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A ver cuándo nos vemos

Marco A. Almazán

Pocas frases habrá que pinten tan de cuerpo entero el carácter nacional y que reflejen mejor
nuestro alambicado modo de ser, como ésta de “a ver cuándo nos vemos...”

Las personas que se dicen mutuamente “a ver cuándo nos vemos”, desde luego no tienen la
menor intención ni el más mínimo deseo de hacerlo. De otra manera se fijaría en ese punto y
momento la fecha y hora de la próxima entrevista. Pero como nuestra obsequiosa urbanidad
(heredada de los indios) y nuestro estilo churrigueresco (heredado de los españoles del siglo
XVI) nos impiden decir a las claras que no nos interesa volver a ver al ciudadano de quien nos
estamos despidiendo, recurrimos entonces a la frasecita de cajón y así salimos airosamente del
trance:

-A ver cuándo nos vemos. . .

Entre mexicanos, el empleo de esta fórmula de cortesía no tiene mayor trascendencia, ya que
ambas partes entendemos su sentido oculto, o sea precisamente el de que no tenemos ningún
propósito de volver a encontramos ex profeso. Nuestros buenos modales nos impiden decir:
“Mire usted, don Teobaldo, ojalá no lo vuelva a ver hasta el próximo sexenio. Y me refiero al de
1988-1994.”En cambio, con el “a ver cuándo nos vemos” damos a entender nuestros designios
y a la vez quedamos como señores bien educados.

La frase, sin embargo, suele ser motivo de grandes confusiones y hasta de enfriamiento de
relaciones internacionales cuando uno de los interlocutores es extranjero y, como tal, no está
acostumbrado a la cabalística de nuestro lenguaje.

-A ver cuándo nos vemos... -dice el mexicano.

-¿Cuándo quiere usted que nos veamos? -pregunta el extranjero, considerando que sería
conveniente puntualizar situaciones para no quedar tan en el aire.

La pregunta, por otra parte, desconcierta al mexicano, que no la esperaba. Y si hay algo que
nos desconcierte a los mexicanos es el tener que determinar lo indeterminado. “Un momentito”,
“al ratito”, “ahorita”, “mañana”, “quien quita” ... son palabras con las que posponemos cualquier
cosa por tiempo indefinido. De ahí que el “cantinflismo” sea una de nuestras más cómodas
válvulas de escape.

-Pues cuando usted quiera -sugiere vaga, pero siempre cortésmente el mexicano.

-¿Qué le parece el próximo miércoles 4, a la una y quince de la tarde? -propone el extranjero,


después de consultar su libreta de compromisos sociales.

-¿El miércoles 4? -pregunta el mexicano, mientras piensa rápidamente en alguna excusa


plausible-. Pues quién sabe. Fíjese que a esa hora creo que tengo cita con el dentista... Claro
que lo de menos sería cancelar la cita, pero siempre se me hace medio feo.
-Feo completo -exclama el extranjero, que a lo mejor también es dentista y le revienta aquello
de que sus clientes sencillamente no aparezcan-. Las citas son sagradas. ¿Qué le parece
entonces el lunes de la semana entrante, a las cinco en punto de la tarde?

Al mexicano se le enchina el cuerpo nada más de oír las palabras “en punto”. Es algo que está
fuera de nuestras posibilidades psíquicas y fisiológicas.

-¿El lunes de la semana entrante? –vuelve a preguntar, para hacer tiempo mientras inventa
otra excusa-. Pues fíjese que va a ser medio difícil, porque precisamente ese día salgo para
Guadalajara.

En realidad el paisano no tiene intenciones de ir ni siquiera a Tacubaya.

- ¿Qué dice usted del lunes de la semana siguiente? -insiste el extranjero, siempre consultando
su libreta.

-Pues tampoco, porque a la mejor todavía no regreso. Mejor yo le aviso, ¿quiere? Un día de
éstos a ver si lo llamo por teléfono para ver cuándo nos vemos…

Los dos se despiden, confusos, mortificados y con un principio de mutua hostilidad. “Si no tiene
intenciones de verme” piensa el extranjero, “¿para qué cuernos me dice que a ver cuándo nos
vemos?”

“¡Qué tipo más pesado!” se dice a su vez el mexicano para sus adentros. “¿No está viendo que
estoy muy ocupado?”

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