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Metatemas __Libros para pensar la ciencia Coleccién dirigida por Jorge Wagensberg Al cuidado del equipo cientifico del Museu de la Cigncia a de la Fundacié “la Caixa” » Alef simbolo de lor nimerostransfinitos de Cantor Jordi Agusti, Pere Alberch, Brian Goodwin, David Hull, Ramén Margalef, Michael McKinney, Michael Ruse y Jorge Wagensberg EL PROGRESO {Un concepto acabado 0 emergente? Edicién de Jordi Agustf y Jorge Wagensberg, Tusquets Editores aad Michael Ruse (/940), licenciado en filosofia y matemdticas, se doctoré en 1970 en la Universidad de Bristol con su tesis Sobre la naturaleza de la biologia. Es catedrdtico de filosofia en la Univer sidad de Guelph (Ontario, Canada) y ha sido profesor invitado en las universidades de Cambridge, Indiana y Harvard. Miembro de varias asociaciones cientificas, sus trabajos se han centrado en la filosofia y la historia de la biologia evolutiva en relacién con Darwin, Es autor de La revolucién darwinista (1979), Sociobiolo- gfa (1979), Tomandose a Darwin en serio (7986) y Monad to Man: The Concept of Progress in Evolutionary Biology (Harvard Uni- versity Press, Cambridge (Massachusetts), 1996) Los estudiosos de Ja historia del pensamiento evolucio- nista saben muy bien que esta historia gira en torno al con- cepto de progreso, la idea de que, de alguna forma, las cosas se dirigen de manera teleol6gica hacia la perfeccién, con la humanidad como mediadora (Bowler, 1976, 1984, 1990). Ha habido, sin embargo, una considerable controversia en cuanto 4 la exacta relaci6n o relaciones entre los conceptos de «evo- lucién» y de «progreso» (Almond et al., 1983, Bury, 1920). El objetivo de esta discusién es discemnir la verdadera natura- leza de esta conexi6n, y como tel6n de fondo comenzaré pre- sentando lo que virtualmente se ha convertido en la actual versiGn oficial (Hesse y Arbib, 1986). Evolucién sin progreso Este relato comienza con un hecho que pocos de los ac- tuales historiadores de la Tustracién cugstionarian. La idea de evolucién, la aparicién gradual de todos los organismos por causas naturales a partir de una o unas pocas formas con el transcurso de las edades, es en cierto sentido la hija natu- ral de la idea de progreso. En el siglo xvut, cuando se desa- rollé y adopts ampliamente la nocién de progreso social, era natural it més alld del dominio cultural y hacerla exten- siva al de los organismos (McNeil, 1987; Porter, 1989; Ri- chards, 1992). EI resultado fue una suerte de cuadro natura- lista y progresivista del mundo vivo. De los salvajes a los 69 ceuropeos en la dimensién cultural. De los microbios («m6- nadas») a los humanos («hombres») en el mundo organico. ‘Supuestamente, de acuerdo con la versin estindar, este evolucionismo progresivista —progreso como extensién de la cultura, cultura como caso particular del progreso— se prolong6 hasta la primera mitad del siglo xix, pero luego iba a sufrir dos golpes fatales. El primero lo propiné Charles Darwin, el llamado «padre» de la evolucién. En 1859 Dar- win publicé El origen de las especies, donde presentaba sOli- dos argumentos no s6lo en favor de Ia evolucién, sino de un mecanismo particular: la seleccién natural. Todos los orga- rismos que nacen estén sujetos a una lucha por la existencia, y esto significa que s6lo una fraccién de ellos saldré ade- ante. Los supervivientes, los «mejor adaptados», son dife- rentes de los fracasados, de manera que, dado un tiempo su- ficiente, se produce un cambio o progreso natural. Pero se trata de un progreso relativo. Lo que es adaptativo en un con- texto particular no tiene por qué serlo en otro contexto. Por Jo tanto, no cabe hablar —como el mismo Darwin se en- carg6 de sefialar— de «superiores» ni «inferiores» (Ruse, 1979a). Y tampoco puede haber progreso en sentido abso- luto. La evolucién es contemplada como un fenémeno opor- tunista, y no como algo teleolégicamente orientado hacia un fin (un fin que se mide en términos de valores humanos). Después, a principios de este siglo (siempre de acuerdo con la versin estindar), el progreso evolutivo suftié su se- gundo golpe fatal. La seleccién darwiniana se fundié con una teoria adecuada de la herencia: la genética mendeliana (Bowler, 1984; Ruse, 1988, 1993). Pero el punto clave es que en la genética mendeliana los elementos de cambio, las Ia- madas «mutaciones», son de carfcter aleatorio. Esto no im- plica que sean acausales, sino mas bien que aparecen con in- dependencia de las posibles necesidades de sus poseedores. Otra vez la falta de direccién o propésito. La conclusién a la que se llega es que, en la era moderna de la teorfa sintética de la evolucién (una combinaci6n de la 70 seleccién darwiniana y la genética mendeliana, hoy actuali- zada por la revoluci6n de la biologia molecular), tenemos un evolucionismo despojado de sus origenes progresivistas. Ningiin bidlogo en ejercicio cree hoy en una evolucién diri gida, y ciertamente no en una evolucién cuyo fin titimo es la humanidad. En esto el pensamiento evolutivo no es més pro- gresivista que, digamos, una teorfa fisica 0 quimica (Nitecki, 1988; Gould, 1989). __ Lo que quiero proponer es que, aunque esta versién clé- sica comienza bien (la evolucién fue de hecho la hija del progreso), luego pierde totalmente el rumbo. Argumentaré que ninguno de los golpes supuestamente fatales asestados a la evolucién progresive lo fueron en realidad. Pero quiero sugerir también que hay razones que explican el declive del progresionismo en el pensamiento evolutivo. Estas razones tienen que ver con algo completamente distinto, en particu- lar el afin desesperado de los evolucionistas modernos de ser tomados en serio como bidlogos profesionales. Una vez se tiene en cuenta este hecho se comprende por qué los evo- lucionistas de hoy tiemblan ante la sola mencién de la pala- bra «progreso», pero también por qué la mentalidad progre- sionista no siempre esti tan alejada de la superficie como pretende la versi6n popular. Jean Baptiste de Lamarck y el nacimiento del evolucionismo . Para empezar, estoy de acuerdo con la versi6n esténdar en lo que respecta a la relaci6n inicial entre progreso y evo- lucién: la evolucién fue la hija del progreso. Para confirmar este punto tendrfamos que hacer un recorrido por los muchos paises donde vio la luz la idea de progreso, en particular Francia, Alemania y Gran Bretafia (especialmente Escocia). Dado que aqui no tenemos ni tiempo ni espacio para ello, me limitaré al mas famoso de los pioneros del evolucionismo, el : n sistematico y hombre de ciencia francés Jean Baptiste de La- marck, autor de la célebre Philosophie zoologique (1809). ‘A él debemos la primera teorfa de la evolucién_ plena- mente articulada, cuyo tema central era una versin dind- mica de la Gran Cadena del Ser (Lovejoy, 1936). Es decir, Lamarck creia que todos los organismos (de hecho traz6 una linea divisoria-entre plantas y animales) pueden orde- arse en una secuencia ascendente, desde los gusanos més simples (en el caso animal) hasta el orangutén y finalmente el género humano (Burkhardt, 1977). Lamarck creia que ha- bia una suerte de fuerza innata que impulsaba a los organis- mos a escalar posiciones en la Gran Cadena, de acuerdo con Jas «necesidades» que experimentaban, y que esta fuerza conducia a entidades cada vez mas complejas, hasta que fi- nalmente se Hegaba a nuestra especie. Lamarck también creia en la existencia de un proceso continuado de creacién (por medios naturales) de organismos a partir de materia inorgénica (la llamada «generacién espontinea>) por el cual continuamente se incorporarian nuevos grupos de organis- mos a la cadena evolutiva. En consecuencia, Lamarck no crefa en un genuino drbol de la vida en el que todos los or- ‘ganismos procedfan de formas originales compartidas, sino més bien en una especie de fabrica de organismos en ince- sante produccién. Superpuesto a este cuadro bésico Lamarck colocé un ‘mecanismo secundario, hoy conocido (un tanto paradéjica- mente, dado su cardeter accesorio) como «lamarckismo>: la herencia de los caracteres adquiridos. Lamarck crefa que de vez en cuando los organismos experimentarian circunstan- cias medioambientales extrafias, y esto Hevarfa a una cierta desviacién de la forma natural de la Cadena. Como conse- cuencia de esto se obtendria un esquema arborescente de la historia de la vida, aunque es importante subrayar que no es un drbol del estilo del que conocemos desde que Darwin pu- blicé El origen de las especies. Se asemeja més bien a un matojo de hierba, siempre produciendo nuevos brotes. 2 eo bd a 2 pty tp os a 2 ae - 2 aces conin Lamar Figura 1. Comparacién entre Darwin y Lamarck. Aunque Lamarck siempre negé que la ascensién de los or- ganismos por la Gran Cadena del Ser obedeciera a fuerzas vi- tales o mecanismos teleolégicos de alguna clase, Ia suya es una concepcién de la vida claramente progresionista (Daudin, 1926). {De dénde extrajo Lamarck esta visi6n? Si uno estudia Sus antecedentes, as{ como las discusiones en sus escritos, en concreto su Philosophie zoologique, esté fuera de duda que Lamarck estaba respondiendo a las esperanzas de progreso que se convirtieron en la filosofia general de los pensadores tadicales franceses del siglo xvi, la era de la Ilustracién (lor- danova, 1976). Hacia tiempo que gente como Turgot y Con- dorcet promovia la idea de que es posible un cambio genuino tanto en lo social como en Io intelectual, con tal de que los hhumanos se esfuercen en la direccién correcta (Bury, 1920). Lamarck conocfa los eseritos de estos y otros autores por el estilo (los Hamados «filésofos»), en particular Cabanis, u1 Pensador influido por la ciencia médica. Lamarck compart Ja filosofia de todos ellos (lo cual resultaba conveniente para él, ya que era un noble, una condicién no precisamente bien vista en aquellos tiempos de revoluci6n) y, como ellos, pen- 2B

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