, como los ingenieros provenientes del entonces Departa-
mento Agrario, o más tarde, en la década de los años setenta, con los
agrónomos que promovían los programas de desarrollo rural en la re-
gión. Esta identidad también se fue afianzando en las reuniones perió-
dicas de la asamblea ejidal donde sólo los ejidatarios tenían derecho de
participar con su voz y voto. Los ejidatarios se convirtieron en un gru-
po privilegiado en control de la comisaria ejidal y de los cargos de las
mayordomías que a partir de la década de los años sesenta comenzó a
ser confrontado por los hijos de ejidatarios, convertidos en migrantes,
o insatisfechos por la exclusión en cuanto a tierra y poder en el ejido
(ver capítulo 1 para un recuento detallado).
Tras la parcelación de las tierras de agostadero de Portesgil en 1957
y en 1974 y la inclusión de nuevos ejidatarios, que conforman un gru-
po social diferente y reciben en dotación menos tierra (en promedio
una hectárea de tierra de agostadero) que la establecida en la dotación
del ejido, la categoría hasta entonces unitaria de ejidatario sufre una
escisión. Los “ejidatarios auténticos” de la primera dotación se comien-
zan a distinguir de aquellos “ejidatarios no auténticos” o “posesiona-
rios” incluidos “a la fuerza” tras la confrontación violenta entre este

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grupo de jóvenes y el cacique ejidal que hasta entonces controlaba las


tierras de agostadero. Hoy en día, en Portesgil no existe consenso res-
pecto al número de ejidatarios que conforman el ejido, sin embargo
existe una insistencia en decir que los verdaderos o auténticos ejidata-
rios son aquellos que recibieron tres hectáreas y media, y no aquellos
que se incorporaron tardíamente al ejido. En un ejido donde la mayor
parte de los ejidatarios ha dividido su parcela para repartirla entre sus
hijos, y donde Procede legalizó la fragmentación de las unidades de
dotación (ver capítulo 1) esta distinción tiene cada vez menos sentido.
Sin embargo, sirve como legitimación del control sobre el ejido que
alguna vez tuvieron aquellos ejidatarios que se denominan auténticos.
Más aún, explica la decisión tomada por la asamblea ejidal en 1996,
con Procede de reducir el número de ejidatarios, otorgándoles dicha
calidad agraria sólo a aquellos que conservaban su unidad de dotación
sin divisiones (ver capítulo 1). La identidad de “ejidatario auténtico” se
asocia a un grupo de edad particular: las generaciones nacidas entre
los años 1930 y 1950, que en su mayoría no tuvieron acceso a la edu-
cación primaria completa.8 En el Estado de México donde la edad
promedio del ejidatario es de 52 años, el grupo de ejidatarios mayores
de 50 es mayoría: 57.6 por ciento son mayores de 50 y 25.5 por ciento
mayores de 65 años (Estadísticas Agrarias. Tendencias del campo
mexicano. Procuraduría agraria, 2001). Descendientes de los primeros
ejidatarios en recibir tierras, esta generación creció con orgullo y gra­
titud hacia el gobierno federal que les concedió sus terrenos. Esta fue
la generación que se benefició más de los subsidios gubernamentales a la
agricultura durante los años setenta y están afiliados a la cnc. La cate-
goría de ejidatario auténtico no ofrece un criterio de diferenciación
desde el punto de vista de la actividad económica, aunque sí resulta un

8
Hasta los años sesenta la escuela primaria de la localidad ofrecía solamente una formación hasta tercer
grado de primaria.

157

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criterio de diferenciación social y política en la medida en que agrupa


a un conjunto de personas pertenecientes a una misma cohorte y clase
social que tuvo acceso a la comisaría ejidal, puesto clave, durante va-
rias décadas para el control de los recursos que llegaban al ejido y que
en su mayoría y a la fecha es de afiliación priista. Los ejidatarios autén-
ticos son un grupo social que conjuga sentimientos opuestos respecto
a su identidad. Estando orgullosos de ser ejidatarios, muchos de ellos
se identifican a sí mismos como campesinos y mazahuas, lo que en San
Felipe equivale a ignorancia, pobreza y atraso. A diferencia de la cate-
goría de ejidatario que es una identidad política con una connotación
positiva en la localidad porque es asociada al derecho sobre la tierra, la
categoría de campesinos genera vergüenza en la medida en que se aso-
cia con un proyecto fracasado de modernización del campo.
Por su parte, la categoría de profesionista incluye a todas aquellas
personas que realizaron estudios por lo menos de preparatoria, traba-
jan en el magisterio, para el gobierno (sector salud, como enfermeras,
policías, burócratas) o en la iniciativa privada (la industria de la zona
ofrece distintos empleos a ingenieros y contadores).9 En Portesgil el
grupo de los profesionistas está conformado sobre todo por maestros
rurales que en el 2005 sumaban un total de 300 profesores. Teniendo
como misión la alfabetización y castellanización en la región mazahua
los profesores bilingües han introducido nuevos hábitos, valores y dis-
ciplinas en la vida de los estudiantes rurales. Como grupo social, los
maestros son los primeros en vestirse con un estilo urbano y en la ac-
tualidad algunas de las maestras venden ropa y zapatos por catálogo,
en tanto que otros tienen negocios como papelerías, cafés internet y
tiendas de abarrotes. A los maestros también se les reconoce en el ejido

9
Es importante señalar que quienes pertenecen al grupo de los profesionista en Portesgil, no forzosamente
poseen un titulo de educación universitaria; en esta categoría entran los profesores de educación básica del
sistema bilingüe del Instituto Nacional Indigenista que en muchos casos sólo terminaron la preparatoria, así
como los policías o las estilistas (recientemente entre las jóvenes de sfp, está de moda esta profesión).

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

por sus casas de estilo urbano que han logrado construir a lo largo de
los años.
Los profesionistas son por lo general hijos de ejidatarios auténticos
que lograron asistir a la escuela secundaria cuando ésta se construyó
en el ejido a principios de los años setenta. Ellos hablan español con
fluidez y muchos tuvieron acceso al bachillerato gracias a las becas del
Instituto Nacional Indigenista (ini). La nueva generación se denomina
a sí misma “los profesionistas”, refiriéndose a que ellos tuvieron educa-
ción formal y no están interesados en las labores agrícolas como activi-
dad económica, viéndola como pérdida de tiempo y dinero o mero
pasatiempo (entrevistas en Portesgil 2002, 2004, 2005). Por lo general
los profesionistas son un grupo privilegiado que vive en el centro ur-
bano del ejido pero trabaja en ciudades o pueblos cercanos. La razón
por la que continúan viviendo en el ejido es que esto les permite man-
tener proximidad con sus familias y construir sus casas en una porción
de los solares urbanos heredados por sus padres. Los profesionistas se
identifican como mestizos y salvo una excepción, la de mi informante
clave, antropólogo que estudia la lengua mazahua y se define como
mazahua, las profesionistas que entrevisté no hablan mazahua (algu-
nas sólo lo entienden), ni se visten con “ropa tradicional”. Algunos de
ellos señalan su herencia mazahua, pero el acceso a la educación les ha
permitido incorporarse al grupo de los mestizos y más ampliamente a
la población nacional que se identifica como “mexicana”.
Ser profesionista no excluye la posibilidad de que quien se identifica
como tal, cultive maíz. De hecho, como se mencionó en el capítulo 3,
son los profesionistas quienes, en muchos casos, invierten tiempo y di-
nero en el cultivo de este producto. Muchos profesionistas con quienes
establecí conversación entre 2002 y 2007 decían tener un gusto por el
campo, aunque lo aprecian y valoran de acuerdo a parámetros diferen-
tes a los de sus padres o abuelos. Para los profesionistas que contratan
peones para cultivar la tierra, es importante tener maíz de “buena

159

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calidad”10 para el consumo particular, además de que la cosecha es una


buena oportunidad para reunir a la familia los fines de semana.
Muchos de los profesionistas entrevistados también son ejidatarios,
algunos de ellos heredaron la calidad agraria de sus padres, otros se con-
virtieron en ejidatarios en la segunda parcelación del ejido en la década
de los años setenta, cuando la zona de la presa fue parcelada (ver capítu-
lo 1). Sin embargo, la identidad social y sobre todo política de estos eji-
datarios “no auténticos” ya no se asocia a la calidad de ejida­tario. Los
profesionales no están interesados en ocupar puestos en la comisaría
ejidal prefiriendo competir por la delegación del núcleo urbano y ocupar
puestos en el gobierno municipal. Este grupo no apoya a la cnc, pero
como maestros rurales muchos de ellos pertenecen al sindicato de maes-
tros, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (snte), igual-
mente afiliado al pri. Sin embargo, la afinidad partidista entre los
miembros de este grupo es diversa. Habiendo vivido en la ciudad de
México y otras ciudades como Toluca o Guadalajara, los profesionistas
de Portesgil han tenido experiencias políticas dis­tintas habiendo partici-
pado, algunos de ellos, en una amplia gama de organizaciones urbanas
que incluyen a la Unión General de Obreros y Campesinos de México
(ugocem) y las Asambleas de Barrio de la Ciudad de México.
Desde los años ochenta en Portesgil, la categoría de campesino-
ejidatario, como identidad política, se construyó en contraposición a
la categoría de profesionista. La importancia de este grupo social y la
diferencia con respecto a otros, reside en el hecho de que éstos tienen
acceso a un salario y a ciertas prestaciones sociales. Los profesionistas
representan un modelo a seguir para muchos habitantes del ejido, siendo
los nuevos emprendedores rurales que promueven la transformación
de la actividad agrícola, ponen negocios en la localidad, emigran a
Estados Unidos o comienzan a ocupar puestos en el gobierno munici-

10
Esto es tortillas de maíz hechas a mano con masa nixtamalizada preparada con maíz criollo.

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pal.11 De ahí que sea un orgullo decir que Portesgil es “un pueblo de
profesionistas”.12 La consolidación de la categoría identitaria de profe-
sionista en un poblado rural representa la integración exitosa de los
pobladores del ejido al proyecto modernizador.
La oposición que existe en la actualidad entre dichas categorías de
identificación nos revela la transformación en la estructuración de po-
der en el ejido de Portesgil. Si antes fue la tierra ejidal y el acceso a la
comisaría ejidal lo que estaba en juego y a lo que sólo se tenía acceso
en tanto campesino-ejidatario, hoy es el ayuntamiento y el control so-
bre la dotación de los servicios urbanos a lo que sólo se accede con una
educación y capital cultural poseído únicamente por aquellos que se
identifican como profesionistas.

Imaginarios y expectativas de vida de los profesionistas rurales

En lo que sigue, presentaré cuatro historias de vida del grupo de profe­


sionistas que son representativas de la generación que fue la primera en
tener acceso, en tanto grupo, a posibilidades de desarrollo personal hasta
entonces excepcionales en el ejido y que son los representantes de
una nueva forma de vida, más individualizada. Este grupo es un ejem-
plo a seguir para las generaciones más jóvenes del ejido, de ahí que
nuestro objetivo es ilustrar, con una descripción detallada, las aspira-
ciones, trayectorias laborales y espacios de sociabilidad que suponen
nuevas maneras de concebir el mundo rural expresadas por los entre-
vistados. Nuestro análisis se basa en un conjunto de entrevistas se-
miestructuradas dirigidas a hombres y mujeres de entre 24 y 80 años.
A este material se añaden un conjunto de cuatro historias de vida que

11
Tal fue el caso de Vicente Peral y su grupo de profesionistas de los ejidos mazahua que llegaron a la
presidencia municipal y el ayuntamiento en 1994 (ver capítulo 2).
12
En Portesgil una de cada cinco personas ocupadas es empleado como profesional o técnico. (Microdatos,
inegi 2000).

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ofrecen una aproximación en mayor profundidad de las experiencias


de vida en el medio rural, así como los comentarios de diez mujeres
obtenidos durante dos reuniones realizadas a fin de discutir temas re-
lativos al cambio de rol de las mujeres en la comunidad. Por supuesto,
las observaciones registradas a lo largo de cuatro años de trabajo de
campo enriquecen la perspectiva de análisis.

Lilia: una maestra rural

Lilia tiene 45 años, es maestra de primaria y está divorciada. Estudió


la primaria en la ciudad de México ya que a los siete años, tras la muer-
te de su padre, la mandaron a vivir con una tía que ahí residía. A los
16 años y con la primaria terminada, obtuvo una plaza como maestra
de preescolar en el sistema de educación bilingüe del ini en Puebla. El
programa le permitió seguir estudiando la secundaria, y tiempo des-
pués ingresar a un internado de educación indígena en Oaxaca donde
se especializó por dos años más. Al término de su estancia regresó a
Toluca y un año después a su pueblo natal Portesgil.
Desde hace 20 años que Lilia es maestra, su rutina es la misma: levan­
tarse a las seis de la mañana para bañarse y arreglarse. Salir antes de las
7:30 para llegar a la comunidad donde las clases inician a las 8:30, re-
gresar a casa a las tres de la tarde para ponerse al frente de la papelería
en la que atiende hasta las ocho de la noche. Lilia al igual que otras
mujeres de Portesgil invierte mucho tiempo y esfuerzo en la presenta-
ción personal que implica no sólo estar limpio sino “arreglado”. Esto es,
estar maquillada, bien peinada y vestida de forma impecable y con za-
patos de tacón, a pesar de las largas caminatas por caminos de tierra
para llegar a la escuela donde enseña. Este cuidado que Lila pone en la
manera de vestir puede ser interpretado como la imagen de modernidad
que las personas del ejido, en particular los maestros rurales, intentan
proyectar. La gente del poblado reconoce el grado de integración de un

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

individuo a la cultura urbana y por extensión, moderna, en su forma de


vestir. Lilia se ve a sí misma como una mujer moderna que gana un
salario y decide sobre las principales cuestiones del hogar. Ella, como
muchas otras maestras en Portesgil, es la jefa del hogar en la ausencia
del cónyuge. Según Lilia, muchas de las maestras del ejido son madres
solteras o mujeres divorciadas o separadas, lo cual es un síntoma del
contexto machista en el que estas mujeres profesionistas e independien-
tes se desenvuelven. De ahí que en los hogares con maestras hay una
mayor toma de decisiones por parte de las mujeres.
Para Lilia la educación de sus hijos ha sido primordial: su hija mayor
de 27 años estudió dos años para abogada, antes de casarse, y en la ac-
tualidad estudia la carrera de pedagogía al mismo tiempo que trabaja
como profesora de preescolar. Su hijo de 25 años terminó la carrera de
contaduría y trabaja ejerciendo su profesión en una fábrica en Altaco-
mulco. La familia de Lilia es “una familia de profesionistas” ya que no
sólo sus hijos llegaron a la universidad, sino también uno de sus herma-
nos menores, tres de sus primos y uno de sus tíos. Sin embargo, la posi-
bilidad de movilidad social que significó el sistema de educación bilingüe
y que benefició a Lilia y a su familia, se ha vuelto restringido en la actua-
lidad; con menos plazas y más candidatos con estudios su­periores y de-
seos de entrar al sistema educativo, el magisterio como opción cada vez
es más competido, limitada y en muchos casos corrompida. En la actua-
lidad, para lograr una plaza en el sistema de educación bilingüe es nece-
sario estudiar la escuela normal o incluso la carrera de pedagogía, lo
cual no garantiza la plaza de maestro. Los jóvenes de Portesgil, buscan
en la actualidad otras alternativas de ingreso; para las mujeres, éstas son
la carrera de enfermería (aunque también se está volviendo más difícil ya
que hay una exigencia de mayor preparación), la academia de policía,
donde sólo piden la escuela secundaria, el comercio formal e informal o
el sector servicios en donde sobresale dedicarse a estilista. La vieja alter-
nativa de irse a la ciudad para trabajar como doméstica o como obrera

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sigue vigente, así como el trabajo agrícola, aunque no representan la


posibilidad de movilidad social que aspiran las jóvenes de la localidad
(información recolectada durante estancia de campo, 2005).

Mario: el nuevo gestor político local

Mario Garcés tiene 38 años, es originario de Portesgil, está casado y


tiene dos niñas. Hace siete años que regresó al ejido después de contraer
matrimonio con Rosario, también originaria de éste. Mario estudió en
la escuela secundaria del poblado y como otros tantos jóvenes de su
generación emigró a la ciudad de México para comenzar a trabajar y
continuar con sus estudios de preparatoria. Sabiendo leer y escribir
consiguió empleo como obrero en una fábrica de la zona industrial.
Según recuerda, ser ayudante de albañil en la construcción ya no era
la única opción que la gente de su generación tenía, como lo fue para la
mayoría de los inmigrantes rurales de la zona mazahua de los años
cincuenta y sesenta. Gracias a su formación escolar, consiguió trabajar
en la industria como obrero, lo cual le garantizó un conjunto de pres-
taciones sociales y un salario fijo. A finales de los años ochenta, co-
menzó a participar activamente en el movimiento urbano de “La nueva
Tenochtitlán”; su objetivo era convertirse en propietario del departa-
mento que rentaba, tal como lo logró a principios de los años noventa.
Mario estudió durante casi seis semestres en la facultad de derecho de
la unam, pero antes de finalizar los estudios decidió casarse y regresar
a Portesgil para establecerse con su esposa. Interesándose por la polí-
tica y con cierta experiencia en la organización social, a su regreso al
ejido, Mario se incorporó a un grupo de “intelectuales y profesionistas”
del municipio que se reunían cada semana y tenían como líder a quien
sería el futuro presidente municipal en el año 1994. A diferencia del
habitual candidato del pri, de origen mestizo y originario de la cabece-
ra del municipio, el líder de dicho grupo político era originario de una

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

localidad mazahua, cercana a Portesgil. Mario, que apoyaba al movi-


miento, obtuvo un puesto en la presidencia municipal como inspector
de obras públicas. A su término trabajó para la dependencia encargada
del desarrollo rural a nivel estatal, Sedagro. En las últimas elecciones
municipales, Mario trabajó en la campaña política del pan.
A Mario le gusta la perspectiva de vivir en Portesgil, ya que es ahí don-
de puede desempeñarse como líder comunitario, gracias a su prestigio
social proveniente, entre otras razones, de sus estudios en Derecho, su
desempeño en la política local y su tienda de abarrotes que se ha conver-
tido en lugar de encuentro y acceso a crédito para muchos. Mario no
siembra aunque posee una parcela de 800 m 2 que recibió cuando las tie-
rras de la presa fueron parceladas. Desde su punto de visita, la única
opción para el campo es la ganadería, que sin embargo, no le interesa.
Mario se desplaza cada semana a la ciudad de Toluca para abastecer
su tienda de abarrotes y tramitar, cuando se requiere, programas de
desarrollo rural en alguna dependencia del gobierno estatal (Sedagro,
principalmente). También va diariamente a la cabecera municipal don-
de sus hijas van a la escuela y donde mantiene relaciones con otros lí-
deres políticos del municipio. Mario representa una manera nueva de
hacer política a nivel local, mucho más vinculado con las redes locales
y capaz de generar recursos a partir de esta actividad. De ahí que para
Mario es muy importante la participación en todos los festejos del po-
blado así como en comités que promueven la construcción y mejoras
de bienes colectivos. En el 2008 Mario participó en el comité para la
construcción de la preparatoria.

Paula: una mujer de la ruralidad urbana

Paula tiene 37 años, está casada y tiene tres hijas pequeñas. Paula y su
esposo Isidro pertenecen a una de las primeras generaciones que tuvie-
ron acceso a la secundaria en el ejido y a nuevas opciones de desarrollo

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personal. En la actualidad es profesora de inglés en una preparatoria


particular en la ciudad cercana de Atlacomulco, a la que va diariamen-
te.13 Su esposo es contador en una empresa en Toluca. Aunque viven en
una localidad rural, su estilo de vida es urbano. Desde muchos puntos
de vista la historia de vida de Paula ilustra algunas de las nuevas posibi-
lidades existenciales que tienen los habitantes de Portesgil. Después de
terminar la escuela secundaria a los 16 años, se fue a vivir a la ciudad de
México. Gracias a su educación secundaria obtuvo el trabajo de vende-
dora en una tienda de ropa. Durante ese tiempo continuó sus estudios de
preparatoria en la escuela abierta. Paula señala como un gran logro, en
este periodo, haber aprendido “a vestirse” y desenvolverse con la cliente-
la de la tienda. Esto es, haber incorporado ciertos códigos culturales de
tipo urbano visibles en la vestimenta que, desde su punto de vista, mar-
can una diferencia entre la “gente de la ciudad” y la “gente del campo”. A
diferencia de su prima que trabajaba como empleada doméstica en la
ciudad, Paula fue capaz de incorporar en su propia apariencia un con-
junto de valores modernos hasta entonces inaccesibles a muchos de los
inmigrantes rurales. De ahí que la estancia de Paula en la ciudad signi-
ficó una ruptura con su identidad rural. Por otro lado, estudiar en la
ciudad de México le permitió establecer relaciones más simétricas con
los capitalinos que estudiaban con ella. Para Paula la ciudad significó no
sólo un espacio de trabajo, como lo fue para las generaciones anteriores,
sino también un espacio de esparcimiento. Al finalizar la preparatoria
encontró una plaza de profesora en el sistema de educación bilingüe del
ini en una localidad en el municipio de Valle de Bravo (Estado de Méxi-
co). Sin embargo, el bajo salario y la distancia que debía recorrer diaria-
mente la desmotivaron a continuar con el trabajo. Es entonces que
decidió irse a la ciudad de Los Ángeles en Estados Unidos, donde tenía
una tía, con el objetivo de aprender inglés y trabajar. La enfermedad de

13
Atlacomulco se encuentra a unos 40 km de Portesgil.

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un familiar la obligó a regresar cuatro años después, siendo entonces


cuando reencontró a Isidro, a quien conocía desde la secundaria, y con
quien contrajo matrimonio. Ya casados, Paula y su esposo se instalaron
en el ejido en una casa construida en un pedazo del solar urbano, heren-
cia de sus suegros que llama la atención al observador foráneo por lo
inesperado de su apariencia. La casa, rodeada por una barda que la pro-
tege y aísla de la mirada externa, es de dos pisos, un balcón, grandes
ventanales de vidrio polarizado y un garaje para dos automóviles. Aun-
que fue Isidro quien comenzó la construcción de la casa, Paula “redise-
ñó” la casa junto con un arquitecto amigo suyo. La casa está compuesta
por una amplia cocina integral en la planta baja que comunica a la sala-
comedor, un estudio y un cuarto “de servicio” donde duerme una prima
de Isidro que “le ayuda con las niñas y en los quehaceres domésticos”.
En la segunda planta hay dos habitaciones, una del matrimonio y otra de
las hijas, además de un “living room” donde se encuentra la televisión y el
equipo de sonido. La casa de Paula, que en sus espacios y materiales es
del todo urbana, representa una nueva forma de habitar en el medio ru-
ral. En la casa de Paula la familia extensa no interviene, de ahí la barda
que rodea la casa para trazar una frontera material entre el espacio pú-
blico y el privado. Si hasta hace pocos años las puertas de las casas esta-
ban siempre abiertas, hoy en día la idea de inseguridad, pero sobre todo
de independencia con respecto a la familia extensa, guía las tendencias
arquitectónicas en el ejido. Desde el punto de vista de algunas mujeres
entrevistadas, la casa propia, es decir el espacio de residencia de la fami-
lia nuclear, significa mayor capacidad de decisión y negociación frente al
cónyuge, de ahí que como Paula y otra informante lo expresaron: “se
cierra la puerta y no sabes lo que pasa adentro [...] aquí nadie se mete
[refiriéndose a la toma de decisiones en el hogar]” (grupo focal de muje-
res, participante de 28 años).
El orgullo de Paula está en su casa que materializa su punto de vista
en la construcción del hogar. Sin tierra que cultivar, Paula y su marido

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son indiferentes a los asuntos agrarios o relativos a la agricultura, y


aunque habitan en el núcleo urbano de un ejido no tienen derecho a
participar en la asamblea ejidal. Para Paula que va y viene todos los días
a Altacomulco, residir en el pueblo se justifica cuando se tienen parien-
tes que colaboran en el cuidado de los hijos, sobre todo cuando la mujer
también trabaja. A pesar de esta ventaja, la vida en Portesgil le parece
aburrida: “En Portesgil no hay a quién visitar, ni siquiera para tomarse
un café [...] no hay con quién platicar [...] porque la gente aquí no plati-
ca, no sale.” Para Paula la vida en el ejido tiene la ventaja de ser un lugar
“seguro”, donde se puede tener un nivel de vida relativamente alto dado
su salario urbano, de ahí que su propósito sea “traerse la ciudad al cam-
po” (información recolectada durante estancia de campo, 2005).

Edmundo: la alternativa migratoria

Edmundo de 38 años y su familia viven en el barrio de Tungareo, si-


tuado en lo que alguna vez fueron tierras de cultivo del ejido Portesgil.
Su padre le heredó el pedazo de terreno donde fincó su casa hace más
de diez años. Aunque no es ejidatario, siembra en dos parcelas renta-
das. En la actualidad sus ingresos provienen de la actividad agrope-
cuaria y de ciertos trabajos “extra” que realiza como transportista de
material con uno de sus jeeps (tiene dos) o trabajo de albañilería en el
área. Edmundo estudió hasta el segundo año de secundaria pero nunca
le gustó la escuela, por eso a los 13 años se fue, junto con algunos ami-
gos, a la ciudad de México donde comenzó a trabajar en la construc-
ción. A los 15 años, ingresó al ejército donde pasó seis años de su vida.
Deseoso de “experiencias” nuevas regresó a Portesgil con el objetivo de
ahorrar dinero para irse a EU. La primera vez que intentó cruzar la
frontera fue deportado, sin embargo tres años después, en 1999, logró
llegar a EU donde pasó un año trabajando en un campo de cultivo en
el estado de Washington. Edmundo critica a los mexicanos que en su

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

estancia en EU no se abren a la nueva comida, la música o la lengua.


También critica a aquellos mexicanos que sólo van para trabajar y no
disfrutan o aprovechan su experiencia en el nuevo país. Para Edmun-
do, la estancia en aquel país significó no sólo trabajo, sino aventura y
nuevas experiencias. Según explica, su motivo para irse no fue la pre-
cariedad económica: “Aquí sí tengo trabajo, pero [...] como le diré, es
que ya se hace costumbre [...] a mí me gusta la acción porque a mí me
gusta meterme de ilegal, lo disfruto, me gusta que me correteen”. Sin
embargo, aunque ya ha cruzado con éxito en tres ocasiones siempre
regresa al ejido: “nunca me han dado ganas de quedarme, no me llama
la atención, siento nostalgia por esta tierra, por lo que es México, por
lo que son los mexicanos [...] ver a los amigos”. A Edmundo le gusta el
campo y desde su punto de vista “claro que da para vivir”. En la actua-
lidad se dedica a engordar toros, además de que tiene dos sementales
que cruza por lo menos una vez a la semana. “El maíz no tiene futuro”
por eso él siempre ha sembrado pastura, “si se cambia la mentalidad,
el campo funciona”. Para ganar dinero “hay que moverse más, trabajar
más [...] no como el macho mexicano que se queda ahí echadote viendo
la tele y luego se queja de no tener dinero.” Edmundo vestido con botas
tejanas, sombrero y jeans se define como un hombre del campo: “yo
soy 100% country... me gusta montar caballos, domar toros... lo campi-
rano”. Su visión del campo esta expresada en la casa donde vive con su
familia y que ha construido en los últimos diez años: situada en una
parcela del ejido distante del núcleo urbano, de tres pisos y construida
con madera rústica, la casa rompe con cualquier estilo existente en
Portesgil: “El adobe es bonito, como el barro es caliente, también la
madera”. En la fachada esta dibujado el mapa de Texas, la silueta del
cráneo de una vaca y un letrero donde se lee Lonley Star. A Edmundo le
gusta que su casa esté en las tierras ejidales, “porque hay espacio” no
le gusta vivir en el núcleo urbano porque no está cerca de los animales,
“aquí se ve la tierra, la naturaleza... se ve el horizonte”. A Edmundo no

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le gusta frecuentar demasiado a sus vecinos, prefiere el trabajo arduo y


la vida con la familia nuclear. Su imaginario del campo está concebido
en torno a la idea de independencia, movilidad y trabajo con las manos
(información recolectada durante estancia de campo, 2005).

Trayectorias de vida en la ruralidad urbanizada

En los cuatro retratos que he presentado se observan ciertos rasgos en


común. En primer lugar las nuevas y variadas posibilidades de desarrollo
personal abiertas gracias a los años de estudio en la secundaria. A di-
ferencia de la generación anterior que tuvo pocas alternativas laborales
remuneradas que se resumían para los hombres al comercio ambulante
y la albañilería y para las mujeres al trabajo doméstico, los entrevista-
dos de la generación que en el 2005 tiene entre 45 y 35 años muestran
una gran complejidad en sus perfiles laborales. Buscar trabajo en la
ciudad de México es una tarea mucho más sencilla y con mejores posi-
bilidades de éxito en la medida en que los entrevistados afirman tener
más seguridad en sí mismos, mayor apertura y desenvolvimiento en la
ciudad. De ahí que los trabajos a los que tienen acceso son mejor remu-
nerados y cuentan con mayor prestigio social, que, no por ello, aseguran
para algunos sobrepasar la precariedad económica.
Como observamos en las historias de vida, la llegada de la secunda-
ria permitió a los habitantes de Portesgil prolongar sus estudios. Para
estas personas la educación escolar tiene un gran valor y es concebida
como una vía de movilidad social, por lo que la gente trata de conti-
nuarla al mismo tiempo que trabajan. Por otro lado, la secundaria es un
nuevo espacio de socialización donde la gente encuentra sus parejas,
pero a diferencia de otros espacios, como las fiestas religiosas, en que el
lugar de cada grupo social está predeterminado y sirven para reforzar
el orden social tradicional, en la secundaria fue posible que los estudiantes
establecieran un nuevo tipo de relaciones entre hombres y mujeres. Los

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

roles sociales se transformaron y cobraron otros sentidos; un ejemplo


paradigmático es el rol femenino. Las mujeres jóvenes actuales tienen
acceso a los estudios y al trabajo remunerado, de ahí que ser mujer ya
no significa ser únicamente ama de casa o madre. En las relaciones de
pareja es cada vez más común la negociación en la repartición del tra-
bajo doméstico, en el uso del tiempo libre e incluso en la construcción
de la vivienda sobre todo entre las mujeres que estudiaron en la secun-
daria y que hoy en día son madres de familia.14 La nuclearización del
hogar rural ha permitido más independencia a la mujer que ya no com-
pite o se enfrenta con la suegra o con otra figura de mayor autoridad
además de su marido. Otro indicio que da una idea del cambio que ha
sufrido la identidad y rol femenino en el medio rural es el cambio en
la apariencia personal. Para las mujeres el trabajo significa un cambio de
apariencia que contribuye a su estima personal, tal como lo comentan
dos mujeres durante una sesión de un grupo focal:15

[...] las mujeres que no trabajan piensan que las que sí lo hacen se visten
mejor y tienen más posibilidades de verse bien porque no están en su casa
haciendo de comer y haciendo el quehacer [...] Bueno yo siento que [la
mujer] estando en su casa no puedes estar con tacones, arreglada, con las
uñas pintadas, con crema en las manos si vas a cocinar, ahora, hay una
diferencia entre tener marido y no tener marido. Ahora tienes a tu marido,
[...] él sale muy perfumadito a trabajar, tú eres ama de casa, tienes que
cocinar, tus manos huelen a cebolla, ¿no? Entonces tú no puedes salir arre-
glada, tu marido sí. Llega a su casa y su esposa huele si no a pañales... a
cebolla, entonces si tú trabajas y sales igual, te arreglas; es diferente (grupo
focal, informante de 28 años).

14
Para una discusión más detallada en torno al empoderamiento de la mujer rural a partir del estudio de
las relaciones de género en el ejido de Portesgil ver Appendini y de Luca (2008).
15
El grupo focal estaba constituido por siete mujeres habitantes de Portesgil de entre 19 a 30 años y los
temas que se discutieron se referían al lugar de la mujer en la comunidad (las actividades económicas,
los roles sociales y al interior del hogar) así como la visión que éstas tienen de la agricultura y el campo.

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Recientemente, la profesión de estilista ha cobrado popularidad en


el ejido y en otros poblados de la región, siendo por lo general las mu-
jeres jóvenes quienes optan por esta profesión al terminar la prepara-
toria. Estas mujeres son promotoras de cierta modernización cultural
en la medida en que son quienes introducen los nuevos modelos esté-
ticos que sirven como indicador del grado de incorporación de la per-
sona a la cultura nacional y moderna. Por otro lado, la identidad de
joven o adolescente también ha hecho su aparición en el poblado. Con
la introducción de la escuela, un grupo social, antes inexistente como
identidad, cobra sentido en el desempeño escolar y en segundo término
en su aportación económica al hogar: los jóvenes y los niños estudian,
mientras que los adultos trabajan, aunque algunos de ellos gozan de
becas que les permiten seguir estudiando y reivindicando su estatus de
estudiantes. La pérdida de valor y prestigio de la agricultura de subsis-
tencia, junto con el alto valor atribuido a la educación han contribuido
al cambio de expectativas de los jóvenes rurales. Si antes la asistencia
a la escuela no era asumida por las familias campesinas como priorita-
ria, hoy en día estas mismas movilizan todos los recursos a su alcance
para lograr que los jóvenes accedan a la educación básica y media.
Para aquellos jóvenes que cuentan con algún capital económico, hoy
en día la posibilidad de desarrollo consiste en comprar un taxi, poner
una tienda de abarrotes, comprar ganado o emigrar a EU. La opción del
comercio de jarciería tan frecuente entre 1960 y 1980 sigue estando
vigente aunque con menos popularidad dada la competencia. La posi-
bilidad de entrar a trabajar como obrero en alguna fábrica de la región
o de trabajar como albañil en Toluca o México también persiste aunque
es poco apetecida por los jóvenes. El crecimiento del poblado y la de-
rrama económica proveniente de los ingresos remunerados de trabajos
externos a la comunidad, ha permitido la expansión del comercio (es-
téticas, panaderías, papelerías, tortillerías) que generan trabajos, sobre
todo para las mujeres jóvenes.

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

Los retratos aquí presentados muestran las nuevas formas de vivir,


emigrar e imaginarse en el mundo rural, también revelan que dentro
del ejido existen procesos de diferenciación social que explican la frag-
mentación de intereses de los habitantes en un ejido rural.

Conclusiones

De acuerdo con los retratos de vida presentados, la ruralidad urbani­


zada significa no sólo una transformación estructural en la relación
campo-ciudad, sino también nuevas pautas de diferenciación al inte-
rior de la comunidad y una redefinición de los roles sociales que impli-
can una mentalidad abierta a otros imaginarios y posibilidades de ser
que inciden sobre la forma de organización social. El espacio rural se
ha convertido en un espacio residencial donde los pobladores han lo-
grado incorporarse al proyecto de nación, abandonando su identidad
mazahua y campesina. La categoría de campesino que durante muchos
años fue la principal y, a veces, única forma de identificar a los habi-
tantes rurales, hoy en día ha perdido su poder cohesionador, descriptivo
y clasificatorio. Los habitantes rurales ya no se identifican exclusiva-
mente como campesinos, tampoco participan políticamente como tal.
Una de las paradojas de este cambio es que los campesinos y ejidatarios
que fueron encarnaciones del proyecto modernizador del Estado pos-
revolucionario son, en la actualidad, asociados a las prácticas corpo­
rativistas y clientelares de un régimen calificado de “antimoderno”. La
identidad de los habitantes rurales se ha fragmentado: vivir en el cam-
po ya no es equivalente a ser campesino ni ejidatario. Este cambio es
observable tanto en el discurso que la gente tiene sobre sí misma, como
en los discursos de políticos locales y en las forma de intervención
esta­t al. La ruralidad ya no puede ser asociada a la agricultura, tampoco
a la cultura campesina.

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Tercera parte
La ruralidad urbanizada
desde la intervención estatal

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Capítulo 5
El desarrollo rural en la ruralidad urbanizada:
fragmentación de objetivos, competencia
al interior del Estado

La práctica de la intervención estatal

Uno de los discursos más socorridos para abordar las transformaciones


del campo en México en la época actual es el retiro del Estado del pla-
no agrícola.1 Esta idea se articula con una más amplia, según la cual
el Estado contemporáneo está perdiendo su fuerza en la medida en que
muchas de las funciones para las que fue creado ya no son satisfechas
exclusivamente por éste.2 A esta lectura, que podríamos calificar de
normativa en la medida en que define el poder estatal en función de un
modelo preestablecido, ya sea en lo referente a su soberanía, su legiti-
midad o su autoridad, es necesario contraponer una visión más des-
criptiva, que nos permita trazar un modelo teórico alternativo que se
distancie de la prescripción.

1
Dicho ajuste estructural se da en el marco del llamado consenso de Washington en el que una serie de
“recomendaciones” eran condiciones de los organismos internacionales para financiar a México. La princi-
pal “recomendación” era el retiro del Estado de la economía, la disminución del gasto público, la liberali-
zación y desregulación comercial (Tapella, 2003).
2
Entre éstas se encuentran el mantenimiento de la ley y el orden civil, la defensa del territorio frente a los
invasores extranjeros y garantizar la solvencia de la economía (Strange, 1996).

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La pregunta en torno a los impactos de las reformas estructurales


esconde varios presupuestos sobre la intervención estatal y más preci-
samente respecto al rol y carácter mismo del Estado y su acción en la
sociedad, que cuestionaremos a lo largo de este capítulo. Generalizando
un poco podemos decir que los presupuestos de la premisa sobre el re-
tiro del Estado son: 1) El Estado es un actor coherente al interior y el
principal agente en la determinación del funcionamiento y la dirección
de la política económica nacional. 2) El aparato burocrático del Estado,
al igual que la economía, responden sin ambigüedad alguna a las direc-
tivas de los planeadores y diseñadores de políticas. Es decir, existe una
correspondencia total entre el discurso estatal y la puesta en práctica de
dicho discurso. Como correlato de esta visión, la sociedad es vista como
un material modelado por la acción estatal. Se espera que el retiro del
Estado tenga impactos concretos sobre los ámbitos sociales intervenidos
por éste. 3) La escala nacional es la principal unidad de análisis y las
heterogeneidades regionales no son consideradas. Esto es, se espera que
el impacto del retiro, afecte por igual en todas las regiones. Y finalmen-
te. 4) La idea de retiro del Estado sólo considera aquellos ámbitos socia-
les que el Estado abiertamente se ha propuesto intervenir y no toma en
cuenta aquellas otras dimensiones sociales que “colateralmente” han sido
afectadas con su intervención o falta de ésta, lo que algunos han llamado
los efectos inesperados de la intervención estatal. La premisa del “retiro del
Estado” sólo considera el fin de ciertas formas de intervención estatal
explícitas e ignora los efectos que el Estado, como entidad con inmenso
poder, puede tener sobre otros ámbitos sociales.3 Tales presupuestos,

3
Para una crítica elaborada sobre las premisas implícitas en el supuesto retiro del Estado ver Bayart (2004).
Sobre los resultados inesperados del desarrollo rural y la intervención estatal ver Ferguson (1990). Final-
mente es importante señalar que nuestro argumento lo retomamos de las propuestas generales de Rubin
(1997), Otero (2004) y la colección de ensayos del libro Dilemas del Estado nacional editado por Maldona-
do Aranda (2001) quienes de modo diferente pero complementario argumentan que el Estado debe ser
visto como parte de un complejo y cambiante centro que coexiste y está enraizado en la diversidad regional
y cultural. De ahí que para comprender las formas de intervención del Estado y sus efectos es necesario
tomar en cuenta las particularidades culturales regionales.

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

generados en gran parte por politólogos y economistas han contribuido


a sobredimensionar el poder de acción del Estado, además de que atri-
buyen una coherencia a su actuación.4
De acuerdo a J. F. Bayart (2004) la tesis según la cual el Estado se está
retirando considera únicamente la reducción de las intervenciones efi-
caces del Estado, la disminución de sus controles directos y efectivos, la
erosión de su control central y la disolución de la acción administrativa
(Bayart, 2004). Es decir, toma como paradigma al Estado keynesiano
caracterizado por su intervensionismo centralizado y concebido como
la principal y casi exclusiva fuente de transformación social. Esta repre-
sentación que en parte es real, pero también en buena parte mítica y
normativa, no reconoce otras funciones que el Estado lleva a cabo, ade-
más de que acepta como real una forma de control social y de interven-
ción que en la práctica no es inteligible y da por supuesta la coherencia
del proyecto hegemónico del Estado a lo largo del tiempo.
Estudios de caso presentados por antropólogos e historiadores, don-
de se describe la manera en que se ejerce el poder estatal, nos ofrecen
una imagen alternativa del Estado en la cual la posibilidad de un poder
hegemónico y totalmente jerarquizado es casi inexistente. De acuerdo
con esta interpretación, el Estado es uno de los actores involucrados de
la acción pública (generalmente, el más importante, aunque nunca el
único) y uno de los coproductores de las reglas sociales, que participa en
la construcción colectiva de arreglos y compromisos ( Joseph y Nugent,
1994; Léonard, Quesnel y Velásquez, 2003; Maldonado Aranda, 2001;
Nuijten, 2003a y 2003b; Rubin, 1997). Desde esta perspectiva, la puesta
en marcha de toda política pública se caracteriza por los ajustes conti-
nuos que surgen ante los conflictos e interpretaciones de los diferentes
actores involucrados al momento de su aplicación. En este sentido,

4
Para una revisión detallada de los debates en las ciencias políticas en Estados Unidos y México en torno a la
acción del Estado mexicano posrevolucionario que han contribuido a estos presupuestos ver Rubin (1997).

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debemos considerar que el retiro del Estado debe ser comprendido


como una transformación en las estrategias y dispositivos de control y
acción estatal.
El objetivo del presente capítulo es cuestionar los presupuestos del
Estado antes mencionados y analizar la manera en que diversos actores
locales se apropian de programas y proyectos de desarrollo rural. Como
veremos, existe una divergencia entre el planteamiento de corte neoli-
beral de las políticas estatales y su aplicación concreta en el ámbito local.
Nuestro supuesto de partida es que desde la conceptualización hasta la
implementación de cualquier programa dirigido al desarrollo rural se
activan un conjunto de procesos de negociación política a distintos
niveles que orientarán y condicionarán resultados y contenidos que
éste adopta en lo concreto.5

Una aproximación a la transformación del modelo de desarrollo


nacional dirigido al mundo rural

Innumerables trabajos exploran la transformación de las políticas pú-


blicas dirigidas al campo mexicano en las últimas dos décadas (Appen-
dini, 2003, 2001; Bey y Dehouve, 2006; Bey, 1998; Cornelius, Craig y
Fox, 1994; Cornelius y Myhre, 1998; Diego, 1998; Duhau, 2002; Gle-
dhill, 1998; Haubert y Torres, 2003; Snyder, 1998; Otero, 2004; Zorri-
lla, 2003a, 2003b). En dichos trabajos se describe lo que ha significado
el cambio de modelo de un Estado proteccionista a otro de orientación
neoliberal. Todos coinciden en señalar dicha transformación como el
fin de la intervención directa del Estado en la economía y el inicio de
la libre competencia y la inversión extranjera. El nuevo modelo de ac-
5
Es importante señalar que debido a la vastedad de programas gubernamentales y las diferencias regiona-
les que existen en México, el análisis que aquí presentamos no es exhaustivo y sólo considera algunos de
los programas que han tenido un impacto en ejidos de San Felipe del Progreso. Por otro lado, es importan-
te mencionar las limitantes de este análisis, en la medida en que no tuvimos acceso a la información sobre
los presupuestos y recursos asignados al desarrollo rural a nivel local.

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

ción estatal supone el fin de los subsidios a la actividad agrícola y el


crecimiento de la actividad agropecuaria en una economía abierta, la
emergencia de programas focalizados de combate a la pobreza y la des-
centralización en las formas de intervención estatal, así como en la
asignación presupuestal. La intervención proviene ahora principal-
mente del gobierno federal en programas “compensatorios” como Pro-
campo, así como programas asistenciales de combate a la pobreza,
como Solidaridad y más adelante Progresa-Oportunidades.
Bajo el nuevo modelo de intervención estatal, la promoción del de-
sarrollo rural ha dejado de ser concebida en términos de fomento a la
productividad agropecuaria y del desarrollo tecnológico (“Revolución
verde”) para ser pensado como el desarrollo de las capacidades huma-
nas y de consumo de los pobladores rurales. Así, por ejemplo, consta-
tamos la relevancia que ha adquirido el programa de Oportunidades
sobre el resto de los programas de desarrollo rural (cuadro 1).
El paso de una intervención encaminada al desarrollo agropecuario
hacia una dirigida al desarrollo social no se ha logrado automática-
mente, menos aún en el sentido y magnitud planteados por los econo-
mistas más ortodoxos. El cambio de modelo estatal ha sido paulatino y
es resultado de una serie de ajustes dirigidos a la apertura comercial
total. De ahí que para algunos autores es correcto hablar de un modelo
“transitorio” que ha ido adaptando los preceptos liberales a las realida-
des mexicanas (González de la Rocha y Latapí, 2000; Duhau, 2002).
De la misma forma, la propuesta del paradigma neoliberal según la
cual el Estado debe ser un mero agente regulador, en México debe
adaptarse y transformarse a un “agente neosocial”. Como lo explican
González de la Rocha y Latapí (2004), aunque la política social mexi-
cana actual va de la mano con los planteamientos del Banco Interame-
ricano de Desarrollo ( bid) en tanto que “sólo el mantenimiento de la
estabilidad económica puede resolver los problemas sociales”, se aleja
del planteamiento que postula el desarrollo social como resultado auto-

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cuadro 1
Presupuesto para los principales programas rurales en México, 2005
Programas Millones en
Dependencia del gobierno responsable
principales pesos mex.
Secretaría de Educación, Secretaría de Salud,
Oportunidades   27 924
Secretaría de Desarrollo Social
Procampo   14 885 Secretaría de Agricultura
fism   12 045 Contribución Federal
Prodesca a   9 976 Secretaría de Educación, Secretaría de Salud
Alianza contigob   8 164 Secretaría de Agricultura
Asercac   6 755 Secretaría de Agricultura
spssd   5 395 Secretaria de Salud
Infraestructura
  5 105 Secretaría del Medio Ambiente
hidro-agraria
Total 90 249  
Fuente: Presupuesto federal 2005.
a
El subprograma de desarrollo de Capacidades en el medio rural (Prodesca) es parte del Programa Alianza
para el Campo, y va dirigido a la población rural de bajos recursos y consiste en apoyos económicos y de
asistencia técnica para poner en marcha proyectos productivos individuales o en grupo de productores.
b
Alianza contigo es programa introducido con Ernesto Zedillo, bajo el nombre de Alianza para el Campo,
dirigido a los productores viables que promueve la competitividad en un esquema de apertura comercial.
El programa se centra en proyectos específicos en que participan como socios de inversión el gobierno
federal, el gobierno estatal y los productores.
c
Apoyos y servicios a la comercialización agropecuaria (Aserca) es un órgano administrativo desconcentra-
do de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa) creado en
1991, como instrumento para impulsar la comercialización de la producción agropecuaria en beneficio de
los productores del campo. El apoyo a la comercialización se logra a través de apoyos fiscales a la comer-
cialización de granos y oleaginosos y por otro lado, el fomento de mecanismos de mercado y diseño de
esquemas de negociación entre productores y compradores. Por otro lado, Aserca opera y administra
Procampo. http://www.Procampo.gob.mx/artman/publish/article_26.asp
d
El Sistema de Protección Social en Salud (spss) surge en 2004 tras una reforma del sector salud que tiene
como objetivo dar homogeneidad financiera al sistema mexicano de salud que incluye tres seguros públi-
cos de salud, el imss, el issste y el sps. Su brazo operativo es el Seguro Popular de Salud (sps) que se pro-
pone garantizar el acceso a la salud a las personas que se afilien a éste.

mático y directo de la recuperación de los equilibrios macroeconómi-


cos, ya que reconoce que el Estado tiene que intervenir a través del
diseño de una política social específicamente orientada a los más nece-
sitados. Por otro lado, los planteamientos del Banco Mundial, que pro-
mueven la descentralización y la asignación en especie de los recursos
tampoco es conseguida del todo en México ya que los nuevos progra-

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

mas dirigidos al campo, como Procampo y Oportunidades están suma-


mente centralizados desde el punto de vista de su conceptualización,
control, administración y forma de asignación de los recursos (Lautier,
2004). La “tecnología asistencial” requiere de un aparato sofisticado de
selección y control de recursos, lo cual se logra de manera sumamente
centralizada: la selección de quién entra al programa se hace desde
instancias que son más inaccesibles que nunca a los beneficiarios. La
imagen kafkiana del poder es más contundente, en el sentido de que
nadie es responsable de quién fue incluido o no en el programa, ade-
más de que la información de las encuestas realizadas por Sedesol o
Procampo es confidencial.
La transformación de la política económica se ha dado en conjunto
con la llamada transición a la democracia que ha implicado el acceso de
distintos partidos políticos (pri, pan y prd) sobre los tres niveles de go-
bierno (municipal, estatal y federal), así como mayor posibilidad de
disenso, negociación y confrontación en las cámaras de diputados locales
y nacional (Bey y Dehouve, 2006; Cornelius, Eisenstadt, Hindley, 1999;
Brachet-Márquez, 2004). El resultado de dichas transformaciones es obser­
vable en los nuevos arreglos surgidos en la negociación constante entre
distintos grupos al interior del Estado, agencias internacionales, organi-
zaciones campesinas y la población rural, organizada o no, para influir
en la política de desarrollo rural (Mackinlay y Otero, 2006). Es así que el
proyecto neoliberal ha debido ser adaptado en la discusión y negociación
de diversos actores, como se verá en las siguientes secciones.

Procampo o la historia de una política de orientación neoliberal


en un contexto equivocado

Regresando al plano productivo y analizándolo en detalle observamos


que las reformas promovidas por Carlos Salinas de Gortari tuvieron
por objetivo crear las bases para una economía abierta, regulada por el

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mercado recurriendo a la privatización. Sin embargo, en el proceso de


instrumentación de tales reformas, el gobierno enfrentó una realidad
muy compleja que lo obligó a la negociación con las organizaciones
campesinas. Ante la puesta en cuestión de varios grupos de oposición en
vísperas de las reformas al Artículo 27 y de la firma del tlcan, Salinas
de Gortari tuvo que crear el Congreso Agrario Permanente (cap) donde
se abrió el espacio de discusión a las organizaciones campesinas y se
recurrió a prácticas corporativistas para alcanzar el consenso de las
reformas (Encinas, de la Fuente y Mackinlay, 1992; Appendini, 2003).
En este mismo proceso de negociación surgió Aserca y Procampo. El
primero, como una forma de compensar el retiro de Conasupo, dirigi-
do a desarrollar y modernizar los canales de comercialización de los
mercados de grano (trigo, sorgo y maíz, principalmente); el segundo
“como un mecanismo de transferencia de recursos para compensar a
los productores nacionales por los subsidios que reciben sus competi-
dores extranjeros, en sustitución del esquema de precios de garantía de
granos y oleaginosas” (Procampo.gob.mx) garantizando, durante 15
años, la protección del maíz. Aserca funciona como un subsidio que
cubre la diferencia entre un precio de referencia establecido y el precio
de mercado. Por su parte, Procampo consiste en un pago por hectárea
o fracción otorgado después de la cosecha a todos aquellos productores
que cultivan granos (maíz, fríjol, trigo, arroz, sorgo, soya, algodón, cár-
tamo y cebada) o que lo hicieron en los tres últimos ciclos de cultivo
antes de la entrada en vigor del tlcan.
A la creación en cierta forma forzada de estos programas que, sin ser
concebidos en el plan inicial de apertura económica, fueron el resultado
de la negociación entre el Estado y grupos organizados que lo enfren-
tan, como la organización unorca6 o el cap (constituido por organiza-

6
Desde su fundación en 1979, la Unión de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas (unorca)
ha sido uno de los actores principales en promover el desarrollo de una economía regional y autogestiva.
Las demandas de esta organización son de carácter económico más que político, ya que se enfocan en el

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ciones campesinas entre las que destacan la cnc, unorca), se añade la


propia interpretación de los productores y burócratas estatales de los
niveles más cercanos a las bases. Dichas interpretaciones y adaptacio-
nes a la realidad social difieren, en ciertos aspectos, del planteamiento
original de los diseñadores de tales programas. Si para éstos últimos
Procampo es una herramienta para la apertura del mercado agrícola,
para los primeros es la continuación de una política de apoyo y subsidio
a la producción campesina. Es por esta razón que en Portesgil muchos
de los productores se quejaban de la torpe conceptualización inicial de
este programa que hasta el año 2001 pagaba justo después de la cosecha
y no antes, cuando el dinero se necesita para comprar fertilizantes. Esta
visión, parece, sin embargo, permear a la cúpula, ya que en 2001, el
gobierno de Fox modificó el programa en la dirección planteada por los
campesinos, al cambiar la fecha de entrega del subsidio a los producto-
res con menos de cinco hectáreas que representan 43 por ciento de los
productores beneficiados. A partir de entonces la entrega del programa
se hace antes de la siembra para este sector.
Desde otra perspectiva, la propuesta neoliberal según la cual es ne-
cesario acabar con los subsidios a los grandes productores, como había
sucedido con la Conasupo,7 fracasó con Procampo ya que la mayor
parte del presupuesto de este programa va dirigida a estos últimos.
Entre el 2000 y 2001, los predios de más de cinco hectáreas recibieron
34 por ciento del presupuesto de dicho programa que representan 8
por ciento del total de productores (Appendini, 2001).8 En términos
macroeconómicos los resultados de estos programas tampoco han teni-

crecimiento económico rural más que en la demanda de la tierra. Su objetivo es tener mayor control sobre
las instituciones económicas, demanda que ha sido bien recibida por los promotores del retiro del Estado
en el plan agrícola.
7
Al comprar a precio de garantía el maíz, la Conasupo favorecía únicamente a los productores con exce-
dentes y alto rendimiento en la producción.
8
Para un estudio actualizado sobre la manera en que el programa ha sido monopolizado por ciertas regiones
productivas del país, así como por los productores con superficies más grandes ver Fox y Haight (2010).

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do el éxito esperado por los economistas que los propusieron y las or-
ganizaciones campesinas que los negociaron y aceptaron. Los nuevos
programas como Procampo o Alianza contigo no han significado espa-
cios de nuevas oportunidades para los pequeños productores, siendo
los grandes productores maiceros privados quienes más se han benefi-
ciando (Appendini, 2001; Fox y Haight, 2010).
A nivel local, programas como Procampo dejaron al descubierto los
sectores más desprotegidos del ejido: los jornaleros y avecindados que
sin la posesión de un título de propiedad, requisito indispensable para
recibir Procampo, no tienen ningún apoyo. En el contexto de ejidos
como Portesgil donde la mayor parte de los ejidatarios contratan peones
para trabajar la milpa o rentan su parcela a posesionarios y avecindados,
el criterio de asignación del programa resulta injusto. De acuerdo a una
encuesta realizada en el ejido, en 1997 tan sólo 60 por ciento de los ho-
gares productores de maíz recibían el apoyo de Procampo que tenía una
cobertura de 88 por ciento de las parcelas ejidales (Preibisch, 2000).
Como otros tantos programas focalizados, Procampo ha generado
conflicto y descontento a nivel local, además de que ha sido utilizado con
fines clientelares en la medida en que los beneficiarios del programa
continúan asociándolo con el partido en el poder a nivel federal. Por
otro lado, el programa también ha otorgado poder a quien se convierte
en responsable de éste. Es así que el “contralor” de Procampo en Por-
tesgil, ha ocupado el puesto de delegado y aspira a ocupar otros cargos
a nivel del municipio en el área de desarrollo rural. Su capital político
proviene del grupo de beneficiados del Programa que requieren de la
información que éste maneja además de ciertos “favores” que puede
realizar en algunos casos. Por ejemplo, sucede que cuando algún ejida-
tario inscrito en el programa muere y no dejó un sucesor, los familiares
pueden requerir la ayuda del contralor a fin de darle validez a una
carta poder supuestamente firmada por el difunto antes de morir;
donde le otorga poder a su esposa o hijo para recibir los beneficios del

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Procampo. Sucede también con aquellas mujeres, esposas de ejidata-


rios, que han migrado a Estados Unidos y que requieren de una autori-
zación para cobrar el pago del programa. El contralor de Procampo en
Portesgil y otros ejidos tiene más poder que el comisario ejidal en la
medida en que controla el recurso más importante que reciben los ejida­
tarios en San Felipe. Su poder se consolida a lo largo del tiempo puesto
que aquel que ocupa el cargo puede permanecer en éste por más de tres
años (información recolectada durante estancia de campo, 2005).

Visiones, estrategias e intereses políticos en torno al desarrollo rural en


San Felipe del Progreso

Fragmentación, redirección y uso político del desarrollo rural

En el 2000, el gasto federal en áreas rurales en México era amplio y


mayor que el de muchos países de América Latina, con un presupuesto
estimado, para el 2005, de 14 billones de dólares. De esta cantidad
aproximadamente 4.5 billones correspondía a proyectos de desarrollo
rural. La mayoría de estos programas están orientados a sectores de ba-
jos ingresos. Sin embargo, el impacto de este gasto no es evidente. De
acuerdo a un informe del Banco Mundial, a diferencia de otros países
latinoamericanos, en México el principal problema no es la escasez de
recursos fiscales dedicados a las áreas rurales, sino la eficiencia en el uso
de tales recursos. Uno de los motivos de la ineficiencia es la falta de coor-
dinación y armonización entre ellos (Caballero, Moreno y Dyer, 2006).
Las reformas de la política económica dirigida al campo se manifies-
tan en la proliferación de programas de desarrollo rural provenientes
del gobierno federal, estatal y municipal. Más que “retiro del Estado”, la
impresión que da el conjunto de apoyos individualizados dirigidos al
desarrollo rural, es el de un Estado disgregado en diferentes dependen-
cias e instituciones que compiten a su interior, carentes de una visión en

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conjunto del desarrollo rural. A esto se añade que los beneficiarios de


tales programas también se hayan “diversificado” y ahora constituyan
un conjunto de grupos sociales con intereses particulares que conciben
el desarrollo rural de maneras diferentes y en términos que no siempre
coinciden con los de las instituciones y dependencias de gobierno encar­
gados de tales programas. Veamos en detalle el panorama del desarrollo
rural en San Felipe del Progreso entre 1970 y principios del 2000.
Entre 1970 y principios de 1980 el gobierno federal concibió el desa-
rrollo rural en la región y en el resto del país en términos de subsidios
a los fertilizantes y otros insumos agrícolas como los herbicidas o pes-
ticidas, el establecimiento de un precio de garantía para el maíz y otros
granos de la dieta básica de los mexicanos y la compra, distribución y
venta de los granos de base por medio de bodegas de acopio y tiendas
rurales establecidas en las regiones consideras como marginales. En el
Estado de México, una política paralela a la federal fue llevada a cabo
por el Instituto de Desarrollo Agrícola y Ganadero del Estado de México
(dagem)9 creado con el objetivo de incrementar las áreas de cultivo del
maíz con el uso intensivo de insumos y semillas mejoradas y proveer de
granos básicos a las zonas urbanas en expansión por esos años (la ciu-
dad de Toluca y de México).10 La dagem llevó a cabo su propósito por
medio de un conjunto de unidades agrícolas de desarrollo municipal
(uadm), que funcionaron hasta los años noventa, y que fueron la base
operacional de los principales programas de apoyo a la producción:
Plan Maíz y el Plan Ranchero (Mendoza, 1979). A partir de los noventa,
en el Estado de México, los recursos provenientes del gobierno federal
son canalizados por medio de la Secretaría de Desarrollo Rural (Sedagro).

9
En 1976 el dagem fue sustituido por la Comisión Coordinadora para el Desarrollo Agrícola y Ganadero
del Estado de México (Codagem) que a diferencia del primero, que depende directamente del gobierno
estatal, posee personalidad jurídica y recursos fiscales estatales y federales.
10
Los recursos para estos programas provienen principalmente de la recaudación fiscal que para esos años au-
menta, gracias a la recién industrializada ciudad de Toluca y la región de Lerma, Naucalpan y Tlanepantla.

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

En el 2004, Sedagro ofreció un conjunto de proyectos productivos


que se inscribieron en el programa de Alianza contigo.11 Para acceder a
este programa, los productores solicitaban los apoyos de manera indivi-
dual o en grupo directamente en la sede de Sedagro. Los proyectos ofre-
cidos estaban divididos en tres tipos: papir, programa que apoyaba los
proyectos productivos propuestos por productores individuales o en
grupo, siendo estos últimos a quienes se les daba preferencia sobre todo
cuando se trataba de grupos de mujeres, jóvenes, “adultos de tercera
edad” o indígenas. El apoyo consistía en subsidiar de 50 a 70 por ciento
de los bienes que se pretendían adquirir (como es el caso de maquinaria
y equipo) para echar a andar el proyecto. Por otro lado, estaba Prodesca
que tenía por objetivo el desarrollo de las “capacidades” de los beneficia-
dos y consistía en la capacitación de los habitantes rurales por medio de
talleres para la elaboración de conservas, industrialización del cerdo y
de costura. Este programa también cubría los gastos de la contratación de
técnicos para el diseño del proyecto y su puesta en marcha. Por último,
estaba el proyecto de organización rural Profemor (Fortalecimiento de
Empresas y Organización) que promovía y consolidaba grupos de pro-
ductores que se organizaban para llevar a cabo una actividad productiva.
El programa consistía en darles una asesoría administrativa y contable,
así como equipo de cómputo a organizaciones de productores.
De acuerdo a los funcionarios de Sedagro en Atlacomulco, de los tres
proyectos promovidos desde 1997, el papir es el que más acogida ha
tenido en San Felipe del Progreso, ya que es el único que ofrece dinero
en efectivo (información recolectada durante estancia de campo en

11
El gobierno de Ernesto Zedillo (1994-2000) creó Alianza para el campo para la promoción del desarrollo
rural. Dicho programa iba dirigido a los productores “viables” y tenía como objetivo establecer los medios
para incrementar la productividad y rentabilidad “a partir de las libres decisiones de los productores agro-
pecuarios”. Aplicando los principios de corresponsabilidad y participación, el programa se centró en pro-
yectos específicos en los que participaban como socios de inversión el gobierno federal, el gobierno estatal
y los productores. Bajo el gobierno de Fox, el programa cambió su nombre a Alianza Contigo y amplió su
oferta, abriendo los apoyos a proyectos que no forzosamente se encaminaban a la producción agrícola.

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2005). Aunque uno de los objetivos de papir es la reconversión produc-


tiva y la introducción de cultivos comerciales en particular las hortali-
zas, pocos han sido los proyectos propuestos en esta dirección. Desde el
2000, los productores de San Felipe del Progreso se han interesado más
en recibir financiamiento para otro tipo de proyectos: los jóvenes, por
ejemplo, proponen proyectos que se insertan en el sector de los servi-
cios como cafés internet, talleres mecánicos y papelerías; las mujeres y
las personas de la tercera edad proponen talleres de costura, máquinas
de coser industriales, producción de hortalizas, hongos comestibles,
flores, artesanías, transformación y elaboración de quesos. En el 2004
la mayor parte de las propuestas de papir son proyectos de servicios y
se han incrementando considerablemente, si en 1997 se dieron alrede-
dor de 40 proyectos, en el 2004 se dieron 180. El número de solicitudes
para estos proyectos ha superado al presupuesto otorgado por la federa-
ción (información recolectada durante estancia de campo, 2005).12
Aunque en teoría Alianza contigo se financió con los recursos otorga-
dos conjuntamente por el gobierno estatal y federal, este último fue
quien aportó la mayor cantidad de la inversión (más de 90 por ciento
del subsidio).13 La selección de los proyectos propuestos se realizó en
reuniones mensuales entre el consejo municipal y el consejo regional
en donde se evalúa cada proyecto, tomando en cuenta su posibilidad de
éxito y el número de personas que involucra. La preferencia la tienen
los proyectos productivos que involucran un mayor número de personas
(entrevista al encargado de desarrollo rural, Sedagro-Atlacomulco 2004).
Además de Sedagro, el desarrollo rural en el municipio es promovi-
do por otras instancias del gobierno federal. Semarnat (Secretaría de
Medio Ambiente y Recursos Naturales) cuyas oficinas en Atlacomulco

12
Datos más precisos sobre recursos con los que se cuenta no me fueron accesibles durante la estancia de
investigación.
13
El dinero por parte del Estado de México proviene de un fideicomiso fidec (Fideicomiso alianza en el
Estado de México) y su monto varía año con año.

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se encuentran ubicadas en el mismo edificio que pertenece a Sedagro y


promueve varios programas cuyo objetivo es la mejora y protección del
medio ambiente. Semarnat ofrece asesorías de manejo forestal a los
ejidos con recursos forestales de la región, así como asesoría a los go-
biernos municipales en el control de plagas. Por otro lado, esta secreta-
ría provee de material para la construcción de granjas de conejos y de
venados (enrejado y herramientas de trabajo) a productores individua-
les o en grupo. Otro proyecto que genera empleo en la zona y protege
el medio ambiente, es la lucha contra la erosión y el manejo de cuen-
cas, para lo cual Semarnat contrata a alguna empresa privada que se
encarga de identificar las principales necesidades de las comunidades
que lo piden, y desarrollar un proyecto productivo que se implementa
con la asistencia de grupos de pobladores a quienes se les paga por
jornal como parte del Programa de Empleo Temporal (pet) (informa-
ción recolectada durante estancia de campo, 2005).
El gobierno del Estado de México tiene, por su parte, un programa
de desarrollo rural, también promovido desde Sedagro, cuyo objetivo
es proveer o subsidiar los fertilizantes para la producción agrícola de
grupos de alta marginación y grupos indígenas,14 aportar semillas me-
joradas a los productores y dar un apoyo en efectivo en la compra de
animales de traspatio. Este programa es promovido a nivel municipal
por medio de las reuniones organizadas por delegados, regidores y lí-
deres de organizaciones sociales, y puede ser solicitado también en el
ayuntamiento.
Frente a esta gama de programas, los productores que entrevisté en
los ejidos de San Felipe mostraban gran desconocimiento. La informa-
ción sobre los programas de desarrollo rural ofrecidos por Sedagro y
el municipio es restringida, más aún los procedimientos y requisitos

14
El apoyo se da otorgando 70 por ciento del precio pagado en la compra de fertilizantes al portador de
una factura.

191

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para tramitarlos. Únicamente algunos productores, aquellos que tienen


más contacto con el comisario ejidal, el delegado, la agencia regional
de Sedagro o con el ayuntamiento (regidores), se enteran de su exis-
tencia. En Portesgil los productores más pobres permanecen excluidos
de los programas de desarrollo rural promovidos por dicha agencia
(información recolectada durante estancia de campo, 2005).
Los programas de Alianza contigo, así como los promovidos por el
gobierno estatal, no tienen una meta concreta en cuanto al número de
productores beneficiados o sobre los objetivos referentes a la producti-
vidad, de ahí que los recursos asignados año con año pueden variar sin
justificación. El presupuesto de dichos programas está sujeto a la asig-
nación de un fideicomiso, el fidec, sobre el que deciden los diputados a
nivel estatal y que se establece en función de negociaciones políticas
ajenas a una planeación global de desarrollo rural. La impresión que
dan los programas de desarrollo rural promovidos por Sedagro a través de
Alianza contigo es que éstos son utilizados de forma discrecional, es
decir, sin un criterio claro sobre a quién le corresponde el programa.
Esto es posible debido a que es el consejo de desarrollo municipal, com-
puesto por personas que representan grupos de interés a nivel local,
quien funge como “filtro” de evaluación de los programas. Observando
los grupos que en distintos ejidos habían recibido apoyo en el 2003, es
posible descubrir criterios de tipo político y no productivo que decidie-
ron sobre su asignación. También observamos que entre más pequeño
en cobertura es el programa o proyecto productivo promovido por Se-
dagro u otra dependencia estatal más susceptible será al uso clientelar
por parte de los funcionarios que lo otorgan. Así por ejemplo, las des-
pensas o materiales de construcción (láminas de aluminio o concreto)
otorgadas por el ayuntamiento de San Felipe a través del dif15 sólo se

15
El Sistema nacional para el desarrollo integral de la familia, dif, es un organismo público que presta
servicios de asistencia social a personas y grupos vulnerables (niños, adolescentes, ancianos y personas con
discapacidad física). Este organismo tiene representación en cada estado y en los municipios.

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reparten entre familias priistas. Los programas “mayores” otorgados


por el gobierno del Estado de México, a través Sedagro tienen distin-
tos objetivos secretos. La recompensa a grupos de apoyo para algún
político local o estatal, incluso el gobernador, por otro lado, la coop-
tación de ciertos líderes o grupos de personas que pueden generar
conflicto.
Los programas de desarrollo rural promovidos por el gobierno esta-
tal y federal no coinciden con las premisas de la política neoliberal,
por ejemplo, con los acuerdos aceptados en la ronda de Uruguay donde
se establece que los subsidios no deben ir dirigidos a la producción
agrícola. La impresión que da la aplicación de estos programas en San
Felipe es que éstos se inscriben en una inercia de prácticas de uso
clientelar e ideas acerca de los objetivos de los programas según las
cuales los proyectos productivos deben de consistir en subsidios
en efectivo o especie para la producción agrícola. De esta forma, po-
demos afirmar, que tanto los productores como los funcionarios de
Sedagro no parecen en muchos casos haber comprendido o estar re-
sistiéndose a la transformación de la política dirigida al agro. Procam-
po sigue siendo visto y manejado como un subsidio a la producción y
concebido por parte de ejidatarios como un derecho para los campesi-
nos pobres. Los diversos programas de desarrollo rural otorgados por
Sedagro son tomados como una continuación de una política de desa-
rrollo rural dirigida a la agricultura, y siguen siendo utilizados de
forma clientelar, aunque es importante señalar que los programas ins-
critos en Alianza contigo se han transformado en los últimos años de
acuerdo a las nuevas demandas y concepciones de lo que significa el
desarrollo rural por parte de los habitantes de los ejidos. De tal forma
que son ahora proyectos dirigidos a desarrollar el sector servicios en
las localidades rurales (talleres mecánicos, de costura, panaderías,
estéticas, papelerías, entre otros) los que tienen mayor demanda entre
mujeres y jóvenes.

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Conflictos y competencia al interior del aparato estatal


en un contexto multipartidista

Un aspecto clave para comprender la transformación en la forma de


intervención estatal es tomar en cuenta las rivalidades que existen en
la actualidad entre los distintos niveles del aparato estatal en torno a
los proyectos de desarrollo rural. La disputa y competencia entre dis-
tintos actores que promueven el desarrollo rural se ha incrementado
desde el 2001 con la llegada del pan a la presidencia de la República y
la consecuente coexistencia de diferentes partidos al mando de los go-
biernos local, estatal y federal. Las autoridades y los funcionarios de
cada nivel de gobierno e incluso de cada dependencia persiguen obje-
tivos particulares que a veces divergen entre sí. Las consecuencias para
el desarrollo local no siempre son positivas. Veamos a continuación
algunos ejemplos que ilustren la situación.
En San Felipe del Progreso, los conflictos entre funcionarios de las
dependencias estatales y federales son frecuentes. Ambos “bandos”
compiten entre sí de distintas formas. Desde la perspectiva de los fun-
cionarios federales de las sedes regionales de Sedesol, Sagarpa y Se-
marnat, los funcionarios que trabajan para el ayuntamiento o las
dependencias estatales como Sedagro y Probosque, utilizan los progra-
mas con fines clientelares. Esta percepción se sustenta en el hecho de
que, por lo general, los funcionarios de dependencias locales son nati-
vos de la región, muchos de ellos tienen vínculos de amistad y hasta
compadrazgo con los políticos locales y los mandos medios en Toluca
o en la cabecera municipal (razón que explica, en muchos casos, el
puesto que ocupan) de ahí que sus lealtades estén condicionadas y
vayan dirigidas hacia los políticos locales. Desde esta perspectiva, los
representantes y autoridades del ayuntamiento intentan “apoderarse”
de los programas federales para sacar provecho político de éstos y,
por ejemplo, hacen acto de presencia durante el pago de Procampo

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

y Oportunidades en donde está prohibido que se manifiesten, aunque


con su sola presencia, queda implícita su participación en estos pro-
gramas. Hablando con algunos de los funcionarios de los programas
federales como Diconsa, y Oportunidades que, por lo general, no son
originarios de la región, existe una sensación de descontento frente a
los funcionarios locales quienes son percibidos como partidistas y co-
rruptos (información recolectada durante estancia de campo, 2005).
Por su parte, los funcionarios estatales y locales también tienen mu-
cho que decir. Entrevistando a algunos de ellos, observamos cómo los
funcionarios de dependencias estatales y locales enfatizan continuamente
que los programas como Alianza contigo, Procampo y Oportunidades
no son “dádivas” generosas del gobierno federal o en sus propias pala-
bras “de Fox”, como, de acuerdo a su punto de vista, los funcionarios
federales hacen creer, sino que provienen del Estado como institución
“apartidista” y de los “impuestos pagados por todos los ciudadanos”
(entrevista, funcionario de Sedagro, 2005). Esta posición contrasta, sin
embargo, con la manera de manejar algunos de los programas prove-
nientes del gobierno del Estado de México, que en San Felipe se uti­
lizan abiertamente para favorecer a los grupos de productores que
apoyaron al gobierno municipal y estatal, y que en este caso es priista.
En contexto de campaña electoral las tensiones entre las distintas de-
pendencias federales y estatales se agudizan. Un ejemplo de esto es el
incidente que sucedió en 2004 durante la campaña electoral para la
gobernatura del Estado de México. Mientras que las dependencias del go­
bierno federal (Semarnat y Sedesol) apoyaban al candidato panista, las
estatales y los gobiernos municipales apoyaban al pri. Así por ejemplo,
cuando funcionarios de Probosque (instancia estatal que depende de la
Secretaría de Ecología del gobierno del Estado de México) daban una
capacitación a los productores de la región y promocionaban al candi-
dato a la gobernatura por el pri, sin previo aviso llegó un diputado
panista de otro distrito acompañado por funcionarios de Conafor (de-

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pendencia encargada del manejo forestal a nivel nacional) que de


acuerdo a los funcionarios de Probosque se “apoderaron del evento”
para hacer campaña electoral a favor del pan.
De acuerdo a la perspectiva de estos mismos funcionarios, el gobierno
federal se aprovecha de los recursos estatales para promocionarse a nivel
local. Por ejemplo, el nuevo programa federal de Unefor (gobierno federal)
que se propone capacitar y organizar a los guardabosques de cada muni-
cipio se apoya en la estructura e infraestructura estatal de Probosque. Lo
mismo sucede con la puesta en marcha del programa de Seguro Popular
que pretende la incorporación de toda la población al sistema de clínicas
de salud. De acuerdo a los médicos de San Felipe, las clínicas se encuen-
tran saturadas y “el programa de Vicente Fox” no tiene una correspon-
dencia entre sus planteamientos de cobertura universal y un aumento de
recursos para la construcción de más clínicas ni la contratación de más
médicos o enfermeras (información recolectada durante estancia de
campo, 2005). Dependencias federales como la Secretaría de Agricultura
(Sagarpa) del Medio Ambiente (Semarnat) y de Desarrollo Social (Sedesol)
utilizan la infraestructura estatal y disponen además de muchos más
recursos que sus equivalentes estatales. Es así que las dependencias a
nivel estatal buscan estrategias para no dejarse “opacar” por la presen-
cia federal (información recolectada durante estancia de campo, 2004).
El conflicto político se da no solamente entre dependencias, sino
que involucra a los propios ciudadanos que buscan la cercanía con los
funcionarios estatales para lograr sus fines. Un caso ilustrativo sucedió
en las oficinas de la Semarnat cuando un grupo de productores llegó a
solicitar materiales de construcción para un refugio de venados. Esta
secretaría los estaba apoyando con el material ya que a pesar de ser un
proyecto que promueve el gobierno municipal, de acuerdo a los pro-
ductores, ésta instancia no les hacía caso. Una vez retirados los produc­
tores, el funcionario de Semarnat me comentó que el ayuntamiento no
les hacía caso a dichos productores ya que eran “perredistas”; lo mismo

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

sucedía con ejidatarios de otro núcleo agrario que siendo “panistas” no


recibían apoyo por parte del municipio (información recolectada du-
rante estancia de campo, 2004).
Otro ejemplo de esto lo encontramos realizando un recorrido por el
bosque para identificar árboles con plaga. Durante el recorrido con funcio­
narios de Probosque encontramos varias personas de las comunidades
vecinas con leña que acababan de cortar, ante lo que los funcionarios les
advirtieron que era ilegal. De acuerdo a uno de los funcionarios, las per­
sonas que encontramos en el camino son habitantes pobres de las locali­
dades más aisladas que usan la leña para combustible: “El ‘verdadero’
problema son los taladores clandestinos que vienen del estado vecino
de Michoacán”. En las noches pueden bajar hasta cien camiones con
madera talada ilegalmente. “Los talabosques clandestinos vienen arma-
dos y los funcionarios de Probosque no podemos controlarlos porque
no contamos con la infraestructura material y de personal para hacerlo,
sólo con el apoyo del gobierno federal sería posible hacerlo. Sin embargo,
las malas relaciones entre el gobierno federal y estatal no lo permiten”
(información recolectada durante estancia de campo, 2004).
Los ejemplos presentados revelan las alianzas intergubernamentales
y la manera en que los intereses de los múltiples actores involucrados
se articulan. También evidencia los conflictos que existen al interior
del aparato estatal en sus diferentes instancias. El Estado existe y se
materializa en dependencias locales que estructuran las estrategias de
acción de diversos actores durante los procesos negociados que implica
el desarrollo rural. Los ejemplos presentados muestran de qué manera las
instituciones que conforman al Estado (secretarías, agencias, depen-
dencias estatales o regionales de alguna secretaría y ayuntamientos) se
integran a éste de manera compleja y cambiante, y cómo sus progra-
mas de operación no están integrados ni son coherentes entre sí.
Los ejemplos presentados nos llevan a reflexionar sobre las trans-
formaciones en las formas de intervención estatal entre los años 1970

197

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y el 2000 en términos de conflicto entre las diferentes dependencias


del gobierno. La observación de campo de los funcionarios que traba-
jan para las dependencias gubernamentales nos ofrece un panorama
de la manera en que éstos actúan como miembros de la comunidad a la
que pertenecen. Las diferentes tomas de posición de los funcionarios
de Sedagro, Probosque o Semarnat muestran que el Estado no es una
entidad externa a la sociedad y que la distinción entre ambas entidades
es trazada dentro de una red de mecanismos institucionales que per-
miten el mantenimiento de cierto orden político y social.
Las motivaciones que mueven a los funcionarios en su trabajo res-
ponden a intereses en varios niveles. De acuerdo a un funcionario de
Probosque, su trabajo tiene tres objetivos: el primero es institucional,
es decir, promover la reforestación y el manejo racional del recurso
forestal en su región; el segundo, es político: darle presencia al gobier-
no de Arturo Montiel (gobernador del Estado de México entre el 2000
y el 2006) en los municipios. Por último está el objetivo “personal” que
es el de hacer bien su trabajo para darse a conocer y ser promovido. Del
mismo modo, se puede decir que los municipios que entran en los con-
venios con Probosque tienen “motivos” similares: a los presidentes mu-
nicipales les interesa participar para “quedar bien” con el gobernador; en
segunda instancia, para “quedar bien” ante el electorado y también, y
quizás esta sea la última razón, para combatir la deforestación y la tala
ilegal (entrevista con funcionario de Probosque, 2004). Desde esta pers­
pectiva, los objetivos institucionales son los intereses más “externos”
que mueven la acción de funcionarios y políticos.

Conclusiones

Dado que el Estado mexicano es y ha sido el principal promotor del


desarrollo rural en México, en nuestra investigación analizamos su for-
ma de intervención y acción pensándolo como una entidad que se ma-

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

terializa en actores concretos con intereses a veces en competencia y


contradictorios entre sí. La descripción de la acción estatal incluyó no
sólo a los receptores de las políticas públicas, tales como los producto-
res campesinos y habitantes rurales en general, sino a ciertos actores
sociales que muchas veces no aparecen en las etnografías de la vida
rural, como son los agentes gubernamentales, los políticos y autorida-
des locales. De esta forma uno de los objetivos de las entrevistas a di-
chos actores fue el comprender las motivaciones que guiaban la acción
individual y que producían y reproducían una red de significación so-
cial compartida. Desde este punto de vista, a lo largo de este capítulo
hemos visto que la transformación social promovida por las políticas
estatales no ha sucedido en correspondencia total con los discursos del
desarrollo rural, existiendo adaptaciones e interpretaciones de los mis-
mos agentes que promueven dichas políticas y los sujetos a quienes van
dirigidas. El análisis aquí presentado evidencia la maleabilidad a la
que están sujetos los programas y proyectos de desarrollo rural, los
juegos de poder a los que éstos dan pie y el cambio de objetivos que
sufren una vez puestos en marcha.
La idea de que el Estado se está retirando presupone una clara dis-
tinción entre la sociedad y el Estado. Sin embargo, los ejemplos presen-
tados, más que su retiro, ilustran tanto una reconfiguración de los
dispositivos y mecanismos de acción e intervención estatal como un
cambio de objetivos. La nueva institucionalidad, promovida desde los
años noventa, sucede en un contexto de mayor presencia gubernamen-
tal en el ámbito local a través de diferentes dependencias del gobierno
que, en muchos casos, se encuentran en continua competencia. El pro-
yecto de desarrollo rural en San Felipe del Progreso se ha disgregado
dando paso a una multiplicidad de programas en un campo de inter-
vención múltiple que no tiene un solo eje en cuanto objetivos.

199

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Capítulo 6
Los efectos inesperados del desarrollo rural

R ecorriendo el poblado de Portesgil encontramos los restos de algunos


programas de desarrollo agropecuario frustrados en sus pretensiones
desarrollistas: una bodega de Conasupo-Boruconsa abandonada en me-
dio de la plaza; un gran establo para vacas lecheras que alguna vez se
proyectó como el inicio de una cuenca lechera y que hoy en día se en-
cuentra semiabandonada; ochenta y cuatro granjas porcinas familiares,
esparcidas por toda la localidad, que en la década de los años setenta
fueron repartidas entre algunos ejidatarios de Portesgil y que desde los
ochenta comenzaron a ser reconvertidas a los más diversos usos domés-
ticos. A pesar de todos los programas de apoyo dirigidos al desarrollo
agrícola de San Felipe del Progreso desde los años setenta,1 el panora-
ma de dicha actividad en uno de los municipios del estado más impor-
tantes en producción maicera en los años ochenta es desolador.

1
Siendo uno de los municipios más grandes del estado, San Felipe del Progreso se divide en la zona alta,
media y baja. De acuerdo a esta división geográfica, los programas de desarrollo han sido promovidos con
mayor fuerza en la zona de más fácil acceso. Portesgil se encuentra situado precisamente en la región baja,
que ha sido la más beneficiada del municipio.

200

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

Portesgil ha sido un ejido privilegiado y ejemplar en lo que respecta


a los numerosos apoyos gubernamentales que percibió durante dos dé-
cadas en que el Estado, a nivel estatal y federal, promovió con más brío
el desarrollo agropecuario. Sin embargo, a pesar de todos los progra-
mas recibidos, este ejido no logró convertirse en una unidad producti-
va competitiva en términos agropecuarios ¿Qué fue lo que impidió la
realización de tal meta?, ¿acaso no fueron suficientes los apoyos?, ¿por
qué un ejido que recibió recursos envidiables, en comparación con
otras localidades del país, no logró hacer de la actividad agropecuaria
su principal fuente de subsistencia?
Desde los años noventa, el desarrollo rural ha tomado una nueva
dirección en el municipio y en el resto del país. En años recientes, Por-
tesgil ha seguido recibiendo recursos dirigidos al desarrollo rural que,
sin embargo, ya no es concebido en términos exclusivamente producti-
vos o agrícolas sino de consumo y servicios.
A fines de los años ochenta, llegó al ejido el programa Pronasol-So-
lidaridad apoyando la pavimentación del centro del poblado, la cons-
trucción de la clínica de salud y la ampliación del jardín de niños. Sin
embargo, una vez más, los indicadores negativos borran cualquier tra-
za de optimismo: Portesgil forma parte de las localidades categorizadas
como pobres que reciben el programa Oportunidades y el 91.6 por
ciento de sus hogares están catalogados como pobres e incluidos en el
programa (Vizcarra y Guadarrama, 2008).
El presupuesto de los programas de subsidio a la agricultura ha sido
redirigido a programas que tienen por objetivo el desarrollo del capi-
tal humano concebido en términos de capacidades. La idea de base es
que el capital humano conformado por la educación y la preparación
técnica de los individuos constituye un elemento clave para el desa-
rrollo económico y social de una sociedad.2 De ahí que las nuevas
2
Para una argumentación sobre la importancia del capital social en términos de capacidades ver Amartya
Sen (1999).

201

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políticas sociales se encaminen a la promoción de la educación y la


salud con programas focalizados dirigidos a la población catalogada
como “vulnerable”. En el contexto mexicano, es el sector rural, y espe-
cíficamente las mujeres, los niños y los ancianos quienes comienzan
a beneficiarse de dichos programas que se convierten en el eje de la
política social.
Mientras que el capítulo anterior da una idea de las implicaciones
del desarrollo rural desde el punto de vista de las relaciones de poder
en el ámbito político local y al interior del aparato gubernamental, en
el presente capítulo analizaremos los efectos “colaterales” del desarro-
llo rural. En concreto, analizaremos la manera en que dichos progra-
mas modelan las conductas sociales, intervienen en nuevos ámbitos
sociales, como la salud y educación, y han permitido un control más
efectivo sobre los habitantes rurales de San Felipe del Progreso. Para
ello propo­nemos un ejercicio comparativo entre dos programas im­
plementados en el ejido de Portesgil: el Plan Porcícola de los años
1970-1982 y el programa Oportunidades de los años 2000 que nos
permitirá reflexionar sobre los efectos a veces ocultos de la interven-
ción estatal.

La gubernamentalización del mundo rural

Estando de acuerdo con la idea de que el Estado no es una entidad


externa a la sociedad sino un conjunto de lógicas de poder que estruc-
turan instituciones y organizaciones sociales, es necesario abundar
más sobre su funcionamiento y mecanismos de control. Para lo cual
retomamos la propuesta de Michael Foucault quien en el curso dictado
en el Colegio de Francia entre 1977-1978, Sécurité, territoire, population
introduce la noción del poder disciplinario caracterizado por emanar
de un conjunto de prácticas sociales (2004). Foucault se refiere a tres
aspectos cuando emplea el término de gubernamentalidad:

202

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

1) El conjunto de instituciones, procedimientos, análisis y reflexiones, cálcu-


los y tácticas que han permitido ejercer esta forma específica y muy com-
pleja de poder que tiene por blanco la población, por forma principal de
saber la economía política y por instrumentos técnicos esenciales los dis-
positivos de seguridad. 2) La tendencia que en Occidente no ha dejado de
conducir, desde hace mucho tiempo, hacia la preeminencia de este tipo
de poder que se puede llamar gobierno sobre todos los otros: soberanía,
disciplina, etc., y que ha implicado, por una parte, el desarrollo de toda
una serie de aparatos específicos de gobierno, y por otra, el desarrollo de
todo un conjunto de saberes. 3) El proceso, o mejor, el resultado del pro-
ceso a través del cual el Estado de justicia del Medievo, convertido en
estado administrativo en los siglo xv y xvi se encuentra poco a poco
gubernamentalizado (Foucault, 1981: 25).

Desde esta perspectiva, el poder se desarrolla en el ámbito de la vida


cotidiana de la gente y se caracteriza no por limitar o restringir las
actividades de los individuos sino por producirlas. Para autores como
P. Abrams (1988), P. Bourdieu (1999), M. Foucault (2004), Th. Mitchell
(1999), N. Rose (1999), James Scott (1998), Stepputat (2001), Trouillot
(2001) el Estado moderno no es una fuente de poder sino el efecto de
un espectro de formas dispersas de poder disciplinario que proyectan
una imagen del Estado como una estructura que se encuentra aparte o
por encima de la sociedad. La intensa regulación de las sociedades
modernas tampoco es producto de la “penetración del Estado” como
un centro de poder sino de la gubernamentalización de éstas. Esto es,
el Estado moderno es un conjunto de formas institucionales que son
posibles gracias a la manera en que las prácticas humanas se convier-
ten en objetos de conocimiento, regulación y disciplina que en conjun-
to podemos definir como gubernamentalización.
La gubernamentalización afecta a todas las instituciones y organiza-
ciones sociales de ahí que podemos hablar de gubernamentalización

203

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G a b rie la To r r es -M azuer a

del mismo aparato estatal o lo que algunos han comenzado a llamar


“modernización del Estado” concebida como una mayor transparencia
en las actividades del gobierno, así como la centralización y rutiniza-
ción de todas sus funciones. Por otro lado, podemos identificar la gu-
bernamentalización de la sociedad que tiene que ver con una serie de
procesos entre los que sobresalen los procesos de individualización y
urbanización. La conformación del Estado moderno requiere de suje-
tos individualizados y atomizados para conformar la sociedad, de ahí
que éste no sólo promueve la desestructuración y reestructuración de
las comunidades humanas con el fin de “producir” nuevas colectivida-
des sino que crea nuevas categorías con las que identifica y ordena a
los sujetos gobernados (Dubet, 1989; Gauchet, 1985; Kaufmann, 2004;
Trouillot, 2001). El proceso de gubernamentalización de la sociedad
implica también la creación de nuevas redes sociales que facilitan el
control y centralización en el flujo de bienes, capitales, gente e infor-
mación (Stepputat, 2001). A esto se suma la creación de nuevos orde-
nes territoriales, productivos y administrativos que le permiten a un
poder, cada vez más centralizado, hacer más eficiente la realización de
sus objetivos, ya sean productivos como en el caso de los monocultivos
en la producción agrícola, ya sea con miras a vigilar y controlar, como en
el caso del proyecto haussmaniano en las ciudades (Scott, 1998). De esta
forma, la gubernamentalización puede ser concebida como un proceso
de urbanización o territorialización del Estado en la medida en que la
introducción de servicios e infraestructura pública supone la imposi-
ción de normas de gobernabilidad antes inexistentes (Stepputat, 2001).
Un buen ejemplo de este fenómeno es la introducción del agua potable
en los pueblos que anteriormente la obtenían autónomamente de los
pozos colectivos y que ahora deben pagar una cuota individual al “Esta­
do” por el servicio.
Si bien, en las teorizaciones de Foucault o Bourdieu, la gubernamen-
talización es un proceso que surge a la par del Estado moderno, pode-

204

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

mos aventurarnos a decir que en la época actual las transformaciones


ideológicas hacia el neoliberalismo están contribuyendo a acelerar di-
cho proceso de gubernamentalización. El llamado “retiro del Estado”
en un contexto neoliberal puede ser pensando como la reconfiguración
de las estructuras de poder, y más concretamente una transformación del
Estado como entidad de gobierno que recurre con más frecuencia a
herramientas tecnológicas para ejercer el control (sistemas informáti-
cos, de vigilancia, de comunicación). La reconfiguración ha implicado
el fin de ciertas formas de intervención estatales en el plano económico
que, sin embargo, están siendo compensadas con otros planos. A dife-
rencia del discurso del Estado posrevolucionario que identificó la figu-
ra del pueblo con los campesinos y obreros y dirigió una buena parte
de sus políticas de desarrollo hacia éstos, el discurso estatal de orien-
tación neoliberal toma a los pobres, categoría en la que se incluye la
mayor parte de la población rural, como en el objetivo principal de sus
polí­t icas intervencionistas.3 Lo que observamos hoy en día es la crea-
ción de nuevos marcos y dispositivos institucionales, antes inexisten-
tes, encargados de regular el mercado en expansión y redefinir el
desarrollo rural, ahora concebido en términos de lucha contra la po-
breza. No es casual que los programas con más financiamiento como
Procede u Oportunidades generen nuevas distinciones sociales y con-
tribuyan a una reorganización social.
La diferenciación social en el medio rural tiene una especificidad
frente a la promovida por un Estado que intervenía en la economía
agrícola y se logra a través de nuevas categorías de identificación entre

3
Ya sea que se tome una perspectiva radical como la de Julio Boltvinik para quien la proporción de perso-
nas pobres en México en 2000 es de 86.7 por ciento de la población nacional, siendo que en el medio
rural, localidades de menos de 2 500 habitantes, casi toda la población es pobre (98.1 por ciento) (para los
criterios de medición ver Boltvinik, 1995) (Boltvinik, 2002); o la perspectiva del Banco Mundial, según la
cual en el 2004, 28 por ciento de los habitantes rurales eran pobres extremos y 57 por ciento pobres mo-
derados (la extrema pobreza se define en términos de individuos que están por debajo de la línea de po-
breza establecida por Sedesol) (Caballero, Moreno y Dyer, 2006).

205

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las que sobresale la de “pobre”. Dicha categoría abarca a todos aquellos


individuos que por distintas razones son incapaces de incorporarse a
la economía de mercado. La reducción del presupuesto federal dirigido
a la agricultura ha sido compensada, hasta cierto punto, por una trans-
ferencia monetaria e individualizada dirigida a las nuevas categorías
de identificación social basadas en un criterio de “vulnerabilidad” so-
cial. De forma tal que si tiempo atrás los habitantes rurales recibían un
apoyo gubernamental como grupos de productores organizados o indi-
viduales vía subsidios a la producción y créditos agrícolas para la com-
pra de fertilizantes y otros insumos, hoy en día los reciben si son
pobres, o más específicamente como mujeres, niños o ancianos perte-
necientes a hogares categorizados como marginales y pobres. La nueva
política social requiere de una tecnología asistencial cada vez más so-
fisticada que le permita identificar dichos hogares para brindarles apo-
yo individualizado que, como veremos en detalle, está consolidando
una nueva forma de intervención gubernamental caracterizada por un
mayor control sobre las conductas de los habitantes rurales.
En una localidad rural como Portesgil, la gubernamentalización de
la sociedad se manifiesta en todos los ámbitos de las relaciones sociales
en constante transformación e interacción con las instituciones del Es-
tado, también, en proceso de gubernamentalización. Uno de los cam-
bios que hemos descrito a lo largo de la presente investigación es la
desestructuración de cierta forma de organización social que tenía
como eje al ejido. Hoy en día las lealtades locales, antes dirigidas prin-
cipalmente hacia los intereses microlocales, comienzan a tener hori-
zontes más amplios sobre todo entre aquellas personas que salieron de
la localidad para estudiar y trabajar y que se involucraron en organiza-
ciones o asociaciones urbanas o regionales. La reorganización del ejido
es también síntoma del proceso de individualización que ha implicado
el surgimiento de nuevas subjetividades sociales distintas a las de
“campesino” y “ejidatario”. En este sentido, el mundo rural se complejiza

206

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

a medida que las diferencias económicas, étnicas, de edad y de sexo


comienzan a ser tomadas en cuenta en la elaboración de políticas. Las
nuevas categorías de identificación social utilizadas por el gobierno
producen distinciones al interior de la comunidad y en algunos casos
generan nuevas subjetividades (formas de autodefinirse) transformando
roles sociales y relaciones entre grupos sociales que, como veremos,
contribuyen a una lógica de poder basada en la exclusión y el privilegio.
Nuestro análisis parte de la comparación de dos proyectos de desarro-
llo enmarcados en modelos de intervención diferentes: el proteccionista de
los años setenta y el neoliberal de los años 2000. Comprender la trans-
formación de la intervención estatal desde la perspectiva de la guber-
namentalización supone comprender la manera en que el Estado y la
sociedad se han ido modelando en una interacción permanente y, en
este caso, a través de los programas de desarrollo rural que compara-
remos a continuación.

El desarrollo rural y sus efectos inesperados

En su libro Antipoliticts Machine (1990), James Ferguson analiza los pro-


gramas de desarrollo rural llevados a cabo durante los años noventa por
la Agencia Canadiense de Desarrollo Internacional (cida) con apoyo del
Banco Mundial en una pequeña población rural de Lesotho. A diferen-
cia de una gran cantidad de investigaciones que se interesan por com-
prender las fallas según los objetivos planteados por los planeadores o
que toman una perspectiva que busca descubrir los intereses económi-
cos implícitos en este tipo de proyectos, Ferguson analiza, desde el pun-
to de vista de los pobladores, las transformaciones que los proyectos
tuvieron al momento de ser aplicados. El planteamiento de Ferguson
retoma la noción de “máquina” sugerida por Foucault para describir los
proyectos de desarrollo como parte de un mecanismo más amplio, que
llama “la máquina desarrollista” y que incluye la concepción del proble-

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ma de la pobreza y subdesarrollo así como la solución posible a ésta. A


lo largo de su libro, Ferguson desarrolla la manera en que dicha “máqui-
na” logra “naturalizar” la pobreza de los sujetos a desarrollar, esto es los
habitantes rurales de Lesotho. De acuerdo a Ferguson, la pobreza deja
de ser un problema político y se convierte en un asunto que se resuelve
con soluciones técnicas y de carácter universalista y que no toman en
cuenta las relaciones de poder donde se inscriben. Desde esta pers­
pectiva, el interés del análisis de los programas de desarrollo reside en
comprender el tipo de relaciones de poder que generan y permiten su
inserción en una ubicación determinada. Para lo cual es indispensable
tomar en cuenta la práctica desarrollista cotidiana, el significado que los
actores le atribuyen a los programas de desarrollo y la manera en que
éstos modelan las conductas de los beneficiarios y más ampliamente las
relaciones de poder en un espacio sobre el cual tienen influencia.
Continuando esta línea de investigación, el fracaso de los programas
de desarrollo rural introducidos en Portesgil durante los años 1970-1980
con el objetivo de “promover una economía campesina sustentable que
permitiera a los ejidatarios un nivel de vida satisfactorio”,4 puede ser
visto como un éxito desde otro punto de vista que tome en cuenta el tipo
de relaciones promovidas entre el Estado y los habitantes de Portesgil.
¿Qué es lo que sí lograron hacer dichos programas de desarrollo?, y, ¿qué
consecuencias tuvieron sobre la forma de vida de los pobladores de Por-
tesgil? Son las preguntas que intentaremos responder a continuación.
La hipótesis subyacente es que el fracaso de los programas de desa-
rrollo rural, desde un punto de vista productivo y sustentable, han
sido un éxito desde la perspectiva de la gubernamentalización de la
sociedad. Más aún, de acuerdo con nuestra hipótesis, los resultados de
los programas de desarrollo rural concebidos bajo modelos de Estado

4
En uno de los discursos pronunciados por el gobernador Hank González, éste plantea una mejora en la
dieta campesina, así como disminuir los niveles de marginación y pobreza (Hank González, 1973).

208

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

divergentes (aquellos introducidos en un primer momento por un Es-


tado proteccionista en los años setenta y aquellos introducidos por la
nueva política de neoliberalismo social) han tenido, desde la perspec-
tiva elegida, impactos similares a pesar de la brecha discursiva y meto-
dológica. De esta forma, si lo que observamos es la manera en que la
población se convierte en un objeto de conocimiento e intervención (po­
blación marginal, pobre y campesina) y la consolidación de una relación
de “corresponsabilidad” entre el Estado y los habitantes de la zona, las
similitudes entre programas serán evidentes.
Los programas de desarrollo introducidos desde los años setenta
han consolidado una relación de colaboración entre los habitantes ru-
rales y gobierno como lo sugieren las palabras de un informante que
recordaba el cambio sufrido en Portesgil en los años setenta: “Fue en-
tonces cuando comenzamos (la gente de Portesgil) a trabajar con el
gobierno” (Canuto Jerónimo, Portesgil, 2004). Esta relación, en ciertos
casos, se convierte en complicidad; en otros, en culpabilidad, cuando
una de las partes del compromiso parece defraudar a la otra. Las refor-
mas del Estado a partir de los años noventa, más que una ruptura, han
sido una continuación y radicalización de ciertos efectos de la guber-
namentalización de la sociedad iniciada en los años setenta.
Comenzamos por el programa de las “granjas de puercos” que sien-
do el primero y más sucio de todos (por aquello de las porquerizas)
resulta paradigmático para nuestro análisis. En un segundo tiempo
analizaremos los programas de Oportunidades, para comprender la
continuidad en cierto tipo de efectos y lógicas de poder implícitas en
dichos programas.

Primer acto: “De los puercos del gobierno sólo nos quedó la oreja”

De acuerdo a los habitantes de la región, la localidad de Portesgil fue


por algún tiempo la favorita del gobierno estatal, sobre todo cuando

209

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Carlos Hank González llegó a la gobernatura del Estado de México en


1969. Entre 1970 y 1982, el gobierno del estado promovió por medio
de los programas del Plan Maíz y el Plan Ranchero el incremento de las
áreas de cultivo de maíz y la introducción de insumos químicos para
mejorar las cosechas. Los resultados exitosos de las primeras aplicacio-
nes de fertilizantes y herbicidas con los que el rendimiento de maíz
pasó de una tonelada a seis por hectárea convencieron a la mayoría de
los ejidatarios de Portesgil. En 1975 el gobierno del estado instrumentó
el plan “Los Graneros del Pueblo”, que consistía en la construcción de
almacenes de maíz y fríjol repartidos en 20 localidades entre las cuales
se encontraba Portesgil. En los años que siguieron, el estado extendió
sus agencias gubernamentales federales y estatales a todo el municipio de
San Felipe del Progreso con el objeto de intensificar la producción y
darle distribución a los granos básicos. Es entonces que se creó diconsa,
como una rama auxiliar a la comercialización de Conasupo que tuvo
presencia en la región.
Portesgil fue la primera localidad de San Felipe en recibir el apoyo
para uno de los programas agropecuarios más importantes hasta en-
tonces otorgado al municipio: las granjas porcícolas. En el discurso
gubernamental el programa de las granjas de puercos, coordinado por
la dagem, tuvo por objetivo mejorar la dieta campesina y generar una
fuente de empleo en la misma comunidad. Este programa junto con el
plan “Calpulli” (ejidos colectivos) y el plan “Graneros del Pueblo” se
insertaban en una política más amplia que buscaba la autonomía ali-
mentaría nacional.
El Plan Porcícola consistía en granjas de puercos que el gobierno del
estado otorgaba por medio de créditos individuales que se daban en
especie (material para las granjas, animales de cría y alimento) y de
forma directa a los campesinos (en un primer momento, el presupuesto
provenía directamente de la Secretaría de Hacienda aunque tiempo
después se canalizó a través de Banrural). Es así que en 1972 llegaron

210

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

a Portesgil materiales para la construcción de 84 granjas de puercos


que fueron otorgadas a un grupo de ejidatarios. Además de esto, a cada
productor se le otorgaban 60 lechones, tres toneladas de alimento cada
seis meses (una bodega donde se conservaba el alimento fue construi-
da en el poblado), asesoría técnica cada tres o cuatro meses por parte
de veterinarios que llegaban de Toluca y el apoyo en la comercializa-
ción de los animales que consistía en un camión que cada tres meses
iba a la localidad a recoger los cerdos engordados, listos para ser sacrifi­
cados. En la región también se construyeron diez granjas de producción
de lechones que distribuían a las granjas de engorda de los ejidos, y
durante pocos años, entre 1978 y 1980, también hubo una empacadora.
El programa duró, de 1969 a 1984, momento en que los apoyos (ali-
mento, animales y ayuda en la comercialización) fueron suspendidos.
Pocas familias lograron conservar sus granjas y una buena parte de los
productores de puercos, una vez sin animales, reconvirtió las granjas
que habían sido construidas junto a sus casas en el solar urbano del
ejido, en extensiones del hogar (información recolectada durante estan­
cia de campo, 2004).

Segundo acto. Oportunidades o la nueva política social

La llegada de Ernesto Zedillo (1994-2002) a la presidencia de la Repú-


blica significó la introducción en 1997 de un nuevo programa de desa-
rrollo social dirigido a la lucha contra la pobreza que resultó novedoso
por sus objetivos y forma de aplicación. El programa Progresa, a dife-
rencia del programa Pronasol que lo antecede, es un programa dirigido
al desarrollo humano. Progresa, que durante el sexenio de Fox cambia-
rá su nombre a Oportunidades, es un programa de carácter individua-
lizado y focalizado que presta atención a las diferencias de género y va
dirigido, en un primer momento, a los hogares más pobres de las loca-
lidades rurales del país, aunque en años subsiguientes se extiende al

211

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ámbito urbano. El programa tiene como objetivos tres aspectos del


desarrollo familiar: la nutrición de los hogares campesinos que se for-
talece a través de una transferencia en efectivo de 145 pesos cada dos
meses, suplementos alimenticios para los niños menores de cinco años
y mujeres embarazadas; la salud, que implica la obligación de asistir a
la clínica de salud para las mujeres beneficiadas por el programa a fin
de recibir medicina preventiva, pláticas sobre salud reproductiva y de
higiene, así como suplementos alimenticios para los niños desnutridos.
Finalmente, el aspecto educativo que consiste en becas para los niños
miembros del hogar que asisten a la escuela. Para el 2002 las becas men­
suales eran de 95 a 195 pesos para los niños que asistan a la primaria; de
285 a 365 pesos para la secundaria y de 475 a 620 pesos para educa-
ción media superior (Escobar Latapí, 2005). El programa ha tenido una
enorme difusión a nivel nacional: en el 2005 Oportunidades beneficiaba
a cinco millones de familias, esto es, a uno de cada cuatro mexicanos.
En San Felipe, el programa beneficia a 18 250 familias (Coordinación
municipal de Oportunidades, San Felipe del progreso). Las transferen-
cias monetarias son otorgadas individualmente a la madre de acuerdo
al número de hijos que asiste a la escuela. Las “familias Progresa” tienen
además acceso preferencial a otros programas del gobierno como el
Programa de Empleo Temporal (pet) y acceso al Sistema de Ahorro y
Crédito Popular impulsado por el Banco del Ahorro Nacional y Servicios
Financieros ( bansefi).
La focalización que innovó el programa Progresa consiste en diseñar
una política dirigida exclusivamente a las personas que viven en extre-
ma pobreza para lo cual fue necesario detectar a la población que entraba
en la categoría de pobre y requirió de una compleja metodología esta-
dística que tomó como base de datos los índices de marginalidad re­
copilados por el Consejo Nacional de Población (Conapo) así como la
información recabada en tres grandes encuestas nacionales aplicadas
por la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) a los hogares. Estas en-

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cuestas fueron respondidas por las mujeres encargadas de los menores


del hogar en las localidades categorizadas como rurales (menos de 2 499
habitantes), quienes se convertirían en las titulares y corresponsales al
ser beneficiarias (Pepin-Lehalleur, 2003). Bajo el gobierno de Fox, el
programa incluyó a todas las localidades y hogares de los municipios
categorizados como marginales y pobres, respectivamente, como suce-
dió en San Felipe del Progreso. Desde 1998, año en que llegó el progra-
ma al municipio, los hogares de Portesgil han sido incorporados
paulatinamente al programa y desde el 2006 más de 90 por ciento de
ellos reciben sus beneficios (Vizcarra, Guadarrama, 2008).

La culpa y pasividad como síntomas


de la corresponsabilidad “desempoderada”

Tratar de explicar el fracaso del Plan Porcícola se convierte en tarea


detectivesca cuando mis preguntas sobre este distante episodio co-
mienzan a recibir respuestas ambiguas y contradictorias. La primera
impresión que podemos hacernos, según la historia contada por la
gente del pueblo, es lo afortunado que fue el ejido de Portesgil al haber
recibido el programa y lo mucho que se beneficiaron las familias del
pueblo durante los 12 años que duró. Sin embargo, una vez que la con-
fianza permite un acercamiento más detallado a la historia de las gran-
jas se comienza a percibir cierto malestar.
A la pregunta directa de por qué fracasó el programa, las respuestas
comienzan a variar: “Comían mucho los puercos, salía muy caro ali-
mentarlos”, dice alguien; “Se acabó el mercado porque otras comunida-
des comenzaron a producir más puercos”; “Paralelo a los puercos
comenzó el ‘Plan maíz’, el precio del maíz subió y era mejor sembrar
maíz”; “Se acabó el presupuesto del gobierno”. Yendo un poco más a
fondo del asunto alguien me explicó: “El gobierno se dio cuenta que le
estaban robando”.

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Algunas “revelaciones” en voz baja llegan a mis oídos: la gente mata-


ba algunos marranos y luego decía que se le habían muerto de enfer-
medad mostrando sólo la oreja de un “puerco difunto” que el impostor
compraba en la carnicería del pueblo; otros vendían la comida asigna-
da a sus animales a otras granjas porcícolas; otros más sacaban camio-
nes nocturnos donde transportaban clandestinamente a los puercos
con rumbos diversos.5 Por último, había quienes tenían sus “propios”
puercos en el mismo establo que “los puercos del gobierno”, alimentán-
dolos con la comida asignada a estos últimos.
¡Eh ahí la clave del misterio! –me digo e inquiero más aún–. ¿Pero
qué no eran suyos los puercos?, ¿no eran sus propias granjas y su pro-
pia comida la que estaban robando?”
En las historias contadas se percibe cierta culpa, cierto malestar: La
gente no respetaba según lo expresaba cierto productor, “Nos creímos
patrones”, dice otro más. Mi pregunta parece absurda, vuelvo al ataque:
¿Cómo funcionaban las granjas? Una descripción detallada me hace
notar que nunca se habla de dinero, la gente recibía los materiales de
construcción y construía las granjas, luego recibía los lechones y el
alimento. Durante seis meses engordaba los puercos, luego un trailer
llegaba al pueblo, subía los marranos listos para la venta y se los lleva-
ba con distintos rumbos dentro y fuera del Estado de México. Una se-
ñora me explica que ella dedicaba todo su tiempo al cuidado de los
puercos por lo que debía abandonar su parcela donde cultivaba maíz.
Cuando finalmente entregaban los marranos al comerciante encargado
de llevárselos a la venta, su crédito aún no estaba cubierto, pero el “go-
bierno seguía dando (recursos)”, entonces recibían otros lechones a
crédito para engordarlos y así poder pagar el crédito que “ya ni sabía
de cuanto era”, dado que no sabían leer ni escribir. Es entonces cuando

5
De acuerdo con testimonios de algunas personas, el gobierno había puesto a soldados que vigilaban la
zona para controlar, justamente, el robo de puercos, de ahí que solamente en la noche era posible transportar
clandestinamente a los animales.

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caigo en cuenta que mucha de la gente de Portesgil trabajó meses cui-


dando los puercos sin recibir nunca un pago en efectivo. El empleo
generado con estos proyectos fue raramente remunerado y quienes
probablemente se enriquecieron con la comercialización de los puercos
vivían a muchos kilómetros de la localidad.
A pesar de que el programa implicaba fuerte trabajo y poco control
sobre los criterios de producción y los beneficios de la comercializa-
ción, entre los habitantes de Portesgil existe un sentimiento de culpa
con respecto al fracaso del programa. Según lo expresan algunos pro-
ductores involucrados, la gente no supo aprovechar la oportunidad que
el gobierno le dio y no sólo esto, sino que además “se aprovechó” de las
bondades gubernamentales, robándole o sacando provecho del progra-
ma de forma ilegal. De acuerdo a algunos habitantes de Portesgil, me-
ses antes de que se terminara el programa, a finales del sexenio de
Jiménez Cantú en 1982, el rumor del cierre del programa se corrió
entre los productores que todavía tenían “puercos del gobierno” que
apresuradamente vendieron todos los animales y compraron distintos
bienes o mejoraron sus casas. Las granjas de puercos, que eran cons-
trucciones de cemento, fueron reconvertidas a otros usos como bode-
gas o cuartos extras de las casas de adobe y la deuda de los productores,
nunca saldada, fue condonada en 1992. Aún hoy en día los habitantes
de Portesgil recuerdan y agradecen la generosidad del “profesor” Car-
los Hank por las granjas de puercos.
Más allá de las intenciones de mejorar la dieta campesina y conver-
tirse en una fuente de empleo para los ejidatarios, el Plan Porcícola
presentaba inconvenientes desde el punto de vista campesino en la
medida en que los ejidatarios de Portesgil que se involucraron en el
proyecto tuvieron que abandonar otras actividades a las que siempre se
habían dedicado como el comercio de jarciería y el cultivo del maíz,
para dedicarse de lleno a esta actividad. Es así que cuando el precio del
maíz aumentó en 1978 y su cultivo se hizo más redituable, muchos de

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quienes se involucraron en el programa comenzaron a concentrarse en


el cultivo de este grano poniendo en segundo plano la engorda de
puercos (información recolectada durante estancia de campo, 2005).
Desde el punto de vista de algunos representantes o promotores del
Plan Porcícola a nivel local, el programa fue un fracaso en la medida en
que la gente no tenía los elementos para administrar las granjas de
puercos: eran analfabetas, además de que el programa que proveía to-
dos los recursos (materiales de construcción para las granjas, los puer-
cos, el alimento, el transporte) generó una actitud del mínimo esfuerzo
y pasividad entre los beneficiarios desinteresados en hacerlo redituable
(información recolectada durante estancia de campo, 2005).
Preguntando sobre el programa Oportunidades y el destino que se
le está dando al recurso asignado a las mujeres de Portesgil descubri-
mos que existe un patrón de comportamiento parecido al de hace 30
años. Un sentimiento de responsabilidad y culpa es perceptible entre
algunas personas entrevistadas que reconocen utilizar el recurso para
fines distintos a los señalados por el programa. Las mujeres asumen la
responsabilidad del buen funcionamiento del programa, de ahí que
cuando los recursos son “apropiados” por el cónyuge, algo que sucede
con cierta frecuencia en un contexto de fuerte machismo, ellas son las
responsables. De la misma forma, las mujeres “tienen la culpa” cuando
no pueden asistir a las reuniones de la clínica o aportar las colabora-
ciones monetarias requeridas por el médico para las mejoras de la clí-
nica de salud. Desde el punto de vista de las autoridades, ellas mismas
son responsables de “no querer salir de su pobreza” ( Jacinta, enlace mu-
nicipal del Programa Oportunidades, San Felipe del Progreso, 2004)
(informa­ción recolectada durante estancia de campo, 2004).
Aunque en los años 1970-1980 los programas dirigidos a la región
de San Felipe no fueron concebidos en términos de corresponsabili-
dad, como sucede hoy en día, en la práctica comenzaron a introducir
cierta disposición a este tipo de relación y establecieron un vínculo

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imaginario entre el Estado y el productor “privilegiado” que recibía el


programa y se sentía agradecido por obtenerlo. Dicha relación, que
continúa hasta nuestros días, se caracteriza por ser individual, es decir,
por estar construida entre un sólo productor, o en el caso de Oportu-
nidades, de una sola mujer y el Estado, así como por responsabilizar a
los beneficiarios de los éxitos o fracasos del programa. El sentimiento de
corresponsabilidad que algunos de los habitantes de Portesgil expresan,
y que en muchos casos se traduce en culpa frente al gobierno, puede
ser comprendido como la manifestación de una nueva pauta que da
sentido a la relación entre habitantes rurales y gobierno.
A pesar de la culpa que algunos beneficiarios de los programas men-
cionados manifiestan, la nueva lógica de corresponsabilidad se enfrenta
a dos actitudes de los pobladores, a veces contrapuestas, que los pro-
motores de desarrollo sintetizan como el abuso y la pasividad. De
acuerdo a la visión de algunos habitantes, políticos locales y autorida-
des de San Felipe, “la gente en San Felipe del Progreso está acostum-
brada a recibir”, por lo que identifican la pasividad de sus habitantes
como la principal causa del fracaso de los programas de desarrollo
rural. A esta interpretación se le contrapone otra visión aún más nega-
tiva que muestra a los habitantes del municipio como gente abusiva
que busca sacar ventaja para sí, tal como lo explica uno de los ex líderes de
Portesgil a cargo del programa de granjas de puercos entre los años
1970 y 1980: “…la gente no supo cuidar (las granjas), todos los que
las manejaban se sentían patrones, se emborrachaban… Por la culpa de
nosotros (fracasó el programa), no sabíamos manejarlo, respetarlo” (en-
trevista Canuto Jerónimo, Portesgil, 2004). Estas actitudes que parecen
incomprensibles al observador externo pueden ser interpretadas como
una forma de protesta por parte de los beneficiarios de los programas
contra la imposición de líderes y reglas que jamás fueron consensuadas
o negociadas entre los participantes de los programas. La actitud pasi-
va de los productores porcícolas de los años setenta o de las “mujeres

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Progresa-Oportunidades” son, desde este punto de vista, la respuesta a


la falta de control y agencia efectiva de los mismos beneficiarios sobre
los programas, que bajo un discurso participativo generan relaciones de
poder como lo veremos a continuación.

Relaciones de poder en torno a los programas de desarrollo

Los programas de desarrollo rural de los años setenta así como los pro-
gramas que hoy en día promueven el desarrollo humano, han puesto
en contacto a la gente de Portesgil con representantes del Estado y han
contribuido a transformar las formas de organización y participación
comunitaria en la localidad. Aunque desde los años treinta los habitan-
tes de Portesgil habían tenido contacto con representantes del entonces
Departamento Agrario es hasta los años setenta que la relación entre
los habitantes de este ejido y el gobierno se consolida por medio de los
ingenieros agrónomos que daban asesoría a los productores, los repre-
sentantes de Banrural, quienes ofrecían créditos para diversos proyec-
tos productivos, y funcionarios de dagem, encargados de la distribución
de fertilizantes, recolección del maíz en las bodegas de Conasupo y de
la asesoría técnica. Tal interacción exigió que, a nivel comunitario, al-
gunas personas se convirtieran en representantes de dichos programas
para administrar y rendir cuentas al gobierno sobre su aplicación y
desarrollo, por lo cual se hizo necesaria la creación de nuevos “cargos”
para administrar el programa de granjas de puercos, la cuenca lechera,
la bodega de Boruconsa, el sistema de riego de las parcelas ejidales, así
como para realizar las gestiones para tener acceso a los programas
agropecuarios en las dependencias gubernamentales ubicadas en Tolu-
ca o Atlacomulco (muchas veces esta actividad era desempeñada por el
comisario ejidal, aunque no siempre).
En Portesgil dichos cargos se convirtieron en formas de representa-
ción del gobierno estatal o incluso federal y en algunos casos del mis-

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mo gobernador del estado, como en el caso de Canuto Jerónimo, que


obtenía su autoridad y legitimidad del respaldo gubernamental (ver
capítulo 1). Aunque muchos de estos cargos no eran remunerados (salvo
el encargado de la bodega de Conasupo-Boruconsa o el canalero) había
un fuerte interés, por parte de los habitantes de Portesgil, en ocuparlos
en la medida en que estos puestos permitían un acceso nuevo a recursos
monetarios, así como el control de un nuevo tipo de recursos prove-
nientes del gobierno, y daba poder a quienes los ocupaban.
Los puestos de representación y administración de los programas
de desarrollo significaron un ingreso económico para el representante de
éstos en la medida en que frecuentemente los beneficiarios solicitaban
apoyo económico para realizar las gestiones asociadas al programa. Por
ejemplo, al comisario ejidal se le pagaba por los trámites que suponía
inscribir en Atlacomulco al grupo de productores que deseaban ser par-
te del Plan Ranchero. También se le pagaba por certificar la propiedad de
los animales cuando éstos se llevaban al rastro.
Pero más importante aún, en los años setenta y ochenta, el encarga-
do del agua de riego, de la bodega Boruconsa, el representante de la
cuenca de leche y las granjas de puercos adquirieron gran poder en el
ejido al ser quienes decidían sobre la inclusión o exclusión en los pro-
gramas del gobierno. Los representantes locales de los programas y
proyectos de desarrollo rural podían apropiarse directamente del re-
curso en la medida en que sólo debían rendir cuentas a instancias ma-
yores; de esta forma, el representante de la granja de leche pedía a los
beneficiarios que firmaran como recibido el apoyo (esto, por supuesto,
con base en engaños) para luego, éste mismo quedarse con el recurso.
El bodeguero establecía con base en sus preferencias e intereses perso-
nales a quién se le compraba el maíz a precio subsidiado (sus enemigos
podían ser excluidos de la compra del grano) además de que en su
posición privilegiada éste se apropiaba de cierta cantidad del grano,
modificando la balanza con la que se pesaba. El encargado de las gran-

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jas porcícolas elegía a quién se le asignaría la granja. Los cargos de


representante de algún programa de gobierno dieron un acceso privi-
legiado a cierta información que podía beneficiar a los responsables de
éstos así como a sus familiares (información recolectada en campo,
2002, 2004 y 2005).
El empoderamiento de ciertos líderes respaldados por el gobierno
estatal y federal era visto como algo injusto que se prestaba para actos
de corrupción por parte de éstos. Y se explica si consideramos que fue la
imposición arbitraria de ciertos líderes por parte del gobierno que con
“relaciones políticas” lograron hacerse de dichos cargos. Esta situación
fue, obviamente en detrimento del buen funcionamiento y legitimidad
social de los programas, que sin embrago, nunca conllevó a una protesta
abierta por parte de los habitantes de Portesgil. Por el contrario, los car-
gos de representación de algún programa de desarrollo rural comenza-
ron a ser muy codiciados según lo recuerdan en entrevistas habitantes
del ejido. Ser el encargado de la Conasupo aseguraba que en unos años
el “privilegiado” pudiera ampliar su casa o incluso llegara a comprar
una camioneta. El auge del maíz por esos años permitió al comisario
ejidal de Portesgil acaparar tierras ejidales para extender su cultivo de
este grano que contaba por ese entonces, con un buen precio de garantía.
La venta de fertilizantes subsidiados por parte de los responsables del
Plan Ranchero a acaparadores locales también se convirtió en práctica
común en el ejido y el municipio. Los representantes de algún programa
del gobierno, en su papel de mediadores, adquirieron gran poder, res-
paldado en un poder externo y conllevó a que los intereses individuales
de los líderes y receptores de los programas gubernamentales prima-
ran sobre todo interés comunitario.
Por su parte, los productores también aprendieron a “negociar” con
los agrónomos que llegaban a supervisar las cosechas, ofreciéndoles
una “comidita” o parte del crédito a cambio de favores, como registrar la
producción como menor a la obtenida y de ésta manera poder embol-

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sarse la ganancia extra de la venta de los granos (información recolec-


tada durante estancia de campo, 2005). Un conjunto de prácticas de
corrupción surgieron en el contexto de intervención estatal, teniendo
entre sus causas el desequilibrio de poder local generado con la pene-
tración del Estado. La línea que separa “la sociedad”, en este caso los
habitantes de Portesgil, del “Estado” es difusa, así como la que divide
a los “malos” gobernantes de los “buenos” ciudadanos.
Desde la perspectiva del gobierno estatal y federal, el beneficio obte-
nido con la introducción de los programas de desarrollo rural puede
verse en dos planos: por un lado, el gobierno logró establecer un víncu-
lo directo con los ejidatarios, y controlar ámbitos de la vida productiva
a los cuales no tenía acceso. Por ejemplo, el comercio del maíz que en la
región había estado controlado por caciques ejidales y que desde enton-
ces es controlado por Boruconsa. Por otro lado, generando una relación
de deuda o reciprocidad entre los beneficiados de los programas, que se
comenzó a manifestar en el sentimiento de agradecimiento hacia los
representantes gubernamentales, y más en abstracto hacia el “Estado”.
La abundancia de recursos de aquellos años fue interrumpida en
1982, con la grave crisis macroeconómica que azotó al país. La política
agropecuaria mexicana debió acoplarse al escenario internacional de li-
beralización comercial, lo que significó para la agricultura campesina la
exclusión del proyecto de desarrollo nacional y el confinamiento a polí-
ticas de carácter asistencial como parte de las recomendaciones interna-
cionales. Es a partir de entonces que la intervención gubernamental fue
reconvertida a un conjunto de programas como Oportunidades que ya
no buscaron la cobertura universal ni el estímulo a la producción agro-
pecuaria, sino que fueron planteados como programas focalizados y di-
rigidos al consumo, la salud y la educación de los habitantes rurales.
Al igual que en el pasado, los recursos económicos del programa
Oportunidades provenientes del gobierno federal se convirtieron en
una nueva fuente de poder en el ejido. Las mujeres encargadas de pro-

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mover el programa en la comunidad (existen tres vocales o promotoras


por comunidad y cada una asume una vocalía correspondiente a salud,
educación o vigilancia), así como los médicos de la clínica de salud y
los enlaces municipales que colaboran logísticamente en la entrega del
recurso, han adquirido poder sobre las mujeres beneficiarias del pro-
grama y dentro de las localidades rurales beneficiadas.
La etnografía del funcionamiento de este programa en San Felipe
revela “irregularidades” en su puesta en marcha. Por ejemplo, en varias
de las comunidades, los comités integrados por las vocales fueron con-
formados de acuerdo al criterio personal del delegado municipal. Aun-
que las vocales-promotoras no reciben remuneración alguna, la mayoría
de las beneficiarias del programa perciben que éstas gozan de más pri-
vilegios. Esta idea se justifica en el hecho de que algunos alimentos,
como la leche fortificada y la papilla para menores de dos años, son
distribuidos de manera discrecional donde coincidentemente son las
promotoras las más favorecidas. Las beneficiarias también perciben
que los funcionarios (médicos) les transfieren poder a las promotoras
en la decisión sobre la inclusión o expulsión de mujeres en el programa
(Vizcarra y Guadarrama, 2008).6 Asistiendo a dos reuniones de las
“mujeres Oportunidades” el día del pago bimestral, observamos que
las vocales son por lo general más jóvenes que el resto y que su apa-
riencia física (vestimenta, actitud corporal) corresponde a las mujeres
que han estudiado y en algunos casos, pertenecen a la categoría de los
“profesionistas”. Esta observación nos hace pensar en la continuidad
del ejercicio de la mediación que, incluso este tipo de programas foca-
lizados, requiere y que ha existido a lo largo de la historia municipal.
La mediación del programa Oportunidades es necesaria en dos niveles:
en los ejidos y localidades rurales es necesario el vínculo entre médicos

6
Las vocales deben reportar a las autoridades médicas del programa, qué mujeres no usan los recursos
recibidos para mejorar las oportunidades sociales de su familia, no realizan los trabajos acordados para
mejorar a la comunidad o no asisten a las pláticas obligatorias.

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y “mujeres Progresa-Oportunidades” que se logra por medio de las vo-


cales. A un nivel más alto, es necesario el vínculo entre las vocales y los
representantes del programa a nivel estatal, que se logra con el “enlace
municipal”. Éste es representante del ayuntamiento y no de la Secreta-
ría de desarrollo social federal y es una estrategia del gobierno munici-
pal para “apropiarse” del programa Oportunidades (como se describió
en el capítulo 5). Sin embargo, este enlace es tolerado y sirve a los re-
presentantes del programa Oportunidades, siendo ocupado por una
persona del municipio, facilita la resolución de conflictos y conoce a
todas las vocales del programa, así como a diversos grupos de interés
que en ocasiones intervienen. La “maestra Jacinta”, como la llaman, es
una mestiza nativa del municipio, que fue la directora de la escuela
primaria de una localidad de San Felipe donde laboró por 12 años. Su
misión es servir de “enlace” entre el ayuntamiento y las comunidades
en la aplicación del programa Oportunidades, como observamos cuan-
do la acompañamos durante la entrega del programa. La maestra Jacin-
ta llega a las comunidades donde se reparte el programa saludando
familiarmente (de abrazo y de beso) a las vocales, a quienes conoce de
nombre, y se dirige a ellas llamándolas “hijas” para explicar las “reglas
de operación” del programa (información recolectada durante estancia de
campo, 2004).
La entrada de programas de lucha contra la pobreza ha promovido
mecanismos de control por medio de los cuales los “promotores comu-
nitarios” o, más complejo aún, la comunidad entera entra en una lógica
de autovigilancia. Es el caso de Oportunidades que recientemente im-
plementó un buzón de quejas en la presidencia municipal, donde los
participantes del programa pueden, anónimamente, denunciar las irre-
gularidades que van desde los abusos de autoridad de las vocales o de
los médicos, hasta el carácter inmerecido del programa para alguna
familia de la localidad. De esta forma, y como concluye Vizcarra (2008),
el Estado ha escudado su papel de controlador al comprometer a las

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mismas mujeres en actividades de vigilancia, generando a su vez nue-


vos espacios de control político.

De elegidos y excluidos o los mecanismos de poder en México

El tipo de relación establecida entre el Estado y los habitantes de Por-


tesgil surge en un contexto de escasez y limitación de recursos dentro
del cual sólo algunos pobladores pueden obtener los servicios, progra-
mas y derechos inscritos en la Constitución. De esta forma, incluso
antes del planteamiento de la nueva política social que propone la
necesidad de focalizar a los más necesitados los programas de desa-
rrollo rural, en Portesgil y San Felipe los programas de desarrollo
agropecuario de los años setenta beneficiaron, en la práctica, sólo a un
conjunto de personas selectas que gozaba de las buenas relaciones o
“contactos” para obtenerlos.7 Es así que el Plan Porcícola benefició a
menos de una cuarta parte de los productores con título de ejidatarios
de Portesgil. Lo mismo sucedió con los Planes Ranchero y Maíz que
promovieron el cultivo del maíz y otorgaron fertilizantes sólo a los
campesinos con título de ejidatarios y excluyeron a una buena parte
de productores que debían comprar el abono a los mismos ejidatarios
y al encargado del programa.
Por su parte, al igual que los programas concebidos bajo un modelo
proteccionista, los nuevos programas de corte neoliberal han continua-
do la dinámica de exclusión e inclusión. La novedad de la focalización
de los programas es presentar de forma abierta esta dinámica de exclu-

7
El planteamiento según el cual el Estado mexicano jamás ha tenido los recursos suficientes para proveer
de servicios públicos a toda la población y el tipo de prácticas políticas asociadas a esta condición la he
retomado de C. Lomnitz (2001). En su artículo Modes of citizenship in Mexico, Lomnitz explica que la lógi-
ca de exclusión es una constante en la forma de hacer política en un contexto donde el aparato estatal es
débil y la población pobre es amplia. Su argumento se desarrolla hacia los tipos de ciudadanía existentes
en el México moderno, donde los derechos ciudadanos sólo son efectivos cuando existen las relaciones
sociales correctas.

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sión que, aunque ha logrado disminuir el uso clientelar de estos pro-


gramas, ha significado la continuación de cierta dinámica en las
relaciones de poder al interior de las comunidades. Así observamos
que la focalización en Portesgil ha generado conflictos sociales debido
a la poca claridad en los criterios de selección percibida por los miem-
bros de los hogares (Vizcarra y Guadarrama, 2008). En su inicio en el
año 2000, el programa Oportunidades incluyó solamente un porcenta-
je de los hogares de Portesgil; el criterio de selección basado en un
censo levantado por la Secretaría de Desarrollo Rural nunca fue aclara-
do para las mujeres, lo cual generó un sentimiento de injusticia, privi-
legio y exclusión. Un estudio de caso realizado por I. Vizcarra en 2005
(2008) en cinco localidades de San Felipe del Progreso, entre las que se
encuentra Portesgil, muestra cómo las primeras familias elegidas para
formar parte del programa Progresa desconocían los mecanismos de
selección y se sentían privilegiadas por el hecho de haber sido elegidas,
es decir, por haber sido catalogadas como “pobres”. En tanto que los
miembros de los hogares que no fueron seleccionados en la primera
promoción lo atribuyeron a una cuestión de suerte, o desde la perspec-
tiva de los hombres jefes de familia, a la ignorancia de las mujeres que
no supieron responder “correctamente” al cuestionario del censo apli-
cado por los promotores del programa. Es así que tanto las mujeres
seleccionadas como las que no lo fueron, percibieron que el programa
era injusto al excluir a ciertos hogares pobres y aceptar a otros que
desde la perspectiva de la comunidad no lo merecían. La incompren-
sión generalizada sobre quién era o no pobre, generó cierto resenti-
miento social que ha contribuido al conflicto entre ciertas familias y a
erosionar la cohesión comunitaria del ejido y de la localidad (Vizcarra
y Guadarrama, 2008). Por otro lado, en Portesgil el programa efectiva-
mente significó la exclusión de los más pobres al privilegiar la inclu-
sión de las familias residentes del núcleo urbano ejidal, y dejando
fuera a muchas de las familias asentadas en las periferias de Tungareo

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y Tepetitlán tradicionalmente excluidas de todos los programas (infor-


mación recolectada durante estancia de campo, 2004).
De esta forma, y siguiendo las tesis de Lomnitz (2001), la inclusión
de algunos y la exclusión de otros en los programas de desarrollo su-
pone que sea “privilegio”, y no el “derecho”, el campo semántico dentro
del cual es negociada la interacción entre el Estado y sus ciudadanos.
La lógica de los privilegios existe en la medida en que la mayor parte
de los ciudadanos son excluidos del sistema que, no obstante, se pre-
sentaba como de cobertura universal. Quienes son admitidos a formar
parte del programa se ven a sí mismos como “los elegidos” y afortuna-
dos gracias a una diversidad de elementos exentos de las reglas del
juego como, por ejemplo, las relaciones sociales con quienes asignan
el programa. Los beneficiarios “elegidos” no pueden exigir, denunciar o
protestar en el caso de que los programas o servicios no funcionen co-
rrectamente. Su única alternativa es, entonces, desarrollar estrategias
subrepticias a las reglas del juego para alcanzar sus propios fines que,
en este caso, se convierten en fines ajenos a los del sistema.
La mayor parte de los programas de desarrollo rural en la zona de
San Felipe van dirigidos a quienes tienen tierra, dejando sin apoyo a
quienes más desposeídos están. De la misma forma, Oportunidades,
aplicando su lógica de selección, en un inicio dejó fuera a hogares que
en ocasiones se encontraban asentados lejos del núcleo urbano, en las
parcelas ejidales y que frecuentemente eran los más pobres (Escobar
Latapí, 2005). Un aspecto interesante a destacar sobre la focalización
es que si esta nueva forma de intervención significaba, desde la pers-
pectiva estatal o de las agencias internacionales, el reconocimiento de
los excluidos de la economía de mercado, a nivel local creó una distin-
ción y nueva categoría a la que todo mundo quería pertenecer: ser be-
neficiario de Procampo u Oportunidades es un privilegio en un
contexto de pobreza generalizada. En este sentido, la manera de proce-
der de los programas gubernamentales de carácter proteccionista y

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neoliberal, puede ser leída más como continuidad que como ruptura.
La diferencia entre ambos modelos universales y focalizados, reside en
el discurso, ya que si en los años setenta los programas dirigidos al
campo tuvieron la intención de tener una cobertura total y mejorar la
capacidad productiva de la población campesina en general, en los
años 2000 los programas son focalizados y han creado un nuevo sector
de excluidos, ya no sólo de la economía formal y los mercados compe-
titivos, sino de los mismos programas creados para amortiguar los im-
pactos de la liberalización comercial de la agricultura y la lucha contra
la pobreza (Lautier, 2004). La intervención estatal parece no reconocer la
desigualdad de poder a nivel local que, en muchos casos, ha sido la posi-
ble causa de la “pobreza” como ciertos autores lo han mostrado (Escobar,
1995; Ferguson, 1990).

De la burla y el abuso como forma de protesta y trasgresión

El análisis que he presentado daría la impresión de que la gubermen-


talización de la sociedad es un proceso de introyección de conductas
del cual los actores sociales no pueden escapar. Sin embargo, a esta
lectura de la realidad social es necesario contraponerle otra, que con-
sidere la dimensión de los hechos desde otra perspectiva e ilustre la
complejidad de tales procesos.
Como señalé en los dos capítulos anteriores, la gestión del Estado y
las políticas públicas en México funcionan sólo hasta cierto punto. Las
políticas públicas no siempre tienen los resultados esperados por sus
diseñadores. Las razones son múltiples aunque destacan las relaciones
de poder implícitas, tales como los conflictos al interior de las diferen-
tes dependencias gubernamentales, la apropiación para sus propios
fines por parte de los mediadores locales y, más ampliamente, los pro-
blemas de comunicación, esto es, la manera en que éstas son interpre-
tadas tanto por los funcionarios que las ponen en práctica como por los

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G a b rie la To r r es -M azuer a

beneficiarios que las reciben. Existe, sin embargo, un tercer aspecto


que resulta fundamental para comprender por qué las políticas y pro-
gramas de desarrollo fracasan en sus objetivos de transformación so-
cial. Este aspecto tiene que ver con la subversión de las reglas. En este
caso ya no se trata de fallas institucionales en el momento de la aplica-
ción sino de acciones de trasgresión conscientes y a veces sistemáticas,
que llevan a cabo los diferentes actores involucrados en su puesta en
marcha. Estas acciones cuestionan una visión simplificada del proceso
de gubernamentalización de la sociedad.
Los habitantes de Portesgil han experimentado el desfase entre dis-
curso y práctica de los programas de desarrollo de los años setenta y
los actuales, desfase que utilizan en su beneficio cuando pueden hacer-
lo. Es así que el objetivo irrealizable según el cual el programa de gran-
jas porcícolas se convertiría en un programa autosustentable que
resolvería la falta de oferta laboral en la región y contribuiría a mejorar
la dieta familiar, o que el Oportunidades sería una fuente de empode-
ramiento femenino y una vía para mejorar las condiciones precarias de
vida de los habitantes rurales, es contrarrestada, en algunos casos, con
la subversión.
En Portesgil y en San Felipe, mucha gente que puede beneficiarse a
costa del Estado no duda en hacerlo. En el contexto de escasez, el siste-
ma también ha generado formas de sociabilización que ayudan a mode-
lar formas de proceder y negociar frente a los burócratas estatales que
tienen la capacidad de decidir quién entra y quién queda excluido. En la
actualidad, las historias de corrupción se han convertido en la anécdota
cotidiana de la gente de Portesgil. Estas historias son la expresión prin-
cipal de los constantes encuentros y roces de la gente con representantes
del Estado a diferentes niveles del ámbito social. Las prácticas de co-
rrupción suceden en aquellos ámbitos de “modernización” que tienen
que ver con la intervención estatal como fue la “revolución verde”, la
urbanización de las localidades, la introducción de servicios, la cons-

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

trucción de vivienda y la pavimentación de caminos. La subversión de


las reglas como explicación del fracaso de muchos programas de desa-
rrollo pone en evidencia los límites del control estatal sobre las estrate-
gias de los hogares rurales y los miembros de éstos. En San Felipe del
Progreso, las cosas no son como deberían ser, sobre todo cuando pone-
mos atención en todos los arreglos informales que, en muchos sentidos,
sostienen y moldean a las instituciones formales, como es el caso de las
transacciones mercantiles irregulares de tierras ejidales, el uso indebido
de los recursos de gobierno municipal por parte de funcionarios y polí-
ticos, y más ampliamente la incorporación de la población económica-
mente activa en las diversas actividades que entran en el nebuloso sector
informal, principalmente en el comercio y los servicios.
Entre los factores que contribuyen a la corrupción en Portesgil y en
general, en el municipio de San Felipe, está la poca legitimidad que
tiene el sistema político formal. A esto se añade la importancia que tiene
el gobierno municipal y estatal como una fuente de enriquecimiento
para aquellas personas que tienen acceso a éste. Finalmente, otra causa
de la corrupción es la falta de compromiso con las leyes en general,
tanto por el grupo gobernante como por la población gobernada. Im-
plícito a estas causas está el hecho fundamental de que la mayoría
de las demandas legítimas de los habitantes rurales no tienen una vía de
acceso al cabildo y más en general al poder legislativo y judicial. De ahí
que una gran parte de demandas individuales e incluso grupales, llegan
al sistema político, no cuando las leyes pasan en el Congreso, o las
demandas llegan al cabildo, sino cuando en la práctica se llevan a cabo
de manera informal. Dicho fenómeno es lo que, siguiendo la tesis de
James Scott (1969), comprendemos como corrupción, y que de facto es
una vía alternativa para los grupos sociales sin voz de modificar pro-
gramas y leyes.
Los programas de desarrollo rural tuvieron un efecto inesperado al
intervenir y otorgar poder a nuevos actores sociales, fortaleciendo en

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muchos casos a líderes con rasgos caciquiles, e influyeron sobre la orga­


nización social de la comunidad. Los nuevos programas de desarrollo
rural no conllevaron a la democratización del ejido aunque significaron
una transformación en la participación política local. La conformación
de una clientela política exigiendo algo a cambio de su participación im­
plicó una mayor competencia entre distintos líderes y mediadores que
por diferentes medios lograban conseguir beneficios.

A modo de epílogo: La urbanización como efecto inesperado


del desarrollo rural

Aunque en muchas ocasiones los programas de desarrollo rural han


fracasado en sus objetivos explícitos, al preguntarnos sobre sus efectos
y consecuencias efectivas observamos un conjunto de transformaciones
sociales asociadas a su implementación. Más allá de que las granjas de
puercos o el programa Oportunidades hayan sido dirigidos a un grupo
de población específico, ambos programas han tenido impactos impor-
tantes sobre toda la población del ejido: las granjas de puercos trajeron
luz eléctrica y agua al poblado (necesaria para limpiar las porquerizas).
Además fue entonces que se comenzó a pavimentar el camino que unía
a Portesgil con la cabecera municipal, lo cual contribuyó a la apertu­
ra comercial del ejido. Es por estas mismas fechas que se construyó la
secundaria agropecuaria que les permitiría a los habitantes de Portesgil
capacitarse para el manejo de proyectos agropecuarios financiados por
el Estado. De ahí que el éxito más notable de las granjas de puercos en
la localidad fue ser el detonador del proceso de urbanización que se
proyecta hasta nuestros días.
Por su parte, el programa Oportunidades también ha contribuido al
proceso de urbanización del ejido, aunque en otro sentido. Estando
enfocado al consumo y el bienestar familiar, dicho programa ha conso-
lidado el carácter residencial del espacio rural. A diferencia del espacio

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

rural de los años setenta, concebido como un espacio productivo don-


de el receptor principal de los programas de desarrollo rural eran los
ejidatarios, por lo general de sexo masculino, la ruralidad urbanizada
tiene a la mujer rural como eje de la política pública y concibe a las
localidades rurales como espacios de residencia. La intervención esta-
tal en este nuevo espacio se dirige a ámbitos de la vida doméstica hasta
entonces inexplorados por éste, tales como la salud y la alimentación.
La transformación que observamos en el espacio rural desagrarizado
resulta ser una respuesta irónica a las expectativas y supuestos que
motivaron la intervención estatal. El Estado no logró conducir el desa-
rrollo rural en la dirección que deseaba, tampoco el devenir de los
campesinos. Su acción resultó ser menos poderosa de lo que se creía y
la intervención estatal tuvo otros efectos que no estaban considerados
por quienes los pusieron en marcha.

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Conclusiones

The view of a recently changing, disappearing, or


“out-of-adjustment” countryside necessarily carries with
it a historical interpretation and a political construction,
both of which might be implicit…We structure our
historical accounts around changes that we think are
more significant, and we assign significance in terms
of a larger narrative.

William Roseberry, Beyond the Agrarian Question

De acuerdo con la información de las Naciones Unidas, el 2007 es el


año que traza el paso, a nivel mundial, de una sociedad predominan-
temente rural a una sociedad urbana (World Urbanization Prospects:
The 2005 Revision Population). Esta afirmación se apoya en criterios
cuantitativos que toman en cuenta el número de habitantes por locali-
dad, la densidad demográfica de dichos lugares y la actividad económi-
ca desempeñada por la población económicamente activa. La mayor
parte de la población mundial actual se encuentra residiendo en loca-
lidades mayores a los 2 500 habitantes y su fuente de ingreso proviene
principalmente del comercio, los servicios y la industria (Davis, 2006).
En México, los criterios que se aplican para definir si una localidad es
rural o urbana están dados en términos poblacionales.8 Este criterio, que
resulta útil desde una perspectiva cuantitativa, dice poco o casi nada so-

8
Existe debate en torno a la manera en que se define un espacio rural o urbano. En la década de los setenta
Luis Unikel (1976) propuso criterios intermedios para definir el carácter rural o urbano de las localidades,
por ejemplo estableciendo el criterio de entre 2 499 y 15 000 habitantes como semiurbano, o incluyendo
criterios sobre la actividad económica. Sin embargo, en el tipo de información presentada por agencias
internacionales que buscan homogeneizar los datos a nivel mundial, el criterio se vuelve simplista y remite
sólo al número de habitantes.

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

bre las características y rasgos del nuevo espacio social urbanizado ¿Qué
significa el tránsito de lo rural a lo urbano en un contexto de globaliza-
ción?, ¿qué cambios concretos en las dinámicas económicas, políticas y
sociales supone semejante transformación? La observación de una reali-
dad concreta nos ha mostrado que el cambio no es tan evidente como
afirman las estadísticas, además de que tampoco va en el sentido que uno
esperaría; a fin de cuentas ¿qué significa ser rural o urbano?
En la presente investigación he analizado los cambios asociados a
dicho proceso de urbanización que afectan al mundo rural mexicano.
Como he argumentado a lo largo de estas páginas, me ha parecido in-
suficiente la descripción de indicadores cuantitativos para analizar di-
cho cambio si el propósito es comprender el proceso en sus dimensiones
socioculturales. Para fines analíticos propuse tres ejes para abordar un
conjunto de fenómenos que identifiqué como representativos de los
cambios sociales en San Felipe del Progreso. 1) La ruralidad desagrari-
zada y urbanizada desde la perspectiva de las instituciones locales. 2)
Los grupos sociales que conforman la ruralidad urbanizada en San Fe-
lipe del Progreso, sus percepciones en torno a la agricultura y la vida
rural y sus identidades sociales y políticas. 3) La ruralidad desagrariza-
da y urbanizada como la transformación del modelo de desarrollo na-
cional de carácter proteccionista prevaleciente en la década de los años
setenta al modelo neoliberal de los años noventa. En concreto, el fin de
subsidios y créditos dirigidos a la producción agropecuaria, la descen-
tralización del presupuesto federal y de ciertas tareas del gobierno fede-
ral hacia el ayuntamiento y la apertura del sistema político mexicano
que ha hecho posible de facto la competencia electoral y la entrada de
diversos grupos partidistas al gobierno municipal.
Las preguntas que traté de responder en este trabajo son: La desagra­
rización del mundo rural ¿de qué tipo de cambio se trata?, ¿qué facto-
res concretos han provocado esta transformación?, ¿hasta qué punto la
desagrarización del campo en México significa la ruptura con viejas

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dinámicas sociales? y ¿hasta qué punto es la continuación o radicali-


zación de éstas? Y finalmente ¿qué influencia tiene la nueva forma de
intervención estatal de orientación neoliberal sobre la redefinición
de la ruralidad mexicana?
La ruralidad desagrarizada y urbanizada es resultado acumulado de
un proceso inédito que tiene que ver con cambios de naturaleza muy
distinta que, para fines analíticos, podemos dividir en dos grandes gru­
pos: aquellos promovidos directamente por la acción estatal, y aquellos
que son el resultado indirecto de dicha acción o, incluso, el producto
de su inacción.
El Estado mexicano moderno ha promovido muchas de las transforma­
ciones asociadas a la ruralidad desagrarizada. Identifiqué dos momentos
clave que han activado procesos que reconfiguraron el espacio rural en
San Felipe del Progreso. El primer momento se inició en 1920, cuando
el gobierno federal expropió, redistribuyó la tierra entre ejidatarios y
centralizó su control sobre el espacio local, monopolizando el control de
los recursos y estableciendo alianzas con la base campesina y ejidal. Un
segundo momento se inició en los años ochenta cuando el Estado trans-
formó su política proteccionista hacia una de orientación neoliberal. Con
este giro, promovió una desconcentración de sus funciones y recursos
hacia el ayuntamiento. Este cambio sucede a la par que la exclusión
abierta del sector campesino y ejidal de la actividad agrícola comercial.
A medida que el ayuntamiento ha ido cobrando importancia observa-
mos, en el Estado de México, una progresiva decadencia del ejido como
forma de organización política. Actualmente, en San Felipe del Progreso
el cargo político de mayor importancia a nivel local, ya no es el comi-
sario ejidal, sino el delegado local que es el mediador entre la localidad
y el ayuntamiento.
La ruralidad desagrarizada también ha sido el resultado de fenóme-
nos sobre los cuales el Estado no tiene capacidad de intervención o
sólo la tiene de forma indirecta como es el crecimiento demográfico de

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

las localidades rurales o el destino y magnitud de la migración de los


habitantes rurales.
A fin de organizar la diversidad de transformaciones que caracteri-
zan la ruralidad urbanizada en San Felipe del Progreso propongo dis-
tinguir entre los cambios de larga duración, esto es, aquellos que son
el resultado de un largo proceso que trasciende el cambio de modelos
de desarrollo nacional. Y aquellos de corta duración que responden a
circunstancias o coyunturas específicas.
Entre las rupturas de larga duración observé el cambio en la valora-
ción y significado asignados a la tierra y a la agricultura resultado del
desgaste de esta actividad que ha ido acompañada de un cambio en las
categorías identitarias de los habitantes rurales. La categoría identita-
ria de campesino y ejidatario ha ido perdiendo importancia junto con
la agricultura como principal actividad económica desde la década de
los años cincuenta. Este proceso se ha agudizado con el acceso a la
educación y a los medios masivos de comunicación que han fomentado
la transformación sociocultural de la población rural. El resultado es
una mayor heterogeneidad social de los ejidos donde conviven perso-
nas con diversos referentes culturales asociados al tipo de trabajo que
realizan, su universo de relaciones sociales determinada por factores
étnicos, religiosos, generacionales y de género. Esta heterogeneidad so-
cial sucede al mismo tiempo que un proceso de homogenización cultural
con respecto a una comunidad más amplia que tiene como referente
al Estado-nación mexicano.
Otro de los grandes cambios, asociado con el anterior, que observa-
mos en San Felipe es la manera de hacer política a nivel local. Aunque la
continuidad de una forma de control político vinculado a los caciques
ejidales se prolongó hasta finales de los años setenta, estos no fueron
siempre los mismos, como tampoco el tipo de poder y mediación ejer-
cidos. Desde hace 30 años en San Felipe la intermediación ha cambiado
sustancialmente. La necesidad de los caciques ejidales como mediadores

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culturales se ha vuelto obsoleta, también la forma de control autori­


tario que imponía una lealtad política sin ofrecer nada a cambio (salvo
la no violencia). En la actualidad las relaciones clientelares a las que
se prestan los habitantes rurales significan una transformación en la
medida en que la gente se siente con el derecho de exigir algo a cambio
de su participación política. Vivir en una localidad rural requiere hoy
en día de mucha participación en distintos ámbitos sociales que pro-
gresivamente van siendo apropiados por los partidos políticos. Estas
transformaciones se acentúan con el cambio de la política económica
de los años noventa y la descentralización del presupuesto federal ha-
cia los estados y municipios.
Como cambio más coyuntural veo la posibilidad de alternancia po-
lítica y la consolidación de un sistema de partidos a nivel local. En un
municipio rural como San Felipe del Progreso, existen hoy en día tres
fuerzas políticas, el pri, el prd y el pan que compiten entre sí y generan
una participación política durante las elecciones municipales mayor que
la media nacional en las elecciones presidenciales. De acuerdo a lo ex-
puesto en la presente investigación, dicha transformación se encuentra
estrechamente vinculada a la descentralización del presupuesto dirigido
al desarrollo municipal que a su vez, ha permitido el surgimiento del
gobierno municipal como órgano que gestiona y administra los recursos.
Uno de los cambios más profundos que pude observar a lo largo de
la investigación es aquel que tiene que ver con el mismo Estado mexi-
cano y que he identificado como proceso de gubernamentalización.
Las transformaciones sociales, económicas y políticas de las localida-
des rurales hacen que hoy en día la actividad de gobernar sea un asunto
más complejo. La gubernamentalización del aparato estatal lo observé
en la consolidación de la intervención gubernamental a nivel local. La
cual, en contra del discurso de retiro del Estado, se ha incrementado,
profesionalizado y adoptado nuevas tecnologías en sus prácticas y es-
trategias, que abarcan ámbitos de la vida cotidiana de la población

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

hasta entonces ajenos a ésta. En este sentido observamos la expansión


y consolidación del gobierno municipal como órgano de administra-
ción local. Desde esta perspectiva, el cambio de políticas que supone el
neoliberalismo, más que transformaciones efectivas en las formas o in-
tensidad de intervención estatal, ha significado transformaciones en
los discursos del poder. El verdadero cambio social en el mundo rural
tiene que ver con la progresiva institucionalización en las formas de
intervención estatal y con la transformación sociocultural de la pobla-
ción rural.
La ruralidad desagrarizada significa la continua y progresiva guber-
namentalización del Estado pero también de la sociedad rural. Esta
última, bosquejada en esta investigación, significa una complejización
de la estructura social en términos de la multiplicación de grupos so-
ciales con intereses diversos en competencia por recursos de carácter
más variado. Significa también un proceso de individualización de los
habitantes rurales en términos de participación política pero sobre todo
desde el punto de vista de las relaciones intrafamiliares. En Portesgil
observé un proceso de transformación en la estructura de la familia
campesina extensa que tiende a volverse nuclear a la par que la mujer
en su rol de conyugue se empodera. Finalmente el proceso de guber-
namentalización social se percibe en el desarrollo de un senti­m iento
de responsabilidad frente al gobierno entre aquellos habitantes benefi-
ciarios de programas de desarrollo rural.
Otro nivel de lectura de la realidad social me permitió encontrar
con­tinuidad más que ruptura o cambio. En el ámbito económico ob-
servé la continuación de un conjunto de estrategias de subsistencia por
parte de los habitantes rurales que combinan actividades económicas
agrícolas y extra agrícolas y diversifican el ingreso familiar. La pluri­
actividad se mantiene como una estrategia de subsistencia entre los
habitantes rurales. Sin embargo, a diferencia de los años 1950-1960
cuando los campesinos emigraban por temporadas largas a la ciudad

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de México para trabajar en la construcción, hoy en día sucede en la


incorporación de actividades económicas que se encuentran localiza-
das en la misma región entre las que sobresale la burocracia del gobier-
no municipal.
Desde el punto de vista local, la decadencia del ejido como órgano
de mediación política, no ha sido compensada con alguna otra forma de
representación política microlocal a nivel municipal. En este sentido
la descentralización de los recursos y de ciertas decisiones en torno al
desarrollo rural, ha fortalecido únicamente al ayuntamiento y no a las
pequeñas localidades de origen ejidal. Los delegados locales igual que
los comisarios ejidales no tienen voz ni voto en las sesiones del cabildo.
Desde la perspectiva de la intervención gubernamental, encuentro
la continuación de cierta lógica de poder que he definido como la lógica
de inclusión y exclusión que se caracteriza por establecer una distin-
ción entre aquellos grupos o personas beneficiados por los programas
de desarrollo y aquellos excluidos de éstos. Dicha distinción se justifica
dada la escasez de recursos “que no alcanzan para todos” y ha servido
como un mecanismo de politización y control social de los programas
de desarrollo rural.
La presente investigación ha señalado el desfase entre la representa-
ción de la sociedad rural, quienes diseñaron los programas de desarrollo
rural y las dinámicas concretas de esta última. El ejido fue tomado por
los proyectos de desarrollo, como una unidad exclusivamente económica
cuando en realidad ha sido principalmente una forma de organización
política y social. La agricultura, fue asumida como la principal fuente de
ingreso de los habitantes de San Felipe, cuando en realidad estos forma-
ban parte de la mano de obra en la ciudad de México desde los años
cuarenta. Los campesinos fueron concebidos como una categoría social
vinculada a un modo de producción (una clase social) y no como catego-
ría identitaria de carácter principalmente político. En esta visión, la eco-
nomía campesina fue imaginada como de autosubsistencia, aislada del

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La ruralidad urbanizada en el centro de México

sistema económico moderno, que había permanecido prácticamente aje-


na a la modernización nacional desde tiempos prehispánicos.
Finalmente, los programas de desarrollo no consideraron el contexto
de racismo y desigualdad social y económica prevaleciente en San Fe-
lipe del Progreso, lo cual ha contribuido, hasta la fecha a perpetuar
aquellas relaciones de poder.

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Índice

Prefacio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

primera parte. las instituciones del mundo rural mexicano

Capítulo 1. Conformación y resquebrajamiento de la hegemonía


 ejidal. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
Capítulo 2. Resurgimiento del poder municipal en un contexto
 multipartidista. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80

segunda parte. los habitantes de la ruralidad urbanizada :


percepciones del mundo rural y expectativas v gggtde vida

Capítulo 3. Nuevas valoraciones de la agricultura y el maíz


  en la ruralidad urbanizada. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
Capítulo 4. Los profesionistas rurales: un nuevo grupo social
  y político de la ruralidad urbanizada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149

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G a b rie la To r r es -M azuer a

tercera parte. la ruralidad urbanizada


desde la intervención estatal

Capítulo 5. El desarrollo rural en la ruralidad urbanizada:


  fragmentación de objetivos, competencia al interior
  del Estado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177
Capítulo 6. Los efectos inesperados del desarrollo rural . . . . . . . . 200

Conclusiones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 232
Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 240

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La ruralidad urbanizada en el centro de México, editado
por la Direc­ción General de Publicaciones y Fomento
Editorial de la unam, se terminó de imprimir el 30 de
octubre de 2012, en los talleres de ???????. Para su
composición se usó tipo Berkeley Old Style Book de
11.6/16. El tiro fue de mil ejemplares. Impresión en
offset, interiores en bond ahuesado de 90 gramos y
portada en couché de 300 gramos. For­ma­ción: Ángela
Trujano López/Alógrafo. Lectura: Fabián Guerrero.
Coordinación editorial: Juan Mario Pérez Martínez
con asistencia de Fabiola García San Vicente. Cuidó la
edición: Patricia Zama. Coordinación: Elsa Botello
López.

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