Llevar el evangelio hasta los confines de la tierra, en obediencia a la Gran
Comisión, es un imperativo ineludible. Una definición de la evangelización mundial que ha ganado el consentimiento de los cristianos de todas partes es el memorable resumen del Pacto de Lausana, diseñado en gran parte por John Stott y confirmado por el Congreso de Lausana sobre la Evangelización Mundial en 1974: “La evangelización requiere que toda la iglesia lleve todo el evangelio a todo el mundo”.
Los tres “todos” personificados en esta sonora frase han formado parte del discurso cristiano mucho antes de que John Stott diseñara el Pacto de Lausana.
Ciertamente, podríamos decir que se remontan al Apóstol Pablo e incluso al mismo
patriarca Abraham, pero dentro de nuestra propia memoria, una asombrosa afirmación del teólogo holandés Willem Adolph Visser´t Hooft en 1961 confirma este punto:
El mandato de ser testigos de Cristo se da a cada miembro de su Iglesia.
Es una comisión dada a toda la Iglesia, llevar todo el evangelio a todo el mundo. Cuando la Iglesia reconoce que existe para el mundo, surge una apasionada convicción de que las bendiciones del Evangelio de Cristo deben llevarse a cada tierra y a cada hombre y mujer. Toda la iglesia para Visser´t Hooft significa cada miembro. Todo el mundo significa cada hombre y mujer. Todo el evangelio significa todas las bendiciones del evangelio.