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Introducción a lo inconciente

Cuando pensamos esta clase se nos ocurrió hacer una introducción a lo inconciente,
postulado necesario para acercarnos al psicoanálisis. Pensamos en el modo en que
Freud primero ingresa en su dominio e intenta luego divulgarlo. Entonces surgieron dos
vectores por los que podemos adentrarnos: Hipnosis y parálisis histéricas, por un lado;
psicopatología de la vida cotidiana (lapsus, chiste, sueños) por el otro.
Freud se pone sobre la pista que lo conducirá al “descubrimiento” del inconciente a partir
de la introducción de una práctica, la hipnosis, aplicada a un particular grupo de
pacientes, los pacientes histéricos. De la hipnosis nos va a interesar destacar algunos
desarrollos en relación a la sugestión. De la histeria, sobre todo, la idea de un cuerpo
representación y de trauma-seducción, que creemos se unen en lo que podemos situar
como el momento de este encuentro, el anoticiamiento por parte de Freud de que sus
histéricas le mienten, lo que da paso a la concepción de una realidad psíquica, realidad
efectiva (en el sentido de que produce efectos) cuya lógica es susceptible de ser
establecida.
La hipnosis aportó, según entendemos, una intelección novedosísima, a partir de la
experimentación, que pone en duda el dominio de la razón sobre la voluntad y la conducta
y la hace quedar, al menos en los casos del tipo del que vamos a ver, como un
epifenómeno que viene a colmar una causalidad perdida (en este caso, olvidada). Esta
intelección es la que nos alumbra un fenómeno que ha sido llama sugestión poshipnótica,
que vamos a ver con un ejemplo.
Una persona recibe, en estado de hipnosis, la orden de que, tras despertar, cierre la
ventana que se encuentra en la habitación. El hipnotizado, a partir de la señal del
hipnotizador para que vuelva en sí, recupera aparentemente el dominio de sus facultades
mentales (atención, memoria, voluntad) pero, obedeciendo a la orden impartida en estado
hipnótico, se levanta y cierra la ventana. Al preguntársele por las razones por las que
realizó este acto, la persona puede decir o bien que no tiene o no puede dar cuenta de las
razones, o bien explicar su conducta a partir de motivaciones (“entraba frío”, “había
mucho ruido”) que colman la distancia entre la sugestión y su acto, distancia establecida
por la amnesia de lo sucedido en la hipnosis.
Vemos cómo en este ejemplo no solo se pone de manifiesto el poder de las palabras
sobre la determinación de la conducta, sino además cómo el sujeto “se vale” de la razón
para devolver coherencia, unidad, a su experiencia.
Estás razones secundaria, que son puestas en el lugar de las motivaciones, las
conocemos como racionalizaciones.
Durán Barba parece conocer estos modos, cuando plantea en su libro sobre el arte de
ganar, que al votante no hay que entrarle por las razones, sino por lo afectos. Es que él se
encargará por sí solo de encontrar las razones que justifiquen su modo de actuar,
desconociendo el factor afectivo (y efectivo) que lo condiciona en gran medida.
Esto devuelve al factor psicógeno un acento que había sido borrado en teorías de corte
degeneracionista o constitucionalistas, en las que la herencia, entendida en términos
biológicos, juega un papel preponderante (si no exclusivo) en la etiología de la
enfermedad mental.
Freud hace un viraje que sostendrá y desarrollará hasta el final de sus teorizaciones (Ver
Mauro Vallejo, sobre la seducción). De conceder especial valor a la degeneración
(estigmas histéricos, propensión a la escisión, etc.) pasa a establecer ecuaciones
etiológicas, que luego formalizará como series complementarias, en las que, a partir de la
introducción del factor cuantitativo en la explicación psicopatológica, pone en condiciones
parejas la importancia de los factores constitucionales (la predisposición, que incluye,
además de lo heredado, lo constituido en la primera infancia) con los factores reacciones.
Entonces vemos cómo comienza a ganar espesor la capa que se deja entrever entre la
determinación somática y la conducta. Vemos que la correspondencia, la causalidad,
pensada como unidireccional y unívoca, atraviesa “lo inconciente”. Freud no deja de decir
que en última instancia todo puede (o podrá ser en un futuro) ser remitido a movimientos y
funciones quimico-fisiológicas. Puede permanecer inalterada la cuestión relativa a la
causa primera, pero pierde relevancia clínica al momento de intentar establecer el orden
de causalidades, la lógico de los efectos, el modo en que estos designios que partirían del
cuerpo son efectuados por la vía de lo simbólico.
A lo mejor la palabra simbólico puede aparecer como un salto, de golpe la hicimos pasar
sin mucho preámbulo. Vamos a retomar la segunda vertiente por la que nos propusimos
abordar el tema de lo inconciente, la vertiente que nombramos como la psicopatología de
la vida cotidiana. Freud, en un intento de divulgación de sus postulados, escribe tres libros
fundamentales no sólo teóricamente sino, según creemos, estratégicamente. Son tres
libros en los que se encarga de temas que podrían parecer poco relevantes para la
investigación científica, que tienen en común el carácter cotidiano en el que son pasibles
de ser aprehendidos. Estos temas son: los sueños, los chiste, los actos fallidos.
Decimos que es estratégico porque permite, por una vía que resulta accesible y cotidiana,
acercarse al postulado, a la hipótesis que Freud intenta dar a conocer: la existencia de lo
inconciente, y no sólo su existencia, sino la posibilidad de establecer sus modos de
funcionamiento.
Tomaremos a modo de ejemplo al grupo de los actos fallidos, que reúne ciertos
fenómenos (olvido de nombres propios, sustitución de una palabra por otra, pérdida de
objetos, etc.) que, sin la hipótesis del inconciente, pueden ser leídos como errores de
calculo o de proceso, yerros prácticos que no significan mas que un funcionamiento fallido
del procedimiento. Sin embargo, muchos de nosotros sabemos, o al menos suponemos,
que cuando por ejemplo Vidal dice “cambiamos futuro por pasado”, ahí hay algo más que
un error o un fallo. Suponemos que bajo la apariencia y el ordenamiento del discurso
calculado, se le mete, irrumpe algo que estaría pensando o deseando a otro nivel, nivel
que intenta mantener oculto. En este sentido, como manifestación de este otro nivel, es
un acto logrado y tiene un plus respecto del error: su valor significante, eso algo quiere
decir.

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