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Mediante esta exposición tenemos el objetivo de hacer entender a nuestros compañeros la

importancia que tuvo Juan Rulfo en la literatura latinoamericana, así como su influencia en
la narrativa, por su estilo novedoso evidenciado en sus únicas novelas.

La narrativa latinoamericana es el conjunto de obras de este género escritas por autores


latinoamericanos; este movimiento literario que surgió en América a fines del siglo XIX,
con su maestro y más alto exponente, el nicaragüense Rubén Darío, tuvo entre sus
características, el ser esencialmente poético, siempre en la búsqueda de la belleza, el
enaltecimiento de la palabra y la expresión del sentimiento en toda su sonoridad, las
imágenes del color, los elementos exóticos y la técnica esteticista en todo su esplendor.

Según palabras del profesor Jorge Dos Santos, la narrativa latinoamericana del siglo XX
intenta redescubrir la identidad del “ser americano” porque el hombre que habita este
continente ha sentido siempre una sensación de destierro así como la sensación de habitar
un espacio que no tiene historia ni tradiciones y al mismo tiempo, es atormentado por un
Paraíso Perdido: el Viejo Continente. Al margen de las decisiones mágicas de la Historia, el
hombre latinoamericano se ha sentido vaciado en todo sentido, los conquistadores
destruyeron la cultura precolombina dejándolo huérfano de las tradiciones telúricas pero
también ha quedado huérfano de Europa que al saquear todo lo que encontró en América le
da la espalda. Se constata un doble sentimiento de orfandad. Este aspecto hace que el sentir
latinoamericano no reconozca ni su espacio, ni su identidad y que no tenga voz propia. Es
con la narrativa del siglo XX que los escritores se empiezan a preocupar por llenar el vacío
y la orfandad a través de la recuperación de la identidad al asumir el espacio en que se vive
y utilizar la palabra como instrumento fundamental para la construcción de la identidad
latinoamericana. Esto hace que surjan intentos de luchar contra esta falta de identidad,
como a través del Regionalismo en la década del 10, el cual se caracterizó por la búsqueda
de la identidad en la tierra y en el hombre rural en su relación con la naturaleza. Los autores
más representativos son Rómulo Gallegos, Ricardo Güiraldes y Ciro Alegría. Los
regionalistas tienen una visión de la naturaleza como algo abrumadora que parece no estar
hecha a la escala humana y al mismo tiempo, el hombre en pugna con ella. Esto se plantea
en las primeras décadas del siglo XX: la naturaleza es algo devorador, ejemplo de lo
mencionado es “Doña Bárbara” de Gallegos. Tanto en “Doña Bárbara” como en “La
vorágine”, los hombres son de ciudad, son individuos que vienen cargados de una
mentalidad europeizada. Y esto dificulta encontrar la raíz de la identidad de América, cosa
que el denominado “boom” encontrará. Los regionalistas pecan de ingenuidad, buscan con
su novela hacer un documento de la realidad, pero esta realidad es observada desde “afuera”
y no desde “adentro” como lo harán los escritores de la segunda mitad del siglo. Otro
aspecto es que la novela regionalista a veces se vuelve exacerbada y esto va en desmedro de
lo universal. El paso de lo regional a lo universal se dará después a través de un nuevo
lenguaje y un cambio en la mirada hacia la realidad con escritores como Jorge Luis Borges,
Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, y el autor objeto de esta
investigación, Juan Rulfo.

El denominado “boom” es de los 60 pero surge una nueva narrativa aisladamente en los
años 40. Las bases del nuevo enfoque, están por lo tanto, en la década del 40, en distintos
lugares de Latinoamérica. Por los 40 se está trabajando en ambos lados en un nuevo tipo de
novela que se apartan del realismo de la primera mitad del siglo XX. Ciro Alegría con “El
mundo es ancho y ajeno” plantea ya la coronación del regionalismo.

Hay en la literatura latinoamericana contemporánea una peculiar estirpe de creadores, un


grupo de escritores que han sabido poner en pie un universo propio, característico, cerrado,
inventando lugares fabulosos, ciudades que sirven de repetido paisaje para las historias que
brotan de sus experiencias, de su mundo y de su imaginación. Paradigmático es, a este
respecto, el caso de Macondo, el marco que el colombiano Gabriel García Márquez levantó
para que los Buendía trenzaran su aprendizaje de la soledad; y no puede tampoco olvidarse
la Santa María del uruguayo Juan Carlos Onetti.

Situados en una geografía reconocible y al mismo tiempo anónima, ambos lugares pueblan
la difusa frontera que separa lo real de lo fantástico, un lugar que ocupa, también, la
infernal Comala de Juan Rulfo, otro ejemplo de universo personal, levantado por el escritor
para albergar a sus particulares criaturas. Macondo, Santamaría y Comala, lugares
coherentes, reconocibles por sus rasgos peculiares y tan distintos entre sí, como lo son sus
respectivos autores, tienen algo en común: son el espejo donde se reflejan características y
ambientes que el escritor conoce muy bien.
Juan Rulfo nace en Sayula en 1918. Crece en el pequeño pueblo de San Gabriel, villa rural
dominada por la superstición y el culto a los muertos, y sufrió allí las duras consecuencias
de las luchas cristeras en su familia más cercana –su padre fue asesinado-. Esos primeros
años de su vida habrían de conformar en parte el universo desolado que Rulfo recrea en su
breve pero brillante obra. En 1934 llegó a la Ciudad de México, él tenía quince años. Estudió
Derecho en la universidad y comenzó a escribir, aunque no a publicar, a finales de los años treinta.
Sus primeros relatos aparecieron en revistas en los años cuarenta, y en 1953 vio la luz una
colección de cuentos. Se tituló El llano en llamas. Dos años después apareció Pedro Páramo a la
que se considera una de las mejores obras de la literatura iberoamericana contemporánea.
Muere en la ciudad de México en 1986.

La obra rulfoniana se inserta dentro del denominado “boom” de la narrativa


latinoamericana que reacciona en la segunda mitad del siglo XX –si bien tiene sus
antecedentes ya en la década del 40- a la perspectiva regionalista de la primera mitad del
siglo. Lo central es la visión pesimista y desencantada que los personajes tienen de la
realidad. Rulfo no pretendió mostrar, como en el realismo mágico, sucesos extraños o
improbables, sino la realidad de los pueblos de México.

Cuando apareció El llano en llamas, algunos críticos situaron a Rulfo, apresuradamente,


como un escritor regionalista más. Sin embargo, sólo hizo falta esperar dos años para que,
con la aparición de Pedro Páramo, se dieran cuenta de su error. El mundo fantasmal de la
novela, la ruptura de las fronteras entre la vida y la muerte, mostraban a un escritor que
había superado los cauces realistas y tradicionales de la novelística anterior e inauguraba la
nueva narrativa mexicana. La producción de Juan Rulfo se reduce a esos dos libros, que
forman sin embargo uno de los conjuntos más singulares de la narrativa latinoamericana.
Temáticamente, ambas obras tienen un entronque regionalista, pero no incurren en un
pintoresquismo local, sino que restituyen en su esencia la vida dura y marginal de la
provincia. Por otra parte, el autor muestra una original asimilación de las técnicas de la
moderna narrativa europea y norteamericana.
Pedro Páramo es un libro legendario de un escritor que, en vida, también se convirtió en
leyenda. Rulfo nació en 1917, en un pueblo del estado de Jalisco; llegó a la Ciudad de
México cuando tenía quince años, estudió Derecho en la universidad y comenzó a escribir,
aunque no a publicar, a finales de los años treinta. Sus primeros relatos aparecieron en
revistas en los años cuarenta, y en 1953 vio la luz una colección de cuentos. Se tituló El
llano en llamas. Dos años después apareció Pedro Páramo. Los dos libros establecieron la
originalidad y autoridad de una voz sin precedente en la literatura mexicana.

El llano en llamas
Los diecisiete cuentos que componen la colección El llano en llamas, de 1953, se centran
en la miseria y la soledad del campo de Jalisco y, mediante una magistral recreación del
habla campesina, revive en sus historias las relaciones entre los hombres y las de éstos y la
tierra. Las narraciones de El llano en llamas giran todas, en efecto, en torno a la vida de los
campesinos mexicanos; son cuentos breves, de extraordinaria y fecunda concisión, en cuyas
escenas de intenso dramatismo palpita el hálito poético del autor plasmado en imágenes de
brillante sensibilidad y en un estilo que reelabora y recrea el habla popular mexicana.

Pero, pese a esta última característica, que podría haber convertido a Rulfo en un escritor
regionalista o costumbrista, la persistencia de sus temas esenciales, la obsesiva presencia de
la soledad y la violencia, la confrontación con la muerte, el amor y el desamor, los secretos
entresijos de la vida y de los hombres o los enigmas que pueblan las calles de Comala son
una fulgurante parábola de lo humano, que trasciende el marco del nacionalismo.

En uno de los cuentos, titulado El hombre, se entrelazan distintas líneas temporales, de


modo que un hombre que había acosado a otro hasta darle muerte y acabar también con su
familia, se convierte luego en un ser perseguido y, dialogando con un invisible vengador, se
contempla simultáneamente como víctima y verdugo. Hay en la narración un tono de
pesadilla porque, como en esos sueños en los que intentamos correr sin conseguirlo, el
hombre huye pero no logra nunca escapar. Siempre se ve obligado a volver atrás como si el
horizonte le estuviera cerrado, como si no existiera más allá y el mundo fuera un lugar
cerrado, donde la culpa adquiere el peso de un destino ineludible. Como él, los personajes
de Rulfo nunca se liberan y su angustia los lanza a largos monólogos en los que el lector se
ve abocado a adoptar el papel de confidente, de confesor que recoge las postreras palabras
del condenado. En Talpa, otra de las narraciones incluidas en El llano en llamas, una pareja
de adúlteros deja morir al marido mientras hacen el amor, y la figura del muerto se
interpondrá luego constantemente entre ellos. La fría violencia presente en muchos de los
relatos da fuerza y vigor a la narración, que unas veces tiene un toque de crueldad y otras
de ácido sarcasmo

Pedro Páramo
Publicada en 1955, Pedro Páramo recrea, en el espacio ficticio de Comala, la miseria y la
soledad del mundo campesino de la infancia del autor, donde la degradación moral y física
arrastra a la gente a la desesperanza y a la desorientación. El narrador y protagonista, Juan
Preciado, cuenta cómo por encargo de su madre moribunda fue en busca de su padre, el
cacique Pedro Páramo, a quien no conoce, y que ha llevado a Comala a la destrucción por
su convulsa pasión por Susana San Juan.

Su influencia


Dice Susan Sontag, una escritora norteamericana en el prólogo de la traducción al inglés
de Pedro Páramo, que la novela de Rulfo no es sólo una de las obras maestras de la
literatura universal en el siglo XX, sino uno de los libros más influyentes del siglo; en
efecto, sería difícil exagerar su influencia en la literatura en castellano durante los últimos
cuarenta años. Pedro Páramo es un clásico en el sentido más cabal del término. En
retrospectiva, parece un libro que tenía que haber sido escrito. Ha influido profundamente
en la producción de la literatura y continúa resonando en otros libros. Rulfo, prosigue Susan,
fue una suerte de hombre invisible que se ganaba la vida con medios completamente ajenos
a la literatura (durante años fue vendedor de neumáticos), que se casó y tuvo hijos y que
pasó casi todas las noches de su vida leyendo (“viajó en los libros”) y escuchando música.
También fue enormemente célebre y venerado por sus colegas. Es raro que un escritor
publique sus primeros libros cuando ya media los cuarenta años, y más raro aún que esos
primeros libros sean reconocidos de inmediato como obras maestras. Y es más raro todavía
que tal escritor nunca publique otro.
La influencia de Rulfo en la narrativa, y en general, en la literatura latinoamericana,
aparece ya en las obras de muchos de los escritores latinoamericanos que protagonizaron el
"boom" literario durante la segunda mitad del siglo veinte.

Pocas veces dos obras tan sucintas (Juan Rulfo comentó en varias ocasiones que fueron un
ejercicio de reducción literaria al mínimo indispensable) han influido con tanta fuerza a una
generación tan talentosa de escritores. Muchos de sus textos han sido base de producciones
cinematográficas.

Fue un personaje importante en la llamada “Generación del 52″, que fueron cambios
políticos, económicos, sociales y culturales en México, que rompen definitivamente con
las viejas conductas que trajo la época revolucionaria.
Sus obras muestran una mezcla de realidad y ficción, creando personajes típicos
mexicanos en donde mostró los problemas sociales combinados con la fantasía.

Escritores reconocidos como Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes se consideraban


admiradores de su prosa, valor incalculable para la literatura latinoaméricana de siglo XX y
XXI.

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