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El ministerio del interior ejerció un plan de campaña para combatir militarmente a las

«guerrillas» pero no convocó un esfuerzo integral de todos los sectores del Estado y la sociedad.
El Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas dio las órdenes correspondientes, pero su
estrategia no respondió a la verdadera estrategia del PCP-SL, que consistía en aislar del resto del
país a la población local y enfrentarla a las Fuerzas Armadas. El resultado fue que se intentó
pelear y ganar una guerra interna al margen del país, una guerra sólo reconocida a medias, sin el
amplio apoyo del Poder Legislativo que corresponde a estos casos, sin adecuada política de
imagen, sin plan político alguno para ganar el apoyo de la población de las zonas afectadas y sin
+medidas ciertas para evitar violaciones a los derechos humanos. La explicación de estos
errores está en las contradicciones internas del Estado peruano y en la indiferencia irresponsable
de la sociedad peruana ante el sufrimiento de los pobladores de Ayacucho y Apurímac. Éstos,
así como soportaron pobreza y abandono por siglos, así tuvieron que soportar que se peleara en
sus
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pueblos y campos una guerra que, según los planes oficiales, debía acabar sin mayores
consecuencias para el país.

1.3.1.1. La decisión política de enfrentar a la subversión con una campaña militar


Los primeros dos meses de la declarada «guerra popular prolongada del campo a la ciudad»
transcurrieron antes de la transferencia del mando, bajo el llamado Gobierno Revolucionario de
las Fuerzas Armadas, cuya Junta Militar había ratificado como Presidente de la República a
Francisco Morales Bermúdez. Está claro que el gobierno militar no reconoció la gravedad de la
amenaza representada por el PCP-SL. En todo caso, consideró más importante la transferencia
del gobierno a los civiles, proceso que se dificultaba si se emprendía al mismo tiempo una
campaña militar contra un enemigo interno. Además, en los años 70 eran muchos los grupos
políticos de izquierda que se planteaban la posibilidad de la lucha armada. No era fácil
distinguir si alguno de ellos, y cuál, había empezado a dar pasos firmes en esa dirección. Según
el relato de un alto mando militar de esa época, el gobierno militar puso al tanto de las amenazas
internas a los dos principales grupos políticos de la Asamblea Constituyente, el Apra y el PPC,
con cuyos líderes - Haya de la Torre y Bedoya Reyes, respectivamente - se acordó por consenso
dar prioridad a la transferencia. Según esta misma fuente, a poco de iniciado el gobierno de
Belaunde, el alto mando militar propuso una reunión con un grupo de ministros para
presentarles las apreciaciones de inteligencia sobre las amenazas internas. Esta reunión tuvo
lugar en agosto de 1980, con la participación de los ministros Osterling, de la Jara, Grados y
Alarco. Estas apreciaciones, preparadas por los servicios de inteligencia de las Fuerzas
Armadas, fueron expuestas

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