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Los ciegos que se encontraban en el manicomio estaban realmente hambrientos, y estaban

a la expectativa de que el altavoz sonara, informándoles que las cajas con comida ya habían
sido dejadas en el lugar establecido. Pero antes de que esto sucediera, ya estaban en
discusión por la repartición de esta; pues unos decían que la mejor forma de repartir la
comida, era distribuirla equitativamente por sala, pero otros no estaban de acuerdo con
esto, pues no todas las salas tenían la misma cantidad de ciegos, y por ende, las salas que
albergaban menos, se verían beneficiadas. Ahora bien, cuando se escuchó el altavoz
algunos ciegos se dirigieron hacia el lugar donde estaban las cajas, después de hallarlas y
regresar, se dieron cuenta que ciertos bribones habían robado varias cajas de comida, y
esto genero gran desconfianza entre los ciegos.
Posteriormente, el ministerio de sanidad envió doscientos ciegos más, para ser internados
en el manicomio, pero este no tenía capacidad para albergar tantos, pues solo estaba
conformado por 6 salas, 3 a la izquierda y 3 a la derecha, cada una con 40 camas, y gran
parte de ellas ya estaban ocupadas; a un lado estaban los contagiados pero no ciegos, y
en el otro los ciegos. Así, que cuando entraron estos 200 ciegos, se formó un caos, todos
corrían en busca de un lugar, los más viejos, niños y mujeres se vieron afectados y
pisoteados al encontrarse en medio de esta confusión; finalmente, con ayuda del sargento,
todo se tranquilizó, y los ciegos se fueron acomodando como pudieron en cada una de las
salas, y al final, ya no habían “contagiados” pues todos quedaron ciegos.
Cuando todo el caos había pasado, a la sala donde se encontraba el médico y su mujer,
llegó un hombre con una venda negra en su ojo izquierdo, este era el paciente del médico
que les faltaba, ahora todos estaban en el mismo lugar. Entonces, el viejo de la venda negra
contó lo que sabía, lo que había visto con sus propios ojos cuando los tenía, lo que había
oído en los pocos días transcurridos entre el inicio de la epidemia y su propia ceguera.
Después de que el viejo de la venda negra terminara de hablar, cada uno de los ciegos
presentes en la sala y los que quisieron, contaron cual fue la última imagen que vieron antes
de padecer la ceguera blanca. En este lapso de tiempo, la mujer del médico, analizó la
situación por la que estaban pasando, y se sintió tan frustrada, que incluso, llego a pensar
en decirles toda la verdad a los ciegos, pero su marido, el médico, la aconsejo y la
convenció, para que hiciera lo que era mejor para ella, no decir nada, y continuar
guiándolos.

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