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1.

La samaritana y Jesús
Narrador: En el viaje Jesús, tenía que pasar por Samaria. En esa región
llegó a un pueblo llamado Sicar. Cerca de allí había un pozo de agua que
hacía mucho tiempo había pertenecido a Jacob. Eran como las doce del
día, y Jesús estaba cansado del viaje. Por eso se sentó a la orilla del
pozo, mientras los discípulos iban al pueblo a comprar comida.

En eso, una mujer de Samaria llegó a sacar agua del pozo.

Jesús: —Dame un poco de agua.

Samaritana: —¡Pero si usted es judío! ¿Cómo es que me pide agua a


mí, que soy samaritana?

Jesús: —Tú no sabes lo que Dios quiere darte, y tampoco sabes quién
soy yo. Si lo supieras, tú me pedirías agua, y yo te daría el agua que da
vida.

Samaritana: —Señor, ni siquiera tiene usted con qué sacar agua de


este pozo profundo. ¿Cómo va a darme esa agua? Hace mucho tiempo
nuestro antepasado Jacob nos dejó este pozo. Él, sus hijos y sus
rebaños bebían agua de aquí. ¿Acaso es usted más importante que
Jacob?

Jesús: —Cualquiera que bebe del agua de este pozo vuelve a tener
sed, pero el que beba del agua que yo doy nunca más tendrá sed.
Porque esa agua es como un manantial del que brota vida eterna.

Samaritana: —Señor, déme usted de esa agua, para que yo no vuelva


a tener sed, ni tenga que venir aquí a sacarla.

2. Jesús sana a un leproso


Narrador: Un hombre que tenía la piel enferma se acercó a Jesús,
Leproso: (Se arrodilló ante Jesús) —Señor, yo sé que tú puedes
sanarme. ¿Quieres hacerlo?

Jesús: (tuvo compasión del enfermo, extendió la mano, lo tocó) —


¡Quiero hacerlo! ¡Queda limpio!

Narrador: De inmediato, aquel hombre quedó completamente sano;


pero Jesús lo despidió con una seria advertencia: —No le digas a nadie lo
que te sucedió. Sólo ve con el sacerdote para que te examine, y lleva la
ofrenda que Moisés ordenó. Así los sacerdotes verán que ya no tienes
esa enfermedad. Pero el hombre empezó a contarles a todos cómo había
sido sanado.

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