Está en la página 1de 4

¿De qué hablamos cuando hablamos de LIJ?

Muchos de los adjetivos que acompañan a la palabra “literatura”, funcionan como


etiquetas de distinción de distintas tradiciones lingüístico-culturales en donde las discusiones,
trayectorias de conformación del campo, etc han sido, a su vez diferentes. Así, encontramos
por ejemplo una literatura argentina, latinoamericana, alemana, francesa, italiana, de habla
inglesa, etc. Como se ve, estas distinciones tienen que ver con un criterio geográfico, en
donde el adjetivo viene a dar cuenta de una configuración particular del campo literario que
da lugar a esas “literaturas nacionales”. El adjetivo clasifica: lo que es “argentina” no es
“alemana” ni “francesa”, etc. Entonces, queda la pregunta ¿Qué lugar ocupa la Literatura
Infanto Juvenil? ¿Qué es lo que ese adjetivo viene a distinguir?
En primera instancia, una cuestión de prestigio: la LIJ, hasta no hace mucho, no ha
sido considerada de suficiente mérito como para ser estudiada por la academia y, de esta
manera, teorizar y problematizar en torno a ella. En este sentido, es significativa la insistencia
de autores como Teresa Colomer o María Teresa Andruetto que hacen énfasis en el carácter de
“literatura” de la LIJ, de forma que se vaya dejando de lado este prejuicio por el cual la LIJ
carece de legitimidad dado su destinatario “propio” y “particular”: el niño. Esto es lo que, en
principio, distinguiría el adjetivo de “infanto juvenil”; vendría a diferenciar una literatura para
el mundo adulto y de otra literatura para el mundo de los niños.
Ahora bien, para la conformación del campo de la LIJ, no cualquier noción de
“infancia” resulta operativa. En la Edad Media, por ejemplo, la idea de “infancia” no existía
como tal. El niño, después del destete, era considerado un adulto por lo que “se aplicaba
indistintamente los términos niño o muchacho” (Sardi, Blake: 21). Se requiere, entonces, de
una idea de infancia considerada como subjetividad diferenciada al mundo del “adulto”. Esto
va a ocurrir recién en la Edad Moderna con el creciente interés, por parte de los clérigos
moralistas, en la educación. Aunque, sin embargo, todavía se va a necesitar del impulso
formalizador de la educación escolar ligada al aparato estatal.
El niño es una subjetividad diferente a la del adulto en tanto que sujeto-en-formación.
El rol pedagógico de la escuela como agente formador contempla esta idea de “sujeto a
formar”, haciendo suya la necesidad de ser el agente que opere tal transformación. La función
de la literatura, en este complejo entramado que venimos describiendo de forma un tanto
esquemática, es la de una utilidad funcional a las necesidades de estas instituciones. Valores
como el cuidado del medio ambiente, el bien, la ciudadanía, la solidaridad, la democracia, etc
son aquellos que portará un libro didáctico, considerado por esta racionalidad escolar como
“literatura”.
Respecto de lo anterior, dos cuestiones que se cruzan: por un lado, vemos que en lo
referido al niño se genera un horizonte de espera por el cual todos aquellos valores que habría
en la literatura y que se depositarían en el niño gracias a la escolarización, se desarrollarían
plenamente en un futuro dado que, justamente, se está construyendo en el hoy ese sujeto
mesurado y educado en la civilidad y democracia. Vemos que se construye una idea de
subjetividad “democrática”. Por otro lado, observamos también las diferentes ideas en
relación a la lectura y la literatura que resultan de estas prácticas. Literatura considerada como
una mediadora de valores sociales y funcionales a ideas dominantes; en lugar de esa literatura
de creación de la que habla María Teresa Andruetto cuando dice “la ficción para intentar
comprendernos, para conocer algo más acerca de nuestras contradicciones, miserias y
grandezas, es decir acerca de lo más profundamente humano (Andruetto: 32). La lectura, por
otro lado, considerada como una mera actividad para adquirir los valores de la civilidad y el
comportamiento en sociedad, en oposición a esa otra idea de lectura para la auto-compresión
en el placer estético.
La escuela, entonces, es el agente cuya función pedagógico-didáctica enseña al niño de
valores, de moral. Claro que las características de estos valores dependen de los intereses del
agente de poder al que esos valores sirvan. La literatura, en esta perspectiva, cumpla función
de mediadora. Es el objeto material en el que simplemente se imprimirían los valores a ser
leídos por el niño, cuya lectura está, a su vez, regulada por la mirada del adulto legitimador.
Esto significa un problema para pensar dos cuestiones: por un lado, la didáctica de la
literatura y, por otro lado, la lectura, qué idea de lectura se está promulgando en prácticas que
no promueven el goce estético ni permiten un espacio de reflexión en solitario.
Sardi y Blake sostienen que “ya en el siglo XX se considera al niño con clara
conciencia permisible de pertenecer al mercado lucrativo para la industria editorial” (Sardi,
Blake: 24). Ya en el círculo económico entran otros agentes importantes para la constitución
del campo, como lo son las editoriales. Quizás fue gracias al impulso de estos agentes, y en su
particular relación de alianza con otro agente como la escuela, los que le dieron visibilidad
mayor a la LIJ como producción cultural. Y aún así, son estos agentes los que reproducen la
distancia entre literatura- literatura infanto juvenil en el énfasis puesto a esa idea del “niño por
escolarizar”.
Como lo desarrolla Marcela Carranza, los catálogos de las editoriales, que no piensan
en la calidad de las ediciones que sacan al mercado sino en el valor económico y la
retribución, pululan en muestras de libros que apuntan, principalmente, a la escuela como
compradora. La principal estrategia de venta, en este caso, es lo que decíamos recién del
“niño por escolarizar”. Es decir, mientras más valores tengan tal o cual determinado libro, de
mayor interés le debe ser a la escuela como institución, porque educa en los buenos valores
que la sociedad necesita. Una idea humanista puesta al servicio de una lógica de cambio.
Quizás lo que podría salvar esta cuestión es la inversión de un Estado que invierta en
la compra de libros que fomenten la libertad de lectura, en el hecho de abrir el abanico de
posibilidades entre las cuales elegir. Hace relativamente poco ha salido una edición del
gobierno de la Nación (Argentina), en el marco del Plan Nacional de Lectura que, como
iniciativa para promover literatura de calidad resulta interesante pero posee algunas
deficiencias: por un lado, las ediciones no tienen la misma calidad de papel, de impresión que
otros libros, por otro lado, la compilación de fragmentos de textos genera, también, una
lectura fragmentada. Aunque, sin embargo, una inversión del Estado también resulte
insuficiente si ciertas prácticas de la escuela, como mantener las cajas cerradas en la
biblioteca (en caso de que la escuela posea una), se siguen manteniendo.
Vemos que uno de los agentes más importantes, en lo que venimos desarrollando, es el
mercado editorial. Principalmente porque posee los recursos de producción de libros para
ofrecer a los consumidores (lectores). Sin embargo, más allá de las estrategias de márketing
ofrecidas por las editoriales, resulta de gran valor el hacer de algunas instituciones, revistas,
escritores, narradores, ilustradores, etc que, motivados por la promoción de literatura de
calidad por sobre el valor de cambio, generan acciones para producirla. Es el caso de
CEDILIJ, ALIJA, Revista La Mancha (aunque ya no se edita), Imaginaria. Esto, sumando los
espacios académicos que (hablando de Argentina) están creciendo y pensando el campo.
En relación al vínculo entre la infancia y la literatura hoy, vemos que el campo se
complejiza dado que entran más elementos a ser considerados, sobre todo en lo referido a las
nuevas tecnologías y al aporte que ellas hacen (o no) a la LIJ. Tanto en la escuela, como
espacio público, y en la casa, como espacio privado, las nuevas tecnologías, internet, etc
tienen mayor participación y presencia. Consideramos un punto que merece consideración
académica en qué medida la realidad de los videojuegos o de internet influye, a su vez, en la
formación específica de lectores. Este interrogante nace, más allá de lo cuantitativo que
venimos nombrado, de lo cualitativo en relación a lo cual hay cada vez más juegos basados en
libros, o libros que indagan y problematizan internet (sin tener en cuenta que algunos
videojuegos, por ejemplo, se estructuran de manera narrativa).

Como Literatura que es, creemos que la LIJ debería empezar a considerarse más como
creación estética cuya materia plástica es el lenguaje. Y en el fondo, creemos que uno de los
problemas de la LIJ siempre ha sido el lenguaje. Como venimos desarrollando a esta parte, la
pedagogía escolar ha utilizado como excusa el repertorio lingüístico del niño para
forma(liza)rlo; cuando de lo que se trata, consideramos, es manejar este mismo repertorio para
poder crear un mundo y permitir la indagación en el goce estético.

Bibliografía
- ANDRUETTO, María Teresa (2009) “Hacia una literatura sin adjetivos” en Hacia una
literatura sin adjetivos. Córdoba. Comunic-Arte.
- CARRANZA, Marcela (2006) “La literatura al servicio de los valores o cómo conjurar el
peligro de la literatura” en Imaginaria. Revista quincenal sobre literatura infantil y
juvenil. Nº 181. Buenos Aires.
- COLOMER, Teresa (2010) “La literatura infantil: una minoría dentro de la literatura”.
Conferencia en el 32º Congreso Internacional del IBBY. Santiago de Compostela.
- SARDI, Valeria, BLAKE, Cristina (2011) “El niño y la literatura” en Poéticas para la
infancia. Buenos Aires. La Bohemia.

También podría gustarte