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El duelo entre el potro marrajo y el domador clavado se mantuvo durante un largo trecho hasta
que el primero, trémulo de impotencia y chorreando sudor de cansancio, cedió. Entonces
Augusto, para consumar su victoria, lo sacó del trillo y se puso a «quebrarlo», o sea hacerle
doblar el pescuezo hasta que el hocico besara el estribo, y a «sentarlo», O sea pararlo de un
golpe encontrándose en pleno galope.
Cruzaron varías provincias y pararon por primera vez en las serranías de Huamachuco. Benito
Castro se contrató de arriero en una hacienda. Esa era la historia de caminar para volver al
mismo sitio, o sea el atolladero de la pobreza, pero no importaba. Había que hacer algo y él lo
hacía. Cuando sucedió que vino la fiesta de carnavales y la peonada de la hacienda se puso a
celebrarla.
Ideó un método de trabajo según el cual una frase alcanzaba la perfección si pasaba la prueba
musical, es decir, si al ser leída en voz alta encantaba al oído. Si algo desentonaba o chirriaba en
ella, significaba que el pensamiento era confuso o incorrecto, y por lo tanto la frase debía ser
rehecha de principio a fin. Eso hace que Madame Bovary nos parezca un objeto autosuficiente,
en el que nada falta y nada sobra, como en una sinfonía de Beethoven, un cuadro de Rembrandt
o un poema de Góngora.
Finalmente, sin embargo, no tuvo más remedio que volverse, pues advirtió contrariado que,
caminado hacia atrás, no podía controlar la dirección. Así que, sin dejar de mirar
angustiosamente a su padre, empezó a girar lo más rápidamente que pudo, es decir, con
extraordinaria lentitud.