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Pégale a tu hijo

ROSA MONTERO

El País Semanal . Nº 1835 de 27/11/2011 (205)

Hace un par de semanas, EL PAÍS sacó una noticia aterradora: la firmaba David
Alandete desde Washington y hablaba de un manual escrito por el pastor
evangélico Michael Pearl, padre de cinco hijos (pobrecitos), titulado Cómo educar
a un niño. El primer capítulo del libro empieza así: "Pégale a tu hijo". Y en eso, en
el castigo físico, se basa toda su teoría pedagógica. Aconseja golpear a los niños
con una tubería flexible de plástico de 0,6 centímetros de diámetro, porque con
ese artilugio los zurriagazos son muy dolorosos, pero la piel no queda
gravemente dañada (es un método que Pearl comparte, entre otros, con los
mafiosos que torturan a sus prostitutas). En cuanto a los niños menores de un
año, añade magnánimamente, "basta una vara de sauce de 25-30 centímetros de
largo y medio centímetro de diámetro, sin nudos que le puedan cortar la piel".
Imaginen lo que es un bebé de menos de un año, con su indefensión y su piel de
seda y sus dodotis. E imaginen la vara. ¿Qué supuesta tropelía habría podido
cometer un pequeñín así para merecer semejante castigo? ¿Vomitar la leche?

Sólo en los dos últimos años, explica David Alandete en su estupendo texto, han
muerto en Estados Unidos dos niños apaleados por sus padres con las famosas
tuberías flexibles de Pearl. Hana, de 11 años, de origen etíope. Y Lydia, de Liberia,
de siete años. Las dos adoptadas, pobrecitas, por dos familias norteamericanas
de tarados. La portada del panfleto educativo hiela la sangre: es la foto de un
niño rubito de dos o tres años que, agarrado al dedo de un adulto, mira hacia
arriba sonriente y feliz mientras sostiene en la otra mano lo que parece ser una
larga vara de castigo. Pura perversión, obscenidad de sádicos.

Sé bien que éste es un tema conflictivo. Me refiero a la violencia contra los


niños. O a la supuesta necesidad de un correctivo físico para educarlos. No es la
primera vez que trato el asunto y, como quien arroja una piedra en un lago
quieto, siempre se originan ondulaciones y un pequeño tumulto de respuestas,
cartas de lectores o incluso textos de otros compañeros articulistas que
reivindican con indignado énfasis las bondades de un bofetón a tiempo y califican
cualquier opinión contraria a la suya como una necia comedura de coco propia
de lo políticamente correcto.

Personalmente detesto los excesos de la corrección política y, por otro lado, creo
que entiendo bien el porqué de ese punto de exasperada furia que los partidarios
de la teoría del bofetón suelen mostrar. En primer lugar, supongo que muchos de
nosotros, si no todos, hemos recibido algún que otro capón de nuestros padres
en la infancia, y la mayoría no sólo no consideramos que ese suceso nos haya
traumatizado, sino que además pensamos que nuestros padres son unas
estupendísimas personas. Y luego está el hecho de que nosotros mismos hemos
podido darle alguna vez un azote a nuestros hijos, o incluso un coscorrón; y,
claro, nos indigna pensar que, por algo así, que nos parece nimio e incluso
adecuado para, pongamos, acabar con una rabieta, se nos acuse de ser brutales.

Desde luego, dar un azote con la mano no tiene nada que ver con la tubería
flexible de Pearl; y también es cierto que hay niños a los que sus padres jamás
rozan y que están mucho peor educados y quizá son más desgraciados que
aquellos a quienes la madre ha cogido algún día de la oreja. Pero, aparte de que
todos los estudios psicológicos parecen demostrar que el castigo físico no sirve
para nada y puede humillar y dañar psíquicamente, lo que de verdad me
preocupa de la defensa pública del bofetón es el respaldo moral y social que eso
supone a una violencia doméstica que se ejerce desde la mayor de las
desigualdades contra los más débiles, y que no tiene límites ni grados. Quiero
decir que su aplicación depende del criterio exclusivo de aquel que golpea. Y así,
¿es lo mismo un azote en el culo que un bofetón? ¿Y cuándo un bofetón dejaría
de ser admisible? ¿Cuando rompe un labio con una sortija, cuando revienta un
tímpano? ¿Son aceptables, por ejemplo, dos bofetones y un par de puñetazos en
los hombros y la espalda mientras el niño se encoge sobre sí mismo para
protegerse? Y si los padres han bebido un poco, o si están muy estresados y
frustrados, ¿corren quizá el riesgo de que se les escape algún golpe demasiado
fuerte? Amigos defensores de la teoría del bofetón a tiempo, sinceramente, con
el corazón en la mano, ¿podéis asegurar que esa puerta abierta a la violencia va a
ser entendida y aplicada por todos igual? Incluso los mayores maltratadores de
niños están convencidos de que su comportamiento es adecuado. El libro de
Pearl, que se publicó por vez primera en 1994, ha vendido 670.000 ejemplares y
ha sido traducido a numerosos idiomas, también al español. No podemos dar ni
la más mínima coartada moral a esa barbarie.
¿Vives esclavo de los deberes... de tus hijos?
XLSEMANAL Nº 1256

Daniel Méndez

20 DE NOVIEMBRE DE 2011. Documento obligatorio

CHRISTIAN KERBER

Después del colegio, las clases extraescolares... y, además, ¡los deberes! Algunos
expertos aseguran que los padres no estamos gestionando bien las tareas de nuestros
hijos. Lea y se sorprenderá.

En el foro de internet que Reúne a amantes de la música clásica, hoy aparece una
entrada distinta a lo habitual. «Esto es un poco atípico en el foro, pero necesito formar
dos palabRas con las letras que pongo a continuación: pparluo y mnraeteourcl».

No tardan en llegar las respuestas correctas (`popular´ y `termonuclear´) y también la


sorpresa: ¿a cuento de qué esta pregunta? Aclaración de la interesada: son los deberes
que le han puesto a su hija, de 11 años, en el colegio y la madre está tratando de
resolver el enigma. Recalcamos: la madre, y no la hija, está haciendo los deberes.

¿Se trata de una excepción? No, según afirma el afamado psicoterapeuta infantil y
juvenil italiano Andrea Fiorenza. «En mi consulta veo casos de padres que piden cambios
de horario laboral en su empresa para estar en casa y hacer los deberes escolares con
sus hijos. ¡Eso no es ayudarlos! Cuando vienen esos padres a mi consulta, les pregunto:
`¿Qué, cómo te ha ido este mes? ¿Te han aprobado o te han suspendido? ¿A qué
universidad irás con tu hijo?´. El problema es que los padres no aceptan la idea de que su
hijo pueda ir mal en la escuela. E intervienen. Y, al intervenir, desincentivan a su niño: el
chaval se acomoda a eso, no desarrolla su capacidad de iniciativa, de reacción ante las
dificultades, de capacidad de esfuerzo... ¡Un desastre!».

Jesús Marrodán Gironés, inspector de educación y profesor, «pero sobre todo padre»,
recalca, apunta que «por lo general nos encontramos con tres tipos de padre: el que se
implica y echa un cable; el que delega en terceros, como puede ser una academia o un
profesor particular; y, por último, el pasota». A la pregunta de si el primer tipo puede
llegar a malinterpretar su rol, confundiendo la ayuda con dar el trabajo hecho, responde
que sí: «Por ejemplo, hay que montar un circuito eléctrico, te lo hago yo y resuelto».
¿Motivos? «Por un lado nos encontramos con los padres obsesionados por conseguir
resultados». «Otra cosa que vemos mucho -añade Marrodán Gironés- es el padre que
quiere que su hijo haga otras actividades extraescolares: cerámica, inglés, tenis... Y con
tal de que el pequeño no se las pierda se sienta a hacer los deberes con el chaval y le da
las respuestas directamente. Puede ser una ayuda bien intencionada -concluye-, pero
está vaciando de contenido el aprendizaje académico».

Lo cierto es que en la era de Internet, más allá del rol de los padres, es fácil confundir
la búsqueda de documentación en la Red con el descargarse un trabajo ya hecho,
modificar cuatro cosas y entregarlo. Hace un par de años estallaba la polémica en
Francia ante el lanzamiento de la web faismesdevoirs.com (hazmisdeberes.com), donde
el estudiante tan solo tenía que enviar el enunciado de la tarea encomendada por el
profesor y, en el plazo máximo de tres días, recibía el trabajo resuelto (todo por un
precio que oscila entre los 5 y los 30 euros). Las más de las veces, con todo, no hace falta
pagar: con el acceso a Internet, completamente integrado, por otro lado, en la educación
escolar, el plagio se ha extendido como una plaga en las aulas. Tanto es así que muchos
profesores utilizan programas informáticos para detectarlo.

La polémica con los deberes escolares trae cola. ¿Son muchos, pocos? A menudo los
chavales los ven como un castigo inútil, una pérdida de un tiempo que podían dedicar a
otra cosa. Entre los padres, tampoco existe unanimidad. Allá donde uno ve una
sobrecarga de trabajo para su hijo, o incluso la prueba de que la escuela o el profesor no
ha cumplido con su cometido de educar al estudiante en el aula, otro ve dejadez por
parte de los profesores si no mandan deberes para completar en casa lo que se ha
iniciado en el colegio. Como muestra, un botón: a finales del año pasado un grupo de
padres presentó una queja en la oficina del defensor del pueblo de Navarra, Javier
Enériz: protestaban por tener que invertir un tiempo que consideraban excesivo en las
tareas con sus hijos; un tiempo que, aducían, no les permitía disfrutar con ellos de un
tiempo de ocio fuera del ámbito escolar. El defensor del pueblo no se pronunció a favor
ni en contra, pero instó a abrir un `debate social´ al respecto. Y debate hubo. Se oyeron
voces a favor y en contra. Entre estas últimas, no se habla tan solo del exceso de trabajo
en casa, sino, por ejemplo, de las diferencias que pueden existir debido al nivel
económico de los padres: por ejemplo, algunos no podrán permitirse enviar al pequeño
a clases particulares.

Los defensores de que los estudiantes de Primaria y Secundaria se lleven tareas a casa
resaltan que estas no solo sirven para afianzar el aprendizaje de la materia impartida en
clase, sino que, además, promueven valores como la disciplina, el compromiso, los
hábitos de estudio y las herramientas para un aprendizaje autónomo. «A menudo los
padres ven que los deberes escolares responden a dos criterios distintos», explica
Marrodán Gironés. «Por un lado están aquellos que complementan una actividad que se
ha iniciado en el aula y los padres, por lo general, lo llevan bien. Sin embargo, se
muestran menos de acuerdo con aquellos que perciben como un castigo: ``Como no me
habéis dejado explicar esto en clase, lo estudiáis vosotros en casa´´. Esto está muy mal
visto por los padres».
Otro de los argumentos esgrimidos a la hora de defender la idoneidad de los deberes
es que fomentan la implicación de la familia, algo que muchos responsables educativos
vienen echando de menos en los últimos años. Veamos que dice la Ley Orgánica de
Educación (LOE) al respecto: «Con frecuencia se viene insistiendo en el esfuerzo de los
estudiantes..., pero la responsabilidad del éxito escolar no recae sobre el alumnado
individualmente considerado, sino también sobre las familias, el profesorado, los centros
docentes, las administraciones educativas y, en última instancia, sobre la sociedad en su
conjunto». Todos, pues, implicados a un mismo nivel. ¿Y qué significa la implicación de
los padres? Los expertos coinciden en que no se trata de quitarse el traje de oficina para
ponerse el de `policía´ que vigila los avances del menor, ni tampoco el de profesor que
ha de conocer todas las asignaturas.

Más bien se trata de motivar: explicar la importancia académica de los deberes y


otorgar las herramientas necesarias para llevarlos a buen puerto: material escolar,
acceso a Internet, un lugar apropiado para el estudio... Y, sobre todo, no confundir la
supervisión de las tareas. No se trata de que las haga el padre o la madre, ni siquiera de
que las corrija. Basta con asegurarse de que el pequeño cumple. Y, si se detectan
problemas -como puede ser un exceso de carga extraescolar-, acudir al centro para
exponer el desacuerdo. El psicólogo Andrea Fiorenza apunta una receta: «Dígale al
niño:``Te concedo media hora para los deberes o estudiar, ¡solo media hora! De 19 a
19.30 horas, por ejemplo. Con despertador: cuando se cumpla el tiempo, se acabó. Fin.
Los límites dan valor a lo que sucede dentro de ellos».
¿QUÉ TE SUGIEREN ESTAS IMÁGENES?

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