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TERRITORIO Y DESARROLLO (1)

Carlos Calderón Azócar

Globalización multidimensional

La globalización de la economía está llevando aceleradamente al agotamiento de modelos y


referentes convencionales de desarrollo económico, imponiendo en los ámbitos más diversos
nuevas dinámicas y desafíos, y con ello, nuevos conceptos.

En materia de desarrollo económico, ya no se habla de incrementar la producción como antaño, y el


mejoramiento de la productividad que fuera la clave del discurso económico hasta fines del siglo XX,
va cediendo protagonismo al imperativo de la competitividad que se globaliza (Porter, 1991),
redefiniéndose a la vez los parámetros de lo que hoy se entiende e implica ‘ser competitivo’.

Es así que el surgimiento del tema del desarrollo territorial y, específicamente, de las políticas de
desarrollo territorial, está fuertemente asociado a las nuevas condiciones y componentes de la
competitividad y, específicamente, de las relaciones entre dichos componentes para que ella sea
sistémica (Messner, 1996); en el marco más amplio de las dinámicas asociadas a las características
que ha venido adquiriendo el proceso de mundialización de la globalización.

Pero no es sólo la economía, la competencia y la competitividad lo que se globaliza; sino también se


generaliza la preocupación y la ocupación por los derechos humanos, económicos y sociales; así
como por el medioambiente, la inclusión social y la participación ciudadana, entre otras dimensiones.
Ante ello el discurso de un desarrollo local, territorial o endógeno, más cercano y amigable con las
personas y al medio, aparece como parte de una respuesta ante estas nuevas demandas
ciudadanas, crecientemente mundiales.

En particular, constituye parte de un discurso más amplio de vías de respuesta frente a algunos
efectos de la globalización de sistemas productivos concentradores y de consumo masificantes,
como la reducción del trabajo a factor de producción o la inclusión social a la capacidad de
consumo, el agotamiento de los recursos o la contaminación del ambiente, o la pérdida de identidad
frente a los procesos de masificación.

Ante ello, ofrece o evoca posibilidades o alternativas de protagonismo local, de desarrollo de


identidad o, incluso, de singularidad distintiva y, desde todo ello y de algún modo, de ciudadanía
mundial.

1
Este artículo se corresponde con el capítulo sobre enfoque analítico de la tesis de magister del autor “La dimensión
del desarrollo territorial en las políticas chilenas de fomento productivo 1990-2010”, UAHC, Santiago de Chile, 2011;
el que sólo ha sido subtitulado y realizado una mínima edición para facilitar su lectura. Esta versión no ha sido aún
actualizada con nueva bibliografía en la materia surgida a contar de 2010; entre otras: Porter, M. (2011);
Waissbluth, M., y Arredondo, C. (2011): Goic, P. (2011), Calderón, C. (2012); Toloza, I. (2012); Alburquerque, F.
(2013); Ferreiro, A. (2013); von Baer, H., Toloza, I., y Torralbo, F. (2013); Marcel, M. (2013); y diversos/as
autores/as (RIMISP, 2013)..
2

Nuevo tiempo-espacio

Estas tendencias y contra tendencias se aceleran de la mano con el ritmo de “muerte de las
distancias” que estaría “aplanando” el planeta, permitiendo que las interrelaciones entre localidades
y continentes, ciudades y países, o conglomerados empresariales y asociaciones de consumidores
(colaborativas o conflictuales), puedan ahora realizarse a una velocidad casi instantánea, al ponerlos
“a un click de distancia” con la masificación de las nuevas tecnologías de información y
comunicación.

Ello estaría dando origen a un nuevo tipo y orden de relaciones que, en el plano económico, haría
que la competencia y cooperación se realice crecientemente fuera de las jerarquías formales de tipo
empresarial y pública, así como por encima de las distancias y fronteras nacionales (Friedman,
2006).

Con ello las estructuras económicas, comerciales y políticas estarían pasando de ser crecientemente
más flexibles y dinámicas, aunque no necesariamente menos concentradas o asimétricas ( 2).

Este proceso planetario de redefinición de las distancias (espacio) y, con ello, del tiempo; va
haciendo que lo global ya no se corresponda necesariamente con lo físicamente distante, ni esto con
lo tardío; y que lo local ya no sea equivalente obligado de lo materialmente cercano, ni ello de lo
inmediato. Al mutar los parámetros o referentes básicos y esenciales hasta ahora conocidos --tiempo
y espacio (el cuándo y el dónde)— los comportamientos que resultan adaptativos —en dicho
sentido, inteligentes— seguramente empiezan a ser otros, y en muchas circunstancias muy
diferentes.

“En la medida que lo anterior ocurre, son otros los espacios, ámbitos, sectores y tipos de relaciones
en los que empiezan a concentrarse las dinámicas económicas significativas. Las políticas macro ya
no tienen el poder de antaño para incidir con la misma fuerza en dichas dinámicas, de la misma
forma que las políticas micro sólo pueden influir en una parte menor de lo que hace a la
competitividad empresarial.

“Las monolíticas grandes empresas de producción masiva de bienes a bajos precios relativos,
propias del modelo fordista de fin del milenio pasado, ya no son referentes de eficiencia, ni siquiera
de eficacia, emergiendo como alternativas que constituyen diferencia la flexibilidad y el
funcionamiento en red de las empresas y otros agentes para asegurar calidad con innovación
permanente.

“La gran usina da paso a otra más grácil, (…), la organización vertical se cambia por redes más
horizontales, jefes son reemplazados por líderes, la importancia del petróleo cede a la del micro
chip, lo moderno ya no es lo manufacturado sino lo informatizado, y la sociedad del futuro en ciernes
ya no es industrial, sino del conocimiento.” (Calderón, 2007, p. 1-2).

2 El análisis del autor referido (Friedman, 2006), sostiene que estas estructuras pasarían de ser rígidamente verticales
a francamente horizontales. Ello connota que podrían ser significativamente menos concentradas, reduciéndose
asimetrías de poder, y derivando con ello en que se tornen más democráticas o inclusivas; lo que no es así, al
menos, no así necesariamente.
3

“La economía global se caracteriza por frecuentes innovaciones de productos y frecuentes cambios,
además de variaciones en los patrones de demanda y búsqueda de diversidad de los bienes. En
este nuevo escenario, para alcanzar los niveles requeridos de competitividad se torna necesario
reemplazar el antiguo sistema de producción “fordista” por el nuevo sistema “toyotista”. La esencia
de este último paradigma es la diversidad, la cual permite adecuarse a los cambios en las
preferencias de los consumidores y las innovaciones tecnológicas.” (Meller, 2008, p. 22-23).

Pero junto a una suerte de reducción virtual del espacio planetario hasta el límite temporal del ‘click’
necesario para recorrerlo o conectar sus puntos más distantes (velocidad de la luz); se produce o
tiene que producir una expansión (al menos relativa) del espacio local y de las relaciones (no
virtuales) que en él se desarrollan o, al menos, de su valor relativo y niveles de significados (3).

Esta suerte de reducción del espacio distal (planetario) junto al incremento relativo del espacio
proximal (local), podría estar siendo la nueva configuración del espacio-tiempo en que se desarrolla
la actividad humana así como la relación entre sus componentes, incluida la actividad económica. La
reducción del espacio distal podría contribuir a generar economías de información y transacción,
pero también, con el incremento sustantivo de éstas, de deseconomías de traslado (transporte) de
mercancías físicas, con ello de energía y, con esto, de agotamiento o degradación de recursos ( 4).

Glocalización de los procesos

Globalización y localización, como fenómenos o procesos planetarios simultáneos parecen estar


íntima, sino intrínsecamente relacionados. La noción de glocalización y sus derivadas, como la
desarrollo glocal y otras, buscan referirse a lo intrínseco de esta relación, singular al menos en
términos de su magnitud (5).

En el contexto de estas nuevas interacciones posibles, es que algunas de ellas adquieren nuevos
significados, mientras que otras se resignifican, o adquieren nuevo valor significante.

3 La Física contemporánea, desde la teoría de la relatividad en adelante; señala que espacio y tiempo no son
dimensiones o variables separadas, constituyendo una sola dimensión (espacio-tiempo) o, al menos, variables
directa y necesariamente interdependientes (como lo sería también energía y masa); y que la dimensión
interviniente que permite explicar las variaciones, es la velocidad cuyo límite superior es el de la luz (la velocidad a
la que se desplaza la información en el ciberespacio). Ver Hawking, 1988.
4 También nuestra Física señala que, en la medida que se modifican las relaciones espacio-temporales, lo hacen las
relativas a masa y energía (ver Hawking, 1988). En la medida que se incrementan las transacciones económicas
virtuales entre espacios distales, lo hace la masa de mercancías que se trasladan en largas distancias; lo que
requiere de un mayor uso de energías, no ya sólo para producir las mercancías (masa), sino crecientemente, para
transportarlas.
5 No hay claridad respecto de quien acuña o difunde por primera vez la noción de glocalización o de desarrollo glocal,
como no la hay respecto de neoruralidad, maritorio, y otras. En términos normativos pareciera estar asociada a la
complementación conceptual de la idea de “pensar globalmente y actuar localmente”, a la que ahora se añade la
“necesidad” de, también, y crecientemente, “pensar localmente y actuar globalmente”. La utilización de “las
capacidades y recursos endógenos” de un territorio (sus “fortalezas”), para el aprovechamiento de las
“oportunidades exógenas” a él; parecen estar vinculadas a las propuestas de aportar a un desarrollo glocal (ver más
adelante).
4

De las primeras pueden ser expresión el desarrollo de redes, nodos y redes de redes de
comunicación y transacción, incluso superando el valor históricamente asignado a organizaciones e
instituciones.

De los últimos, puede ser la revalorización de las relaciones directas dentro del propio territorio
proximal, de las identidades locales, o de las nuevas formas de participación y protagonismo en
asuntos de interés público.

Por cierto, también adquieren nuevos significados y significaciones antiguas o nuevas realidades y
relaciones en el plano económico y, con ello, valor económico.

Es así que, “Una serie de conceptos como los de distritos industriales (Marshall, Becattini, Amin),
clusters (Porter), medio innovador (Groupe de Recherche Europeen sur le Milieux Innovateurs –
GREMI), sistemas productivos locales (Vázquez Barquero), han surgido para expresar que la
actividad empresarial se realiza en el marco de redes formales e informales, relaciones y
determinados eslabonamientos productivos con proveedores, clientes y mercados, reflejando
experiencias de endogeneización del desarrollo” (Madoery, s/f, p. 8).

Dichas nociones, u otras como las de zonas emprendedoras, corresponden también al


descubrimiento reciente de una antigua realidad y dinámica económica, cuyo éxito aparece
fuertemente asociado a una serie de dimensiones consideradas hasta hace no poco como “extra
económicas” (6), lo que cuestiona tanto los modelos neoclásicos como los estatistas respecto de la
competitividad y el fomento de la misma.

Las relativamente recientes “teorías de encadenamientos, aglomeración, externalidades, proximidad,


asociatividad, networking, innovación, cooperación, etc.” (Moncayo, 2002, p. 44), refuerzan la
importancia de estas dimensiones.

6 Como la ya comúnmente aceptada noción de “capital social”, que hace referencia a aquella forma de capital
colectivo conformado por las normas, instituciones y organizaciones que facilitan la confianza, la ayuda recíproca y
la cooperación entre quienes las comparten o integran el que, (debidamente) aplicado al plano económico, puede
constituirse en recurso para la generación o desarrollo de economías vía reducción de costos de transacción,
producción de bienes públicos y desarrollo de formas de gestión más efectivas (Durston, 2000).
La noción habría sido usada por primera vez por Ludia Judson en 1916 aplicándola a experiencias educativas,
retomándose por Jane Jacobs en los años 60 para referirse a redes sociales urbanas, y por Glenn Loury en los 70
para analizar el problema de desarrollo económico en grandes urbes; y habría adquirido un carácter más elaborado
recién por los años ’80 con las contribuciones de Bourdieu y Coleman, relevándose hacia el 2000 por Augusto
Franco su perspectiva económica al identificar la contribución que habrían hecho en esa materia autores como
Douglas North, Robert Bates, James March, Johan Olsen y Mark Granovetter; así como en 2001 John Durston
habría llamado la atención acerca de los cuidados que hay que tener con el concepto, por las diferentes formas que
puede tener (individual, comunitario, etc.) y por las implicancias de distinto signo (conservadora, progresista) que las
aplicaciones de ello pueden llegar a adquirir (Stein, 2003).
Por su parte, si se trata de una forma de capital, tendría los atributos propios del mismo, entre ellos, el de su
potencial de acumularse, ampliarse y reproducirse.
5

Lo mismo que las nuevas miradas sobre las diferentes formas de capital hasta hace poco calificadas
de intangibles (Boisier, s/f) (7), las propuestas basadas en el desarrollo de clusters (Porter, 1991), o
los análisis relativos al carácter sistémico de la competitividad y a la necesidad de incidir en los
niveles meta y meso económicos y no sólo en las dimensiones macro y micro (Messner, 1996). (8)

Redes de coopetencia

Así se van descubriendo –o redescubriendo— y estudiando, antiguas o nuevas experiencias


exitosas basadas en la incorporación de estas dimensiones (9), destacándose a los territorios
subnacionales como ámbitos gravitantes para la competitividad, y no ya las empresas en particular,
sino las redes o eslabonamientos de ellas que en alianza con otros agentes pueden aprovechar
oportunidades exógenas a partir del uso de capacidades y recursos endógenos --endogeneizar
oportunidades exógenas— (González, y van Hemelryck, 2005), agregando y capturando valor y,
fruto de ello, acumular distintas formas de capital.

“En pocas palabras, no compite sólo la empresa de forma aislada, sino la red y el territorio, es decir
el conjunto de actores e instituciones que lo conforman, entre los cuales hay que citar el capital
social y los elementos de identidad territorial, la coherencia y coordinación eficiente de los servicios y
recursos estratégicos, la cooperación público privada y las estrategias concertadas entre los
diferentes actores.”

Redes que, para menor competir “hacia afuera”, también deben cooperar “hacia adentro”. Con ello,
competencia y cooperación ya no aparecen necesariamente antinómicos, y ambos pueden generar
economías específicas en ciertas dimensiones, así como deseconomías en otros; por lo que resulta
clave poder establecer las distinciones que corresponda, a uno u otro tipo de situación.

7 Sergio Boisier (Boisier, s/f), identifica 9 formas de capital susceptibles de articularse en un entramado mayor que
denomina “capital sinergético”, que podría ser el catalizador de las otras (aunque debe fomentarse, ya que no
operaría “automáticamente”). Las 9 formas específicas de capital serían: económico, cognitivo, simbólico, cultural,
institucional, sicosocial, social, cívico, y humano. Esta caracterización permitiría ampliar las distinciones al interior de
las categorías más comunmente usadas de capital económico o físico, capital social y capital humano, aunque no
siempre resultan nítidas las distinciones (de hecho el mismo autor señala que “capital sinergético, capital social (y)
capital cívico están inextricablemente vinculados”).
8 Todo lo que, por cierto, viene a complicar aquellos enfoques que para sustentar análisis simplificados excluían estas
dimensiones declarándolas “externalidades” y que, para justificar las políticas simplistas correspondientes, excluían
de ellas a quienes les resultaban disfuncionales o incómodos para su aplicación, declarándolos “inviables” o “sin
potencial” o, más refinadamente, “refractarios” a dichas políticas, o “no sujetos” de políticas de fomento, sino más
bien “objeto” de políticas “sociales o asistenciales”.
9 Desde los ahora clásicos distritos italianos o sus recientes pactos territoriales, hasta los clusters nor-europeos o el
Silicon Valley en USA, pasando por los presupuestos participativos impulsadas por el PT en Brasil desde antes de
ser gobierno federal (o del impulso actual al desarrollo de los Aranjos Productivos Locais), las de desarrollo
comarcal europeas con fondos estructurales de la Unión (Leader, Urbal, otros); o los “casos en observación” de
países como Australia y Nueva Zelanda, Irlanda, algunos del Sudeste Asiático o la emergencia de China.
6

“Los sistemas productivos locales son, pues, unidades de análisis territorial en las cuales las
economías de la producción internas a las empresas se funden con las economías externas”: las
“‘economías externas generales’ (del agrupamiento de empresas del que forma parte) y las
‘economías externas locales’, correspondientes al territorio concreto donde se sitúan” (Alburquerque,
2007, p. 4) (10).

Territorio como recurso de desarrollo

De este modo, se empieza a concebir al territorio ya no sólo como un espacio geofísico en que
existen o se instalan empresas, sino como un recurso para que las empresas, en la medida que
operen en una lógica de competencia cooperativa, pueden desarrollar en conjunto economías
derivables de los fenómenos de aglomeración, que cada una de ellas pueda internalizar para si,
ganando todas, y el propio territorio o conglomerado, en competitividad.

Dichos espacios se entienden como de geografía flexible y variable. Flexible porque no se


corresponden necesariamente con límites políticos administrativos o incluso fronteras nacionales; y
variable porque se amplían o contraen según el tipo y alcance de las relaciones que establecen sus
actores entre si y con el exterior, y que otros agentes, territorios o mercados establecen con ellos.

Por tanto, se acepta que también es posible la construcción social de ellos, aunque se entiende que
existe un rango de escala (11) para el espacio territorial que, en el caso de Chile generalmente es de
nivel sub-regional y supra-comunal.

Se reinterpretan no ya como simples límites físicos en los que se puede hacer desarrollo, sino como
una fuente endógena de recursos naturales y culturales para ello, y como un ambiente que facilita
que las capacidades colectivas de sus agentes económicos y actores sociales que forman parte de
su capital básico, se expresen e incrementen para ir aprovechando las oportunidades que implica la
globalización, y para enfrentar o soslayar sus amenazas.

Así entendido, el Territorio puede ser considerado, al menos, un recurso o potencial de desarrollo de
carácter esencial; pero, no sólo para mejor competir, sino también para mejor cooperar.

Asociado a esto último, y dado que en el espacio se activan relaciones de todo tipo, no sólo
económicas; el territorio local aparece como un espacio o un ámbito de oportunidad para el
desarrollo de otras aspiraciones, incluidas las de una economía más cercana e inclusiva; en que el
‘recurso’ humano, social y cultural local no es ya sólo un factor de producción, adquiriendo valor
meta-económico, en que también aparecen como fines determinados principios, como la igualdad, la
solidaridad e, incluso, la propia cooperación.

10 Alburquerque (2007) sobre economías externas generales y locales cita a Sforzi, F., 1999: “La teoría marshalliana
para explicar el desarrollo local”, en Rodríguez, F. (ed.): Manual de desarrollo local, Gijón (Asturias).

11 Determinado por la conjunción, entre otras dimensiones, de las distancias/tiempo internas máximas; y de la cantidad
de población, dotación de servicios, y tejido empresarial mínimos.
7

Probablemente ello explique en buena medida por qué el llamado enfoque de desarrollo territorial o
local suele reivindicar, para si, la posibilidad y las vías para un mejor desarrollo económico, dotado
de nuevos atributos como los ya señalados. Y que dicha reivindicación, probablemente, se realice
extrapolando aspiracionalmente, en más de una ocasión o dimensión, dicha esperada
correspondencia entre fines y principios, desde el plano meta al normativo y de éste al factual (12).

Acuerdos pactados del uso del territorio

Es en este marco y por ello es que competencia y cooperación entre agentes y actores territoriales
ya no aparece necesariamente antinómica, sino potencialmente complementarias en torno a
objetivos comunes pactados, que pueden ser en torno a algunos de los principios asociados a fines
a nivel meta señalados, incluidos los de sustentabilidad y sostenibilidad de la economía territorial
(13).

Ello lleva a la valorización económica de la negociación, del establecimiento de acuerdos, y del logro
de consensos entre actores de diversas condiciones y con distintos intereses, públicos y privados,
en que los primeros no son ni los promotores ni los ayudantes de los segundos, y éstos no son ni los
beneficiarios de aquéllos ni los exclusivos creadores de riqueza.

Es por ello que “El establecimiento de redes y mecanismos de cooperación y gestión público
privadas de carácter territorial (...) resulta clave para contar con espacios de concertación en que
puedan concurrir los diferentes actores en torno a oportunidades comunes de desarrollo: el sector
público sectorial, regional y municipal; y el sector privado con finalidad de lucro y finalidad social.”
(Romo, 2002, p. 18).

“El impulso de la cooperación público-privada y la concertación estratégica de actores


socioeconómicos territoriales para diseñar las estrategias locales de desarrollo, supone la aplicación
de una gestión compartida del desarrollo económico no solamente basada en directrices emanadas
del sector público, o simplemente guiadas por el libre mercado.” (Alburquerque, 2007, p. 7) (14).

12 De forma análoga a que lo hiciera, en su tiempo, la antigua economía, por ejemplo, con su teoría de “mercados
perfectos”; en que se mezclaba el nivel meta (aspiración a que lo que ordenara la economía fuesen mercados que
funcionaran de modo perfecto), con el normativo (el cómo se suponía que “debía” funcionar un mercado perfecto), y
el factual (el suponer que funcionaban de modos cercanos a la perfección normativa y, posteriormente, que las
“fallas” de mercado eran posibles de “corregir” con medidas relativamente simples y no mayormente costosas, como
el mejoramiento del acceso a la información por parte de los distintos agentes económicos).

13 Al respecto, además de “competencia cooperativa”, se ha hablado de “cooperar para (mejor) competir”, o de


“competir (con otros) cooperando (entre si)”, acuñando incluso un neologismo para ello: coopetencia. Dicha noción,
que nace del marketing (más bien del “co-marketing”), se encuentra aún en proceso de ampliación, por la
incorporación de nuevos significados.

14 Alburquerque, 2007, sobre el enunciado cita a Greffe, X, 1990: “Descentralizar a favor del empleo. Las iniciativas
locales de desarrollo”, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid.
8

Dichos espacios de cooperación y concertación, ubicados en un plano intermedio entre el mercado,


los agentes económicos individuales, los servicios de apoyo y la autoridad pública; serían
constitutivos del nivel meso de una política de desarrollo económico; cuyo fortalecimiento sería tan
importante como el correspondiente a los ámbitos meta, macro y micro de dicha política, ya que sólo
en conjunto y confluencia con ellos se obtendrían las condiciones para el desarrollo de una
competitividad que sea sistémica (Messner, 1996). (15)

En consecuencia, el territorio –espacio y sus recursos entendidos en forma ampliada, así como
actores y sus capacidades, ambas en relación-- puede ser sujeto de desarrollo. Por ello es que
resulta posible la construcción de un discurso de desarrollo económico territorial, así como la
definición de políticas y estrategias que lo faciliten o fomenten.

Territorio, competitividad y sustentabilidad

Es en dicho marco que el desarrollo territorial empieza a ser una materia de interés y a aparecer
como una oportunidad para propósitos que lo trascienden.

Uno de ellos, es el desarrollo de la competitividad-país, tanto por razones de equilibrios internos,


como por la existencia de determinadas situaciones hasta hace poco consideradas extra
económicas asociadas a la generación de bienes transables.

Entre los desequilibrios internos que se requieren superar se encuentran los de tipo territorial:
existencia de zonas o áreas desarrolladas y otras atrasadas, lo que constituye un lastre que hace
menos competitivo al país en su conjunto, cuando no un obstáculo a su crecimiento y desarrollo
futuros (16).

15 El desarrollo de una competitividad sistémica, que también podría entenderse como integral por una parte y
sostenible o sustentable por otra; según Messner implica la interacciones ‘sistémicas’ del Estado, empresas,
instituciones y la sociedad en su conjunto en cuatro planos o niveles complementarios: el meta, macro, micro y
meso económicos.
El nivel metaeconómico –que etimológicamente va ‘mas allá’ de lo económico-- está referido a las metas u objetivos
del desarrollo económico, y hace referencia a los grandes acuerdos estratégicos respecto del modelo y de la forma
de avanzar hacia ello. El macroeconómico se refiere a la consecución de condiciones macro equilibradas y estables,
que favorezcan el desarrollo de la actividad económica con perspectiva de largo plazo, e incluye regulaciones que
brinden igualdad de oportunidades para ello.
El microeconómico se refiere a la introducción de innovaciones y desarrollo de capacidades de gestión en los tejidos
empresariales y laborales específicos y de sus entornos inmediatos, en función del mejoramiento de sus factores
también específicos de competitividad. Y el nivel mesoeconómico –etimológicamente, de economía ‘intermedia’—
dice relación con el entramado de relaciones de cooperación, formales e informales, entre los tejidos, redes o
entramados productivos, las instituciones y el Estado en función del desarrollo de los primeros. Todos ellos, con
base en las empresas y sistemas productivos que integran, el apoyo de instituciones especializadas, y la promoción
de su desarrollo desde el Estado a través de políticas públicas.
16 Como lo ha indicado recientemente el informe de la OCDE sobre desarrollo territorial en Chile, que señala que sus
desigualdades territoriales han llegado a constituirse en un límite ya estructural para el crecimiento y desarrollo
futuros, lo que se expresaría en su alta concentración económica y territorial, así como en las severas brechas de
productividad y capital humano existentes entre territorios y regiones; y a las brechas de productividad y
competitividad de las MIPYME’s respecto de las empresas de mayor tamaño (OCDE, 2009).
9

Lo mismo ocurre con los desequilibrios económico-sociales, sea por brechas en los niveles de
ingresos o en los de capital humano, fruto de lo cual una parte significativa de la población no tiene
posibilidades de sumarse como factor de desarrollo o crecimiento, o se acumulan niveles de
conflictividad que afectan los equilibrios de nivel macro.

Por su parte, existen situaciones asociadas a la producción de bienes y servicios transables que
inciden negativamente en la competitividad-país por los efectos comerciales que pueden acarrear
frente a los mercados internacionales.

Entre ellas se encuentran todas aquellas externalidades hasta hace poco no consideradas y hoy
crecientemente exigidas por los consumidores finales como parte de nuevos estándares de calidad:
acreditar de un modo globalmente creíble que el origen, producción y comercialización de dichos
bienes y servicios satisfacen determinados atributos de sanidad o inocuidad sanitaria, de trabajo
decente (y no infantil ni semi-esclavo), de sustentabilidad ambiental y de buena vecindad con el
entorno correspondiente, entre otros.

Para ello, y como parte de la verificación de la calidad, crecientemente se exige certificar estos
nuevos atributos, incluida la trazabilidad de todo el proceso y de todos los procesos, desde el origen
de la producción hasta su comercialización final, así como la correspondiente a la identidad de dicho
origen en los casos de los productos que se ofertan bajo esas denominaciones (17).

Políticas de desarrollo territorial y competitividad sostenible

Estos emergentes y crecientes nuevos desafíos, no son posibles de asumir y resolver por las
empresas individualmente consideradas, requiriéndose la concurrencia de todos los actores que
participan del proceso, y en los diferentes niveles y planos.

En dicho marco, las dinámicas y políticas de desarrollo territorial pueden ser un factor que contribuya
a la construcción de estas cada vez más necesarias externalidades positivas.

De hecho, muchos de los países que, a partir de un determinado momento, han optado por aplicar
estrategias y políticas de desarrollo territorial, lo han hecho en el contexto de asumir los desafíos de
desarrollar o recuperar competitividad ante sus propios mercados, lo que entienden se puede lograr
más eficazmente con la participación de los actores locales (Meyer-Stamer, s/f).

Por otra parte, el desarrollo territorial con base en las empresas locales, generalmente pequeñas, en
algunos casos adquiere relevancia en relación con ciertos objetivos-país que, a partir de ciertos
problemas nacionales acumulados que en determinadas circunstancias se deciden enfrentar; se
asumen como nuevos desafíos frente a los cuales se van tomando un conjunto de medidas hasta
entonces no estructuradas.

17 Origen, según los casos, de carácter territorial, étnico o cultural, de producción artesanal o por parte de
determinados sectores de población (vg. mujeres, personas con discapacidad), etc.
10

Es el caso de los temas relativos a la desigualdad y a la cohesión social los que, una vez
planteados, rápidamente derivan a los problemas de desigualdad de ingresos y, a través de ello, a
las cuestiones relativas al desempleo y empleo precario. La búsqueda de una construcción nacional
con empleos de calidad o, en el caso de Chile, de trabajo digno y decente, entre otras
preocupaciones, lleva al análisis de que la principal fuente de empleo no está en la gran empresa
sino en la pequeña, por lo que la inversión “pro-empleo” habría que hacerla con éstas.

De este modo, el desarrollo económico territorial surge como una oportunidad de hacer más eficiente
la inversión pública en función de objetivos pro empleo; ya que resulta más integrador de dicho tipo
de unidades productivas, facilitando su eslabonamiento en cadenas de valor que se traduzcan en
empleos de mejor calidad, todo ello a partir de los sistemas productivos y tejidos empresariales y
laborales pre-existentes (18).

La reacción de varios países europeos frente a las crisis estructurales de empleo que enfrentaron
hace un par de décadas, pasó por estrategias de desarrollo económico local o territorial. En la
actualidad, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) plantea la estrecha relación entre trabajo
decente y desarrollo económico local (Di Meglio, 2005).

Al menos en una economía mundializada como la actual, “solo es posible el desarrollo local en el
espacio global” (Barreiro, 2007, pag. 4); dado que la globalización traería aparejado el surgimiento
de una nueva cartografía: de espacio único global con múltiples territorios de identidad singular
(García Canclini, 1998).

Ello, junto a las amenazas y oportunidades que implica para el desarrollo local, estaría generando
una nueva geografía de responsabilidades institucionales para el desarrollo en que, si bien el
Estado-Nación no es el único vertebrador de los sistemas económicos, si “es un actor de desarrollo
local, porque es fundamental para promover y estimular el funcionamiento de los sistemas
productivos locales” (Madoery, s/f).

En dicho sentido, no sería posible un efectivo desarrollo local o territorial, sin adecuadas políticas
que lo promuevan.

“Hace falta una política nacional para el desarrollo local (…porque…) no es un problema de
gobiernos locales, sino nacional”, “un asunto de cooperación entre diferentes niveles de gobierno,
nacional y local”, por lo que “el desarrollo local requiere de un gobierno central fuerte, que no aporta
sólo dinero, sino que ayuda a los territorios a desarrollarse” (Viesti, 2005).

En este sentido, el desarrollo económico territorial no es la vía para un mejor desarrollo nacional,
sino sólo uno de sus componentes o dimensiones esenciales.

18 Vis à vis, las opciones que consideran a los territorios como una suerte de tábula rasa en materia de capacidades y
recursos, respecto de los que hay que empezar un poco desde cero, propiciando y esperando la llegada de grandes
inversiones privadas externas en las que se deposita la confianza respecto de sus posibilidades de desarrollo.
11

En efecto, si todo pasara por el desarrollo económico territorial, se producirían desequilibrios y


distorsiones en diferentes planos, como también lo sería y ha sido cuando se ha intentado que todo
pase sólo, exclusiva o preferentemente por el Mercado, el Estado, la Nación, los empresarios, o
determinada área o sector empresarial o de actividad económica.

En este caso, una eventual exacerbación del desarrollo económico territorial como base en alguna
medida excluyente de un mejor desarrollo general o nacional, daría origen o justificaría la existencia
o surgimiento de territorios “ganadores” y “perdedores”, legitimando desde la supresión de
mecanismos de compensación territorial hasta la instalación de disputas territoriales por el destino
de impuestos originados localmente (19) y, en definitiva, en nombre de una supuesta eficiencia o
ineficiencia de los territorios, el incremento de los desequilibrios inter-territoriales ya existentes y, con
ello, de las desigualdades ya socialmente intolerables, con una mayor pérdida de los ya precarios e
insuficientes niveles de inclusión y cohesión social.

19 O guerras’ de exenciones, franquicias o prebendas tributarias, con el propósito de atraer capital financiero o
inversiones, como ha ocurrido, en algunos casos, en determinados países.
12

BIBLIOGRAFIA CITADA

Alburquerque, Francisco (2007): “Desarrollo Económico Territorial como desafío de política pública”,
Red DETE-ALC / CYTED / Chile Emprende, Santiago de Chile y Sevilla (España), borrador,
enero 2007.

Barreiro, Fernando (2007): “Territorios virtuosos para el desarrollo humano.” Ponencia en “Encuentro
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