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5 CUENTOS AUTOMEDICADOS
7 NO LUGAR
11 EL AUTÓGRAFO
12 SEGUNDO INTENTO
15 EL SACRIFICIO
16 INGENIO
18 ALQUIMIA
18 INVENTARIO
18 PROFANACIÓN
19 COLECCIONES
19 INTÉRPRETE
19 ACTO REFLEJO
20 SOBRESALTO
21 COMPREVENTA DE MI MUERTE
21 SEÑORITA FOBIA
22 RECORTES
22 CARTA SUICIDA
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NUEVA EDICIÓN DE LA METAMORFOSIS
Una mañana, tras un sueño intranquilo, un monstruoso insecto salió del interior del
zapato izquierdo del Dr. E. Su cuerpo era calloso y brillante, repleto de antenas,
patitas, ojos y colmillos.
-Si los humanos pueden convertirse en cucarachas ¿Por qué nosotros no podemos
convertirnos en personas?- pensó el insecto, colmado de esperanzas de ser uno de
los primeros casos estadísticos.
De pronto, tuvo la certeza que dejaría de ser una criatura de rincones. Sintió en
su alma una irresistible efervescencia y cerrando con fuerza su docena de ojos, se
dio cuenta que la metamorfosis estaba a punto de completarse…Pero justo en ese
instante, sintió que un objeto se aproximaba y antes de saber de qué se trataba,
quedó aplastado contra el parquet, con una suela de caucho sobre lo que algún
día fue su caparazón. El Dr.E limpió su zapato con una franela húmeda, se lo puso
y caminó hasta su consultorio. Uno de sus pacientes habituales lo esperaba desde
hace unos cuantos minutos…De cualquier manera, el insecto aplastado pronto se
hubiera arrepentido.
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NO LUGAR
El profesor Dávila era el tipo más amargado del mundo entero. Caminaba como un
ente curcuncho sin saludar a nadie. Eso sí, Dávila era un genio para la geografía.
A la clase siempre llevaba el mismo globo terráqueo, lo hacía girar y allí donde su
dedo se posara azarosamente, comenzaba su exposición. Podía ser Rusia o las Islas
Salomón o cualquier lugar del mundo. Entonces hablaba de los límites, la moneda
y la historia política. Nunca fallaba. Nunca se equivocaba. Lo extraño sucedió un
día, cuando el profesor Dávila se quedó estupefacto ante lo que su dedo había
descubierto: Utopía. Se trataba de una isla grande, difícil de pasarla por alto, y su
forma se parecía a la de un caballo de mar.
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OTRO DESPECHADO DEL MUNDO
Trémula en sus ademanes había quedado con sus labios entreabiertos como queriendo
decir alguna estulticia, como queriendo excusarse con Marco por habernos encontrado
con un susurro tan cercano, con su cuerpo tan aunado al mío. Pero a pesar de su deseo
de explicarse frente a él, ella tenía un impedimento de palabras y sólo se escuchaba
el castañeo de sus muelas. No supo decir nada, sólo me miró y yo le guiñé el ojo con
sarcasmo, como diciéndole “no puedes arrepentirte, no hay vuelta atrás”. Entonces
ella no pudo más con su desesperación, se dio media vuelta y se fue. Ya las huellas de
lo inevitable se acumulaban bajo sus párpados y se regaban hasta su boca haciéndole
saborear esa culpa tan salina.
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Y así, sin darnos cuenta, todo ya iba sucediendo tal cual lo habíamos tramado:
Marco y Margarita en íntima soledad, seguramente él exigiéndole aquello con su
firme violencia, acaso intentando arrancarle a toda costa los botones de esa blusa
semitransparente que dejaba translucir aquél par de senos irrepetibles. Ella por su
parte se resistiría, le hablaría de otras cosas, se daría toda clase de vueltas para
evadirlo y también para cansarlo. Marco, fuera de quicio, le gritaría sediciosamente
y uno que otro rasguño surcaría inevitablemente sobre el cuello de Margarita.
Yo me iría y volvería más tarde, cuando todo haya por fin terminado, para confirmar
por mí mismo los resultados. No sabía si ella lo lograría, si su voluntad y su fuerza
llegarían hasta el punto final o se quedarían a medio camino. Era difícil preverlo ya
que a ella se le estrujaba el corazón tan sólo de pensarlo. Pero, aunque no sabía lo
que ella haría, sí sabía lo que yo mismo debía hacer. Había estudiado paso a paso
el papel que a mí me tocaba, desde el modo de caminar hasta la manera de mirar mi
reloj de pulsera y esperar con un cruce de piernas, agazapado en una silla rinconera
del café de la esquina. Tal cual como lo habíamos ideado. Allí esperaría hasta que la
luz de la habitación se encendiera, como una sutil llamada de victoria.
Pedí una cerveza y mientras me bebía ese burbujeo divino, comencé a pensar en lo
que podría estar sucediendo entre ambos en ese mismo instante. Miraba hacia la
ventana y me imaginaba a Margarita dosificándolo con sus artificios y astucias, y
Marco cayendo en cada uno de los engaños que le tuvimos dispuestos de antemano.
Sólo pensaba en aquello que cambiaría tan drásticamente en esa noche de
plenilunio. Pensaba en ellos, en mí, en nuestras paradojas irresolutas, en
nuestros círculos viciosos.
¿Margarita sería capaz de hacer una cosa semejante? ¿Acaso podría ejecutar diestra-
mente aquel complot tan íntimo o se arrepentiría al último momento y lo derrumbaría
todo por pena? ¿Marco se quedaría tan satisfecho como siempre o acaso Margarita sí
lograría llegar hasta el punto de la negación innegable? Tantas eran las posibilidades,
tantos posibles aciertos y desaciertos. La brisa helada empezaba ya a gobernar
la atmósfera del café. Miraba mi reloj de cuando en cuando y el tiempo parecía
congelarse al igual que mi fluido sanguíneo, ambos parecían no transcurrir más.
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formas inimaginables y ese estado de espera hacía que una angustia tronara en mi
interior como mis dedos. Estaba ansioso por saber qué rayos estaba sucediendo allá
adentro…hasta que al fin surgió el destello tan esperado -la luz se encendió- y todo
mi cuerpo fue un terremoto insalvable.
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EL AUTÓGRAFO
Fue la mejor escena que jamás haya visto. Absolutamente todos los que estábamos
en aquella sala de cine, nos embriagamos de aquella mujer. Hasta ese entonces no
era una actriz muy conocida, pero solo con verla sabíamos que pronto sería el
rostro más difundido por todo el mundo. Sin lugar a dudas, mucho más bella
que las clásicas Elizabeth Taylor, Grace Kelly o incluso que Sophia Loren.
El silencio fue interrumpido por un sollozo progresivo que venía desde la penúltima
fila. Se trataba de una señora que no paraba de llorar. Un mar de sollozos, una erup-
ción de lágrimas. No sé qué me motivó a acercarme y abrazarla sin decir ni una sola
palabra. La señora, con su rostro indeleble bajo la oscuridad de aquella sala de cine,
dijo entre sollozos: “desde el accidente ya nadie me ha vuelto a pedir autógrafos”.
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EL SEGUNDO INTENTO
Cuando vio que el niño con guantes rojos se abalanzó hacia la calle, no tuvo más
opción que estrellarse contra el poste de luz. La moto siguió ronroneando luego del
impacto como un gato viejo tendido sobre una alfombra, mientras que él quedó in-
consciente en el instante mismo del accidente. Los testigos contaron más tarde que
el motociclista salió catapultado por lo menos tres metros, y que si no hubiese sido
por el casco, en vez de ir al hospital hubiese ido directito hacia la morgue. Durante
los cinco días de inconsciencia el motociclista soñó que era el copiloto de un avión
bombardero en la Tercera Guerra Mundial. El piloto, que estaba a su lado izquierdo,
tenía un perfil fascinante y le hablaba en un idioma que no alcanzaba a reconocer.
Sobrevolaban una enorme ciudad, una ciudad sin nombre, acaso una que aún no ha
sido fundada. A eso de las seis de un día cualquiera, el motociclista se despierta en
una de las camillas de cuidados intensivos, y desobedeciendo a los doctores, agarra
su casco y su moto (ambos con graves abolladuras), y se echa a andar. Sin saber por
qué, recorre el mismo camino y antes de llegar a la esquina del accidente, decide
deshacerse del casco y acelerar hasta el fondo. Poco tiempo antes de estrellarse, el
motociclista anhela llegar a ser ésta vez el piloto del perfil fascinante y entonces aprieta
sus ojos y sus mandíbulas para recibir el golpe que lo esperaba desde siempre.
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USTED Y LA LISTA DE COMPRAS
Podría decirse que el desquite fue justo, y cuando digo “justo” no pretendo decir
que no haya sido monstruoso. Todo resultó tal como lo había temido: Ignacia tenía
el don de la venganza como todas las mujeres con las que usted había prologado su
vida. Usted se quedó pensando largo rato en todos esos envenenamientos por los
que había tenido que pasar con cada una de ellas. Sencillamente bastaba con que
usted descuidara el movimiento de sus fichas, para que comenzaran esas series de
venganzas mínimas, que poquito a poquito lo iban convirtiendo en una especie de
calendario caduco. Acababa repleto de tachaduras y con los días contados, como
diría usted mismo con esa cara larguirucha.
Claudia, su primera esposa, era un claro ejemplo de sutileza cuando empezó a em-
pujarlo hacia el lado más punzante de la cama (aquél en el que los resortes dejaban
escapar sus garras), luego vino la época de las toallas carrasposas, las braguetas
de sus pantalones extrañamente defectuosas y otras cosas que no quisiera hacerle
recordar. Y qué decir de Teresa y sus municiones: el vino agrio, los rompecabezas
de mil fichas encima de la mesa y las estúpidas cancioncillas que tarareaba. Lo peor
de todo sucedió cuando insistió en ordenarle su biblioteca por orden alfabético.
Adivinará usted quién viene después, Malena, naturalmente. Mientras usted estaba
cepillándose los dientes antes de dormirse, ella aprovechaba para rociarse con esos
perfumes que las mujeres utilizan para repeler a su compañero y que en algún lugar
del envase debe decir “Caution: hombricida”. Así que sus llaves, de alguna extraña
manera, fueron careándose hasta que nunca más lograron abrir la puerta principal.
Como era lógico, en cada caso usted sentía que su vida se transformaba en algo de-
senfocado, en una especie de borradura espelúznate que va copándolo todo.
Incapaz de escapar de tal suerte, Ignacia, durante la cena del domingo, le comentó
que ella ya no tendría tiempo para hacer las compras y que de ahora en adelante
le tocaría a usted. Para cualquiera esto podría no haber sido tan catastrófico, pero
para usted fue igual de tóxico que todos aquellos envenenamientos previos. Aunque
pensándolo bien, éste era mucho peor. -Mañana te daré la lista de compras.-dijo
Ignacia, con esa voz como quien pone una alfombra roja sobre un campo de minas.
Usted se despertó cuando ella ya había salido. Pero ella había preferido dejar su
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café a medias con tal de darse el tiempo de escribir y pegar (gracias a dos imanes en
forma de frutas, no recuerdo si de cebollas o de zanahorias) la lista de compras en
la puerta de la refrigeradora. Hubiera sido preferible una carta de despedida antes
que esa mordaz condena que tenía entre sus manos.
La vida es así -y usted más que nadie lo sabe-, una suerte de hibridación perpetua,
un hallazgo de desmentidas, una verdura inexistente. No son las cebollas ni las zana-
horias, no son las toallas ni los órdenes alfabéticos, no son las mujeres ni las llaves
que se desgastan hasta volverse inútiles, sino todas esas cosas juntas, y a usted, por
su puesto, no le restaba más que volver a casa y dejar una nota imantada sobre la
refrigeradora que dijera: “adiós Ignacia, no pude encontrar las cebohorias”.
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EL SACRIFICIO
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INGENIO
¡Qué diluvio! Piensa Ariel mientras mira cómo se va bifurcando la tormenta a través
de los tendones de la ciudad. Los golpes del agua son navajas veloces sobre los
cuerpos que intentan refugiarse en cualquier sitio. Se nota que no ha llovido hace
mucho tiempo, porque se levanta desde el asfalto un olor a incendio recién apagado.
La gente está desprevenida, muchos llevan ropa ligera y solo una minoría empieza
a abrir las membranas de los paraguas que se convierten en aves oscuras que vuelan
atadas a sus dueños. Ariel abre también el suyo, es uno común y corriente, negro,
mediano, con una agarradera de madera. Pero de inmediato se siente incómodo y
estúpido. Prefiere empaparse antes que ir encapsulado en aquél circo unipersonal.
Y entonces se imagina construir un paraguas a gran escala, uno idéntico al suyo
pero de enorme dimensiones. Un gran refugio de tela impermeable, varillas de
metal y terminaciones de madera. Ariel lo abriría con un sonido majestuoso, un
golpe de viento, y dejaría que todo el que quiera se vaya uniendo, para caminar
juntos entre las hileras de avenidas de esa ciudad de seres egoístas.
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17
I.
ALQUIMIA
II.
Y ha salido victorioso
De la trepanación de los recuerdos.
III.
INVENTARIO
IV.
V.
PROFANACIÓN
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VI.
COLECCIONES
VII.
INTÉRPRETE
VIII.
ACTO REFLEJO
¿Será el Espejo
algo más que la punta quebrantada
de una espada mercenaria?
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IX.
SOBRESALTO
X.
XI.
y me tildó de escapista
de charlatán respetable
de anciano en triciclo.
20
XII.
COMPRAVENTA DE MI MUERTE
XIII.
SEÑORITA FOBIA
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XIV.
RECORTES
XV.
CARTA SUICIDA
FIN
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