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María Luisa Arce de Williams

Bajo el arco que domina la bóveda de la concha acústica del paraninfo universitario,
negro y brillante, el piano invita solemne a la grandiosidad del concierto. Es el
anochecer del 18 de mayo de 1966, el tenue murmullo, casi victoriano, del público
presente en la plenitud del aforo del recinto académico, se quiebra en cerrado aplauso
cuando la concertista ingresa al escenario, luego: el silencio, aquel en el que la joven
mujer de treinta y cuatro años camina hacia el instrumento para realizar una aventura
estética y sonora que transcurrirá desde las últimas luces del barroco, por el esplendor
del clasicismo, el exotismo de los aires musicales nacionales de Bolivia, la solemnidad
del romanticismo y los timbres modales del impresionismo. Nada está asumido por el
azar, María Luisa Arce de Williams ha elaborado un repertorio que conoce en sus
aspectos sonoros, rítmicos, técnicos, culturales e históricos: Solfeggietto, una tocata
compuesta por Carl Philipp Emanuel Bach, el último ejecutante genial del clave en la
transición del barroco hacia el clasicismo; Sonata en La menor, de Wolfang Amadeus
Mozart, en sus tres movimientos: Allegro maestoso, Andante cantábile y Presto, una
joya del clasicismo musical europeo; Aire indio Nº 5, de Eduardo Caba, Kaluyo indio,
de Simeón Roncal, y Noche tempestuosa, cueca del mismo autor: todas expresivas de
las antiguas tradiciones musicales indígenas e hispanas, de los modos armónicos y
melódicos panteísticos o renacentistas constreñidos dentro la tonalidad del racionalismo
estético; Estudio op. 25 Nº 1, Estudio op. 25 Nº 12 y Balada en Sol menor de Frédéric
Chopin: suaves aleteos y agitados pasos en la calma y la tempestad del romanticismo
decimonónico; finalmente, Suite para piano, de Claude Debussy, en sus tres
movimientos: Preludio, Sarabanda y Toccata, un monumento estético sustentado en los
modos antiguos, elevado a través de las variaciones e invenciones renacentistas y
coronado por el tempo libre, el rubato y el timbre contemporáneo. Después: el aplauso
final, atronador, prolongado, con el público erguido en respetuoso homenaje al talento,
al virtuosismo y a la calidad musical de María Luisa Arce de Williams.

Aquel talento, virtuosismo y calidad musical que el público ponderó y aplaudió en


escenarios de Bolivia, América y Europa y aquella vocación inquebrantable para la
enseñanza de la música, se desarrollaron desde una tradición profundamente arraigada
en su familia y sobre la base de su carácter firmemente comprometido con la disciplina,
la eficiencia, la eficacia y el sentido de la oportunidad. La herencia musical la recibió de
su abuelo materno, Carlos Arce, quien se destacaba por una impecable ejecución del
piano, y de su hermano mayor, Roberto Arce, quien ejecutaba con maestría la guitarra y
otros instrumentos de cuerda y cantaba con afinado timbre un extenso repertorio de
música boliviana e internacional. En cambio, su disciplinada personalidad la heredó de
su bisabuelo materno, Aniceto Arce Ruiz, quien, desde la orfandad de su niñez en
Tarija, las privaciones de su adolescencia en el colegio Junín de Sucre y su brillante
paso por las aulas de la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca, se
constituyó en la personalidad fundamental para la organización de una de las empresas
mineras de la industria de la plata más importantes del mundo: la Compañía Huanchaca
de Bolivia; asimismo, con la misma decisión, alcanzó la presidencia de la República de
Bolivia, que ejerció desde 1888 a 1892, con importantes logros para el desarrollo
económico del país: la ampliación del sistema telegráfico, la instalación del primer
servicio telefónico, la expansión de la infraestructura vial terrestre y, especialmente, la
instalación de la primera línea de ferrocarril, entre Ascorán, entonces en el territorio
boliviano ocupado por Chile; y la ciudad de Oruro.
Cuando María Luisa Arce de Williams nació, el 24 de noviembre de 1932, el
patrimonio financiero, minero y político de don Aniceto Arce era sólo un recuerdo y,
debido a la crisis de la industria minera de la plata, al ascenso en la cotización del estaño
como mineral estratégico, a las vicisitudes políticas de veinte años de liberalismo y doce
años de republicanismo en la conducción del gobierno de Bolivia y a la crisis financiera
mundial iniciada en 1929; los descendientes del gran industrial minero y hombre fuerte
del constitucionalismo boliviano pasaron a formar parte de aquella clase media tan
imprescindible para la marcha económica, social y cultural de Bolivia en el siglo XX.

Su madre, doña Amalia Arce Paz Argandoña, quien era viuda y profesora de educación
inicial, que en Bolivia se conoce como kindergarten, asumió para sí todo el peso de la
responsabilidad familiar y, por ello mismo, María Luisa buscó y encontró en su relación
filial con su hermano Roberto Arce, dieciséis años mayor que ella, el cariño paternal
ausente desde su primera infancia.

La ciudad de Sucre, durante los años infantiles y juveniles de María Luisa Arce,
transitaba aún en el metabolismo arquitectónico que transformaba la apariencia de sus
fachadas renacentistas y barrocas hacia una tipología ecléctica, de conjunción
neoclásica, neogótica y neomudéjar y, aunque la extensión de su cuadrícula urbana no
se había modificado sustancialmente desde sus años coloniales y era, por tanto, posible
a poco andar alejarse del centro citadino hacia la campiña que la rodeaba; la ciudad no
sólo conservaba aquel ambiente de civilidad y cultura que la caracterizó durante cuatro
siglos, sino, su mejor conexión, nacional e internacional, terrestre, ferroviaria, aérea y
radioeléctrica, junto a la labor cultural de entidades organizadas alrededor de la
Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca, la Escuela Nacional de Maestros,
la Capilla de Música de la Catedral, la Sociedad Geográfica y de Historia Sucre, la
Sociedad Filarmónica Sucre, el Ateneo de Bellas Artes y otras de carácter privado y
gremial le posibilitaban un adecuado acceso a las fuentes de conocimiento, información
y entretenimiento bibliográfico, a conferencias y debates acerca de disímiles aspectos, a
conciertos, a representaciones escénicas de diverso género, exposiciones de artes
plásticas, audiciones radiales, abiertas y cerradas, y, entre otras más, a proyecciones
cinematográficas.

Este ambiente de realizaciones culturales sucrenses se replicaba cotidianamente en la


familia de doña Amalia Arce Paz Argandoña. En su casa, ubicada en la calle Abaroa,
entre Grau y Dalence, una niña, María Luisa Arce, y un niño, José Ramírez Torres, a
quien la familia prodigaba un verdadero sentimiento de cariño filial y quien años
después se consagraría como compositor, músico y pintor de reconocido prestigio
nacional e internacional; entregaban con sincera pasión todo su tiempo a la música. Bajo
la dirección de su hermano mayor Roberto aprendieron a pulsar y rasgar las cuerdas de
la guitarra, cantaban, en primera y segunda voz, los aires nacionales bolivianos y el
repertorio internacional de moda y, para completar aquella inicial formación musical,
bailaban, sin límites geográficos ni temporales, nuestras cuecas y bailecitos, los boleros
y otros sones iberoamericanos y tampoco despreciaban el swing o el ragtime que la
cinematografía reproducía en la conciencia estética de la sociedad universal. Algunas
veces, por propia iniciativa o por expresa invitación de Radio La Plata, acudían a cantar
en el programa de difusión musical y promoción artística que conducía el entonces
joven periodista Mariano Rojas Bulucua. Esta pasión por el arte, especialmente por la
música, tampoco se resentía en la temporada de vacaciones, cuando toda la familia,
incluido José Ramírez, acudía al balneario de Charcoma, un paraje ubicado en la ribera
del río Cachimayu donde se encontraba emplazada una de las usinas que
proporcionaban electricidad a la ciudad de Sucre; allí, a la intensidad de los días en el
agua turbia del Cachimayu y a las sensaciones bucólicas en los huertos recortados por
los caprichosos contornos de las montañas pizarrosas, se sumaba la otra intensidad, la
intensidad de las noches donde las voces en dúo de los niños renacían al conjuro del
acordeón de Antonio Auza Paravicini, el maestro de los k’aluyos, bailecitos y cuecas de
la ciudad de Sucre.

Los primeros años de educación primaria María Luisa los cursó en la Escuela de Niñas
Nicolás Ortiz, allí estableció una amistad privilegiada con Miriam Durán y, como puede
inferirse, esta amistad sobrepasó los límites didácticos y lúdicos escolares para
extenderse hacia los paseos dominicales al parque Bolívar o la plaza 25 de mayo y,
especialmente, a las recíprocas visitas domiciliarias. Ella, cuya familia no poseía un
piano, apreciaba y esperaba con impaciencia la visita a la casa de Miriam, donde existía
uno instalado en una sala de visita, ante cuya presencia el mundo de las muñecas y otras
miniaturas con las que entonces jugaban las niñas desaparecía para abrir espacio al
mundo de la música, entonces, instaladas en la banqueta, recorrían las teclas del
instrumento sin orden, piedad ni concierto, desde la séptima a la primera octava,
jugando a ese hermoso juego que los músicos denominan chapaleo y que no era otra
cosa que el sueño premonitorio de un exquisito concierto, hasta que una reprimenda, la
reprimenda de la madre de Miriam, convertía aquel chapaleo en absoluto silencio.

Cierta tarde Miriam Durán le comunicó que la habían inscrito en la Academia de


Música de la Sociedad Filarmónica Sucre para aprender a tocar el piano y la convenció,
sin ninguna dificultad, de que la acompañara a pasar las clases. Encontrándose en el
foyer del actual Teatro Gran Mariscal, donde funcionaba aquella asociación cultural,
ingresaron a la clase de solfeo que impartía Daniel Camacho quien, al advertir su
presencia, le preguntó si estaba inscrita. Antes que María Luisa pudiera expresar una
respuesta negativa Mirian se apresuró a responder: – Claro que sí, ella está inscrita. – El
profesor Camacho, conocido por su bondad y, especialmente, por sus cualidades
pedagógicas, dejó en apariencia que esta circunstancia pasara inadvertida para
posibilitar que ella tomara no sólo sus clases de solfeo, sino, todas las asignaturas,
especialmente, la de piano, impartida por Juan Manuel Thorrez Rojas. Tres meses
después, Mario Estenssoro Vázquez, quien ejercía la dirección de la Academia de
Música de la Sociedad Filarmónica Sucre, se encontró de casualidad con la madre de
María Luisa y, con gran entusiasmo, le expresó que su hija tenía grandes condiciones
musicales y que era una niña sobresaliente en todas las materias y en todas las
actividades que se realizaban en la academia. Doña Amalia desconocía que su hija se
había integrado a esas actividades, en tal virtud, sólo atinó a decir que, como maestra
que era, estaba en condiciones de fomentar sus inquietudes musicales. Al poco tiempo
fue regularizada la inscripción de María Luisa, era el año 1942, contaba diez años de
edad, desde entonces su vida y la música se desplazan por el mismo camino.

La Sociedad Filarmónica Sucre fue organizada por Eduardo Berdecio y otros músicos,
intelectuales y empresarios filántropos el año 1884. Sus objetivos buscaban promover y
difundir los valores culturales universales y nacionales a través de sus secciones de
orquesta, coro, estudiantina, teatro, lectura y su academia de enseñanza musical.
Publicaba un medio de difusión impreso bajo el epígrafe de Revista Claridad. Su centro
de realizaciones culturales fue el actual teatro Gran Mariscal, mandado a construir por
los Príncipes de La Glorieta. Sus actividades cesaron hacia el año 1952, cuando el
gobierno del denominado proceso de la Revolución Nacional confiscó aquel teatro y sus
principales mecenas debieron tomar el camino del exilio. La actividad cultural en la
Sociedad Filarmónica Sucre era muy intensa, a través de recitales, conciertos,
actividades académicas, conferencias, era una entidad muy sobresaliente por su cuerpo
de profesores, las actividades que realizaba, por los artistas que se presentaban en sus
actos y porque en su academia se formaron muchos músicos, algunos de notoria
relevancia nacional e internacional.

En los años que María Luisa Arce se formó en la Academia de Música de la Sociedad
Filarmónica Sucre fue su director Mario Estenssoro y fueron profesores Daniel
Camacho, Delmira Berdecio, una meritoria maestra hija de Eduardo Berdecio; Juan
Manuel Thorrez y Antonio Auza, entre otros. Es importante expresar que, por causa de
las persecuciones nazis a los judíos en Europa, llegaron importantes profesores de
música a la Escuela Nacional de Maestros, quienes también se integraron a la Sociedad
Filarmónica Sucre, como Franz Wenger, profesor de piano, y Emilio Hochmann, de
coros, piano y otras asignaturas.

Como en toda actividad humana con objetivos y metas trascendentales, la formación


artística conlleva la resolución de conflictos, vicisitudes y carencias, especialmente en
las etapas formativas, sobre cuya superación se construye la personalidad y el
virtuosismo que el artista mostrará como evidencia estética en un escenario. Estos
conflictos, estas vicisitudes y estas carencias no estuvieron ausentes en el proceso de
formación artística de María Luisa Arce en la Academia de Música de la Sociedad
Filarmónica Sucre. Al respecto, existen dos anécdotas:

La primera se refiere al sentido de integración que el artista debe desarrollar sobre la


base de la consideración y el respeto mutuo. Las circunstancias se refieren a que
encontrándose en una práctica de coro con el profesor Emilio Hochmann este la
encontró conversando o en la realización de una travesura y, sin mayor reflexión, la
expulsó. Hochmann, quizá porque le afligía el curso de la guerra en Europa y,
especialmente, las desdichas que padecían los judíos en la conflagración mundial; había
desarrollado un carácter irascible y era, por tanto, drástico en sus decisiones cuando
encontraba errores o imprecisiones en una ejecución musical o detectaba faltas en el
comportamiento de sus alumnos o dirigidos. En todos los casos la sanción era la misma:
la expulsión, con la reconvención, en el caso de las mujeres, que fueran a atender las
labores de la cocina en su casa y, si se trataba de varones, que fueran a cooperar en la
realización de los oficios de sus padres. Resignada y afligida por tan grave sanción
abandonó la academia para refugiarse en su casa donde, enterada su madre del suceso,
la castigó también. Los profesores, principalmente Delmira Berdecio, en una reunión
solicitaron a Hochmann suspender la sanción en vista a que, si bien la alumna Arce
había cometido una travesura, era una de las mejores alumnas y una verdadera promesa
para la ejecución del piano. Cierto día se presentó Emilio Hochmann en la puerta de la
casa de doña Amalia Arce Paz Argandoña y, con sincera humildad, le solicitó disculpas
por la exagerada sanción y luego, en el medio español con el que se comunicaba,
también se disculpó con María Luisa. Esta actitud dejó establecida de una vez y para
siempre en su conciencia que la sabiduría no está reñida con la humildad, que el
virtuosismo se aprecia mejor cuando está alejado de la soberbia y que el respeto y la
consideración son dos puertas fundamentales que conducen al conocimiento.
La segunda anécdota tiene relación con las carencias materiales o inmateriales, como las
oportunidades, que un artista debe resolver en el proceso de su formación si pretende
alcanzar resultados relevantes. En la época que María Luisa estudiaba en la Academia
de Música de la Sociedad Filarmónica Sucre no disponía en propiedad de un piano en su
domicilio, doña Amalia, en tono de satírica angustia le decía: – ¿Por qué no naciste en la
época del abuelo Aniceto, cuando existían tres pianos de cola en la casa de La Florida?
– Para resolver esta carencia su madre alquilaba reiterada y continuamente unos pianos
que, coincidentemente, estaban viejos y desvencijados y, para que pudieran utilizarse,
debían afinarse o arreglarse continuamente. En otras oportunidades concurría a la casa
de su profesor, Juan Manuel Thorrez, quien gentilmente le facilitaba el uso del
instrumento. En la casa colindante vivía en alquiler una judía que se llamaba Alicia
Müller, quien era profesora de piano, y como ella pasaba todos los días cerca de la
ventana de la habitación donde María Luisa practicaba, escuchaba que aquellos
ejercicios excelentemente realizados no se resolvían con la sonoridad, la claridad ni la
afinación deseada porque el piano no tenía las condiciones para aprender
adecuadamente. Un día Alicia Müller tocó la puerta y la invitó a que practicara en su
piano, pero, como ella cobraba por las clases que realizaba, le manifestó que no podía
pagarle porque su familia no tenía el dinero para subvenir aquel gasto. Entonces la
profesora la invitó, de todos modos, para que asistiera como oyente. Ella ingresaba a las
clases y observaba y escuchaba de pie lo que las alumnas practicaban, luego, al retornar
a su casa, en el piano viejo replicaba lo observado y escuchado imaginando que la
música que lograba del desvencijado instrumento correspondía exactamente a las
exigencias técnicas, sonoras y melódicas de los ejercicios estudiados. La señora Müller
vivió muchos años en Sucre, con sus hijas Yuta y Eva, hasta que fue contratada para
realizar clases de piano en la ciudad de La Paz, quizá en el conservatorio de música,
porque era una pianista muy competente.

En un determinado momento de su carrera como profesora de educación inicial, Amalia


Arce Paz Argandoña ejerció funciones de supervisión pedagógica en los institutos de
acogida a menores huérfanos o en situación de pobreza. En cierta oportunidad, cuando
realizaba una inspección en el Colegio Santa María Eufrasia, entonces conocido como
el Buen Pastor; con el propósito de verificar las condiciones de aplicación de su nueva
política de apertura a alumnas externas para alcanzar objetivos de integración social,
cultural y emocional, recibió la sugerencia de las religiosas a cargo de aquel instituto de
inscribir a María Luisa en su registro de alumnas. La señora Arce Paz aceptó encantada
la sugerencia de las religiosas, convencida de que una experiencia de esa naturaleza no
sólo le ofrecería a su hija la posibilidad de alcanzar un concepto más integral de la
sociedad boliviana, sino, le permitiría desarrollar valores que en otras circunstancias no
se desarrollarían o demorarían en presentarse. La adaptación de María Luisa a las
condiciones sociales, culturales y emocionales del colegio fue instantánea, su
inteligencia, su voluntad de trabajo, sus destrezas musicales y su contacto con la cultura
en la Sociedad Filarmónica Sucre le permitieron constituirse en un factor fundamental
en la preparación y realización de los actos cívicos y académicos, la organización de
coros y el desarrollo de la coreografía de las danzas.

Hacia el año 1945, cuando cursaba el segundo grado de secundaria, el gobierno, con el
objeto de incrementar la cantidad de maestros en el futuro inmediato; convocó a las
señoritas y jóvenes estudiantes de secundaria con aprovechamiento meritorio a que
postularan a la Escuela Nacional de Maestros Mariscal Sucre. Como el desempeño
estudiantil de María Luisa se adecuaba con perfección a los términos de la convocatoria,
su madre y las religiosas la entusiasmaron para que solicitara una plaza en la Sección
Musical. Su aceptación en aquel instituto la convirtió en una de las alumnas más
jóvenes de su historia.

La Escuela Nacional de Maestros Mariscal Sucre fue fundada el 6 de junio de 1909,


bajo las orientaciones científicas, pedagógicas y administrativas establecidas por la
Misión Belga dirigida por Georges Rouma. Su Sección Musical se organizó muchos
años después, en 1936, cuando el profesor Vicente Donoso Torres ejercía las funciones
de rector de aquel instituto, quien comisionó a los profesores Esther Deuer y Mario
Estensoro para que establecieran las condiciones administrativas, pedagógicas y
cognoscitivas para su funcionamiento.

La formación de María Luisa Arce en la Escuela Nacional de Maestros Mariscal Sucre


se sustentó en la adquisición de conocimientos pedagógicos y en el desarrollo de
destrezas didácticas para la enseñanza de la música, sin embargo, también se constituyó
en una oportunidad para perfeccionar su técnica pianística, estudiar métodos y sistemas
de interpretación musical y asentar una personalidad artística cada vez más auténtica.
Estas actividades académicas se concretaron bajo la orientación de un plantel docente
dirigido por el profesor Saúl Mendoza, quien ejercía el cargo de rector; y constituido
por los profesores Juan Manuel Thorrez, Emilio Hochmann, Daniel Camacho y Antonio
Auza, entre otros. La conclusión de sus estudios y su graduación como profesora de
educación musical coincidieron con el viaje de estudios superiores que realizó la
profesora Julia Elena Fortún a la República Argentina, circunstancia que motivó para
que esta intelectual sugiriera que María Luisa la reemplazara en la materia que
regentaba. Su permanencia en el plantel docente de la Escuela Nacional de Maestros
Mariscal Sucre, bajo la responsabilidad de diversas asignaturas, se prolongó por el lapso
de cuarenta años, actividad que fue complementada con la enseñanza musical en la
Escuela Nacional de Música Simeón Roncal, organizada para niños y jóvenes; y en el
Colegio Alemán de Sucre.

Al poco tiempo de su graduación, el 16 de febrero de 1954, María Luisa Arce se casó


con Rodney Williams, hijo del ingeniero de ferrocarriles, de origen inglés, John
Williams y de la señora Bertha Corral, de origen potosino, pero, establecida en la ciudad
de Sucre. El ingeniero John Williams estuvo vinculado a importantes proyectos
ferrocarrileros que se ejecutaron en Chile y Bolivia hasta la década de los años cuarenta
del siglo XX, junto a su hijo Rodney formó parte del equipo de ingenieros de la empresa
norteamericana Macco Pan Pacific, que tuvo a su cargo la conclusión de la primera
carretera asfaltada en Bolivia, entre Cochabamba y Santa Cruz, y, finalmente, Rodney
Williams trabajó en diversos proyectos y actividades de apertura, construcción y
mantenimiento de caminos bajo la dependencia de las sucesivas entidades públicas de
vialidad terrestre que se organizaron en Bolivia sobre la base del Punto Cuarto del Plan
de la Misión Boham en Bolivia. Es importante hacer hincapié en la circunstancia que el
contacto del ingeniero Rodney Williams con la ciencia, la tecnología, con los valores
culturales anglosajones y bolivianos, en fin, con las empresas financiadoras y ejecutoras
de proyectos de vialidad y con los sencillos pobladores de nuestras ciudades, villas y
aldeas le posibilitaron una conciencia abierta, sincera, comprensiva y, al mismo tiempo,
de profundo razonamiento que, en los momentos decisivos de su relación familiar, fue
complementaria con los objetivos pedagógicos y artísticos de María Luisa. El
matrimonio Williams Arce tuvo cuatro hijos: Susana, Rita, Roberto y Elizabeth.
Sus actividades docentes y sus responsabilidades maternales no menoscabaron su
pasión por la ejecución del piano. Todo lo contrario, sus realizaciones cotidianas sólo
cobraban sentido cuando, además de expresarse a través del amor filial o del axioma
pedagógico perfecto, se lograban por medio de una interpretación virtuosa y
conmovedora del piano. De este modo, el resultado de los años intensos de estudio y
práctica del piano en la Academia de Música de la Sociedad Filarmónica Sucre y
durante su paso académico en la Escuela Nacional de Maestros Mariscal Sucre consistió
en la organización de repertorios de música de arte mayor, universal y nacional, que se
interpretaron con excelsa calidad en conciertos realizados en las ciudades de Sucre,
Potosí, Santa Cruz, La Paz, Cochabamba, Tarija y Oruro.

El año 1962, a propósito de la celebración del ducentésimo sexto aniversario del


nacimiento de Wolfang Amadeus Mozart, fue invitada a la ciudad de La Paz, por la
Embajada de la República Federal de Alemania en Bolivia, para que ofreciera en el
Goethe-Institut un concierto en su homenaje. El auditorio estaba constituido, además de
personas de aquella ciudad, por ciudadanos alemanes. Al finalizar la actuación se le
acercó uno de aquellos, el señor Gerhard Lang, quien se desempeñaba como ministro
consejero, acompañado por el doctor Oscar Frerking Salas, quien era entonces rector de
la Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca, y al tiempo de felicitarla le
preguntó dónde había estudiado piano, al escuchar su respuesta en sentido de que
aquellos estudios se habían realizado en Sucre le propuso: –¿Y no le gustaría ir a
Alemania?– Ella, con gran entusiasmo, le dijo que le encantaría, especialmente, por la
inmensa tradición musical alemana transmitida a la cultura universal a través de la
genialidad de sus más importantes compositores, sin embargo, le explicó que, debido a
que su familia estaba recientemente constituida y a que su madre era viuda, no contaba
con los recursos financieros necesarios para costearse aquel viaje. El funcionario le
aseguró que viajaría a Alemania y le solicitó sus datos personales. A los quince días
recibió una carta y un telegrama del señor Lang comunicándole que el gobierno de
aquella república le concedía una beca de estudios superiores.

Esta invitación fue bien recibida por toda la familia, especialmente por su esposo,
porque consideraban esta oportunidad como un justo merecimiento a los esfuerzos
realizados desde su infancia en el estudio del piano y a su innato talento musical y
artístico. Sin embargo, en vista a que su hija menor era una niña muy pequeña y merecía
aún de sus exclusivos cuidados, la beca se pospuso por el lapso de un año.

El año 1964, después de un prolongado y agotador viaje marítimo, María Luisa Arce de
Williams llegó a Alemania. El cardenal de Bolivia, José Clemente Maurer, de origen
alemán y amigo cercano de su familia, le contactó con las religiosas de la Sagrada
Familia para que viviera en su convento en la ciudad de Munich, en la Pestalozzi Straße
5. Allí vivió durante su primera estadía en Europa, en una habitación muy sencilla, con
mobiliario también sencillo y con la posibilidad de practicar en un piano antiguo
instalado en una sala de uso común.

Su residencia en aquel convento le proporcionó todas las condiciones materiales y


espirituales necesarias para el cumplimiento de los objetivos que pretendía alcanzar con
aquella beca. Cierta ocasión su profesor le preguntó:

– ¿Dónde estudia usted el piano?


Ella le respondió: – En el convento, ahí vivo.

– ¿Usted es monja? – Replicó el profesor.

– No, – dijo ella, – yo soy madre de cuatro hijos.

– Bueno, entonces un día iré a ver en qué piano estudia usted, porque es preciso que
trabaje en un piano que le permita buenas prácticas técnicas y musicales.

Cumpliendo su promesa el profesor fue un día de visita al convento y, hablando con las
religiosas, les preguntó dónde estudiaba el piano. Las religiosas le señalaron el
instrumento donde practicaba. El profesor sorprendido exclamo:

– ¡Dios mío! Si ustedes tienen un hermoso piano que yo les cooperé en adquirir hace
algunos años. – Luego preguntó: – ¿Dónde está ese piano?

La superiora dijo: – Está en la sala principal del convento, sólo cuando se realiza algún
acto importante lo usamos.

Entonces el profesor exclamó: – Ese es el piano que deben posibilitarle, ella está
estudiando para un grado superior de ejecución musical.

Las religiosas, desde luego, comprendieron el propósito de los estudios de María Luisa
y le concedieron el uso de aquel piano. Sin embargo, debe decirse, en honor a la verdad,
que el ambiente del convento le fascinaba porque las monjas no sólo se recluían en sus
quehaceres religiosos, sino, desarrollaban inquietudes diversas relacionadas con el
conocimiento y el arte y estaban seriamente actualizadas con el acontecer político,
económico y social de Alemania y del mundo de la postguerra.

Sus estudios los realizó en la Escuela Superior de Música de Munich, una academia
musical muy prestigiosa, fundada el año 1846 como Conservatorio Real de Munich, sus
objetivos incluían la formación de cantantes, instrumentistas, bailarines, compositores,
regidores y directores. Su plan académico contemplaba un mes de estudio y práctica, el
que debía concluir con un examen o prueba cuyo resultado, positivo o negativo,
implicaría su aceptación o rechazo de la escuela. Después de realizada la prueba y
transcurridos unos días recibió una carta escrita en alemán, idioma que ella aún no
entendía, sólo pudo advertir que en el texto figuraba una calificación con el numeral 1 y,
como en la tradición pedagógica boliviana la escala de valoración del aprovechamiento
transcurre desde el 7, excelente, al 1, pésimo, consideró que no había sido aceptada y
que debía preparar sus maletas para su retorno a Bolivia, soportando la frustración por
aquel resultado que no compensaba todos sus esfuerzos empeñados en aquel viaje,
principalmente, haber dejado a su esposo y sus hijos en Bolivia. Como ella ya había
adquirido la costumbre de viajar todos los fines de semana a visitar a sus amigos Edith y
Heinz Stamm, en un pueblo cercano a Munich, ella les comunicó sus cuitas acerca del
examen y sus resultados. Heinz le solicitó el documento y después de leerlo estalló en
una carcajada porque, conocedor como era del sistema de evaluación de Bolivia, él
había sido profesor del Colegio Alemán de Sucre; resultaba que en la tradición alemana
1 era la nota excelente y 7 la mínima de reprobación.
Su presencia en la Escuela Superior de Música de Munich fue de intenso trabajo.
Siguiendo el sistema de disciplina del convento todos los días se levantaba de
madrugada y, desde aquellas horas hasta la noche, entre el convento y las actividades de
la escuela y a pesar que ella leía y ejecutaba partituras de obras complejas de los
grandes maestros, su vida transcurría entre la realización de ejercicios de posición de
relajación, peso y sonido, pentacordios, velocidad y coordinación, acordes, arpegios,
escalas, cadencias, lectura a primera vista, ejercicios con transporte, repertorios y un
exigente estudio de historia del arte, antropología cultural y pedagogía musical. Sus
profesores fueron Hermann Bischier, de piano, y Wilhelm Gebhard, de pedagogía. En
realidad, el programa de estudios de aquella academia se extendía por cuatro años, pero,
ella lo desarrolló en dos.

En esa institución trabajaba Gertrud Orff, la segunda esposa de Carl Orff, una mujer
muy destacada en la ejecución del piano y en la pedagogía musical, precisamente,
enseñaba el método Orff. Como María Luisa había conocido aquel método impartido
por una profesora alemana en el colegio Alemán de Sucre, se animó a solicitar a la
señora Orff a ingresar a sus clases como oyente. Inmediatamente, sus condiciones
musicales y pedagógicas desarrolladas por muchos años en Bolivia fueron percibidas y
apreciadas por aquella profesora, en tal virtud, la invitó a conocer al profesor Orff, a
visitar Salzburgo, ciudad donde desarrollaba su trabajo musical y pedagógico y,
eventualmente, a vincularse en el desarrollo y difusión de aquel método. Un fin de
semana la llevó a conocer al profesor Carl Orff en su casa en Dissens-Hamarssens, este
la escuchó tocar el piano y le expresó que debería asistir a Salzburgo a mostrar la
música de Bolivia, sus danzas y trabajar por lo menos un año en el aprendizaje del
sistema Orff para aplicarlo y difundirlo en Bolivia. Ella le expresó que era madre de
cuatro niños, que ya estaba mucho tiempo lejos de su familia. Él le replicó: – Usted me
envía una nota indicándome que está dispuesta a trabajar en Salzburgo y yo le remito
los pasajes.

Carl Orff nació en Munich el año 1895, fue un precoz ejecutante del piano y empezó a
componer en su juventud, también poseía talento literario y tenía predilección por la
antigua literatura alemana. Inicialmente su obra musical estuvo influenciada por
Debussy y Stravinsky, pero, luego alcanzó conceptos estéticos más personales cuando
compuso sobre la base de poemas y textos de las tradiciones germanas y con melodías,
escalas y acordes fundados en los modos antiguos, combinando con la música la danza,
la poesía, la imagen, el diseño y el teatro. Su obra más conocida es Carmina Burana,
estrenada el año 1937, durante el apogeo de las ideas de Oswald Spengler acerca de la
decadencia de occidente y en el periodo del proceso político del nacionalsocialismo.
Carl Orff es conocido también por el método de enseñanza musical que desarrolló a
partir de la década de los años treinta del siglo XX, sobre la base de su experiencia
pedagógica con niños. Este método promueve la organización de repertorios con
melodías sencillas, preferentemente de tradición oral, que pueden interpretarse por los
escolares con instrumentos de láminas, ideófonos de madera y de metal, pequeña
percusión y sonajas. Inicialmente los niños realizan patrones rítmicos sencillos hasta
lograr la interpretación de piezas de conjunto más complejas.

A su regreso a Bolivia, María Luisa Arce de Williams expuso a su familia el objetivo de


la invitación del profesor Orff para volver a Europa para trabajar con él en Salzburgo,
Austria. En una muestra de amplitud y reconocimiento a su capacidad intelectual y
artística aquella determinó apoyarla para que aceptara esa propuesta y concurriera a
aprender el método de enseñanza musical Orff.

El año 1972 llegó a Salzburgo a la Escuela Superior de Música, el Mozarteum,


institución donde trabajaba Carl Orff. El Mozarteum fue fundado, por iniciativa de
Constanze Weber, la viuda de Mozart; el año 1841 y está conformado por la Escuela
Superior de Música, la orquesta, la fundación y la sala de conciertos. Aquí, en esta
prestigiosa institución cultural, María Luisa Arce de Williams ofreció conciertos de
piano, realizó conferencias acerca de la música boliviana y su riqueza coreográfica,
perfeccionó su técnica pianística y asimiló los principios, axiomas y técnicas
pedagógicas del sistema Orff. Asimismo, con Gertrud Orff viajó por varias ciudades de
Europa difundiendo este método de enseñanza musical.

A su retornó a Sucre, después de aquella experiencia de especialización, replicó los


conocimientos pedagógicos del método Orff en la formación docente en la Escuela
Nacional de Maestros Mariscal Sucre y los aplicó en la formación de los niños y
jóvenes de la Escuela de Música Simeón Roncal y en el colegio Alemán de la ciudad de
Sucre. Sin embargo, si bien sus actividades se centraron en esta ciudad, sus esfuerzos
también se concretaron en todas las ciudades de Bolivia, formando profesores y
enseñando música a los niños y jóvenes según los preceptos de aquel sistema. Pero su
mayor inquietud fue realizar esta obra en las provincias y zonas rurales y, en ese
empeño, viajó por todo el país, realizando su premisa de que debe enseñarse a las
personas, niños y jóvenes que no tienen oportunidades de acceso a la formación
musical.

A partir de 1982 retornó muchas veces a Europa invitada a reuniones de sistematización


y evaluación de la aplicación del sistema Orff. En 1984 y 1988 realizó giras de
conciertos con niños bolivianos ciegos, con quienes trabajaba voluntariamente, y a
quienes había enseñado música con el método del profesor Orff. En el curso de
realización de aquellas actividades se vinculó con diversas personalidades del mundo de
la música, quienes la escucharon tocar el piano y le animaron a grabar en Alemania un
álbum fonográfico con música boliviana. Este proyecto se concretó a mediados de los
años noventa con música de Eduardo Caba, Simeón Roncal, Humberto Vizcarra Monje,
Humberto Iporre Salinas y Bobby Williams a través de una grabación en vivo, en un
concierto en Munich, con la asistencia técnica de la Radio Bayerischer Rundfunk, la
más importante de Munich en aquella época. El público alemán, especialmente en su
segmento ilustrado, recibió con buena acogida las cuecas de Simeón Roncal, aunque les
parecía muy reiterativas, pero, admiraban su ritmo interesante y principalmente la
pianística; los aires indios les encantó, Eduardo Caba les parecía un Debussi boliviano.

En ese prolongado periodo de tres décadas, María Luisa Arce de Williams no abandonó
su pasión por la realización artística de la música, por ello, sin menoscabar sus
actividades pedagógicas vinculadas con la difusión del método Orff, realizó importantes
conciertos en ciudades de Bolivia, Chile, Argentina, Perú, Ecuador, Brasil, donde ganó
un premio en el Festival de Música Erudita; Alemania, Austria, Francia, Suiza, España
y Finlandia.

Sus actividades vinculadas a la educación musical le han permitido dejar una importante
evidencia escrita, donde sobresalen dos libros: Orff Schulwerk en Bolivia y otras
actividades musicales en la escuela, editado en Sucre el año 1974, que contiene un
segundo volumen con partituras para la práctica del método; y Educación musical
integrada. Lenguaje musical, juegos rítmicos, expresión corporal, cuentos musicalizados
para los ciclos pre básico y básico, editado en Sucre, con el auspicio del Proyecto Sucre
Ciudad Universitaria, el año 1998.

Entre los últimos años del siglo XX y primeros del XXI, junto a su hijo Roberto
Williams Arce, emprendió un proyecto de enseñanza musical denominado Arte Libre.
El propósito de aquella academia era ofrecer una alternativa de formación musical para
los niños y jóvenes de Sucre, inicialmente en la ejecución del piano, quizá inspirada en
aquella hermosa experiencia que se denominó Sociedad Filarmónica Sucre, pero,
lamentablemente aquel emprendimiento concluyó en una desilusión, porque, a
diferencia de aquella asociación cultural esta no fue correspondida con el apoyo de
ningún mecenazgo.

Hoy, después de más de ocho décadas de intenso trajinar por el arte y la cultura, las
luces del escenario continúan encendidas, el piano no ha cesado de prolongar su sonido
de acordes y escalas por todo el aforo del auditorio y el público, que en respetuoso
silencio ha escuchado el bello transcurrir de las melodías, se apresta a aplaudir, erguido
nuevamente, a este incomparable concierto que titula: María Luisa Arce de Williams.

Sucre, 15 de marzo de 2017.

Joaquín Loayza Valda.

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