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Metatemas __Libros para pensar la ciencia Coleccién dirigida por Jorge Wagensberg Al cuidado del equipo cientifico del Museu de la Cigncia a de la Fundacié “la Caixa” » Alef simbolo de lor nimerostransfinitos de Cantor Jordi Agusti, Pere Alberch, Brian Goodwin, David Hull, Ramén Margalef, Michael McKinney, Michael Ruse y Jorge Wagensberg EL PROGRESO {Un concepto acabado 0 emergente? Edicién de Jordi Agustf y Jorge Wagensberg, Tusquets Editores aad Michael Ruse (/940), licenciado en filosofia y matemdticas, se doctoré en 1970 en la Universidad de Bristol con su tesis Sobre la naturaleza de la biologia. Es catedrdtico de filosofia en la Univer sidad de Guelph (Ontario, Canada) y ha sido profesor invitado en las universidades de Cambridge, Indiana y Harvard. Miembro de varias asociaciones cientificas, sus trabajos se han centrado en la filosofia y la historia de la biologia evolutiva en relacién con Darwin, Es autor de La revolucién darwinista (1979), Sociobiolo- gfa (1979), Tomandose a Darwin en serio (7986) y Monad to Man: The Concept of Progress in Evolutionary Biology (Harvard Uni- versity Press, Cambridge (Massachusetts), 1996) Los estudiosos de Ja historia del pensamiento evolucio- nista saben muy bien que esta historia gira en torno al con- cepto de progreso, la idea de que, de alguna forma, las cosas se dirigen de manera teleol6gica hacia la perfeccién, con la humanidad como mediadora (Bowler, 1976, 1984, 1990). Ha habido, sin embargo, una considerable controversia en cuanto 4 la exacta relaci6n o relaciones entre los conceptos de «evo- lucién» y de «progreso» (Almond et al., 1983, Bury, 1920). El objetivo de esta discusién es discemnir la verdadera natura- leza de esta conexi6n, y como tel6n de fondo comenzaré pre- sentando lo que virtualmente se ha convertido en la actual versiGn oficial (Hesse y Arbib, 1986). Evolucién sin progreso Este relato comienza con un hecho que pocos de los ac- tuales historiadores de la Tustracién cugstionarian. La idea de evolucién, la aparicién gradual de todos los organismos por causas naturales a partir de una o unas pocas formas con el transcurso de las edades, es en cierto sentido la hija natu- ral de la idea de progreso. En el siglo xvut, cuando se desa- rollé y adopts ampliamente la nocién de progreso social, era natural it més alld del dominio cultural y hacerla exten- siva al de los organismos (McNeil, 1987; Porter, 1989; Ri- chards, 1992). EI resultado fue una suerte de cuadro natura- lista y progresivista del mundo vivo. De los salvajes a los 69 ceuropeos en la dimensién cultural. De los microbios («m6- nadas») a los humanos («hombres») en el mundo organico. ‘Supuestamente, de acuerdo con la versin estindar, este evolucionismo progresivista —progreso como extensién de la cultura, cultura como caso particular del progreso— se prolong6 hasta la primera mitad del siglo xix, pero luego iba a sufrir dos golpes fatales. El primero lo propiné Charles Darwin, el llamado «padre» de la evolucién. En 1859 Dar- win publicé El origen de las especies, donde presentaba sOli- dos argumentos no s6lo en favor de Ia evolucién, sino de un mecanismo particular: la seleccién natural. Todos los orga- rismos que nacen estén sujetos a una lucha por la existencia, y esto significa que s6lo una fraccién de ellos saldré ade- ante. Los supervivientes, los «mejor adaptados», son dife- rentes de los fracasados, de manera que, dado un tiempo su- ficiente, se produce un cambio o progreso natural. Pero se trata de un progreso relativo. Lo que es adaptativo en un con- texto particular no tiene por qué serlo en otro contexto. Por Jo tanto, no cabe hablar —como el mismo Darwin se en- carg6 de sefialar— de «superiores» ni «inferiores» (Ruse, 1979a). Y tampoco puede haber progreso en sentido abso- luto. La evolucién es contemplada como un fenémeno opor- tunista, y no como algo teleolégicamente orientado hacia un fin (un fin que se mide en términos de valores humanos). Después, a principios de este siglo (siempre de acuerdo con la versin estindar), el progreso evolutivo suftié su se- gundo golpe fatal. La seleccién darwiniana se fundié con una teoria adecuada de la herencia: la genética mendeliana (Bowler, 1984; Ruse, 1988, 1993). Pero el punto clave es que en la genética mendeliana los elementos de cambio, las Ia- madas «mutaciones», son de carfcter aleatorio. Esto no im- plica que sean acausales, sino mas bien que aparecen con in- dependencia de las posibles necesidades de sus poseedores. Otra vez la falta de direccién o propésito. La conclusién a la que se llega es que, en la era moderna de la teorfa sintética de la evolucién (una combinaci6n de la 70 seleccién darwiniana y la genética mendeliana, hoy actuali- zada por la revoluci6n de la biologia molecular), tenemos un evolucionismo despojado de sus origenes progresivistas. Ningiin bidlogo en ejercicio cree hoy en una evolucién diri gida, y ciertamente no en una evolucién cuyo fin titimo es la humanidad. En esto el pensamiento evolutivo no es més pro- gresivista que, digamos, una teorfa fisica 0 quimica (Nitecki, 1988; Gould, 1989). __ Lo que quiero proponer es que, aunque esta versién clé- sica comienza bien (la evolucién fue de hecho la hija del progreso), luego pierde totalmente el rumbo. Argumentaré que ninguno de los golpes supuestamente fatales asestados a la evolucién progresive lo fueron en realidad. Pero quiero sugerir también que hay razones que explican el declive del progresionismo en el pensamiento evolutivo. Estas razones tienen que ver con algo completamente distinto, en particu- lar el afin desesperado de los evolucionistas modernos de ser tomados en serio como bidlogos profesionales. Una vez se tiene en cuenta este hecho se comprende por qué los evo- lucionistas de hoy tiemblan ante la sola mencién de la pala- bra «progreso», pero también por qué la mentalidad progre- sionista no siempre esti tan alejada de la superficie como pretende la versi6n popular. Jean Baptiste de Lamarck y el nacimiento del evolucionismo . Para empezar, estoy de acuerdo con la versi6n esténdar en lo que respecta a la relaci6n inicial entre progreso y evo- lucién: la evolucién fue la hija del progreso. Para confirmar este punto tendrfamos que hacer un recorrido por los muchos paises donde vio la luz la idea de progreso, en particular Francia, Alemania y Gran Bretafia (especialmente Escocia). Dado que aqui no tenemos ni tiempo ni espacio para ello, me limitaré al mas famoso de los pioneros del evolucionismo, el : n sistematico y hombre de ciencia francés Jean Baptiste de La- marck, autor de la célebre Philosophie zoologique (1809). ‘A él debemos la primera teorfa de la evolucién_ plena- mente articulada, cuyo tema central era una versin dind- mica de la Gran Cadena del Ser (Lovejoy, 1936). Es decir, Lamarck creia que todos los organismos (de hecho traz6 una linea divisoria-entre plantas y animales) pueden orde- arse en una secuencia ascendente, desde los gusanos més simples (en el caso animal) hasta el orangutén y finalmente el género humano (Burkhardt, 1977). Lamarck creia que ha- bia una suerte de fuerza innata que impulsaba a los organis- mos a escalar posiciones en la Gran Cadena, de acuerdo con Jas «necesidades» que experimentaban, y que esta fuerza conducia a entidades cada vez mas complejas, hasta que fi- nalmente se Hegaba a nuestra especie. Lamarck también creia en la existencia de un proceso continuado de creacién (por medios naturales) de organismos a partir de materia inorgénica (la llamada «generacién espontinea>) por el cual continuamente se incorporarian nuevos grupos de organis- mos a la cadena evolutiva. En consecuencia, Lamarck no crefa en un genuino drbol de la vida en el que todos los or- ‘ganismos procedfan de formas originales compartidas, sino més bien en una especie de fabrica de organismos en ince- sante produccién. Superpuesto a este cuadro bésico Lamarck colocé un ‘mecanismo secundario, hoy conocido (un tanto paradéjica- mente, dado su cardeter accesorio) como «lamarckismo>: la herencia de los caracteres adquiridos. Lamarck crefa que de vez en cuando los organismos experimentarian circunstan- cias medioambientales extrafias, y esto Hevarfa a una cierta desviacién de la forma natural de la Cadena. Como conse- cuencia de esto se obtendria un esquema arborescente de la historia de la vida, aunque es importante subrayar que no es un drbol del estilo del que conocemos desde que Darwin pu- blicé El origen de las especies. Se asemeja més bien a un matojo de hierba, siempre produciendo nuevos brotes. 2 eo bd a 2 pty tp os a 2 ae - 2 aces conin Lamar Figura 1. Comparacién entre Darwin y Lamarck. Aunque Lamarck siempre negé que la ascensién de los or- ganismos por la Gran Cadena del Ser obedeciera a fuerzas vi- tales o mecanismos teleolégicos de alguna clase, Ia suya es una concepcién de la vida claramente progresionista (Daudin, 1926). {De dénde extrajo Lamarck esta visi6n? Si uno estudia Sus antecedentes, as{ como las discusiones en sus escritos, en concreto su Philosophie zoologique, esté fuera de duda que Lamarck estaba respondiendo a las esperanzas de progreso que se convirtieron en la filosofia general de los pensadores tadicales franceses del siglo xvi, la era de la Ilustracién (lor- danova, 1976). Hacia tiempo que gente como Turgot y Con- dorcet promovia la idea de que es posible un cambio genuino tanto en lo social como en Io intelectual, con tal de que los hhumanos se esfuercen en la direccién correcta (Bury, 1920). Lamarck conocfa los eseritos de estos y otros autores por el estilo (los Hamados «filésofos»), en particular Cabanis, u1 Pensador influido por la ciencia médica. Lamarck compart Ja filosofia de todos ellos (lo cual resultaba conveniente para él, ya que era un noble, una condicién no precisamente bien vista en aquellos tiempos de revoluci6n) y, como ellos, pen- 2B saba que era posible un progreso social y humano a través del desarrollo del conocimiento adquirido. Para Lamarck, por 1o tanto, la evolucién era en gran medida una inferencia directa del credo progresionista (Richards, 1987, 1992). Lamarck, como muchos otros pensadores de su tiempo, vefa la evolucién como una parcela del progreso, y a la in- versa, la creencia en el progreso se justifica por la evolucién. Ambas ideas estaban fuertemente entrelazadas. Del meca~ nnismo lamarckiano de la herencia de los caracteres adqui dos se suele decir que, aunque hoy dia esté desacreditado ‘como mecanismo bioldgico, s{ constituye, en cambio, una buena descripcién de la evolucién cultural. La gente desarro- lla ideas y Iuego las transmite de generacién en generaci6n. En realidad sorprende poco que la cultura sea lamarckiana, pues en primera instancia jel mismo Lamarck fue un fen6- meno cultural! Quiero subrayar que Lamarck es s6lo un personaje re- presentativo entre muchos. En los albores del pensamiento evolucionista, a principios del siglo x1x, uno puede ver que existe el convencimiento general de que evolucién y cultura son dos caras de la misma moneda. Sin embargo, antes de seguir, tengo que seflalar otro punto muy importante. Para muchos, y especialmente en el seno de la comunidad cienti- fica, esta moneda estaba acufiada en metat ordinario. La evo- luci6n no era vista con buenos ojos por los cientificos profe- sionales en ejercicio. Es significativo que el gran oponente de Lamarck fuera el mds poderoso cientifico de la época: el padre de la anatomia comparada, Georges Cuvier (Coleman, 1964; Appel, 1987; Outram, 1984). El inmenso desagrado que el evolucionismo de Lamarck inspiraba en Cuvier obe- decfa 2 muchas razones, pero una de las principales era el ar- gumento, plenamente justificado, de que Lamarck estaba ha- ciendo especulacién filosdfica en vez de intentar apoyar su pensamiento en la evidencia empitica. Como sefialé el pro- pio Cuvier, esta evidencia parecia ir en contra de la evolu- cién: habfa vacfos en el registro fésil; las especies animales 4 ESQUEMADEL ORIGEN DE VARIOS ANIMALES. Gusanos Infusoios Pinos aciados Inaectos ‘nis ‘Crusticees Anélisos Cirpedos Moluscos Paces Reptiles Pajares Monotemas Mamiters antbios \ Catéco0s Ungulados Ungueulados Figura 2. De la Philosophie zoologique de Lamarck. momificadas enviadas desde Egipto no parecfan ser diferen- tes de las que encontramos hoy, y ningin criador habfa obte~ nido a partir de un organismo vivo un miembro de una espe- cie diferente (Cuvier, 1817). Las vacas pueden diversificarse 15 en multitud de variedades, pero no se convierten en ovejas 0 cerdos, La evolucién era contemplada como poco més que una derivacién de una doctrina filos6fica. Una doctrina que Cu- vier —y muchos otros con éI— encontraba particularmente ofensiva. Por buenas razones, el progreso se consideraba la antitesis de la verdadera cristiandad. Para el creyente, la no- cin hist6rica clave es la de providencia, con su implicacin de que s6lo Dios es el responsable titimo de cualquier cam- bio a mejor (Bury, 1920). De donde, como sefialé Lutero, todo esfuerzo humano es en vano. El progreso, con su énfa- sis en el esfuerzo humano, se oponfa a la cristiandad, y por lo tanto era una idea que habfa que combatir. La evolucién formaba parte de esta desacreditable y desacreditada pseudo- ciencia secular. Esa era la cuestin. A los ojos de Cuvier —y del grueso de la opinién cientifica respetable—, aceptar las ideas de Lamarck y sus colegas evolucionistas suponfa sacri- ficar su reputaci6n profesional. Charles Darwin y la cuestién del progreso {Qué podemos decir de Darwin? Prima facie es verdad que el relato tradicional est4 justificado en parte. Segura- mente es cierto que el mecanismo darwiniano de la seleccién natural es relativista. Los que sobreviven son los mas aptos. Ahora bien, ;cémo se sabe quiénes son los més aptos? {Pues porque son los que sobreviven! En determinadas circunstan- cias puede resultar ventajoso ser grande y fuerte, pero en otras —por ejemplo, cuando las reservas de alimento dismi- auyen significativamente— puede que valga mAs tener un cuerpo pequefio y flaco y una mente més avispada, ‘Ademis de esto, no cabe duda de que el propio Darwin se nostr6 siempre muy cauteloso a la hora de hablar de pro- greso. En las guardas de un libro que estuvo leyendo a finales de la década de 1840 anoté que debia procurar no emplear 16 palabras como «superior» e «inferior» (Ospovat, 1981). Dar- win sabfa muy bien que identificar la evolucién con el pro- greso era la manera més facil de burlarse del cientifico profe- sional en su misma cara, Es més, si uno lee el Origen, no hay intento alguno de hacer que la estructura general de la teoria sea progresionista en el sentido asumido naturalmente por Lamarck. Darwin, a diferencia de Lamarck, se suscribié a un genuino drbol de la vida. Y un Arbol, después de todo, se ra- mifica. De ahé que no se pueda hablar de un ganador en parti- cular. Por cierto, no hay raz6n para pensar que nosotros los humanos nos hemos impuesto a los otros organismos —ex- tinguidos 0 no— y estamos por encima de ellos. Pero todo esto no impide que haya detalles embarazosos. Por ejemplo, podrfamos citar el parrafo final del Origen mismo, que tiene un tono decididamente progresionista: No me cabe duda de que una larga trayectoria de “al- tura competitiva” hard que al final se tenga una organizacién superior en todos los sentidos imaginables; pero, por lo que parece, probar esto es de lo més dificil» (Darwin, 1985, 228-229). Parece claro que Darwin ya pensaba de esta manera cuando se publicé el Origen en 1859; pero, conociendo los efectos pemiciosos que un progresionismo abierto tendria sobre su teorfa, mantuvo un mutismo total acerca de sus opi- niones. Sin embargo, lo que pasé luego fue que la gente ley6 el Origen y, a pesar de las objeciones al mecanismo pro- puesto, recibié muy bien la idea general de evolucién que Darwin proyectaba, y no s6lo eso, sino que la mayorfa la 80 identificé de hecho con el progreso. Viendo lo que habia pasado Darwin se relajé un tanto, y para cuando se puso a escribir la tercera edicidn del Origen (1861) se sentia lo bas- tante confiado para aiiadir una buena dosis de progresio- nismo a su teoria. Asi, encontramos que en esta tercera edi- cién Darwin incluye la idea de una carrera de armamentos biolégica y se basa en ella para argumentar que, en conjunto, el mejoramiento de las adaptaciones —en particular las adaptaciones mentales— conducirfa a alguna forma de pro- greso absoluto. Es decir, Darwin defiende la existencia de una seleccién orientada de algtin modo hacia nuestra propia especie, Homo sapiens: «Si contemplamos la diferenciacién y especializacién de los diversos érganos de un ser en estado adulto (y esto incluirfa el desarrollo del cerebro para fines intelectuales) como el mejor indicativo del grado de organizaci6n, esta claro que la seleccién natural conduce a una organizacién cada vez. més elevada; porque todos los fisidlogos admiten que la especializacién de los érganos, al permitir un mejor desempefio de sus funciones, es una ventaja para todo ser; la acumulacin de variaciones tendentes a la especializacién std, por lo tanto, dentto de la esfera de la seleccién natural» (Darwin, 1959, 222 (382.11:¢)). Una década después, para cuando se puso a escribir su ‘magnum opus sobre nuestra propia especie, La ascendencia del hombre, Darwin ya se sentia totalmente libre para hacer profesién de fe en el progreso evolutivo. ‘Vemios pues que, lejos de negar cualquier conexién entre evolucién y progreso, Darwin los vinculaba incluso més pro- fundamente. Pero al mismo tiempo, como buen cientifico que era, Darwin tenfa plena conciencia de la situacién y comprendié que si en un principio se hubiera mostrado de- masiado abiertamente progresionista le habria salido el tiro por la culata, {Quiere esto decir que al final Darwin consi- 81 guié producir una ciencia totalmente profesional, conside- ada de la mejor calidad por gente de peso, y que incorpo- raba el progresionismo? No del todo, aunque estoy seguro de que su aspiracién era ésta. Mas bien, tanto los partidarios de Darwin como sus detractores continuaron pensando que la evolucién implicaba progresionismo, pero la evolucién dejé de ser considerada una vil pseudociencia. Ahora bien, eso no impidié que.continuaran negando un pleno reconoci miento cientifico a los estudios evolutivos. En vez. de eso, guieron una tradicién fomentada por el gran aliado de Dar- win, Thomas Henry Huxley, consistente en contemplar el pensamiento evolutivo menos como una teorfa cientifica ple- namente operativa y més como algo semejante a una suerte de religi6n secular de indole metafisica (Ruse, 1996). La fisiologia, 1a embriologfa y 1a anatomfa comparada formaban la primera linea de la biologia (Nyhardt, 1986; Maienschein, 1987, 1991). La evolucién era la filosofia sub- yacente. ¥ como toda buena filosoffa tenfa un mensaje: jel progreso! Me doy cuenta de que esta afirmacién es un tanto escandalosa, asf que quiero dejar claro que no estoy diciendo que los partidarios de Darwin, como Huxley, fueran menos ardientes en su evolucionismo de lo que solemos asumir. Lo que digo es que en vez de contemplar la evolu cosas, incluso aunque el cristianismo fuera falso. Lo que quiero argumentar es que, en cierto sentido, la re- volucién darwiniana fue s6lo parcial. Darwin tuvo éxito en convencer a la gente de la verdad de la evolucién. Pero du- rante el medio siglo que siguié a la publicacién del Origen, Ja teorfa darwiniana no fue contemplada como un paradigma cientifico dentro del cual se puede trabajar y del que pueden derivarse resultados empiricos, al estilo de los de la fisica 0 los que se estaban desarrollando en otras éreas de la biolo- 82 gia. La evolucién funcionaba mucho més como una suerte de filoso! cl sentido de la vida. Es mas, en parte como causa y en parte como efecto, el progreso estaba en el mismo centro de este cuadro. La gente vefa la evolucién como algo que tenfa, si no un propésito divino (aunque habfa evolucionistas que lo cerefan asf), al menos alguna clase de propésito natural en al- ‘gin sentido. Fue este estado de cosas lo que hizo que gente como, por ejemplo, Herbert Spencer (1852a,b, 1857, 1864, 1892) se animara a proponer filosoffas evolucionistas, en particular una ética evolucionista que desafiaba la moralidad cristiana convencional. Todos venfan a decir que se deberfa favorecer el proceso evolutivo en vez de interponerse en su camino. La consecuencia de esto es que, puesto que el proceso evolutivo puede contemplarse como una versién biolégica del laissez faire, uno deberia dejar que las cosas sean como tienen que ser, sin que el estado se entrometa (Ruse, 1986; véase tam- bién Russett, 1976; Crook, 1994; Pittenger, 1993). Es més, la justificacién de esta forma de pensar puede hacerse en nombre de la biologia: si no se permite que el proceso evolu- tivo tenga plenos poderes no sélo se frenaré el progreso, sino que nos veremos sumidos en la decadencia y la degradacién. No es que uno esté a favor del laissez faire en si mismo —desde luego no de los efectos diabélicos que pueda llegar a tener—, pero, en el esquema general de las cosas, a menos que se fomente alguna forma de emprgsa privada liberal, al final todos saldremos perdiendo. El mandamiento cristiano del amor —aducfan estos «darwinistas sociales»— esté muy bien como ideal, pero en el mundo real uno tiene que adop- tar una filosoffa més dura, Ia filosofia del Origen de las es- ecies. (Si el mismo Darwin era 0 no un darwinista social en toda regla es una cuestién muy debatida por los estudiosos [Richards, 1987]. Ciertamente hay indicios de ello en algu- hos de sus escritos, aunque no dejaron de aterrarle las posi- bles consecuencias). El hecho es que mucha gente sentia que 83 era necesario sustituir la fallida filosofia moral del cristia- nismo y otras religiones tradicionales por un darwinismo so- cial de inspiracién evolucionista. La llegada de Mendel Entramos asf en el presente siglo, y con él llega el se- gundo de los supuestos destructores de la idea de evolucién como progresién. Me refiero a la genética mendeliana y la aleatoriedad de los factores de cambio, las mutaciones gené- ticas. Una vez mds encontramos que el escenario estandar es, simplemente, irreal. Los evolucionistas nunca se sintie- ron obligados a renegar de su progresionismo en ningiin sen- tido. Podrfa citar muchos ejemplos, de hecho practicamente servirfan todos los evolucionistas de la primera mitad de este siglo, pero escogeré slo dos de los ms importantes. Impor- tantes en el sentido de que fueron ellos quienes lideraron el movimiento para la sintesis de la seleccién darwiniana y la genética mendeliana en un cuerpo te6rico unificado. En primer lugar destacaré a Julian Huxley, nieto de Tho- mas Henry Huxley y evolucionista insigne por derecho pro- pio. Huxley, muy influenciado en su juventud por la lectura de La evolucién creadora (1907) de Henri Bergson, siempre fue un progresionista que crefa que los humanos ocupan una posicién especial y que la evolucién ha conducido a noso- tros. En su obra maestra, Evolution: The Modern Synthesis, publicado en 1942, se manifiesta de forma bastante explicita en favor del progreso evolutivo: «Deberfa quedar claro que si a seleccién natural puede dar cuenta de la adaptacién y la especializacién a largo plazo, también puede dar cuenta del progreso. Los cambios progresivos han proporcionado a sus poseedores ventajas obvias que les han permitido dominar sobre el resto». Es cierto que «a veces puede haber hecho falta una revolucién climética para dar al cambio progresivo un papel preponderante». Pero esto no puede sorprender de- 84 masiado, porque sabemos que «una caracteristica general de la evolucién parece ser que en cada época una minorfa de efec- tivos da lugar a la mayorfa de la etapa siguiente, mientras gue el resto se extingue o su niimero se reduce» (Huxley 1942, 568). 4Cémo justifica esto Huxley a la luz de la aleatoriedad de las mutaciones mendelianas? A diferencia de Darwin, a Huxley no parecen haberle preocupado demasiado las ten- siones causadas por su ciencia. Esencialmente, su postura venfa a ser que la mutacién proporcionard un abanico de al- ternativas lo bastante grande, que la naturaleza progresiva de la seleccién puede simplemente predominar sobre cualquier aleatoriedad a este nivel, y que en iltima instancia esto hard que la cadena avance. Naturalmente, esto implica que la se~ leccién es progresivista y, como era de esperar, encontramos que Huxley, junto con su buen amigo el evolucionista J.B.S. Haldane, fue uno de los lideres de este siglo en el desarrollo y extensi6n de la nocién de carrera de armamentos bioldgica (Huxley, 1912; Huxley y Haldane, 1927). Prest6 especial atencién a los avances en tecnologia militar, que para él tenfan una correspondencia en el mundo biolégico. Y vice- versa, Huxley (aunque no tanto como sus seguidores) tam- bién puso su talento al servicio de la milicia, con contribu- ciones destacables en el campo del camuflaje (Cott, 1940). Pero el punto crucial es que Huxley siguié a Darwin en su creencia de que, si se encadenan suficientes carreras de armamentos, el resultado final ser4 ineyitablemente algo pa- recido a la forma humana. (Para ser justo, tengo que decir ue el pensamiento de Huxley es mas sutil que todo esto. De hecho, é1 no crefa posible que evolucionase otra humanidad ademas de la nuestra, Se puede presumir que, si el género humano desapareciera, la posibilidad de que volviese a evo- lucionar alguna forma humana quedarfa de nuevo abierta.) Al otro lado del Atléntico, la figura clave en la sintesis del darwinismo y el mendelismo fue el genético de poblacio- nes de origen ruso Theodosius Dobzhansky. En su impor- 85 tante obra Genetics and the Origin of Species, Dobzhansky mostr6 cémo se podfa tener una perspectiva selectiva de la naturaleza con una base mendeliana. (Debo decir que, una vez mis, estoy omitiendo detalles importantes. En la primera edicin de Genetics and the Origin of Species, publicada en 1937, Dobzhansky no se mostré abiertamente seleccionista; sin embargo, para cuando se publicé la segunda edici6n, en 1941, su compromiso con la enorme significacién de la se- leccién natural era ya absoluto.) Dobzhansky, lo mismo que Huxley, fue un ferviente progresionista (Dobzhansky, 1962, 1967). Igual que Huxley (1959), Dobzhansky se enamoré de los escritos del paleonté- logo y jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin. En su libro El fendmeno humano (publicado en 1955) el padre Teilhard ar- ‘gumentaba que la totalidad de la creacién esta evolucionando hacia la humanidad y a partir de ella hacia algo que lamé «Punto Omega», que él identificaba con Jesucristo. Huxley, ‘ateo como era, rechaz6 de plano esta titima idea; Dobzhansky, que era cristiano, fue mas condescendiente. Lo importante, sin embargo, es que para ambos la visién de Teilhard se reflejaba en su propia concepcién de la evoluci6n orgénica. Una vez més, uno se pregunta cémo pudo Dobzhansky cerrar los ojos ante las dificultades creadas por la aleatorie~ dad de la mutacin, La respuesta estd en que él, més que na- die, se encarg6 de establecer el enorme rango de variacién que la mutaci6n producirfa. Ademés, como es bien sabido, Dobzhansky hizo grandes esfuerzos para demostrar la esta- bilizacin de la variabilidad poblacional, no a pesar de la leceién natural, sino mas bien por causa de ella (Lewontin, 1974; Beatty, 1987a,b). (No hay necesidad de entrar en detalles, pero, esencialmente, Dobzhansky tomé en conside- racién mecanismos que favorecerfan la diversidad. En par- ticular tenemos el fenémeno llamado «equilibrio heterocig6- tico», que se produce cuando genes mendelianos en combi- nacién dan organismos mejor adaptados, incluso aunque por separado den organismos menos aptos.) 86 Para Dobzhansky, siempre habria variacién de una clase que harfa posible alguna suerte de progresionismo. Atado enseguida que Dobzhansky, como Huxley, o incluso Darwin antes que él, no pensaba que toda trayectoria evolutiva es ne- cesariamente progresicnista. De hecho, tengo la sospecha de que él pensaba que la inmensa mayorfa no Io era, y que a ve- ces (si se mira objetivamente) la evolucién en realidad re- vierte. Sin embargo, su esquema general era que siempre ha- bré un avance minimo permanente que, en conjunto, serd responsable de un progreso ascendente en la Cadena que va de lo més simple a lo més complejo, y cuyo punto final seria, para Dobzhansky, una humanidad definida de manera ambi- gua. Quizds habrfa que hacer un paréntesis para explicar que Dobzhansky no vefa ningtin conflicto entre su cristianismo y su progresionismo (Dobzhansky, 1967). Lo dejo simple- mente como un hecho, sin ahondar en la cuestién de si la suya era una posicién teolégicamente sostenible. De hecho, en Norteamérica existfa una larga tradicién en cuanto a una lectura cristiana del progreso, aunque, al contrario que en Europa, especialmente tras la segunda guerra mundial, hubo muchos que reafirmaron la oposici6n cristiana al progreso (Wagar, 1972). Esta postura estuvo motivada por los desas- tres de este siglo, desastres que parecfan demostrar, no sélo que el progreso era una quimera, sino que la misma filosofia del progreso conducfa inexorablemente al desastre. ‘Vemos pues que, hacia los afios cugrenta, los evolucio- nistas habfan empezado a unificar darwinismo y mende- lismo, sin que eso impidiera que se mantuvieran seguros en su progresionismo, Pero esto es s6lo una parte de la historia, y hay otra no menos relevante para nosotros aqu‘. Tanto Ju- lian Huxley como Theodosius Dobzhansky eran bidlogos profesionales, lo que significa que mientras estuvieron desa- rrollando su teorizacién evolutiva procuraron siempre man- tenerla dentro de! dominio de ta ciencia profesional. O, mas bien, pretendieron elevar aquello que heredaron, una especie 87 de sistema metafisico del mundo, a la categorfa de ciencia suena y madura, obra de cientificos de primera (Cain, 1993). Y comprendieron que, por muy comprometidos que estuvie- san con el progresionismo, si querfan tener éxito tenfan que aacer algo con él. Gente de dentro y de fuera de la biologfa remarcaba que una ciencia que colocase el progreso en el centro de 1a biologfa evolutiva (en el petiodo presintético) simplemente no podfa considerarse buena ciencia. Lo que vemos, pues, es que tanto Huxley como Dobzhansky exclu- yeron deliberadamente el progresionismo de su ciencia pre- iendidamente profesional. No era cuestién de negar el progresionismo, pues esto era lo tiltimo que Huxley/Dobzhansky querfan. Lo que hicie- ron fue superar al propio Darwin a la hora de asegurarse de que el progresionismo no constituyera una amenaza para el crédito del trabajo que estaban presentando ante el mundo. Para ello Huxley, Dobzhansky y especialmente los seguido- res norteamericanos de este tiltimo (entre los que destacan G.G. Simpson y el omnit6logo y sistemético de origen ale- mén Est Mayr), emprendieron la construccién de una bio- logia evolutiva profesional con todo lo necesario: una re~ vista, una sociedad, fondos para la investigacién y demas (Cain, 1994). Al mismo tiempo, de forma deliberada sacaron lh discusién abierta sobre el progreso fuera de su ciencia profesional. Esto no significa que dejaran de escribir acerca del progresionismo, pero deliberadamente reservaron el tema para libros més confesadamente populares. EI maestro en esto fue Simpson. En 1944 publie6 Tempo and Mode in Evolution, su gran obra sobre la paleontologia darwiniana. En ella no habfa ni rastro de progreso. Luego, en 949, public6 un libro popular sobre su pensamiento paleon- ‘ol6gico: The Meaning of Evolution. Esta obra acababa con dos capftulos explicitamente dedicados a la idea de progreso, hasta Hegar a nuestra propia especie. Finalmente, en 1953, Simpson publicé una versién revisada de su Tempo and Mode, con el nuevo titulo de Major Features of Evolution. 88 De nuevo el progreso brillaba por su ausencia, Simpson sa- bfa muy bien que de haber introducido su discurso progre- sionista en su trabajo profesional éste habrfa perdido parte de su crédito. Asf que lo dejé para obras declaradamente po- pulares. (Tengo la sospecha de que los evolucionistas conti- nuaron leyendo libros como The Meaning of Evolution de Simpson, pero que jugaban con la pretensién de que no los consideraban ciencia seria. Como veremos, sospecho que con el paso de los afios las actitudes han cambiado, y hoy dia muchos evolucionistas ya no se sienten obligados o inclina= dos a seguir este juego.) En suma, allé por 1959, aniversario de El origen de las especies, un darwinismo revitalizado caminaba triunfante (Tax, 1960a,b,c). Ahora estaba muy mejorado, no s6lo en contenido, sino en crédito cientifico. Pero el precio habia sido la exclusién de una discusién abierta sobre el progreso. Y permitaseme remarcar que esta exclusién no obedeci6 a consideraciones epistemolégicas como la incompatibilidad del progreso con la seleccién natural o la aleatoriedad de la mutacin mendeliana, sino que obedecié més bien al deseo natural de los evolucionistas de ser tomados en serio y con: derados cientificos de-categoria. La situacién actual {Dénde nos encontramos ahora? Yo, dirfa que, en Iineas generales, los fundadores de la teorfa ‘sintética —Huxley, Haldane, Dobzhansky, Simpson, Mayr y otros— tuvieron mucho éxito en lo que hicieron. Naturalmente, el pensa- miento evolucionista ha cambiado desde entonces. Se ha hecho més molecular, por ejemplo, y han surgido éreas com- pletamente nuevas. Uno piensa por ejemplo en la sociobiolo- gia (Wilson, 1975; Ruse, 1979b). Sin embargo, el pensa- miento evolucionista ha mantenido el elevado rango de una ciencia real, operativa, madura, obra de profesionales cualifi- 89 cados. El coste sigue siendo la eliminacién 0 encubrimiento de la discusién abierta sobre el progreso. De hecho, adelan- tando lo que digo al final de la ditima seceién, mi impresién es que los evolucionistas profesionales de ahora estén mucho menos preocupados por la cuestién del progreso que sus pre- decesores. Bidlogos como Huxley y Dobzhansky se sintie- ron muchas veces atraidos por la teorfa de 1a evolucién pre- cisamente porque eran progresionistas. Hoy los atractivos son otros —buenos problemas en los que trabajar, financia- cién adecuada, etc.— y uno no percibe el mismo aluvién de gente con intereses metafisicos..Sospecho, por lo tanto, que hoy dfa el evolucionista medio en ejercicio no esta ni moti- vado ni preocupado por la idea de un avance general que iria de lo primitivo a lo complejo, de la ménada al hombre (0 me- jor, para ser politicamente correcto, del gusano a la mujer). Con todo, tengo que hacer al menos un par de matizacio- nes sobre lo que acabo de decir. En primer lugar, al nivel po- pular, no profesional, en los afios cuarenta la evolucién era en gran medida una visién del mundo. Pienso que ast ha se- guido siendo en la mente de muchos (no profesionales), y del mismo modo que antes los te6ricos sintéticos que eligie- ron dedicarse a la evolucidn tenfan una concepcién progre- sionista de la misma, la evolucién (como visién del mundo) continda siendo entendida de manera progresionista. Por ejemplo, si uno mira el tratamiento de la evolucién en los li- bros para el gran piiblico, en revistas como Scientific Ameri- can 0 en las ediciones de bolsillo, uno encuentra que el trata- miento es siempre progresivista, en linea ascendente desde lo primitivo hasta lo complejo y el género humano (como en Gould, 1993). Igualmente, cuando uno visita esos lugares donde la evolucién es presentada de manera més popular, los ‘museos, uno encuentra que el mensaje del progreso sigue es- tando presente sin que se despierte un solo murmullo de de- saprobaci6n. Por ejemplo, en el Museo Briténico de Historia Natural, la exposici6n sobre los orfgenes humanos esté mon- itamente en términos de evolucién hacia nuestra 90 propia especie. ¥ Io que avin es més lamativo, otras presen- taciones sugieren que, si el género humano fuese eliminado, el proceso evolutivo darfa lugar de nuevo a algo muy similar a nosotros. Una exposici6n itinerante sobre los dinosaurios acababa con el dinosaurioide, un dinosaurio humanoide ima- ginario. (No puedo resistirme a mencionar que una filosofia similar parece reinar en la ciudad catalana de Sabadell, donde una copia de ese mismo dinosaurioide le daba a uno la bienvenida a una exposicién sobre evolucién.) También la gran Torre del Tiempo, en Washington DC, tiene mucho de progreso evolutivo desde el glébulo hasta el ser humano. Nétese de paso cudn conmovedoramente co- recto desde el punto de vista politico es el retrato de Ia evo- lucién progresiva que se nos muestra. Hoy la cosa acaba, no en el europeo darwiniano, blanco y capitalista, sino en un triunvirato formado por un anciano blanco, una joven china ¥y un negro —aunque puede que el cristianismo no sobreviva a este movimiento de correcciGn politica en Norteamérica, jauguro que el progresionismo sf lo haré!— y permitaseme sefialar que este mismo mensaje lo encontramos de manera ostentosa en el Museo de la Ciencia de Barcelona. Aqui, como en todas partes, el cuadro de la evoluci6n representa el progreso de lo primitivo a lo humano. El otro sector en el que atin medra el progresionismo es la obra de aquellos evolucionistas que, por diversas razones, simplemente no quieren plegarse ante los enemigos del pro- gresionismo abierto. Esto puede ser porgue tienen tanta con- fianza en su propio trabajo que, con independencia de su contenido, no ven necesidad de depurarlo, O puede ser sim- plemente porque se sienten tan seguros de su obra que no les importa que se considere profesional o popular. El principal ejemplo de una u otra de estas alternativas (0 quizé ambas) es el entomélogo de Harvard Edward O. Wilson. Es un fer- viente progresionista, y en casi todas sus obras deja bien clara su posicin sobre este tema. Por ejemplo, en su gran I bro Sociobiologia: La nueva sintesis (1975), el discurso es o1 explicitamente progresionista. Se supone que hemos dado la wuelta a un declive en la evolucién social, y ahora estamos escalando picos atin més altos: «£] hombre ha intensificado [los] rasgos de los vertebra- dos incorporando cualidades tinicas. Al hacerlo asf ha conse- guido un extraordinario grado de cooperacién con poco o ringtin sacrificio de la supervivencia personal o la reproduc- ci6n. Cémo ha sido capaz justamente de coronar é! solo esta cuarta cima, invirtiendo la tendencia descendente de la evo- luci6n social en general, es el misterio culminante de toda la tiologia> (Wilson, 1975, 382). Al mismo tiempo, Wilson refuerza su mensaje progre- sionista a través de la estructura misma de su obra, que va de los insectos sociales a los mam(feros, dejando para el final los primates, los grandes monos y, por tltimo, nuestra propia especie. Para Wilson, igual que para los evolucionistas de la generaci6n anterior, evoluciGn equivale a progreso y pro- greso equivale a evolucién. Es cierto que esté siendo criti- cado, pero a él estas criticas no le preocupan. Considera que 1a filosofia subyacente es demasiado importante para escon- erla. Hay otras dreas en las que el ojo inquisidor puede encon- trar evidencias de progresionismo. Stephen Jay Gould, el co- nocido paleontélogo norteamericano, argumenta que mu- chos evolucionistas de hoy incorporan el progresionismo atin sin pretenderlo (Gould, 1988, 1989, 1990). Mi impresién personal es que el mismo Gould no es inmune a esta falta (si € que es una falta). Recientemente ha editado una obra so- bre evolucién (para el gran ptiblico) con un mensaje explici- tamente progresionista (Gould, 1993). Todo lo cual refuerza mi sospecha de que el progreso sigue estando presente en el Pensamiento evolutivo, en contra de lo que cabria esperar —dada la incompatibilidad del progreso evolutivo con la se~ leccién darwiniana y la genética mendeliana— si los argu- 2 mentos epistemol6gicos en contra del progresionismo fueran un factor definitivo para su erradicacién del evolucionismo actual. Conclusion Se me ocurre una reflexién. El lector podria estar de acuerdo con todo lo expuesto hasta aqui, pero podria objetar que con eso no esté dicho todo. «Seguramente —podria de- cirse— aunque, todavia hoy, la separacién definitiva entre evolucién y progreso pueda no haberse completado, dados os cambios de los tltimos treinta o cuarenta afios, en los que evolucién y progreso nan estado bastante més disociados que en los primeros doscientos afios de teoria evolutiva, quiz4 podamos esperar que la segregacién de los dos con- ceptos se haga atin mayor en el futuro. Asf, si uno fuera a es- cribir una versi6n de este articulo en el afio 2095, por decir algo, encontrarfa que el progreso haba desaparecido entera- ‘mente de la escena evolutiva. Hasta en el Museo de la Cien- cia de Barcelona uno tendria que buscar mucho para encon- trar el mensaje del progreso.» No puedo decir cémo serdn los museos del futuro ni en Barcelona ni en ninguna otra parte. Pero desde luego no veo por qué deberfamos esperar que para el afio 2095 el progreso haya desaparecido de la escena evolutiva. En los tltimos doscientos cincuenta afos no ha habido ningtin signo de que el progresionismo fuera a desaparecer de los museos. {Por qué raz6n iba a hacerlo ahora? Mi experiencia es que los di- rectores y conservadores de museos se sienten realmente muy felices con el mensaje del progreso y no tienen ninguna intencién de desterrarlo, Después de todo, los museos estén para cumplir ciertas funciones, y una de ellas es ofrecer al visitante alguna clase de mensaje con sentido (Winsor, 1991; Rainger, 1991). La gente en general cree en el progreso, al menos eso dicen los estudios sociolégicos. Mi impresién, 93 ;' a por lo tanto, es que los museos continuarén alimentando esta creencia, reforzindola con su interpretacién de la evolucién. Mas dificil es saber si el progreso desapareceré del todo no de los escritos de los evolucionistas profesionales. Aqui no estoy dispuesto a hacer una predicciGn tan categorica; Fero yo apostaria a que, incluso en este campo, podemos es- perar que el progreso persista de alguna manera. Hay una se- rie de razones que me inclinan a pensarlo, de las que s6lo encionaré tres. Primero, aunque reconozco que ahora los evolucionistas ya no son tan autoselectivos como lo eran en los dias de Dobzhansky y Huxley, sospecho que en algunos de los que cedican todo su tiempo a investigar en evolucién todavia existe una cierta inclinacién a buscar alguna clase de propé- sito a la vida. Este parece ser el caso de algunos de los evo- lucionistas actuales mas eminentes, como Richard Dawkins (Dawkins, 1986, 1995) y Stephen Jay Gould (Gould, 1977, 1980, 1981, 1989). Con independencia de que ellos mismos crean realmente o no en Ia evolucién como progreso, yo me atreverfa a afirmar (0 al menos no lo descartarfa) que incluso en el futuro podria haber un sesgo de alguna clase en este sentido. Y siesto es asf, entonces deberfamos esperar una te- apariciGn del progreso en los estudios sobre evolucién. Segundo, hay un factor similar a lo que los fisicos la- man «principio antrépico», es decir, un principio que, como si dijéramos, fuerza ciertas conclusiones simplemente por la misma naturaleza del asunto. El principio antrépico, al me- nos en algunas versiones, sugiere que el mundo debe ser tal como es, porque si no fuera asf simplemente no existirfa y nosotros no estarfamos aqui para descubrir cémo es el mundo (Barrow y Tipler, 1986). Lo mismo pasa con la evo- luci6n. Si no tuviéramos la capacidad de hacernos preguntas sobre ideas como la del progreso, y si no estuviéramos al fi- nal de una linea evolutiva (en otras palabras, si nos hubiéra- mos extinguido), no estarfamos en condiciones de hacernos preguntas sobre ideas como la del progreso. Sospecho que 94 factores como éste nos inclinan a creer que hay progreso y que estamos en el punto final. Ciertamente ha habido evolu- cionistas, como Simpson, muy dados a hacer afirmaciones en Ia linea de que, ya que los animales son tan sabios, jpor qué no presentan argumentos sobre el progreso! Su razona- miento era que los animales no tienen la capacidad de inte- rrogarse sobre el progreso, y esto, en sf mismo, demuestra que no han progresado tanto como los que sf Io hacen (Simp- son, 1949). Mi impresién es que aqui tenemos un sesgo 0 distorsién que procede del hecho mismo de que podamos in- terrogarnos sobre el progreso. Esto no significa que haya progreso, pero hace que nos inclinemos a pensar que lo ha habido. Tercero, y para terminar, yo sugerirfa que los cientificos en general, y los bidlogos evolutivos en particular, son preci: samente el grupo de gente en nuestra sociedad que tiende a ser més entusiasta acerca del progreso social y cultural (Wa- gar, 1972). Después dz todo son cientificos, y ciertamente tienen la sensacién de que su ciencia progresa. (Cualquiera que conozca algo sobre la filosofia de la ciencia contemporé- nea sabré que éste es uno de los temas més debatidos en la actualidad: si verdaderamente se da o no un progreso ge- nuino en la ciencia [Popper, 1963, 1972; Kuhn, 1962]. Lo que me interesa aqui, sin embargo, no es si este progreso ge- nuino es real o no, sino que los cientificos sf que piensan que existe.) E| pensamiento evolucionista ha tenido una larga historia de gente cuya obra estuvo condicionada'por sus creencias en el progreso social, a menudo ligadas a sus creencias en el Progreso cientffico (Lamarck es un ejemplo), que derivan hacia creencias andlogas en alguna suerte de progreso biol6- gico (Lamarck me viene de nuevo a la mente). Sospecho que esta traduccién de una creencia en el progreso cientifico en una creencia en el progreso biolégico, y luego al revés, es algo que no ha ocurri¢o sélo en el pasado, sino que cierta- mente esté ocurriendo ahora (Wilson, por ejemplo, es muy 95 ;' dado a ello). Serfa razonable, por lo tanto, esperar que esto seguird ocurriendo en el futuro. Asi pues, seguiremos encon- trando lecturas progresionistas de la evolucién, simplemente en virtud del hecho de que los cientificos tienden a ser pro- gresionistas acerca de la vida en general (véase Wilson, 1978). Estas tres razones no constituyen un argumento irrefuta- ble; sin embargo, concluiré diciendo que, no slo ha habido una intima conexién entre los conceptos de evolucién y pro- greso en el pasado, sino que estoy completamente seguro de que esta intimidad —en ptblico o en privado— continuara an el futuro. Una cuestién distinta es lo que esto representa para el crédito general de la teoria evolutiva. Pero eso es otra historia. REFERENCIAS Almond, G., M. Chodorow y RH. Pearce, eds., Progress and its Dis- contents, University of California Press, Berkeley, 1983. Appel, T., The Cuvier-Geofjroy Debate: French Biology in the Deca- des Before Darwin, Oxford University Press, Oxford, 1987. Barrett, P-H., P.J. Gautrey, S. Herbert, D. Kohn y S. Smith, eds. Charles Darwin's Notebooks, 1836-1844, Cornell University Press, Ithaca (Nueva York), 1987. Barrow, J.D. y FJ. Tipler, The Anthropic Cosmological Principle. Clarendon Press, Oxford, 1986. Beatty, J., «Weighing the risks: Stalemate in the classical/balance con- troversy», Journal of the History of Biology, 20 (1987a), pigs 289-320, Beatty, J, « 103 progreso, porque si lo hacen saldra gente como ti, como yo, como David, diciendo «vaya, otro Goodwin, otro tedlogo en- cubierto». Ast que no lo dicen, pero lo que quiero decir es que todavia lo creen, y esto conforma su manera de pensar. Por no extenderme demasiado no he hablado de gente como Hamilton, por ejemplo, pero Hamilton es muy explicito en esto. Dice que el progreso es una nocién muy importante para él, y que buena-parte del trabajo que esta levando a cabo gira en torno a demostrar que la inteligencia evolucioné a partir de alguna clase de proceso darwiniano, Natural- mente, en sus famosos articulos no comienza diciendo «creo en el progresom. Por supuesto que no. Pero yo estoy conven- cido de que estas ideas todavia ejercen una gran influencia. Giertamente 1a ejercieron a principios de siglo. Dices que esto no es vélido, {Cudnto tendriamos que retroceder para declarar obsoletas estas ideas? Si miramos la obra de Fisher, su teorema fundamental es explicitamente progresionista. Si miramos Ia obra de Dobzhanski, Mayr y todos los demés, veremos que el progresionismo sigue estando presente. Otra cuestién es si puede haber un evolucionismo no progresio- nista. Yo responderfa, y en eso estoy de acuerdo contigo y sospecho que con David, que sf, que probablemente es posi ble. {Es preferible un evolucionismo no progresionista? Pro- bablemente sf. {Es légicamente factible? Probablemente si No estoy en desacuerdo con nada de esto. Con lo que sf es- toy en desacuerdo es con lo que segiin ti debemos hacer los filésofos. Para ti el cometido del filésofo es demostrar todo es0 y defenderlo. Yo digo que no, que el cometido del fil6- sofo es percibir aquello en que los cientificos reinciden una y otra vez e intentar comprender por qué. Mira a Wagens- berg, es un hombre de un maravilloso olfato cientifico, pero este hombre se dedica sisteméticamente a engaiiar a los ni- fios de Barcelona dentro de este museo. Lo que ti sugieres es que lo que él hace esté mal, que es err6neo o que es inmo- ral. Yo digo que no, que aquf hay un trasfondo mucho mas interesante que todo eso. 104, Jestis Mosterin: Lo que yo he planteado es una cuestién 6gica. Estamos hablando de las implicaciones de la teorfa evolutiva, y ésta es una cuestiGn diferente de los comentarios que hace la gente. Yo, desde luego, pienso que cuando los bidlogos dicen que la teoria de la evolucién no implica pro- greso, que cuando un Gould o cualquier otro dice que él no es progresionista, no se deberfan buscar segundas lecturas. Si leo en tus escritos y comentarios probablemente encon- taré algin pérrafo que me Hevard a decir que también Mi- chael Ruse es un progresionista. ;Al final todo el mundo es. un progresionista! Pienso que esta manera de ver las cosas estd bien para escribir biograffas, pero la cuestién importante es si la teoria de la evolucién es progresionista 0 no lo es, y o que responden los bidlogos cuando se les pregunta direc- tamente, no veladamente, si piensan que la teoria de la evo- luci6n es progresionista Michael Ruse: No voy a afiadir nada més. Tt ya has di- cho bastante. . 105

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