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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BUCARAMANGA

Programa de psicología
Electiva de profundización: La pareja y sus conflictos
Análisis de la película Ojos bien cerrados de Stanley Kubrick.
Por: Iris Aleida Pinzón Arteaga

Ojos bien cerrados:

La posibilidad de pactar para hacer algo con lo imposible

“- Entonces, porque soy una mujer atractiva, ¿la única razón por la que un hombre querría
hablarme es porque quiere follar conmigo? ¿Es eso lo que me quieres decir?-
-Bueno, no creo que sea blanco o negro. Pero (…) Creo que ambos sabemos cómo son los hombres.-
-Entonces, basándome en esto, ¿yo debería concluir que follaste con esas dos modelos?-
-Hay excepciones-
-Y, ¿qué te hace una excepción?-
- Lo que me hace una excepción es que (…) sucede que estoy enamorado de ti. Y estamos casados y
yo nunca te mentiría o te lastimaría.
-¡Te das cuenta (…) lo que estás diciendo es que no te follarías a esas modelos por consideración
conmigo. No porque realmente no quisieras!-“

“Entre el hombre y la mujer,


Está el amor.
Entre el hombre y el amor,
Hay un mundo,
Entre el hombre y el mundo,
Hay un muro.”
Antoine Tundal.

Ojos bien cerrados, último largometraje dirigido por Stanley Kubrick en 1999, es una obra
enigmática en la que una joven pareja neoyorquina, el doctor William “Bill” Harbord y Alice, se
encargarán de mostrar al espectador el amor humano en su versión desencantada, pues cada uno,
a su modo, se encuentra con un angustiante real: aquel a quien se ama es siempre otro, un otro
que goza y que desea, más allá del propio sujeto; caen, entonces, las certezas imaginarias, la de
conocer al otro en su totalidad, la de saber aquello que desea, la del matrimonio como pacto
simbólico último, todas ellas van cayendo y cada uno se ve expuesto a ese real ominoso con el
que, si se quiere hacer algo, deberán inventarse el modo.

Entonces, habrá que partir por ese momento de ver que los expone al desencuentro: Bill y Alice
conversan sobre una velada en la lujosa residencia de Victor Ziegler, un adinerado paciente; velada
en la que ambos se separan momentáneamente, encontrándose ella con un extraño que le invita a
bailar y él con una pareja de modelos. Mientras baila, la mirada de Alice se posa sobre su esposo y
las dos mujeres, quienes hablan sonrientes; entonces, en ese mismo instante, el extraño introduce
dos inquietantes pregunta, le dice, “¿No crees que uno de los encantos del matrimonio es que
hace del engaño una necesidad para ambas partes? e, inmediatamente después, la interpela
nuevamente, ¿por qué una mujer tan hermosa, que podría tener cualquier hombre en ésta
habitación, quiere estar casada?, las respuestas que Alice da al hombre no nos dicen mucho, pero
la duda parece haber sido introducida; por su parte, Bill, a quien también le han hecho resonancia
las preguntas de sus interlocutoras, ésta vez sobre aquello que se pierde a expensas de su trabajo,
se ve obligado a detener su juego de seducción, a declinar la invitación de “ir donde termina el
arco iris” y atender una solicitud del anfitrión de la fiesta. Cuando llegan a casa, Alice va a dirigirse
a su esposo, buscando que éste le diga las palabras precisas para acallar la duda, más aún cuando
le refiere que, a pesar de que ningún hombre desaprovecharía la oportunidad de acostarse con
dos bellas mujeres, él es una excepción; ¿por qué una excepción?, pregunta inquieta, él opta por
jugarse la carta del compromiso, “no te engañaría porque estamos casados” y ella le reclama, pues
éstas palabras vacías, que remiten a la consideración, como ella misma le reclama, no le ofrecen la
posibilidad de constituirse como un objeto de deseo de su amado.

En lo que respecta a Bill, aquello que lo expone a un real horroroso tiene que ver con el relato de
un sueño, provocación por parte de su esposa; dice ella, enigmática, “si los hombres supieran (…)”,
si él supiera que aquella mujer-madre, devota y comprometida, aquella que afirma él, “nunca le
engañaría”, sueña frecuentemente con un atractivo marinero al que conoció en una de sus
vacaciones familiares o con una estrepitosa escena en la que ella tiene relaciones sexuales con
otros hombres delante de él. Entonces, aquel objeto idealizado es degradado: la madre casta y
virgen se hace puta, mujer gozante, y, como lo ilustran las escenas intermitentes en las que Bill
parece horrorizado por la reconstrucción que él hace del sueño de su esposa, no puede lidiar con
la ambivalencia y esto le expone al desamparo, es una actualización del desengaño edípico, del
que no puede evitar sentirse traicionado e impotente, pues creyendo haber poseído a la amada,
haciéndola su mujer, se encuentra con que ésta es también la mujer de otro, así este otro sea uno
soñado; dado que, como él mismo afirma posteriormente, “ningún sueño es sólo un sueño”.

Una vez le ha sido permitido percatarse, a partir de lo real expuesto en el sueño, que su amada
goza, más allá de él; una vez ha caído la certeza, Bill parece emprender una búsqueda movilizada
por una pregunta por el goce: ¿de qué me estoy perdiendo?; búsqueda que lo lleva a una paciente
que se le insinúa en el lecho de muerte de su padre, una adolescente que parece no estar en
desacuerdo con la prostitución a la que es inducida por el padre, una mascarada de una sociedad
secreta en una lujosa mansión, donde la paradójica palabra Fidelio, le ofrece la posibilidad de
participar en una orgía ceremonial; entonces, junto con la revelación de la transgresión como
estructural a la sexualidad humana, pues se trata de ir más allá del límite, el protagonista se
encuentra con lo traumático y asfixiante del goce, dado que lo que exponen cada uno de éstos
supuestos encuentros es que no hay tal cosa como una relación entre un hombre y una mujer,
desencuentro y desengaño, ya que cada uno se relaciona, no con otro sujeto, sino con lo que ha
hecho de éste como objeto de su satisfacción; cuestión que se ilustra en lo aséptica que resulta la
escena de la orgía, pues las máscaras acentúan más ese borramiento del otro en tanto sujeto.

¿Qué hacer, entonces, ante el encuentro con lo real del goce?, ¿cómo otorgar un sentido que
permita inscribir algo de ese exceso que puede llevarlo hasta la muerte?, Bill opta por contarle sus
aventuras a Alice cuando llega a casa, se sientan, cara a cara, cada uno con su desengaño y,
posteriormente, ella le dice: “pienso que deberíamos estar agradecidos, agradecidos de haber
logrado sobrevivir a través de todas nuestras aventuras, ya sea que hayan sido reales o sólo un
sueño” y se abre, entonces, la posibilidad de un pacto, uno que permita reducir el goce para dar
un lugar al amor; pacto entre dos sujetos que están despiertos, advertidos del desencuentro,
pues “la realidad de una noche (…) no puede ser nunca toda la verdad” y “ningún sueño es sólo un
sueño”, ante el que deciden tomar una posición, la de amar a pesar de, inventarse una solución,
aunque ésta sea siempre temporal.

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