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Natalia Taccetta∗
RESUMEN
Partiendo de la co-implicación entre arte y política en el planteo de
Giorgio Agamben, se intentará abordar el vínculo entre cine y política
en algunas de las experiencias cinematográficas de Guy Debord
(1931-1994), a fin de problematizar la noción de espectáculo y los
modos de representación convencionalizados. Si bien Agamben no
propone que sea una nueva poiesis del hombre, la noción de “gesto”
parece abrir una esfera posible para el hacer del hombre a partir de lo
que podrían denominarse los gesto-imagenes debordianos.
Descriptores: Guy Debord– relación arte/política– Giorgio
Agamben– gesto-imagen– representación cinematográfica
∗
Profesora de Filosofía, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires. Becaria doctoral
CONICET, con sede de trabajo en el Instituto de Investigaciones Gino Germani, FCS-UBA. E-mail:
ntaccetta@gmail.com
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1
DE LA DURANTAYE, L., Giorgio Agamben. A Critical Introduction, Stanford University Press, Stanford,
California, 2009, pp. 26 y ss.
2
AGAMBEN, G., El hombre sin contenido, Ediciones Áltera, Barcelona, 2005, p. 12.
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los oyentes, esto es, copiar las emociones y provocar emociones copiadas.3 El mundo
griego tenía, evidentemente, una idea muy precisa del influjo moral del arte, muy
alejado del desinterés y la fruición estética; “El poder del arte sobre el ánimo le parecía
tan grande que pensaba que, por sí solo, habría podido destruir el fundamento mismo de
su ciudad; y, sin embargo, si se veía obligado a expulsarlo, lo hacía con pesar ‘porque
somos conscientes de la fascinación que ella ejerce sobre nosotros’”4.
Según Agamben, a medida que se desarrolla la idea de espectador se insinúa el
concepto de “arte” para incluirlo en el toposuranos de la esteticidad. Desde el punto de
vista del artista, en cambio, se asiste a un proceso opuesto: para el artista, sostiene el
autor, el arte es una experiencia inquietante que lo coloca frente a la vida y la muerte,
que lo obliga a un riesgo: “A la creciente inocencia del espectador frente al objeto bello,
se opone la creciente peligrosidad de la experiencia del artista, para el que la promesse
de bonheur del arte se convierte en el veneno que contamina y destruye su existencia”5.
Según Agamben, el ingreso del arte en la dimensión estética y su comprensión de la
aisthesis del espectador, no es un fenómeno ni natural ni inocente; por el contrario, para
situar el problema del arte contemporáneo y sus especificidades, le parece urgente una
destrucción de la estética que permita cuestionar su propio sentido, tal vez porque hace
falta esa sensación abismal para resituar el carácter original de la obra de arte y
comprender el proyecto estético occidental.
Asumiendo la inescindibilidad de arte y política, Agamben dedica gran parte de sus
primeros escritos a pensar este vínculo desde perspectivas diversas. No afirma,
estrictamente, la posibilidad de una nueva poiesis del hombre, pero sí deja abierta una
posibilidad para el “hacer” humano, que, en trabajos posteriores, denomina “gesto”. Allí
cree vislumbrar alguna posibilidad de un terreno posible para el hombre, que asuma la
co-implicación entre arte y política. Partiendo de estas premisas, en las páginas que
3
Lo que está detrás de esta conminación platónica es, evidentemente, una conexión intrínseca entre
lenguaje y poder y, aún más, entre lenguaje y violencia, dado que la violencia de la obturación de la
racionalidad se filtra en la capacidad imitativa de la poesía. Por eso los géneros de la poesía debían ser
vigilados por los guardianes del Estado.
4
AGAMBEN, op. cit., p. 15. La referencia de República, 607c. La poesía debe ser limitada rigurosamente o
desterrada de la polis que piensa Platón por dos motivos. Por un lado, la poesía se convierte en el
adversario de la filosofía, el “peligro de los fundamentos mismos de su Logos” (CACCIARI, M., “El hacer
del canto”, en El dios que baila, Paidós, Buenos Aires, 2000, p.14) y evidencia con su existencia lo
inalcanzable del fin de la filosofía para Platón. El conflicto abreva en una antigua oposición entre filosofía
y poesía (oposición que se encuentra en República, X, 607b), relacionada con que la poesía no acepta la
“supervisión” de la filosofía, y que el Logos no puede “sujetarla” o educarla. Por otro lado, no es sólo por
su naturaleza mimética que la poesía ha de ser rechazada –en última instancia, todas las cosas proceden
de mímesis en la economía platónica―. “Es la esencia de esta poiesis lo que debe ser desterrado”
(CACCIARI, Ibíd., p. 21). El arte que produce imágenes, que simula la imitación de cosas que son reales,
es el arte de los magos que entregan imágenes fantasmales de las cosas. No es en tanto mímesis que hay
que rechazar el arte del pintor o del poeta, sino en tanto mímesis phantastiké, porque simula y engaña. Es
un arte puramente imaginativo que amenaza toda posibilidad de verdadero conocimiento, es un “arte de la
mentira” (Ibíd., p. 24) y no mera imitación. La paradoja que señala Cacciari es suficientemente clara
respecto al carácter ontológico de los ataques de Platón en el Libro X: “el arte es condenado no porque es
mímesis, sino porque no es mimético” (Ibíd., p. 24). Sus productos no son imitaciones, sino solamente
imágenes fantasmales.
5
AGAMBEN, op. cit., p. 16.
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6
“Kommerell, o del gesto” aparece compilado en La potencia del pensamiento (2007).
7
El 28 de diciembre de 1895 se realizaron las primeras proyecciones de los hermanos Louis y Auguste
Lumière. Convencionalmente, se considera esta fecha como el nacimiento del cine.
8
MURRAY, A., Giorgio Agamben, Routledge, Nueva York, 2010, p. 78 y ss.
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9
AGAMBEN, G., “Nota sobre el gesto”, en Medios sin fin, Pre-Textos, Valencia, 2002, p. 48. Este
experimento es, precisamente, el que lleva a Agamben a pensar en la serie de instantáneas que en esos
mismos años realizó Muybridge en la Universidad de Pensilvania sirviéndose de una batería de
veinticuatro objetivos fotográficos.
10
Ibíd., p. 41. Las investigaciones de Marey y Muybridge hacen evidente que lo que se ve siempre
implica una distancia, una disparidad o diferimiento. “O bien lo que se ve no está verdaderamente allí (es
una ilusión) o bien lo que se ve oculta una realidad más compleja” (OUBIÑA, D., Una juguetería
filosófica. Cine, cronofotografía y arte digital, Manantial, Buenos Aires, 2009, p. 44).
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pérdida del gesto, como de recuperar su potencialidad para el hombre: “En el cine, una
sociedad que ha perdido sus gestos trata de reapropiarse de lo que ha perdido y al
mismo tiempo registra su pérdida”11.
A fines del siglo XIX, Agamben ve surgir modos desesperados a partir de los
cuales la humanidad intenta reapropiarse de los gestos: la danza de Isadora Duncan y
Diaghilev, la novela de Marcel Proust, las grandes poesías del Jugendstil de Pascoli a
Rilke y el cine mudo, al que Agamben destaca especialmente. Asimismo, ve en la
operación warburgiana los primeros pasos en un tipo de búsquedas “a las que sólo la
miopía de una historia del arte psicologizante pudo definir como ‘ciencia de la imagen’,
mientras que en rigor su verdadero centro era el gesto como cristal de memoria
histórica”12. Warburg intenta transformar la imagen en un elemento histórico y
dinámico, por eso es que el proyecto de Mnemosyne no se define por un repertorio
inmóvil de imágenes, “sino una representación en movimiento virtual de los gestos de la
humanidad occidental, desde la Grecia clásica al fascismo”13. Cada una de las imágenes
individuales del atlas warburgiano debe pensarse como el fotograma de una película y
no como realidad autónoma. Siguiendo esta metáfora, el elemento central del cine
resultaría ser el gesto, capaz de adquirir entidad en una hilera de imágenes que
solamente juntas y con velocidad constante cobran sentido.
La lectura agambeniana sobre el cine se nutre a partir de las experiencias de Guy
Debord y algunas consideraciones de Gilles Deleuze, reunidas, fundamentalmente, en
Imagen-movimiento (1985) e Imagen-tiempo (1987). Deleuze hace desaparecer la
distinción entre la imagen como realidad psíquica y el movimiento como realidad física,
pues deben ser entendidos como cortes móviles, como instantáneas móviles, en
términos deleuzianos, como images-mouvement. Agamben prolonga esta hipótesis al
estatuto de la imagen en la modernidad y considera que, quebrada la rigidez mítica de la
imagen, debe hablarse de gestos más que de imágenes:
“De hecho, toda imagen está animada por una polaridad antagónica: por una
parte, es la reificación y anulación de un gesto (es la imagen como máscara
de cera del muerto o como símbolo); por otra, conserva intacta su dýnamis
(como en las instantáneas de Muybridge o en una fotografía deportiva
cualquiera)”14.
11
AGAMBEN, G., “Nota sobre el gesto”, en Medios sin fin, Pre-Textos, Valencia, 2002, p. 41.
12
Ibíd., p. 42.
13
Ibíd., p. 43.
14
Ibíd.
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política, pues inscribe al gesto en la esfera de la acción, en la esfera del ethos, como
ámbito más propiamente humano.
Para reflexionar sobre el gesto como forma del hacer humano, Agamben retoma la
distinción de Varron entre actuar (agere) y hacer (facere) para remitirla a Aristóteles,
quien, en la Ética nicomaquea, caracteriza el actuar como praxis y el hacer como
poiesis, “porque el fin del hacer es distinto del hacer mismo; pero el de la praxis no
puede serlo, pues actuar bien es en sí mismo el fin” (VI, 11, 40b). A la praxis y la
poiesis –que Agamben analiza en El hombre sin contenido– se suma un tercer género de
acción humana: “si el hacer es un medio con vistas a un fin y la praxis es un fin sin
medios, el gesto rompe la falsa alternativa entre fines y medios que paraliza la moral y
presenta unos medios que, como tales, se sustraen al ámbito de la medialidad, sin
convertirse por ello en fines”.15 De modo que Agamben separa al gesto de los medios en
pos de un fin y de los fines sin medios (como la del movimiento en la danza como
dimensión estética), dado que una finalidad sin medios o una medialidad que adquiere
sentido en pos de un fin es igualmente desconcertante. En este sentido, propone pensar
que la danza, por ejemplo, es gesto porque sólo consiste en exhibir el “carácter de
medio de los movimientos corporales”.16 El gesto queda definido como la exhibición de
una medialidad, como el hacer visible el medio en tanto que medio. Así, asumir en el
gesto la posibilidad del hacer humano abre la dimensión ética del gesto, en el que se
ofrece la medialidad pura y sin fin.
Para el hombre, a quien se ha sustraído toda naturaleza, el gesto se convierte en el
único destino. Es decir, el gesto se vuelve acontecimiento:
“El gesto es, en este sentido, comunicación de una comunicabilidad. No
tiene propiamente nada que decir, porque lo que muestra es el ser-en-el-
lenguaje del hombre como pura medialidad. Pero, puesto que el ser-en-el-
lenguaje no es algo que pueda enunciarse en proposiciones, el gesto es
siempre, en su esencia, gesto de no conseguir encontrarse en el lenguaje, es
siempre gag, en el significado propio del término, que indica sobre todo algo
que se mete en la boca para impedir la palabra, y después la improvisación
del actor para subsanar un vacío de memoria o una imposibilidad de hablar.
De aquí no sólo la proximidad entre gesto y filosofía, sino también entre
filosofía y cine”17.
El mutismo que Agamben atribuye al cine (más allá, naturalmente, de que tenga o
no banda sonora) se vincula con la exposición del ser en el lenguaje del hombre. Es por
eso gestualidad pura y por eso también capaz de exhibir el vacío de la palabra. En el
ensayo sobre la actividad crítica de Kommerell, el gesto queda definido del siguiente
modo:
“El gesto no es un elemento absolutamente no-lingüístico, sino algo que está,
respecto del lenguaje, en la relación más íntima y, sobre todo, una fuerza
operante en la lengua misma, más antigua y originaria que la expresión
conceptual: gesto lingüístico [Sprachgebärde], define Kommerell a esa capa
15
Ibíd., p. 44.
16
Ibíd., p. 44.
17
Ibíd., p. 46.
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La catástrofe del gesto que Agamben ve en las últimas cinco décadas del siglo XIX
–que parecen ser el símbolo del derrumbamiento de una burguesía europea industrial y
decadente– hace pensar en la caída de ciertos modos de representación. En este sentido,
es fundamental tener presente que, si el gesto es el lugar a recuperar como posibilidad
de “hacer” del hombre contemporáneo y el cine es el lugar donde se ha ensayado desde
fines del siglo XIX alguna recuperación del gesto, el cine quedaría justificado como un
espacio ineludible para el hacer del hombre y debe asumirse que su función en el hacer
no es sólo dominio de la estética, sino también de la ética y la política.
De acuerdo a los diversos aspectos que componen la definición para Agamben, el
gesto parece ser aquello que no ocurre ni acontece verdaderamente (es, en todo caso, el
medio para el acontecimiento), sino que permanece sin expresión en cada acto
expresivo. Queda configurado a partir de su inexpresión y por una segunda
característica vinculada a su no-pertenencia a un tiempo determinado, esto es, su
anacronicidad. En el intervalo entre exhibición y extinción, se produce la interrupción
fantasmática del gesto en la que se ven contenidos varios tiempos que convergen en él y
se desvanecen al mismo tiempo. Agamben caracteriza el phantasmata a partir de la
doctrina aristotélica de la memoria que vincula tiempo e imaginación. Además, las
reflexiones de Domenico de Piacenza en su tratado dedicado a la danza, se suman a la
idea del gesto como momento de interrupción entre momentos, que contiene, en sí, todo
el movimiento y todo el tiempo hasta extenuarse en otro gesto e inscribirse en otro
tiempo y movimiento. Podría decirse que hay una suerte de supervivencia del gesto en
el tiempo que lo constituye. Con Warburg, podría llamarse Nachleben (encarna una
resurrección o una supervivencia, en tanto algo que quiere sobrevivir a su desaparición),
con Nietzsche, inactual o intempestivo, y que puede definirse como la urgencia
anacrónica que sobreviene a la memoria. La condición de puro medio es atribuida al
gesto y con ella se quiebra la autonomía estética del arte –el arte como un fin en sí
mismo–, pues el puro medio remite a la idea de la palabra (de gesto lingüístico) y el ser-
en-comunidad. No habiendo nada que decir, el gesto exhibe su ser medial, su
imposibilidad misma de decir, convirtiéndose en “comunicación de una
comunicabilidad”.
El gesto es potencia pura que exige la urgencia de lo inactual. En “El gesto
fantasma”, Georges Didi-Huberman recupera algo de este sentido en el gesto
fotográfico. La fotografía, podría decirse, también comunica una comunicabilidad:
“sigue siendo un medio fundamental para levantar acta, visualmente, de
estos intervalos gestuales que se deslizan como fantasmas entre todas las
historias contables y hacen surgir todo lo que la historia no sabe de sí misma,
es decir, su propio destino, un destino que se extiende entre la memoria
(inmemorial) y el deseo (no formulado)”19.
18
AGAMBEN, G,, “Kommerell, o del gesto” en La potencia del pensamiento. Ensayos y conferencias,
Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2007, p. 308.
19
DIDI-HUBERMAN, G., “El gesto fantasma”, Revista Acto, nº 4, 2008, p. 290.
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20
AGAMBEN, G., “El día del juicio” en Profanaciones, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2005, p.
31.
21
Ibíd., p. 32.
22
Ibíd., p. 33.
23
Entre los proyectos debordianos se cuenta muy especialmente la deriva situacionista. Ésta debía
“ajustar cuentas” con el legado dejado por las operaciones realizadas anteriormente por los grupos
dadaístas y surrealistas. Esta herencia marca así una continuidad, pero también un punto de quiebre para
Debord y su grupo. En la década del veinte, los dadaístas habían propuesto la salida del salón para
incursionar en las calles, como una acción estética a realizarse en el curso de la vida cotidiana, en un
espacio y tiempo reales, y sin soportes materiales. Luego, los surrealistas encontraron en el recorrido
errático por las calles una forma de escritura automática del espacio y un modo de “sondear la parte
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inconsciente de una ciudad que escapaba de las transformaciones burguesas” y que aparecía como
inexpresable. Las acciones hechas primero por la Internacional Letrista y luego por los situacionistas
contemplan un desarrollo de la deriva que se nutre por supuesto de estas experiencias, pero que criticará
el excesivo compromiso de esas acciones con los componentes azarosos e inconscientes. La deriva
situacionista será una actividad planteada en un sentido lúdico, pero inseparable de un núcleo metódico
irrenunciable, vinculado con su lugar como instrumento estético-político para subvertir, según sus textos,
el sistema capitalista de posguerra. De este modo, la deriva se propone indagar sobre los efectos
diferenciales que el espacio social burgués tiene en los individuos. Estas consideraciones se vuelven
evidentes en otros ámbitos de los considerados burgueses, como las formas convencionales de comercio,
entretenimiento y espectáculo.
24
Para Debord, la dirección inmanente del espectáculo se actualiza como un fin en sí mismo, por medio
de instrumentos tales como los medios de comunicación y la burocracia.
25
Estas fases se vinculan también con la colaboración Isidore Isou y los letristas a principios de los años
1950, la participación de Asger Jörn y la Internacional Situacionista desde 1957 y la cercanía de Gérard
Lebovici, fundador de ediciones “Champ libre”, a principios de los años 1970.
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favor de Sade (1952), Sur le passage de quelques personnes à travers une assez courte
unité de temps (1959) y Critique de la séparation (1961).
Las influencias filosóficas que informan las condiciones de producción de La
sociedad del espectáculo (1967) –como El Capital, Los manuscritos económicos-
filosóficos de 1844 o “Tesis sobre Feuerbach” de Karl Marx, Historia y consciencia de
clase de György Lúkacs, entre nombres como los de Lenin, Trotski, Clausewitz y
Boorstin– se trasladan a la versión fílmica de 1973 no sin problemas, pues la versión
fílmica de La sociedad del espectáculo consiste, fundamentalmente, en la lectura de
fragmentos del libro. El film sostiene que, para destruir la sociedad del espectáculo, los
hombres deben poner en acción una fuerza práctica de negación de la sociedad, que
pueda propiciar la recuperación de la lucha de clases revolucionaria. La sociedad debía
volverse consciente de sí misma a partir de una crítica del espectáculo que redundara en
el fin de las condiciones prácticas de la opresión. Como ilustración se puede tener en
cuenta el siguiente pasaje de la película (uno de los pocos que divergen del texto de
1967): “Para destruir completamente esta sociedad, es necesario estar listos para
arremeter contra ella, diez veces o incluso más, asaltos de una importancia comparable a
la de mayo de 1968; y teniendo por inconvenientes inevitables un cierto número de
derrotas y guerras civiles. Las metas que cuentan en la historia universal deben ser
afirmadas con energía y voluntad”. (1 hora 12 min. aproximadamente).
Las películas de Debord no narran ninguna historia, sino que son, más bien,
pensamientos encadenados a partir de distintos temas. Construyen un espectador que no
asiste pasivamente a un espectáculo, sino que debe ir más allá de los valores
“cinematográficos” y activar su propio pensamiento a partir de las ideas que se
desarrollan con estrategias cinematográficas poco convencionales, como la lectura de
fragmentos filosóficos, la utilización de montaje intelectual, la duración variable de
pantallas negras o blancas para romper con la lógica del visionado del espectador
habitual. En este sentido y como ejemplo de lo relativo que podía ser para Debord el
hecho de que sus películas tuvieran valores estrictamente “cinematográficos”, es
interesante recordar un cartel que aparece al inicio de La sociedad del espectáculo:
“Todavía se podría reconocer algún valor cinematográfico a esta película si este ritmo
se mantuviese: y no se mantendrá” (9 min. aproximadamente). Haciendo estallar las
dicotomías documental/ficción y ficción/realidad, cine/filosofía, arte/política, Debord
presenta su mirada sobre el cine y sobre lo dificultoso de clasificarlo como medio
masivo en el contexto de un hegemónico punto de vista del fetichismo de la mercancía,
propio del sistema capitalista.
El recurso retórico fundamental de las producciones debordianas es el
détournement. Détourner podría definirse como desviar, tergiversar o corromper. No se
trata simplemente de la construcción de contrapuntos a través del montaje, sino de que
las imágenes expresen incluso lo contrario de aquello para lo que fueron construidas, a
fin de que se vacíen del sentido asignado por la sociedad espectacular. Debord crea
series vaciadas a partir de la acumulación de los elementos detournés (por ejemplo,
vaciando y reescribiendo el discurso publicitario), que constituyen una poética fílmica
que se pronuncia políticamente de manera más o menos evidente, poniendo de
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26
DEBORD, G., “Informe sobre la construcción de situaciones y sobre las condiciones de la organización y
la acción de la tendencia situacionista internacional”, edición digital. Consultado en
http://www.sindominio.net/ash/informe.htm, 5 de abril de 2012.
27
Ibíd.
28
DEBORD, G., La sociedad del espectáculo, Pre-Textos, Valencia, 1999, p. 15.
29
Ibíd.
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30
DANESI, F., Le cinéma de Guy Debord (1952-1994), Éditions Paris Expérimental, Paris, 2011, p. 17.
31
Ibíd., p. 18
32
BRETON, André, Primer Manifiesto Surrealista, edición digital.
http://www2.udec.cl/~mariasmo/historia/El%20Primer%20Manifiesto%20Surrealista.htm, Consultado el
15 de abril de 2012.
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Ibíd., p. 48. El entrecomillado corresponde a una cita de Benjamin del Origen del drama barroco
alemán.
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Ibíd., p. 79.
35
El primer bloque corresponde al primer capítulo del libro y gira en torno a la definición de espectáculo.
La segunda parte se explaya sobre el octavo capítulo y trabaja sobre el principio de la negación de la
cultura existente que se encarna en la obra misma. La tercera parte del film desarrolla el concepto de
“mercancía” del segundo capítulo. La cuarta está consagrada al espacio a la manera del séptimo capítulo
del libro y la quinta parte se consagra al tiempo como en el sexto capítulo de la obra escrita.
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36
AGAMBEN, G., “Difference and Repetition: on Guy Debord’s Films” en Guy Debord and the
Situationist International: texts and documents, October Books, Massachussets, 1997, p. 315 y ss.
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trovar clus, lengua pura, práctica minoritaria de una lengua gramatical…”37 o, dicho
más sencillamente, la asunción del desafío del gesto, que es, además de lingüístico y
literario, político y filosófico. Esta política del gesto parece encontrar en el cine un
medio propicio para establecerse como comunicación de una comunicabilidad, como
generadora de las condiciones de posibilidad de emancipación del espectador, como
desafiante de los sentidos históricos hegemónicos.
“El cine está muerto –no puede haber más cine– pasemos, si lo desean, al debate”,
se dice en Hurlements…38 Debord se vuelca sobre el medio más aferrado a la
reproductibilidad técnica a fin de producir una ruptura de la pasividad de los
espectadores cinematográficos/consumidores capitalistas. Lo hace reactualizando de
algún modo la dupla toma de consciencia/pasaje a la acción –”el mundo ya había sido
filmado” y de lo que “se trataba ahora de transformarlo”39– y exige que el espectador
tome decisiones sobre aquello que va a permitir afectarle, sin ofrecerle opciones
conciliadoras. Sobre la pantalla en blanco, voces inconexas señalan algunas razones:
“las artes futuras serán cambio de situaciones, o nada”, “un importante comando de
letristas, formado por una treintena de miembros, todos cubiertos con ese uniforme
sucio que es su único distintivo, llegan a la Croissette con el firme deseo de provocar un
escándalo susceptible de atraer sobre ellos la atención”40.
Sobre el fondo benjaminiano de la transformación sufrida por la obra de arte ante la
irrupción de las tecnologías de reproducción, Debord no se emancipa en principio de la
irreductibilidad de la experiencia estética que implica lo que denominan “situación
realizada”. Vincula su cine a los demás síntomas de descomposición de la cultura
occidental y la propia representación cinematográfica con sus orígenes rituales a fin de
poner de manifiesto las “permanencias de posición” fundamentales.
“Es fácil ver hasta qué punto el principio mismo del espectáculo está ligado
a la alienación del viejo mundo: la no-intervención. En cambio vemos cómo
las investigaciones revolucionarias más válidas en la cultura han intentado
romper la identificación psicológica del espectador con el héroe para
arrastrarlo a la actividad, provocando sus capacidades de subvertir su propia
vida”41.
La teoría situacionista fue tomando forma a partir de una particular noción crítica
de “espectáculo”, vinculada a la crítica dadaísta de la institución artística y la cultura de
la pasividad. A partir de la creación de obras tergiversadas, Debord pretende analizar las
transformaciones en la percepción impuestas por los medios tecnológicos de
reproducción que Benjamin hacía corresponder con el sostenimiento del modelo de
propiedad hegemónico, la alienación del espectador en beneficio de la parálisis de su
voluntad para cambiar sus condiciones de vida, en síntesis, la “estetización de la
política”. El cine se le mostró como un ámbito privilegiado de apropiación y despliegue
de su crítica, pues, desde su perspectiva, el cine espectacular reflejaba y reproducía las
37
AGAMBEN, “Notas sobre el gesto”, ed. cit., p. 53.
38
La cita está extraída de Debord, Guy, Oeuvres cinématographiques complètes, Champ Libre, París,
1978.
39
Ibíd., p. 741. La cita corresponde a La sociedad del espectáculo.
40
Ibíd., p. 81. La cita corresponde a Hurlements…
41
DEBORD, “Informe sobre la construcción de situaciones…”, ed. cit.
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estructuras de dominación existentes. En este sentido, su cine no podía ser más que
crítica y negación del cine y, por ello mismo, desviación de los usos más tradicionales.
Los textos fílmicos debordianos parecieron a Agamben verdaderos experimentos
del lenguaje crítico. Los gesto-imagen de Debord sostuvieron parte de las
conceptualizaciones agambenianas sobre la lengua y el espectáculo, colocando en un
mismo nivel arte y política. La imagen como gesto y el gesto como puro medio
conducen a Agamben a retomar las ideas de Debord en La comunidad que viene, a partir
de las cuales piensa lo político como el espectáculo, identificándolo con “el lenguaje, la
comunicabilidad misma o el ser lingüístico del hombre”42. En Glosas marginales a los
Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, Agamben califica los libros de Guy
Debord –La sociedad del espectáculo (1967) y los Comentarios sobre la sociedad del
espectáculo (1988)– como lúcidos y severos porque dan cuenta de las miserias de una
sociedad que se ha extendido por todo el planeta. Estos textos ponen en evidencia el
carácter fantasmagórico del desdoblamiento del valor (de uso y de cambio) y muestran
que “el ‘devenir imagen’ del capital, no es más que la última metamorfosis de la
mercancía”43, por el cual ésta accede a una posición de absoluta soberanía sobre la vida
de los hombres.
Debord responde al capitalismo con un proyecto utópico que tiene lugar en el
centro de lo que quiere derribar. Lo que se pone en juego es la relación entre potencia y
acto, entre texto y ejecución. En la producción cinematográfica de Debord, Agamben
descubre el gesto como una encrucijada de vida y arte, que es también cruce de potencia
y acto, pues la ejecución es una parte de la vida que se sustrae a la biografía para
convertirse en praxis pura. Precisamente, la relación arte-vida y el vínculo entre el gesto
y la acción quedan representados en la siguiente reflexión: “La naturaleza real de la
situación sólo se comprende si se la sitúa históricamente en el lugar que le corresponde,
es decir, después del final y de la autodestrucción del arte y después del paso de la vida
por la prueba del nihilismo”44. En este sentido, parece posible pensar que hay un punto
de indiferencia entre el arte y la vida, en el que se modifican recíprocamente; “ese punto
de indiferencia es una política que está por fin a la altura de sus tareas”45.
Los gesto-imagen de Debord encarnan una suerte de tiempo cinematográfico
mesiánico que comparten, según Agamben, las experiencias vanguardistas debordianas
con las Histoire(s) du cinéma (1988-1997) de Godard46. Este cineasta habría encontrado
el mismo paradigma –tal como Agamben lo define– que Debord había aplicado: el del
montaje. Agamben lo define en términos de lo que para la filosofía, desde Kant, son las
condiciones de posibilidad, los trascendentales, es decir, los ya mencionados la
repetición y la detención.
Si bien el modo en que piensan la construcción temporal en el cine es diferente, la
técnica composicional de Debord y Godard no es diferente, pues en ambos el montaje es
el mecanismo de escritura histórica y política, exhibiéndose como herramienta
42
AGAMBEN, G., La comunidad que viene, Pre-Textos, Valencia, 2003, p. 68.
43
AGAMBEN, Medios sin fin, ed. cit., p. 56.
44
Ibíd., p. 58.
45
Ibíd.
46
Así lo expresa Agamben en “Difference and Repetition: on Guy Debord’s Films”, op. cit., 315 y ss.
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cinematográfica fundamental. Agamben se refiere al cine del siguiente modo: “Es por
esto que puede considerarse que el cine entra en una zona de indiferencia donde todos
los géneros tienden a coincidir; el documental y la narración, la realidad y la ficción”.47
La repetición restituye la posibilidad de lo que ha sido, lo vuelve posible nuevamente y
la detención tiene el poder de interrumpir el curso y hasta de convertirse en la
“interrupción revolucionaria” con resonancias benjaminianas. Es por la detención y la
repetición que el cine adquiere tal importancia histórica y mesiánica, “porque es una
manera de proteger la potencia y la posibilidad lo que es imposible por definición, hacia
el pasado”48. El cine, en todo caso, hace lo que los medios no hacen: dan siempre el
hecho, lo que ha sido, sin su posibilidad, sin su potencia, dan un hecho respecto del cual
hay absoluta impotencia y por eso construyen un sujeto indignado, pero impotente; el
cine –cuyo gesto es el montaje– vuelve posible lo que muestra abriendo una zona de
indecibilidad entre lo real y lo posible. Repetición y detención quedan definidas como
operaciones de la creación.
Para Agamben, toda creación es un acto de pensamiento, pues éste se define, ante
todo, por su capacidad de re-crear lo real, gesto del que el cine es capaz. Esta idea de
creación exhibe a los trascendentales cinematográficos como medios que, en tanto tales,
no desaparecen de aquello que se ve como expresión. Esto es lo que Agamben llama
“medio puro”, que se exhibe como tal dejando inoperante la oposición medios/fines,
pues la estructura misma del gesto se identifica con un “entre” las categorías de acto y
producción. El gesto no es, entonces, un medio que se mueve a un fin o hacia una esfera
de puros fines, sino que escapa a ambas cosas: es, al mismo tiempo, la exhibición de la
medialidad y el proceso de hacer un medio visible como tal.
A la luz de estas consideraciones, queda subrayada la relación entre medio y
lenguaje. Si la pérdida de autoridad en el lenguaje que está marcada para Agamben por
cierta destrucción de la experiencia, queda ligada a la pérdida de gestos, el “gesto” en el
lenguaje representa el movimiento hacia la demostración del lenguaje en sí, esto es, el
lenguaje como comunicación de una comunicabilidad. Pensar el cine, la literatura o el
arte en general en relación con esta perspectiva implica asumir el lenguaje como gesto y
pensar a las palabras o las imágenes en su propia medialidad. En este sentido, la estética
agambeniana implica su pensamiento político y, podría agregarse, abordar la política
sobre nuevos “fundamentos” para leer el lenguaje estético-político como gesto, es
asumir que éste trabaja como inoperosidad, es decir, como mecanismo a partir del cual
se puede desactivar la máquina de la observación, la medición y el control:
“Gesto es el nombre de esta intersección entre la vida y el arte, acto y poder,
general y particular, texto y ejecución. Es un momento de la vida sustraído
del contexto de la biografía individual tanto como un momento del arte
sustraído de la neutralidad de la estética: es pura praxis. El gesto no es ni
valor de uso ni valor de cambio, ni experiencia biográfica ni evento
impersonal: es el otro lado de la comodidad que hace que ‘los cristales de su
sustancia social común’ se hundan en la situación”49.
47
AGAMBEN, “Notas sobre el gesto”, ed. cit., p. 66.
48
Ibíd., p. 67.
49
Ibíd., p. 68.
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50
DEBORD, G., Comentarios sobre la sociedad del espectáculo, Editorial Anagrama, Barcelona, 1990, p.
4.
51
Ibíd., p. 5. En este punto, es interesante recuperar las palabras de Jacques Rancière en El espectador
emancipado: “La ‘contemplación’ que Debord denuncia es la contemplación de la apariencia separada de
su verdad, es el espectáculo del sufrimiento producido por esta separación. […] Lo que el hombre
contempla en el espectáculo es la actividad que le ha sido hurtada, es su propia esencia, devenida
extranjera, vuelta contra él, organizadora de un mundo colectivo cuya realidad es la de este
desposeimiento” (RANCIÈRE, J., El espectador emancipado, Manantial, Buenos Aires, 2010, p. 14).
52
AGAMBEN, op., cit., p. 59.
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53
Agamben, op. cit., p. 60.
54
Ibíd., p. 61.
55
Ibíd., p. 62.
56
Ibíd., p. 63.
57
Ibíd.
58
Ibíd., p. 64.
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venir no como una lucha de nuevos sujetos por la conquista del Estado, sino “una lucha
entre el Estado y el no-Estado (la humanidad), disyunción insuperable de las
singularidades cualesquiera y de las organizaciones estatales”59. Pone de manifiesto que
una indagación sobre lo estético y lo político es, al mismo tiempo, una exploración
sobre el carácter de total exposición que tiene la política, lo que conduce a pensar,
nuevamente, el espectáculo y la imagen contemporáneos.
A partir de las características atribuidas al espectáculo integrado actual, considera
que la política adopta el carácter de ser más verdadera cuanto más exhibe el hecho de
ser ficción, pues “elevar a apariencia la apariencia misma es la tarea de la política”60. El
poder de los Estados se funda ahora en la exposición en un mundo espectacular, en el
que la comunicación se separa de ella misma y la exposición se vuelve fundamental.
Los hombres necesitan comunicarse la comunicabilidad misma (el lenguaje) y la
política es ese vacío comunicativo a partir del cual surge el “rostro” humano y la esfera
del gesto en la que puede, precisamente, hacer. Ese espacio vacío es constantemente
amenazado por controles diversos que impiden de forma sistemática que la
comunicabilidad sea posible. El rostro humano es pura comunicabilidad y, por eso
mismo, se mantiene suspendido sobre un fondo amenazador. La tarea: hacer propia la
verdad siendo algo de lo que es imposible apropiarse. Por eso la política totalitaria
moderna es voluntad de apropiación total; se trata de una grotesca falsificación del
rostro que deja ir la única apropiabilidad humana, la de apropiarse de la impropiedad
como tal, “la de exponer en el rostro la propia sencilla impropiedad, la de caminar
oscuramente en su luz”61.
Mientras la política clásica separaba claramente la esfera del bíos de la zoé, la vida
política de la vida natural, hoy ya no pueden ser distinguidas. La vida biológica y la
existencia política se confunden en la experiencia de lo incomunicable, dado que los
media gobiernan el mundo y definen un nuevo espacio a nivel planetario. Es desde este
terreno oscuro que Agamben pretende partir para encontrar otra política y otra estética.
En el ámbito contemporáneo, lo esencialmente político es experimentar la impotencia,
pues la política es “lo que corresponde a la inocupación esencial de los hombres, al ser
radicalmente sin obra de las comunidades humanas”62, y lo esencialmente estético es
recuperar una lógica del gesto en tanto expropiación del cuerpo, el movimiento y la
imagen del control y la observación biopolítica. Aquí radica la importancia del leguaje;
aquí radica, también, la importancia del relato y la representación. Sobre estos
“fundamentos” cabe pensar alguna esfera en la que refrendar la posibilidad del hacer
del hombre y es entonces cuando el cine de signo invertido, que problematiza la historia
y cuestiona los modos de representación, adquiere todo su sentido. La pura medialidad
del cine es la esfera donde se puede dislocar la lógica y narración dominantes y donde
pueden aparecer –desde el seno mismo de la institución– otras formas de narrar y otros
modos de representar sentidos históricos que escapan a la mirada hegemónica sobre el
arte y la historia.
59
Ibíd., p. 65.
60
Ibíd., p. 69.
61
Ibíd., p. 71.
62
Ibíd., p. 100.
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