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simpatizantes y de la población. En casos extremos esto ha llevado a la
manipulación de los partidos por pequeñas cúpulas y a su alejamiento
casi total de la ciudadanía y de los electores. A su vez, estos últimos
han castigado a los partidos políticos abandonando la militancia parti-
daria y asignándoles un papel menor en la vida política del país, al
punto tal que casi la mitad de las personas encuestadas en el ámbito
nacional, excluida Lima Metropolitana, a mediados de los noventa opi-
nó que no existe ninguna posibilidad de que sus opiniones sean toma-
das en cuenta en las decisiones de los partidos políticos, mientras que
un tercio de ellas considera que hay pocas posibilidades de que esto
suceda.
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a la crisis económica y a la violencia política que alimentaron el proce-
so de desintegración social y llegaron a límites intolerables para la po-
blación. Por ejemplo, más de la mitad de la población encuestada en la
totalidad del país pensaba a mediados del decenio de los noventa que
durante el gobierno de Alan García entre 1985 y 1990 el país retroce-
dió y más de un tercio pensaba que el país se estancó. Más grave aún,
un sondeo de opinión realizado a fines de los noventa indicó que tres
cuartas partes de los encuestados en el ámbito nacional consideran
que la situación en que vive la mayoría de los peruanos es igual o
peor que la que existía en 1990, cuando se inició el primer gobierno de
Alberto Fujimori.
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Otra forma de evadir las responsabilidades de gobierno con-
sistió en encomendar de manera prácticamente exclusiva la lucha
antisubversiva a las Fuerzas Armadas durante el decenio de los ochen-
ta, particularmente considerando que el gobierno no diseñó una estra-
tegia clara y adecuada para este fin y, al mismo tiempo, cerró los ojos
frente a los excesos de la represión. De esta manera, las Fuerzas Ar-
madas asumieron la principal responsabilidad en la lucha antiterrorista,
lo que les confirió una mayor legitimidad ante la ciudadanía.
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algunos miembros de los servicios de inteligencia que informaron a la
prensa sobre estos asuntos sufrieron persecuciones y torturas.
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las deficiencias del Poder Judicial y de no superar la inoperancia y falta
de representatividad del Poder Legislativo. Con toda probabilidad, el
obstáculo más importante para que la población identifique como su-
yas a las instituciones del Estado ha sido la inoperancia, la arbitrariedad
y la corrupción del Poder Judicial, y particularmente su escasa auto-
nomía frente al poder político. Además de ser la institución
específicamente diseñada para hacer respetar derechos y resolver con-
flictos en la sociedad, el Poder Judicial es la última defensa del ciuda-
dano frente al inmenso poder que tiene el Ejecutivo en el Perú. Sin
embargo, el Poder Judicial no adolece sólo de un problema de descré-
dito: el ciudadano común se encuentra inerme frente a él y, peor aún,
casi siempre tiene que defenderse de quien se supone debe defenderlo.
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ley de «interpretación auténtica» de la Constitución que allana el cami-
no para la reelección del presidente Alberto Fujimori por segunda vez.
Esto puso en evidencia la manera en que el gobierno interfiere con el
funcionamiento de otras instituciones del Estado, en este caso para
hacer posible la permanencia en el poder más allá de lo estipulado en la
Constitución de 1993, que limita la reelección presidencial a sólo un
período.
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mentos y de ministros de Justicia– durante los noventa se cuenta con
nuevos códigos en materia civil, penal y de procedimientos, así como
con una nueva Ley Orgánica del Poder Judicial y un nuevo Consejo de
la Magistratura.
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Los ciudadanos perciben que los congresistas se encuentran
muy distantes de ellos y de sus intereses, que discuten y se preocupan
por asuntos sin importancia, y que se olvidan de los electores una vez
instalados en el Congreso. La gran mayoría de la población tiene poca
o nula confianza en el Poder Legislativo, y considera que tiene escasas
posibilidades de influir en sus decisiones. Esta percepción del Congre-
so como institución alejada de los intereses del pueblo se acentuó por
la carencia de mecanismos para la participación de los ciudadanos en
las actividades del Poder Legislativo, por la existencia de un distrito
electoral único en las elecciones de 1995 que no ha permitido estable-
cer un vínculo directo entre los electores en diversas partes del país y
los representantes, por los problemas que enfrentan algunos represen-
tantes (sobre todo de la oposición) para acceder a los medios de co-
municación social y por la forma poco transparente en que los movi-
mientos y partidos políticos han manejado los asuntos parlamentarios.
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en relación con el Poder Ejecutivo, debilita el proceso de legitimación
democrática a través del cual la ciudadanía se llega a identificar con
una institución tan importante como el Poder Legislativo.
Legitimidad y credibilidad
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La frustración ciudadana con la democracia
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ción, generó una aguda necesidad de orden y autoridad,
prácticamente a cualquier precio. Esto allanó el camino para el autori-
tarismo y creó las condiciones para que se manifestara una antigua
tendencia hacia la identificación de la población con un caudillo, a
quien le atribuye la capacidad de resolver sus problemas. En esta iden-
tificación ilusoria la población está dispuesta a posponer otras necesi-
dades, de satisfacción material, por ejemplo, para realizar esta fusión
con el líder en quien hipoteca sus esperanzas de un futuro mejor.
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En contraste, desde el Poder Ejecutivo se denigran institucio-
nes, como el Parlamento, el Poder Judicial y los gobiernos locales y
regionales, a las cuales se tilda de ineficientes y corruptas, y a las
cuales se trata de mantener subordinadas al Ejecutivo. En forma simi-
lar, desde el gobierno se ataca a las organizaciones que forman parte
de la incipiente institucionalidad de la sociedad civil, en particular a las
organizaciones que defienden los derechos humanos, y se trata de
influenciar sobre las organizaciones representativas del sector priva-
do.
Reelección y deslegitimación
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cial, socavan la confianza de los ciudadanos en la democracia y acen-
túan la preocupación por la legitimidad del Estado peruano.
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Todo esto acentúa la polarización política y hace muy difícil
lograr acuerdos y consensos para garantizar el buen gobierno, la pros-
peridad y el bienestar para todos. La preocupación por la gobernabilidad
democrática adquiere así una urgencia inesperada y vital. Se trata de
rescatar la posibilidad de un futuro mejor para todos los peruanos.
Paradójicamente, acaso resida en esto el potencial de los tiempos ac-
tuales para reafirmar la convicción de que las instituciones y prácticas
democráticas son indispensables en la transición al siglo 21.
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