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Fuente: www.memoriachilena.cl

La transformación de la sociedad chilena


Desarrollo y dinámica de la población en el siglo XX
Los cambios que ocurrieron en el siglo XX en materia demográfica significaron una transformación profunda de
la sociedad chilena. En ello influyó una progresiva urbanización, el fuerte crecimiento de la población y su
redistribución en el territorio.
Durante el siglo XX, la población chilena tuvo un fuerte crecimiento en comparación al siglo anterior, pasando
de 3.231.022 habitantes en 1907 a 15.116.435 en el año 2002. Los cambios demográficos influyeron
profundamente en la estructura social chilena, y fueron acompañados por un acelerado proceso de urbanización
y redistribución territorial, que transformó a una sociedad de marcado carácter rural en una predominantemente
urbana.
En la primera mitad del siglo XX el ritmo de incremento de la población chilena fue lento, pero siempre en
ascenso. A pesar de que las tasas de natalidad se mantenían en niveles relativamente altos, las tasas de
mortalidad continuaron siendo elevadas, particularmente en los niños menores de 5 años.
Aunque desde las primeras décadas del siglo se realizó un importante esfuerzo en materia de higiene y sanidad,
recién en la década de 1940 se inició una etapa de expansión y consolidación del sistema público de salud, el que
comenzó a tener efectos en labaja de las tasas de mortalidad infantil. Esto contribuyó a aumentar el ritmo de
crecimiento de la población, que pasó de un 1,4 por ciento en el decenio 1920-1930 a 2,7 por ciento en el decenio
1950-1960. Este fenómeno, conocido como el "boom demográfico", alcanzó su máxima expresión en la década de
1960, para luego decaer en las décadas siguientes.
Desde mediados de la década de 1960 se produjo una importante transformación sociodemográfica,
caracterizada por la reducción del número de hijos por mujer. La extensión de los niveles de escolaridad, la
acelerada urbanización, los cambios en la estructura productiva y la creciente integración de la mujer al mundo
laboral trajeron consigo un descenso de la tasa de fecundidad, fenómeno al que también contribuyeron la
aparición de nuevos métodos anticonceptivos y la difusión de éstos a través de programas públicos de salud. La
baja en la tasa de fecundidad y el sostenido descenso de la mortalidad atenuaron el ritmo de crecimiento de la
población y transformaron la estructura etaria de la población.
A mediados de la década de 1980 la población chilena tenía una estructura caracterizada por un alto porcentaje
de niños y adolescentes, aunque éste ya había comenzado a disminuir en relación a las décadas anteriores. A
partir de entonces, el país entró en una etapa avanzada de la transición demográfica, caracterizada por un
paulatino envejecimiento de la población. La proporción de adultos mayores de 60 años ha aumentado a un
ritmo mucho mayor al resto de la población total, llegando al 11,3 por ciento en el censo del 2002, porcentaje que
se seguirá incrementando en los años siguientes. Ello trae consigo fuertes repercusiones en la estructura familiar
y social del país, y constituye un enorme desafío para los sistemas de seguridad social, tanto en el ámbito de la
salud como en el de la previsión.
Con el avance de la transición demográfica se han ido generando nuevos problemas, como la alta tasa de
embarazo adolescente. Este fenómeno es un reflejo de los altos niveles de desigualdad social que caracterizan a
la sociedad chilena, así como las debilidades de los programas de educación y de salud sexual y reproductiva.
Asimismo, hay sectores como los grupos indígenas que mantienen tasas de fecundidad mucho mayores al
promedio de la población chilena, asociadas a altos índices de pobreza y marginalidad.

De la prosperidad a la pobreza
El impacto de la Gran Depresión en Chile (1929-1932)
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Chile fue una de las naciones más afectada por la Gran Depresión de 1929. El derrumbe de la economía tuvo
serias implicancias sociales expresadas en protestas contra el gobierno de Carlos Ibáñez, lo que llevó a su vez a
una grave crisis política.
En la segunda mitad de la década de 1920, Chile vivió una sensación de prosperidad económica, estimulada por
una fuerte expansión del gasto público del gobierno de Carlos Ibañez del Campo y destinada a modernizar la
infraestructura productiva del país. Sin embargo, este auge tuvo su origen en un alto endeudamiento externo,
producto de los créditos en dólares que fluían desde Nueva York, que se imponía como la nueva capital
financiera del mundo.
Esta aparente prosperidad con endeudamiento, llegó a su fin con la crisis económica internacional, que comenzó
en octubre de 1929 con el derrumbe de la Bolsa de Nueva York. La crisis del mercado de valores provocó una
falta de liquidez que llevó a una drástica caída de los precios internacionales de las mercancías y de la mayoría
de los activos, ocasionando -en último término- una crisis bancaria a escala mundial, especialmente en los países
con sistema de patrón oro. A comienzos de 1930, las consecuencias del hundimiento de la bolsa de valores
estadounidense fueron vistas como algo temporal; sin embargo, a mediados de 1932, ya nadie tuvo duda que se
estaba en presencia de la mayor crisis económica de la historia, siendo bautizada como la Gran Depresión.
El impacto de la crisis mundial en el país se dejó sentir con fuerza entre 1930 y 1932, estimándose por un informe
de la Liga de las Naciones (World Economic Survey) que nuestra nación fue la más devastada por la Gran
Depresión. Las exportaciones de salitre y cobre se derrumbaron, provocando graves consecuencias sobre la
economía interna, al caer los ingresos fiscales y disminuir las reservas. A mediados de 1931, la situación
económica del país pareció tocar fondo, obligando a la suspensión del pago de su deuda externa por primera
vez en la historia: un 16 de julio de 1931.
La crisis financiera aumentó las protestas en contra del gobierno de Ibáñez del Campo, quien se vio obligado a
renunciar y partir al exilio el 26 de julio de 1931. La caída de Ibáñez dio paso a una grave crisis política,
sucediéndose en poco más de un año varios regímenes de gobierno, entre ellos la mítica República Socialista,
que sólo duro doce días. Finalmente, el retorno a la normalidad política y la reactivación económica comenzó
con la llegada al poder de Arturo Alessandri Palma, en octubre de 1932.
La sociedad chilena se vio fuertemente sacudida por el impacto de la crisis. Miles de cesantes recorrieron las
calles de ciudades y los campos; cientos de obreros salitreros volvieron sin esperanza y recursos desde el norte.
En Santiago, el gobierno a través de los Comités de Ayuda a los Cesantes debió alimentar y albergar a miles de
familias; las ollas comunes proliferaron en los barrios, y mucha gente terminó viviendo en cuevas en los cerros
aledaños a la ciudad.

De la FOCH a la CUT
El movimiento obrero (1909-1953)
A través de mutuales, sociedades y mancomunales, los trabajadores chilenos de comienzos del siglo XX, se
organizaron para fomentar la solidaridad proletaria y proteger a sus asociados ante una precaria legislación
laboral.
Al comenzar el siglo XX los trabajadores chilenos no tenían ningún tipo de legislación social o laboral que los
favoreciera o les brindara protección. Fueron ellos mismos, a través de las mutuales, las sociedades de
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resistencia y las mancomunales, quienes se organizaron para proteger a sus asociados y fomentar la solidaridad
proletaria.
La Federación Obrera de Chile (FOCH) comenzó como una agrupación de obreros de ferrocarriles con una
orientación mutualista ligada al Partido Demócrata. A mediados de la década de 1910, comenzaron a integrarse
los trabajadores de salitre y adquirió un carácter nacional. Asimismo, el Partido Demócrata perdió influencia al
imponerse en la organización las ideas revolucionarias del Partido Obrero Socialista liderado por Luis Emilio
Recabarren, convertido después en el Partido Comunista, asumiendo la Federación una actitud anticapitalista y
revolucionaria que se manifestó con fuerza en las movilizaciones sociales que caracterizaron la década de 1920.
Sin embargo, la promulgación de las leyes sociales y el Código del Trabajo, entre 1925 y 1931, cambió
radicalmente la conformación del movimiento obrero y las organizaciones de trabajadores. A partir de entonces
los sindicatos y sus federaciones se debatieron entre asumir la nueva legislación y someterse a sus reglas, como
fue el caso de los obreros y empleados del sector estatal y las grandes empresas, o continuar con el discurso
clasista y revolucionario. La dirección del movimiento obrero que adhirió esta última línea, se dividió entre tres
grandes organizaciones: la FOCH ligada al Partido Comunista, la CGT (Confederación Nacional de
Trabajadores), de inspiración anarquista, y la CNS (Confederación Nacional de Sindicatos), de origen socialista.
En 1934, la violenta represión del gobierno de Arturo Alessandri a una huelga ferroviaria de carácter nacional,
tuvo como reacción la unidad de las distintas organizaciones que agrupaban a los trabajadores. De este modo, el
Comando Único que se gestó en la huelga se transformó en un Frente de Unidad Sindical, que organizó un
Congreso de Unidad Sindical en diciembre de 1936, surgiendo la Confederación de Trabajadores de Chile
(CTCH).
La fuerza que adquirió la nueva organización de trabajadores les permitió formar parte de la alianza política que
apoyó a la candidatura del radical Pedro Aguirre Cerda en la elección presidencial de 1938. El triunfo del Frente
Popular facilitó a la CTCH una vinculación directa con el nuevo gobierno, lo cual, aún cuando le permitió crecer
como organización, sería posteriormente la causa de su división y pérdida de protagonismo.
Efectivamente, a fines de la década de 1940, el movimiento obrero, que estuvo fuertemente ligado al Partido
Comunista a través de la Confederación de Trabajadores de Chile, fue fuertemente reprimido y debilitado por el
gobierno de Gabriel González Videla al promulgar la Ley de Defensa de la Democracia o "Ley Maldita". En
consecuencia la conducción del movimiento de trabajadores fue asumido por las organizaciones de empleados,
especialmente del sector público, los que a través del liderazgo de Clotario Blest lograron organizar una nueva
confederación de trabajadores en 1953: la Central Unitaria de Trabajadores (CUT).

El Movimiento Pro-Emancipación de las Mujeres de Chile


MEMCH (1935-1953)
La lucha por la igualdad jurídica y política y por el acceso paritario al mercado laboral entre hombres y mujeres,
tuvo entre sus más importantes exponentes al MEMCH, Movimiento Pro-Emancipación de las Mujeres de Chile,
durante la primera mitad del siglo XX. En una época en que la palabra emancipación era considerada sinónimo
de libertinaje, este movimiento inauguró una etapa para la historia social y política de las mujeres de fuerte
influencia feminista. La actividad y organización del MEMCH, de carácter multiclasista, se apoyó en las
primeras generaciones de mujeres que accedieron a estudios superiores y también en mujeres trabajadoras,
aumentando los escenarios locales para la creciente participación femenina en el ámbito público. Combinando la
lucha social con la de género, las "memchistas" lideraron la historia de las organizaciones feministas de la
primera mitad del siglo XX hasta la obtención del sufragio femenino universal, haciendo públicas sus demandas
por mayores derechos civiles y políticos para las mujeres chilenas en general, y la protección de la maternidad
obrera para el creciente segmento de trabajadoras en el país.
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Sus principales dirigentes han sido reconocidas históricamente tanto por su calidad de feministas pioneras como
por sus trayectorias en el ámbito político e intelectual, destacando, entre otras, Elena Caffarena, Olga Poblete,
Marta Vergara y Graciela Mandujano.
Entre las particularidades más relevantes del MEMCH y de otras organizaciones feministas de la época, se
cuenta la capacidad que tuvo la organización para desarrollar un activismo provincial que permitió expandir sus
ideales y proyectos en una época de fuerte centralismo político.
La alta movilización femenina que el MEMCH expresó en la edición del periódico que la organización editaba,
La Mujer Nueva, junto con estimular campañas por derechos sociales y políticos igualitarios entre hombres y
mujeres, también concentró sus esfuerzos en denunciar las deterioradas condiciones en que vivían las familias
pobres urbanas, particularmente mujeres y niños, e impulsó un movimiento social en torno a demandas
pacifistas.
Su rechazo al fascismo como ideología política y la cercanía ideológica de sus integrantes a la izquierda chilena,
en particular al Partido Comunista, vinculó estrechamente al MEMCH y el Frente Popular. Dicha relación no
estuvo exenta de problemas. Con el fin de debilitar al movimiento, las críticas a un feminismo burgués que
postergaba la lucha por las reivindicaciones de la clase obrera y la difamación pública de la vida privada de
algunas memchistas se convirtieron en prácticas frecuentes. Aquellos ataques no lograron que las feministas
perdieran su independencia política y su capacidad crítica frente al poder gubernamental y los partidos
políticos. Sin embargo, el surgimiento de un fuerte anticomunismo en la alianza gubernamental después de
1947, que afectó a las memchistas más moderadas, tensó significativamente las relaciones entre ambos
conglomerados distanciando a las mujeres que ejercían doble militancia, el MEMCH y el Partido Comunista, de
las feministas no militantes. Luego de obtener un gran triunfo, el sufragio femenino universal en 1949, el
MEMCH sobrevivió a la persecución de sus militantes comunistas y al acoso estatal de sus actividades públicas.
En adelante, el MEMCH se involucró en campañas de protección a la infancia y de orden pacifista, hasta 1953,
año en que se anunció su disolución.

14. Luis Emilio Recabarren (1876-1924)


Sociabilidad popular y socialismo mancomunal
Durante la república parlamentaria de inicios del siglo XX, dominaba en Chile un sistema político caracterizado
por la enorme distancia de la sociedad civil con los representantes de la oligarquía. Las formas de comunicación
y difusión de la política eran instrumentales al acto de sufragar, prevaleciendo regularmente las prácticas
electorales fraudulentas como el cohecho.
Luis Emilio Recabarren defendió la necesidad de asentar una noción de actividad política más amplia, cuya base
eran los mismos trabajadores. Estos últimos, en su calidad de ciudadanos, eran la fuente de legitimidad del
poder político. La actividad política no se reducía a las votaciones, sino que implicaba un trabajo cotidiano y
horizontal de educación social. Aprovechando la sociabilidad y lugares de encuentro de los actores populares,
Recabarren impulsó los ideales socialistas. Las organizaciones obreras mancomunales favorecían reuniones
abiertas y comunes donde cabían tanto las discusiones políticas como artísticas. Recabarren privilegió así la
conversación abierta, incluso al aire libre, como las conferencias ofrecidas en plena Plaza Prat y Condell en
Iquique. También incursionó en lo que se ha llamado el teatro obrero, a través de escritura de piezas teatrales
como "Desdicha Obrera" y la obra dramática "La Redimida". Obras que sugieren el valor pedagógico que Luis
Emilio Recabarren asignaba a las representaciones teatrales. En 1925, de forma póstuma, la Federación de
Obreros de Chile publicó "Discursos y Poesía", una colección de escritos y de prosas de Recabarren para ser
compartidas en fiestas sociales.
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El socialismo mancomunal era un socialismo horizontal y territorializado, compuesto por una federación de
células dispersas en oficinas y faenas mineras e industriales. Un socialismo construido sobre la base de los lazos
sociales, asociativos y solidarios de las organizaciones obreras. Una forma de hacer política que tenía como base
la discusión horizontal, que cultivaba una "inteligencia popular" crítica de la riqueza obtenida por la burguesía,
en desmedro de la explotación de los trabajadores.
Uno de los legados de Luis Emilio Recabarren fue precisamente insistir en unir lo social y lo político.
Acostumbraba abrir las puertas de las instalaciones de los periódicos para que se reunieran las organizaciones
obreras. En la sede de El Grito Popular se estableció una "biblioteca sociológica" para que los trabajadores
consultaran libremente. En el mismo lugar frecuentaban mujeres y niños de varias mancomunales, además de
los obreros, para asistir a las conferencias dictada por miembros de las propias organizaciones.

Un partido de clase obrera e intelectuales


4. El Partido Comunista de Chile (1922-1990)
Bajo la influencia de la revolución rusa, en 1922 se creó el Partido Comunista de Chile. Su historia ha estado en el
vaivén de la integración política y la persecución, pasando entre sus filas numerosos intelectuales y hombres de
letras
En 1912 surge el Partido Obrero Socialista encabezado por Luis Emilio Recabarren, con el fin de organizar la
defensa y emancipación de los trabajadores de la dominación capitalista. Diez años más tarde, bajo el influjo de
la Revolución Rusa, cambió su nombre por el de Partido Comunista de Chile, estableciendo una estrecha y
duradera relación con el movimiento comunista internacional promovido y dirigido por la Unión Soviética.
En 1932 el Partido Comunista asumió un lugar en el sistema político democrático y representativo que
inauguraba el segundo gobierno de Arturo Alessandri. A fines de la década del treinta, participó en una alianza
política liderada por los radicales denominada Frente Popular, la que se mantuvo en el poder hasta 1952. Esta
alianza estaba en plena sintonía con la estrategia del comunismo internacional, concebida como una plataforma
interclasista que pretendía evitar el triunfo del fascismo en el mundo.
La alianza fue provechosa para el Partido Comunista chileno, pues en 1947 ya alcanzaba el 16,5% del electorado.
Asimismo, a pesar de definirse como un partido de clase netamente obrera, incorporó a sus filas gran cantidad
de profesionales e intelectuales; destacando personalidades como Pablo Neruda y Vicente Huidobro. Sin
embargo, la política internacional de la Guerra Fría llevó a una abrupta salida de los comunistas del gobierno de
González Videla, ante el giro de éste hacia una alianza con los partidos de derecha. Pronto el gobierno derivó
hacia una pública persecución de los comunistas, al dictarse, en 1948, la "Ley de defensa permanente de la
democracia", mejor conocida como la "Ley maldita".
Al comenzar la década del cincuenta, los comunistas volvieron al sistema político. Con el Partido Socialista
establecieron una alianza con un discurso popular, democrático y antiimperialista, que se expresó con fuerza en
las cuatro candidaturas de Salvador Allende, hasta obtener el triunfo de éste en 1970. Durante el gobierno de la
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Unidad Popular, el Partido Comunista puso todos sus esfuerzos en la consecución de su estrategia gradualista
para alcanzar el socialismo, la que fue derrotada por el golpe de Estado de 1973.
En los primeros años del régimen militar cientos de comunistas fueron muertos, detenidos desaparecidos,
encarcelados, torturados y exiliados; por lo que el partido se debatió entre la sobrevivencia, el exilio y la lucha
contra la dictadura. En la década del ochenta, el partido adoptó una política de rebelión popular para enfrentar
la dictadura de Pinochet; pero, en cambio, triunfó la estrategia de negociación impulsada por la Concertación de
Partidos por la Democracia a fin de reinstaurar el régimen democrático en el país. Al finalizar el siglo XX, su
marginación de la alianza de gobierno y el derrumbe de la Unión Soviética le restaron protagonismo y
electorado.

Gobernar es educar
5. El Frente Popular (1936-1941)
En un clima de acentuada ideologización de la actividad política y social, se formó amplio bloque de izquierdas
que llevó al candidato Pedro Aguirre Cerda a la presidencia de la república en 1938. La década del treinta se
caracterizó en el mundo entero por la extrema polarización ideológica de las sociedades. En Europa, los
movimientos políticos fascistas tenían cada día más adeptos, especialmente en Alemania e Italia. La Unión
Soviética emergía como única experiencia socialista y se convertía en referente para amplios grupos sociales.
Chile no fue una excepción en este clima de acentuada ideologización de la actividad política y social; en los
años veinte habían surgido movimientos sociales y políticos que cuestionaban la conducción oligárquica del país
y que habían madurado en un nuevo sistema de partidos políticos. Este sistema tenía como principal
característica el surgimiento de las opciones de izquierda revolucionaria en los partidos Comunista (1922) y
Socialista (1933), el desplazamiento del Partido Radical al centro del espectro político y la conformación de un
bloque de derecha compuesto por conservadores y liberales.
Inspirado en la estrategia de frentes populares que había llevado a coaliciones de centroizquierda al poder en
Francia en 1935 y España al año siguiente, el Partido Comunista propuso la creación de un amplio Frente que
reuniera a las fuerzas progresistas del país, para combatir a los partidos de derecha que sustentaban al gobierno
del Presidente Arturo Alessandri. En 1936 el Partido Radical aceptó integrarse al Frente Popular y dos años
después se unió el Partido Socialista. Se sumaron también los sindicatos obreros agrupados en la Central de
Trabajadores de Chile (CTCH), la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH) y el movimiento
mapuche organizado en el Frente Único Araucano, conformando un amplio bloque de izquierdas que proclamó
la candidatura del dirigente radical Pedro Aguirre Cerda. El Partido Radical se convirtió en el eje de la coalición
y le correspondió la organización del Frente Popular con vistas a las elecciones presidenciales de 1938. En ellas
Aguirre Cerda se enfrentó a Gustavo Ross, abanderado de los partidos de derecha, y a Carlos Ibáñez del Campo,
el ex-dictador que esta vez se presentó con el apoyo del Movimiento Nacional Socialista y otros partidos
pequeños. El candidato del Frente Popular presentó un programa de gobierno basado en el fomento estatal a la
industrialización, la protección de los trabajadores y la extensión de la cobertura educacional, con el lema
"Gobernar es educar".
El fracaso de un intento de golpe de Estado por parte de un grupo de jóvenes nacis, obligó a Carlos Ibáñez a
bajar su candidatura poco antes de las elecciones y apoyar públicamente la de Aguirre Cerda, que triunfó por
muy pocos votos sobre el candidato de derecha Gustavo Ross. Una vez en el gobierno, la coalición de
centroizquierda creó, en 1939, la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO), cuyo objetivo fue el
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fomento de la economía nacional en sus diversas áreas, mediante políticas públicas tendientes a fomentar la
producción industrial y la modernización del sector agrícola.
Pilar fundamental de esta estrategia de desarrollo fue una política arancelaria y cambiaria que incentivó la
sustitución de importaciones de bienes intermedios y manufacturados, fomentó la creación de líneas de crédito
de apoyo a la industria, la construcción de infraestructura y la instalación de industrias básicas, como la
generación de energía eléctrica, el refinado de combustibles derivados del petróleo y la producción de acero.
Asimismo, el gobierno del Frente Popular llevó a cabo un ambicioso programa educacional, que se expresó en la
construcción de más de 1.000 escuelas básicas y la apertura de 3.000 plazas para nuevos maestros.

Aunque el Frente Popular desapareció en 1941 -por discrepancias entre los partidos integrantes de la coalición-,
la política de alianzas entre los partidos de centro y de izquierda, así como las políticas industrializadoras, se
mantuvieron por casi toda la década de 1940. En este sentido, el Frente Popular fue una oportunidad única para
la integración y la estabilidad del sistema democrático. El Frente Popular no fue sólo una coalición política:
intelectuales, artistas y escritores chilenos como Gabriela Mistral y Pablo Neruda se compenetraron del clima
que vivía el país y el mundo, y adhirieron públicamente al Frente Popular y sus postulados. Entre los principales
movimientos culturales de la época destacaron la Generación literaria de 1938 y el colectivo poético surrealista
Mandrágora, a los que hay que sumar el contingente de artistas e intelectuales españoles que arribó a Chile en
1939, escapando de la guerra civil en su país.

El Estado y la industrialización nacional


6. Corporación de Fomento a la Producción (1939-1952)
La Corporación de Fomento a la Producción (CORFO) surge de la necesidad de impulsar la industrialización
nacional mediante la intervención del Estado, en una época en que imperó el proteccionismo económico a raíz
de la Gran Depresión de 1929.
Los orígenes de la Corporación de Fomento a la Producción, más conocida como CORFO, se encuentran en los
postulados y proyectos que intelectuales, ingenieros y gremios empresariales difundieron sobre la necesidad de
impulsar una industrialización nacional mediante una intervención del Estado, asi como también, en las
políticas económicas proteccionistas y de sustitución de importaciones que se implementaron, después de la
Gran Depresión de 1930.
Su fundación, en abril de 1939, estuvo relacionada con las iniciativas del gobierno de Pedro Aguirre Cerda para
socorrer a los damnificados del terremoto de Chillán y el fomento de la infraestructura productiva. Se crearon
dos corporaciones, una bajo el nombre de "Corporación de Reconstrucción y Auxilio" y otra denominada
"Corporación de Fomento a la Producción". Esta última, estaría encargada de elaborar y realizar un vasto plan
de fomento productivo, autorizándose para su financiamiento la contratación de empréstitos, un aumento
general de los impuestos, un impuesto adicional a las utilidades de las empresas del cobre y el empleo
transitorio de los fondos asignados al servicio de la deuda externa.
La Corporación se proponía "formular un plan general de fomento de la producción, destinado a elevar el nivel
de vida de la población"; sin embargo, su estrategia inicial estuvo en implementar los llamados "Planes de
Acción Inmediata" que reunían proyectos de fomento que ingenieros y gremios empresariales habían propuesto
por años en los ámbitos de la industria, electricidad, minería, comercio, transporte y agricultura.
El desarrollo de los planes de fomento se vieron dificultados durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente
en la obtención de créditos externos y transferencia de tecnología. Empero, el término del conflico bélico
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permitió a la CORFO la concreción de empresas estatales básicas para la industrialización: la Empresa Nacional
de Electricidad S.A. (1944), con un plan de electrificación nacional exitoso; la Compañía de Acero de Pacífico
S.A. (1946), una gran usina de acero en Huachipato; la Empresa Nacional de Petróleos S.A. (1950), prospección
petrolífera en Magallanes y abastecimiento de crudo nacional.
La obra de la Corporación de Fomento no sólo estuvo relacionada con sentar las bases de una industrialización,
sino que también con el desarrollo de la agricultura - Industria Azucarera Nacional S.A.-, el fomento pesquero y
turístico, la Fundición de Paipote para ayudar a la pequeña y mediana minería, entre otras realizaciones. Sin
lugar a dudas, la CORFO constituyó una experiencia exitosa de intervención estatal en el fomento de la
industrialización de Chile.
De las leyes laborales al Código del trabajo
7. Orígenes de la legislación laboral en Chile (1924-1931)
Desde fines del siglo XIX el desarrollo del capitalismo en Chile transformó profundamente el mundo del trabajo.
Surgió un proletariado vinculado a la actividad minera, la incipiente industrialización y las actividades urbanas
propias del crecimiento de las ciudades y puertos. Al mismo tiempo, el crecimiento del aparato estatal y las
actividades urbanas permitieron la expansión de las labores de "cuello y corbata", como se denominaba a los
empleados, cuya diferencia con los obreros residía en el predominio en sus labores del esfuerzo intelectual sobre
el físico.
Estas transformaciones del mundo laboral estuvieron marcadas por permanentes conflictos que dieron lugar a
sostenidos movimientos sociales. Poco a poco, los trabajadores fueron logrando una legislación social que
permitió mejorar sus paupérrimas condiciones de trabajo. Es así como, desde 1907 en adelante, lentamente se va
promulgando una legislación social: el descanso dominical, los días feriados, la silla para empleados y obreros
del comercio, salas cunas en los establecimientos industriales. Sin embargo, las demandas de los trabajadores
apuntaban a una completa legislación que regulara claramente el contrato de trabajo, los protegiera en caso de
enfermedades o accidentes laborales, permitiera la organización sindical y la huelga legal con sus respectivos
mecanismos de solución del conflicto.
Al comenzar la década de 1920, la candidatura de Arturo Alessandri Palma alentó las esperanzas de los
trabajadores al manifestarse, en su campaña, a favor de promulgar una legislación social que armonizara las
relaciones entre el capital y el trabajo como estaba sucediendo en Europa y Estados Unidos. Sin embargo,
durante su gobierno los parlamentarios se mostraron más preocupados de legislar una ley que aumentaba su
dieta parlamentaria que las leyes laborales. La situación resultó intolerable para la oficialidad del Ejército, la cual
se manifestó con fuerza en el Parlamento el 8 de septiembre de 1924, exigiendo la aprobación de dieciseis leyes,
entre ellas importantes leyes laborales.
Después de los convulsionados sucesos políticos que llevaron al poder al general Carlos Ibáñez del Campo en
1927, comenzó la aplicación de la nueva legislación laboral. La gran diversidad de leyes laborales, reglamentos y
decretos relacionados con su aplicación, hizo necesaria la dictación de un solo cuerpo legal para facilitar su
estudio, divulgación y aplicación. Es así como, el 6 de febrero de 1931, fue aprobado en el Congreso Nacional el
Código del Trabajo refundiendo en un solo texto catorce leyes y decretos leyes relacionados con el mundo del
trabajo.
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Protección social, inclusión política y expansión del gasto fiscal


8. El Estado de Bienestar Social (1924-1973)
Entre 1920 y 1970, con un nuevo escenario social y bajo la tendencia mundial, el Estado expandió su influencia
sobre las condiciones de vida de la población chilena, a través de nuevas instituciones sociales y el aumento del
gasto público.
Una de las transformaciones más significativas experimentadas por la sociedad chilena entre 1924 y 1973, fue el
proceso de expansión de la influencia del Estado sobre las condiciones de vida de la población.
A partir del diagnóstico de los graves problemas representados por la cuestión social y la ausencia de garantías
para el desenvolvimiento vital de los grupos más pobres de la sociedad, se inició, desde la década de 1920, el
diseño e implementación de una serie de instituciones que buscaron cubrir las necesidades sanitarias,
educativas, de vivienda y protección social de las clases trabajadoras de Chile. Este aumento de facultades del
Estado se tradujo tanto en una expansión del gasto social, como en la articulación de organismos
gubernamentales que darían origen al Estado de Bienestar.
A las mutuales y organizaciones de socorro mutuo, y a la legislación social promulgada entre inicios del siglo XX
y el gobierno de Arturo Alessandri Palma, se sumaran a partir del primer gobierno de Carlos Ibáñez del Campo,
una serie de instituciones que buscaban responder de modo específico a las necesidades de protección social de
los habitantes más pobres del país. De esa forma, en 1927, se constituyó el Ministerio de Bienestar Social, que
tenía dentro de sus atribuciones el desarrollo de medidas de higiene, educación, protección del trabajo y
previsión social. Ésta última se vio reforzada con la creación de instituciones como la Caja del Seguro Obrero
Obligatorio y la Caja de Previsión de Empleados Particulares.
Sin embargo, la gran crisis mundial de 1929 detuvo muchas de estas iniciativas, las cuales sólo quedaron
reflejadas en el diseño institucional, sin financiamiento ni personal capacitado para llevarlas a cabo.
Así, el conjunto de desafíos de asistencia social quedaron pendientes hasta la década de 1940, período en el que
los distintos gobiernos se concentraron en la expansión de la cobertura de las distintas áreas del bienestar social,
ampliando, en particular desde 1960, los servicios de educación, salud, previsión y vivienda de forma sustantiva.
Ejemplos de lo anterior son la organización del Servicio Nacional de Salud (SNS) en 1952, la Junta Nacional de
Auxilio Escolar y Becas (JUNAEB) en 1964 y la creación del Ministerio de la Vivienda y Urbanismo en 1965.
En los treinta años comprendidos entre 1940 y 1970, el común de los habitantes de Chile pudo acceder a una
mejor salud y previsión, una mayor cobertura educacional y planes de vivienda, todo acompañado de un
marcado descenso de la mortalidad infantil. Sin embargo, el crecimiento de la población -que pasó de cuatro
millones de habitantes a nueve millones entre 1940 y 1973-, el acelerado proceso de migración campo-ciudad y
las dificultades económicas del período, en particular, la inflación y la insuficiencia de los ingresos estatales, se
tradujeron en que una parte, no menor, de los chilenos se mantuvieran como sectores excluidos de los beneficios
del Estado. Esta situación se vio agravada a partir de 1973 y la implantación del régimen militar, lo que causó
cambios radicales en la orientación de las políticas sociales y puso fin al Estado de Bienestar.

Arturo Alessandri Palma (1868-1950)


9. Primer gobierno de Alessandri
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En la elección presidencial de 1920, que se llevó a cabo en un ambiente de excitación pública, se expresaron los
anhelos de cambio de la sociedad chilena con el triunfo del candidato de la Alianza Liberal, Arturo Alessandri
Palma. Su programa progresista, apoyado por los sectores medios y populares, proponía en sus puntos más
significativos, la libertad electoral entendida como el fin del cohecho, la estabilización de la moneda, el arreglo
de los conflictos internacionales pendientes, el fomento de la industria y de las obras públicas, la protección de
los trabajadores y diversas propuestas de legislación social. Las tareas del nuevo mandatario eran enormes: por
un parte debía ejecutar medidas para reactivar la economía y, por otra, responder a las expectativas de los
sectores medios y populares que reclamaban medidas de protección social y laboral.
La administración entrante adoptó medidas que lograron una reactivación temporal de la industria salitrera. En
cuanto a los déficits fiscales generados por la drástica caída de los ingresos, el gobierno recurrió a créditos
externos y "emisiones de emergencia" que provocaron una caída del tipo de cambio y un aumento de la
inflación. Sin embargo, los proyectos de legislación social y laboral no avanzaron en el Congreso Nacional,
provocando la frustración de muchos chilenos, que veían además agravada su situación económica por la
inflación imperante. Las reformas propuestas encontraron resistencia en la mayoría opositora en el Senado y
cuando la Alianza Liberal obtuvo el control de ambas cámaras en 1924, fueron las propias fuerzas gobiernistas
que las mantuvieron empantanadas en discusiones y tramitaciones parlamentarias, hasta que el descontento
hizo crisis el 4 de septiembre de 1924, cuando un movimiento militar tomó el poder del país.
Del ruido de sables a la escoba
10. Carlos Ibáñez del Campo (1877-1960)
Carlos Ibáñez del Campo fue Presidente de la República en 1927-1931 y en 1952-1958. En ambos períodos debió
enfrentar la crisis política que terminó con el gobierno de Alessandri, la depresión económica mundial, la
inflación y un creciente descontento social.
Hombre enigmático y de pocas palabras, Carlos Ibáñez del Campo ocupó un lugar destacado en la política
chilena por casi cuarenta años. Fue artífice de los movimientos militares que terminaron con la república
parlamentaria y dieron comienzo a una nueva época, caracterizada por el fortalecimiento del papel del Estado
en la sociedad y la emergencia de las capas medias. También ejerció una permanente influencia en la política
chilena, en las décadas posteriores, ya fuera como eterno candidato a la presidencia o, en algunas ocasiones,
como canalizador de aspiraciones políticas de la población.
El coronel Carlos Ibáñez entró en la escena política nacional el año 1924 liderando a un grupo de oficiales que,
desde las galerías del Senado, expresaron su molestia contra el Parlamento. Este movimiento se denominó
"ruido de sables" debido al estruendo que produjeron los oficiales con sus armas. Fue la primera incursión de los
militares en la política en casi cien años y consiguieron que los parlamentarios aprobaran en pocos días las leyes
sociales que habían sido permanentemente aplazadas por el presidente Arturo Alessandri, al llegar al poder en
1920.

Luego de la renuncia del presidente Arturo Alessandri, el entonces coronel Ibáñez ocupó el puesto clave de
Ministro de Guerra en los gobiernos de transición que se sucedieron. Durante el breve gobierno de Emiliano
Figueroa, que fue elegido en 1925 tras la segunda renuncia de Alessandri, Ibáñez se convirtió en el verdadero
poder tras las sombras. En 1927, Figueroa renunció e Ibáñez arrasó en las elecciones de ese mismo año, con más
del 98% de los votos. Una vez en el poder, introdujo un estilo claramente autoritario, reprimió a la oposición
estableciendo censuras a la prensa y sometiendo al movimiento sindical al control del Estado. Sin embargo, su
gobierno gozó de gran aceptación por parte de la población, en un país que experimentaba un auge económico
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producto del alza de los precios del salitre, la instalación de la gran minería del cobre en el país y la afluencia de
créditos blandos.
El gobierno de Ibáñez se caracterizó por su frenética actividad, que lo llevó a realizar un programa de obras
públicas nunca antes visto, el fomento estatal a la producción a través de apoyo crediticio y aranceles
proteccionistas y un vasto plan de reformas institucionales. Se racionalizó la administración pública y se crearon
importantes instituciones como la Contraloría General de la República, Carabineros de Chile (1927) y la Fuerza
Aérea de Chile (1929). Sin embargo, el alto nivel de endeudamiento público y la errada política monetaria del
gobierno frente a la gran crisis mundial de 1929, hicieron inmanejable la política económica y llevaron a un
colapso fiscal, productivo y financiero. En 1931, el apoyo al gobierno era nulo; las multitudes descontentas
salieron a las calles y los estudiantes universitarios junto con los profesionales iniciaron una gran huelga. El
movimiento se hizo incontrolable y el presidente Ibáñez se vio obligado a renunciar. Tras un breve intervalo
constitucional, no tardaron en volver los militares al poder; esta vez con la bandera de la revolución socialista.
Ibáñez, tras volver del exilio en 1937 se presentó a las elecciones presidenciales del año siguiente con el apoyo
del movimiento nacionalsocialista. Sin embargo debió renunciar tras un fracasado golpe de Estado que intentó
un grupo de jóvenes nazistas y la subsiguiente matanza del Seguro Obrero, en la que la policía asesinó a los
golpistas que ya se habían rendido. Aunque Ibáñez acabó por apoyar a Pedro Aguirre Cerda, el candidato del
Frente Popular, en la siguiente elección presidencial de 1942 se presentó apoyado por la derecha contra la
coalición de centroizquierda, que venció con su candidato Juan Antonio Ríos. Hueso duro de roer, Ibáñez volvió
a la política, esta vez como senador en 1949 por el partido Agrario Laborista, preparándose para la siguiente
elección presidencial.
En 1952 arrasó en las elecciones, con la promesa de "barrer" con los políticos. Sin embargo, una vez en el
gobierno mostró una conducción errática, que lo llevó a forjar las alianzas políticas más diversas y a enfrentar
una agitación social cada vez más fuerte frente a los problemas económicos. La inflación iba en aumento y el
plan de ajuste fiscal que aprobó a mediados de su mandato activó más todavía la oposición de obreros y
estudiantes. Sin embargo, lo más significativo de su segundo gobierno fue la apertura política a que condujo la
elección de 1952 -en la que por primera vez muchos votantes tradicionales de la derecha se inclinaron por otro
candidato- y las reformas electorales de fines de su mandato -que ampliaron el universo electoral y eliminaron el
fraude- abriendo el paso para el crecimiento de los partidos de izquierda en el país.

Carlos Ibáñez del Campo (1877-1960)


11. Auge económico
El primer gobierno de Ibáñez se caracterizó por una gran prosperidad económica, hasta mediados de 1930. El
repunte de los precios del salitre, la instalación de la gran minería del cobre del cobre en el norte del país y el
buen manejo de las finanzas públicas y la afluencia de créditos desde el sistema financiero internacional,
permitieron al gobierno realizar una gran cantidad de obras públicas. El gasto fiscal aumentó considerablemente
y ayudó a financiar carreteras, aeropuertos, prisiones, obras portuarias, ferrocarriles y otro tipo de obras
públicas. En el ámbito financiero, se crearon dos bancos de fomento: la caja de Crédito Agrario y la Caja de
Crédito Minero, concebidos para beneficiar a los pequeños agricultores y a operaciones mineras de escala menor
o media. El nuevo Instituto de Crédito Industrial, que extendía créditos al sector manufacturero con fondos del
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gobierno, se combinó con un aumento de las tarifas de importación de los productos que competían con la
producción nacional, así como la rebaja arancelaria de maquinarias y materias primas necesarias para la
industria. Todo ello hizo aumentar velozmente la producción y el país entró en un período de bonanza
económica.
En el aspecto institucional, el gobierno de Ibáñez introdujo importantes reformas. La administración pública fue
racionalizada y se creó la Contraloría General de la República (1927), ente fiscalizador de la burocracia estatal y
de la constitucionalidad de las medidas tomadas por el gobierno. Asimismo, Ibáñez creó el Cuerpo de
Carabineros de chile, que reunió las distintas policías urbanas con el Regimiento de Carabineros que se había
creado en 1906. Las Fuerzas Armadas fueron modernizadas y se creó la Fuerza Aérea de Chile.
El trasfondo de la prosperidad general que alcanzó el país entre 1927 y 1930, fue el enorme aumento de la deuda
externa y la mantención de un tipo de cambio basado en el patrón oro que hicieron que la economía no
soportara la crisis económica internacional que comenzó en 1929. Dos años después, las exportaciones habían
disminuido en un 64%, la producción salitrera se derrumbó definitivamente ante la caída global de los precios, el
déficit fiscal se volvió completamente inmanejable, las reservas de oro se redujeron a su mínima expresión y
todas las maniobras del gobierno para sortear la crisis se volvieron inútiles. De hecho, el país fue el más afectado
de toda América Latina por la gran crisis económica mundial, y en julio de 1931 Ibáñez renunció ante la presión
de gran parte del país y tomó el rumbo del exilio.
12. Pedro Aguirre Cerda (1879-1941)
El gobierno de Pedro Aguirre Cerda (1938-1941) fue el primero de tres administraciones sucesivas encabezadas
por el Partido Radical. De estos, el suyo fue el único en permanecer en la memoria popular del siglo XX, al
liderar el Frente Popular y llevar a cabo un gobierno que promovió la industrialización y la educación al servicio
de los intereses populares.
Hijo de agricultores, nació el 6 de febrero de 1879 en Pocuro, cerca de Los Andes y quedó huérfano de padre a
los ocho años. Para financiar sus estudios universitarios ejerció la docencia en varios liceos, mientras impartía
clases en forma gratuita en escuelas nocturnas para obreros. Así, superando la modestia de sus recursos y con un
gran esfuerzo, logró titularse como profesor de castellano y filosofía en la Universidad de Chile en 1900 y de
abogado de la misma casa de estudios, cuatro años más tarde. Una vez recibido, fue profesor de Educación
Cívica, Castellano y Filosofía en la Escuela de Suboficiales del Ejército, en el Liceo Barros Borgoño y en el
Instituto Nacional.
Por esos años ingresó al Partido Radical y más tarde (en 1906) a la masonería. En 1910, continuó sus estudios
superiores en derecho y economía en Francia y de regreso a Chile, inició una exitosa carrera política que culminó
el 24 de diciembre de 1938, cuando asumió como Presidente de la República, apoyado por el Frente Popular.

Antes de cumplir un año de gobierno debió enfrentar el terremoto de Chillán y el llamado "Ariostazo". Durante
su mandato, impulsó un fuerte proceso de industrialización, para lo que fundó la Corporación de Fomento a la
Producción como parte de un ambicioso plan de desarrollo económico que contemplaba la construcción de
plantas eléctricas y siderúrgicas, la explotación de petróleo, el apoyo a la industria manufacturera y la
mecanización de la agricultura. Referente a este último tema, no obstante haber propuesto en su libro El
Problema Agrario (1929) que el Estado debía redistribuir las tierras improductivas y que su propio programa de
gobierno contemplaba la reforma agraria, la que nunca llegó a efectuarse en estos años.
En concordancia con su lema de campaña "gobernar es educar", otro eje fundamental de su administración fue la
expansión de la instrucción primaria, con la construcción de más de 500 escuelas y casi sextuplicando el número
de alumnos matriculados.
Su gobierno también se destacó por desarrollar una activa política cultural. En 1939 promovió el otorgamiento
del Premio Nobel de Literatura a Gabriela Mistral, con quien lo unía una estrecha amistad, aunque ésta recién lo
obtuvo en 1945. También ordenó elaborar un proyecto de ley para crear el Premio Nacional de Literatura que
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finalmente fue promulgado en 1942. En los sectores populares creó espacios orientados a la ocupación del
tiempo libre de hombres, mujeres y niños.
En el campo internacional, tras la derrota del bando republicano en la guerra civil española, gestionó el traslado
al país de numerosos refugiados españoles en el carguero Winnipeg y más tarde recibió a refugiados judíos que
huían de los territorios ocupados por la Alemania Nazi. Por otra parte, luego de la reclamación hecha por
Noruega sobre territorio antártico, el gobierno de Aguirre Cerda declaró oficialmente en 1940, su intención de
incorporar a la vida nacional el territorio sobre el cual reclamaba soberanía, estableciendo los límites de la
Antártica Chilena.
Durante su mandato, la revista Topaze lo convirtió por en "Don Tinto", debido a las viñas que poseía y su
eslogan "gobernar es educar" fue modificado en "gobernar es viajar", debido a sus constantes salidas al exterior.
Después de su muerte, la figura del presidente se consolidó en el imaginario popular a través de su viuda
Juanita Aguirre Luco, quien siguió desplegando una activa función social que ayudó a realzar su propia figura y
la de su esposo, como exponentes de una política popular puesta al servicio de los más desposeídos.

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