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Si, por otro lado, comparamos esta deuda con el nivel de PBI argentino, la misma era el
30% de la totalidad exportada argentina en 2015, y hoy llega al 43%, cifras similares a las
de 1998, a sólo tres años de la crisis de la Convertibilidad.
En términos generales, este análisis debe ser complementado con los flujos de salidas de
divisas y las fuentes de financiamiento. En particular, mientras que la deuda externa en
relación con las exportaciones tiende a crecer, pero de manera más suave, en el caso de
la deuda externa sobre PBI, el crecimiento posee tendencias exponenciales. Este es uno
de los indicadores clásicos de insustentabilidad que los acreedores externos tienden a mirar
para entender la capacidad de repago. En un momento en el cual las fuentes de
financiamiento tienden a escasear, los indicadores cada vez peores de insustentabilidad no
resultan positivos.
Por el lado de las exportaciones, la fuerte sequía económica mantendrá limitadas las
exportaciones de este año. Desde el lado de las importaciones, la fuerte devaluación de
estos meses reducirá, en el corto-mediano plazo, la demanda, y la propia depresión
económica llevará a una reducción de importaciones. Sin embargo, el fenómeno de la fuga
de capitales tiende a agravarse, mientras los ingresos de capitales especulativos se han
revertido en los últimos meses. Por lo tanto, la consistencia del modelo, aún a pesar del
ajuste, está en crisis.
Dicha desaceleración ocurrió aún de forma previa a la corrida cambiaria de fines de abril
que aún no ha sido completamente resuelta, por lo que resta ver el efecto sobre el consumo
doméstico de la fuerte devaluación (y su impacto en precios), las altas tasas de interés (que
se mantienen en el orden del 40% al 42%), los aumentos de tarifas, que el Gobierno se
resiste a frenar, y el ajuste fiscal, particularmente en cuanto a obra pública. En
consecuencia, el desempeño de los sectores mercado-internistas solo puede
empeorar.