Está en la página 1de 73

’ > !

'

BORIS LAVPENEV
B I B L I O T E O A “ C Z /T T T
No. 39
^^^■iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiHukiHihhiiiMtiitiiiiiHinarn

B o r is L a v r e ñ e v

VIENTO
(Narración sobre los tiempos de Basilio Guliavin)

Traducción directa del ruso por el


DR. J. BRONFMAN

■EDITORIAL “C U L T U R A ”
CASILLA 413#
Santiago de Ckii«
A mi compañero en la tem­
Printed in Santiago pestad: mi mujer.
de Chile
CAPITULO PRIMERO

L A CUCARACHA

Y a avanzado el otoño, el mar Báltico se cubre de


neblinas grises y velludas, de deshechos silbidos del
viento y de hileras negras de pesadas olas, coronadas
por el plumaje volátil y murmurante de la espuma
Inflada por el viento.
Y a avanzado el otoño (y desde hace tres otoños),
sobre las olas negras se deslizan, silenciosos, los tor­
pederos achatados y grises como la neblina, escupien­
do por las gruesas chimeneas, inclinadas hacia atrás,
columnas de hollín; perforan la obscuridad turbia de
las tempestades largos y bajos cruceros con fuegos
apagados. ,
Ya avanzado el otoño, y en invierno, corre furio­
so sobre el mar, alocado y con olor a sangre, el alar­
mante viento de la guerra.
La jalea, aceitosa y pegajosa, lame con avidez
las paredes de los buques de acero, que día y noche
•espían el horizonte con los ojazos crueles de los ca-
10
VIENTO 11
ñones, perforando la obscuridad de la noche con los
golpes ardientes de sus reflectores. —¡Nada de especial, mamsel! Si Ud. misma ac­
E n las aguas, herméticamente cerradas por las cedió a tomar tal posición conmigo, los monos, que
minas enemigas, se agita intranquila, a la par del nada entienden, no hacen más que seguir la ley de la.
viento, la flota sentenciada. naturaleza.
E n las blindadas ratoneras, herméticamente ce­ E l trabajo de Guliavin es duro, forzado: sen­
rradas, se agitan, en una tristeza de tres años, unos tado en la bodega de acero, sofocante, muy debajo del
hombres alocados. agua, en el fondo mismo del barco, al lado de las mi­
O to ñ o ... V ien to ... R evuelta... nas y sin moverse.
Hediondez a aceite, a ácidos, a acero caldeado;
y la bola blanca de la ampolleta eléctrica de qui­
* nientas bujías se mete como un intruso en los ojos.
* * Lo que pasa arriba no es asunto de Guliavin. L e
meterán al dreadnought diez proyectiles debajo de 1a
Basilio Guliavin, minero de primer grado de la línea de flotación, o le pondrán una mina, y Guliavin,
flota del Báltico, y nada más. sentado en la bodega, ni se dará cuenta de cómo pa­
¿Qué más exige el lector de un marinero? sará a ser un plato fino en el banquete del rey de los
Y los detalles son estos: mares.
Pómulos de piedra asoman como dos cirros; ojos Basilio jamás olvida esto, y, fastidiado, se sien­
pardos, insolentones. Sobre la nuca se agitan dos co­ ta a menudo sobre la cara aguda de una mina y canta
litas de cinta negra, y adelante, a través de la frente, una canción indecente sobre el rey de los mares y su
con letras doradas: Petropavlovsk. E l pecho, peludo visitante Sadko.
a través de la camisola, y sobre él, en tiempo de paz, Tres años en la bodega, tres años junto al de­
un visitante japonés tatuó con tinta negra y roja dos pósito de minas, donde tras un delgado tabique se
monos en una pose. . . inconveniente para las delica­ encierran miles de kilos de explosivos mortíferos.
das miradas de las damas. E s por esto que Basilio se dió de lleno a la be­
Sin embargo, muchas sirvientes de Cropstadt bida.
vieron esta pose de cerca y hasta la aprobaron. L a g u e rra ... E s difícil conseguir aguardiente;
Por lo denfás, Guliavin decía: pero hay en Revel una mujercita, una bruja. Desti­
la el desnaturalizado, y resulta una bebida delicio­
12 BORIS LAVREÑEV VIENTO *
sa, como para los más delicados serafines alados. E n —Aunque eres minero, aunque eres de primer,
una palabra, excelente. grado, yo puedo hacerte cosquillas con los bigotes
Pero hay que beber con cautela, porque si du­ hasta matarte, porque orden tengo del rey de los ma­
rante el trabajo das 1111 solo paso de borracho, la ju s­ res de hacer cosquillas a todos los borrachos.
ticia es corta. T rata Guliavin de bajar del horno, pero ya esta
Con el tiempo que haya, y a la velocidad que se aquí el teniente; se monta sobre la espalda, los bigotes
marche, lo amarran a uno de una mano, lo descuelgan debajo de los sobacos, y dale hacer cosquillas.
por la borda, y a bañarse hasta espantar la borrache­ ¡Divertido!
ra. Con la boca abierta, se ríe Guliavin a carcajadas
Por eso, Guliavin, como todos los demás, y lo silenciosas; ya le falta la respiración, hipo en la gar­
mismo que los señores oficiales, aprendió a beber de ganta, estertores en los pulmones. . . .
una manera especial. ¡L a muerte!. ..
Por dentro, el hombre está completamente bo­ Y Guliavin despierta cubierto de sudor frío.
rracho. pero por fuera muestra un aspecto de monja Qué es lo que no hizo para librarse de la influencia
sobria; no pierde el cálculo ni en lo más mínimo. endiablada de la cucaracha. H asta visitó una pitoni­
Pero tal esfuerzo mental y el desdoblamiento des­ sa persa en Reve!, pagó dos rublos, le contó su des­
vían al organismo de la línea, y tiene uno visiones gracia; pero la pitonisa revolvió en el residuo del ca­
que en absoluto cuadran con el trabajo de un ma­ fé y declaró que sobre el teniente no tenía influencia
rinero. alguna; pero que a Basilio le salía una dama negra
Y adquirió Guliavin con el alcohol una gran des­ y un largo camino.
gracia: el teniente Traubenberg. Le largó Guliavin un juramento fuerte y se filé.
Los bigotes de cucaracha que tenía el teniente Dos rublos perdidos de balde.
eran como un puñal afilado para el corazón de G u­ Y tanto lo dominó ese sueño, que una vez, des­
liavin. pués de haber bebido de ese licor angelical el doble
H asta llegó a soñar con él. Se duerme Basilio y de lo común, se acercó Basilio, severo, al teniente, y
le parece que está en su casa, en el pueblo, acostado entre hipos le dijo:
sobre el horno, y que de debajo del horno sale el te­ —Señor teniente: ¡H aga una obra de gracia!
niente sobre seis patitas y meneando los bigotes. Déjese de martirizarme con sus cosquillas. ¡No resis­
to más!
14 VIENTO 15

I jOs ojos de plomo del teniente se ensancharon oficial y metió a Guliavin por dos semanas en el ca­
llenos de sorpresa: labozo húmedo, debajo del agua.
—¡Asno! ¿Te has trastornado? ¿Cuándo te he E n el calabozo, revolviéndose sobre las maderas
hecho cosquillas? desnudas, en medio de los chillidos de los ratones,
Y los bigotes de cucaracha se enderezaron de in­ Guliavin odió al teniente y rechinaba los dientes en la
mediato. _• obscuridad.
Se acercó Guliavin a la oreja del teniente, y gui­ •—¡Aguárdate, cucaracha canalla! ¡También nos­
ñando con malicia murmuró: otros tendremos, fiesta!
—¡Señor teniente! Yo entiendo que cuando un Probablemente ahí mismo, en el calabozo. G u­
hombre se transforma de noche en cucaracha es por­ liavin adquirió un resfrío de los pulmones; a media­
que así es su destino; y yo no le tengo ningún rencor. dos de enero lo bajaron a tierra, al hospital.
Pero ya no tengo fuerzas para resistir. Tome mejor E n el hospital todo es tibio y limpio, se está bien,
a Kulagin; es el doble rriás fuerte que yo, y a mí dé­ alimentan con papillas dulces, pero es imposible con­
jeme en paz. Así, hasta morirme puedo. seguir bebidas. 3
De un salto se separó Traubenberg y descargó ^ se quejó una vez Basilio a su vecino de cama,
su puño seco contra los dientes de Guliavin. un marinero del Resvoy, a quien una granada arran­
—¡F u e ra !... C an alla... ¡Estás borracho cono cara ambas piernas.
un hijo de perra! ¡Tres guardias fuera de turno, un - ¡Qué vida esta! ... ¡Ni un trago le dan a uno!
mes sin permiso! E l marinero dió vuelta su cara aguzada (sobre
Limpió Basilio la sangre del labio y dijo severo: la pared gris se destacaba esa cara pálida, cubierta de
—¡Muy mal hecho, señor teniente! Me le acerco una barbita negra).
en forma decente y Ud me recibe a puñetazos. ¿Có­ — Si bebieras menos, tonto, serías más inteligen­
mo debo entenderlo? ¿Acaso por los reglamentos tie­ t e . ..
ne Ud. derecho de hacer cosquillas a los marineros? Guliavin se irritó:
Yo puedo entablar una queja. Esperen, con todos —¡B agatelas.. . diablo submarino! Por lo visto,
vosotros arreglaremos cuentas... ¡reptiles! te pusiste inteligente cuando perdiste las piernas.
Dio media vuelta y se fué a popa. E l marinero sonrió:
E l teniente, enfurecido, corrió donde el primer —No me queda más que el traste, y ese es más
BORIS LAVREÑEV VIENTO
17

inteligente que tu cabeza. No están los tiempos co­ liavin diferentes libritos que le traían los visitantes
desde fuera.
mo para empiparse.
—¿Qué pasa con los tiempos? Y Guliavin tragaba con avidez las palabras in­
—Largo, hermano, par* ser contado... j Quie­ flamadas, como si fuera aquello licor quemante. M u­
res ^* Aquí tienes, lee;.metió la mano debajo del col­ cho no lo entendía, y el vecino, con voz desfalleciente,
chón v sacó un librito medio desencuadernado. explicaba con dedicación lo obscuro. E n los prime­
Incrédulo, lo tomó Guliavin y levo el titulo: ros días de febrero, a medianoche, tranquilo v serio
■Por qué guerrean los capitalistas, y si es conve murió el vecino. *
niente y necesaria la guerra a los obreros? Vino la hermana, le cruzó los brazos y cerró los
Se sentó al lado de la ventana a leer. De inme­ ojos Luego salió para avisar a las autoridades hos­
diato se llenó la cabeza. Miró hacia los lados: pitalarias.
—¡Esto es h ab lar!.. . ¡Limpiecito!. . . Guliavin levantó rápidamente el colchón y sacó
• Leyó el librito hasta el final, y se le hizo en el los libritos, poniéndolos debajo de su almohada.
cerebro una verdadera revuelta. Se paro al lado del fallecido, contempló la agu­
De noche, cuando el hospital dormía, en la obs­ za a nariz, de un amarillo transparente, se agachó v
curidad, se sentó Guliavin en la cama del m udado, beso fuertemente al muerto en los labios. '
v éste, con un murmullo metálico, le hablo al oxdo so­ —¡Adiós, hermanito! Cuéntale a la marinería del
bre la guerra, sobre el Zar, que los obreros estaban otro mundo que nosotros ganaremos.
reuniendo fuerzas, que ya faltaba poco para que los Y tapó la cara seca con fas sábanas.
patrones recibieran su merecido. _ H asta mediados de febrero permaneció Basilio
__Y a los oficiales, ¿se les podrá ajustar .—pre­ n el hospital; después, la comisión le dió dos sema­
nas para reponerse.
guntó de repente Basilio.
__¡A todos, hermano, les ajustaremos. , ^ resolvió Guliavin irse a Petersburgo, a visi­
—¡Gracias, hermanito; me alegraste! ^ tar una antigua amiga, Anuschka, que hacía de eo-
Y Guliavin amenazó con su gran puño hacia la
‘‘'C III. Cn CílSa d d m&eniero Plajotin, en la calle Ba-‘
obscuridad de la noche invernal que colgaba tras las
ventanas. . . n ■ -E n ult™° caso me alimentaré del rancho del
Desde entonces el mutilado siguió dando a Crii- .-,11 ero, -v ^ na es una hembra poco dañina”
Después del veinte de febrero recibió sus’docu-
18 BORIS LAVREÑEV

inentos, y en el tren, mientras más se acercaba a Pe-


tersburgo, más noticias alarmantes oía: que en la
capital hay inquietud, los obreros están sublevados, los
soldados no los. quieren dominar.
Estas noticias transformaron el corazón de Ba­
silio en una gran hoguera, que inflaba las costillas y
que no latía sino que tronaba, alarmado, esforzado, CAPITULO SEGUNDO
acelerado.
Una áspera tempestad de febrero aullaba como L A TR O M B A D E N IE V E
una insana por encima del tren.
E n la estación del Báltico, apenas Basilio des­
cendió del tren, la cara gorda de un carabinero, y un
oficial flaco, le atajaron.
—¡Eh, marinero! ¡Los documentos!
Los sacó, los mostró. Todo en orden.
E l oficial lo miró sospechoso y ordenó:
—¡Derecho a la casa. No detenerse en las ca­
lles!
Y Guliavin le respondió con amabilidad:
—¡Disfruta mientras estés vivo, reptil hediondo!
E l oficial sólo alcanzó a abrir la boca; Guliavin
desapareció entre la multitud.
Desde la estación se fué, con su bulto, en coche
donde Anuschka (ya los tranvías no corrían) . L la­
mó por la puerta de servicio. Abrió Anuschka; muy ex­
trañada, se alegró, le acomodó en la cocina bien tem­
plada, lo alimentó con una patita de pollo y con pe­
bre de manzanas, y le dió de beber té.
20 BORIS LAVREÑEV
VIENTO
—¡Oye Anita! Cuenta, ¿qué pasa en Petersbur-
—Basilio, ¿qué tienes?
go?
Anuschka se acercó. Guliavin no oía sus cuentos, —¡Me voy!
—¿Te volviste loco? ¿Para dónde, en medio de
los absorbía. Recordó al teniente.
la noche?
—Y, qué, ¿me la ganaste, so raza de cucarachas?
E n ese momento entró a la cocina la sobrina del —¡E h .. . hembra! Aunque eres una buena hem­
ingeniero, una señorita delgadita. Vió a Basilio y se bra, no tienes nociones verdaderas. ¿Acaso es, permi­
tido revolcarse en la cama cuando hay que dárselas a
dirigió a él:
—Usted, marinero, ¿es camarada? los traidores? ¡Me voy!
Se levantó Basilio, estiró los brazos, a lo largo Y levantándose con decisión, Basilio encendió
del cuerpo (tenía su educación) y respondió: la lámpara.
— Sí, señorita. De balde Anuschka se le apretaba con su seno
—¿No sabe cómo anda la revolución? espléndido, que asomaba por la camisa, y le rogaba:
—No se puede determinar con precisión, pero- —¿Qué tienes, Basilio? ¿Dónde vas, palomito?
vista bajo todas las circunstancias., es inevitable un ¿Y las balas?
choque fuerte. Apartando a la mujer, Basilio, callado y severo,
Conocía Guliavin muchas palabras, y sabía cómo se vistió y descendió por la escala de servicio.
y con quién conversar. L a señorita corrió hacia aden-- A través de la nieve que caía, palpitaban los fa­
tro, y Guliavin, habiendo tomado ya el té, se fué tras roles con su luz amarillenta, moribunda. Allá lejos
Anuschka a su cuartito, detrás de la cocina, a disfru­ tronó, desenrollándose, un disparo.
tar de la cama ancha, bien conocida. Basilio atravesó la calle, y apretándose contra las.
Se desvistió Anuschka, desnuda, tibia, rosada, y cas<as, corrió con paso ligero por la vereda.
Guliavin se metió detrás de ella a la cama. Y media hora después Guliavin volaba por las
Pero en medio de las caricias lascivas que empaña­ calles, con un teniente barbilampiño, hacia los cuar­
ban los ojos de una neblina roja, una idea inseparable teles de la guarnición de Pavlov para libertar a los
y porfiada mordía el cerebro de Basilio. Y separan­ soldados.
do los brazos de Anuschka, se sentó en la cama, en Lo que sucedió en los cinco días siguientes ape­
calzoncillos, fuerte como una piedra, y encendió un nas lo recordaba, y no ha sido capaz de contárselo
fósforo. sensatamente a Anuschka.
22 BORIS LAVREÑEV VIENTO 23

Sólo recordaba: en la calle Moscovskaia y desde dad del techo respondió con otro estrépito de disparo
el techo de un edificio de seis pisos, crepitaba una de revólver.
ametralladora y las balas silbantes, arrasaban en la E n la puerta quebrada se atascó el obrero caído.
calle a todo ser vivo. Sonaban los cristales rotos de las Guliavin pasó de un salto por encima de él, y apun­
vitrinas de las casas comerciales. tando con la pistola en la obscuridad: traj . .. traj . . .
Allí se fué Guliavin, en un camión de tres tone­ A l lado de su oreja sonó una bala, el miliciano
ladas, con un destacamento de soldados y estudian­ moreno se lanzó hacia adelante e inmediatamente su
tes. bayoneta perforó el capote de un robusto oficial de
Latiguearon los plomos a la máquina, y un es­ policía.
tudiante montañés, de ojos azules, soltando la cari- E l carabinero que estaba junto a la ametralla­
bina, con un quejido se agarró la cabeza perforadar dora se dio vuelta, la cara desencajada, los dientes,
Palideció Guliavin. golpeándole de susto; gritó: , ,
—¡Ah! ¡Diablos submarinos! ¡Muchachos, a ata­ —¡Me rin d o ... No me maten!
car! Detengan la máquina junto a la casa. Pero un golpe dado en la nuca con la culata, lo
E l camión subió a la vereda y se pegó a la paredr tiró sobre la ametralladora.
Saltó Guliavin: Miró Guliavin a los que estaban en el suelo.
—¡Tres voluntarios para bajar al traidor! —¡Arrastrarlos! ¡Los largaremos a volar!
Salieron un miliciano moreno, el chófer y un Los arrastraron por el techo cubierto de nieve,
obrero pecoso. balancearon el cuerpo del oficial y lo largaron hacia
Guliavin se lanzó al portón y gritó a los demás, abajo. Dió tres vueltas en el aire el capote gris, y la
mientras corría: nieve amarillenta de la vereda de Petersburgo se sal­
—¡Herm anitos!. .. ¡ Seguidme! picó con las. gotas rosadas del cerebío.
P o r la entrada trasera, por la escala de servicia E l carabinero volvió en sí; se defendía, gritaba,
con olor a cocina (recordó Guliavin a Anuschka), su­ mordía los dedos; pero Guliavin lo tomó a través del
bió al techo. cuerpo, se agachó por encima de la barandilla y abrió
—¡Está cerrada la p u e rta !... ¡Con la culata!... los brazos. Sordamente sonó el cuerpo, y Guliavin,
¡Otra vez! ... alocado, se golpeó con el puño el pecho, y a toda voz:
Las tablas estallaron con estrépito y la obscurí- —¡O-ho-ho-ho-ho-ho! ...
24 BORIS LAVREÑEV VIENTC __________________________ 25

Lo otro sucedió en el salón del palacio de Tavri- bolcheviques, socialistas revolucionarios, el enigmá­
cliesk. E l gordo Rodzianco, con la mandíbula tem- • tico Lenin, notas, anexiones, contribuciones, herman­
blante, mojado como una foca, se presentó a pronun­ dad de los pueblos, mítines, manifestaciones calleje­
ciar un discurso a los soldados que llegaron a la D u­ ras; y todo aquello la cabeza se lo tragaba con avi­
ina. dez; hacia J a tarde, las sienes, le dolían irresistible­
Sus palabras eran lastimeras, vacías, se pegaban mente por las palabras desconocidas y Guliavin es­
a las paredes; pero a Guliavin le pareció que éstas tudiaba con dedicación un diccionario de terminología
ardían con el fuego de revuelta y maldad que ani­ política que le prestó un miembro del Soviet.
maba su corazón, y cuando Rodzianco dijo: Y por las noches de nuevo aparecía en los sue­
—¡Soldados! ¡Nosotros, ciudadanos de un país ños el teniente Traubenberg. Y salía de detrás del
libre, moriremos por la libertad!, en el silencio for­ horno y amenazaba con los bigotes:
zado resonó el grito de Guliavin: “Aunque eres ahora diputado, te haré cosquillas
—¡Macanudo! ¡Tiene razón el del traste gordo! hasta matarte. Mi poder sobre ti es hasta la tumba.
Lo demás se confundió en una neblina roja de La pitonisa no te ayudó y el Soviet tampoco te ayu­
incendio, disparos, cantos, locas carreras en automó­ dará”.
vil por las calles, silbidos, insomnios. Se despertaba Basilio y recordaba con sus gri­
Recordó sólo al sexto día, cuando se sentó en la tos a Anuschka de su dulce sueño. Vivía donde
sala en un sillón de roble, en la mano una orden, y Anuschka por derechos de su diputación, y el iAge-
en la orden decía: niero Plajotin se mostraba muy conforme (por aquel
“E l portador de la presente, el minero camara­ entonces los ingenieros aun se mostraban conformes)
da Guliavin, Basilio Arteniievieh, es el diputado de y se vanagloriaba ante sus visitas: , ji
los marineros revolucionarios de la primera división —Tenemos de inquilino un diputado de los ma­
de la flota. De lo que se deja constancia”. rineros. ¡Un héroe! ¡Mató a tres policías! > 1
Y comenzaron para Guliavin días extraños. Y los visitantes, como por casualidad, entraban
Lo pasado retrocedió hacia una neblina plomi­ a la cocina, miraban a Guliavin y le conversaban muy
za, se cubrió de un velo, y en su reemplazo vinieron amablemente; un fabricante de fósforos llegó a sen­
elecciones, interrogaciones, fraccionamientos, jorna­ sibilizarse hasta las lágrimas y le dió un billete de
das de ocho horas, parlamentarismo, cuestión agraria, cien rublos:
departamento de instrucción, los mencheviques, los
BORIS LAVREÑEV VIENTO 27

—Yo, camarada marinero, le estimo como un E l teniente, con la revolución, desertó del Pe~
producto genuino del . pueblo y libertador de la pa­ tropavlovsk y se escondía en Petersburgo en la casa,
tria del yugo del Zar. Tome para la revolución. de una tía.
Aceptó Guliavin. Compró con ese dinero una Se llenaron los ojos de Guliavin con una mal­
bufanda de seda y un par de zapatos de* verdadera dad negra, marineril.
cabritilla americana para Anuschka (¿acaso Anuschka A pasos imperceptibles, como gato, siguió al te­
no era útil a la revolución?) y los setenta rublos res­ niente.
tantes los gastó con una señorita desconocida en un Traubenberg llegó a una puerta, miró hacia los
cubil. lados, y como ratón se metió adentro, y el gato—G u­
Conoció a la señorita una noche, én la Avenida liavin—detrás.
Nievskaia, y ardió en una pasión incontenible. E n el segundo descanso alcanzó al teniente.
Antes veía a esas sólo desde lejos, y con rabia se —¿Y qué, señor teniente?. . . ¿No quiso hacerme
pasaba la lengua por los labios. Sedas, encajes, per­ caso a la b uena?... Ahora terminaré con sus ju g a­
fumes, sobre el cuello una delicada cadenita de oro, y rretas de cucaracha.
toda ella como un suspiro; hasta da susto abrazar. Traubenberg abrió la boca como un pez sacado
Pero todo resultó muy bien, y en el cuarto del a tierra y no dijo nada. Por un minuto se miraron
hotel, habiéndose librado, toda cubierta de moretones, a los ojos: turbios, los del teniente; furiosos, los del
de los férreos abrazos de Guliavin, y guardando el marinero. Luego el teniente movió los labios, los bi­
dinero en la media, la señorita dijo, cariñosamente: gotes se erizaron, y le pareció a Basilio que. . . ya se
—¡Qué apasionado es U d .! ¡Sigamos siendo ami­ lanzarían a hacer cosquillas.
gos! Y le dió su dirección. Retrocedió con un grito, se agarró del cinturón,
Tres días después se deshizo de la pesadilla de y profundo, hasta las costillas, se hundió en el te­
la cucaracha. niente el puñal finlandés del marinero.
De vuelta de un mitin, caminaba de noche fren­ Con un ronquido en la garganta se sentó T rau­
te al cuartel de Ismailovsk y vió delante suyo una fi­ benberg en los escalones, y Basilio, castañeteando los
gura delgada metida en un abrigo negro sin charre­ dientes, escala abajo—y corriendo—a casa.
teras. A la luz de un farol reconoció al teniente T rau- Desnudándose, notó en la mano sangre coagu­
benberg. lada. .
28 BORIS LAVREÑEV

Anuschka se asustó, tembló, y Basilio con esca­


lofríos le contó cómo mató al teniente.
Anuschka lloraba.
—¡Lástima, Basilio! E s un ser humano.
Basilio mismo se daba cuenta que no estaba bien
lo que había hecho, pero haciendo un gesto con la
mano, dijo furioso: CAPITULO TERCERO
—¡No hay nada que lam en tar!... ¡Maldita cu­ } -
caracha!. . . Ellas son causa de todos los males en la C O L IS IO N D E P R IN C IP IO S
tierra. Por lo demás., desertó del barco y se le puede
considerar como a un traidor del pueblo. E n junio ya sabía Guliavin muchas palabras
Se dió vuelta hacia la pared; por largo tiempo políticas, y podía explicar con precisión por qué Ke-
no pudo dormirse, tomió agua, al fin roncó, y en el rensky y los demás son unos canallas, y por qué al
sueño ya no se le aparecía Traubenberg para marti­ hombre que trabaja le es inconveniente la paz en los
rizarlo como cucaracha-pesadilla. Dardanelos.
Con atención estudiaba la revolución, y se le des­
cubría ésta en su amplitud inmensa, como una este­
pa salvaje que ardiera en los incendios de los cre­
púsculos de mayo.
Una sola vez quedó perplejo leyendo el diccio­
nario político.
Fué editado ese diccionario por el Soviet de di­
putados de los soldados moscovitas, y todo en él era
muy claro, pero resulta (pie hay una palabra rara.
Dice: *
“Experimento, en singular: ensayo”.
“Experimentos, en plural: deposiciones de los
animales”.
_ • • ••

.'30 BORIS LAVREÑEV VIENTO ____________ ________ ;_______ 31

No se entiende, sólo por el cambio de número, un hombre pelado, vestido de un paleto corto, sim­
una diferencia tal en el sentido. ple—como un padre querido de sus hijitos travie­
Decir por ejemplo “mesa”. E n singular, mesa, sos—, cuyos ojos llenos de astucia parecían taladrar
y en plural también, mesa, pero no una, sino muchas; el alma.
pero ahí resulta algo completamente diferente. Ancho de hombros, fuerte, no eran palabras las
Le preguntó Guliavin a un médico conocido; és­ que lanzaba a la marea humana, sino que eran tro­
te se rió mucho y dijo que era un simple error de im­ zos de fierro fundido, y hablaba sacando hacia ade­
prenta. Y en esto quedó. lante, rítmicamente, sus manos potentes.
E n el Soviet, Basilio se inscribió en la sección Y escuchándolo, sentía siempre Guliavin cómo
bolchevique. esas palabras de hierro golpeaban contra el cráneo,
L a gente más justa. Todos, sin excepción. y se inflamaba él con una furia obscura, con un ar­
L a tierra para los campesinos, las fábricas para dor de batalla, entregándose íntegro a un huracán de
los obreros, a los burgueses encajonarlos, los pueblos, fuego. A -
hermanos, paz inmediata y nada de cruces de gue­ Y retirándose pensaba:
rra. —¡Hablar así! Con esas palabras se arrastra las
Y después lo que sucederá, no hay que adelan­ masas hasta el fin del mundo.
tarse. Cuando llegue, se pensará en lo que hay que E n la casa donde vivía Guliavin las cosas se com­
hacer. plicaron.
Lo importante es que la gente no trabaje en el E l ingeniero Plajotin, el patrón de Anuschka,
aire, sino sobre una base firme, en vías de experi­ averiguó que Basilio se había afiliado con los bol­
mento. i cheviques, y se disgustó. E ntró en la cocina, pero ya
Lo que no pudo aprender Guliavin fué hablar­ no le dió la mano, la escondió detrás de la levita, y
le al pueblo; hasta los, huesos le temblaban. G ritar meneándose sobre sus piernas gorditas, dijo:
“abajo” lo hacía bien, pero enhebrar las palabras en -—Le ruego, camarada, abandonar mi casa, por­
una cadenita ardiente que amarre a las masas, eso no que me lie desilusionado de Ud. H e creído que Ud.
insultaba. era un héroe popular, y resultó simplemente un ele­
Y sentía mucha envidia del camarada Lenin. mento inconsciente y además un espía alemán. L a es­
Muchas veces había oído hablar en los salones posa del ministro visita mi casa, y yo mismo soy del
blancos del palacio de la bailarina Kschesinskaia, a
32 BORIS LAVREÑEV VIENTO 33

partido central; así que es para evitar una colisión Un día por los Soviets, otro día en contra de los
de principios. .. traidores, por la hermandad, contra los Ministros-
Pensó epatar con eso de principios. Pero Ba­ capitalistas, y muchas otras misiones; luego comen­
silio respondió: zaron en las fábricas a instruir a los obreros para la
—E n cuanto a principios, lo dejaremos; pero guardia roja, en el manejo de las armas.
explícam e... ¿por qué soy espía alemán? ¿De quién Se cansa Guliavin durante el día, y vuelta a su
soy espía? ¿Tú me pagaste', so hijo de perra? sofá de seda.
E l ingeniero retrocedió de un salto, e indicán­ E l sofá es corto y los resortes asoman como ba­
dole a Basilio con un dedo: yonetas, toda la noche lo obligan a revolverse.
—¡Fuera de acá, siervo ingrato! Piensa que el burgués duerme, es claro, en su
Tembló Guliavin de rabia, dió un paso, y con cama blanda, con la esposa sabrosa al lado, más có­
su mano morena descargó un puñetazo en la rosada modamente que Guliavin en el corto sofá — sin
mejilla del ingeniero. Anuschka además— ; pero si recuerda que el bur­
-—¡ . . . tu madre! ¿Tú me pagaste? ¡Pues, recibe gués no tiene la conciencia limpia, que le pasan hor­
tu anticipo de vuelta! migas por el espinazo y le tiembla el corazón, resulta
Plajotin se apretó el pómulo con el pañuelo, y quizá mejor el sofá.
corriendo se escapó hacia las habitaciones. E n julio el trabajo se hizo dificultoso.
Basilio se encasquetó la gorra sobre la frente, Los d¡el partido del centro se volvieron locos
tomó su bulto debajo del brazo, y se dirigió al So­ del todo, al menor descuido podían meterlo a uno
viet, donde el comandante. detrás de las rejas. Porque salió un decreto firma­
—Acomódame, camarada, donde puedas, porque do por Kerensky, en que decía que Lenin vendió a
resulta que hubo un choque entre el pueblo y la aris­ Rusia por veinte millones y que todos los bolchevi­
tocracia, y yo me quedé sin camarote. ques son traidores a la libertad.
Le designó el comandante un pequeño cuarto En los mítines, desde todas las esquinas salían
encima de la escala, con un sofá tapizado de raso ro­ silbidos y gritos tratando de interrumpir los discur­
jo, y comenzó Basilio una vida independiente. sos, y anteayer en la calle Snamenca le ligó a Gu­
L a vida es agitada. De día los mítines, los co­ liavin un palo en el cráneo que le llegó a obscurecer
mandos, averiguar, agitar. 'a vista.
Basilio se sintió ofendido.
34 BORIS LAVREÑEV VIENTO 35
De noche vuelven de los mítines por la Nievs- sus gritos metálicos, se alinearon en hileras, en gru­
kaia, y alrededor todos muy elegantes: de sombreros pos; respiraron con humo amarillo envenenado, se
hongos, y debajo de los hongos cuelgan en tres do­ poblaron de transparentes fantasmas humanos, se ilu­
bleces. las nucas grasosas. minaron de fuegos ilusorios inexistentes. Por el N e­
D an deseos de doblar de un golpe esas cabezas va, por los canales mástiles fantasmas sobre embar­
hasta el vientre. caciones , fantasmas sobre olas irreales. De detrás
No son gente, ¡experimentos! de las dentadas paredes—fantasmas apuntan a la ciu­
Escupe amargado Guliavin, y atravesando el dad cañones—fantasmas. Y la sombra de un centi­
puente se dirige al edificio de la Academia, desde nela con la sombra de un fusil al hombro pasa soli­
donde las antiguas esfinges contemplan con sus ojos tario de noche por el bastión, y escucha Rusia el gri­
rasgados y llenos para siemlpre del estío africano las to de orden: “¡A-ten-ción!” Y en las sombras taci­
aguas frías y negras del Neva. _ - turnas de los sombríos palacios se suceden las som­
Se sienta en las gradas. Debajo de los pies el bras de unos zares legendarios. Violaciones, sangre,
rítmico murmurar de las aguas, y sobre el río se es­ opresiones, ejecuciones, deportaciones, venenos. . . Y
pesa la neblina. Mira Guliavin y se evaporan hacia en la noche blanca, fantástica, llega a la plaza del Se­
las nubes, las casas, los puentes, los arcos sobre el río, nado el fantasma del Constructor con la sien perfo­
y ya la ciudad no existe. rada, la bufanda muy apretada alrededor del cuello,
¡Y nunca jamás existió! ________ _____________ y haciendo muecas saca la lengua azul; mientras que
alrededor de el bailan cinco sombras en uniformes
del tiempo de Alejandro, sacando también sus len­
Imaginación momentánea, irreal; ideas de un guas azules, en una mueca mortífera.
constructor imaginativo, delirio; sobre los fangos ne­ ¡No existe Petersburgo! ¡Jamás existió!
gros, sobre los pantanos movedizos, albergue de dia­ Hubo un delirio, una ilusión dorada de un im­
blos, solas se levantan las rocas de granito, se mol­ perio nuevo en Europa, de una puerta ampliamente
dean en bloques cúbicos, se encaraman unos sobre abierta hacia un mundo brillante que atraía con sus
otros formando enormes edificios a lo largo de las marchas imperiales y estruendos de victoria.
líneas rectas de las avenidas, a lo largo de los cana­ Pero alrededor de la ilusión de granito crecían
les, de las plazas. Palacios, y cuarteles, cuarteles y alineados en grupos, enormles edificios: realidades se­
palacios. A la orden del sargento, Petersburgo. bajo veras de hierro y acero, de hollín sofocante, de fue­
36 BORIS LAVREÑEV VIENTO 37

gos infernales, de estruendos y rugidos metálicos^ D urante largo tiempo está sentado Guliavin, y
donde esclavos doblados y silenciosos forjaban la por sus ojos porfiados de marinero pasan fuegos ama­
fuerza y poder de los imperios-fantasmas. Y en me­ rillos, y los pensamientos taladran siempre lo mismo:
dio del silbido de las máquinas, del ruido de las po­ “E l mundo entero hay que reconstruirlo. De una ma­
leas, sonido de los martillos, en el esplendor de los re­ nera definitiva. De una manera justa, nunca más
lámpagos de los hornos, bajo el estruendo de las palas guerras, sin zares, sin burgueses., y que cada uno pue­
gigantescas, en el incendio que se elevaba hasta las da respirar libremente. ¡Pero sin revuelta será impo­
estrellas, los esclavos fundían los metales en los hor­ sible! ¡Lenin es una cabeza! ¡Qué bien le resulta to­
nos, y acumulaban en sus corazones furia y odio. Y de do! Nada perderemos fuera de las cadenas, y recibir
la ciudad-fantasma llegaban a la ciudad-realidad hom­ recibiremos, toda la tierra!”
bres desconocidos con palabras y folletos llenos del Y con estos pensamientos se le corta el aliento.
veneno de la desesperación. Se iluminaban entonces Contempla ante sí toda la tierra, enorme, redonda,
los ojos de los hornos con resplandores de ilusión V fértil, asoleada, un mundo infinito, rico, amplio, y el
entusiasmo. Por las mañanas aparecían en las pare­ mundo ese no es para Guliavin, sino para los demás
des hojas blancas con palabras ardientes. A los lla­ Guliavin; y echando una mirada a sus manos em­
mados de las sirenas salían masas de miles y miles de betunadas le parecía oír el ruido suave de unas cade­
esclavos e iban hacia el corazón de la ciudad-fantas­ nas sueltas.
ma; la noticia de la sublevación se derramaba como U n esfuerzo y. reventarán, y no estarán más.
una ola de muerte, y con olas de plomo se ahogaba Se levantó perezoso y se fué a su diván de raso.
a las masas hasta una nueva sublevación, hasta que Por el camino lo llamaban las señoritas que pa­
finalmente el viento otoñal, tenso y porfiado^ la tor­ sean:
menta de octubre deshizo el mundo de opresiones, y —¡Caballero, deme un cigarrillo!
por primera vez en la historia se fundieron ambas ciu­ —¡Marinerito, ven conmigo!
dades. Pero Guliavin las miraba sombrío, y en respues­
¡No existe Petersburgo!... ta sólo largaba improperios. No estaba como para
¡Existe una ciudad de los vientos de octubrel ^mujeres.
CAPITULO CUARTO

LOS A D O Q U IN E S D E J U L IO

Fué un julio sofocante, pesado, con vientos.


E l viento azotaba al granito, arrastraba por las
veredas un polvo acre, amargo, que llenaba los ojos y
secaba la garganta.
Traía el viento agitaciones y furias sordas, hir-
vientes.
E n las últimas fechas de julio, le dijeron a Gu­
liavin, en el comité, que era tiempo de tomar las ar­
mas, e hirvió Basilio en un insaciable deseo de com­
bate.
L a guarnición de Petersburgo, soldados, mari­
neros y obreros, sintieron por vez primera su fuerza
ante la faz de los artistas neurasténicos.
Y a no era sólo parte del program a; en el aire
caldeado se respiraban vientos y tormentas.
Pero a última hora de aquel julio, el comité re­
solvió suspender la demostración, en vista de las ine-
40 BORIS LAVREÑEV VIENTO

quivocas intenciones que existían de rociar con sangre A mediodía, en las avenidas Liteinaya y Grojo-
a los manifestantes. vaya traquetearon los disparos salidos no se sabe de
¿Pero es posible atar una tempestad con una dónde.
hoja de instrucciones? Las ametralladoras sembraron las calles con plo­
Y desde la mañana aparecieron por las calles, mos silbantes, y sobre el pavimento se estremecieron
erizando las bayonetas y arrastrando las ametrallado­ los cuerpos con espasmos de agonía. .
ras, compañías, destacamentos, grupos, hileras. Desde las veredas el rebaño de elegantes se lan­
Atravesaron las avenidas, veloces y rugientes, zó con gritos hacia las. casas, perdiendo bastones y
los camiones, y desde los camiones, voces llenan de sombreros, atropellándose unos a otros.
pasión y venganza: Y reemplazándolos desde todas las esquinas:
¡Abajo los ministros capitalistas! cadetes, oficiales, policías. •
¡Viva la paz inmediata! Estos sabían bien lo que había que hacer, traba­
\ sobre las veredas se aglomeraba la multitud jaban en terreno conocido.
elegante, y en sus caras, tras la palidez verdosa, aso­ E n los cruces de las calles detenían a los auto­
maban sonrisas despectivas. móviles y a los manifestantes, les. quitaban los estan­
—Los siervos quieren llegar al trono. dartes, los rifles y ametralladoras, los apretujaban
¡Hace tiempo que no los azotan! Les cicatri­ contra los edificios y les pegaban fuerte con las cu­
zaron las espaldas, por eso tontean. latas. - ., ,
—¿Tontean? Y Basilio, desesperándose sobre el camión, veía
—¿Y si Guliavin y miles de Guliavin no tienen que con todo el odio y toda la ferocidad es imposi­
ya corazones, sino carbones rojos en el pecho, que ar­ ble actuar, porque no había directiva, no había plan.
den con el odio acumulado tras de siglos? ¿Qué batalla, sin comandante, sin estado mayor,
Pero en el verano sofocante se esfumó el fantas­ euando nadie sabe lo que hay que hacer, dónde ir?
ma de la primera sublevación. Lo principal es organización.
\ el reblandecido asfalto, y los adoquines cal­ Recordó cómo decía Lenin:
deados de julio, absorbieron la sangre de los bolche­ —Camaradas, nuestra fuerza está en la organi­
viques, como lo hicieron antaño con la sangre noble zación.
de los obreros en las revueltas de octubre y ener». ¿Dónde está la organización? ¡Eh!, se durmieron
los cabecillas y entregaron el asunto en manos de los
45
42 BORIS LAVREÑEV VIENTO

burgueses. Esperaban una solución pacífica, confia­ •—top.


ron en la conciencia de los burgueses. ¿Qué concien­ —top.
cia puede tener un burgués? ¡Y se podía haber rea­ Sobrecorriendo miró hacia atrás: montaba un
lizado hoy una gran labor! oficialito moreno, delgadito, llevaba el sable desen­
Apenas salió el camión a la Liteinaya lo enfren­ vainado.
taron los cosacos de a caballo, formando una cadena,, Sin dejar de correr levantó Basilio el revolver
haciendo castañetear las carabinas.
—¡A lto !... ¡Alto, mal nacidos! —Trap. .
E l chófer avanzó a rompe y raja. Estallaron las No dió en blanco. .. Sobre la cabeza la respna-
carabinas, cayó el chófer, y el camión, con la veloci­ ción caliente de la. yegua agitada. Silbó el sable, un
dad, se introdujo en la vitrina de una pastelería, ha­ dolor agudo, insoportable en la nuca, y los adoquines
ciendo astillas el vidrio. se hicieron de inmediato enormes, cercanos, y con t uer-
Y desde el camión, los marineros enfurecidos, za se pegaron a la cara.
con sus revólveres y Browning, apuntando a los co­
sacos : Guliavin recordó en una casa ajena. Lo recogie­
—¡Tapp! ron unas señoritas, de lástima.
—papp! E ntre los burgueses también se encuentra gen e
—ta p p ! buena. , ,
—papp! Estaba tendido sobre un sofá, en un comedor : el
Pero los cosacos ya estaban encima, y se asoma^- hijo de la dueña de casa, un estudiante de medicina,
ban en el camión las jetas espumeantes de los caba­ le vendaba la cabeza.
llos. Notó que Basilio abría los ojos, y dijo:
—¡Abajo!. .. ¡perros bolcheviques! —L a gorra lo salvó. Si no fuera por la gorra,
—¡Espías! ¡adiós cabeza!
Rodearon, y arrastraron del camión hacia abajo,, Y agregó sentencioso:
agarrando de donde alcanzaban a pescar. __¡Malo andar en revueltas! Le creen a todos
Basilio logró escurrirse, saltó a la vereda, y aga­ ésos espías alemanes. _
chándose corrió hacia una callejuela. Se obscureció el rostro de Guhavm. Se levanto*
Y de detrás una yegua, por los adoquines:
44 VIENTO 45
BORIS LAVREÑEV

tambaleándose, del sofá, recogió del suelo la gorra do, del soviet y de su diván, a la fábrica, a casa de un
partida en dos y manchada de sangre. viejo tornero.
Por lo que me ayudaron, les. agradezco. Y en Y se entregó entero a su nueva ocupación.
cuanto a la revuelta, esto aun no es todo. ¡Más adelan­ Hacía traspirar a los guardias rojos; hasta tarde
te sera peor! Pero ya no será mía la cabeza que se en la noche los matirizaba con aquello de: carreras,
pierda. ¡Adiós! punterías, ataques, formar cadenas, disparar al blan­
Y salió. co.
Pero llegando al Soviet se sintió indispuesto de­ Y cuando en septiembre se pasó revista a los
bido a la pérdida de sangre, y hubo de ser traslada­ grupos de guardias rojos, el de Guliavin recibió una
do al hospital. distinción.
Una semana perdió en el hospital, hasta que a Corrían días anormales, revueltos, rápidos.
través de toda la nuca se extendió una cicatriz larga Se acercaba el otoño.
y rosada. De la bahía volaban nubes grises, bajas; se le­
^ cuando se mejoró, el comité lo destinó a una vantaba el agua en el Neva; la empujaban los vien­
fábrica metalúrgica como instructor de la guardia tos silbantes; y frente al puente de Nicolás anclaba
roja. el crucero “Aurora”, bajo, gris., y a pesar de su in­
Comenzó Basilio a fijarse con interés en la vida movilidad, impetuoso y amenazante como el viento.
<le la fabrica. Poco sabia de fabricas, sólo por lo que Y el viento olía a humedad y a sangre.
había oído. E n los primeros días de octubre, Basilio fue apre­
Creció en un pueblo abandonado, entre pesca­ sado y conducido a la fortaleza de Pedro y Pablo.
dores; en el pueblo corría la voz de que los de las D urante el interrogatorio, el capitán, con la cinti­
fábricas eran tunantes, holgazanes y borrachos. D el ta negra y roja a través de la manga, pretendió abo­
pueblo a las fábricas se iban sólo los inútiles, los más fetear a Guliavin en vista de una respuesta imperti­
borrachos. nente; pero tropezó con los ojos pardos, insolentes de
Pero en la fábrica conoció gente atinada, severa, éste, se sonrojó y bajó la mano.
que pensaban lentamente pero con firmeza, y que Tres días después Basilio, a petición del comi­
¿sabían de todo, mucho más que él mismo, Guliavin. té, fué puesto en libertad y de nuevo enviado a la fá­
Tanto le gustó, que muy luego se trasladó del to­ brica.
BORIS LAVREÑEV VIENTO

Con los vientos otoñales crecía y se ensanchaba •—¿Dónde están los ministros? ^ _
la tempestad en los corazones humanos, y durante __Xos. rendimos, camarada—respondió alguien
las instrucciones, los milicianos rojos perforaban con levantándose del sillón y frotándose nerviosamente
las bayonetas los sacos de paja con tanta furia, como las manos.
si éstos fuesen seres vivos y representasen todo aque­ —¿Dónde están los ministros?—te pregunto.
llo que los hombres, ennegrecidos al lado de los tor­ —Nosotros somos los. ministros.
nos, aprendieron a odiar. Y habiendo oído esta respuesta, no pudo creeilo
\ sucedió aquello una noche tormentosa, cuan­ Basilio. .
do en la enorme plaza las ventanas de los palacios se Tan pequeños, lastimosos y perdidos eran aque­
reflejaban en los charcos en forma de largas agujas llos hombres pálidos pegados a los respaldos de los
doradas; y el agua del Neva atacaba rugiendo el o-ra- sillones, que Guliavin por nada pudo convencerse dé
nito del malecón. que éstos eran verdaderos ministros. ^
E n grupo cerrado los milicianos rojos y los sol­ A su corazón tormentoso le parecía que el regí-
dados rodearon la plaza. * . men secular derribado por las balas de los. guardias
Desde los caserones volaban silbando las balas, rojos debía de ser representado por hombres enor­
y en respuesta, los proyectiles de los rojos se incrus­ mes, fuertes, del tamaño de las columnas del pala­
taban en las carnes purpúreas e hinchadas de las pa­ cio.
redes palaciegas. Y cuando por fin se convencio de que estos eran
E n los infinitos 25fisadizos y corredores de los los. ministros, escupió con desdén sobre la alfombra
palacios se agolpaban los cadetes sin saber qué ha­ persa, y dijo mirando a los ojos del ministro: ^
cer; y en los sillones quedaron taciturnos e inmóvi­ _-Y por estos mocosos hubo tanta porquería?
les los ministros sentenciados. ¡Reptiles de colas mojadas! __
Aun tenían esperanza, pero cuando las paredes E n octubre suspiraron pesarosos los cánones de
temblaron, y el viento del Neva trajo el ruido ensor­ Moscú. De noche el fragor de los incendios ilumina­
decedor dé los cañones marinos y los gritos de terror ba el paseo de Tversk y la avenida Povarskaya.
de la plaza, comprendieron que no tenían nada más Seis días suspiraron los cañones, y durante seis
que esperar. días, como antorchas, iluminaban el combate los in­
Guliavin entró entre los primeros al palacio y cendios de las casas, que nadie apagaba.
entre los primeros llegó al salón de sesiones. ’
48 BORIS LAVREÑEV

E n Moscú el régimen antiguo se defendía por­


fiada y estoicamente; cada paso que cedía lo regaba
con sangre enemiga, se retiraba como un animal aco­
sado en su último combate.
Y sólo hacia el fin del sexto día rugieron más-
contentos los cañones bolcheviques, y más alegres sil­
baron los pajaritos de plomo entre las ramas secas
de los paseos.
Entonces, recién los cadetes y los blancos debi­ E L D E S T A C A M E N T O D E LA M U E R T E
litados se retiraron al último reducto—a la Znamen-
ca—, donde porfiados y estoicos defendían la semi- A causa de las heladas de octubre, de los vientos
destruída puerta de Nikita. y la nieve, se retiraban desde Moscú hacia la Ukrania,
De Petersburgo, como refuerzo a la Guardia el Don y el Volga, por centenares, por miles, hom­
R oja de Moscú, llegó el regimiento de marineros. bres ennegrecidos, de mandíbulas diuras, petrifica­
Y comandaba ese regimiento el minero de pri­ dos, apretando con dedos retorcidos sus carabinas
mer grado, bolchevique y diputado, Guliavin Basi­ amohosadas; y el cielo de octubre, por encima de ellos
lio. no era gris y nublado, sino rojo y agudo como una
espada.
Y el espacio los llamaba con las voces obscuras de
las locomotoras, las tempestades, los rugidos de los
cañones y los humos rojos de los incendios.
Y flotaban sobre Rusia días de fierros rugien­
tes. « . .
E n un día de esos, un día de fierros rugientes,
en el Estado Mayor de la Guardia R oja, un hom­
brecito encorvado, chico, que desaparecía en el sillón
del gobernador, detrás del sarcófago del escritorio,
k> dijo a Guliavin: .
—¡Y, cam arada!... ¡Tendrá Ud. que trabajar
50 BORIS LAVREÑEV VIEIfTO 51

duro!. . . ¡No nos desengañe! Ahora toda la espe­ •do sobre el alféizar.
ranza está en Uds., los marineros, los que están en - O y e , camarada, tú tienes por acá un jefe de
el frente. Ud. conoce todo lo que se refiere a batalla, Estado Mayor para mí.
y es un honor para Ud. aceptar todo el peso de la Sonin se apuró en tragar la salchicha.
responsabilidad. —¡ Stroyev!. . . ¡ Stroyev!. .. ¡V enga!. .. Llegó
Basilio apretó la mano seca que le estiraban, y Guliavin.
leyó el papel que recibió: Del cuarto vecino apareció un adolescente del­
“E l camarada Guliavin, jefe del regimiento de gado, de mediana estatura, de anteojos, usando un
marineros, se destina a la Ukrania con la tarea de ac­ abrigo largo de oficial de artillería, sobre cuyos hom­
tuar en las líneas del frente contra los ejércitos blan­ bros aun brillaban restos de las charreteras corta­
cos y contra los destacamentos alemanes. Al cama­ das. ,
rada Guliavin se le confieren poderes amplios en el —¿Ud. es Guliavin? ¡Mucho gusto en cono­
regimiento, incluso hasta fusilamiento en caso nece­ cerle !
sario. A los Soviets locales se les obliga ofrecer al re­ Guliavin miró su cara infantil, rosada, su abri­
gimiento una colaboración amplia en lo que se refie­ go elegante, y preguntó:
re a proveer de alimentos y municiones, bajo peligro —¿Tú, de dónde procedes, camarada?
de ser sometidos a la Corte Marcial en caso de no —¿Yo? De la artillería. ¡Alférez!
cumplir esta orden”. Basilio contrajo el ceño. ¡Magnífico! ¡Bolche­
—¿Comprende la tarea?—preguntó el hombre vique y alférez! ¡Por primera vez veo tal cosa! ¡J a ­
encorvado. más me tocó!
—¿Por qué no comprender?—respondió Gulia­ —¿Qué, hermanito, al parecer perteneces a la
vin con rudeza. clase de los pájaros blancos?
—¡Sí, hay algo m ás!.. . Le destiñamos un jefe —¿Ah, Ud. se refiere a eso?. .. Sí, al parecer
de Estado Mayor. E s del partido y conoce su traba­ soy de esos pájaros. . . ¿Caso raro, verdad?... Aho­
jo. Pase donde el camarada Sonin, él se lo presen­ ra pongámonos de acuerdo dónde encontrarnos en la
tará. estación.
Se fué Guliavin al gabinete del camarada So­ —¿Dónde? Sencillamente en el andén militar.
nin. Verde por la trasnochada, el camarada Sonin Pregunta por el destacamento de Guliavin, cualquier
masticaba con furor una salchicha ahumada, senta- perro te indicará.
- -----------------------------------------------------------------— — ■------------------------------------------------------------------------------------------

52 BORIS LAVRESEV
VIENTO 53
—¿Cuándo nos vamos?
—¡Ojalá fuera hoy mismo! Con tal que nos den una insistencia tranquila que no admitía réplicas.
una locomotora. Lo miró Guliavin, y pensó:
—En tal caso corro a arreglar mis cosas. A las —E n verdad el mozo es activ o ... ¡Qué mila­
seis regresaré. gro! /
Guliavin miró atentamente en pos del que se Stroyev se acercó con tres marineros:
fué. —¡Camarada G uliavin!.., Autorice usar otra
—¡Camarada S onin!... ¿Para qué me destina­ plataforma porque no hay dónde colocar toda la
ron un oficial? ¿Qué no seré capaz de arreglármelas carga.
solo? ¿O acaso no me tienen confianza? Basilio se rascó la nuca:
—¡No tontees, Guliavin! E l jefe del Estado Ma­ —¡Está bien!. .. ¡Pide otra!. . . Y además, lier-
yor tiene que tener cabeza. ¡Tú mismo lo sabes! manito, aquí en mi regimiento nada de “U d.”. Allá
-—Algo demasiado raro el pajarraco. . . ¡Oficial tú con tus costumbres delicadas que aprendiste, pe­
soviético! ¿Y si traiciona, quién sería responsable? ro aquí somos marineros, como hermanos to d o s...
—¡No temas! ¡No traicionará! Respondo por él Xa da de delicadeza. ¿Cómo es tu nombre?
como por mí mismo. —¡Micael!
—¡Viviremos, veremos! Sucede que el piojo se —Bien, así te llamaremos—. ¡Mischka! Y a mí
come al oso. ¡Adiós! Mal me huele esto. llámame Basilio, sin nada de títulos.
Se fué Guliavin a la estación. Cargó los desta­ Stroyev miró atentamente los ojos de Basilio,
camentos, las armas, los cartuchos. se sonrió y dijo con tranquilidad:
Juraba, amenazaba con el revólver, se enfure­ —¡Está bien. Así será!
cía. Y dos semanas después, cuando cerca de Kono-
A 1as seis en punto llegó Stroyev. top. Stroyev. con sólo el fuego de la artillería sacó
C 011 una maletita chica* y una carabina japone- j de sus posiciones a unos bandidos reforzados por los
sa. Los tiro al vagón y desde este mismo momento austríacos y se lanzó adelante al ataque, en el cora­
comenzó a tomar parte en la carga. zón de Guliavin se rompió el último hielo.
Donde Guliavin tenía que ju rar por media lio- .] Después de la batalla, se acercó Basilio a Stro­
ra, Stroyev lo arreglaba en cinco minutos gracias a yev y golpeándole en el brazo, dijo:
¡Macanudo, hermanito! ¡Que se te pudra el
¡liiia! Discúlpame: no te he tenido mucha confianza
54 BORIS LAVREÑEV VIENTO 58

durante todo este tiempo. Siempre te observaba, por Pero Stroyev, a causa de la risa, no podía pro­
si hubiera que alojarte una bala en los intestinos. P e­ nunciar una palabra. P or sus mejillas corrían lágri­
ro ahora veo qué clase de mozo eres. mas, se asfixiaba, y sólo dejaba escapar gruñidos en­
Y con fuerza besó a Stroyev. trecortados.
Desde entonces todo en el regimiento se hacía -—D éjate de relinchar, diablo. ¿Qué sucede?
como lo ordenaba Stroyev, y Guliavin exigía de Ios- —¿Quién lo inventó?—preguntó por fin Stro­
marineros una obediencia sin réplicas. yev, tranquilizado.
—Nada de “ ...o rd en a el Jefe del Estado”, lo —¿Cómo quién?.. . ¡Toda la hermandad!
mando yo. ¡Ni una sílaba! ¡Chist! ¡Disciplina férrea! —¡Escucha, B asilio!... ¡Esto es un disparate!
¡Revolucionaria! Se van a reír de nosotros. No es un título para un
Una sola vez tuvo Basilio un disgusto con su je ­ regimiento, sino todo un museo de curiosidades.
fe del Estado Mayor, por un asunto sin importan­ —¿Qué es eso de museo?. . . ¿Qué disparateas?
cia. —¡Pero si es para la risa! ¿Qué es eso de “in­
Se les ocurrió a los marineros ponerle un nom­ ternacional” ?. .. ¿Por qué internacional? ¿Por qué
bre al regimiento. Les parecía demasiado sencillo r mortífero? ¿Para qué eso de “odio proletario” ? ¡Pe­
“Regimiento de marineros”. ro si es. un absurdo de analfabetos!
Pensaron, pensaron y llegaron finalmente a: Fué entonces cuando Guliavin se enfureció con
“Regimiento internacional, marineril, veloz, su jefe de Estado Mayor.
mortífero, del odio proletario”. —¡ . . . tu madre, so diablo! ¡Cierra el pico! P a ­
Y fueron donde Basilio a pedir permiso; Basi­ ra la ris a ... Tienes que hincarte y no reír. También,
lio lo concedió. instruido, de los elegidos. L a gente lo inventó de
Pero cuando Stroyev oyó aquel título, dejó caer todo corazón, porque por primera vez van a la muer­
el cigarrillo de la boca, cayó sobre el sofá y duran­ te por su propia c a u sa ... ¿Y es necesario que sea
te cinco minutos no pudo dominar unas carcajadas bonito? R e írse ... Aunque vienes con nosotros, tie­
convulsas, mientras que Guliavin le miraba perplejo nes, hermano, alma de amo. “Desprecio su ignoran­
e irritado. . . cia”. Pero tú no desprecies... T rata de comprender
—¿Qué relinchas, M ischka?... H abla de una¿ el alma humana. Después de siglos, pelean no por el
espinazo del amo, sino por su propia libertad.. ., se
necesita, pues, que sean palabras que quemen como
56
BORIS LAVREÑEV v ie n t o 57

fuego. Analfabetos, pero honrados. Y si quieres reír- Se hacía imposible mantenerse en Ufcrania: los
e, ándate a la mierda. Aquí tienes el camino libre y alemanes barrían y aplastaban las divisiones mal ar­
una bala por detrás.
madas del ejército rojo.
Pronunció todo esto Basilio, y llegó a asfixiar­ Había que retirarse, y Basilio aun no resolvía
se. JXo estaba acostumbrado a discursos largos. si hacia el Sur o hacia el Norte.
Stroyev abrió sus ojos grises, claros, v miraba E n la casucha, a la luz de una lamparita a ke­
la boca de Guliavin. Su cara se contrajo en'un mue­ rosén, se agacharon sobre un mapa caras ennegreci­
ca rara y perpleja, se levantó del sofá, y la sangre das y curtidas por el viento.
que le subió a la cara la tiñó de rojo de fuego. ' Indicaban sobre el mapa gastado, dedos mu­
*un Paso hacia Guliavin. v le estiró la mano grientos. y callosos.
—¡Ao te enojes, B asilio!... Por supuesto que —Mi opinión es que al Norte no hay para qué
u tienes razón. Es verdad que 110 he pensado en es­ intentar. Antes de que alcancemos a llegar a Jarcov,
to A o te enojes y disculpa mi risa. Se me salió in­ lo habrán ocupado los alemanes. Nos veremos obli­
voluntariamente. ¡Trae esa mano! gados a seguir a Voronech, y según noticias, desde
Pero Basilio se apartó enojado. allá vienen los cosacos. Tenemos un solo camino: ¡a
— quiero! ¡Me has ofendido demasiado! H e Sebastopol! ¡Aquello está en poder de los Soviets!
connado mucho en ti. mientras «pie tú por dentro .si­ ¡La flota, los marineros: todo nuestro y nuestros!
gues siendo un amo. Piénsalo, puede ser que hayas —¿Esta es tu opinión, Mischka?. . . ;Y qué dis­
equivocado tu camino; y salió, fruncido, del va^ón. curren Uds., hermanos?
Recién hacia la noche Stroyev consiguió ser "per­ Los comandantes estaban de acuerdo con Stro­
donado, y aun así, durante un par de días entre Ba -7 yev.
silio y el flotaba una sombra. —Al mismo tiempo, el invierno en Crimea no es
S°,f) en Ios días siguientes, cuando durante unas muy duro—agregó uno, encendiendo un cigarrillo.
batallas pesadas y porfiadas Stroyev impartía órde­ —¡Y basta! ¡Mañana salimos! ¡Ahora a dorm r!
nes tranquilas y rápidas, librando al regimiento de Se puede roncar. Los alemanes están lejos.
situaciones difíciles, todo el disgusto se disipó Los comandantes salieron. Guliavin se sacó el
Después de la batalla de Nicolás, de noche, en abrigo y se sentó para descalzarse. Stroyev engrasa­
a aldea Kopany, Guliavin reunió un consejo mili­ ba el Máuser amohosado.
tar de los comandantes de compañías y batallones.
58
BORIS LAVREÑEV

Golpearon en la puerta, y sin esperar respuesta


entro el jefe de los centinelas.
¡Ah ! ¡Guliavin! ... ¡Resulta que!. .. ¡Ahora
te traeré una atam án!... ¡Una hembra sabrosa, hay
para manosear! ¡Te vas a chupar los dedos!
—¿Qué dices? ¿Cuál atamán?
, ¡Ya verás -'— Y abriendo la puerta, g r i t ó ¡ Eli,
tu, zarina persa, salta para acá!

Tal como estaba Basilio, con la bota en la mano,,


quedó tieso.
Mira hacia la puerta, los ojos abiertos, y en la
puerta: una maravilla.
Ni que fuera una pava, o un ave del paraís» r
una hembra de belleza indescriptible.
Cejas de cebellina, las mejillas manchadas de
guinda, los labios rojos como tomates, tensos y ju ­
gosos.
Llevaba puestos una pelliza gris nuevecita; unos
pantalones de montar de color rosado con galones
plateados, como los húsares; botas charoladas con
espuelas; de un costado colgaba un sable todo platea­
do, y del otro, en su funda, un parabellum; cubría
su cabeza un gorro de piel negra con una cinta ro ja.
Parada en la puerta, los ojos brillosos, se son­
ríe.
Se refregó los ojos Guliavin. No; ahí está soti-
riente. ^ v1f. i
VIENTO 61

_bü ___ __ ____________ BORIS LAVREÑEV Se fija Basilio en Mischka, y é¡>te, sentado, ca­
—¿Y tú, quién eres?—preguntó al fin. llado, los ojos clavados en la atamán, unos ojos como
agujas; de acero, malos, perforantes. L a cara, como
Ella sacude la cabeza, y dice brevemente:
—¿Y o ?... Liolka. piedra. r
Se disgustó Guliavin. —¿Qué te parece? ¿Tomaremos a la atamán?
—¡No bromees! Pregunto en serio. ; 3)e dónde Stroyev sólo levantó los hombros.
V quién eres? —Y bueno, atamán, quédate. ¿Dónde está tu
—I)e Odessa, hija de mi papá. gente? /
TT /
i se ríe. —L a gente, los repartí en las casas, y yo, mien­
—¡Sé que hija de tu papá! ¿En qué te ocupas, tras, estoy sin ubicación.
para qué vienes? —¡Quédate entonces acá! U n poco estrecho, pe­
E n Odessa jugaba con los muchachos, ahora ro es todo lo que hay. '
recorro el mundo. Se sentó la atamán sobre el banco, se sacó la pe­
Se enojó Guliavin. lliza. quedando sólo con la blusa. E l seno redondo
—¡Habla claro, muñeca infernal! ¡Déjate de far­ distiende la blusa. .
sas ! Se levantó Stroyev, salió de la casucha. Basilio,
¡En serio, soy ataman! Me distraigo, v junto detrás. ,
conmigo se divierten unos cesantes. E l destacamento —¿Por <pié te enojas, Miguel? ¿No te gusto la
de lá atamán Liolka. atamán ?
—¿Tienes mucha gente? —¡No, nada!—pero con voz fría, cortante: —E n
—P ara mi vida me alcanzará. H abrá unas trein­ verdad estoy en contra de esta atamán. Eres impru­
ta cabezas. E ran más, pero hace unos días, cerca de dente» Basilio. Llegó una hembra, el diablo sabe quién
Ochakov, los diezmaron. Ahora nuestro camino es ha­ es, de dónde viene, y de qué destacamento se trata.
cia C rimea. ¿’Y tú, qué clase de general eres? ¿Para qué juntarla con nosotros? Que se vaya por
Se rió Guliavin. su camino. No hay para que tomarla bajo nuesti a
_’ ¿Yo? Comandante soviético. También vamos responsabilidad. .
hacia Crimea. Llevamos el mismo camino, agrégate. —Ya comenzó a prever peligros. M ujer, como
Te nombraremos ayudante. ¿Qué, Mischka, será un cualquier mujer. Siendo que pelea contra los bur­
buen ayudante? gueses, es ayuda nuestra. •
€2 BORIS LAVREÑEV VIENTO 63

-—A mí me da lo mismo. ¡ Mas no te arrepientas atamán con sus dedos de fierro, y absorber con los
después! labios, los de ella, rojos como tomates.
—Nada. No habrá de qué arrepentirse E l cuerpo siente calor. De rabia escupió Gulia­
Regresaron al cuarto. Stroyev, de inmediato se vin.
estiró sobre un banco detrás de la mesa a dormir. Ba­ —¡T ú . .. demonio!
silio se encaramó sobre el horno. E n el suelo algo se movió, y Guliavin oyó mur­
La atamán trajo del patio un colchón, lo estiró murar a la m ujer:
en el suelo, sacó im cubrecama de seda en colores vi­ —¿No duermes, general?
vos. con encajes. Y murmurando, respondió:
—Un cubrecama digno de zares. ¿Preparas la —¿Y a ti, qué te importa?
dote ? . —¡Si no duermes, ven debajo del cubrecama, te
—Me lo fabricaron la madrecita noche y el pa- calentaré!
drecito puñal. Como si hubiera sido un rayo que alcanzara a la
Se sentó la atamán en el suelo, se trenzó el pelo, casucha.
se sacó la blusa. Unos brazos delicados, rosados, re­ Sin ruido, como gato, descendió Basilio. Levan­
dondos. Los pechos, debajo de la camisa, se estre­ tó la punta del cubrecama. Olor a hembra: dos bra­
mecen como pájaros. z o s torneados se avanzan y los labios de la atamán.
—¡Apaga la luz! ¡Más libertad para desves­ Y sobre el banco, detrás de la mesa, asimismo
tirte ! sin ruido, Stroyev se apoyó sobre el codo.
-—¿Para qué? Cuando me acueste la apagaré. Miró en la obscuridad, meneó la cabeza y volvió
Se envolvió en el cubrecama y sopló la lámpara. a acostarse.
E l cuarto quedó en la obscuridad. Sólo el viento P or la mañana partieron por el antiguo cami­
soplaba en su derredor frotando la paja del techo. no de Jerson hacia el río Dnieper, hacia el pasaje de
Guliavin no puede dormirse. Se revuelve sobre Aleschkov.
el horno. Siente angustia. Pasan delante sus ojos los Antes de partir, Guliavin revisó el destacamento
hombros desnudos de la atamán y sus senos erectos. de Liolka.
Sintió un vuelco en el corazón. Hace tiempo que Treinta hombres, todos a caballo, los caballos
Guliavin estaba sin hembra; y el cuerpo exige. P ara bien nutridos, fuertes, al parecer de las colonias ale­
esfio vive el hombre. Ah, apretar las caderas de la manas. Los hombres: unos demonios. Sin lavarse,
64
BORIS LAVREÑEV
* 4É&
sucios, en los dedos anillos con brillantes, cada uno Ella me responde:
con reloj de oro y cadena, gorros, chaquetas, de cue­ —Duele la cabeza.
ro, en fin: completos.
Stroyev, mientras revisaba el destacamento, se Miró a Stroyev, y estirando un vaso, gritó:
ponía sombrío. Su cara abierta e infantil se contrajo, —¡Bebe, hermosa niña! Que ya se te cae la baba.
y sus labios expresaron una mueca de desprecio, No contestó nada Stroyev, y dirigiéndose a Ba­
cuando Guliavin, dándose vuelta, dijo:
¡Brava muchachada! ¡Al fuego y al agua! silio:
—Tengo que hablarte. ¡Algo serio!
Stroyev se quedó callado, no respondió.
—¡Bueno, habla!
E n .lerson permanecieron dos días, esperaban —Salgamos al cuarto vecino.
que el hielo endureciera. Recién llegados a Jerson, Salieron. Stroyev comenzó a pasearse, nervioso,
se dispersaron los jinetes de la atamán, y al anoche- de un rincón al otro, y luego de frente a Basilio:
°ei volvieron con bolsas llenas que colgaban de las .—¡Es. un asunto sucio! ¡Recién vengo del Soviet!
monturas.
¡Es infame y vergonzoso! Nos acusan de bandidaje.
Al día siguiente, lo mismo. Dicen que nuestra caballería robaba en las casas y
Por lo noche, borrachos, cantaban la “Mauzarji- hasta a los obreros. E n los suburbios un sinvergüen­
ta ” y despilfarraban • el botín. Y más anillos sobre za mató a una vieja por un par de aretes baratos.
los dedos negros, y—lo que jam ás había sucedido en Esto irritó a los obreros. Dicen que los. ejércitos so­
el regimiento de Guliavin—, los marineros también viéticos son unos bandidos. ¡Te he advertido! Te he
tomaban parte en la repartición. rogado no aceptar e s a ... no terminó la frase, sino
Pero solamente unos diez hombres se tentaron. que se contrajo en una mueca de desprecio.
De noche volvió de la ciudad Stroyev, y encon­ —¡Oh! ¡Ño te exaltes! ¿Qué tiene ella que ver
tró en el Estado Mayor a Basilio con la atamán. L a con eso? Su gente es indisciplinada, esto es verdad.
atamán estaba sentada, desabrochada, ante una bo­ Pero si es mujer, no ha sabido enderezarlos. Maña-
tella de vodka, y en un falsete muy alto cantaba: ua yo mismo los apretaré. . ., quedaran como seda.^
__¡Es que al fin y al cabo no es esta la cuestión!
Pregunto yo a Maschka: No es para nuestras filas esa canalla. ¿Y ella quién
—¿Qué vas a tomar? es? Una cualquiera de la calle.
Se enojó Guliavin.
66 BORIS LAVREÑEV VIENTO 67

—¡Mira, Mischka! De nuevo tus conceptos de atamán y las oprimió. Jamás pensó Guliavin que el
noble. Según tú, una cualquiera de la calle no es una mozo tuviera tanta fuerza, pero viendo palidecer la
persona. ¡De nuevo pelearemos! cara agitada de la atamán, comprendió que eran dos
—¡No es en absoluto lo mismo! ¡Esta vez no ce­ tenazas las que oprimían las manos de Liolka.
deré! Aunque hubiera sido tres veces peor, pero si E lla trató de librarse, pero sólo murmuró:
hubiese llegado a nosotros porque la revolución que­ —Déjame, te digo.
mó en ella todo el pasado, habría sido yo el primero Pero Stroyev se dió vuelta hacia Guliavin y di­
en aceptarla como a un amigo. ¡Pero, tú, fíjate! ¿O jo con tono indiferente:
es que te cegaste? Si es una simple asaltante. Para —Te agradecería hicieras uso de tu autoridad
ella todo eso de que hablamos: revolución, lucha, só­ de comandante.
lo significa un ricachón a quien robar y luego matar. Guliavin se acercó, tomó a Liolka del escote.
¿Entiendes? A ella lo único que hay que hacerle es —¡Mira!. . . ¡No te metas en lo que no te im­
ponerla contra la pared, y junto con ella a toda su porta! ¡No tienes nada que hacer aquí! ¡Anda, ni-
pandilla. Por unos así se arruina nuestra empresa. ñ ita ! , {
E xijo que la alejes del regimiento. Por lo dem ás.. . L a llevó hasta la puerta y de un rodillazo hizo
Stroyev esbozó una sonrisa de amargura. •volar a la atamán como una pluma.
-—Esto quizá está por encima de tus fuerzas.. Guliavin cerró la puerta tras ella y se largó a
Una hembra cóm oda..., no hay que andar bus­ reír.
cando. —¡Una verdadera batalla! ¡Qué guerrera es!
Basilio se sonrojó-y se enfureció. Pero no al­ Stroyev le miraba asombrado.
canzó a abrir la boca, porque la puerta se abrió con —¿Y qué? ¿Después de esto, tampoco la despa­
estrépito de par en par, y Liolka entró como un tor­ charás?
bellino. -—¡N o !... ¡Yo soy el comandante y respondo
Y derecho a Stroyev: por mí! Y no te metas en mis asuntos. Y si me en­
—¡Ah, tú. excremento de chancho!... ¿A mí redé con ella, también es cuestión mía, y no tuya. Me
contra la p ared ?.. . ¿Qué comandante eres tú, semi­ da lástima la mujer, y tú jamás sientes lástima por
lla burguesa?.. . ¿Yo una cualquiera? ¡H abla!-—Y la gente. A ella hay que ayudarle para que se haga
pescó a Stroyev del pecho. buena, y no echarla. ¡Jamás esperé que fueras tan
Tranquilamente tomó Stroyev las manos de la chancho!
68 BORIS LAVREÑEV

-—¡Basilio!
—¿Qué Basilio? ¡Hace veintiséis años que soy
Basilio! ¡Te diré la verdad de frente! ¡Quiero a esta
hembra por su valentía!
—Puede que por algo más.
' . CAPITULO SEPTIMO 1
—¡También puede ser! ¡Esto lo sé yo!
Bueno, si no quieres escucharme a mí. piensa
en el regimiento. Ella nos enredará en algo grave. LOS CLAVOS
Tú puedes exponerte, conmigo también puedes ha­
cerlo, pero arriesgar centenares de hombres por una Una mañana de invierno fría y cristalina, el re­
hembra de cama, es inadmisible. gimiento atravesó el Dnieper congelado, y serpen­
—¡Eh! ¡Eh! ¡Qué susto! ¡Basta! ¡No deseo es­ teando por el antiguo camino de Perekopsk, se esti­
cuchar a maestros! ¡Sé dar instrucciones! ró hacia Crimea.
¡Haz lo que quieras! Pero desde ahora soy só­ Guliavin cabalgaba al frente del regimiento,
lo Jefe del Estado Mayor. Fuera del servicio somos sombrío y enojado.
extraños, y en la primera ocasión me iré. Stroyev cumplió la palabra y dejó casi de con­
¡Andate al diablo!... ¡Gran desgracia!... versar.
Guliavin se dió vuelta y se fué tranquilo donde Comenzó a tratar de “LTd.” y todo muy oficial­
la atamán. mente :
—“Como Ud. ordene, camarada comandante”.
■“Mi opinión es tal, camarada comandante”, y fuera
de eso imposible sacarle una palabra.
Desagradable.
Guliavin se siente muy molesto, porque llegó a
querer a su Jefe de Estado Mayor, y ahora esta di­
ficultad . . . - 1*' :^
Solo se estaba recriminando que por una hem­
bra tanta dificultad.
70 BORIS LAVREÑEV VIENTO 71

Se volvió en la silla, y miró hacia atrás. —No estoy enojado. . . Sólo que te desviaste del
Allá lejos, al final de la columna, montaba Stro­ camino, Basilio, y a todos nos tocará responder por
yev en medio de los marineros. Tranquilo, como si esto.
nada sucediera, parecía bromear, se reía. Guliavin se agachó de la montura.
“Qué carácter de fierro”, pensó Basilio, y tor­ —¡M ischka... hermanito! Aquí tienes mi pala­
ció la izquierda. bra: llegando a Simferopol la mandaré al diablo. P e ­
Sobre una yegua alazana de patas delgadas, mon­ ro por ahora es mejor que siga con nosotros. Los
taba Liolka en postura gallarda. Pantalones rosados tenemos a todos bajo nuestra vigilancia, y al mismo
de húsar, y mejillas como una puesta de sol. tiempo hacen número. De los nuestros no quedan
“Hembra como una zarina”. ¿Y por qué le dis­ muchos. Salimos mil de Moscú, y ahora son apenas
gusta tanto a Stroyev? Es buena la atamán. E n las quinientos. Pero en Simferopol la mandaré a la m. . .
noches frías de invierno, colma de cariños. ¿Cómo se­ —¡Y bien hecho será!
pararse de ella? —Bueno, dame la mano.
Guliavin torció hacia la cola de la columna, don­ Se estrecharon las manos. Stroyev sonrió de
de estaba Stroyev. nuevo con esa Sonrisa suva, infantil y franca, y B a­
Se acercó hasta rozarse con él. y le miró. silio rió alegremente.
L a cara de Stroyev hace tiempo que perdió su —¡E ra tiempo!
expresión infantil, palideció, adelgazó* y el cansancio Huasqueó el caballo y se fué de nuevo a la ca­
y el esfuerzo han marcado surcos profundos al lado beza del regimiento.
de los labios. La atamán—una mano en la cintura—se ríe.
Y los ojos, como los de una liebre torturada. —¿Buscando la amistad de tu mocoso? ¡Gue­
Y viendo al amigo, sintió Guliavin cómo una rrero !
ola de lástima le invadía el corazón. Guliavin se le acercó a todo galope, haciendo
Puso la mano sobre la rodilla de Stroyev. retroceder la yegua alazana, y levantó la huasca.
—¡Mischka!. .. ¡ Mij ail! ... —¡Tú. canalla!.. . ¡Cierra el pico, ramera! ¡Una
— ) Qué ? palabra y te rompo el espinazo con la huasca! ¡Co­
-—¡No estés, enojado, hermanito! ¡Me destrozas noce tu lugar!
el corazón! ¡Si yo te quiero! Liolka trató de echarlo a la broma:
Los pliegues de la cara de Stroyev temblaron. —¡Me asustaste, héroe!
72 BORIS LAVREÑEV VIENTO 73

L a huasca silbó en el aire, Liolka apenas alcan­ —¡Problemita!.. . ¡Un juguete! ¡Con cañón la
zó a quitar la cabeza, y la huasca, como navaja, cor­ canalla!
tó la chaqueta de cuero sobre el hombro causánd ole —¡Xada, a los alemanes con cañones y todo les
un dolor atroz, mientras que Guliavin, echando es­ hemos vencido! •
puma por la boca, parecía enloquecido. —¡Esto es verdad!
—¡C allarse... re p til!... ¡Mataré! Quedó pensativo Basilio. Luego de golpe se ilu­
Del grito salvaje hasta los caballos se espanta­ minó : .
ron, y no se sabe cómo habría terminado todo aque­ —¿Quinientos marineros y temerle a los cade­
llo, si un centinela no se hubiera acercado a todo ga­ tes? Dennos mil, siempre los arreglaremos.
lope desde las lomas cubiertas de nieve. —¡Bueno, M ischka!... ¡Ordena! ¡Es tu tra ­
Desde lejos gritaba: bajo!
—¡Comandante!. . . ¡G uliavin!... ¡E n Preo- Llamaron a los capitanes de cada compañía, ex­
brachensk están los cadetes! plicaron el problema.
Basilio bajó la huasca. Besolvieron atacar cuando se obscureciera.
La atamán se agarró el hombro, se mordió los Dos compañías de frente, una por la retaguar­
labios, y por sus mejillas corrieron lágrimas. dia, y con estos últimos la caballería de Liolka.
Guliavin ni la miró. Y ya está Stroyev al lado. —¡Pero todos a un tiem po!... Cuando nosotros
—¿Muchos cadetes? desde acá ataquemos a bayoneta, Uds., entonces, por
—¡M uchos!... Hemos pescado a u n o ... Dice deti’ás. ¡Y mucha g rite ría !... ¡Eh, tú atamán, déja­
que son de Drosdov, van a Taganrog. te de lágrimas! H ay trabajo, después llorarás.
—¿Dónde está el prisionero? Una hora después se separaron las cadenas, y con
—¿Cómo dónde?... Se inscribió de ayudante en cautela se arrastraron por la arena entre los arbus­
el Estado Mayor de las ánimas. tos, donde silbaba el viento.
—¡Imbécil! Debías haberlo arrastrado para acá. Guliavin estaba sobre una loma observando con
Siempre hay tiempo para darle de baja. anteojos de larga vista las cadenas que se alejaban.
—¿Para qué arrastrar? Le hemos sonsacado to­ U n disparo, otro, y de golpe se descargaron muy
do. Son del primer regimiento de Drosdov. Setecien­ seguidos, como quien golpeara un fierro con un m ar­
tas almas y un cañón. tillo.
Basilio miró a Stroyev.
BORIS LAVREÑEV VIENTO 75
74

—Notaron a los de la vanguardia—dijo Stro- De un salto, abandonando las riendas, bajó del
caballo.
yev-

. . .
—Conocen bien su trabajo, los diablos—con­ L a furia le llenaba los ojos. Y a no eran gritos
testó Guliavin sin envidia. los suyos, aullaba:
Más a menudo y más fuerte sonaban las carabi­ —¿R etroceder... canalla? ¿Se acobardaron ante
nas, e iluminando como un rayo, sonó un sordo ca­ los cadetes? ¡Marchar adelante!
ñonazo. ' Pescó la carabina del fusilado y corrió hacia ade­
E n el cielo vespertino, de un delicado color ce­ lante : •
leste, brilló un fuego verde, y un shrapnell estalló —¡U r r á ... A los cadetes!
redondamente. • Y con gritos desarticulados le siguieron las fi­
—¡B onito!... las.
—Demasiado alto, se ¡Jasaron — contestó Stro­ De nuevo los chillidos ensordecedores. Encima
yev en voz baja. de las cabezas cantaron las balas; pero en el mismo
De nuevo estalló un shrapnell, pero ya más ba­ momento, por detrás de la aldea, sonaron otros dis­
jo, encima de las cadenas. Más y más. Llegó corrien­ paros de carabina.
do al cerrito un jinete. Y, levantándose de la tierra, sin esconderse y sin
-—¡Camarada Guliavin! ¡No se puede seguir $ agacharse, furiosos, saltaron los hombres por la are­
Nos cubren de shrapnells, no dejan avanzar. ¡Los na hacia los límites del primer huerto. Desde allí ru­
nuestros retroceden! gieron balazos dispersos y enrarecidos.
—¿Q ué?... ¿Retroceden? ¡Estupideces! ¡Yo les
enseñaré! ... so perros. Al primero que dé un paso Los cadetes se retiraron hacia el Norte, abando­
hacia atrás, balazo. nando el cañón deteriorado.
Arrancó de la funda su Máuser, fustigó el ca­ E l destacamento ocupó en la noche un palacio
ballo, y a galope hacia las filas. de ti’es pisos, antigua casa residencial, en un fundo.
Acercándose veía cómo, pegados a la tierra, aga­ Aunque corta la batalla, los blancos hicieron bas­
chados, se arrastraban hacia atrás, sombras negras. tante mella.
A todo galope se acercó y al primero que en­ E n un galpón alinearon cuidadosamente diez y
contró le alojó una bala en la frente. siete muertos, y a los heridos los acomodaron en el
76 BORIS LAVREÑEV

VIENTO 77
g ran salón; los atendía un practicante con barbita de
chivo, que temblaba de susto. Al amanecer Guliavin saltó de la cama como
Guliavin ocupó el gabinete de la residencia, se arrastrado por una enorme mano.
estiró con satisfacción en un profundo sillón de cue­ Se paró y oyó:
ro, frente al fuego de la chimenea. G ritos. . . golpes. . . después más fuertes, y sor­
Habían encendido la chimenea media hora an­ dos estampidos que llegaban de arriba.
tes del combate para el general de los cadetes, de Pescó el revólver, y sin vestirse corrió a la puer­
manera que alcanzó a estar bien templada la residen­ ta ; allí se topó con un marinero.
cia cuando llegó Guliavin. —¡Guliavin!. .. ¡Una desgracia!...
Y, sentados frente al escritorio, Guliavin y Stro­ —¿Qué pasa? ¿Qué son estos balazos? ¿Se vol­
yev, con apetito devoraban la comida del general— vieron locos?
pollos al jugo de limón—y bebían vino tinto de las —¡L io lk a... en la buhardilla!
bodegas de Falzfeinor. Pero ya Guliavin no escuchaba: de tres en tres
Liolka intentó asomarse a la puerta, pero Gu­ subía velozmente la escala hacia la buhardilla.
liavin la mandó a la m . . . E n un obscuro pasadizo, debajo del techo, es­
—¡Nada tuyo hay por acá! ¡No te metas sin taban reunidos los marineros, y a lo lejos, en el cuar-
previo anuncio! tito de los prisioneros, brillaba una luz.
D urante el combate tomaron a tres cadetes pri­ Basilio desparramó a todos como a gatos, y de
sioneros; Stroyev ordenó encerrarlos hasta la ma­ un salto alcanzó la puerta. Y todo se le hizo claro de
ñana en la buhardilla. golpe.
Después de la cena Guliavin y Stroyev se echa­ Sobre un banco yacía, amarrado, uno de los ca­
ron a dormir sobre los blandos divanes en el cuarto detes, lo cubría sólo la camisa ensangrentada. Los
templado. otros dos, asustados, se metieron en un rincón. So­
Y antes de dormirse, Guliavin preguntó de bre el piso cubierto de polvo, con las piernas hacia la
nuevo: puerta, Stroyev, y en vez de cabeza una mazamorra
—¿Y, Mijail? ¿Cambiaste el enojo por cariño? de piltrafas rosadas y grises mezcladas con cabellos.
¿N o guardas rencor? Junto al banco, la atamán, revólver en mano, y
Y con voz dormida murmuró Stroyev: al lado de ella otros cinco de su banda.
—Ya te lo d ije ... ¡Buenas noches!
VIENTO 79
78 BORIS LAVREÑEV
bién a él lo liquidaron al momento. Y corrió de in­
De noche Stroyev se había despertado por unos mediato la alarma por toda la casa.
ruidos terribles, y se fué a investigar lo que ocurría
Guliavin miró con tranquilidad, ordenó bajar a
con los prisioneros. Se acercó a la puerta del cuar-
Stroyev.
tito. E n la puerta—un centinela marinero—y desde
-—Y a éstos, encerrarlos hasta la mañana.
el cuarto gritos salvajes.
—¿Qué pasa? —¿A mí, encerrarme?
L a cara del marinero estaba desfigurada. Guliavin no contestó.
—¡Marineritos! ... ¿Qué es esto ? ¿Qué están
—¡Camarada Stroyev! ¿Qué es esto? ¿Estará
borracho Guliavin? Fusilar es un balazo, pero ¿para mirando? ¡He liquidado a un defensor de los cade­
qué martirizar? tes, y por esto me detienen! ¡ Sus comandantes les es­
—¿Cómo, martirizar? tán traicionando! Estos, han matado a los nuestros,
— L iolka los está torturando. . . con clavos. . .
y nosotros con ellos, ¿delicadezas?—y 110 alcanzó a
¡por oden de GuliaArin! terminar.
Stroyev abrió la puerta. E l puño de Guliavin se descargó pesadamente
L a atamán, en el banco, estaba montada sobre sobre la cara, cayó la atamán.
un prisionero, un ayudante le alumbraba con una —¡Mañana conversaremos! ¡Encerrarlos! ¡Con
vela, y ella, con un martillo, le clavaba un clavo en sus cabezas responden si se escapan!
el hombro. Los marineros callaban taciturnos.
Stroyev dió un paso adelante, palideció. Cerraron la puerta, bajaron. Sobre el diván, el
—¿Quién le dió permiso? ¡Fuera de acá! mismo sobre el que durmió, colocaron a Stroyev; cu­
Se dió vuelta la atamán, mostraba los dientes. brieron la cabeza destrozada.
—¿Y quién es Ud. para dar órdenes? Se acercó Guliavin, levantó la mano muerta, y
—¡Fuera de acá inmediatamente!—Sacó el re­ los marineros escucharon gritos inexplicables, como
vólver. gruñidos de un enorme cerdo.
Pero Liolka, con su pistola—jlop—a Stroyev
en la cabeza. E l marinero-centinela descargó la cara­
bina contra la atamán, pero no dió en el blanco; tam­
CAPITULO OCTAVO

LO S V IE N T O S

Temprano por la mañana, Guliavin formó su


regimiento en el patio trasero.
E l apareció blanco, tambaleante, ojeroso, la bo­
ca apretada.
Al ver esa boca del comandante, muchos mari­
neros sintieron pasar un temblor por la espina dor­
sal.
—¡Regimiento.. . firme!
Las. filas se congelaron.
De repente Guliavin cayó de rodillas frente a
su regimiento, y se sacó la gorra.
—¡Disculpen, hermanitos! ¡Soy culpable ante
todos vosotros! Por una hembra perdí un camarada.
No tengo derecho yo, un perro sarnoso, a la vida.
¡Fusílenme!
Los marineros, callados.
—¿Qué, no quieren? ¿No quieren ensuciarse las
manos? ¡Bueno! ¡Lo haré yo mismo!
Sacó el Máuser.
VIENTO 83
BORIS LAVREÑEV
82
—¿Y, zarina persa? ¡Diste un traspié! Creí que
Pero de las primeras filas salieron corriendo, eras una persona decente porque atacabas a los bur­
le tomaron de las manos. gueses, pero fuiste una p . . . y p . . . quedarás. ¡ Mue-
__¡Déjate de tonterías! De culpable, eres cul­ jre entonces!
pable; pero el asunto con esto no se arreglará. E l Liolka no contestó, sólo bajó la cabeza.
regimiento no puede existir sin comandante. Y, retirándose, Guliavin ordenó:
__¡Ni que fueras una m u je r... so perro! —¡Primer pelotón. . . Cinco pasos al frente..
—¡Basilio, vuelve en ti! / . ,Arr!
Los ojos de Guliavin se llenaron de lágrimas, y Esperó, y:
de repente, a toda voz: —¡Prepararse!
__¡Perdonen, hermanitos! Doy mi palabra ele Liolka se estremeció, levantó la cabeza, y miran-
honor de (pie nunca más haré tal infamia. ■do a Guliavin:
—¡Está bien! —¡C analla!... en la cama te revolcabas conmi­
—¡No nos martirices más, canalla! go, y ahora me martirizas.
—¡A cualquiera le sucede! —Lo de la cama fué mi pecado. Ya me he arre­
—¡No hagas más el tonto! _ pentido. Pero la vida no te la perdonaré.
Guliavin se levantó, secó las lagrimas, y de_ re­ E n medio de un silencio de muerte se retiró a
pente, a toda voz: un lado.
__¡A sus puestos... R egim iento... I irme! —¡Apuntar a la canalla!... ¡Pelotón, fuego!
De nuevo las filas quedaron tiesas. Una descarga sonora desgarró el aire, y seis
Y Guliavin, dirigiéndose a la casa: cuerpos cayeron en un montón sobre la nieve blanca
—¡Traer a la canalla! . y esponjosa.
Por la puerta principal, entre dos centinelas, Un hilito negro corrió por el pantalón rosado de
apareció la atamán. ( la atamán; sus dedos se estremecieron, contrayéndose
D e s a p a r e c i ó la belleza de la ataman. Del puñe­
y estirándose.
tazo de Guliavin se le hinchó la cara y se cubrió de —¡Pelotón, media vuelta! ¡De frente A rr!
azul y rojo, el ojo izquierdo desapareció detrás del Y sin mirar los cadáveres, Guliavin se dirigió
edema. _
Junto con ella sus cinco compañeros.
Guliavin fijó su mirada en la atamán.
85
84 BORIS LAVREÑEV
Guliavin, apretándose la pierna herida, sólo al­
hacia la casa, achatado, como si de repente el cielo se canzó a gritar a toda voz:
le hubiera cargado sobre los hombros. ¡Xo se aglom eren!... ¡Acostarse y dispersarse
arrastrándose de uno por uno!. ..
Pero ya estaban aquí los oficiales de a caballo
Tres días después, el regimiento se acercaba al •con sus gorros de piel de carnero.
Simferopol. Caminaban sin precauciones, porque por Xo alcanzaron a prepararse para el encontrón, y
los mujiks de los alrededores sabían que en Simfero­ ya silbaron los sables-de los oficiales, y bajo los cas­
pol estaban los marineros, y dominaban el poder so­ cos de los caballos sonaron las costillas de los mari­
viético. neros.
Pero no sabían aún en el regimiento, que los di­ Cojeando, y lanzando juramentos, Guliavin. con
rigentes tártaros y el General Sultán Girem habían sólo quince hombres, alcanzaron a pasarse a los huer­
declarado la autonomía de Crimea, y que todos los tos. y de ahí. junto a los tapiales, salir a una loma,
oficiales rusos que existían en Crimea se habían en­ y detrás de la loma, meterse en una cantera abando­
rolado de inmediato en las filas tártaras, dejaron de nada.
comer tocino, comenzaron a ir a la mezquita, y for­ Se guarnecieron en la cantera, la mayoría heri­
maron una armada nacional tártara de seis mil almas, dos. Dos murieron en la primera hora a causa de las
con cañones y ametralladoras. hemorragias. Los restantes, sufriendo penas, se ven­
Y que los cuervos ya picaban las cabezas de los daban unos a otros con trozos de camisas, de toallas,
marineros, y sus. cuerpos, que cubrían todo el cami­ con cualquier trapo.
no desde Sebastopol hasta Djankoy, estaban a me­ H asta la noche permanecieron en la cantera, te­
dias cubiertos por la nieve, y los azotaban los furio­ miendo asomarse, escuchando cómo correteaba por
sos vientos de enei’o. los huertos la caballada de los oficiales.
E l regimiento ya había descendido al valle de Temblaban atormentados a causa de la hemorra­
Salgira y caminaba alegre y descuidado, cantando gia y del hambre.
“Manzanita”, cuando de repente de ambos lados del Por la noche se juntaron en consejo.
valle estallaron los cañones, y las ametralladoras chi­ —¡Imposible permanecer aquí!—dijo Guliavin—.
llaron como perros hambrientos. H oy no se dieron cuenta de que estamos en la can­
E n diez minutos no quedaba la mitad del regi­ tera, pero mañana nos descubrirán, y nos enviarán
miento.
VIENTO 87
86 BORIS LAVREÑEV

E n invierno atraviesan las estepas vientos hela­


donde el Padre Eterno. ¡Hermanos! ¡H ay que salir!
dos, penetrantes, que vienen desde los rugientes ma­
De alguna manera ya nos reuniremos con los nues­ res.
tros. Mientras que aquí, si no son las balas de los ca­
Soplan los vientos sobre los secos rastrojos, so­
detes, serán el hambre y el frío los que nos matarán.
bre los terrosos, y achatados oteros.
—¡Pero no todos pueden marchar, Basilio! Tres
Y sobre los oteros, los brazos cruzados sobre los
están muy débiles. ¡Imposible acarrearlos!
vientres colgantes, están las estatuas de piedra, re­
Se miraron y bajaron la vista.
presentando mujeres de caras torcidas, achatadas,
—¡E h ! . . . su m adre. .. ¡Qué situación! ávidas.
—¡Hermanitos, no nos abandonen vivos! ¡Nos
atormentarán!—se quejó uno de los heridos, haciendo De noche suben a los oteros los lobos de la es­
tepa para aullar, y sus pupilas verdes se clavan en
rechinar los. dientes— ; ¡mátennos mejor! los ojos oblicuos de las estatuas.
Y cuando el herido mismo lo dijo, se sintieron
Y estos ojos torcidos contienen misterios pasa­
aliviados. dos, quiméricos» que sólo son comprensibles a los lo­
H acia media noche se reunieron, distribuyeron
bos de la estepa, cuyos antepasados salían a aullar a
el pan y las carabinas entre los más fuertes, revisa­
la estepa cuando aun no habían oteros, ni existían es­
ron los equipajes. tatuas.
Antes de salir de la cantera, Guliavin colocó en
Por eso, habiendo aullado un poco, los lobos ba­
la gorra diez papelitos. jan los ojos, y con la cola entre las piernas, y miran­
—¡Saquen! Después, encenderé un fósforo. AI
do asustados para atrás, corren otero abajo con gru­
que le toque con una cruz. ..
ñidos lastimeros, mientras que los ojos oblicuos y va­
Silenciosamente sacaban los papelitos, se encen­
cíos de las estatuas les acompañan con el obscuro te­
dió un fósforo, y el bajo y rechoncho Petrenco gi­
rror de los siglos.
mió: Y coiTen los vientos helados y penetrantes sobre
—Con la cruz. . . y o . . . la Tavride, sobre las estepas, sobre los circos de las
Se arrastraron hacia afuera. E n el negro agu­
hordas tártaras, sobre los ilimitados espacios de nie­
jero de la cantera, uno tras otro, se ahogaron tres ba­
ves azules, sobre las ciudades que se estremecen con
lazos, y, vacilando, salió Petrenko. los rugidos de los cañones, y con los gritos veneno­
—¡B ueno!... ¡Es to d o !... ¡Vamos, hermanitosí
g8 BORIS LAVREÑEV VTP.NTC 89

sos de locomotoras. Y a través de los vientos, de la sombras humanas hacia el Noreste, evitando los lu­
furia y del terror, mira el misterio de los siglos, por gares poblados; y a su alrededor, el viento huraca­
los ojos vacíos, tranquila y sombríamente. nado y junto con el viento el desesperante aullido de
Y en invierno, los vientos arremolinados, hacen los lobos.
a los hombres salirse de los caminos, los ciegan, les I Tna nube grande cubre la luna, y la estepa ne­
secan la piel que luego estalla en escoriaciones largas vada se hunde en tinieblas de humo.
y sangrantes. Cuando de nuevo la luna plateó la estepa, una
Se hielan los pies hasta los huesos, y se lniee di­ sola sombra se arrastraba hacia el Noreste.
fícil separarlos de la nieve blanda que invita a des­ Más cerca están los ojos de los. lobos.
cansar. La sombra levanta su largo bastón, el viento re­
Camina el hombre, y el viento lo mece, le canta coge un rugido sonoro.
una canción de cuna, con dulzura y con cariño lo Recogiendo las colas, retroceden los lobos.
acuesta en la nieve, lo cubre con un plumón y lo ador­ A las seis de la mañana, la patrulla del grupo
mece. Sablinsk, que caminaba de Taganrog hacia Rostov,
Y de noche llegan los lobos, aullando, de la es­ recogió en la estepa a un hombre andrajoso, con la
tepa. cara cubierta de costras sangrantes, y con las manos
L a estepa. . . Los vientos. . . Los lobos. . . envueltas en trozos de bufanda.
Sobre la nieve azul una luna azul, y de las nu- Estaba echado cara abajo en la nieve, y aferra­
becitas caen sombras lilas que corren sobre la nieve, do a la carabina.
y que parecen tapices de Bagdad, livianos y esponjo­ Cuando lo colocaron sobre un caballo, y le sa­
sos. ciaron en la boca un vaso de espíritu, el hombre des­
Y junto con las sombras de las nubes, se arras­ pertó, abrió a medias sus ojos alocados, y dijo con
tran bajo la luna dos sombras humanas, pesadas, que indolencia:
se apoyan en largos bastones, y que con dificultad sa­ —¿Burgueses?. .. ¡A todos los m atarem os!... su
can de la nieve sus pies petrificados. madre. . . —y de nuevo se durmió.
Dos sombras humanas. ' E n los restos de sus pantalones encontraron una
Ocho quedaron en las nieves que caían en la es­ orden a nombre de Basilio Guliavin.
tepa, bajo el silbido de los vientos.
Lentamente, penosamente, se arrastran esas
CAPITULO NOVENO

L A R U T IN A

E l viento abrileño, con olor a lilas, mueve las


cortinas amarillas de lienzo, y sobre el piso jugue­
tean las manchas doradas del sol.
Y el sol sobre el cielo azul, se ve rosado, recién
lavado, y alimenta con su miel brillante las piedras del
pavimento, las pesadas ramas de lilas, los árboles
de un verde delicado. Y allá, tras los cerros, fuera de
la ciudad, en la lejanía velada, negrean hinchados los
campos recién arados, y tiemblan las delicadas semen­
teras de otoño.
Y en el cuarto, las manchas doradas juguetean,,
saltan, se suben a la mesa, bailan sobre los papeles,
sobre las manos del homibre, suben más aun, y ya, el
más atrevido, danza sobre la nariz del comisario de
la Economía Popular.
E l comisario se estiró y delicadamente alejó al
travieso.
Y de nuevo juntó la cejas en una línea, sobre
los papeles.
BORIS LAVREÑEV
VIENTO
93
Esa Economía Popular es un asunto molesto.
Xo es lo mismo que comandar un regimiento. E n primavera el parque se cubre de cerezos y li­
E l comisario y representante del Economato Po­ las en flor. El aire se satura de aromas enervantes, y
pular de Lipetzk, Basilio Guliavin, está irritado. de noche, bajo la luna amarilla y vagabunda como
Después de la lucha con los huracanes de la es­ una gitana, se escuchan por doquier—sobre los ban­
tepa, dos meses no se levantó Guliavin de la cama, en cos, sobre el pasto, debajo de los arbustos—suspiros,
el hospital de Tambov, donde le dejaron semimuerto, murmuraciones, risas y gemidos de laxitud.
los de la patrulla de Taganrog. Los bienes soviéticos del Economato Popular de
Lentamente y con dificultad revivían las manos Lipetzk son en to ta l: una refinería de azúcar, dos
y las orejas heladas; y en el pie izquierdo hubo que molinos de viento, un molino a vapor, y un hotel jun­
amputar cuatro ortejos. to a las termas en el parque.
Y cuando se levantó, tuvo que andar renguean­ Pero el hotel, ahora ya no es más hotel. La quie­
do, apoyándose en un bastón. Y a causa de sus su­ tud de su fachada de tres pisos ha sido cubierta de
frimientos y conmociones, el comité de Tambov lo rÓ?,Ul« S PintarraJeados: “Soviet”, “Comité E jecuti­
eliminó de ías actividades, guerreras, y lo nombro vo”, “Estado Mayor de la armada ro ja” y otros.
comisario del Economato Popular en Lipetzk. Y sobre el frontis, el “artista pintor de rótulos
Guliavin se sintió ofendido. y leti as , Salomon Ivantorovich, ha pintado en co­
—¿Acaso soy un piojo para arrastrarme sobre lores vivísimos, una estrella soviética, de dos metros
papeles? No deseo seguir la rutina. . . . de altura, con rayos dorados, sostenida por un obre­
Pero es imposible ir en contra de la disciplina del ro y 1111 campesino.
Partido. ./ E l obrero tiene la cabeza sobre el hombro iz­
E n un momento se preparó y salió para Lipetzk, quierdo, y los ojos miran en diferentes direcciones.
a recibirse de los asuntos del Economato Popular. LTno hacia la izquierda y abajo, y el otro hacia la de­
Lipetzk: una ciudadela aburridora. Sobre las recha y arriba; y con las botas del campesino podría
lomas, las casitas están diseminadas en desorden, en calzarse al elefante más grande del mundo.
montones. Por las pendientes, las casitas se arrastran . P ero es la primera vez que Salomón Kantoro-
hacia un pequeño valle, y en el valle un parque anti­ vich, cubierta de rizos grises: que el obrero que carga
guo y frondoso, y unas fuentes medicinales muy fa­ por el mezquino pensamiento del lucro, sino por la
mosas. ardiente inspiración revolucionaria. Y hasta los ojos
del obrero que miran en diferentes direcciones, expre-
94 BORIS LAVREÑEV
95

san quizá una idea oculta en la cabeza de Kantoro- Guliavin 110 está hecho para escribir la revolu­
vich, cubierta de rizos, grises: que el obrero que carga ción con pluma, sino con sangre fresca sobre los cam­
sobre sus firmes hombros la estrella, debe mirar con pos. „
vigilancia en todas direcciones, pues en todas partes Y se aburre Guliavin hasta sentir náuseas: to­
existen enemigos de la revolución. dos los días a la misma hora, en la misma mesa, le
Desde la ventana del presidente del Economato presentan unos escritos hechos en una Underwood de­
se ve bien este cuadro; y muy a menudo los ojos de teriorada, donde faltan la “u” y la “e”, para estampar
Guliavin, cansados de la monotonía de las líneas es­ su enredada firma: B. Guliavin.
critas, descansan sobre los colores vivos de la pintura. Basilio tiene el papel en las manos y lee con de­
Se aburre Guliavin. No le satisface esta clase de jadez: “ . . . en konsiderazión a lo espoesto mas arri­
trabajo. ba, está Od. obligado a enviar kon orgenzia los kál-
Ingresos, egresos, cálculos, informes, instruccio­ kolos sobre la kosezha de betarragas en el año jiróxi-
nes, circulares. mo. La falta de komplimiento de esta orden será kas-
Todo hay que leerlo, todo entenderlo, y en todas tigada p o r. ..
partes tratan de estafarle unos pillos redomados. E l Komisario del Ekonomato Popolar”.
Todo el día anda como bajo una condena. Por Las náuseas le aprietan la garganta.
la noche, la cabeza está hinchada; y si sale al parque a Y la mecanógrafa, una rubia tonta, cubierta de
descansar, tampoco ahí hay reposo: el canto del rui­ rizos, cuya cara semeja a la de un perrito lanudo, ja ­
señor, los suspiros, las murmuraciones, el olor a li­ más pudo entender que habría que saltarse las letras
las, denso y excitante. que faltaban, y luego escribirlas a mano, sino que sin
No fué para esto que Guliavin se paso a los bol­ consideración alguna marcaba: “Ekonomato y or­
cheviques, para roer los papeles como un ratón. genzia”.
Cada hombre a su lugar. Toleró. . . toleró Guliavin hasta (pie una vez in­
Unos aman el fuego, otros, el agua. sultó a la t s n ta :... ¡su madre!
Guliavin ama el viento. La mecanógrafa, a llorar, y a quejarse al presi­
Aquel viento inatajable, que mueve y lanza a la dente del Soviet.
revuelta a miles de personas, y levanta al cielo el E l camarada Yukov, hombre serio, ex maestro
grito de las locomotoras y los humos rojos de los in­ rural, no toleraba groserías. E ntró a la oficina de Gu­
cendios. liavin, y a dar consejos:


96 BORIS LAVREÑEV
Pensaba en la revolución, en el viento, la tor­
—Entienda Ud., camarada Guliavin. que esto es menta, las llamas, el rugido de los cañones, y con ra­
contrario a las normas revolucionarias.. Régimen so­ bia apretaba los puños.
viético, y Ud. a una m u je r... ¡su madre! Esto va Con frecuencia permanecía así hasta la mañana,
en contra de la ética, y ofende la dignidad de una y con aburrimiento volvía al Economato.
ciudadana libre. Las cosas empeoraron defitivamente con la lle­
—¿C iudadana?... ¡Si es una ramera! Todas gada de la nueva secretaria del comisario del Econo­
las noches en el parque se acuesta debajo de los ar­ mato: Inna Vladimirovna.
bustos. ¡Yo mismo la he visto! Después de los sucesos, de octubre, el propietario
E l camarada Yukov abrió los brazos: de la refinería de azúcar, Señor Fedotov, desapareció,
—No tenemos derecho alguno de entrometernos V su hija quedó.
en la vida privada. E l amor es libre en los palacios, las Anteriormente había asistido en Moscú a la fa­
casuchas, y hasta debajo de Jos arbustos. ¿Y si pus cultad de medicina, pero la revolución la encerró en
funciones fisiológicas se lo exigen? Le ruego, cania- Lipetzk. sin posibilidad de salir. Y como había lucha­
rada Guliavin, abandonar eso de. . . ¡su madre! do contra el tifus junto con el camarada Yukov, por
—¿Y si fuera que mi función es así?. . . había co­ recomendación de éste, consiguió trabajo en el Soviet.
menzado Guliavin, pero hizo un gesto con la mano y
Desde un principio Guliavin la odió por ser hija
terminó con flojedad:—¡B ueno!.. ¡Al diablo con ella! de un burgués proletario.
¡Qué funciones! —¡A todos habría que ahogarlos!—le dijo a Y u­
Y desde entonces firmaba con indiferencia “ins- kov, cuando supo la secretaria que le destinaron.
trokziones” y “zirkolares”. —No hay que generalizar. lia muchacha es bue­
Durante las sesiones del Comité Ejecutivo per­ na. Puede resultar una colaboradora útil. Tenemos
manecía indiferente y a menudo dormitaba en su si­ que atraer a los intelectuales. Estas son las tenden­
llón, escuchando las discusiones. Y sólo en la noche, cias del partido.
retirándose al extremo más apartado del parque,
Basilio se enfurruñó a causa de esa tendencia del
donde, en la lejanía, temblaba con reflejos plateados partido.
la estepa, aspiraba ávidamente el frescor de la no­ E n el fondo no fué tanto por su origen burgués
che, v escuchaba cómo el viento murmuraba en las por lo que Guliavin le tuvo prejuicio a su secretaria,
BORIS LAVREÑEV
VIENTO
99
sino por úna causa muy diferente, la que trataba de
ocultársela a sí mismlo. Tomaba la mano con la suya—suave y calien-
Después de la atamán, Basilio se había hecho el ^ indicaba el lugar dónde firmar.
juramento de no mirar a las mujeres. Después, levantando su perfil altivo y hermo­
Pero Inna Vladimirovna sacó al presidente del so, se retiraba con aire de vencedora.
Economato del camino que se había trazado. 1 Basilio quebraba la pluma contra la mesa,
Alta, fuerte, de sangre ardiente, con pesadas enterraba las uñas en los. brazos del sillón, y escupía
trenzas negras, ojos brillantes de gitana, era una mu­ con furia contra la pared.
jer muy tentadora. A veces se acercaba al espejo y se examinaba.
Al lado de ella se sentía uno confundido e in­ ¿Qué diablos ve en mí, que tanto se me pega?
tranquilo. - ¿Para qué me quiere?
Y fué ella la primera en tomarle afecto a Basi­ Pero el espejo callaba, y mostraba en su pro­
lio. Al pasar los papeles para la firma, le hablaba en fundidad verdosa una cara curtida, como esculpida
un tono muy melodioso, trataba de rozarle con el ves­ en roble, ojos obscuros e insolentones, una nariz fir­
tido, con un codo o con la rodilla, y le miraba direc­ me y labios abultados y i’ojos, debajo de un corto bi­
gote.
tamente a los ojos con una mirada acariciadora, mien­
tras que en el fondo de sus. pupilas brillaban chispas Levantaba los hombros y volvía a sentarse.
gatunas, ávidas. Mes y medio pasó Guliavin en esta congoja, v
Cuando se paraba al lado, Guliavin se sentía in­ 110 consiguió separar a la secretaria de su puesto.
tranquilo por el frote de sus polleras de seda, y ha­ No había pretexto para ello.
lagaba a su olfato el perfume delicado que exhalaba. E ra puntual, cumplidora, realizaba la mayor
Por esto las letras sobre el papel se enredaban, parte del trabajo, dejando a Guliavin sólo la obli­
saltaban, se desparramaban; se perdía el hilo de los gación de firmar los escritos que ella preparaba.
pensamientos, y la mano con la pluma apuntaba Una mañana, cuándo ella entró con el informe
siempre ahí donde no debía; y ella, siempre con una diario, Guliavin noto de inmediato su blusa nueva
sonrisita arrulladora, corregía: ■¡ ¡ de seda, rayada, con gran escote, y una rosa en el ca­
—¡No, no, camarada Guliavin, ahí no se firma! bello de azabache.
¡Estropeará el escrito! ! D ejo los papeles sobre la mesa, y agachándose,
comenzó a informar.
BORIS LAVREÑEV VIENTO 101
100

Con ese movimiento, el escote se entreabrió, y Guliavin lanzó un grito desaforado, y botando el
Guliavin, deslizando una mirada, vió tras la delica­ sillón, de un salto se apartó a un rincón.
da batista de la camisa, un pecho rosado y redondo Miraba con ojos desmesuradamente abiertos a la
como una pelota de goma, y la mancha obscura del secretaria aturdida y, con labios temblorosos, dijo:
pezón. —¡F u era! ... mándate cambiar. . . ¡canalla!
Sintió un vuelco en el corazón. Con enojo sepa­ —¿Ud. se volvió loco, Basilio Artemich? ¿Cómo
ró la vista, y escuchaba sin entender una palabra. se atreve?
Sentía ahogos, se dió vuelta para decir algo, y Pero, ya enfurecido, Guliavin, de un sato alcan­
de nuevo vió cómo al compás de la respiración, se agi­ zó la mesa, pescó mi jarro con agua, y gritó a toda
taba la pelota rosada. voz:
Inna Vladimirovna notó su mirada, y sonrió con —¡F u e ra !. . . canalla. . . ¡M ataré!
una sonrisa de triunfo, apenas perceptible, una son­ Inna Vladimirovna se lanzó hacia la puerta, y
risa inquieta y alentadora. apenas alcanzó a salir, pues, tras de ella, el jarro sal­
Se agachó más aun, y Guliavin sintió en su hom­ tó en mil pedazos salpicando el cuarto con agua y
bro el contacto de un cuerpo tibio. trozos de vidrio.
Levantó la cabeza, miró sus ojos, y bruscamen­ La furia siguió dominando a Guliavin.
te pescó a la secretaria por los brazos y pegó los la­ Pescó el sillón y de un golpe lo destrozó contra
bios al hombro desnudo. . Ta mesa; reventaron las tablas, el tintero saltó salpi­
L a secretaria exhaló un gemido. cando con su sangre negra la cara de Guliavin.
—¡A h !... ¡Basilio Artemich, déjem e!... ¿Para Y él siguió destrozando todo en el cuarto, y
qué? cuando llegaron los empleados y los soldados rojos,
Y se apretaba más contra él. se lanzó contra ellos, pero cayó preso de un ataque.
Pero Basilio ya no escuchaba las palabras. A tra­ Y los que acudieron, miraban asustados cómo el pre­
jo a Inna Vladimirovna contra sí, buscando sus la­ sidente del Economato Popular estaba en el piso, con
bios, y sintió cómo éstos se le ofrecían sumisos y ávi­ la cara azul, revolcándose, y los labios cubiertos de
dos. espuma.
Pero de repente, entre esos labios y él pasó, co­
mo una sombra, la cabeza de Stroyev. Por la mañana, Basilio fué donde el camarada
Yukov, y dijo:
102 BORIS LAVREÑEV

—¡Me voy!
-—¿A dónde?
—¡Al frente! ¡No deseo seguir aplastando las
sentaderas! ¡Felicidades!
—¡Pero si Ud. está enfermo, camarada! ¡Sus
nervios están deshechos! ¡Imposible ir así al frente!
Por la cara de Guliavin pasó un temblor. CAPITULO DECIMO
—-¡En el frente me mejoraré! ¡Necesito aire pu­
ro! ¡Y aquí lo único que se hace es acoplarse con esas P E P IN IT O S
hembras!
Salió, recogió su maletita, a pie llegó a la esta­ Los calores de julio envuelven el trigo amari­
ción, se metió en un vagón repleto, hediondo, piojen­ llo.
to, y siguió viaje. E n las fértiles praderas de Kubañ resuenan los
estampidos de los cañones; y los campos sin dueños,
murmurando, desgranan sobre la tierra sus granos
maduros e hinchados.
A lo largo de un camino abandonado, en una
zanja, unos hombres harapientos—quien con botas,
quien a pie descalzo—, apretando los cuerpos sucios
contra la tierra, afirman las carabinas contra los
hombros, y sin interrupción disparan contra un di­
que cubierto de sauces, situado delante de un lago de
aguas celestes.
E l estampido de los balazos perfora el calor abra­
sador.
Y, detrás del dique, otros hombres, apretando
igualmente sus cuerpos contra el terraplén, disparan
sobre la zanja.
104 BORIS LAVREÑEV VIENTO 105

Les tocaron cadetes seleccionados: los del regi­ línea terrible que se acerca, y apretan más sus cuer­
miento Markov, oficiales, gente de magnífica pun­ pos contra la tierra.
tería. E n la retaguardia, protegidos por un montícu­
Apenas asoma de la zanja una cabeza impru­ lo, están acostados Guliavin y su ayudante.
dente-—¡jlop!—y la cabeza cae por tierra, y entre los Hace tiempo que se esfumaron de la memoria
ojos sangra un agujero redondo. el Economato Popular, las instrucciones. Inna Vla-
La gente de la Guardia R oja está cansada, ator­ dimirovna.
mentada, hambrienta y furiosa; y eada uno, al lado Y de nuevo el espacio, el viento, el ruido ensorde­
de los labios secos, tiene marcado un pliegue de -•n- cedor. Libertad. Un trabajo simple y útil.
cono y maldad. Y no existe el cansancio, el aburrimiento, la an­
•—¡Imposible vencerlos!... siedad.
—¡Canalla!. . . Las abejas de piorno entonan un canto cono­
-—. . .¡Por el flanco! ¡A campo raso! H ay que es­ cido.
perar la noche. Pero el regimiento ya no es el mismo, ya no son
—¡M ira !... ¡Mataron a Antoschka! los suyos, los marineros. .
Antoschka sigue en la misma postura: acostado Mataron a los marineros, se acabó la primera
y apretando la carabina, pero los que lo rodean, sa­ Guardia.
ben, por un abandono especial que hay en su cuer­ Y en su reemplazo, al llamado de los teléfonos,
po, que Antoschka no volverá a levantarse. telégrafos, periódicos y afiches, creció una nueva
—¡A h ... su madre! ¡A la bayoneta pasar! ¡El fuerza, ima nueva Guardia Roja.
cadete no tolera la bayoneta! Las fábricas, los sindicatos de profesionales, los
—¡T rata de llegar hasta ahí! ¡Por el camino de­ comités provinciales lanzaron al fuego de los frentes
jarás los intestinos! a los más jóvenes, los más fuertes, los más entusias­
•— Se necesita artillería. tas.
Detrás del dique, la ametralladora, ahogándose, Buenos muchachos son los del regimiento de
comienza a escupir una lluvia de fuego. Guliavin, pero poco enseñados.
Por el camino seco se estremece una línea de Apenas saben manejar la carabina, mientras
polvo blanco y se arrastra acercándose a la zanja. que los blancos manejan las armas como el sastre la
L a gente, los ojos dilatados, sigue con !a mirada la aguja.
106 VIENTO 197
BORIS LAVREÑEV

Y Stroyev ya no existe. Acostado al lado de Gu- Pero su orgullo es un reloj de oro con una ca­
liavin está otro ayudante. dena de media pulgada de grueso y una vara de lar­
E l apellido del ayudante es raro, Naga, y él mis­ go, y cuelgan de la cadena un medio ciento de leon­
mo es más raro que su apellido. tinas, todas representando figuritas indecentes.
Su cara, de un lado, es hinchada y corta, y por —Se lo quité a un burgués, en Kiev.
el otro, es larga y seca como la de un caballo. Y para lucir el reloj, S ag a lleva siempre, por
Si mira al ayudante por el lado izquierdo, pa­ encima de la blusa bordada, un chaleco gris, de frac,
rece que Naga fuera un hombre alegre y contento y sobre su vientre magro, cruzando en dos hileras,
de la vida, y si por la derecha, la cara expresa un cuelga la cadena.
descontento por todos los siglos. Como un barco con su ancla.
H asta los ojos de S aga son de diferentes cali- E n cuanto a valentía, es una maravilla.
bies. Cuando Guliavin mira los ojos del ayudante, E n los ataques es siempre el primero.
siempre recuerda el cuadro de Salomón Kantorovich. Se endereza en todo su tamaño gigantesco, en­
Un ojo, el izquierdo, es dorado, valiente, bajo casqueta el sombrero sobre la frente, la carabina de­
el sol, brilla como fuego; y el derecho es turbio, muer-; bajo del brazo, la pipa entre los dientes y marcha
to, cubierto por una telita. adelante. .
S ag a siempre está chupando una pipa corta y Marcha y canta salmos religiosos: sobre Alexis,,
curva. el hombre de Dios, o sobre el pecador y el monje,
Lo observa Guliavin y piensa: ¿Cómo habrán jamás acelera el paso, jamás se agacha, marcha como
hecho un hombre asi ( Sin duda en dos tiempos. que tragara la tierra con sus botas.
¡Eh, tu, ojo amarillo! ¡Malas están las co­ Y cuando los blancos notan esa figura, se po­
sas! nen tan nerviosos, que por nada pueden apuntarle.
Y S ag a responde con una voz que parece salir Desde el dique, la ametralladora sigue traque-,
de un barril vacío: teando. Naga da vuelta la cabeza y dice:
¡D éjalos!... ¡A la noche nos afirmaremos! —¡Está mala la situación! ¡Mira, están apostan­
Y de nuevo chupa la pipa. do cañones en el campo!
Cubie su cabeza un sombrero verde de fieltro, de Detrás del molino de viento, a la izquierda del
ala ancha; calza botas amarillas, herradas; y lleva reducto, en medio del trigo dorado, hormiguean hom­
pantalones de terciopelo, y un paletó de brin. bres y caballos, y no alcanzó Guliavin a fijarse bien
108 BORIS LAVREÑEV VIENTO 109

con los anteojos de larga vista, cuando sobre la zan­ —¡Compañíaaa. . . ! ¡F uego!
ja estalló el primer shrapnell. Se estremece el aire con la descarga. Una segun­
Guliavin lanza un juramento y mete el pito en da. Una tercera.
la boca. Hombres y caballos se revuelven y tiemblan en
E l silbido estremece el aire. Una por una las fi­ el polvo.
las, en el trigo tupido, comienzan a arrastrarse hacia No resistió la caballería. Dieron vuelta, y a to­
atrás, al cerrito. do galope retrocedieron.
¡Retirarse! ¡Contra esto es imposible avan­ Saltó Ñaga sobre los pies y les saludó con un
zar! gesto indecente.
Guliavin lo lamenta. Con los marineros no ha­ —¡Tomen! ¡Aquí tienen!
bría retrocedido. Con cañón y todo, los habría to­ Los caballos heridos relinchan y patalean, los
mado. hombres permanecen callados, se quejan y tratan de
E s buena esta juventud, pero no ha sufrido aún enderezarse.
el bautizo de guerra. —¡Traerlos para acá!
Las filas se retiran. E l rugido desde el reducto Los rojos corren por el campo. Suenan balazos
y del molino, enmudece. aislados.
Los blancos no persiguen. Están contentos y bien —¡Sin tocarlos! ¡Traerlos para la interroga­
alimentados en el reducto. ción!
Y el Regimiento de Hierro retrocede hasta el T rajeron a cuatro. Tres oficialitos jóvenes, y un
tren, se forma en columnas, y, desanimado, vuelve a capitán delgado, de bigotes grises.
]a hacienda que abandonó ayer. Todos enteritos, sólo se golpearon al caer del
Pero en un recodo del camino, desde un peque­ caballo. ,
ño valle, apareció a todo galope la caballería de los Los mira Guliavin. y la mano sobre el revól­
oficiales. Los sables brillaban al sol. ver: /
Apenas alcanzo Guliavin a ordenar que se dis­ —A sus órdenes, Sus Excelencias. ¿Como se
persaran. sienten ? _
¡Ao disparar hasta la orden! ¡Por descargas! Los jóvenes tiemblan, sus dientes castañetean.
Ya están cerca los caballos, con los jinetes aga­ Y el viejo capitán mira de soslayo, tranquilamente,
chados sobre las monturas. y sus labios se contraen en una sonrisa venenosa.
110 VIENTO 111
BORIS LAVREÑEV

Hombre curtido, se ve a primera vista. Después, dirigiéndose a Guliavin:


—;D e qué destacamento? —¡Eh, tú, Foch soviético! ¡Da náuseas morir con
De la división de caballería de los oficiales del el estómago seco! ¡Trae un poco de aguardiente pa­
general Markov. ra remojar el gaznate!
¿Cuántos son los suyos, en el reducto? Y na­ Sonrió Guliavin.
da de mentiras, si no. . .—y les apuntó con el revól­ —¡Eh, hermanitos! ¿Quién tiene aguardiente?
ver. ¡Conviden a Su Excelencia!
E l capitán levantó los hombros. U n soldado rojo sacó un frasco, lo destapó y
¡Me río de sus amenazas! Pero no hay para llenó una copita.
qué mentir. Son más los nuestros que los suyos. ¡H a­ -—¡Bebe, blanco, a la salud del otro mundo!
brá unos mil quinientos! Pero el capitán hizo volar de un golpe la copita
—¿Cuánta artillería? con el licor, y dijo ofendido, con voz (pie temblaba:
—Una sola batería a caballo. -—¡ . . . sus madres, so avaros! A un viejo soldado
Por un momento quedó pensando Guliavin, des­ de caballería, ante la muerte, un dedal. ¡Ahogúense!
pués hizo un gesto con la mano. Le gustó esto a Guliavin. Bravo el mozo.
—¡Liquidarlos! Y ordenó al soldado más cercano:
E l más jovencito tembló, se puso a llorar, y de —Eh, hermanito, de un galope alcanza el con­
rodillas, ante Basilio: voy y dile al cantinero, en mi nombre, que mande una
—¡Camarada, querido, palomito, perdone! ¡No botella de espíritu.
me mate! ¡Nunca m ás!.. . ¡Mi mamá no lo resistirá! Se juntaron todos en un círculo; trajeron la bo­
Arrugó Basilio el ceño. Un oficial, y llora como tella.
una hembra. Guliavin la vació en un baldecito, diluyó el es­
—; Y cuando te metiste en la pelea, pensaste en píritu con agua, sacó un j arrito.
la madre? ¡No babees, piojo rastrero! ¡Quitarlo! —¡Toma, bebe, que se te apabile el alma; para
Pescaron al oficialito, lo arrastran; él se defien­ que no tengas que quejarte de mí en el otro mundo
de, grita. a Dios! ¡Soy un hombre generoso!
De repente el capitán gritó en forma salvaje: E l capitán se sentó en el suelo, colocó el balde
—¡C allarse!... ¡Una vergüenza!... ¡Mocoso! entre las piernas, y alrededor los rojos se ríen:
¡No merece llevar el título de oficial! —¡.Ta! ¡Ja! ¡Ja!
VIENTO 113
BORIS LAVREÑEV
112
Guliavin levantó el jarrito, se quedó pensativo.

—¡Este es hombre! Luego dijo:
—¡Miren, todo un bebedor! —¡Lleven a Su Excelencia al convoy! ¡Que duer­
E l capitán levantó el jarrito, tomó el olor, y gri­ ma! ¡Tengo que hablarle!
tó alegremente: . . —¿Y los demás, camarada comandante?
__¿Eh, muchachos, quién tiene un pepinito? sin —¿Los dem ás?... ¡Liquidarlos! ¡Mocosos, rep­
algo apetitoso Cela ne convient pus pour moi, como tiles!
dicen los franceses. ¡Uds. no son capaces de enten­ Cinco minutos después, el regimiento siguió por
der esto! » . el camino, dejando en el campo tres cuerpos tibios de
Más se rieron alrededor. Trajeron pepinos y oficiales.
pan. E l capitán cortó un pepino, lo saló, lo colocó Sobre el cielo la puesta se teñía de rosa.
sobre un trozo de pan. / E n el convoy, sobre una telega, dormía profun­
—¡A su salud, hermanitos! ¡Que jamás nos ven­ damente el capitán, borracho como una pipa.
zan! ¡Que el diablo en el otro mundo haga tambores Guliavin y S ag a montaban al frente del regi­
de sus intestinos! ., miento. Durante largo tiempo S ag a movía su famo­
Pasó el jarro delante de los bigotes y lo vacio so sombrero de atrás para adelante, y al fin, pre­
de xn trago; ni se a r r u g ó . guntó :
Eos soldados se agarraban los vientres de tanto —¿Eso. . ., qué vas a hacer con él?
Guliavin respondió lenta y tranquilamente:
E l mismo Guliavin sonrió, y S aga le focó con —¿Sabes lo que pienso? ¡LTn hombre que sabe
el codo: beber así, puede servir para algo! ¡Que duerma la
__¡H ijo de su padre! ¿Qué? ¡Bebe alcohol co­ borrachera! Mañana lo convertiré. ¡Será nuestro ins­
mo si fuera agua! # tructor! No es tiempo que muera todavía.
Y el capitán bebió el segundo jarrito, luego el S aga expresó su admiración con un silbido.
tercero. t/ . , Por la mañana, cuando el capitán apenas des­
Vació el resto en el cuarto, lo bebió, miro con pertaba y sentado sobre la telega se frotaba los ojos,
tristeza el fondo del baldecito, se levantó y con len­ se le acercó Guliavin.
gua algo trabada dijo sonriéndose: —¿Descansó Su Excelencia? ¡Qué manera de
—¡Gracias por lo convidado! ¡Firme! ¡Ge­ beber, el diablo te lleve! ¡Oye lo que te quería decir!
neral, al paraíso sin transbordo,.m arÁ! ¡Gracias!
114 BORIS LAVREÑEV

¡D eja a tu canalla, y pásate a nuestro lado! ¡Nece­


sitamos gente buena! ¡Ríete de tus huesos señoriales!
¡Todos tenemos huesos iguales.! ¡Igualmente morire­
mos! ¡Fué tontera tuya ir en contra de nosotros! De
seguro que te ofendiste porque te hemos arrancado
las charreteras, y no puedes entender que vuestras
charreteras son para el pueblo como una soga al cue­ CAPITULO UNDECIMO
llo. E l puebo pelea por sus propios derechos, y a pe­
sar de toda la resistencia, les vamos a retorcer los L A M IS IO N
pescuezos a ustedes. Pero yo te salvaré, te entregaré
al Estado Mayor, y comandarás uno de nuestros re­ Por la noche llegó a la hacienda la batería que
gimientos, hazme este servicio. Ya te digo: necesita­ había sido solicitada a la compañía vecina.
mos hombres. E n el amplio patio de la granja, estaban los sol­
L a cara admirada e hinchada del capitán se es­ dados rojos sentados en grupos, y cenaban una maza­
tremeció. Miró derechamente a los ojos de Gulia­ morra con ligero gusto ahumado.
vin. Los campos se enfriaban cubiertos de una ne­
Luego apartó la vista y dijo en voz baja: blina azuleja; y en el oriente brillaban rayos sin true­
—¡Primera vez que encuentro uno así! ¡Todos nos.
LTds. son unos bestias! ¡Por lo demás, nosotros tam ­ Cuando terminó la cena, Guliavin salió a la gra­
bién somos bastante bestias! dería, echó una mirada sobre el patio, y ordenó:
Volvió a levantar la cabeza y terminó con voz —¡Regimiento. . . F irm e!
firm e: Los hombres se entremezclaban, corrían, se agi­
—¡Conforme! ¡Mi palabra es firme! ¡Puedes taban; se oyó el sonar de los platos y de las carabi­
confiar! nas.
—¡Lo sé, hermano! ¡Un hombre que sabe be­ —¡Jefes de batallón, acercarse!
ber, sabe cumplir su palabra! Y, contento, palmoteo Se acercaron.
el hombro al capitán. —¡Bueno, hermanitos, a partir! ¡H ay que des­
alojar a los blancos! Los cañones ayudarán ahora.
116 BORIS LAVREÑEV VIENTO 117

Avanzar como antes. E l tercer batallón a rodear, L a estepa estaba silenciosa, Guliavin callaba, y,
S ag a quedará con las reservas. acurrucado en un rincón del vehículo, dormitaba el
E n ese mismo momento, apartando a los reuni­ «capitán. Sólo se escuchaba el sonar de los cascos, y
dos, entró galopando un soldado al patio. el tintineo de un cascabel que llevaba el caballo de la
—¿Dónde está el comandante? Una carta ur­ izquierda.
gente. Hacia medianoche llegaron al reducto. E l cen­
—¡Pásala! tinela indicó a Guliavin cómo llegar al Estado M a­
Basilio desgarró el sobre a la luz de un farol yor, y la telega paró frente a una casa que antes fué
acercado por un soldado, leyó la carta y lanzó un sil­ del pope, al lado de la iglesia cuyo campanario yacía
bido. derribado por un cañonazo, y donde en la actualidad
—¿Qué dice? ¿Algo desagradable? — preguntó se ubicaba el Estado Mayor. Guliavin saltó de la te-
Saga. lega, estiró las piernas; el capitán le siguió.
—Desagradable no es; tengo que trasladarme D e la ventana iluminada se proyectaba sobre la
donde el Comandante General. Tiene que ser inme­ tierra una franja dorada; y el polvo removido por los
diatamente. Manda que me enganchen una telega, y caballos caía en torbellinos blancos.
tú quedarás reemplazándome. ¡Lástima, no me toca­ —¿Quién llegó?—preguntó una voz de la puerta
r á tomar parte en la pelea! Sí, y que se prepare tam ­ abierta.
bién Su Excelencia el capitán. Al mismo tiempo lo en­ —Guliavin. . . Por un llamado del Comandan­
tregaré al Comando General. te.
Llegó la telega, y cuando Guliavin se acomoda­ —Entre.
ba envolviéndose en el capote, surgió de la obsuri- Guliavin empujó al capitán adelante, y entró en
dad el capitán. la casa detrás de él.
—¿Y, se empaquetó, Su Excelencia? E l gran salón de la casa del pope, con el piso
—Poco tengo que emipaquetar. Los pantalones pintado de amarillo, y con muebles tapizados, estaba
los llevo puestos. Mi maletita quedó allá. poco ventilado, lleno de humo.
—¡No importa! ¡Conseguirás otra! ¡Siéntate! Sobre las mesas, los sillones, el piso, en todas
Los caballejos grises, bien alimentados, partie­ partes, se veían, en desorden, mapas, sables, colillas
ron con un trote alegre arrastrando la telega por el -de cigarrillos, platos quebrados, vasos.
camino nocturno, en la estepa.
US BORIS LAVREÑEV VIENTO

Sobre el sofá, doblado, dormía un hombre gordo go un pájaro raro. Bebe aguardiente como caballo, y
lanzando sonoros ronquidos. desea pasarse a nuestras filas.
Otros dos, al lado de una mesa, jugaban a las Los ojos redondos del Comandante con una li­
damas. Al entrar Guliavin, los dos se dieron vuelta gera expresión de sonrisa, se posaron sobre el capi­
hacia él. tán.
—¡Salud! ¿Llegaste? ¿Quién te acompaña? —¿Usted quién es?
—¡Ah, es Su Excelencia, un prisionero! Se lo —Capitán Luchitzky, de la división de caballe­
traje al Comandante General. ¡Anúncieme! ría de Markov.
—¿Te sirves té? —¿Se entregó?
—¡Después! —¡Es decir, no exactamente! Mataron mi caba­
Uno de los que jugaban, abrió la puerta del cuar­ llo y después me tomaron. Al principio este quiso
to vecino: darme de baja, pero, después, me ofreció pasarme.
—¡Camarada Cherniakov!... ¡Llegó Guliavinf ¡Acepté! Puede ser que Ud. no me crea, pero hablo
■—Que entre. sinceramente. ¡Puede confiar en nu!
Guliavin se sacó la gorra, la tiró sobre la mesa. —¿H a traicionado Ud. sus convicciones?
E l capitán, nervioso, se arregló el cinturón. —Vea, es largo para contar. Suceden con los
—¡No te arregles, hermano! Este no es Korni- hombres cosas raras. Ayer peleaba en contra de U ds.;
lov. E ntre nosotros las cosas son sencillas. Y junto con pero éste supo convertirme en una hora. Esto es im­
el capitán pasó al cuarto. posible explicar con palabras. ¡Me paso—y esto es to­
E l Comandante estaba sentado sobre la mesa, do! ¿No desean? Volveré.
las piernas colgando, y dictaba una carta al secreta­ —¡Respondo con mi cabeza, camarada Coman­
rio que se había acomodado al lado. dante! ¡Me dió su palabra! A pesar de ser blanco, es
Enfocó a Guliavin con sus ojos alegres, redon­ un bravo muchacho, que se lo lleve el diablo.
dos, inteligentes, algo cansados por las continuas E l Comandante saltó de la mesa:
trasnochadas. —¿Tomó Lid. parte en fusilamientos?
—¡Ah, camarada Guliavin! ¡Bravo! ¡Tan rápi­ —¡No, mi Comandante! E n los combates he ma­
do! tado a muchos, pero soy soldado y jamás fui verdu­
No vengo solo, camarada comandante, le trai­ go. Para eso tenemos especialistas.
120 BORIS LAVREÑEV VIENTO 121


—Bueno, diríjase al Jefe del Estado Mayor, dí­ —E l asunto es este. E n estos días, en la región
gale que he ordenado que le ubique en el Estado. Ma­ de A strajañ, detuvieron al teniente Volinsky. Iba del
ñana hablaré con Ud. en detalle sobre muchos, asuntos. grupo voluntario oriental, donde Alexeyev, con un
E l capitán saludó y salió. poder amplísimo para establecer conexiones. Bueno,
—¿Por qué piensa Ud. Guliavin que es de con­ pues, es preciso que el teniente Volinsky llegue donde
fianza? Alexeyev. Que establezca conexiones. . ., pero con
—Es que, camarada Comandante, cuando un nosotros. Se necesita un hombre de acero y que co­
hombre sabe beber tanta cantidad de aguardiente sin nozca bien los asuntos militares. E l menor traspié, y
inmutarse, significa que merece confianza. kaput. Tenemos en nuestras filas muchos valientes,
—¿Cómo?—preguntó el Comandante, y los án­ pero bobos.. . ¡Mañana saldrá Ud!
gulos de su boca se estremecieron por la risa soste­ —¡Macanudo el trabajito. . ., el diablo se lo lle­
nida. - ve!
Y Guliavin contó cómo había tomado prisionero ;— ¿Qué? ¿Es posible que no se anime?
al capitán, y cómo lo había convertido al comunismo. —¿Cómo?. . . ¿Que no me anime? ¿Qué palabra
E l secretario se revolcaba sobre la mesa de la es esta?—dijo Basilio, y en su frente se hinchó una
risa, se reían a carcajadas los que habían entrado de vena.
la sala vecina, y el Comandante también reía con una —¡Bueno, buen o !... ¡No se enfurezca! ¡Vaya,
risa franca y sonora. descanse! Lo acompañará otra persona, también con
-—¡No. . ., a Ud. hay que destinarlo al departa­ documentos de oficial. Cuando obtenga las noticias
mento de agitación! ¡Por este método Ud. converti­ que nos interesan, lo despachará con urgencia de re­
rá a todos los blancos! greso, y Ud. se quedará y nos seguirá enviando re­
Pero bruscamente interrumpió la risa, y dijo en gularmente informes. Bueno, hasta mañana.
tono serio: Basilio apretó la mano dura como una piedra, y
—¿Sabe para qué le he llamado? ■salió al patio.
— ¡No! Miró el cielo de julio, bajo, cubierto de estre­
—Un asunto muy importante. Saque los docu­ llas, y se rascó la nuca. Luego sonrió satisfecho, se
mentos, camarada Fomin. subió a la telega, se tapó con la manta y se durmió
Tomó un gran sobre de tela, lleno de documen­ profundamente.
tos, y continuó:
r
•i . '
CAPITULO DUODECIMO

SE Ñ O R T E N IE N T E

—Sírvase esperar un minutito, señor teniente. Lo


roy a anunciar al General.
E l corneta hizo sonar las espuelas, levantó la
cortina de felpa roja, y desapareció silenciosamente
tras la puerta.
Basilio inspeccionó el lujoso salón blanco del Li­
ceo de Señoritas.
E n derredor se agrupaban oficiales con unifor­
mes nuevitos con charreteras. Sonaban espuelas y
voces.
E n medio de la sala, un general, delgado, de ca­
ra cuadrada, retaba con voz aflautada a un oficialito
asustado.
—“Disciplina”—pensó Guliavin—. “Esperen, ya les
enseñaremos lo que es la disciplina... Tengo curio­
sidad de ver qué aspecto presento yo con este uni­
forme”.
Se acercó a un espejo que estaba al lado.
E l cristal reflejó una figura encerrada en un
124 BORIS LAVREÑEV VIENTO 125

uniforme de color café, con una condecoración que “Perfumado como una hembra”—pensó Gulia­
colgaba de un botón, con brillantes charreteras de te­ vin.
niente; figura completamente desconocida. Por un —¡Yat lo sé! ¡Me informaron! Estoy muy con­
momento le pareció a Guliavin que en verdad no era tento que haya Ud. pasado con suerte la línea del
él mismo. Sintió vértigo. Pero inmediatamente la cara frente. Es de suma importancia para nosotros estable­
sonrió con malicia, y dijo mentalmente: cer relaciones con el oriente. Lamento mucho que Mi-
—¡No es nada, Basilio! ¡Nada de acobardarse! jail Vladimirovich esté enfermo y no pueda recibirle
¡Ya llegarás tú también a general! ahora. Le informié sobre Ud. y me rogó transmi­
De nuevo se abrió la puerta, y en forma igual­ tirle sus afectos, y decirle que se acuerda muy bien
mente silenciosa apareció el corneta. de Ud.
—E l general le ruega pasar, señor teniente. —¿Quién es M ijail Vladimirovich?
Basilio se estremeció, sintió un vuelco en el co­ •—E l general Alexeyev—dijo el jefe del E stado
razón, recordó todos los ensayos con el comandante: Mayor, levantando, admirado, las cejas—pero si TJd.
cómo entrar, cómo portarse. . ., por un segundo cerró sirvió bajo sus órdenes.
los ojos detrás de la cortina, y entró con paso firme E l gabinete se obscureció a los ojos de Guliavin,
al gabinete del general. y le pareció que el joven general crecía, se hinchaba
Estampando los pasos sobre la alfombra, se acer­ y que como una montaña se le venía encima. .
có a cuatro pasos de la mesa, frente a las ventanas, y Con un esfuerzo sobrehumano de su voluntad,
parándose, pronunció sin interrumpirse: reprimió los martillazos del corazón, y dijo con voz
—Teniente Volinslqy, del regimiento número casi indiferente:
ciento cuarenta y ocho del Kaspio. Del comandante —E s que estoy acostumbrado a decirle “Su E x ­
del grupo voluntario oriental, traigo un mensaje se­ celencia” y no a llamarle por el nombre propio. -
creto para su Excelencia el Generalísimo, con fines de Sobre la mesa sonó el teléfono.
establecer conexiones entre ambos para unificar las —¡Perdone!—dijo el general—¡Aló!
acciones. Mientras que el general conversaba por teléfono,
E l jefe del Estado Mayor, un hombre joven, Basilio, las mandíbulas apretadas, pensaba constan­
arrogante, se levantó un poco del sillón, y estiró una temente :
mano cuidada, fría y perfumada. “¡Qué b ro m a... un laberinto!... ¿Cómo se les
escapó a los nuestros? Debían haber adivinado que no
BOEIS LAVREÑEV VIENTO 127
126

enviarían a un desconocido donde Alexeyev. Estoy ¡A sus órdenes, mi general!


m etido... ¡H ay que escapar, si no, kaputJ ¡Ah, qué E l general estiró de nuevo la mano por encima
enredo! Pero esperemos. He morir, por lo menos lu­ de la mesa, y preguntó:
chando. Chuparé de este todo lo que se pueda. Con cómo andan las cosas allá en el grupo
tal que hasta la tarde nada suceda. E n la tarde le en­ oriental? ¿H an matado mucha canalla?
tregaré todo al compañero, y que escape. Después yo ¡De liquidar, hemos liquidado mucha, pero la
también, a escabullirme. No se puede permanecer canalla crece en todas partes, que se les pudra el al-
más aquí. Gracias si logro escaparme”. nia-—dijo Basilio, y se estremeció por la frase que se
E l general dejó el fono. le escapó.
—¡Ruego perdonarme! ¡Estamos en un gran E l general, de nuevo admirado, levantó las cejas,
apuro! pero no dijo nada, y Basilio salió del gabinete.
—Entiendo, Su Excelencia. Permítame
tos sobre varios puntos urgentes.
. unos da­<® E l general miró atentamente la puerta por don­
de había salido Guliavin, y tomó los papeles de la me­
Y sacó del bolsillo de la casaca una lista que le sa. Pero bruscamente se interrumpió y tocó el botón
bahía entregado su comandante. del timbre.
E l general arrugó el ceño. Sobre la frente blanca del general se dibujó una
— Sabe, le daré una nota para el Jefe de Ope­ arruga; sus dedos tamborileaban sobre la mesa.
raciones, él le dara todos los informes, que solicite. E n la puerta apareció el corneta.
¿Cómo se acomodó Ud.? ¿En el Bristol? ¡Una por­ —¿Se sirvió llamarme, Su Excelencia?
quería, lleno de chinches! ¡Pásese al Londres! Yo im­ —¡ Sí, mire—dijo el general, como pensándolo—,
partiré las órdenes al comandante. De noche sin fal­ acaba de estar aquí el teniente Volinsky, bueno,
ta vaya al “Grill-Room”. Ahí nos reuniremos todos. pues. . . .
H ay hermosas mujeres. No se empobreció aun la tie­ E l general se interrumpió, y reconcentró su mi­
rra rusa. E s donde los bolcheviques donde sólo que­ rada sobre el tapiz del escritorio, manchado de tinta
das jovencitas de pelo cortado; aquí tenemos aun que roja.
admirar. Por lo demás, en el restorán hay mas liber­ —¡Por lo dem ás... son disparates.. . puede re­
tad, podremos conversar—dijo el general, entregan­ tirarse!—cortó bruscamente el general y se hundió
do la nota. en los papeles.
Basilio se levantó.
VIENTO
128 BORIS LAVREÑEV
oriental, sobre los checoeslovacos, el coronel Mura-
Ya en la sala, Basilio miró la nota. E l general viov, el arresto de Lenin y la fuga de Trotsky; le
autorizaba al jefe del departamento de Operaciones convidaba amablemente con gruesos cigarrillos.
a informar al teniente Volinsky, como representante Basilio, sentado, mentía por tres, y sólo se ad­
del grupo de voluntarios del Oriente, sobre todo lo miraba cómo todo resultaba tan bien.
que éste le interrogara. Con el coronel las cosas eran más s e n c illa s . E l
Se sintió aliviado. Jefe del departamento de Operaciones era 1111 oficial
—“¡Bueno, lo que tiene que suceder, que suce­ viejo, que con los años y el trabajo llegó a obtener el
da! Mientras tanto seguiré, hay que obtener hoy mi> grado de coronel; bueno para empinar el codo, no re­
mo las informaciones. Después me lanzaré a nado por presentaba dificultad alguna conversar con él, muy
la borda”. diferente al Jefe del Estado Mayor.
Un ayudante venía pasando, Guliavin le pre­ Y cuando Basilio, por costumbre, lanzaba unas
guntó : . palabrotas, el coronel reía a carcajadas, y con su ma­
__; Dónde está el gabinete del Jefe de Operacio­ no roja y peluda palmoteaba la rodilla de Volinsky
nes? en señal de aprobación.
—A la izquierda, a la segunda curva del corre­ Mientras conversaban, Basilio, con cautela, pero
dor, gabinete número treinta—respondió el ayudan­ insistentemente, averiguaba todo lo que la lista le in­
te sobreandando. _ / dicaba, y tomaba nota de nombre y cifras.
Por el limpio corredor alfombrado, dejando atrás Al fin el coronel sacó el relo j:
oficiales-centinelas, llegó Basilio al gabinete numero —¡Es tiempo! ¡A estómago vacío no se hacen
treinta, y mientras caminaba se admiraba: ^ guerras! ¡Je, Je! Vamos, teniente, a comer. Estoy de
“¡Qué limpieza! Donde nosotros ya estaría lle­ pensionista aquí en una casa judía. Pescado relleno,
no de colillas de cigarros y otras basuras, V aquí ni un una maravilla—y la boca del coronel se llenó de sa­
granito de polvo. Como en una iglesia. Bah, no im­ liva.
porta, ya les enseñaremos, con limpieza y todo . —¡No gracias! ¡Me esperan! ¡Mañana!
E l jefe del departamento de Operaciones—el es­ Bueno, en la noche al restorán. Seguramente
pinazo doblado sobre mapas y planos—recibió al te­ Romanovsky ya le ha convidado.. . ¡No falte! ¡Allá
niente Volinsky con alegría. E ra una ocasion de in­ es el único lugar de descanso que tenemos!
terrumpir el trabajo aburridor V conversar a gusto. Salieron juntos del Estado Mayor. Basilio lla­
Abrumó a Basilio con preguntas sobre el frente mó un coche, y se despidió del eoronel.
BORIS LAVREÑEV

-.-H asta la noche, pero mañana sin falta come­


remos pescado relleno.
__-Bueno! ¡Mañana! .
Y el coronel saludó con la mano al teniente que
se alejaba en el coche.

CAPITULO DECIMO TERCERO

KAPUT ¿
If! h*# ' '
Como un ventarrón entró Basilio al cuarto del
hotel, y dirigiéndose a su compañero:
—¡Hermanito, estamos perdidos! Hoy mismo es­
cápate con todos los datos.
—¿Q ué?... ¿Qué pasa?-—preguntó aquél, pali­
deciendo.
—E l asunto es, hermano, que nos hemos metido
en la trampa. Los nuestros no discurrieron. . . y resul­
tó una porquería... Resulta que Alexeyev conoce al
teniente. Cuando me lo dijo el Jefe del Estado Ma­
yor, pensé yo: este es mi fin. Por suerte Alexeyev es­
tá enfermo y no se le puede visitar. ¡Si no ya esta­
ríamos finiquitados! Ahora mismo te daré todas las in­
formaciones, escribiré un informe, y a escapar, se ha
dicho.
—¿Y Ud., camarada Guliavin? (
—¡Yo, hermanito, me quedo!
BORIS LAVREÑEV
132 VIENTO
133
—¿Ud. se ha vuelto loco? ¡Si es una muerte se­ Y regresó al hotel.
gura! Nuestro comandante no ha previsto esta eom-
Salió al balcón y ordenó que le sirvieran un sa­
phcacion^o ^ ^ orden no puedo volver. Por movar. i
Abajo, la calle era un hervidero de gente. U n
otra parte, mientras el general se sirva estar enfer­
regimiento pasó al son de una marcha, y en las vere­
mo, no corro peligro. Y si sana, alcanzare a escabu-
das, por doquier, se veían uniformes de oficiales.
llirme. Mientras tanto ordeñaré algo mas de leche-
, mientras miraba, sentía Basilio cómo su eo-
cita de los cadetes. . razon se llenaba de furia.
__Me atrevo siempre a aconsejarle que se yaya.
—¡Puedes aconsejar, pero no pienso irme. ¡Se juntaron los cuervos! ¡Sigan Acolando! ¡Ya
no les queda mucho vuelo! ¡Les desplumaremos!”
¡Basta! - Listo el samovar, mi teniente—dijo el mozo
Basilio se sentó a la mesa, escribió el informe pa­ trayéndolo. '
ra el comandante. Descosieron el forro de la casaca,
v metieron adentro los informes, volviéndolo a coser. Mientras Basilio tomaba té, el sol rosado se es­
condió detrás de una casa, las calles se llenaron de
__¡Ya, ya está listo! ¡Vuela ahora palomo. ¡Sa­
sombras azulejas, y, tras un corto crepúsculo, la ciu­
luda a los nuestros! . . dad se cubrió de un terciopelo negro, estrellado.
__¡Camarada Guliavin! ¡Vámonos juntos. ¡Si es
Junto con las primeras estrellas, comenzó a so­
un heroísmo inútil! plar desde las montañas, de allá lejos, un viento frío
_yQué?. . . ¿Heroísm o?.. . ¡Que palabra! ¿Aca­
que siguió en aumento. Se sintió frío en el balcón. B a­
so no soy capaz de morir como me corresponde?
. __•Pero para qué morir sin razón, cuando I d. silio se levantó para entrar al cuarto; en este momen­
to una fuerte ráfaga de viento sacudió el balcón, le­
puede aún prestar servicios? vantó el mantel y botó un vaso.
—¿Y quién le dijo que pienso morir? ¡Ni se me
o c u r r e ! ¡Pienso vivir más que tú! ¡Bueno, no pierdas
Y de inmediato el viento silbó en las calles, au­
lló entre los álamos, agachándolos hasta la tierra.
tiempo! ¡Rápido! H abrá tormenta en la noche”—pensó Basilio,
Acompañó al compañero hasta el punto de con­
entrando y encendiendo la luz.
trol, y se despidió. . Se recostó en la cama, pero no tenía sueño.
—Dile al comandante que no se intranquilice.
Junto con el viento frío y seco, le llegó la alar­
P or ahora no estoy en peligro. ma. E l corazón comenzó a latir más acelerado, y la
BORIS LAVREÑEV VIENTO 135
134

respiración se hizo penosa, como si el aire se hubie­ iluminación y aturdido por la gente y el chillido de los
ra espesado y pasara con dificultad a los pulmones. violines que repetían un motivo bailable, pegajoso.
Basilio se levantó de la cama, y miró por la ven­ Lentamente pasó entre las mesitas, buscando un
tana. asiento desocupado y mirando tímidamente a los la­
Por la calle volaba una espesa polvareda, y los dos. Oyó una voz ronca:
álamos, sombríos y feroces, se mecían con el viento. —¡Teniente!. .. ¡Teniente!
Basilio recordó lo del restorán. Miró, y vió al coronel del Departamento de Ope­
“¿Acudir quizá al restorán? Veré cómo se divier­ raciones que lo llamaba con la mano.
ten los oficiales. Y trataré de averiguar algo más. D e —¡T eniente!... ¿Está sordo?... ¡Venga con
un borracho es más fácil sonsacar”. nosotros!
Se puso la gorra y abrochó el sable al cinturón. Basilio se acercó a la mesita.
Bevisó con cuidado la Browning, y la metió en el •—¡Le voy a presentar! ¡Teniente Volinsky! ¡Capi­
bolsillo. tán Odontzov! ¡Teniente Ribkin! ¡Teniente Seliani-
Llegó hasta la puerta, pero volvió sobre sus pa­ nov!
sos, y abrió su valija de cuero. Basilio saludó a los oficiales, y ocupó el asiento
Buscó entre la ropa interior, y sacó una granada que le ofrecieron, inspeccionó el restorán con una mi­
de mano, de procedencia inglesa, redonda, parecida a rada alerta.
una piña. La mantuvo sobre la palma de la mano, y —¡Elija, teniente!... ¿Qué desea?... ¿Qué vi­
la metió en el amplio bolsillo de la casaca. no toma? H oy festejamos al representante de la no­
E n la calle había poca gente. E l viento los ha­ ble armada de los voluntarios.
bía dispersado a todos. Basilio tomó la lista de vinos. Rara vez le había
Preguntó a alguien qué dirección tomar. T or­ tocado elegir vinos en un restorán. Recorrió la lista
ció hacia un callejón, atravesó una plaza, y desde le­ con los ojos, y por el nombre algo raro, le gustó
jos pudo notar, iluminado por una luz azul de arco “Haute-Sauterne”.
un rótulo: “Grill-Room”. -—¡Este! ¡Aquí!
Subió la escalinata, pasó a la antesala, y se paró —¡Eh! ¡Nos tocó un teniente como una señori­
en la puerta del salón, cegado por la claridad de la ta! ¡Bebe vinos para damas! No amiguito, esto no
pasará. E n este caso yo mismo impartiré las órdenes.
Comenzaremos, por la antigua costumbre rusa, con
136 BORIS LAVREÑEV VIENTO 137

vodka, luego un vinito, luego coñac; vuelto al vodka nedor ?. .. Cómo se ve que Miss Rossie ya lo tiene
y a repetir todo de nuevo. aturdido.
E l teniente Ribkin, un hombre largo y aburrido, —¡Jamás he comido esto! ¡Allá entre nosotros
con una cicatriz que le cruzaba toda la cara, comenzó no se conoce!—respondió Basilio irritado.
a interrogar a Basilio sobre el frente oriental. —¡E n verdad, me había olvidado! ¡Pero si Ud.
Y de nuevo Basilio, sin titubear, sembró menti­ es siberiano! Bueno, amiguito, bebamos por la ma-
ras; como en la mañana con el coronel. drecita tayga, que revienten allí todos los bolchevi­
* Mientras conversaba, tomaba vodka que le ser­ ques.
vía el coronel, y comía algo apetitoso, cubierto con A l beber su copa, Basilio sintió al lado un crujir
una salsa amarilla, picante. de sedas, algo conocido y excitante, que le hizo re­
Chillaba la música, y en el escenario, un malaba­ cordar a Anna Vladimirovna; rápidamente se dió
rista con la nariz roja y con sombrero de pelo, lanzaba vuelta.
platos al aire. A l lado de la mesa estaba mía m ujer de mediana
—¡Oiga, Ribkin! ... ¡Déjese de martirizar con estatura, ataviada con un traje de estilo español, con
preguntas al visitante! Ya lo hicimos esta mañana.: A. una mantilla de encajes negros sobre los hombros, y
divertirse! Mire el escenario, teniente. Va a aparecer flores en el pelo. Delgada, fina, de un perfil more­
una hembrita: una maravilla. no, agudo.
De nuevo chillaron los violines, y al escenario ¡Carmencita!.. . ¡Siéntese!—dijo el capitán
saltó con liviandad una m ujer casi desnuda, rosada, Odontzov, levantándose.
espléndida, cubierta de una gasa celeste con lentejue­ L a mujer, con un movimiento rápido, arregló su
las brillosas. vestido, y se sentó. Con los ojos almendrados, a me­
—¡Mire!. . . ¡Mire! ¡Qué busto! ¡Qué piernas!— dio cerrar, miró a Guliavin.
murmuraba el coronel al oído de Basilio—. Y le dire, —¿Nuevecito? ¿De dónde lo sacaron?—pronun­
no es cara. Cobra quinientos. Y qué hembra, capaz ció ella con voz gutural.
de cansar a un potro. ¿Quiere? Se la presentaré. —¡Teniente Volinsky!
Basilio la miró y se dedicó al plato donde el co­ Carmencita estiró su fina mano para el beso, y
ronel le sirvió espárragos. No sabía qué hacer con Basilio, confundido, la besó.
aquéllos, y trató de ensartarlos con tenedor. Los ojos de la m ujer brillaron.
—¿Qué hace, am iguito?... ¿Espárragos con te­ —¿Aun no se aburrieron de beber? ¡Qué gente! ...
, Q0 BORIS LAVREÑEV VIENTO
_______________^ » - a ^ M a S g M = g g C = ' .............. "
13»

Luego los van a llevar a todos al manicomio! asi. .. con gestos. Y ella me escupió en la cara. Yo,
_Con tal de poderla encontrar a Ud. allá, no en respuesta, llamé a los cosacos, ordené desnudarla,
me importaría—respondió Odontzov. la amarraron a la cama, y pasó por encima de ella to­
—;D e d ó n d e es U d .? ¿De Siberia?... ¡Lejos! do el pelotón. Disfrutó de las delicias, en abundan­
Tiene U d . una cara b u e n a.. ., no está alcoholizada. cia.
Pero antes de que Basilio hubiera contestado, Basilio escuchaba, y se le turbaba la mente con
apareció al lado de la mesa un oficial delgadito, muv el vodka bebido y con la rabia.
buen mozo y elegantemente vestido. Lo recibieron con Con fuerza apretó el Browning en el bolsillo;
exclamaciones amistosas: ^ / pero antes de que hubiera podido decir una palabra]
—¡Príncipe! ...¡A m ig o !... ¿De donde. ¿Co­ C armencita se levantó:
mo tan de repente? —¡Adiós, señores! ¡No me quedo en la misma
__¡Recién llegado del frente! ¡Con licencia. mesa con un canalla que se vanagloria de sus baje­
—¡Siéntate, siéntate. Cuenta! zas ! •'
E l oficial se sentó frente a Carmencita, y encen­ E l príncipe se levantó de un salto. Los demás
dió un cigarrillo. oficiales se pararon. Basilio también se levantó.
__¿Qué les voy a contar?... ¡^Nada de especial. Y el príncipe se agachó por encima de la mesa,
i Aburrimiento! A no ser en Tijovetzk, pasó algo y a L armencita:
gracioso — dijo lentamente, lanzando bocanadas de ¡Retira tus palabras. .. tu . . . ramera!
humo entre sus labios rojos y suaves, y tomando pos­ —¡Canalla!
turas graciosas. Y el príncipe le vació su copa de vino en la cara.
—¿Qué? . . No alcanzó a dejar el vaso, porque Basilio, de
—Hemos tomado un transporte sanitario, y aifi un vuelo, le descargó un puñetazo en la boca.
había una chica, enfermera. Una bolchevique conven­ E l príncipe lanzó un gemido, y cayó debajo de
cida Desde el vagón disparaba contra los nuestros. una mesita. Los oficialespescaron a Guliavin delas.
Pero hermosa, la diabla. De unos diez y siete anos. manos.
Me la tra je ro n ... Le digo: “Me da lástima, señorita, ^-¡T eniente!... ¡T eniente!... ¡Cálmese!
despacharla al otro mundo, tan joven, sin hacerla dis­ Basilio, rojo y furioso, se libró: "
frutar de los sublimes placeres de las tiernas pasio­ —¡Quita las p a ta s!... ¡Eh, canalla!... ¡Día-
nes”. “No le entiendo”, me dice. Yo le expliqué...
BORIS LAVREÑEV VIENTO
140
141
blos blancos! ¡A todos los despresaremos! ¡Los de­
sangraremos ! . zó allá, frente aUvTV* ^ 1° 1° 3Z°tó Ja Cara’ lSe laj1'
Y a él mismo no comprendía lo que gritaba. Des­ tan familiar tan nn í ' ° ,ede]cIienrI° a e*e llamado
cargaba furiosos puñetazos contra la mesa. Desefe Jn ! ! ? erÍd0%al aulIar del vi*nto.
escle a escalinata disparaban tras de él
De todas las mesitas se juntó gente. Por todas partes corría gente.
Basilio sacó el Browning. ~ .Atájenlo! ¡Disparen! ¡Ahí está!
Alguien gritó: ¡ lamen al comandante!
—¡Desármenlo! —¡Qué venga gente a caballo!
—¡Desarma! ¡Toma! ¡Prueba! Contra cinco con
cada mano soy capaz. .. canalla blanca. ¡Beptiles! Corría* a Í o T ’ Y ' ® ' y »'
Alguien se dió cuenta y gritó cubriendo las de­ portón abierto Casf'i " ° « un
más voces: lo cerró tras de sí m°°mCKntem^ «travesó y
-—¡Bolchevique! ¡Un espía! ¡Atájenlo!
Aparecieron revólveres en las manos. te. A ? !a d Ílyt„elS n ' d f * »**> - " M »
Basilio se lanzó hacia la salida. Una cara extra­ al desván, y la subió en m ° * i esca*a 1ue llevaba
ña le atajó el camino. Basilio, sin apuntar le disparó de un mástil. E l desván e s ta b í abierto0" '" " ^ '*
a boca de jarro.
Sonaron otros balazos, y Basilio sintió como que friendo C° n leñas’ *
puerta. hombro parapeto con aquéllas la
una daga le hubiera desgarrado el hombro.
Se detuvo y recordó:
—¡Qué me voy a entretener en pequeñeces! ¡To­ tos e f e l calíjón™ J' MC“ 'h4 P -* » y gri-
men! ¡Coman! Quizás pasen de largo ”
Sacó del bolsillo la granada de mano, la balan­ Pero inmediatamente oyó cómo uno «ritaba-
ceó, y la lanzó 'al medio del grupo. r f ' * , ? * 1" 1 i Aquí se escondió!
Un estruendo sacudió el aire, el espacio se lle­ Sonó el porton. se oyeron pasos en el patio
nó de un humo rojo, se apagó la luz eléctrica.,. Ba­ Vengan, vengan, les agasajaré. ••
silio ya corría hacia la salida, apartó en la puerta a
alguien, y ya estaba en la calle. ™ c o n T ro T rce aobrdóqUe “ - f '“ rato pe-
tochos. ,d0 que 50,0 quedaban seis car-
142 BORIS LAVREÑEV
_ , . ■ ■ --- - j
VIENTO
143

“¡N ada! . . . ¡Alcanzará! ... ” ¡Varios a la vez! ¡Así de a uno, matará a mu­
Abajo corrían por el patio, gritaban. Comenza­ chos !
ron a abrirse ventanas en las casas. De nuevo crujió la puerta y saltó del marco.
Al fin, en la escala que llevaba al desván, sona­ Aparecieron tres personas.
ron pasos. Ties veces sono la Brownmg, y tres cuerpos ca­
-—¿Está cerrado? yeron sobre el piso del desván.
—¡No! ¡apretada por dentro! ¡Forzarla! ¡Demonio!—dijo alguien, abajo.
Basilio se acurrucó detrás del cajón. H abra que esperar que aclare.
L a puerta se movió y se entreabrió, se asomó una Basilio botó la Browning. y miró el cielo. E l
mano, luego una cabeza y . .. oliente comenzaba a aclarar. Se acercó al ventanuco
Basilio apretó el gatillo. y miró con cautela. Nadie en el techo.
—¡Dispara el canalla! Haciendo un gran esfuerzo, logró pasar por la
—¡Pasen una carabina! ventanita al techo, se paró e inmediatamente se oyó
__¡Al techo!.. . ¡Ataquen desde el techo! el grito histérico de una m ujer:
Resonaron pasos sobre el zinc del techo, y se o\ o —¡Sobre el techo!... ¡Sobre el techo!
una cerrada descarga de carabinas. Entonces, lentamente, y sin guarnecerse, se acer­
Otra, y otro más, y un golpe pesado contra la có al borde.
puerta. Otro golpe. Las tablas estallaron en astillas. L a sangre le cubría la cara y corría por el uni­
Basilio, sin saber por qué. recordó como él también, forme. Se paro al lado la canaleta y vió los cañones
en febrero, echó abajo la puerta de un desván a gol­ de las carabinas que apuntaban hacia arriba. Levantó
la mano.
pes de culata.
Saltó otra tabla y asomó una carabina. —¡Ríndete, hijo de perra!
Basilio la pescó con furia, pensó arancarla, Pe^o ¡N unca! ¡ Se me acabaron los cartuchos! ¡Pero
sonó un tiro, el fuego brilló al lado de la cara, V sintió escuchen, canallas, hijos de reptiles! ¡Me toca morir!
un fuerte dolor en el pomulo. ¡Pero Uds. también morirán. .. su madre! ¡Kaput!
D ejó la carabina y disparó dos tiros contra la \ saltó para abajo, sobre el filo de las bayone­
tas. ‘
brecha de la puerta. , i
Cayó un cuerpo.
Se oyeron maldiciones.
F IN
I N D I C E

Capítulo Primero

LA CUCARACHA ........................................................ ............... A

Capítulo Segundo

LA TROMBA DE NIEVE ...................... .................................. 19

Capítulo Tercero

COLISION DE PRINCIPIOS........................................................ 28

Capítulo Cuarto

LOS ADOQUINES DE JULIO ..................... ............................ 39

Capítulo Quinto

EL DESTACAMENTO DE LA. MUERTE ............................. 50

Capítulo Sexto

LA ATAMAN. ................................................................................. 59

Capítulo Séptimo

LOS CLAVOS ........................................................ ..................... <59


Capítulo Octavo

LOS VIENTOS ............... .................................

Capítulo Noveno

LA RUTINA ........................................................

Capítulo Décimo

PEPINITOS ............................................... .... ...

Capítulo Undécimo

LA MISION ............... .............. . .... ......... ...

Capítulo Duodécimo

SEÑOR TENIENTE ............. .'.............................

Capítulo Décimo Tercsro

ka pu t ................ ... ........... .........

También podría gustarte