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Producción de textos- Cátedra B 2015

Prólogo. Irene Klein

El hombre se posee en la medida que posee su lengua. Pedro Salinas

La función del lector/I. Eduardo Galeano


Ventana sobre la palabra. Eduardo Galeano

Prólogo. Irene Klein

Escribir

Escribir, señala el novelista Don de Lillo (2005), “es una forma concentrada de
pensar. A través del lenguaje se puede llegar a ideas a las que de otra manera no
hubiéramos tenido acceso”.

“Escribo”, afirma la ensayista Beatriz Sarlo (2001), “porque quiero saber cómo es
eso que estoy pensando y que no lograré saber si no lo escribo. Se piensa porque
se escribe”.

Tanto un escritor de ficción como una escritora de ensayos críticos asumen una
posición coincidente: considerar a la escritura no como un medio para “expresar”
lo que se piensa sino como un proceso por el que se descubre y transforma el
conocimiento.

El sujeto que escribe produce un objeto, un trazo material (Barré-De Miniac, 2003):
esa producción fuera de sí mismo le permite tomar distancia en relación al
contenido escrito y observar y cuestionarlo. Es así que, al tiempo que moviliza los
saberes que el sujeto tiene sobre la lengua y sus conocimientos sobre el mundo,
la escritura posibilita configurar y reconfigurar esos saberes, o sea, construir
conocimiento.

La escritura incide en el pensamiento y se inscribe, de ese modo, en el dominio de


la cognición, cuyo sentido etimológico, precisamente, es el del “conocimiento”.

Enseñar a escribir: un proceso fundado en la lengua

Utilizamos la lengua para organizar nuestra experiencia, categorizar el mundo, dar


sentido a nuestras actividades cotidianas, relacionarnos con quienes nos rodean y
construirnos como seres sociales. En el lenguaje el sujeto construye su identidad
social y cultural: el modo como organizamos con palabras nuestra relación con el
mundo define lo que el mundo es para nosotros. Las diversas disciplinas
académicas que conforman las carreras universitarias se presentan como distintas

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formas de pensar y comprender al mundo, de darle sentido y de representarlo. De


ahí que sea sobre todo en las Ciencias Sociales y en las Humanidades donde
surgen en mayor medida los problemas específicos de la transmisión e
interpretación de los discursos de otros.

El lenguaje no es un simple instrumento sino el “escenario discursivo” (M. C.


Martínez, 1997) en el que se realiza el encuentro significativo entre dos sujetos –
el que se asume como enunciador de un texto y su lector virtual- y una experiencia
externa o saber que desea transmitirse. No usamos la palabra para reproducir la
realidad sino para construirla en función de intereses determinados. Tomar la
palabra no es, entonces, una actividad ingenua: la elección de un tema, de
determinadas unidades léxicas y de una organización retórica, etc., que hace un
sujeto incide en los esquemas mentales ajenos- en los del auditorio o lector de su
texto-; esto es, en sus modos de representar el mundo.

Ayudar a desarrollar una capacidad estratégica tanto para producir como para
comprender los textos, es decir, tanto para adecuar el texto que se escribe a un
determinado propósito como para reconocer el objetivo textual en el que se lee,
es, por lo tanto, el objetivo esencial de la enseñanza de la escritura.

La escritura en la universidad

La escritura es una tarea habitual tanto para los estudiantes universitarios- que
escriben parciales, monografías, tesinas, reseñas, informes- como para los
profesionales, que elaboran artículos, papers, trabajos de investigación. Unos
como otros no desconocen que escribir constituye una tarea intelectual de enorme
complejidad que exige analizar lo que otros han dicho sobre un tema, establecer
relaciones semánticas en el interior de su propio texto como así también entre
diversos textos; constituirse en un observador agudo y analítico que pueda tomar
distancia de su postura personal, considerar el tema dentro de un marco o sistema
conceptual más amplio y fundamentar sus aserciones.

Sin embargo, salvo excepcionalmente, en ninguna disciplina se reflexiona sobre el


proceso mismo de escribir. ¿Por qué? Tal vez porque se presupone que la
escritura es un medio para comunicar lo que se sabe y, por lo tanto, basta con
poseer dicho saber para poder hacerlo. Pocas veces se toma conciencia de que
escribir no solo es transmitir ese saber sino sobre todo configurarlo. A lo sumo,
entonces, frente a esa posibilidad de escribir un texto, se reclaman técnicas desde
el anhelo de que, a través de ellas y de manera instantánea, tal como opera el
pensamiento mágico, se logre plasmar en la hoja el saber que se tiene sobre
determinada disciplina. Pero basta comenzar a producir un texto para darse
cuenta de que no es tan fácil trasladar a la escritura lo que uno sabe y quiere

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decir; la escritura es más que un sistema de convenciones al que se debe


responder. De modo similar, aun la descripción más precisa sobre las técnicas de
modelado le resultarán insuficientes a un artesano cuando quiera dar forma a la
masa de arcilla: solo hundiendo una y otra vez las propias manos en ella logrará
que adopte la forma del jarrón que tiene en mente.

La escritura concebida en general como medio de registro y transmisión de un


conocimiento y no como instrumento que contribuye a conformar conocimiento, se
constituye a lo largo de las carreras universitarias fundamentalmente en un medio
de evaluación. Es decir, se evalúa a través de la escritura la capacidad del
estudiante de reproducir un saber pero en pocas ocasiones se le ofrecen al
estudiante los elementos necesarios para que, a través de la escritura, pueda
construirlo.

La posibilidad de escribir un buen parcial o una monografía no se vincula con el


dominio que se tenga de los temas y conceptos de la materia ni tampoco del
sistema de la lengua. No pocos profesionales, al momento e tener que dar forma
escrita a sus investigaciones, enfrentan la tarea de escribir un artículo, una
ponencia, una tesis, como un desafío complejo. ¿En qué consiste ese desafío?
Fundamentalmente en tomar determinadas decisiones en función de objetivos que
el escritor se ha trazado para que el texto resulte eficaz.

Escribir en la universidad implica que el enunciador se construya como miembro


de la comunidad académica y se dirija a un enunciatario que no es el docente, aun
cuando sea el que evalúa los textos, sino uno de sus pares. Producir un texto
eficaz implica atender a las restricciones que las situaciones de escritura le
imponen al escritor en las diversas disciplinas académicas. Así, por ejemplo, el
que escribe un análisis sobre un texto, ¿se dirige a un lector que conoce el texto
que comenta o a un lector que puede no haberlo leído? Es en función de una u
otra opción que el escritor toma determinadas decisiones como, por ejemplo la
elección del tipo y de la extensión de los ejemplos y citas textuales que incluirá en
el texto. La decisión responde a objetivos diferentes: en el primer caso, tal vez, al
de ofrecer al lector una mirada nueva sobre el texto conocido; en el segundo le
resultará imprescindible ofrecer al lector la información necesaria para que pueda
seguir el comentario sobre un texto que desconoce.

Así, por ejemplo, tener conocimiento del paradigma verbal lingüístico para escribir
un texto narrativo no garantiza que se lo pueda utilizar de manera eficaz: el
escritor debe atender a los efectos de lectura que desee provocar, ya que no es lo
mismo narrar, por ejemplo, en presente, a fin de acercar al lector al acontecimiento
narrado, que en pretérito perfecto, que lo distancia.

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Los géneros académicos

Los textos son productos de la actividad humana; por lo tanto, están articulados en
base a las necesidades, intereses y condiciones de funcionamiento de las
formaciones sociales en el seno de las cuales son producidos.

En nuestro siglo, y sobre todo a partir de Bajtín, la noción de géneros discursivos


fue aplicada progresivamente a un conjunto de producciones verbales organizadas
bajo la modalidad de la escritura o la oralidad.

Para realizar la producción el emisor o enunciador dispone de un conjunto de


géneros discursivos en uso en la lengua y de los conocimientos y
representaciones que posee acerca de esos géneros. En base a su apreciación de
la situación comunicativa o de la acción (Bronckart, 1996) en la que se encuentra,
va a elegir el modelo textual que le parece más pertinente y más eficaz y va a
realizar una producción más o menos conforme a ese modelo. Los géneros son
múltiples, infinitos y no se constituyen como modelos de referencia estable y
coherente dado que las producciones textuales tienen carácter histórico y, como
tal, dinámico (hay géneros que desaparecen o se modifican; hay géneros que,
como el correo electrónico o el mensaje de texto, surgen a raíz de las
innovaciones tecnológicas). Por lo tanto, los géneros se le presentan al usuario de
una lengua como un conjunto de textos de fronteras huidizas que se intersectan
muchas veces solo parcialmente en la clasificación.

Son las secuencias que entran en la composición de los géneros las que pueden
ser identificadas porque presentan ciertas regularidades de estructuración
lingüística.

El género académico es la producción discursiva propia del ámbito académico que


comprende a su vez diferentes tipos de textos, tales como el parcial, la
monografía, el informe de lectura, para citar algunos. Una tesina se distingue del
informe fundamentalmente en la composición de sus secuencias; si en la primera
predomina la secuencia argumentativa, en el segundo la expositiva. Es en función
de la situación comunicativa en la que se inscribe el texto que el enunciador elige
un determinado género discursivo, un registro de mayor o menor formalidad, una
construcción sintáctica más o menos compleja, profundiza o no el tema, hace
referencia a saberes compartidos, etc., ya que o es lo mismo escribir, por ejemplo,
un artículo sobre la globalización para un medio masivo de comunicación que para
un libro de ciencias sociales. Esa situación comunicativa incide también en la
estructura de un texto; es decir, rige la organización de las ideas o enunciados,
esto es, su coherencia.

Escribir en el taller*

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El libro*

Sus autores*

Bibliografía*

*Los apartados correspondientes a los títulos señalados con un asterisco que


integran el prólogo han sido suprimidos en la presente versión.

Klein, Irene. (Coordinadora). El taller del escritor Universitario. Buenos Aires,


Prometeo Libros, 2007.

El hombre se posee en la medida que posee su lengua. Pedro Salinas

No habrá ser humano completo, es decir, que se conozca y se dé a conocer, sin


un grado avanzado de posesión de su lengua. Porque el individuo se posee a sí
mismo, se conoce, expresando lo que lleva dentro, y esa expresión sólo se cumple
por medio del lenguaje.

Ya Lazarus y Steindhal, filólogos germanos, vieron que el espíritu es lenguaje y se


hace por el lenguaje. Hablar es comprender, y comprenderse es construirse a sí
mismo y construir el mundo. A medida que se desenvuelve este razonamiento y se
advierte esa fuerza extraordinaria del lenguaje en modelar nuestra misma
persona, en formarnos, se aprecia la enorme responsabilidad de una sociedad
humana que deja al individuo en estado de incultura lingüística. En realidad, el
hombre que no conoce su lengua vive pobremente, vive a medias, aún menos.

¿No nos causa pena, a veces, oír hablar a alguien que pugna, en vano, por dar
con las palabras, que al querer explicarse, es decir, expresarse, vivirse, ante
nosotros, avanza a trompicones, dándose golpazos, de impropiedad en
impropiedad y sólo entrega al fin una deforme semejanza de lo que hubiera
[nótese el subjuntivo] querido decirnos? Esa persona sufre como de una rebaja de
la dignidad humana. No nos hiere su deficiencia por vanas razones de bien hablar,
por ausencia de formas bellas, por torpeza técnica, no. Nos duele mucho más
adentro, nos duele en lo humano; porque ese hombre denota con sus tanteos, sus
empujones a ciegas por las nieblas de su oscura conciencia de la lengua, que no
llega a ser completamente, que no sabremos nosotros encontrarlo.

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Hay muchos, muchísimos inválidos del habla, hay muchos cojos, mancos, tullidos
de la expresión. Una de las mayores penas que conozco es la de encontrarme con
un mozo joven, fuerte, ágil, curtido en los ejercicios gimnásticos, dueño de su
cuerpo, pero que cuando llega el instante de contar algo, de explicar algo, se
transforma, de pronto, en un baldado espiritual, incapaz casi de moverse entre sus
pensamientos; ser precisamente lo contrario, en el ejercicio de las potencias de su
alma, a lo que es en el uso de las fuerzas de su cuerpo.

Podrán, aquí, salirme al camino los defensores de lo inefable, con su cuento de


que lo más hermoso del alma se expresa sin palabras. No lo sé. Me aconsejo a mí
mismo una cierta precaución ante eso de lo inefable. ¿Puede existir lo más
hermoso de un alma sin palabras, acaso? Pero no llegará a tomar forma humana
completa, es decir, convivida, consentida, comprendida por los demás. Recuerdo
unos versos de Shakespeare, en The Merchant of Venice1 (El mercader de
Venecia), que ilustran esa paradoja de lo inefable:

Madam, you have bereft me of all words,

Only my blood speaks to you in my veins2.

Es decir: la visión de la hermosura le ha hecho perder el habla; lo que en él habla


desde adentro es el ardor de su sangre en las venas. Todo está muy bien, pero
hay una circunstancia que no debemos olvidar, y es que el personaje nos cuenta
que no tiene palabras por medio de las palabras, y que sólo porque las tiene
sabemos que nos las tiene. Hasta lo inefable lleva su nombre: necesita llamarse
“lo inefable”. No. El ser humano es inseparable de su lenguaje. El viejo consejo de
Píndaro: «Sé lo que eres», el más reciente de Goethe: «Sepamos descubrir,
aprovechar lo que la naturaleza ha querido hacer de nosotros», pueden cumplirse
tan sólo por la posesión del lenguaje.

El alma humana es misteriosa y en todos nosotros una parte de ella, es decir,


parte de nosotros, se recata entre sombras. Es lo que Unamuno ha llamado «el
secreto de la vida», de nuestra propia vida. Y el lenguaje nos sirve de método de
exploración interior, ya hablemos con nosotros mismos o con los demás, de luz
con la que vamos iluminando nuestros senos oscuros, aclarándonos más y más,

1
El mercader de Venecia (Anotación de la cátedra)
2
Señora, usted me ha despojado de todas las palabras,

solamente mi sangre habla a usted de mis venas. (Traducción de la cátedra)

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esto es, cumpliendo ese deber de nuestro destino de conocer lo mejor que somos,
tantas veces callado en escondrijos aún sin habla de la persona.

La palabra es espíritu, no materia, y el lenguaje, en su función más trascendental,


no es técnica de comunicación, hablar de lonja: es liberación del hombre, es
reconocimiento y posesión de su alma, de su ser. «¡Pobrecito!», dicen los mayores
cuando ven a un niño que llora y se queja de un dolor sin poder precisarlo. «No
sabe dónde le duele». Esto no es rigurosamente exacto. Pero ¡qué hermoso!
Hombre que malconozca su idioma no sabrá, cuando sea mayor, dónde le duele ni
dónde se alegra. Los supremos conocedores del lenguaje, los que lo recrean, los
poetas, pueden definirse como los seres que saben decir mejor que nadie dónde
les duele.

Salinas, Pedro. El Defensor. Alianza, Madrid, 1967.

La función del lector/I. Eduardo Galeano


Cuando Lucía Peláez era muy niña, leyó una novela a escondidas. La leyó a
pedacitos, noche tras noche, ocultándola bajo la almohada. Ella la había robado
de la biblioteca de cedro donde el tío guardaba sus libros preferidos.

Mucho caminó Lucía, después, mientras pasaban los años. En busca de


fantasmas caminó por los farallones sobre el río Antioquia, y en busca de gente
caminó por las calles de las ciudades violentas.

Mucho caminó Lucía, y a lo largo de su viaje iba siempre acompañada por los
ecos de los ecos de aquellas lejanas voces que ella había escuchado, con sus
ojos, en la infancia.

Lucía no ha vuelto a leer ese libro. Ya no lo reconocería. Tanto le ha crecido


adentro que ahora es otro, ahora es suyo.

Galeano, Eduardo. El libro de los abrazos, Siglo XXI, España, 1993.

Ventana sobre la palabra. Eduardo Galeano


Magda recorta Palabras de los diarios, palabras de todos los tamaños, y las
guarda en cajas. En cajas rojas guarda las palabras furiosas. En caja verde, las

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palabras amantes. En caja azul, las neutrales. En caja amarilla, las tristes. Y en
caja transparente guarda las palabras que tienen magia. A veces, ella abre las
cajas y las pone boca abajo sobre la mesa, para que las palabras se mezclen
como quieran. Entonces, las palabras le cuentan lo que ocurre y le anuncian lo
que ocurrirá.

Galeano, Eduardo. Las palabras andantes, Siglo XXI, España, 1998.

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