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Historia de la Prisión: La pena de muerte en

Europa
Almudena Monge González. Abogado.

• Historia de la Prisión: La pena de muerte en Europa


o EL DERECHO ROMANO
o FORMAS DE EJECUCIÓN Y SUS SIGNIFICADOS
ƒ La Crucifixión.
ƒ La muerte por inmersión.
ƒ La decapitación.
ƒ La vivicombustión.
ƒ Despeñamiento.
ƒ El ahorcamiento.
o EL DERECHO GERMANO
o EL DERECHO CANÓNICO
o BIBLIOGRAFÍA

La realización de un estudio exhaustivo de los diversos factores que incidían


sobre la pena de muerte nos obligará, primeramente, a dividir esta acción en
dos importantes períodos cronológicos, que abarcarían un antes y un después,
de una época de grandes transformaciones jurídicas y sociales: el siglo XVIII.
La justificación de esta separación temporal se presenta sumamente diáfana
por ser en este ilustrado siglo cuando culmina un profundo proceso de
transformaciones sociales, que habían iniciado su periplo ya en época
bajomedieval, concretamente desde el siglo XII.

Será en este momento cuando se producen los primeros síntomas de crisis del
principio de autoridad, pasando por los siglos XI y XIV donde, como han
señalado los profesores Tierno Galván y García Valdés, con el desarrollo de la
industria de la hiladuría, y posteriormente con el invento de la imprenta, surge
una mentalidad de trabajo y producción, demostrativa del apego a las cosas
terrenas; todos ellos serán factores que contribuyen a la concepción adjudicada
al ser humano, al “hombre”, desde una nueva dimensión, una nueva
sensibilidad tendente a sustituir la publicidad de algunos castigos – elemento
constitutivo y ejemplificador de la justicia- por la vergüenza y el olvido,
apartando de la luz y de la vista de los hombres, lo que de degradante y
miserable tiene la naturaleza humana.

Hasta esas fechas el castigo coercitivo a imponer, a aquellos que atentan


contra las normas establecidas en un precario ordenamiento jurídico, serían la
pena de muerte, penas corporales, infamantes, y pecuniarias, siendo
desplazadas en el siglo XVIII por la pena privativa de libertad, desconocida
hasta entonces y concebida como mera retención. El Derecho penal exigía la
presencia física del acusado ante los jueces y la comunidad para hacer posible
la aplicación de aquellas sanciones, y de ahí la necesidad de guardar al reo
hasta llegado el momento del juicio o el de ejecución de las penas, su carácter,
por tanto, era exclusivamente procesal..

Como hemos señalado este proceso de transformación alcanza su culminación


el siglo XVIII debido entre otras circunstancias a la irrupción del Iluminismo, que
produce un ascenso progresivo de la libertad humana, una nueva valoración de
la vida, apoyándose en la “razón”, en contra de la mentalidad ordálica
medieval, pues lo que antes se imponía sin discusión ahora es necesario
probarlo, demostrarlo, convencer. El pensamiento de la Ilustración es
consecuencia del reconocimiento de los derechos individuales, la acogida de
las garantías de la seguridad jurídica y de la igualdad de todos los ciudadanos
ante la ley. Esta nueva mentalidad se traduce en una relativa dulcificación de la
pena capital, alcanzando su plasmación material con el invento de la guillotina
durante la Revolución Francesa; aparato consistente en “hacer saltar la cabeza
sin sufrir”, mediante un golpe seco y rápido, siendo legitimada su utilización
como medio de ejecución mediante el Decreto de 21 de enero de 1790.

Otro factor determinante, como señala el profesor GARCÍA VALDÉS, es “el


decrecimiento de la prolífera aplicación que de la misma se hacía hasta
entonces”. La primera Ley que altera el sistema penal fue promulgada en 1786
por Leopoldo de Toscana, graduando las penas conforme a la gravedad del
delito, haciendo desaparecer el tormento, limitando el arbitrio judicial y
sufrimiento de la pena capital. Es más, antes de la promulgación de esta ley, ya
desde 1695 estaba abolida de hecho, reintroduciéndose de nuevo en 1790
para los delitos contra la seguridad del Estado, ampliándose en 1795 a los
delitos contra la religión, asesinato e infanticidio.

Ahora bien, el objeto de este estudio es preguntarse: ¿Qué ocurre hasta el


siglo XIII? ¿Qué ocurre hasta esta relativa humanización o dulcificación de la
pena capital, hasta su desplazamiento por la pena privativa de libertad?

Como bien tiene a señalar BARBERO SANTOS “la pena de muerte acompaña
a la humanidad como su trágica sombra”. La historia nos muestra que es la
pena por excelencia, la reina, aplicada en todos los pueblos y civilizaciones,
desde el Derecho Punitivo de las antiguas sociedades (griegos, romanos,
babilonios, incas, aztecas, etc.), pasando por el medioevo, donde alcanza su
mayor esplendor y crueldad, afianzándose con dureza en sus leyes, ya sea en
las instituciones jurídicas germanas, de la Iglesia imperial o de la Inquisición;
hasta aplicarse, de forma más restringida, en el período renacentista moderno.

Sin embargo, cabe señalar que ciertos pueblos antiguos o bien no la


conocieron, o le otorgaron un lugar modesto, como pone de manifiesto MARC
ANCEL: “Libro chino de las cinco penas chino”; el derecho penal Islámico; el
derecho consuetudinario anterior a los ukases de los zares; la legislación
republicana respecto de los ciudadanos romanos después de las leyes de
Porciae; así como el derecho germánico anterior al siglo XI que sólo aplicaba
en supuestos de homicidio penas pecuniarias y no corporales.

La pena capital, tanto en la época antigua como en la Edad Media no tiene un


fundamento retributivo, es decir, pagar el daño hecho, sino un fundamento
psicológico, cual es la necesidad del extremo suplicio para la conservación y
defensa de la Nación y del Estado, con la convicción de que era imposible
conseguirlo mediante la aplicación de otras penas; de ahí, que las modalidades
ingeniadas para privar de la vida al condenado fueran cada vez más crueles,
despiadadas y frecuentes, sobre todo en el oscuro medioevo, hasta el punto de
que, como señala el profesor Barbero Santos, en algunos lugares del señorío
alemán se ejecutaba a vagabundos con la única finalidad de que no
prescribiera el Derecho de ejecución de horca y cuchillo; o bien en Suiza donde
en lugar de imponer la pena privativa de libertad prevista se imponía la pena
capital por resultar su ejecución más barata que el mantenimiento y vigilancia
del recluso.

Esta necesidad práctica se apoya principalmente en la intuición, es un mito que


no requiere ulterior comprobación, de hecho su legitimidad ha sido reconocida
de forma unánime, sin discusión durante dieciocho siglos y apoyada por las
mentes más importantes (Sócrates, Platón, Santo Tomás), convencidas de que
el Estado tenía el derecho de privar, sin la menor discusión, al individuo de
todos sus bienes, incluida la vida. Pocos y de forma aislada eran los que la
rechazaban, careciendo por completo de influencia social.

El razonamiento argumentado en favor de ella era su fundamento utilitario, es


decir, la idea de que para la seguridad de los ciudadanos era necesaria en
determinados casos la eliminación del delincuente; así, en 1581, CERDÁN DE
TALLADA escribía que “la paz no se puede conservar en la república sin el
castigo y la muerte de los hombres malos”. Este argumento utilitario, que tiene
su base en Santo Tomás, fue acogido por los positivistas, viendo en él un
medio de selección de la humanidad, representado por la eliminación del
cuerpo social de los criminales malos e instintivos, estimándose no susceptible
de reforma. Dicho fundamento utilitario conduce a la equiparación del hombre
como animal dañino, cuya vida está desprovista de todo valor vital.

En los diferentes sistemas jurídicos la pena capital ha sido aplicada para un


amplio repertorio de delitos (hurto, regicidio, robo de ovejas, etc.) y de una
amplia variación de formas tales como el descuartizamiento mediante tiro de
caballos (caso Damiens), fuego en la hoguera, despeñamiento, lapidación,
enrodamiento, cocción, y como señalamos antes de forma tan cruel y
despiadada, que en “numerosas ocasiones durante los siglos XV y XVI la
sentencia del Tribunal declaraba, para evitar los terribles dolores de la agonía
en el fuego o en la rueda, que el condenado fuera estrangulado secretamente a
la caída de la noche en la prisión, con lo que al reo se le ocasionaba una
muerte algo más dulce”; así puesto de manifiesto PIETRO ELLERO que “la ley
que autorizó la pena de muerte no sólo ha imitado siempre, sino que ha
emulado y aun superado al culpable”.

Esta concepción, llevada a sus últimas consecuencias de forma absurda,


produjo en los siglos XVI y XVII la locura sangrienta de los procesos de brujería
y de los de lesa majestad, comportando un despiadado castigo; la hoguera
para los primeros y el descuartizamiento para los segundos. Además, cabe
mencionar que las penas en general, y la de muerte en concreto, tienen un
carácter simbólico, por lo que se aplican bajo la creencia de que son eficaces si
se ejecutan de acuerdo con un determinado ritual.

Refiriéndonos a su aplicación durante la Edad Media, período en el que, como


ya hemos reiterado su aplicación era más cruel y frecuente, es necesario para
su comprensión entablar unas pequeñas premisas históricas y conceptuales de
cuáles eran las vivencias de esta época, como se entendía la vida y todas las
circunstancias que la rodeaban.

Siguiendo la aportación que sobre este campo del Derecho realiza Huizinga,
las pinceladas generales que engloban las vivencias de esta época son las
siguientes:

1. Todos los sucesos de la vida cotidiana tenían formas externas, todo se


manifestaba de forma estruendosa, tanto las grandes contingencias de
la vida, como los pequeños sucesos iban acompañados de multitud de
formalidades; las distancias entre la noche y el día, el bien y el mal, lo
blanco y lo negro, la crueldad y la misericordia, eran enormes. “La vida
seguía ostentando en más de un respecto el color de la leyenda”. El
mecanismo de la política se proyecta en el espíritu del pueblo encarnada
en figuras individuales, no encerrada todavía en los límites de la
burocracia y protocolo. El espíritu del pueblo estaba dominado por una
necesidad de venganza, produciendo un verdadero placer de
espectáculo de feria esa crueldad en la administración de justicia.
2. Subyacía el anhelo de una vida más bella debido a un profundo
abatimiento ante las miserias terrenales, siendo éste el sentimiento con
que se considera la realidad cotidiana.
3. El período de verdadero feudalismo termina en el siglo XIII, siguiendo
otro en que los factores dominantes en el Estado y en la sociedad eran
el poder mercantil de la burguesía y el poder financiero de los príncipes,
con el consiguiente quebranto del de la nobleza. Se introduce la idea de
organización de la sociedad en “estados”, considerando que cada uno
de estos grupos representa una institución divina.
4. La ideología se caracterizaba por un elemento eminentemente religioso,
y estas ideas religiosas son puestas al servicio de un ideal caballeresco,
que se traduce en el cumplimiento de los deberes de la nobleza. Es el
ideal del noble guerrero desposeído, cuya heroicidad consiste, entre
otros, en liberar a la mujer adorada de todos los peligros.
5. A finales de la Edad Media vino a sumarse a la palabra del predicador
un nuevo género de representación plástica, especialmente bajo la
forma de grabado en madera, lo que expresaba la idea de la muerte de
una forma más real, contemplando ésta desde otra nueva perspectiva: la
caducidad de la vida. “Existe una necesidad ilimitada de prestar forma
plástica a todo lo santo, de dar contornos rotundos a toda representación
de índole religiosa, de tal suerte, que se grabe en el cerebro como una
imagen netamente impresa”.
6. La devoción era el elemento fundamental del aspecto religioso, pero
resultaba ser una devoción, una fe temerosa. El sentimiento religioso no
pasaba de ser una mera rutina y superficialidad, pero sin necesidad de
replanteamiento al estar sometidos por lazos de temor, “temor a la
venganza de Dios”. “El menosprecio del clero, que como una corriente
subterránea fluye a través de toda la cultura medieval, junto a una
elevada veneración por el estado sacerdotal, puede explicarse en parte
por la mundanalidad del alto clero y la creciente proletarización del bajo
y, en parte, por los antiguos instintos paganos”.

El derecho punitivo hasta el siglo XVIII, y sobre todo durante los siglos XV, XVI
y XVII, tal y como ha señalado GARCÍA VALDÉS, se caracteriza por ser
heterogéneo, caótico, desigual, riguroso, cruel y arbitrario, su verdadero
objetivo era el de provocar el miedo, continua fuente de errores judiciales; los
procesos eran secretos y basados en pruebas tales como “los juicios de Dios”,
aceptando su resultado sin mayor comprobación, producto de esta mentalidad
ordálica, constituyéndose como principal pieza de convicción la tortura. Estas
ordalías o “juicios de Dios” consistían en duelos que permitían reconocer la
culpabilidad del `presunto autor; si éste no superaba las pruebas a que era
sometido – agua, fuego, hierro candente, etc.- demostraba su culpabilidad, bajo
la creencia de que Dios le había abandonado al no superarlas.

Los países civilizados preveían en sus legislaciones que las ejecuciones fuesen
públicas, por lo que la muerte era un espectáculo en días de fiesta, el día de la
ejecución era una fiesta popular. “La administración de justicia era cruelmente
ostentosa, anunciándose a la luz del día para compensar la noche en que el
crimen surgió”. La gente se agolpaba con el mero objeto de propinar insultos y
lanzar objetos al condenado; los padres llevan a sus hijos al espectáculo con la
finalidad de que les sirviera de ejemplo, sin pasar por alto, por supuesto, el
dantesco negocio de alquilar sillas para presenciar más cómodamente la
ejecución.

Resulta indispensable mencionar una figura sumamente significativa, pero por


ello no menos misteriosa y siniestra, en la aplicación de la pena capital: el
verdugo. Este será el oficial de justicia encargado de aplicar la sentencia
dictada por el tribunal, realizando su “oficio” a cambio de una contraprestación.
Su papel en la aplicación de la justicia desaparece cuando se articula y
desarrolla plenamente la pena privativa de libertad, siendo sustituido por el
funcionario de prisiones.

Pero volviendo a esta figura del medioevo, todo cuanto se refería al verdugo
iba ornado de unas especiales características distintivas, desde sus atavíos
inconfundibles –era lo más parecido a un bufón-, hasta el burro o “bestia
menor” que tira de la carreta que conducía al patíbulo, a aquel paseo del
condenado por las calles de la ciudad o villa, buscándose claramente
mediatizar a todos. El verdugo era una figura respetada por todos, en
ocasiones por el temor que producía, de ahí el privilegio de de tomar
gratuitamente los alimentos del mercado siempre que llevara las manos
ocultas, por temor a la transmisión de fluidos mágicos, o como cuenta HANS
VON HENTIG: “El horror a la mano infamante del verdugo se encuentra en
numerosas leyendas alemanas, así una infanticida iba a ser ejecutada, pero
previamente un empleado del municipio le vendó los ojos para evitar que le
tocaran las manos del verdugo” –ello no es de extrañar ya que en estas tierras
el temor a la brujería hizo que fueran llevados a la hoguera cientos de miles de
personas -; así como la costumbre de arrodillarse para pedir perdón a sus
víctimas segundos antes de ejecutarlas o recibir monedas del reo como
símbolo de pago para ejecutar bien su trabajo, o del populacho como precio de
la venta de los vestidos del condenado o de la cuerda que lo suspendió.

Además de ser una figura temida era respetada por ser el curandero por
excelencia, tengamos en cuenta que al ser el torturador oficial tenía pleno
conocimiento de los huesos que debía romper y la forma de hacerlo; sin pasar
por alto que, en ocasiones, los cadáveres de los ajusticiados eran propiedad
del verdugo, quien los vendía a los familiares o a los médicos para realizar
prácticas de anatomía. Esta costumbre del medievo sustituyó a las más propias
de sociedades antiguas quienes dejaban los cadáveres en situ para pasto de
las alimañas. Tampoco deberíamos olvidar que, en ocasiones sobre todo en el
siglo XV alemán, podía librar de la muerte al décimo de los reos que debía de
ajusticiar.

El verdugo, como ya hemos apuntado, era despreciado por ese temor místico
de la transmisión de fluidos mágicos, no pudiendo tener contacto con el resto
de los hombres o, mejor dicho, el resto de los hombres no quería tener
contacto con él, de ahí que en la taberna tuviera que beber solo, debía
comulgar en la iglesia en un día señalado exclusivamente para los de su clase,
sin contacto con los demás, o debía ser enterrado en el lugar señalado para los
suicidas.

En la Edad Media y Moderna se mencionan como costumbre la de salvarse el


reo del castigo cuando una prostituta del público manifestara su deseo de
contraer matrimonio, costumbre aplicada hasta bien entrado el siglo XVII en
Italia, Francia e Inglaterra; así como la de salvarse si en el trayecto al cadalso
el reo se cruzaba con un Cardenal que se quitara el sombrero y se lo pusiera
en su cabeza, o la especialmente alemana e inglesa de hacer altos en los
locales de bebida encontrados en el camino al patíbulo, produciéndose un
panorama de embriaguez colectiva del verdugo, el condenado y el cortejo; y
como no, la tradicional “comida del verdugo”, consistente en que la última cena
que se le suministrara en la celda fuera a su entera satisfacción.

Otras costumbres medievales, recogidas por GARCÍA VAÑDÉS y HANS VON


HENTIG, era la de indultar al condenado a muerte con ocasión de alguna
festividad o de hacerlo cuando se rompía por tercera vez la cuerda de la horca,
volviéndose en este caso las iras contra el verdugo, que en numerosas
ocasiones era apedreado por la multitud; así como la de “la desigualdad ante la
muerte (hacha para el noble o prisionero de Estado; horca para el pueblo), el
sonido de la campana de la iglesia la noche antes y la mañana de ejecución, el
colgar cargado de cadenas al delincuente peligroso, la creencia sueca de que
beber sangre del ajusticiado producía curaciones; o negarse la horca para la
mujer prefiriéndose empalarlas o enrodarlas en el caso de la infanticida”.

El panorama de este Derecho punitivo inculto, oscuro y ciegamente represiva


se completa con la aplicación de la pena capital a los difuntos, animales o
cosas; subyace la idea de un orden cósmico en el cual el individuo desaparece
y domina el colectivo; orden que se altera por ciertos hechos de los hombres o
de los animales, o relacionados con las personas inanimadas, por lo que éstos
son objeto de castigo; es la pena simbólica, teniendo un claro ejemplo en la
costumbre de morir apedreado.

La pena de muerte simbólica de los pueblos antiguos es la clave para conocer


el fundamento psicológico de su contenido irracional, es lo que Hans Von
Hentig estudia como “variantes sociológicas de las penas”, aplicada a lo largo
de los siglos, pudiendo ceñir su estudio en cuatro variantes:

1. Se aplicaba una responsabilidad colectiva hablándose así de “enemigos


por extensión”, costumbre jurídica que tiene sus raíces en necesidades
elementales de la vida afectiva, ejemplos de ello, son la muerte del Zar
Nicolás II, fusilando, además, a su mujer, el heredero, las duquesas, el
médico de la cámara, el cocinero, el sirviente y la doncella; el sacrificio
de todos los esclavos romanos que se hallaban bajo el mismo techo al
ser asesinado su dueño, la aplicación de la pena de lapidación en el que
el pueblo asume la responsabilidad de la ejecución, no tratándose sólo
de un deseo de matar sino de exaltar la pasión agresiva para descargar
la multitud sus tensiones de descontento, y en el que para asegurar un
mínimo de garantías al proceso principal el testigo de cargo debía de
arrojar la primera piedra, siguiendo después el pueblo entero.
2. También se aplicaban penas a los difuntos, unas veces era una
agravación de la condena, otras porque el culpable había fallecido antes
de haber sufrido. Era una forma de desfogar el ansia inagotable de
castigar. La primera noticia de un proceso formal contra un cadáver
procede del año 897 d. C., en Roma, contra los restos del difunto Papa
Formoso, quien 10 meses antes había fallecido y por orden de su
sucesor, el Papa Esteban VII, fue sacado de su tumba, colocado en un
sillón, y llevado en calidad de acusado ante el Sínodo, nombrándosele
un defensor, siendo condenado posteriormente por perjurio.
3. No cabe olvidar como sujetos pasivos de la pena, la de efigie, los
procesos seguidos a todo tipo de animales –cuyo fundamento subyace
en el miedo y, correlativamente, a la vez admiración que la humanidad
ha sentido siempre por ellos -, como ocurrió en Austria, donde fue
condenado un perro a un año de prisión en una de las llamadas casitas
de locos (jaula pequeña intermedia entre la picota y cuarto arresto) por
haber mordido la pierna a un consejero municipal, o como lo demuestra
el colgamiento al lado del delincuente de perros o lobos, siendo
símbolos de expiación y eliminación que generalmente acompañaban al
delito de parricidio para dispensar sus restos en todos los elementos.
4. Incluso las penas impuestas a las cosas sin vida, ejemplo de ello, entre
otros, es el sucedido en 1591, cuando el príncipe Dimitri fue asesinado
el 15 de Mayo de ese año en Uglich, lugar al que había sido desterrado,
y como quiera que la gran campana de la ciudad dio la señal para el
motín, por este delito, ésta fue condena a destierro perpetuo a Liberia y
llevada a Tobolsk con otros deportados.

Hasta aquí, el planteamiento general, el ambiente que se respira, que se palpa,


premisas imprescindibles para entender el fundamento de esta locura
sangrienta y de su arraigo y pervivencia a lo largo de tantos siglos, para pasar,
de la mano del profesor BARBERO SANTOS, a un plano más concreto, más
individualizado, tomando como base los tres grandes bloques en que se ha
agrupado el Derecho: Romano, Germánico y Canónico.

EL DERECHO ROMANO

La pena de muerte en el derecho romano tiene un fuerte componente


mitológico, su carácter no es estrictamente estatal ni judicial, sino religioso,
concibiéndose como una pena infamante y sacral, justificándose en la idea de
que el culpable debía ser sacrificado tanto si era libre como si no, fuera
ciudadano o extranjero. “La sentencia penal personal era una consagración del
condenado a una divinidad como expiación de la comunidad a causa de una
culpa que pesaba sobre ella”.

Durante el período de la Monarquía (año 753 a. C. hasta el III d. C.) y durante


el período republicano (período en el que se produce la dominación de Grecia)
anterior a la Leyes Porciae y Sempronia (pues a partir de su promulgación sólo
se aplica para los delitos más graves contra la Seguridad del Estado) la
aplicación de la pena capital se caracteriza, por un lado, porque la ejecución
iba precedida de la flagelación, salvo si se trataba de mujeres, y se aplicaban
como penas accesorias la privación de la sepultura –pena infamante- y la
confiscación de bienes; y por otro lado, porque a las mujeres se las mata en el
secreto de la cárcel por hambre o estrangulamiento. Mommsen relata la
ejecución de las sacerdotisas de Vesta declaradas culpables, realizando una
descripción completa de la misma: “…despojadas de sus insignias
sacerdotales, trasladándoselas a una sepultura consistente en un corredor
subterráneo. Abierto el corredor se depositaban en él una lámpara, un panecillo
y cantarillas con agua, aceite y leche. El sumo pontífice ordenaba a la
condenada que descendiera a la tumba con un guía. Éste retornaba a la
superficie y se tapaba la abertura sobre la enterrada viva”.

Los procedimientos empleados fueron varios, por un lado, tenemos el proceso


comicial, para lo cual se crearon dos clases de magistrados, los “duoviri
perduellioni” y los “questores parricidi”, aplicándose procedimientos distintos
pero con unas notas comunes a todos ellos, cuales son que los magistrados se
limitaban a decir si era culpable o inocente, teniendo sus sentencias un
carácter provisional; con posterioridad el pueblo emitía el juicio definitivo, la
emisión no tenía carácter de apelación, sino que formaba parte del
procedimiento y suponía una limitación del poder del magistrado, evitando así
la condena a muerte sin un proceso regular, siendo los crímenes más
reprimidos el parricidio y el perjurio.

También se utilizaban las questiones –questione perpetuae-, siendo la primera


instituida por la Lex Carpunia en el 149 a. C.. Las questiones eran tribunales
creados caso por caso para una infracción concreta y necesariamente por una
ley que determinara el ámbito de sus atribuciones. Se componía de jurados que
decidían sobre la culpabilidad o inocencia del acusado y se regían por el
principio de acción pública. Las penas podían ser capitales y patrimoniales; y
los delitos a los que se aplicaba principalmente eran: “maiestatis”, peculado y
sacrilegio.
El interrogante no resuelto por los romanistas es la diferencia entre maiestatis
(perder una batalla, publicar panfletos difamatorios, cometer adulterio con la
hija del emperador) es decir, actos que no tienen relación con la alta traición; y
el perduellio (quebrantar el juramento de fidelidad que vincula al ciudadano con
la patria).

Posteriormente aparece la “acqua et igni interdictio”, consistente en el medio


que se concedía al condenado para evitar la muerte siempre que se fuera de
Roma o Italia, lo que originaba, además, la pérdida de la ciudadanía y del
patrimonio. También cabía la “deportatio” que podía tener carácter temporal
siendo graduable al arbitrio del funcionario y no lleva aparejado consigo la
confiscación del patrimonio.

En la fase final de la república e inicial del imperio, con la caída de Silo, el


último caudillo militar, y la subida de Augusto, primer emperador romano, ante
el aumento de los hechos incriminados y del vacío legislativo tuvieron que
acudir, o bien, al poder imperium del magistrado, quien podía tener en cuenta
las circunstancias del hecho, graduar la pena, así como el poder de imponerla
para ciertas categorías de personas para los que la pena de muerte era
inaplicable, como ocurría con los romanos; o bien, al cognitio de los
emperadores.

Durante el Imperio se reintroduce la pena de muerte para los ciudadanos


romanos sin concederse excepción alguna con las mujeres, que son
condenadas a todo tipo de penas, excepto la crucifixión. La pena capital que
conducía al exilio y podía conducir a la muerte se sustituye por la pena que
conduce directamente a la ejecución, convirtiéndose el exilio en una sanción
independiente. A la crucifixión de los esclavos sigue el “summun suplicium” de
la cruz, tratándose de penas autómatas que originan la muerte por medio de
tormentos y castigos. La muerte adquiere un carácter subordinado y el
contenido de la pena lo constituye el maltratamiento.

FORMAS DE EJECUCIÓN Y SUS SIGNIFICADOS

La Crucifixión.

La pena más antigua aplicada en el Derecho Romano es la crucifixión, que


precede con toda probabilidad a la del ahorcamiento, con la que está
estrechamente emparentada y a cuya comprensión contribuye. Su fundamento
radica en que evita la causación directa de la muerte, no se derrama sangre ni
se ponen las manos sobre la víctima, dejándose al libre curso de las fuerzas
letales de la naturaleza.

En Roma era la pena de los esclavos y rebeldes, siendo considerada un medio


particularmente deshonroso; posteriormente en los libros justinianos, por
respeto al símbolo religioso, la palabra cruz fue sustituida por la de horquilla.
Era considerada por los juristas justinianos como el “summun supplicium”,
igualándola en dureza a la cremación y al ser arrojado a animales feroces.
La forma más sencilla era un poste de madera, no retirando el cadáver,
dejando que éste se deshiciera en pedazos con el tiempo; sin embargo, no era
aplicada sin más, sino que iba precedida primero de azotes con varas por toda
la ciudad, totalmente desnudo, a modo de chivo expiatorio, siendo reticentes en
su aplicación para los romanos, no así para los esclavos.

En ocasiones la cruz era sustituida por el árbol bajo la creencia de que la


culpabilidad y la enfermedad podían transferirse a las plantas, especialmente a
los árboles, siendo preferidos los robles.

Este modo de ejecución se aplicaba generalmente a los delitos de hurto


nocturno de las mieses, el perduellio y el carmen famous, siendo abolido por
Constantino, en obsequio al Cristianismo.

La muerte por inmersión.

Consistía en arrojar al condenado al agua, cubierta la cabeza con un gorro de


piel de lobo y calzados los pies con zapatos de madera, metido en un saco de
cuero y acompañado de un perro, un gallo, una víbora y una mona. Su
fundamento psicológico era la idea del alejamiento, bajo la creencia de que en
el supuesto de que se desatase el saco, los animales tomarían las riendas del
transporte, pues la serpiente enterraría la sustancia de la culpabilidad en la
tierra, el gallo la llevaría al aire y la dispersaría, y el mono la transportaría a los
árboles estériles, cumpliéndose así los cuatro componentes: la liquidación
física, la purificación, el enterramiento en un elemento fluido y el alejamiento
del muerto.

Consistía fundamentalmente en una pena para mujeres, pues se concebía en


todos los pueblos primitivos que ver la sangre de una mujer producía
desgracia; aplicándose también a los parricidas confesos, encontrándose casi
en desuso hasta la época del imperio.

La decapitación.

Se diferencia del colgar, quemar, ahogar y enterrar vivo en que no se limita a


liberar fuerzas de la naturaleza a las que queda entregado el pobre pecador,
sino que para matar aplican instrumentos fabricados por la mano humana.
Consiste en una forma extremada de desangramiento y la consiguiente rotura
de la columna vertebral, produciendo la inconsciencia, existiendo una cierta
analogía con el colgamiento puesto que ambas bloquean las vías respiratorias
mientras se rompe la columna vertebral.

Se llevaba a cabo por medio del hacha, símbolo de insignia en la fase de los
lictores romanos, representación visible del imperium de los magistrados.

La decapitación debía de ir acompañada de unas determinadas formas tales


como la desnudez –responde a la idea de plena ausencia de ligaduras que
puedan impedir un acto de magia o un sacrificio-, la cabeza separada –pues
ella es donde radica la fuerza vital-, y alzada la cabeza.
Era habitual después de decapitar clavar la cabeza del delincuente en una pica
de hierro o en un palo y enarbolarla.

La vivicombustión.

El fuego es considerado como un monstruo dotado de poderes mágicos y


provistos de la facultad viril de reproducirse, por lo que el criminal era
desnudado, clavado o atado a un palo, el cual se levantaba en alto,
prendiéndose seguidamente fuego a la leña amontonada al pie, produciéndole
la muerte.

Cuando el terrible incendio de Roma que redujo a cenizas el santuario de la


diosa Luna y el templo de Vesta, Nerón hizo delatar como autores y aplicar las
más rebuscadas penas a aquellos hombres aborrecidos por sus pecados, a los
que acostumbraba a llamar cristianos; pues bien, de acuerdo con el derecho
formal fueron vestidos por incendiarios con pieles de animales y desgarrados
por perros o clavados en la cruz, y para agravar la pena, la camisa era
empapada con materias inflamantes antes de que subiera el montón de leña.

En las XII Tablas se aplicaba a los autores de incendios dolosos, pues se


equiparaba con el asesinato y lo relacionaban con la rebelión.

Despeñamiento.

Se aplicaba en los casos en los que no podía intervenir el magistrado y sobre


todo los delitos de hurto manifiesto cometido por un esclavo, cuya ejecución
competía al lesionado –fundamentación privada, derecho a ejercer la venganza
de la sangre-, al falso testimonio, ejecución por los tribunos, medidas sumarias
adoptadas por los magistrados patricios, a los rebeldes en los casos de
rebelión, así como a los astrólogos y hechiceros.

La forma usual era precipitar al delincuente por la roca de Tarpeya, situada en


el Capitolio, siendo en ocasiones agravada mediante el arrastre de los
ejecutados por ganchos hasta ser precipitados.

El ahorcamiento.

Se duda que la utilizaran los romanos antes de que penetrara, procedente de


Cartago, la crucifixión, existiendo apenas noticias de que se utilizase en Grecia,
decreciendo su aplicación en la Edad Media. La utilización de este método iba
acompañado de unas determinadas especialidades, cuales son que debían ser
colocadas en las alturas, orientadas al Norte, debía ser de Roble y pelada,
levantada del suelo y estando prohibido el hierro, carácter eminentemente
religioso debido a su extraña naturaleza de atraer el imán, considerando como
una materia domadora de todos los demás objetos, estando ampliamente
difundido este temor en el mundo occidental.

EL DERECHO GERMANO
Para centrarnos en la situación histórica tomemos como dato que tras la caída
del Imperio Romano en el siglo V d. C., Roma fue invadida y saqueada por los
Visigodos, a la vez que Hispania por distintos pueblos germanos –Suevos y
Vándalos, Asdingos y Silingos- y Alanos de procedencia irania, posteriormente
–y en calidad de federados del Imperio desde el foedus de Valia con Honorio
del 418- el pueblo Visigodo se asentaría primero en las Galias y,
posteriormente, en la Península. Una vez expuesta esta premisa histórica, y
siguiendo las directrices de BARBERO SANTOS, deberemos indicar que el
primitivo derecho germano se caracterizaba por su fundamentación privada, lo
que significa que la venganza de la sangre derivada de los lazos familiares,
antes de convertirse en un derecho, para degenerar más tarde en un delito, era
un deber santo, ya que mientras que el obligado “no lavaba la mancha de la
venganza”, era considerado con la misma categoría que el homicida: la de
apestado.

Lo injusto aparece como un ataque al ofendido y a sus familiares, los cuales


tienen el derecho y el deber de vengarse en la vida y en la propiedad del autor
o de los miembros de su familia (clara manifestación de la responsabilidad por
extensión, puesta de manifiesto por HANS VON HENTIG), aplicándose la Ley
del Talión pero con un límite, pues sólo se podía causar un mal igual al
experimentado, existiendo un sentimiento de solidaridad cuyo fundamento es
eminentemente religioso.

El posterior desarrollo de la institución hasta convertirse en Derecho Público


guarda estrecha relación con el fortalecimiento del poder del Estado, sobre
todo teniendo en cuenta que durante una época ambas manifestaciones
pública y privada, coinciden. Las causas que motivaron este desarrollo hasta
convertirse en un Derecho Público, perseguible de oficio, fueron entre otras la
ruina de la comunidad doméstica, la creciente movilidad de la población, el
urbanismo y el aumento de la gente mísera entre los que no había nadie para
presentar acusación o enfrentarse a los poderosos.

En el derecho germánico eran consideradas penas capitales aquellas que


producían como efecto inmediato la pérdida de la vida, pudiendo diferenciarse,
por un lado, la privación de la paz, quedando el individuo fuera de la comunidad
y llevando aparejado la pérdida del derecho a la vida y al patrimonio,
acentuándose posteriormente sus efectos, bien mediante el pago de una
composición, o bien mediante la concesión de unos plazos para que el reo
pudiera salvarse mediante la fuga. Ahora bien, no toda la pérdida de la paz
originaba la muerte; los textos medievales se refieren enfáticamente a tres
delitos: el homicidio, el hurto y la violación; así en Francia, por ejemplo, en
1882 al incendio, hurto, homicidio y rapto.

Por otro lado tenemos lo denominado por Barbero Santos como modalidades
de las propias penas, consistente en que las penas corporales y capitales se
imponían en el supuesto de impago de la composición, pudiendo ser impuestas
por el derecho consuetudinario o por arbitrio real o judicial.

Por último, destacar dos publicaciones, por un lado la “Bambergesis” (o “mater


carolina”), publicada en 1507 y en la que se admiten penas judiciales
arbitrarias, imponiéndose para los delitos de lesa majestad, ofensas de palabra
u obra de un vasallo contra su señor, falsificadores de moneda, cartas, sellos,
etc.; y por otro lado “La Carolina”, primero y único Código Penal del Reich
hasta 1870, promulgada en 1532, que calificó de abuso el arbitrio judicial, pero
a pesar de ello continuó ejerciéndose.

Su principal mérito se atribuye a que durante su período de esplendor se


garantizó un enjuiciamiento rápido, seguro y justo, aplicándose el principio de
equidad y los usos tradicionales laudables; pero a pesar de ello, hay que
esperar hasta el siglo XVI para que se inicie una reacción contra las formas
tradicionales de la ejecución capital. Se introduce como delito, hasta entonces
no castigado, la bigamia, siendo considerada como un vicio no inferior en
gravedad al adulterio.

La principal característica del derecho medieval es la previsión de una


determinada forma de ejecución capital para clase de delito, así era frecuente
aplicar el ahorcamiento, considerado como una pena infamante, aplicándose a
conductas de especial gravedad como, por ejemplo, el bandolerismo, que iba
acompañada su aplicación en numerosas ocasiones por otras accesorias, así
se sabe que en los procesos de brujería de Nuremberg, la persona acusada de
brujería iba transportada hasta el patíbulo en silla, para así no apoyar los pies
en el suelo, y “no desatar las fuerzas mágicas del mal”.

Por otro lado, la decapitación y el descuartizamiento mediante hacha se


aplicaba para delitos más leves, así por ejemplo, la primera se preveía en la
“mater carolina” para los delitos de rapto y violación; la segunda para los delitos
de traición, constituyendo una forma atenuada (durante los siglos XV y XVI),
decapitar antes de descuartizar, de forma que el ejecutado no sufriera; y una
forma agravada, atar los miembros a caballos o toros, como se pone
claramente de manifiesto en el caso Damiens.

Sin embargo, la pena germánica más característica es el enrodamiento, la cual


se asemeja con la decapitación en que la muerte se produce por la mano del
hombre y con un instrumento de hierro. Consistía en quebrantar al condenado
los miembros y la columna vertebral como una rueda, después el cuerpo se
entrelaza entre sus radios y se coloca sobre un poste, ofreciéndose después a
las fuerzas mágicas de la naturaleza, costumbre del antiguo derecho germano,
pues en la Edad Media, el cuerpo del ejecutado pasaba a propiedad del
verdugo. Se trataba de una pena reservada mayormente para hombres,
aplicándose sólo en algunas ciudades a las mujeres que mataban a sus
maridos.

Un dato muy curioso de esta forma de ejecución es el método para calcular la


composición, que va en función del hueso astillado, determinándose la pena
según sonara el hueso catorce pies más allá del camino real al caer en un
escudo.

Otra modalidad de ejecución es la asfixia por ahogamiento, que tiene su base


en la idea romana del Culeum, pero sustituyendo el mono por gatos, ante la
imposibilidad de encontrar aquéllos. A menudo tomó caracteres de un juicio de
Dios, consistiendo su fundamento en la idea de que causaba la muerte y
alejaba el mal y dejándose de aplicar en el siglo XVII.

EL DERECHO CANÓNICO

Tomando como punto de arranque el dato de que el Cristianismo comienza con


Constantino, el interrogante a plantear es cuál es la influencia que la Iglesia
tiene sobre la pena de muerte, para lo cual nos debemos remitir a tres períodos
históricos: antes del siglo VI, el período comprendido entre el siglo VI y el siglo
XIII y a partir del siglo XIII.

Antes del siglo VI, debido a su desvinculación con la vida política, la Iglesia era
adversa a la aplicación de la pena capital y las penas corporales, así los
apologistas cristianos Tertuliano y Lactancio, predicaban y extendían a sus
condiscípulos la idea de que el cristiano podía desempeñar cargos públicos,
pero siempre bajo la condición de no tener que condenar a penas capitales y
no tener que cumplir con el servicio militar, así el Código de Derecho Canónico
de 1917 prohíbe recibir órdenes sagradas del juez que haya dictado sentencia
de muerte, al que haya aceptado el oficio de verdugo o al que haya auxiliado
voluntariamente a la ejecución de la misma.

La primera manifestación de ello la encontramos en el Concilio de Elvira en el


año 300 donde se establecía que el cristiano que denunciaba a otro y a
consecuencia de ello fuese condenado a la pena capital, se le castigaría con
negársele la comunión incluso a la hora de la muerte.

Posteriormente, aproximadamente en el siglo IX, de la mano de San Agustín y


Santo Tomás de Aquino, la pena capital pasa a ser considerada una acción
permitida, bajo un fundamento utilitario, como un modo de selección de la
humanidad, “si algún hombre es peligroso para la comunidad, y la corrompe a
causa de algún pecado, es provechoso y laudable privarle de la vida para
conservar el bien común”.

El fundamento de la generalidad de los escolásticos se basa en la idea del


“árbol prohibido”, equiparando la eliminación física del delincuente con la de la
rama podrida de un árbol, para así evitar el contagio a todos los demás,
degradándola de esta forma a una mera medida de seguridad. Lo que sí es un
hecho es que tanto los católicos como los protestantes han creído encontrar en
el Nuevo Testamento causas que legitiman la máxima pena, por lo que el
derecho canónico intentó conciliar este espíritu prohibiendo a los sacerdotes
ejercer la jurisdicción criminal o cooperar con ella.

Más tarde, en el siglo XIII, momento en que la Iglesia Inquisitorial alcanzó su


mayor fuerza y esplendor, y puesto que la herejía afectaba directamente a sus
intereses vitales, ya que nada se le podía escapar, todo lo tenía que tener
perfectamente controlado, no sólo no se opuso a ella, sino que incidió
decisivamente en su aplicación.

Algunos historiadores han intentado desplazar la responsabilidad sobre el


poder civil, pero lo cierto es que la Inquisición lo que hacía era entregar al reo
declarado culpable al brazo secular, el cual era quien de hecho aplicaba la
muerte, pero este poder civil no hacía otra cosa sino que servir de ejecutor,
siendo la Iglesia los que realmente la ejercían, es más, si los ministros a quien
eran entregados los reos se negaban a cumplir las sentencias eran
amenazados con la excomunión. “Para el Cristianismo tanto los herejes como
los hechiceros estaban relacionados con el demonio”, influenciándose al pueblo
bajo la idea de que las brujas se transformaban en animales que tenían
negocio carnal con el diablo, por lo que debían de ser destruidos por el fuego.

Por último, no cabe olvidar, por lo que hago esta pequeña mención al elemento
de la tortura, instrumento de las clases dominantes, ejerciéndose
mayoritariamente durante los siglos XV a XVIII, cuyo significado como pone de
manifiesto García Valdés es la causación de un daño corporal para obligar a
confesar, pudiendo ser pública (ejecutada por el Estado) o privada (ejecutada
por particulares), siendo un instrumento de las clases dominantes, y siendo sus
principios recortes, la juridicidad, la proporcionalidad, el carácter protector del
reo y una valoración tasada –se aplica cuando no hay plena probanza.

A partir del siglo XVIII comienza a desaparecer, bajo la influencia de la


corriente de humanitarismo de La Ilustración, pero a pesar de ello no se
consigue su erradicación total, influyendo entre otros factores, por un lado, la
creación de un derecho penal diferente –las penas ya no son tasadas, aparece
el jurado y la confesión no es imprescindible-; por otro lado, el reconocimiento
del derecho a no acusarse –consecuencia del iusnaturalismo de los siglos XVII
y XVIII-, así como la aparición, junto a las penas corporales, de nuevas penas,
tales como la deportación, el correccional y las galeras.

BIBLIOGRAFÍA

• BARBERO SANTOS, Marino:


o “Pena de muerte (el ocaso de un mito)”, Buenos Aires, 1985.
o “La pena de muerte, problema actual”; Publicaciones de la
Universidad de Murcia, 1964.

• CUELLO CALÓN, Eugenio:


o “Penología”, 1920
o “La moderna Penología”, Bosch, Barcelona, 1955.

• GARCÍA VALDÉS, Carlos:


o “No a la pena de muerte”, Cuadernos para el diálogo, Edicusa,
Madrid, 1975.
o “El nacimiento de la pena privativa de libertad”, y
o “La pena capital. Estado actual de la cuestión”, en Temas de
Derecho Penal, Servicio de Publicaciones de la Facultad de
Derecho, Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 1992.
o “Teoría de la pena”, Editorial Tecnos, Madrid, 1987.

• HUIZINGA, Johan:
o “El otoño de la Edad Media. Estudios sobre la forma de la vida y
el espíritu durante los siglos XIV y XV en Francia y en los Países
Bajos”, Alianza Editorial, Madrid, 1982.

* VON HENTIG, Hans:


o “La pena, formas primitivas y conexiones histórico-culturales”.
Versión española por el profesor José María Rodríguez, Devesa,
Madrid, 1967.

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