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¿Qué es el Textus Receptus?

20 de Abril de 2017.

Por: P.A. David Nesher

“¿Cómo decís: “Somos sabios, y la ley del SEÑOR (YHVH) está con nosotros?, cuando he aquí, la ha
cambiado en mentira la pluma mentirosa de los escribas.”

(Jeremías 8: 8)

La curiosidad con la que comenzaré esta bitácora es destacar que la Biblia es, a nuestra fecha, el libro
más traducido de la historia, pues puede leerse entera o en parte en más de dos mil quinientos idiomas.
Y en algunos de estos no hay una sola traducción, sino muchas.

El tema crítico es que, puesto que la Biblia fue escrita originalmente en hebreo, arameo y griego, la
mayoría de las personas que desean leerla dependen de una traducción. Si en su idioma usted tiene la
posibilidad de elegir, sin lugar a dudas querrá emplear la mejor traducción existente. Pero, a la hora de
responder la pregunta que muchos nuevos creyentes me hacen acerca de cuál es la versión bíblica más
fiel a los originales, debo contestar lo mismo de siempre: “la mejor versión es el texto hebreo y griego“.

Es más, debo también decir que las versiones más modernas son más fieles que las antiguas, en tanto
que tienen más manuscritos disponibles para hacer las comparaciones. Hasta el siglo XIX, los traductores
tenías muy pocos trabajos en sus manos para cotejar y traducir fielmente. A fines de aquel siglo surgió la
denominada “critica textual” que consiste en ofrecer las las reglas con las que trabajan traductores e
intérpretes, con las diferentes variantes del texto bíblico en los manuscritos hebreos, y particularmente
griegos. Reglas que permiten identificar errores de los copistas, inserciones tardías, e incluso
alteraciones intencionales sobre todo por parte de algunos papas. Un ejemplo de ello, lo hallamos en la
versión del Nuevo Testamento Griego de Sociedades Bíblicas que incluye un aparato critico que explica
las diferentes variantes del texto tal cual aparece en cada códice o papiro.

Sintetizando la historia, sabemos que en el año 382 d. E.C., en el Concilio de Roma, se estableció el
canon del Nuevo Testamento. Es decir que cuatro siglos después de la muerte de Jesús, el Cristo, la
recién instituida Iglesia Católica proclamaba tener una colección de escritos que representaban el
mensaje, vida y obra del fundador de lo que ellos denominaron el movimiento cristiano o cristianismo.

Convengamos que a esta altura de la marcha, el texto original de varios de los escritos cristianos había
sido alterado por los escribas. La autoría de la mayoría de estos textos no era fácil de determinar y los
manuscritos incluidos en el canon no eran necesariamente los más populares o los más utilizados por las
diferentes comunidades de discípulos. Esto se debía, a que hasta ese momento, el centro de toda
pedagogía apostólica era la interpretación de la Instrucción (Torah) desde la cosmovisión del Mesías (su
Yugo como se lo denominaba).
Además, para ese entonces, se habían perdido los textos originales de muchos evangelios. Las
traducciones hechas del griego al latín en el siglo IV habían modificado los textos, ya que las autoridades
eclesiásticas romanas no querían matices hebreos en los mismos Por ello, y la recopilación encargada
por el Papa Dámaso I a San Jerónimo en el 382 d.C. para tratar de corregir estos problemas no había sido
realizada con la rigurosidad necesaria para remediar el caos reinante.

Todo esto sin tomar en cuenta que la comunidad cristiana, aquella con base en Roma, que se convirtió
en la Iglesia Católica, no representaba un consenso entre las diferentes comunidades cristianas de la
época. La mayoría de las mismas tenían una interpretación particular del mensaje de Jesús y el Reinado
de Yahvéh. Sin embargo, la posición greco-mitraica de Roma se impuso gracias a sus influencias políticas
y capacidad organizativa. Gracias a esta imposición, la cosmovisión babilónica de Roma logró convertirse
en la religión oficial del imperio. La comunidad de cristianos de Roma estableció, mediante decreto
imperial, que ellos eran los únicos que tenían la opinión correcta sobre el mensaje de Jesús. Todos los
demás eran herejes.

En un párrafo anterior, mencioné que en un intento por detener la alteración que sufrían los textos de
los libros del canon al ser traducidos improvisadamente del griego al latín, el Papa Dámaso I (304 – 384
d.C.) le encargó al intelectual Jerónimo de Estridón en el 382 d. E.C., que recopilara los manuscritos
griegos y hebreos más antiguos para producir un texto único en latín capaz de erigirse como el texto
oficial aceptado por la Iglesia Católica. Este monje usó la Septuaginta como base del Antiguo Testamento,
y traduciendo los libros neotestamentarios canonizados por las comunidades sujetas a Roma, obtuvo su
fruto literario conocido como La Vulgata. Pese a los errores, la Vulgata Latina fue la Biblia del mundo
occidental por más de 1000 años, hasta que llegó la imprenta.

Alrededor de 1.439, Johannes Guttenberg (1398-1468) empezó a desarrollar técnicas de impresión


mecánica y cambió para siempre la forma en la que se reproducían los libros. El difícil trabajo que habían
realizado los escribas copiando manuscritos letra por letra fue reemplazado por un sistema mecánico,
que al margen de la producción masiva, permitía tener un control casi absoluto sobre la fidelidad de las
copias.

La primera impresión masiva realizada por Johannes Guttenberg fue la reproducción de una edición de
lujo de La Vulgata Latina que tomó seis años en completarse, desde el 1.450 a 1.456.

Al inicio del siglo XVI, un cardenal español llamado Francisco Jiménez de Cisneros (1437-1517) decidió
producir una versión del Nuevo Testamento en griego. Al mando de un equipo de eruditos, Jiménez de
Cisneros produjo una edición políglota de la Biblia. El Antiguo Testamento se presentó, recurriendo a los
textos originales, en tres columnas: hebreo, latín y griego. El Nuevo Testamento se editó en griego
porque la mayoría de manuscritos antiguos y/o originales de los textos estaban en griego.

Esta Biblia fue producida en Alcalá, España. El nombre latino antiguo de la ciudad era “Complutum”; por
eso esta obra es conocida como la Biblia Políglota Complutense. Constaba de seis volúmenes y se
terminó de imprimir alrededor del 1514. Su publicación fue retrasada hasta 1520 ya que siendo una
producción oficial de la Iglesia Católica necesitaba la aprobación del Papa Leo X (1475 – 1521).

Después de este trabajo de traducción, e influenciado por él en gran parte aparecerá en Europa el
denominado Textus Receptus.

El Textus Receptus es un término en latín que significa Texto Recibido. Dicha expresión latina hace
alusión al texto griego del Nuevo Testamento editado por Erasmo de Rotterdam (Desiderius Erasmus) en
el siglo XVI. Este texto representa a un conjunto de manuscritos en lengua griega del Nuevo Testamento,
de los cuales los más antiguos datan aproximadamente del siglo X, y son la base de muchas traducciones
clásicas de la Biblia tanto al español como a otros idiomas (versiones anteriores a 1881). Existen más de
cinco mil (5.000 manuscritos) griegos del Nuevo Testamento, y casi todos ellos apoyan la lectura del
Textus Receptus. Algunos de estos manuscritos disponibles en el tiempo de la Reforma fueron la base
textual que utilizaron algunos eruditos para desarrollar sus diferentes ediciones griegas.

El Textus Receptus tiene su inicio en la crítica textual conservadora de parte de Erasmo, quien escogió la
lectura final para su edición de 1516 entre algunos manuscritos generalmente representativos del texto
Bizantino (Texto Bizantino se refiere a la mayoría de los manuscritos en los cuales se basó el Textus
Receptus).

Erasmo de Rotterdam había publicado en 1522 una compilación crítica del Nuevo Testamento Griego y
Latino, que sirvió como base preferencial de traducción desde el S. XVI al S. XIX. Él usó seis manuscritos.
Éstos estaban muy dañados y todos databan su procedencia entre los siglos XII y XV, o sea, apenas eran
antiguos.

En cuanto al inicio de la frase “Textus Receptus”, en la edición del Nuevo Testamento griego de los
hermanos Elzevir del año 1633, el prefacio incluyó la siguiente oración en latín: “Textum ergo habes nunc
ab omnibus receptum” (por tanto tenéis ahora el texto recibido por todos).

En la siguiente recta histórica representamos solo algunos de los nombres más conocidos de aquellos
eruditos que elaboraron ediciones del Texto Recibido Griego:

Observamos que desde la Políglota Complutense de 1514 hasta la quinta edición de Teodoro de Beza de
1598, comprenden aquellas ediciones del Texto Recibido Griego que eran contemporáneas a la
traducción que hizo Casiodoro de Reina en 1569 y la posterior revisión de Cipriano de Valera del año
1602. Vemos, por lo tanto, en la recta histórica, dos ediciones posteriores a 1602 que son las de los
hermanos Elzevir (1624 – 1633) y la última la de F. H. A. Scrivener en las décadas de 1870 y 1880.
Podemos concluir, por lo tanto, que estas dos ediciones (dadas las fechas en que se generaron), no
pudieron ser fuentes consultadas por Reina y Valera.

A partir del siglo XIX, los eruditos especializados en el campo de la crítica textual, comenzaron a
descubrir otros manuscritos, muchos más antiguos que los que se habían utilizado hasta el momento.
Incluso copias de la Biblia del siglo IV, por ejemplo. A partir de entonces, desde luego, se han descubierto
copia tras copia, muchas más antiguas que nunca. Dice Daniel Wallace, uno de los líderes en el campo:
“Tenemos ahora hasta dieciocho manuscritos del Nuevo Testamento (todos fragmentarios) del siglo II, y
uno incluso del primer siglo . El 40% del Nuevo Testamento se encuentra en estos dieciocho textos.”

Por todo esto, es evidente que el Textus Receptus está hoy desacreditado y ninguna traducción seria
moderna de las Escrituras lo usa, porque está fatalmente desactualizado y ha sido superado, según los
hallazgos e investigaciones de las ciencias bíblicas y la crítica textual, por el el Textus Criticus, que es
fruto del estudio de más de cinco mil quinientos (5.500) manuscritos del A.T. y otros tantos del N.T. que
se han encontrado en los últimos siglos.

Como dije anteriormente el Textus Receptus está basado en una docena de manuscritos tardíos de los
siglos XII a XIV D.C., muchos de los cuales hoy carecen de autoridad por las muchas interpolaciones,
añadiduras y vacíos que presentan.

Hoy tenemos manuscritos de la Biblia completa de los siglos IV y V D.C. y en Qumrán se hallaron
manuscritos de todos los libros del A.T. Muchos de estos manuscritos son del siglo II y III a. E.C. es decir,
diez a doce siglos anteriores a los que constituyen el Textus Receptus. Los versículos o palabras que dicen
faltan en el Textus Criticus y en las versiones modernas de la Biblia como la NVI debieron salir del texto
bíblico porque no aparecen en los miles de manuscritos anteriores a los siglos VII al XII; y si solo están en
los manuscritos tardíos posteriores al siglo X y no aparecen en manuscritos anteriores, es porque nunca
estuvieron en el texto original y fueron añadidos posteriormente.

El problema es que las versiones tradicionales se basaron en el Textus Receptus que, como ya dijimos,
hoy está superado. El texto depurado de las Escrituras más cercano a los originales es el Textus Criticus,
que es el usado por las buenas versiones actuales de las Escrituras.

Entonces, y para concluir, volveré al planteo que dio inicio a esta bitácora: ¿cuál es LA versión perfecta?
Sin duda, y ante estos hechos históricos es una pregunta mal formulada. Sin embargo, puedo
arriesgarme a responder que las versiones más confiables, son aquellas que están basadas en el texto
griego crítico y expresan bien lo que el original dice en español. Este tipo de versiones nos permite
escuchar el Evangelio del Reino con un filtro especial. Así y por medio de ellas el Espíritu Santo se
comunica con nuestro espíritu provocando fe al escuchar la Palabra de Dios (Romans 10: 17).

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