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Juan Carlos Roca "El Aguila que queria ser Aguila" % EDICIONES JEANRO Si este libeo os de su interés y desea que le manengamos. informado de nuestras publicaciénes, escribanos a sdiciones@kinesiologia.commx. y gustosamente le Complaceremos 0 bien, visite la pégina wed mekinestolota.comme Coleceién JEANRO Narrativa BL dgula qe quia ser Aguil ‘ua Carlos Roce "2c: Marco del 2002 “Eat: Abr del 202 “Eon: toe de 2002 ‘SE: Pobre del 2003 arisen: Alberto Hinojona (©2002 EDICIONES JEANRO INTERNACIONAL S.A. DE CY. (Reerdon odor le Derecho at en) [ita EDICIONES JEANRO INTERNACIONAL S.A de CV. “Tal 130 at. 102 ‘06700 Ca. Roms ‘a (0155) 199871 05- Fax (0135) 199871 07 sp: 970-5252 Imres en México ea papel utara inion, mesic, Spc, Ge grace oelectopaio sn el previo ‘omentmieno pore dl eats, Dedico este libro al Maestro Espiritual José Mareelli Nolli. Gracias por ayudarme a conseguir la libertad con sus ensefianzas y su ejemplo. A Lourdes Silva por su dedicacin y trabajo. IUCARO Introduccion Todos en nuestro interior poseemos un ‘éguila real capaz de llegar a las cimas mas altas, ‘aunque pocos son capaces de descubrirla. Con mis mejores propésitos, te deseo que alcances todas las metas que seas capaz de sofiar JUAN CARLOS ROCA CAPITULO I El Sueno de dos Aguilas Persen y Casiopea Bajo un cielo totalmente despejado, una pareja de Aguilas reales volaban sobre una elevada y escarpada montaila. En silencio, ambas reco- rian palmo a palmo una y otra vez todo su territorio. Aprovechaban una corriente de aire caliente para subir lentamente en espiral, hacia donde ninguna otra ave jamés habia sido capaz de Hegar. ‘Ambas, extendfan de par en par las plu- ‘mas de sus alas y con el minimo esfuerzo las movian para ascender hasta los lugares mas altos de la montafia, desde donde podian ‘observar la cuenca del inmenso rio que eruzaba de un lado a otro el verde valle. Desde abajo se podia ver la majestuosi- dad con que ambas se deslizaban en el aire, y ‘ransmitian una sensacién de total libertad a ‘cualquiera que las mirara, Esa mafiana, un sol radiante iluminaba ‘cada lugar del valle y de la montafia en la que se encontraban volando, lo que les hacia més fécil visualizar y elegir a sus presas. De repente, en pleno vuelo, se les podia ver en una imagen completamente sublime c6mo iban de un lugar a otto con el minimo esfuuerzo. En ocasiones, abrian sus alas exten- diendo en su totalidad sus plumas para elevarse ‘en espiral y en otras, se les veia plegar las alas ligeramente para después dejarse caer en picado sobre sus sorprendidas presas a las que, la mayoria de las veces, ni siquiera les daba tiempo de darse cuenta que iban a ser atacadas. Las dos aves siempre trabajaban en equipo, usando todo tipo de estrategias para cazar y asi poder alimentarse. Por‘un lado, se podia ver a Casiopea, el aguila hembra, cémo despistaba a una oveja mientras que Perseo, el macho, se dedicaba a cazar a un cordero; o bien, simplemente, entre los dos asustaban a un ve- nado para obligarle a correr desconcertado hacia un acantilado, haciéndole caer irremediable- mente al vacio, A lo que enseguida, y sin per- der un instante, una de las dos se abalanzaba ha- cia Ia presa como una bala cayendo en picado rasgando el aire, sintiendo sobre su cara la fuer- 2a del viento y aprehendiéndola con sus poten- tes garras en plena caida, Ambas se encontraban en la cima de la cadena alimenticia, sin tener de qué preocupar- se, disfrutando del placer que eso les proporcio- naba gozando de la libertad y la tranquilidad de las alturas, asi como del poder que su realeza les ‘otorgaba sobre los campos y rios del valle. Esa misma maflana, emocionadas comen- zaron a preparar el lugar donde, en un futuro muy cercano, criarian a sus polluelos. Habian clegido las ramas del drbol mas alto de una es- carpada montafia, para prevenir de esa forma el ataque de cualquier depredador que pudiera atentar sobre la vida de sus inofensivas crias. Las dos trabajaban afanosamente durante todo el dia en te construccién del nido, aco- modando sobre las escasas ramas del drbol, cue Ie servia de soporte, todo lo que encontraban a su alrededor. Casiopea, por primera vez, sintid el des- pertar de su instinto maternal y se dejé llevar por él, Llena de emocién, iba a poner sus prime- ros huevos; los cuales pensaba que mas adelen- te se convertirian en majestuosas éguilas. En el nido, la hembra acomodaba las ramas sin cesar, para preparar de la mejor manera lo que seria sti hogar durante los siguientes meses. Por otro lado Perseo, el Aguila macho, también manifestaba su instinto paternal y ayudaba a su compafiera a recolectar ramas, hojas, plumas, barro y todo lo que hiciera falta para crear un hogar cémodo para sus préximos herederos, que en un futuro no muy lejano po- siblemente le ayudarian a recorrer el territorio que desde hacia mucho tiempo habia defendido como un verdadero rey de las alturas Durante el dia, Perseo continuaba disfru- tando de su vuelo una y otra vez, mostrando cada una de sus habilidades con complejas exhi- iciones; el Aguila real desplegaba totalmente sus alas como un simbolo de libertad, al mismo tiempo que elevaba su pico mostrando de esa forma su poderoso pecho de color castafio. Perseo se sentia orgulloso tanto de su pa- reja como de si mismo; por to que volaba emocionado por el hecho de saber que pronto tendria sus dos primeros hijos, y emitia un fuer- te chillido que se escuchaba en todo el valle. ‘Al margen del vuelo de Perseo, Casiopea ponfa sus dos primeros huevos y pensaba en sus. dos primeras crias, por lo que se sentia del todo realizada. Desde el nido, asomaba su cabeza es- perando a que llegara su pareja, para mostrarle Jos dos hermosos huevos que acababa de poner. Casiopea, por un lado exhausta y por el otto dichosa, se dedicaba a empollar a sus crias para darles el calor necesario y asi poder ‘guantar hasta el momento de su nacimiento. A Io lejos, Casiopea podia observar a su compaiiero, que durante los dos tiltimos afios le habia acompaitado en todos sus vuelos. Perseo, se acercaba ahora con sumo cui- dado junto a Casiopea dindole el alimenta para que le aportara la suficiente energia para encu- bar los huevos. Después de darle su comida, Perseo se acomods con carifio junto a Casiopea y acaricié su cabeza con su robusto y curvado pico. Las dos, acurrucadas, hablaban durante toda la noche sobre el futuro de sus dos here- deros. Al igual que le sucede a la mayoria de las parejas, las dos dguilas se sentian felices de ser padres. ~iSerdn dos hermosas dguilas! -exclam6 Casiopea- entusiasmada y orgullosa, mirando a Jos huevos recién puestos al mismo tiempo que Perseo se acercaba Les ensefiaré a cazar y cada uno de mis Secretos -continué diciendo con orgullo Perseo- aprenderin a desplegar sus alas con habilidad y Amoverlas de forma gil y precisa, para que se deslicen por el cielo como flechas con el ‘minimo esfuerzo y sean precisos en su caza. Casiopea se imaginaba las escenas que deseribia su compafero y compartia la ilusién de ver a sus hijos cazar con su padre =jLes enseftaré a cazar! -continué Perseo eno de orgullo- en Ia tierra, en el rio y en el aire para que puedan tener su propio territorio; para cazar, sobrevivir en él y jamés les falte su alimento, y de esa forma puedan continuar con nuestra estirpe. La noche comenz6 a caer y poco a poco Jos dos fueron quedéndose sumidos en un pro- fundo suefio; Casiopea y Perseo pasaron la mejor noche de su vida, llenos de ilusion y de entusiasmo, esperando el nacimiento de sus futuras crias. Perseo sale de caza Todo habia transcurrido en perfecta calma, hasta una mafiana en Ia que el aire arrecié en lo mis alto de la montafia, al punto que el arbol donde se encontraba el nido se balanceaba de un lado a otro y daba la sensacién de que iba a salir volando, Casiopea se aferté a sus huevos recién puestos, tratando por todos los medios de que no cayeran rodando montafia abajo. Perseo, sin preocuparse del mal tiempo y al igual que cada mafiana se despidié y salié en busca de alimento para él y su pareja. Casiopea le seguia con Ia mirada como si con ella tratara de recorrer el vatle junto a él al igual que lo habia hecho desde que se encontraban juntos. En lo alto del valle, Persco aprovechaba cada corriente de aire para subir y bajar a una gran velocidad. El éguila macho presumfa de su capacidad y pericia en cada uno de sus movi- micntos abricndo al méximo cada una de sus plumas. Desde lejos Casiopea veia cémo, con un ligero movimiento su compafiero comenzé a recorrer cada rincén del valle, quien con su potente vista observaba todo el territorio en ‘busca de una presa para llevar a su nido. A lo lejos, Perseo observé a un conejo que se movia con dificultad y sin pensarlo dos veces, se abalanz6 sobre él, lo aprehendid en un instante con sus fuertes garras y lo elevé sin ningin esfuerzo a cierta altura y lo dejé caer nuevamente. Una vez muerta su presa, despeg6 para regresar al nido donde le esperaba su compaiie- ra; pero en el momento en que tomaba altura, se escuché un disparo ensordecedor producido por un cazador furtive que enmudecié a todo el valle. El tiro dio de lleno en el pecho de Perseo, quien s6lo alcanz6 a emitir un fuerte graznido antes de estrellarse contra el suelo y acabar asi con todos sus suerios, En ese momento, Casiopea ajena a todo lo que habia pasado, se encontraba feliz ¢ ilusio- nada acariciando los huevos que crecian con normalidad y pensando en los proyectos que ella y su pareja tenian para sus futuros hijos. El tiempo transcurria y Casiopea al ver que su compafiero no regresaba; comenz6 a emitir chillidos de desesperacién Iamando a Perseo una y otra vez. Exasperada, el éguila se hacia escuchar en toda la montafa. Ella sabia que su compafiero jamés faltaria a su responsa- bilidad como padre ni como pareja, pues desde que se conocieron siempre habjan volado juntos y se habian jurado hacerlo durante el resto de sus vidas, Casiopea triste y desesperada, tuvo mie- do de que todos sus sueiios e ilusiones comenza- ran a resquebrajarse. EL sol se ocult6 tras la montafia y empezé a obscurecer. Cansada y hambrienta por fin pudo conciliar el suefio, con la esperanza de que su compafiero Ilegara de un momento a otro, Liegé 1a mafiana siguiente y Casiopea con tristeza pudo ver que Perseo alin no habia regresado, ~iEso jamés lo haria! -pens6 en silencio- mientras le escurria una ldgrima por su podero- so pico; e intuyé lo peor. Por un lado, miraba ttistemente los huevos que habia puesto y sen- tia el calor y el movimiento que habia dentro y por otto lado, sabia que si segufa ahi finalmente morirfa de hambre y con ella también sus po- Iuelos. Casiopea emiti6 un chillido de desespera- cién ¢ impaciencia y luego salié en busca de su compafiero, asi como de alguna presa con la cual pudiera alimentarse. Al principio miraba una y otra vez su nido sin alejarse demasiado de el. Ella sabia, por intuicién que si dejaba de- masiado tiempo a sus polluelos solos, moririan de fro o algin depredador acabaria con ellos. En el ciclo se podia ver a Casiopea volan- do como una verdadera éguila real, lamando con desesperacién constantemente a Perseo, sin obtener ningiin resultado, Cansada de buscar y de llamar a su com- pafiero, Casiopea hizo caso a su instinto de su- pervivencia y empez6 a recorrer su territorio en busca de una presa para alimentarse. Fue asi que Casiopea acept6 con tristeza que habia perdido a Persco y a sus hijos; sin embargo, su poderoso instinto animal le hizo pensar de inmediato que en la préxima femporada debia de encontrar otra pareja para poder procrear y garantizar asi su descen- dencia Con un fuerte suspiro volvié a mirar una yee mis havia aués y coutinud volando por el valle; con la esperanza perdida de encontrar a su compaitero dejé atrés todo lo sucedido sin per- der la ilusién de tener més suerte en la préxima temporada, José, el montatiero Acababa de amanecer y el viento soplaba con fuerza en Ia cima de la montaiia. Unos metros ‘mis abajo, las nubes comenzaban a agolparse y presagiaban el inicio de un fuerte temporal. ‘Un montaiiero recorria la escarpada mon- tafa, y mientras intentaba distinguir el valle, en- tre las nubes, pudo ver cémo las ramas’ del Arbol, donde se encontraba el nido de las agi las, se tambaleaban de un lado para otro. Parecia que el arbol se iba a romper en cualquier ins- tante y los huevos se movian en el nido sin con- trol alguno; ef montaftero se dio cuenta de que necesitaba rescatar es0s huevos pues en cual- quier momento saldrian volando montafia abajo. Con dificultad, ef montanero legs hasta el arbol, apoyé un pie sobre una roca y el otro sobre el tronco y alarg6 su mano con cuidado para tomar los dos huevos que acababa de encontrar, Una vez que los tuvo entre sus manos, dejé escapar un fuerte suspiro y los introdujo dentro de su ropa para darles todo el calor posible. Sin perder un momento José, ef mon- ‘afiero, se apresuré a seguir el camino montafia abajo para dejar en algiin lugar seguro los dos huevos. El sabia, como hombre experto de la ‘montafia y muy habituado a convivir con la na- turaleza, que algo grave debia haberle ocurrido a sus padres, pues las éguilas jamas abandonan a sus crias, a no ser que hubieran muerto 0 hu- biera sido del todo necesario. José se emocioné ante la posibitidad de salvar a las futuras dguilas que se encontraban ‘en aquellos dos huevos. Caminaba, unas veces a paso ligero, y otras corria sujeténdolos con su- ‘mo cuidado como sis tratara de delicados tro- feos. José sabia que desgraciadamente, las égui- las se encontraban en peligro de extincién y por eso mismo no podia perder el tiempo ya que, st se quedaban sin calor, nunca jamds liegarian a hacer. Durante el camino, José no dejaba de darle vueltas a 1a cabeza tratando de buscar una explicacién a lo ocurrido, hasta que Heg6 a la orilla del valle. Una vez abajo, José tomé un respiro se senté sobre una piedra y sacé los dos huevos del interior de su ropa; los miré a contra luz. y pudo observar que todavia habia movimiento. José dej6 escapar un fuerte suspiro producido por el ‘eansancio y por el placer de haber traido con vi- da hasta el valle a las dos erias. Lleno de espe- ranza retomé su camino en busca de un hogar para las dos aguilas, EI montaftero, muy emocionado, caminé hacia una granja siguiendo el curso del rio. Mientras recorria el camino su cabeza parecia tun caballo desbocado y un pensamiento tras o- tro le bombardeaban constantemente. Sabia que ‘en ese momento Ta vida de esos aguiluchos de- pendia tnica y exclusivamente de él Por fin, a lo lejos aparecié la granja. ~iUna titima carrera y habré salvado la vida de estas dos dguilas! -pens6 José.. Casi sin aliento, Heg6 hasta un ctiadero de polios, busc6 al granjero y le explicé todo lo que acababa de ocurrr. EI granjero, sin entusiasmo, puso los dos huevos debajo de una gallina que estaba encu- bando a sus erias. -Veremos si hay suerte -le dijo el gran- Jjero a José-; no seré nada ficil que leguen a hacer y mucho menos que puedan habituarse a vivir aqui. La gallina miré extrafiada los dos hue- vos, al mismo tiempo que se le veia un tanto in- decisa de si encubarlos 0 no; pero por suerte, se dejé llevar por su instinto maternal y comenzé a darles el mismo calor que a los otros dos que te- nia debajo de ella. José, después de dejar los huevos de éeui Ja en buenas manos, regresé a su casa para des- cansar de la caminata y de la tensién que habia tenido que soportar durante todo el descenso de Ja montaa. ~iPor fin, los dos huevos tendrén un nue~ vo hogar! -pens6 José en su interior-, al tiempo que esbozaba tna pequeita sonrisa. CAPITULO 2 Una nueva dguila quiere nacer Un nuevo hogar En la granja todo transcurria con relativa tranquilidad. La gallina clueca se dedicaba cada dia con esmero a empollar todos los huevos con, la misma ilusién; de vez en cuando les daba la Vuelta para que asi recibieran el mismo calor en todos lados. Los dias pasaban y en el interior crecfan los polluelos con absoluta normalidad. Una maiiana, dos de los huevos comenza- on a moverse més de la cuenta. De repente, un jeract hizo mirat a Galatea "la mama gallina’; Jos huevos que se encontraba empollando, y sorprendida comenz6 a ver cémo el primero de ellos rompia su cascarén y empezaba a asomar~ se. Galatea, la gallina clueca, miraba detenida- ‘mente c6mo su hijo descascarillaba el cascarén y se esforzaba por salir. Dejaba que el polluelo hiciera por su cuenta el esfuerzo de nacer, para que asi se ™ ee acostumbrara a luchar desde el principio por su supervivencia, Al poco tiempo salié cl otro y nada mas asomé su cabeza empez6 igualmente a piar con su caracteristico pio, pio, pio. Amos Iuchaban por ponerse de pie, tambaledndose hacia los ados continuamente. Al cabo de varias horas, los dos polluelos comenzaron a caminar y a buscar su comida. La mamé gallina, con su Pico, les proporcionaba los primeros alimentos que ellos comfan sin parar de piar. A los pocos dias volvié a crujir otro de Jos huevos y un nuevo polluelo comenzé a rom- per el cascardn, con mayor dificultad se asoma- ba mientras Iuchaba con todas sus fuerzas, in- tentando sobrevivir y salir hacia delante; esta vez, la cria de éguila intentaba por tcdos los me- dios de romper la cascara del huevo. Nuevamente la gallina clueca miraba con expectacion cémo salia otra de sus crias, pero ahora la intriga era todavia mayor: en lugar de pio, el polluelo dio un graznido en forma de pi, i. pipipipi. Ademés, jen lugar de set amarillo era blanco! Galatea no salfa de su asombro y por lo mismo no dejaba de mirarle con curiosidad, Ha- ‘bia nacido una hembra y al contrario que sus lermanos se encontraba revestido de un plu- mén blanco y apenas se podia mover. También tenia hambre, pero en lugar de piar no dejaba de chillar y de graznar emitiendo una especie de pi, i, pipipi, que confundia ain més a su madre. ‘Sus dos hermanos le miraban inquietos y sorprendidos, intentando moverla para que co- menzata a jugar con ellos; pero su hermana lo {inico que hacia era pedir comida y dormir. Galatea continué empollando unos dias mis el otro huevo pero nunca salié nada de ¢l, y haciendo caso de su instinto lo quit6 de su la- do y dejé de empollarlo. La pequefia Aguila miraba el huevo abandonado con tristeza, como si quisiera tras~ mitirle el suficiente animo a su hermano para que pudiera nacer, pero la tempestad y el largo tiempo que tard6 en recibir el calor materno hi- cieron que no pudiera sobrevivir. ‘Una vez més, los cazadores furtivos se habian cobrado otra victima en el valle. José, el montaiiero, calculé bien el tiem- po del nacimiento y se presenté un dia en Ia granja, No encontré al evasivo granjero, asi que se dirigié directamente al corral. No fue dificil para José adivinar el desen- lace: una pequefia aguila viva y un huevo que no logré nacer. -Tomé al aguilucho entre sus ‘manos y le dijo: -Te Mlamarés Altair, como Ia estrella més grande de la Constelacién del Aguila Luego José vio llegar piando, a dos po- luelos y se dio cuenta que eran los "hermanos" de Altair. A ellos les dijo -Ustedes, por haber compartido el nido de nacimiento del éguila, se Hamarn Aldebarén y Cefeo. -No sé si podris sobrevivir -le dijo ahora a Altair- no dependerd de mi, sino de ti ;pero te deseo mucha suerte! Enseguida, José deposité en el suelo al aguilucho junto a sus hermanos y sin decir nada ms se retird, Después de varias semanas, Altair co- menzé a alejarse de su madre, la que ya le habia ensefiado a comer maiz, Ahora la joven aguila, que sin querer se habja convertido en un pollo, disfrutaba con sus hermanos sin preocuparse de nada jugando y corriendo de un lugar a otro por toda la gran Los tres hermanos jugaban y comentaban sus cualidades. Aldebardn y Cefeo ensefiaban a su hermana a jugar, a comer y a correr lo mas rapidamente posible por el corral; pues ésta ha- bia nacido més torpe y le costé mucho mas trabajo comenzar a moverse, mientras que ellos ‘en unas pocas horas ya se movian sin problemas, de un lugar a otro. Aldebaran insistia en preguntarle: -

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