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Esta historia viene desde lejos. La impunidad para los genocidas, vigente durante
décadas, fue la peor escuela para la violencia institucional de las Fuerzas
Armadas y de Seguridad. Por eso siempre dijimos que los casos como el de
Luciano Arruga, Andrea Viera, Walter Bulacio, Alan Tapia, Facundo Rivera Alegre,
Lautaro Bugatto, Sebastián Bordón y tantos otros están enmarcados en una
práctica con órdenes y responsabilidades. Ninguno de ellos fue víctima de una
bala policial perdida: fueron víctimas de la violencia institucional de la democracia.
No podemos permitir que se intente justificar la violencia de la Policía
Metropolitana y la Gendarmería en el recorte reproducido por una parte la prensa,
hecho por las fuentes oficiales de las Fuerzas represivas. Mientras hay un
proyecto nacional de inclusión social que recupera y amplía derechos, y una
convocatoria a la participación política, cuyo principal destinatario es la juventud, la
Metropolitana y la Gendarmería tienen como principales víctimas a esos mismos
jóvenes.