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ALDO FERRER

HISTORIA DE LA
GLOBALIZACIÓN
Orígenes del
orden económico mundial

FO N D O D E CULTURA ECO N Ò M ICA


M é x ic o .A rg e n tin a - B r a s i l - C o l o m b i a - C h i l e - E s p a n a -
ESTADOS UNIDOS - PERÙ - VENEZUELA
Primera edición., abril de 1996
Primera reim presión, agosto de 1996
Segun da reim presión, noviem bre de 1996
Tercera reim presión, ju n io de 1998
C uarta reim presión, ju lio de 2000
Q uin ta reim presión, m ayo de 2001

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T ítulo original:
H istoria de la globalización. O rígenes del orden económico mundial

D .R . © 1996, F o n d o d e C u l t u r a E c o n ó m i c a d e A r g e n t i n a , S .A .
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H echo el depó sito que m arca la ley 11.723
Esta obra es el resultado de una antigua inquietud sobre el dile­
ma del desarrollo en un mundo global, las respuestas dadas al
mismo y sus consecuencias para la Argentina y América Latina.
Pretendemos encontrar, en la observación del pasado, algunas
claves para descifrar los interrogantes que plantea el mundo
contemporáneo.
El período analizado abarca entre los años 1500 y 1800 y
lo definimos com o el Primer Orden Económ ico Mundial. El
mismo se inicia con los viajes de Cristóbal Colón y Vasco da
Gam a y se cierra en las vísperas de la difusión de la Revolu­
ción industrial.
El estudio del Primer Orden Económico Mundial es de una
enorme riqueza para la comprensión de los problemas actuales.
En aquellos tres extraordinarios siglos se sentaron las bases de
las principales cosas que pasaron después y, ciertamente, de la
resolución del dilema del desarrollo de los países en un mundo
global.
La observación del pasado ayuda a distinguir qué hay de
realidad y cuánto de prejuicio en el debate en curso acerca de la
globalización del orden mundial contemporáneo. El estudio de
los orígenes de la globalización contribuye, en consecuencia, a
esclarecer los interrogantes planteados áctualmente por la in­
serción internacional de nuestros países.
Esta obra se inicia con la descripción del escenario mundial
alrededor del año 1500. Explora después la ampliación de las
fronteras del conocimiento, los cambios políticos y los factores
económicos, que fundaron el protagonism o de Europa. A con­
tinuación describe cóm o se acom odó el resto del mundo al sis­
tema global liderado por los europeos. Pretende así explicar cómo
aquel dilema fue resuelto en los países independientes y posesio­
nes coloniales que conformaban entonces el sistema internacio­
nal. Finalmente, se destacan algunas conclusiones sobre el estado
del mundo al final del Primer Orden Económico Mundial y las
enseñanzas que ofrece el pasado para la comprensión de los pro­
blemas de nuestro tiempo.
Esta investigación, iniciada en 1992, se realizó en el ámbito
del Instituto de Investigaciones Económ icas y Sociales de la F a­
cultad de Ciencias Económicas de la Universidad N acional de
Buenos Aires y contó con un apoyo financiero parcial del Con­
sejo N acional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Las ins­
tituciones mencionadas ameritan la gratitud del autor.

A. F.

Buenos Aires, enero de 1996


IN TRO D U CCIÓ N :
D ESA RRO LLO Y SU BD ESA RRO LLO
E N UN M U N D O G LO BA L

La globalización de la economía mundial en estas últimas déca­


das del siglo XX ha vinculado aún m ás la realidad interna de las
naciones con su contexto externo. La expansión del comercio,
las operaciones transnacionales de las em presas, la integración
de las plazas financieras en un megamercado de alcance plane­
tario, y el espectacular desarrollo de la información, han estre­
chado los vínculos entre los países. En algunas regiones la for­
mación de espacios multinacionales es otra manifestación de la
globalización del orden mundial.
Vivimos, sin embargo, en un mundo paradójico. Pese a los
extraordinarios avances de la globalización, los m ercados inter­
nos absorben más del 80% de la producción mundial, nueve de
cada diez trabajadores están ocupados en abastecer los merca­
dos nacionales, el 95% de la inversión se financia con ahorro
interno y los acervos científico-tecnológicos dom ésticos consti­
tuyen el sustento del cambio técnico. Estos prom edios, referi­
dos a la economía mundial, reflejan aproxim adam ente la situa­
ción de la Argentina y América Latina.
En verdad, la inmensa mayoría de las personas nace, traba­
ja, cría a sus hijos y concluye sus días rodeada por sus coterrá­
neos y en el ámbito de su propio habitat. La globalización co ­
existe, pues, con el peso decisivo de la cultura, los m ercados y
los recursos propios. La articulación de esta dimensión endóge­
na de la realidad con su contexto externo determina el desarro­
llo o el atraso de los países.
El dilema no es nuevo. Tiene exactamente una antigüedad
de cinco siglos. Comienza en la última década del siglo XV. En­
tonces, por primera vez en la historia, se verificaron simultá­
neamente dos condiciones: el aumento de la productividad del
trabajo y un orden mundial global. En ausencia de una o ambas
de estas condiciones no se plantea el dilema del desarrollo en un
mundo global.
En la A ntigüedad y en la Alta Edad M edia, la productivi­
dad crecía lentamente. El producto per capita prom edio en
E urop a en el siglo X era apenas 20 ó 30% m ayor que al co ­
m ienzo de la era cristiana. La actividad económ ica se desti­
naba a la subsistencia de la fuerza de trabajo y al sosteni­
miento de las clases dominantes. El progreso técnico era muy
lento y los recursos asignados a la acum ulación de capital en
el proceso económ ico representaban proporciones ínfim as,
probablem ente no mayores al 2 % del producto. Por otra p ar­
te, los reducidos excedentes com ercializables se transaban en
los m ercados locales. El comercio internacional tam poco re­
presentaba proporciones mayores al 1 ó 2 % del producto
m undial.
En tales condiciones, el impacto de los vínculos con el mun­
do externo sobre el desarrollo económico era insignificante. Las
relaciones internacionales no modificaban el cambio técnico ni
la acum ulación de capital, la estructura de la producción o la
productividad. Las invasiones, como las de los pueblos bárba­
ros a los territorios bajo dominio romano al final de la Antigüe­
dad, m odificaban el reparto de los recursos pero no alteraban el
com portam iento de la economía.
En los grandes imperios de Europa y Oriente en la Antigüe­
dad y la Alta Edad M edia, el dilema del desarrollo en un mun­
do global no se planteaba por la inexistencia de aquellas dos
condiciones necesarias y suficientes. Ninguno de los imperios
tenía alcances planetarios ni registraba un aumento del produc­
to por hombre ocupado.
Durante la Baja Edad M edia europea, la situación comenzó
a cambiar. Entre los siglos XI y XV, el desarrollo del capitalismo
comercial, el incipiente progreso técnico y las transformaciones
sociales, permitieron un lento pero persistente crecimiento de la
productividad. En las nuevas condiciones, las relaciones exter­
nas de los países comenzaron a ejercer mayor influencia sobre
la producción, la distribución de la riqueza y la acumulación de
capital. N ad a com parable ni de semejante alcance sucedía en la
época en las otras grandes civilizaciones de M edio Oriente y
Asia.
El incipiente desarrollo económico de Europa planteó, por
primera vez, una de las dos condiciones fundacionales del dile­
ma dimensión endógena/contexto externo. Sin embargo, hasta
fines del sig lo XV la cuestión era esencialmente de carácter
in traeu ro p eo .
H asta los viajes de Colón y V asco da G am a, no existía, en
efecto, un orden mundial de alcance planetario. El comercio
internacional era, en su mayor parte, de carácter intrarregional
dentro de Europa, A sia y África. Los vínculos intercontinenta­
les com o, por ejem plo, el com ercio entre China e India con las
ciudades europeas del M editerráneo, eran esencialmente bila­
terales. N o constituían una red de alcance global. Una excep­
ción era el empleo por los europeos del oro im portado desde
los yacim ientos africanos del Sudán occidental para cancelar
el déficit de su balance comercial con Oriente. Pero esta red
triangular Europa-Oriente-África, tam poco tenía alcances pla­
netarios. El sistema internacional global recién se constituye a
partir de la última década del siglo XV con el descubrimiento
de América y la llegada de los portugueses a Oriente por vía
marítima.
El descubrimiento, conquista y colonización del Nuevo M un­
do incorporó un espacio gigantesco que cumplió un papel deci­
sivo en la formación del orden económico mundial. En cambio,
el desembarco de Vasco da G am a en Caíicut no agregó nada
nuevo a un tráfico que, por otras vías, se venía realizando desde
hacía siglos. Sin em bargo, la epopeya portuguesa inauguró el
dominio europeo en el control del tráfico intercontinental Eu-
ropa-Asia e, incluso, del comercio intraasiático. La presencia de
los europeos en África, Asia y el Nuevo M undo integró, por
primera vez, un mercado de dimensión planetaria.
Alrededor del año 1500 convergieron, pues, el aumento persisten­
te de la productividad y la existencia de un sistema internacional
globalizado. Recién entonces se plantea, en escala planetaria, el dile­
ma fundamental de las interacciones entre el ámbito interno y el
contexto mundial como determinante del desarrollo y el subdesa-
rrollo de los países, y del reparto del poder entre los mismos.
En ese período comenzó también a gestarse la distinción en­
tre el poder tangible y el intangible. El tam año de su población
y los recursos naturales constituyen el poder tangible de cada
país. Pero la respuesta al contrapunto entre el ámbito interno y
el contexto externo condiciona la gestación de los factores in­
tangibles asentados en la tecnología y la acumulación de capi­
tal. En ausencia de estos componentes, el poder tangible se di­
suelve en el subdesarrollo. Así, desde el despegue del Primer
Orden Económico M undial comenzó a tejerse la trama sobre la
cual se articuló el sistema internacional y la distribución del
poder entre las naciones.
La observación del pasado revela que la globalización del
orden mundial tiene precedentes históricos de consecuencias
comparables o aun mayores que las de la actualidad. Por ejem­
plo, la conquista de América y la esclavitud marcaron para siem­
pre el destino de las civilizaciones desarrolladas en este hemisfe­
rio. La ocupación europea del Nuevo M undo provocó, en el
siglo X V I, la mayor catástrofe demográfica de todos los tiem­
pos. La esclavitud, a su vez, imprimió huellas indelebles en la
composición étnica y la estratificación social de la población
americana.
M ás tarde, en el transcurso del siglo XIX, el ferrocarril y la
navegación a vapor provocaron la drástica rebaja de los fletes
terrestres y marítimos. Las comunicaciones, a su vez, registra­
ron el revolucionario impacto del telégrafo y de los cables sub­
marinos. Esto permitió la ocupación de los espacios abiertos
del Nuevo M undo, Oceanía y África del sur, indujo el movi­
miento de capitales desde los centros industriales a la periferia y
promovió migraciones masivas.
Algunos indicadores de la globalización, com o la relación
entre el comercio y la producción mundiales y el capital extran­
jero respecto de la inversión total, en vísperas de la Primera
Guerra M undial, eran semejantes y aun m ayores que en la ac­
tualidad.1'' En el caso de la Argentina, su historia, desde la O r­
ganización N acional, es incomprensible fuera del m arco de la
globalización del orden mundial vigente entre la segunda mitad
del siglo X I X y la Primera Guerra Mundial.
Com parados con la dimensión de estos acontecimientos, al­
gunos procesos contemporáneos constituyen episodios de me­
nor significación histórica. Tom emos, por caso, la universaliza­
ción de las plazas financieras. Al fin y al cabo, los m ercados
monetarios operan en marcos regulatorios que dependen de de­
cisiones políticas. Durante la crisis de los años treinta de este
siglo, se desplom aron el patrón oro y el sistema multilateral de

* N a c io n e s U n id a s , W orld Investm ent R ep o rt 1 9 9 4 , C a p ít u lo III:


“ G lo b a liz a t io n , In te g r a te d In te r n a tio n a l P r o d u c tio n a n d th e W o rld
Econom y” , N u ev a Y o rk y G inebra, 1994.
com ercio y pagos. Los problemas del mundo real demolieron
instituciones que, hasta entonces, parecían inamovibles. Es cier­
to que la relación activos financieros/activos reales es actual­
mente mucho mayor que en aquel entonces. Aun así, un cambio
en las reglas del marco regulatorio del sistema financiero inter­
nacional pondría límites a la volatilidad actual de los capitales
especulativos de corto plazo.
El pasado es, pues, una fuente inagotable de enseñanzas pa­
ra comprender los problemas actuales de la internacionaliza-
ción de la producción o la globalización financiera. En cambio,
el pasad o enseña poco sobre la universalización de dos cuestio­
nes que han adquirido actualmente decisiva importancia. Se tra­
ta de la pobreza y las agresiones al ecosistema.
H asta tiempos recientes la cuestión ecológica era prácticamen­
te irrelevante en las relaciones internacionales y la pobreza, un
tema encerrado dentro de las fronteras de cada país. La universa­
lización de ambas cuestiones es actualmente el principal factor
explicativo de los mayores desafíos que confronta el sistema mun­
dial. En efecto, el tráfico de armamentos, la difusión de arm as de
destrucción masiva, el narcotráfico, las migraciones internacio­
nales, el crecimiento dem ográfico, la destrucción de la natura­
leza y de recursos no renovables, los fundam entalism os de di­
verso signo y la violencia están íntimamente asociados a la
globalización de .aquellas dos cuestiones cruciales del orden
contem poráneo. Actualmente, ellas forman parte esencial del
viejo dilema del desarrollo y del subdesarrollo en un mundo
global. Constituyen, al mismo tiempo, la trama profunda de la
cual dependen la paz y la seguridad internacionales.
Resumen y conclusiones
1. La centralización de la soberanía sobre el territorio y la pobla­
ción bajo una misma autoridad política y religiosa era una cues­
tión todavía pendiente cuando, hacia 1500, comienza la forma­
ción del Primer Orden Económico Mundial. En el tejido social y
político de Europa perduraban las instituciones del Medioevo y
el reparto dei poder entre la corona, los señores feudales y las
ciudades y regiones que gozaban de fueros especiales.
Las ciudades y los principados eran todavía en aquel enton­
ces el á m b ito dentro del cual se desarrollaba la actividad econó­
m ica y o rg a n iz a b a n las fuerzas militares y navales comprometi­
das en la d isp u ta por las rutas comerciales. Desde fines del siglo
XV, ese m arc o de referencia resultaba insuficiente. Era indispen­
sa b le m o v ilizar cuantiosos recursos para financiar las flotas co­
m erciales, organizar las redes de intercambio a escala mundial,
im p la n ta r las factorías en África y Oriente, y explorar y con­
q u ista r lo s in m en so s territorios del Nuevo M undo.
Al mismo tiempo, dentro de Europa, la disputa por el domi­
nio del territorio y los conflictos religiosos comenzaron a plan­
tearse entre los grandes estados nacionales. Las guerras entre
las ciudades comerciales por el control de las rutas de intercam­
bio y las disputas entre los príncipes por el reparto del poder
tangible dentro de Europa durante el M edioevo se transforma­
ron en enfrentamientos entre Sos emergentes estados naciona­
les. Para com batir y destruir a las potencias com petidoras en el
emergente escenario mundial y prevalecer en el dominio de Eu­
ropa era imprescindible organizar ejércitos y fuerzas navales de
una dimensión desconocida hasta entonces. Las nuevas circuns­
tancias provocaron un aumento radical en los hombres bajo
bandera y los gastos militares. Inicialmeníe, el crecimiento más
notorio se produjo en las fuerzas arm adas de España. En plena
Reconquista, en ¡a década de 1470, contaban con 20 mil hom­
bres; ochenta años después, hacia 1550, el número ascendía a
150 mil.
“ Las luchas que perturbaron la paz de Europa en los siglos
previos a 1500 eran conflictos, localizados. Por ejemplo, fas
guerras entre los diversos estados italianos, la rivalidad entre
las coronas inglesa y francesa, y las luchas de los príncipes
teutones contra lituanos y polacos. A lo largo del siglo XVI,
estos conflictos regionales tradicionales fueron absorbidos o
eclipsados por un enfrentamiento más amplio por el dominio
de E urop a,” 1 Y, al mismo tiempo, por el control del emergente
orden mundial.
H acia el año 1500 subsistían, pues, severas restricciones al
ejercicio de la autoridad de la Corona y, consecuentemente, a la
movilización del potencial militar y económico indispensable
para enfrentar los nuevos desafíos y aprovechar las oportunida­
des abiertas por la expansión de ultramar. En el contexto de los
conflictos religiosos y dinásticos, la consolidación del Estado
nacional y la encarnación de la soberanía en la persona del Rey
se convirtió en uno de los dos problem as centrales del desarro­
llo político de las potencias atlánticas y del resto de Europa. En
las palabras de Jaim e VI de Escocia al convertirse en Rey de
Inglaterra en 1603, se trataba de alcanzar “ una sola fe en Dios,
un solo gobierno del reino, una sola ley” .
El segundo problem a fue la formación, dentro del nuevo sis­
tema de poder centralizado, de mecanismos e instituciones de

1 P. K en nedy, ob . cit.
participación y representatividad de los principales actores so ­
ciales. La concentración del poder desencadenó graves enfren­
tamientos entre la corona, la nobleza y las nuevas fuerzas socia­
les. Los alzamientos contra la autoridad real respondieron a
diversos factores. En algunos casos, al recorte de las mercedes
de la aristocracia, la Iglesia y las provincias anexadas por la
Corona. En otros, al cercamiento para el uso de la C orona de
tierras comunales, a las penurias económicas agravadas por una
carga exagerada de nuevos impuestos para financiar los cre­
cientes gastos militares del Estado nacional y a los conflictos
religiosos.
En muchos casos, las revueltas manifestaron una resistencia
al cambio. En otros, el reclamo de nuevos espacios de poder y
participación de las fuerzas sociales emergentes. El desarrollo
dei antagonismo entre el absolutismo m onárquico y la partici­
pación en el ejercicio del poder nacional influyó decisivamente
en el desarrollo político e institucional de las potencias atlánti­
cas. La resolución de esta cuestión fue esencial para la estabili­
dad política de los emergentes estados nacionales y, consecuen­
temente, para movilizar el potencial de crecimiento abierto por
el desarrollo del capitalismo comercial y la expansión de ultra­
mar. La estabilidad institucional se convirtió en un factor endó­
geno de desarrollo y en nueva fuente intangible del poder.
El desarrollo del capitalismo mercantil y la expansión de ul­
tram ar agravaron las disputas dinásticas por el dom inio de Eu­
ropa y contribuyeron, pues, a la centralización del poder en el
Estado nacional. Estos conflictos fueron acom pañados por un
cism a religioso dentro del cristianism o y un extraordinario
avance en el conocimiento científico.
La interacción entre los planos de la cultura, la religión, la
política y la economía impulsaron nuevos factores endógenos
del crecimiento económico. Estos, a su vez, sustentaron inédi­
tos elementos intangibles de poder. El reparto, entre las poten­
cias atlánticas, del dominio del espacio europeo y del emergente
orden mundial se fue asentando, en una compleja red de com ­
ponentes tangibles e intangibles del poder. La guerra movilizó
recursos de dimensión desconocida hasta entonces y se convir­
tió en un ejercicio de organización y movilización de fuerzas de
creciente sofisticación técnica.
Al m ism o tiempo, la expansión de ultram ar asoció cada
vez m ás estrechamente el crecimiento del comercio internacio­
nal con el tejido económico, social y político de cada espacio
nacional. Aparecieron, de este m odo, factores endógenos del
crecim iento que fueron ganando im portancia a lo largo del
Primer O rden Económico M undial. Surgieron nuevas redes,
eslabonam ientos y relaciones entre la actividad directamente
vinculada al tráfico comercial y su financiamiento con la pro­
ducción interna de manufacturas y alimentos. La política de
los estad os nacionales comenzó a ser, crecientemente, política
económ ica. Vale decir, decisiones públicas orientadas a prote­
ger el m ercado interno, apoyar la actividad em presaria, res­
p ald ar con la fuerza la conquista de nuevos m ercados, fom en­
tar la industria naval y vincular la creciente oferta de dinero
con el desarrollo de la producción dom éstica y las exportacio­
nes. El desarrollo del mercado de capitales y las nuevas for­
m as de organización de las empresas por acciones fueron otros
cam bios cruciales respaldados y fom entados por el poder polí­
tico. La transform ación de las posiciones hegemónicas entre
las potencias atlánticas descansó, en gran medida, en la apti­
tud de sus respectivos estados nacionales para asumir y des­
em peñar tam añ as responsabilidades.
Lo mismo sucedió con la ampliación del conocimiento cien­
tífico y sus aplicaciones tecnológicas a la producción y la nave­
gación. Entre los siglos X V I y XV III, se produjo una revolución
espectacular de los paradigm as científicos y la visión del mundo
de los pueblos europeos. Sus aplicaciones tecnológicas a la pro­
ducción de bienes y servicios afianzaron la hegemonía europea
en el escenario mundial. Las políticas públicas en Holanda,
Gran Bretaña y Francia contribuyeron decisivamente en el avan­
ce de la ciencia y el desarrollo tecnológico.
C ada vez m ás, la dimensión endógena del desarrollo incor­
poró sutiles contenidos culturales y políticos. Tales como la es­
tabilidad institucional (fundada en un reparto estable del poder
entre la Corona, la nobleza y los emergentes sectores urbanos),
la tolerancia religiosa y la empatia del poder político con los
intereses privados responsables de la producción, y el comercio.
Los contenidos endógenos del desarrollo generaron factores
intangibles del poder. El territorio y la población subordinados
a una misma soberanía conservaban una importancia decisiva,
pero el poder se asentaba ahora en una compleja madeja de
relaciones entre estos componentes tangibles y aquellos intangi­
bles. La insuficiencia de los primeros explica la rápida declina­
ción del protagonism o portugués y, poco después, del de H o­
landa. La de los segundos, la decadencia de España.
Francia y, sobre todo, Gran Bretaña fueron las únicas dos
potencias atlánticas que contaban con un gran potencial de
recursos m ateriales y hum anos, y pusieron en marcha los pro­
cesos endógenos del desarrollo y los factores intangibles del
poder. Al final del Primer Orden Económ ico M undial, eran
las dos potencias dom inantes en el escenario europeo e inter­
nacional.
Las transformaciones que dieron lugar a la construcción de
la hegemonía de Europa en el transcurso del Primer Orden Eco­
nómico M undial abarcaron todo el continente y todos los pla­
nos de la realidad. A lo largo de tres siglos las disputas dinásti­
cas, el cisma religioso, la centralización del poder y la participa­
ción, la Revolución del conocimiento científico y de las ideas
sobre el hombre y la sociedad modificaron radicalmente la rea­
lidad de Europa y conform aron el emergente sistema interna­
cional.
N ada semejante ocurría en el resto del mundo. De este modo,
se comenzó a abrir la brecha entre el desarrollo y el subdesarro-
lio, y a sentar las bases del reparto del poder en e! emergente
orden mundial.
La formación del Primer Orden Económico M undial se de­
cidió, en primer lugar, en el escenario europeo. Las transform a­
ciones en las sociedades europeas y el reparto del poder dentro
del continente decidieron el curso de los acontecimientos. D es­
de principios del sig lo XVI, la historia de Europa comenzó a ser
historia mundial.

2. El p ro y e cto eu ro p eo de ex p a n sió n y d o m in ació n


planetaria se consolidó durante el Primer Orden Económico
M undial. En el transcurso del mismo, el formidable proceso de
transformación económica, cultural y política de los pueblos
cristianos amplió su capacidad de dominio sobre la naturaleza
y los hombres.
La avalancha de acontecimientos registrados en esos tres ex­
traordinarios siglos transformó la visión de los pueblos cristianos
de Europa acerca de la naturaleza del hombre y ¡a sociedad y,
consecuentemente, sobre la organización del Estado. El avance
del conocimiento científico y en la capacidad de manejo del mun­
do físico, la expansión de ultramar y la transformación de las
estructuras de la producción, las nuevas fuentes de acumulación
de capital, las convulsiones políticas, el cisma religioso y el con­
tacto con otras civilizaciones concluyeron el proceso de demoli­
ción del orden medioeval que había sido iniciado por el paradig­
ma copernicano y el desarrollo del capitalismo comercial.
Los pensadores europeos sentaron las fundaciones del m éto­
do científico y de las principales ram as del conocimiento: m ate­
m ática, cálculo, astronomía, óptica, física, magnetism o, electri­
cidad y medicina. Recién en el siglo XX, con los avances en la
física nuclear y en la biología, emergen contribuciones de tras­
cendencia comparable.
En aquel período se sentaron también las bases de la activi­
dad y la cooperación científicas modernas. La creación de uni­
versidades, laboratorios, sociedades y bibliotecas multiplicaron
las vías de difusión de la información y los contactos entre los
creadores de conocimiento. Desde su mismo inicio, la ciencia y
los científicos fueron auténticamente europeos. Los mayores
creadores investigaron y difundieron sus ideas en los principa­
les centros de excelencia de Italia, el espacio germánico, Ingla­
terra, Francia y los Países Bajos. Sólo a fines del siglo XVIII se
incorpora una figura relevante de la periferia, pero también de
raíces europeas: el norteamericano Benjamín Franklin.
El conocimiento acumulado, a lo largo de los siglos, por los
sabios y tecnólogos chinos, árabes, persas e indios fue transferi­
do sin regalías ni patentes a los pueblos cristianos de Europa.
Esta transferencia fue una de las bases fundacionales del R ena­
cimiento. Desde entonces, la ciencia y la tecnología europeas
dejaron de ser tributarias de las otras civilizaciones e iniciaron
su despegue autónomo.
L as ideas e instituciones políticas dom inantes del mundo
moderno fueron también gestadas entre los siglos XVI y XVIII. A
partir de los aportes fundacionales de M aquiavelo y de su cru­
do análisis de la realidad política y del poder, los filósofos y
pensadores europeos del período formularon las preguntas fun­
damentales y les dieron respuesta. Volvieron a replantearse en­
tonces los grandes temas de la naturaleza del hombre y de su
condición social y política, inicialmente form ulados por Platón
y Aristóteles. A estos interrogantes centrales agregaron otros
referidos al origen y la justificación del poder, la soberanía, la
legitimidad del poder, la justificación de la rebeldía contra los
tiranos, el derecho internacional, las instituciones políticas y la
división de poderes, los derechos del hombre y del ciudadano,
la posibilidad de mejorar la condición humana a través de la
educación, el constitucionalismo y, finalmente, el nacionalis­
m o. Tam bién las ideas económicas experimentaron cambios
profundos que desbordaron los límites estrechos del enfoque
agresivo y excluyente del mercantilismo. Esas nuevas ideas pre­
tendían descubrir el orden natural y las leyes de la actividad
económ ica. En este contexto, volvieron a plantearse, fuertemen­
te enraizadas en las nuevas fronteras del conocimiento y el cis­
m a religioso, las preguntas fundamentales sobre la naturaleza
de la condición humana, la libertad y la relación con Dios.
Las posibilidades abiertas por el crecimiento económico y la
expansión de ultram ar, la Revolución religiosa y la consolida­
ción del absolutism o y de los estados nacionales promovieron
un form idable desarrollo de la arquitectura, las artes plásticas y
la música. El barroco fue la expresión artística dominante del
período. G estad o inicialmente en R om a, con el patronazgo
del p apad o , se difundió rápidamente al resto de Europa. En
Italia, el Sacro Imperio romano germánico, los Países Bajos,
E spaña, Francia e Inglaterra, el barroco abrevó en las escuelas y
tendencias locales y generó una rica variedad de m anifestacio­
nes artísticas. Su proyección a los dominios españoles y portu­
gueses en el N uevo M undo fusionó la tradición artística de las
grandes civilizaciones precolombinas con los aportes europeos.
Esta am algam a dio lugar a una de las expresiones m ás ricas del
barroco: el latinoamericano.
La ambigüedad del barroco refleja la complejidad de la reali­
dad europea. Sus creadores proclamaban fidelidad a la tradición
clásica y renacentista. Es decir, las normas de equilibrio, lógica,
moderación, sobriedad, armonía y unidad de las formas. En la
práctica incorporaron perspectivas radicalmente distintas funda­
das en el movimiento, la curva, la luz, el espacio, los contrastes y la
fusión de todas las formas de arte. Frente a la serenidad y modera­
ción renacentista, el barroco impuso lo espectacular y lo dramá­
tico. Este cambio de actitud es comprensible. Refleja las transfor­
maciones también espectaculares y dramáticas que se registraban
en el escenario europeo y en un mundo cuya diversidad étnica,
cultural, religiosa y económica comenzaba a ser asimilada por las
potencias atlánticas y, a través de ellas, por toda Europa. En el
período, se verificó una explosión de genio y creatividad. En arqui­
tectura, artes plásticas, literatura y música, vivieron y crearon en
ese período Rubens, Bosch, Vivaldi, Van der Weyden, Cervantes,
Shakespeare, Rembrandt, Velázquez, Bach, Mozart. Pocas épocas
de la historia de Europa y del resto del mundo produjeron una
explosión de genio y de creatividad semejantes.

3. En el transcurso de los tres siglos del Primer Orden Económ i­


co M u n d ial, todas las civilizaciones quedaron vinculadas a un
sistem a mundial organizado en torno de los objetivos de las
potencias atlán ticas. L a respuestas de aquéllas frente a la pre­
sencia europea fueron distintas y dependieron, esencialmente,
de sus p ro p ias circunstancias internas. De este modo, pueden
distinguirse varios modelos de vinculación del mundo no euro­
peo con el sistem a internacional fundado por la expansión de
ultram ar de las potencias atlánticas.2 Es decir, distintas formas
de responder al dilem a del desarrollo en un mundo global.

2 Oceamía recién fue o c u p a d a a fines del siglo X V III y su inserción al siste­


m a internacion al fo rm a p arte de la historia del Segun do O rd en E con óm ico
M undial.
El primero abarca a las grandes civilizaciones orientales y a
África al sur del desierto de Sahara. El segundo, al Nuevo M un­
do, con la excepción de las colonias continentales británicas en
América del Norte. El tercero a estas colonias británicas que, a
fines del siglo X V III, se independizaron y form aron los Estados
Unidos de América.
El primer modelo incluye las civilizaciones que, al inicio del
período, eran tanto o más desarrolladas que las europeas. Cuan­
do los portugueses llegaron a la India y fueron seguidos, más
tarde, por holandeses, ingleses, españoles y franceses ampliaron
contactos con civilizaciones con las cuales se mantenían relacio­
nes desde mucho antes. Los mercaderes venecianos y genoveses
habían establecido en la Baja Edad M edia la organización funda­
mental del intercambio: la factoría. Se trataba de asentamientos
en Asia M enor, sometidos a la soberanía de los príncipes locales,
en los cuales entraban en contacto los mercaderes cristianos con
los de Oriente. N o eran emplazamientos en los cuales ios euro­
peos tuvieran participación en la producción de especias o paños
de lujo. L as inversiones de los mercaderes venecianos, písanos o
genoveses, se limitaban a la construcción de depósitos de merca­
derías y, eventualmente, a la construcción de las instalaciones
portuarias. La presencia de personal militar era limitada y desti­
nada, en primer lugar, a enfrentar a los competidores cristianos
antes que a los mercaderes orientales.
La factoría fue la forma básica de organización mercantil
que los europeos siguieron utilizando en sus relaciones con
M edio y Extrem o Oriente a partir del siglo X V I. Com o dice
W allerstein:3 “ Entre 1500 y 1800, las relaciones de Europa con

3 I. W allerstein , The M odem World System I, San D ie go , C alifo rn ia, A ca ­


dém ie Press, 1 9 7 4 , p. 330.
Asia se realizaban normalmente dentro de las norm as estableci­
das por los estados asiáticos. Con la excepción de los europeos
que vivían en los pocos asentamientos coloniales, su presencia
era tolerada por las autoridades locales” . En el transcurso del
Primer Orden Económico Mundial, las potencias atlánticas ejer­
cieron una supremacía creciente en los mares de Oriente. Pero
su dominio continental se limitó a pocos enclaves-factorías y
nunca penetró en profundidad salvo en las islas del archipiéla­
go M alayo y, a fines del siglo X V III, en la India. Con estas ex­
cepciones, durante el Primer Orden Económico M undial, la pre­
sencia europea no modificó sustancialmente el com portam ien­
to de las grandes civilizaciones no europeas.
Las grandes civilizaciones de Oriente fueron incapaces de
incorporar las fuerzas dinámicas que estaban transform ando a
parte de Europa o impulsos alternativos que repercutieran, tam ­
bién, en el desarrollo económico y la transform ación social y
política. De allí resulta su incapacidad de responder con efica­
cia al dilema del desarrollo en un mundo global y, m ás tarde, su
subordinación a las potencias imperiales.
En África sudsahariana la presencia europea introdujo un fenó­
meno de enorme trascendencia: el tráfico de esclavos. Pero el mis­
mo dejó prácticamente intactos los comportamientos tradiciona­
les de las sociedades africanas. También en África sudsahariana
siguió predominando el esquema del enclave-factoría a través del
cual se traficaba con los soberanos locales y se centralizaba la
trata de esclavos. Recién en el transcurso del siglo X I X el continente
sería sometido masivamente al dominio colonial.
El segundo modelo abarca al mundo Iberoamericano y el
Caribe, en donde los europeos crearon nuevas civilizaciones so­
metidas a la dominación colonial e incapaces de dar respuestas
eficaces y autocentradas a los dilemas del desarrollo en un mun­
do global.
El tercer modelo, el de las colonias británicas continentales
en América del Norte, desemboca en la formación del único
sistem a, dentro de la expansión europea de ultramar en el Pri­
mer Orden Económico Mundial, en el cual se movilizan los
factores endógenos del desarrollo y la generación de poder in­
tangible.
Los dos primeros modelos de inserción con la expansión de
ultram ar de las potencias atlánticas tienen un rasgo común: con­
figuraron la posición periférica y subordinada respecto del polo
hegemónico y, con el tiempo, fundaron lo que es, desde enton­
ces, el mundo subdesarrollado. La fractura desarrollo-subdesa-
rrollo y centro-periferia comienza a gestarse desde el descubri­
miento de América y la llegada de los portugueses a Oriente. El
tercer m odelo culm ina, a finales del siglo X V III, con la ap ari­
ción de una nación independiente. En ella comienzan a com bi­
narse, en una escala desconocida hasta entonces, el poder tan ­
gible de un inmenso y rico territorio y recursos hum anos, con
form idables factores endógenos del desarrollo y del poder in­
tangible.
Jap ó n no encaja en ninguno de los tres modelos analizados
en esta sección. Tempranamente, el país consolido elementos
de desarrollo autocentrado y un alto grado de autonom ía en su
estilo de inserción en el orden mundial. De todos m odos, su
presencia en el escenario mundial recién comienza a ser impor­
tante desde la segunda mitad del siglo X I X , fuera del período
histórico analizado en esta obra.

4. H asta e l siglo X V , entre todas las grandes civilizaciones del


planeta, predominaba la semejanza entre los ingresos medios, la
productividad y la acumulación de capital. Esa semejanza se fue
esfumando a lo largo del Primer Orden Económico del desarro­
llo europeo y del estancamiento relativo del resto del mundo.
La formación del Primer Orden Económico Mundial indujo
cam bios dem ográficos importantes. H acia 1800, en el Nuevo
M undo la población ascendía a 25 millones y era de alrededor
del 50% inferior a la del comienzo de la conquista. En Africa,
bajo la principal influencia de la migración forzada de esclavos,
la población disminuyó de 100 a 90 millones entre 1500 y 1800.
En Europa (incluyendo Rusia) la población ascendía a cerca de
190 millones en 1800 y en Asia a 600. En estos continentes,
asiento de las mayores civilizaciones, la tasa de crecimiento de­
m ográfico aum entó paulatinam ente com o resultado de los
avances sanitarios y el mejor abastecimiento alimentario en al­
gunas regiones. Desde mediados del siglo XVII a fines del XVIII,
la población de Europa y Asia aumentó a una tasa del orden del
0,4% anual.4 La participación de Europa en la población mun­
dial aumentó del 16% en 1500 al 21% en 1800 y la de Asia del
53 al 66% .
Entre 1500 y 1800 la productividad en Europa comenzó a
aumentar a una tasa que probablemente duplicaba la registrada
durante la Baja Edad M edia. Sin em bargo, el crecimiento siguió
siendo lento y equivalente apenas a una fracción al que se regis­
traría a partir de la Revolución industrial. El aumento del pro­
ducto per capita fue del orden del 0,2% anual. En ese caso,
hacia el año 1800, el producto per capita en Europa debía ron­
dar los 1.300 dólares. Probablemente, existía una diferencia
considerable pero no superior al 50% en el producto per capita
de los países más avanzados, Gran Bretaña y H olanda, respecto
de las zonas rezagadas de Europa Oriental.
En los nacientes Estados Unidos de América el producto per

4 E stim acion es sobre d a to s de Enciclopedia Británica, ob. cit., tom o 18, p.


2 3 2 ; R o b erts, H istory o f the World, ob. cit., p. 5 1 4 ;. Denevan, The Native
Population o f the Americas in 1492, ob . cit.
capita era similar y tal vez algo mayor que en Europa. En el
resto del mundo, prevalecía el estancamiento alrededor de los
niveles alcanzados a principios del período. Si estas hipótesis
son aproxim adam ente correctas, hacia 1800 el producto total
de la economía mundial habría ascendido a algo más de 900
mil millones de dólares. Europa participaba con algo menos del
30% del total, proporción sustancialmente mayor a la de cerca
del 20% correspondiente hacia el año 1500.
El mayor desarrollo de Europa produjo cam bios más pro­
fundos en la estructura de la producción y el empleo que en
otras partes. Sin em bargo, las diferencias eran todavía reduci­
das a finales del Primer Orden Económico M undial. Respecto
de la producción manufacturera, cuyo crecimiento comenzaba
a liderar el desarrollo económico, Bairoch5 estima que la pro­
ducción industrial per capita en Europa era apenas un tercio
superior que en el resto del mundo. La diferencia era mayor si
se considera la nación europea líder en la época, Gran Bretaña,
cuyo nivel de industrialización por habitante duplicaba la del
promedio de Europa y triplicaba la del resto del mundo. De
todos m odos, hacia 1800 la producción industrial británica re­
presentaba poco m ás del 4% de la mundial, y la de Europa
alrededor de un tercio, no mucho más que su participación en
la población mundial. Todavía entonces, Asia, África e Ibero­
américa significaban dos tercios de la producción manufacture­
ra mundial. De cualquier modo, en todos lados la producción
primaria seguía generando más de dos tercios del empleo tota!
y una proporción semejante del producto. La visión estática de
la estructura de la producción y el empleo, y de los niveles de
vida en el mundo alrededor de 1800 no permitía apreciar la

5 P. B airoch , “ In tern atio n al in dustrialization levels from 1 7 5 0 to 1 9 8 0 ” ,


en: Jou rn al o f European Econom ic History, 1 9 8 2 .
dimensión de las transformaciones en curso que, en pocas déca­
das, modificarían radicalmente el escenario recién descripto.
Las diferencias tam poco eran significativas respecto de otras
variables cruciales del desarrollo. H acia 1800, el com ercio in­
ternacional en Europa representaba proporciones mayores de
la actividad económica que en el resto del mundo. Sin em bargo,
el coeficiente exportaciones/producto en Europa no debía supe­
rar el 4 ó 5% . La mayor parte de la producción de las econo­
mías europeas seguía encerrada dentro de los límites de la sub­
sistencia y de los mercados locales. N o obstante, el com ercio
internacional estaba jugando en Europa un papel decisivo en la
acumulación de capital, el cambio técnico y el crecimiento. En
ninguna otra parte, salvo en los nacientes E stados Unidos de
América, sucedía algo semejante.
Las tasas de ahorro y de acumulación de capital tam poco
presentaban diferencias radicales. H acia 1800, en Europa al­
canzaba a alrededor del 5 al 7% del producto, proporción no
muy distinta a la observada en China, India y las otras princi­
pales civilizaciones. La diferencia principal radicaba en el desti­
no de la acumulación. En Europa, en mayor proporción que en
otras partes, se destinaba a la ampliación de la capacidad pro­
ductiva y el aumento del giro comercial. En el resto del mundo,
la inversión suntuaria de las clases dom inantes seguía absor­
biendo la mayor parte de los recursos. El financiamiento de la
inversión productiva y del comercio contaba en Europa, ade­
más, con el respaldo de un sistema financiero creciente y cada
vez más diversificado. El desarrollo de los m ercados de capita­
les, de las sociedades por acciones y la expansión del crédito
contribuyeron a la movilización del ahorro y a su inversión en
ampliación de capacidad productiva y giro com ercial, com o no
sucedía en ninguna otra parte, con la excepción de los emergen­
tes Estados Unidos de América. La aparición de la especulación
financiera en Europa durante e l siglo X V III revela, en sí misma,
cóm o se estaban ampliando las oportunidades y las expectati­
vas de los operadores económicos y de importantes grupos so­
ciales de las naciones europeas líderes.
En E uropa, hacia 1800, el gasto público representaba pro­
bablemente alrededor del 10% del producto. La proporción no
era probablem ente menor en las otras grandes civilizaciones.
Pero tam bién aquí la diferencia fundamental radicaba en el des­
tino del gasto. En Europa éste se destinaba en alrededor del
70% a los gastos militares empeñados en las disputas por el
dom inio del continente y la fe, pero también de la expansión de
ultram ar, las rutas comerciales y la conquista del Nuevo M un­
do y de otros territorios. Parte del gasto público se destinaba,
asim ism o, a inversiones de infraestructura, com o puertos y ca­
m inos, indispensables para el desarrollo y la expansión comer­
cial. Especialmente en Gran Bretaña, H olanda y Francia el gas­
to público se asignó, en alguna medida, a financiar desarrollos
tecnológicos y productivos destinados a la navegación, la mine­
ría, hidráulica y otras áreas críticas de la actividad económica y
mercantil del período. Esta temprana asociación entre produc­
tores, científicos y gobierno, triángulo esencial del cambio téc­
nico y del desarrollo económico6 observable en los países líde­
res de E uropa durante el Primer Orden Económico M undial,
fue un proceso prácticamente desconocido en las otras grandes
civilizaciones.

5. En resum en, durante el transcurso de los tres siglos del Pri­


mer O rden Económ ico M undial emergió por primera vez el
dilem a del desarrollo en un sistema global. Parte de Europa y

6 V éase lo s a p o rte s de J . A. S á b a to sobre d e sarro llo tecn ológico y su co n ­


ce p c ió n del “ triá n g u lo ” .
uno de sus v astagos, las colonias continentales de América del
N orte, lograron incorporar la inserción en el mercado mun­
dial com o un agente de su propia transform ación e integra­
ción interna.
Europa se convirtió en el polo articulador del emergente or­
den mundial y logró dominar el espacio iberoamericano y el
Caribe, un conjunto de islas en el archipiélago malayo y, en las
postrim erías del siglo XVIII, la mayor parte del subcontinente de
India. La presencia europea en el resto del mundo se limitó a
una interferencia m ás o menos profunda en los asuntos inter­
nos de otros países pero sin modificar sustancialmente el com­
portamiento de sus sociedades. Bien sea por la subordinación al
dominio colonial o la ausencia de factores endógenos de trans­
form ación, el resto del mundo no logró resolver con éxito el
dilema del desarrollo en un mundo global. Se abrió así la bre­
cha entre desarrollo y subdesarrollo que fracturó al orden mun­
dial. El mismo origen tienen las relaciones asimétricas de poder
que predominan en ei sistema internacional.
Durante el Primer Orden Económico M undial comenzó a
disolverse el equilibrio en los niveles de desarrollo de las princi­
pales civilizaciones, que predominó hasta el siglo XV. El creci­
miento se aceleró en Europa mientras que en Iberoamérica se
desplom aban las civilizaciones nativas, y en M edio y Extremo
Oriente y África predominaba el estancamiento cuando no el
retroceso.
De todos m odos, la lentitud del progreso técnico en Europa
limitó el incremento de la productividad y del ingreso y, conse­
cuentemente, provocó un ritmo lento de transformación de las
estructuras productivas. La brecha entre desarrollo y subdesa­
rrollo a escala mundial siguió siendo, de este modo, reducida.
Por detrás de las semejanzas que todavía predominaban en
los niveles de vida y en las estructuras productivas de Europa
respecto de las otras grandes civilizaciones, se ocultaban cam ­
bios de vasto alcance. La revolución de las ideas, las transfor­
maciones políticas y la expansión de ultramar fueron acum u­
lando en Europa un impulso innovador que estallaría cuando
se cerró la brecha entre el conocimiento científico y la tecnolo­
gía. Es decir, durante la Revolución industrial, cuyos primeros
p asos tuvieron lugar en Gran Bretaña en el siglo XVIII. A su vez,
en las posesiones continentales británicas de América dei N o r­
te, una extraordinaria constelación de recursos materiales y hu­
m anos estaba dando lugar a una experiencia de desarrollo eco­
nómico y social que ni siquiera tenía semejantes en las naciones
más avanzadas de Europa.
Los cam bios en las posiciones relativas de poder de las p o ­
tencias atlánticas en el transcurso del Primer Orden Económico
M undial revelan la incidencia de la resolución del dilema ám bi­
to interno-contexto externo entre las naciones que lideraron, a
partir del siglo X V , la expansión europea de ultramar.
El desarrollo de los países independientes y de las dependen­
cias coloniales del emergente sistema global estuvo siempre aso ­
ciado a dos condiciones básicas. A saber, la participación en la
globalización de la economía mundial y el crecimiento au to -
centrado en procesos de acum ulación de capital y cambio tec­
nológico afianzados, en primer lugar, y en los recursos propios
y el mercado interno. Vale decir, en una respuesta específica al
dilema de la interacción entre el ámbito interno y el contexto
externo.
Los contenidos de esas respuestas al dilema, que fueron co­
herentes con el desarrollo de los países incluyeron, en todos los
casos, los siguientes elementos:
i) La am pliación de las oportunidades de las personas de
desenvolver sus aptitudes para la creación y acumulación de
riqueza.
ii) La aptitud y flexibilidad del sistema económico, social y
político de reflejar las transformaciones en la creación y la d is ­
tribución de ¡a riqueza, y para incorporar a los nuevos actores
sociales.
iii) Procesos amplios de acumulación de capital, tecnología y
capacidad organizativa de recursos que elevaron la productivi­
dad de las unidades económicas y del conjunto del sistem a pro­
ductivo. La acumulación, en sentido am plio, incluye el capital
invertido en ¡a producción de bienes y servicios, los conoci­
mientos científicos y la tecnología, las redes empresas-ciencia-
tecnología-gobierno, la formación de los m ercados financieros
y el desarrollo institucional y político.
iv) Una visión del mundo que valorizaba la propia identidad
y elección del estilo de desarrollo e inserción internacional.
v) Un Estado capaz de cohesionar los recursos de la nación y
viabilizar la participación activa en la globalización de la eco­
nomía mundial afianzada en procesos autocentrados de acu­
mulación y cambio tecnológico.
La resolución del dilema en cada país influyó decisivamente
en la formación del sistema mundial. Los factores tangibles del
poder (población y territorio) conservaron importancia pero los
intangibles (acumulación en el sentido amplio) fueron determi­
nantes en la distribución del poder entre las naciones. La gravi­
tación de cada país en el orden global dependió de su desarrollo
nacional. Cuando convergieron los factores tangibles del poder
con los intangibles surgieron las grandes potencias hegemónicas.
Desde fines del siglo X V III, la incorporación masiva del cam ­
bio técnico al proceso productivo provocaría cam bios sin pre­
cedentes sobre la acumulación de capital, la estructura produc­
tiva, la estratificación social, la organización del mercado mun­
dial y el reparto del poder. Pero estos constituyen la trama del
Segundo Orden Económico Mundial.
La evidencia proporcionada por el Primer Orden Económi­
co M undial es concluyente: se desarrollaron en ese período y,
dependiendo de su poder tangible, fueron potencias mundiales
las naciones que participaron activamente en la globalización a
partir de procesos autocentrados de transform ación, cambio
técnico y acumulación de capital. Existen, en verdad, ciertas
constantes históricas7 porque, desde 1500 hasta la actualidad,
no existe caso de país alguno que haya alcanzado de otro modo
altos niveles de desarrollo.

7 V éase este co n cepto en R. Bernal M eza, América Latina en la economía


política m undial , B u en os A ires, G ru p o Editor L atin o am erican o , 1 9 9 4 .
In d ic e

P r e fa c io ...................... 9

Introducción: Desarrollo y subdesarrollo


en un mundo g lo b a l....................................... 11

P a r t e 1. E l e s c e n a r i o m u n d ia l e n l a s v ísp e r a s
DE LA EXPANSIÓN DE EUROPA
[17]

I. L a población del m undo y las gran des


civilizaciones ................................................................. 19

II. L a econom ía ............. 31


P roducción e in g re so s............................................ 31
Sem ejanza de los niveles de v id a ...................... 36
A lcances del com ercio in tern acion al ........ 40
L as redes del com ercio in tern acio n al................ 44
L o s agregad os m a c ro e c o n ó m ic o s................................ 51

III. El surgim iento de E u r o p a ........ 55


La revolución cultural de la B aja E d ad M edia
y el R en acim ien to ............ ............ 57

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