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BorisLavreñev Viento PDF
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BORIS LAVPENEV
B I B L I O T E O A “ C Z /T T T
No. 39
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B o r is L a v r e ñ e v
VIENTO
(Narración sobre los tiempos de Basilio Guliavin)
■EDITORIAL “C U L T U R A ”
CASILLA 413#
Santiago de Ckii«
A mi compañero en la tem
Printed in Santiago pestad: mi mujer.
de Chile
CAPITULO PRIMERO
L A CUCARACHA
I jOs ojos de plomo del teniente se ensancharon oficial y metió a Guliavin por dos semanas en el ca
llenos de sorpresa: labozo húmedo, debajo del agua.
—¡Asno! ¿Te has trastornado? ¿Cuándo te he E n el calabozo, revolviéndose sobre las maderas
hecho cosquillas? desnudas, en medio de los chillidos de los ratones,
Y los bigotes de cucaracha se enderezaron de in Guliavin odió al teniente y rechinaba los dientes en la
mediato. _• obscuridad.
Se acercó Guliavin a la oreja del teniente, y gui •—¡Aguárdate, cucaracha canalla! ¡También nos
ñando con malicia murmuró: otros tendremos, fiesta!
—¡Señor teniente! Yo entiendo que cuando un Probablemente ahí mismo, en el calabozo. G u
hombre se transforma de noche en cucaracha es por liavin adquirió un resfrío de los pulmones; a media
que así es su destino; y yo no le tengo ningún rencor. dos de enero lo bajaron a tierra, al hospital.
Pero ya no tengo fuerzas para resistir. Tome mejor E n el hospital todo es tibio y limpio, se está bien,
a Kulagin; es el doble rriás fuerte que yo, y a mí dé alimentan con papillas dulces, pero es imposible con
jeme en paz. Así, hasta morirme puedo. seguir bebidas. 3
De un salto se separó Traubenberg y descargó ^ se quejó una vez Basilio a su vecino de cama,
su puño seco contra los dientes de Guliavin. un marinero del Resvoy, a quien una granada arran
—¡F u e ra !... C an alla... ¡Estás borracho cono cara ambas piernas.
un hijo de perra! ¡Tres guardias fuera de turno, un - ¡Qué vida esta! ... ¡Ni un trago le dan a uno!
mes sin permiso! E l marinero dió vuelta su cara aguzada (sobre
Limpió Basilio la sangre del labio y dijo severo: la pared gris se destacaba esa cara pálida, cubierta de
—¡Muy mal hecho, señor teniente! Me le acerco una barbita negra).
en forma decente y Ud me recibe a puñetazos. ¿Có — Si bebieras menos, tonto, serías más inteligen
mo debo entenderlo? ¿Acaso por los reglamentos tie t e . ..
ne Ud. derecho de hacer cosquillas a los marineros? Guliavin se irritó:
Yo puedo entablar una queja. Esperen, con todos —¡B agatelas.. . diablo submarino! Por lo visto,
vosotros arreglaremos cuentas... ¡reptiles! te pusiste inteligente cuando perdiste las piernas.
Dio media vuelta y se fué a popa. E l marinero sonrió:
E l teniente, enfurecido, corrió donde el primer —No me queda más que el traste, y ese es más
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inteligente que tu cabeza. No están los tiempos co liavin diferentes libritos que le traían los visitantes
desde fuera.
mo para empiparse.
—¿Qué pasa con los tiempos? Y Guliavin tragaba con avidez las palabras in
—Largo, hermano, par* ser contado... j Quie flamadas, como si fuera aquello licor quemante. M u
res ^* Aquí tienes, lee;.metió la mano debajo del col cho no lo entendía, y el vecino, con voz desfalleciente,
chón v sacó un librito medio desencuadernado. explicaba con dedicación lo obscuro. E n los prime
Incrédulo, lo tomó Guliavin y levo el titulo: ros días de febrero, a medianoche, tranquilo v serio
■Por qué guerrean los capitalistas, y si es conve murió el vecino. *
niente y necesaria la guerra a los obreros? Vino la hermana, le cruzó los brazos y cerró los
Se sentó al lado de la ventana a leer. De inme ojos Luego salió para avisar a las autoridades hos
diato se llenó la cabeza. Miró hacia los lados: pitalarias.
—¡Esto es h ab lar!.. . ¡Limpiecito!. . . Guliavin levantó rápidamente el colchón y sacó
• Leyó el librito hasta el final, y se le hizo en el los libritos, poniéndolos debajo de su almohada.
cerebro una verdadera revuelta. Se paro al lado del fallecido, contempló la agu
De noche, cuando el hospital dormía, en la obs za a nariz, de un amarillo transparente, se agachó v
curidad, se sentó Guliavin en la cama del m udado, beso fuertemente al muerto en los labios. '
v éste, con un murmullo metálico, le hablo al oxdo so —¡Adiós, hermanito! Cuéntale a la marinería del
bre la guerra, sobre el Zar, que los obreros estaban otro mundo que nosotros ganaremos.
reuniendo fuerzas, que ya faltaba poco para que los Y tapó la cara seca con fas sábanas.
patrones recibieran su merecido. _ H asta mediados de febrero permaneció Basilio
__Y a los oficiales, ¿se les podrá ajustar .—pre n el hospital; después, la comisión le dió dos sema
nas para reponerse.
guntó de repente Basilio.
__¡A todos, hermano, les ajustaremos. , ^ resolvió Guliavin irse a Petersburgo, a visi
—¡Gracias, hermanito; me alegraste! ^ tar una antigua amiga, Anuschka, que hacía de eo-
Y Guliavin amenazó con su gran puño hacia la
‘‘'C III. Cn CílSa d d m&eniero Plajotin, en la calle Ba-‘
obscuridad de la noche invernal que colgaba tras las
ventanas. . . n ■ -E n ult™° caso me alimentaré del rancho del
Desde entonces el mutilado siguió dando a Crii- .-,11 ero, -v ^ na es una hembra poco dañina”
Después del veinte de febrero recibió sus’docu-
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Sólo recordaba: en la calle Moscovskaia y desde dad del techo respondió con otro estrépito de disparo
el techo de un edificio de seis pisos, crepitaba una de revólver.
ametralladora y las balas silbantes, arrasaban en la E n la puerta quebrada se atascó el obrero caído.
calle a todo ser vivo. Sonaban los cristales rotos de las Guliavin pasó de un salto por encima de él, y apun
vitrinas de las casas comerciales. tando con la pistola en la obscuridad: traj . .. traj . . .
Allí se fué Guliavin, en un camión de tres tone A l lado de su oreja sonó una bala, el miliciano
ladas, con un destacamento de soldados y estudian moreno se lanzó hacia adelante e inmediatamente su
tes. bayoneta perforó el capote de un robusto oficial de
Latiguearon los plomos a la máquina, y un es policía.
tudiante montañés, de ojos azules, soltando la cari- E l carabinero que estaba junto a la ametralla
bina, con un quejido se agarró la cabeza perforadar dora se dio vuelta, la cara desencajada, los dientes,
Palideció Guliavin. golpeándole de susto; gritó: , ,
—¡Ah! ¡Diablos submarinos! ¡Muchachos, a ata —¡Me rin d o ... No me maten!
car! Detengan la máquina junto a la casa. Pero un golpe dado en la nuca con la culata, lo
E l camión subió a la vereda y se pegó a la paredr tiró sobre la ametralladora.
Saltó Guliavin: Miró Guliavin a los que estaban en el suelo.
—¡Tres voluntarios para bajar al traidor! —¡Arrastrarlos! ¡Los largaremos a volar!
Salieron un miliciano moreno, el chófer y un Los arrastraron por el techo cubierto de nieve,
obrero pecoso. balancearon el cuerpo del oficial y lo largaron hacia
Guliavin se lanzó al portón y gritó a los demás, abajo. Dió tres vueltas en el aire el capote gris, y la
mientras corría: nieve amarillenta de la vereda de Petersburgo se sal
—¡Herm anitos!. .. ¡ Seguidme! picó con las. gotas rosadas del cerebío.
P o r la entrada trasera, por la escala de servicia E l carabinero volvió en sí; se defendía, gritaba,
con olor a cocina (recordó Guliavin a Anuschka), su mordía los dedos; pero Guliavin lo tomó a través del
bió al techo. cuerpo, se agachó por encima de la barandilla y abrió
—¡Está cerrada la p u e rta !... ¡Con la culata!... los brazos. Sordamente sonó el cuerpo, y Guliavin,
¡Otra vez! ... alocado, se golpeó con el puño el pecho, y a toda voz:
Las tablas estallaron con estrépito y la obscurí- —¡O-ho-ho-ho-ho-ho! ...
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Lo otro sucedió en el salón del palacio de Tavri- bolcheviques, socialistas revolucionarios, el enigmá
cliesk. E l gordo Rodzianco, con la mandíbula tem- • tico Lenin, notas, anexiones, contribuciones, herman
blante, mojado como una foca, se presentó a pronun dad de los pueblos, mítines, manifestaciones calleje
ciar un discurso a los soldados que llegaron a la D u ras; y todo aquello la cabeza se lo tragaba con avi
ina. dez; hacia J a tarde, las sienes, le dolían irresistible
Sus palabras eran lastimeras, vacías, se pegaban mente por las palabras desconocidas y Guliavin es
a las paredes; pero a Guliavin le pareció que éstas tudiaba con dedicación un diccionario de terminología
ardían con el fuego de revuelta y maldad que ani política que le prestó un miembro del Soviet.
maba su corazón, y cuando Rodzianco dijo: Y por las noches de nuevo aparecía en los sue
—¡Soldados! ¡Nosotros, ciudadanos de un país ños el teniente Traubenberg. Y salía de detrás del
libre, moriremos por la libertad!, en el silencio for horno y amenazaba con los bigotes:
zado resonó el grito de Guliavin: “Aunque eres ahora diputado, te haré cosquillas
—¡Macanudo! ¡Tiene razón el del traste gordo! hasta matarte. Mi poder sobre ti es hasta la tumba.
Lo demás se confundió en una neblina roja de La pitonisa no te ayudó y el Soviet tampoco te ayu
incendio, disparos, cantos, locas carreras en automó dará”.
vil por las calles, silbidos, insomnios. Se despertaba Basilio y recordaba con sus gri
Recordó sólo al sexto día, cuando se sentó en la tos a Anuschka de su dulce sueño. Vivía donde
sala en un sillón de roble, en la mano una orden, y Anuschka por derechos de su diputación, y el iAge-
en la orden decía: niero Plajotin se mostraba muy conforme (por aquel
“E l portador de la presente, el minero camara entonces los ingenieros aun se mostraban conformes)
da Guliavin, Basilio Arteniievieh, es el diputado de y se vanagloriaba ante sus visitas: , ji
los marineros revolucionarios de la primera división —Tenemos de inquilino un diputado de los ma
de la flota. De lo que se deja constancia”. rineros. ¡Un héroe! ¡Mató a tres policías! > 1
Y comenzaron para Guliavin días extraños. Y los visitantes, como por casualidad, entraban
Lo pasado retrocedió hacia una neblina plomi a la cocina, miraban a Guliavin y le conversaban muy
za, se cubrió de un velo, y en su reemplazo vinieron amablemente; un fabricante de fósforos llegó a sen
elecciones, interrogaciones, fraccionamientos, jorna sibilizarse hasta las lágrimas y le dió un billete de
das de ocho horas, parlamentarismo, cuestión agraria, cien rublos:
departamento de instrucción, los mencheviques, los
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—Yo, camarada marinero, le estimo como un E l teniente, con la revolución, desertó del Pe~
producto genuino del . pueblo y libertador de la pa tropavlovsk y se escondía en Petersburgo en la casa,
tria del yugo del Zar. Tome para la revolución. de una tía.
Aceptó Guliavin. Compró con ese dinero una Se llenaron los ojos de Guliavin con una mal
bufanda de seda y un par de zapatos de* verdadera dad negra, marineril.
cabritilla americana para Anuschka (¿acaso Anuschka A pasos imperceptibles, como gato, siguió al te
no era útil a la revolución?) y los setenta rublos res niente.
tantes los gastó con una señorita desconocida en un Traubenberg llegó a una puerta, miró hacia los
cubil. lados, y como ratón se metió adentro, y el gato—G u
Conoció a la señorita una noche, én la Avenida liavin—detrás.
Nievskaia, y ardió en una pasión incontenible. E n el segundo descanso alcanzó al teniente.
Antes veía a esas sólo desde lejos, y con rabia se —¿Y qué, señor teniente?. . . ¿No quiso hacerme
pasaba la lengua por los labios. Sedas, encajes, per caso a la b uena?... Ahora terminaré con sus ju g a
fumes, sobre el cuello una delicada cadenita de oro, y rretas de cucaracha.
toda ella como un suspiro; hasta da susto abrazar. Traubenberg abrió la boca como un pez sacado
Pero todo resultó muy bien, y en el cuarto del a tierra y no dijo nada. Por un minuto se miraron
hotel, habiéndose librado, toda cubierta de moretones, a los ojos: turbios, los del teniente; furiosos, los del
de los férreos abrazos de Guliavin, y guardando el marinero. Luego el teniente movió los labios, los bi
dinero en la media, la señorita dijo, cariñosamente: gotes se erizaron, y le pareció a Basilio que. . . ya se
—¡Qué apasionado es U d .! ¡Sigamos siendo ami lanzarían a hacer cosquillas.
gos! Y le dió su dirección. Retrocedió con un grito, se agarró del cinturón,
Tres días después se deshizo de la pesadilla de y profundo, hasta las costillas, se hundió en el te
la cucaracha. niente el puñal finlandés del marinero.
De vuelta de un mitin, caminaba de noche fren Con un ronquido en la garganta se sentó T rau
te al cuartel de Ismailovsk y vió delante suyo una fi benberg en los escalones, y Basilio, castañeteando los
gura delgada metida en un abrigo negro sin charre dientes, escala abajo—y corriendo—a casa.
teras. A la luz de un farol reconoció al teniente T rau- Desnudándose, notó en la mano sangre coagu
benberg. lada. .
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No se entiende, sólo por el cambio de número, un hombre pelado, vestido de un paleto corto, sim
una diferencia tal en el sentido. ple—como un padre querido de sus hijitos travie
Decir por ejemplo “mesa”. E n singular, mesa, sos—, cuyos ojos llenos de astucia parecían taladrar
y en plural también, mesa, pero no una, sino muchas; el alma.
pero ahí resulta algo completamente diferente. Ancho de hombros, fuerte, no eran palabras las
Le preguntó Guliavin a un médico conocido; és que lanzaba a la marea humana, sino que eran tro
te se rió mucho y dijo que era un simple error de im zos de fierro fundido, y hablaba sacando hacia ade
prenta. Y en esto quedó. lante, rítmicamente, sus manos potentes.
E n el Soviet, Basilio se inscribió en la sección Y escuchándolo, sentía siempre Guliavin cómo
bolchevique. esas palabras de hierro golpeaban contra el cráneo,
L a gente más justa. Todos, sin excepción. y se inflamaba él con una furia obscura, con un ar
L a tierra para los campesinos, las fábricas para dor de batalla, entregándose íntegro a un huracán de
los obreros, a los burgueses encajonarlos, los pueblos, fuego. A -
hermanos, paz inmediata y nada de cruces de gue Y retirándose pensaba:
rra. —¡Hablar así! Con esas palabras se arrastra las
Y después lo que sucederá, no hay que adelan masas hasta el fin del mundo.
tarse. Cuando llegue, se pensará en lo que hay que E n la casa donde vivía Guliavin las cosas se com
hacer. plicaron.
Lo importante es que la gente no trabaje en el E l ingeniero Plajotin, el patrón de Anuschka,
aire, sino sobre una base firme, en vías de experi averiguó que Basilio se había afiliado con los bol
mento. i cheviques, y se disgustó. E ntró en la cocina, pero ya
Lo que no pudo aprender Guliavin fué hablar no le dió la mano, la escondió detrás de la levita, y
le al pueblo; hasta los, huesos le temblaban. G ritar meneándose sobre sus piernas gorditas, dijo:
“abajo” lo hacía bien, pero enhebrar las palabras en -—Le ruego, camarada, abandonar mi casa, por
una cadenita ardiente que amarre a las masas, eso no que me lie desilusionado de Ud. H e creído que Ud.
insultaba. era un héroe popular, y resultó simplemente un ele
Y sentía mucha envidia del camarada Lenin. mento inconsciente y además un espía alemán. L a es
Muchas veces había oído hablar en los salones posa del ministro visita mi casa, y yo mismo soy del
blancos del palacio de la bailarina Kschesinskaia, a
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partido central; así que es para evitar una colisión Un día por los Soviets, otro día en contra de los
de principios. .. traidores, por la hermandad, contra los Ministros-
Pensó epatar con eso de principios. Pero Ba capitalistas, y muchas otras misiones; luego comen
silio respondió: zaron en las fábricas a instruir a los obreros para la
—E n cuanto a principios, lo dejaremos; pero guardia roja, en el manejo de las armas.
explícam e... ¿por qué soy espía alemán? ¿De quién Se cansa Guliavin durante el día, y vuelta a su
soy espía? ¿Tú me pagaste', so hijo de perra? sofá de seda.
E l ingeniero retrocedió de un salto, e indicán E l sofá es corto y los resortes asoman como ba
dole a Basilio con un dedo: yonetas, toda la noche lo obligan a revolverse.
—¡Fuera de acá, siervo ingrato! Piensa que el burgués duerme, es claro, en su
Tembló Guliavin de rabia, dió un paso, y con cama blanda, con la esposa sabrosa al lado, más có
su mano morena descargó un puñetazo en la rosada modamente que Guliavin en el corto sofá — sin
mejilla del ingeniero. Anuschka además— ; pero si recuerda que el bur
-—¡ . . . tu madre! ¿Tú me pagaste? ¡Pues, recibe gués no tiene la conciencia limpia, que le pasan hor
tu anticipo de vuelta! migas por el espinazo y le tiembla el corazón, resulta
Plajotin se apretó el pómulo con el pañuelo, y quizá mejor el sofá.
corriendo se escapó hacia las habitaciones. E n julio el trabajo se hizo dificultoso.
Basilio se encasquetó la gorra sobre la frente, Los d¡el partido del centro se volvieron locos
tomó su bulto debajo del brazo, y se dirigió al So del todo, al menor descuido podían meterlo a uno
viet, donde el comandante. detrás de las rejas. Porque salió un decreto firma
—Acomódame, camarada, donde puedas, porque do por Kerensky, en que decía que Lenin vendió a
resulta que hubo un choque entre el pueblo y la aris Rusia por veinte millones y que todos los bolchevi
tocracia, y yo me quedé sin camarote. ques son traidores a la libertad.
Le designó el comandante un pequeño cuarto En los mítines, desde todas las esquinas salían
encima de la escala, con un sofá tapizado de raso ro silbidos y gritos tratando de interrumpir los discur
jo, y comenzó Basilio una vida independiente. sos, y anteayer en la calle Snamenca le ligó a Gu
L a vida es agitada. De día los mítines, los co liavin un palo en el cráneo que le llegó a obscurecer
mandos, averiguar, agitar. 'a vista.
Basilio se sintió ofendido.
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De noche vuelven de los mítines por la Nievs- sus gritos metálicos, se alinearon en hileras, en gru
kaia, y alrededor todos muy elegantes: de sombreros pos; respiraron con humo amarillo envenenado, se
hongos, y debajo de los hongos cuelgan en tres do poblaron de transparentes fantasmas humanos, se ilu
bleces. las nucas grasosas. minaron de fuegos ilusorios inexistentes. Por el N e
D an deseos de doblar de un golpe esas cabezas va, por los canales mástiles fantasmas sobre embar
hasta el vientre. caciones , fantasmas sobre olas irreales. De detrás
No son gente, ¡experimentos! de las dentadas paredes—fantasmas apuntan a la ciu
Escupe amargado Guliavin, y atravesando el dad cañones—fantasmas. Y la sombra de un centi
puente se dirige al edificio de la Academia, desde nela con la sombra de un fusil al hombro pasa soli
donde las antiguas esfinges contemplan con sus ojos tario de noche por el bastión, y escucha Rusia el gri
rasgados y llenos para siemlpre del estío africano las to de orden: “¡A-ten-ción!” Y en las sombras taci
aguas frías y negras del Neva. _ - turnas de los sombríos palacios se suceden las som
Se sienta en las gradas. Debajo de los pies el bras de unos zares legendarios. Violaciones, sangre,
rítmico murmurar de las aguas, y sobre el río se es opresiones, ejecuciones, deportaciones, venenos. . . Y
pesa la neblina. Mira Guliavin y se evaporan hacia en la noche blanca, fantástica, llega a la plaza del Se
las nubes, las casas, los puentes, los arcos sobre el río, nado el fantasma del Constructor con la sien perfo
y ya la ciudad no existe. rada, la bufanda muy apretada alrededor del cuello,
¡Y nunca jamás existió! ________ _____________ y haciendo muecas saca la lengua azul; mientras que
alrededor de el bailan cinco sombras en uniformes
del tiempo de Alejandro, sacando también sus len
Imaginación momentánea, irreal; ideas de un guas azules, en una mueca mortífera.
constructor imaginativo, delirio; sobre los fangos ne ¡No existe Petersburgo! ¡Jamás existió!
gros, sobre los pantanos movedizos, albergue de dia Hubo un delirio, una ilusión dorada de un im
blos, solas se levantan las rocas de granito, se mol perio nuevo en Europa, de una puerta ampliamente
dean en bloques cúbicos, se encaraman unos sobre abierta hacia un mundo brillante que atraía con sus
otros formando enormes edificios a lo largo de las marchas imperiales y estruendos de victoria.
líneas rectas de las avenidas, a lo largo de los cana Pero alrededor de la ilusión de granito crecían
les, de las plazas. Palacios, y cuarteles, cuarteles y alineados en grupos, enormles edificios: realidades se
palacios. A la orden del sargento, Petersburgo. bajo veras de hierro y acero, de hollín sofocante, de fue
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gos infernales, de estruendos y rugidos metálicos^ D urante largo tiempo está sentado Guliavin, y
donde esclavos doblados y silenciosos forjaban la por sus ojos porfiados de marinero pasan fuegos ama
fuerza y poder de los imperios-fantasmas. Y en me rillos, y los pensamientos taladran siempre lo mismo:
dio del silbido de las máquinas, del ruido de las po “E l mundo entero hay que reconstruirlo. De una ma
leas, sonido de los martillos, en el esplendor de los re nera definitiva. De una manera justa, nunca más
lámpagos de los hornos, bajo el estruendo de las palas guerras, sin zares, sin burgueses., y que cada uno pue
gigantescas, en el incendio que se elevaba hasta las da respirar libremente. ¡Pero sin revuelta será impo
estrellas, los esclavos fundían los metales en los hor sible! ¡Lenin es una cabeza! ¡Qué bien le resulta to
nos, y acumulaban en sus corazones furia y odio. Y de do! Nada perderemos fuera de las cadenas, y recibir
la ciudad-fantasma llegaban a la ciudad-realidad hom recibiremos, toda la tierra!”
bres desconocidos con palabras y folletos llenos del Y con estos pensamientos se le corta el aliento.
veneno de la desesperación. Se iluminaban entonces Contempla ante sí toda la tierra, enorme, redonda,
los ojos de los hornos con resplandores de ilusión V fértil, asoleada, un mundo infinito, rico, amplio, y el
entusiasmo. Por las mañanas aparecían en las pare mundo ese no es para Guliavin, sino para los demás
des hojas blancas con palabras ardientes. A los lla Guliavin; y echando una mirada a sus manos em
mados de las sirenas salían masas de miles y miles de betunadas le parecía oír el ruido suave de unas cade
esclavos e iban hacia el corazón de la ciudad-fantas nas sueltas.
ma; la noticia de la sublevación se derramaba como U n esfuerzo y. reventarán, y no estarán más.
una ola de muerte, y con olas de plomo se ahogaba Se levantó perezoso y se fué a su diván de raso.
a las masas hasta una nueva sublevación, hasta que Por el camino lo llamaban las señoritas que pa
finalmente el viento otoñal, tenso y porfiado^ la tor sean:
menta de octubre deshizo el mundo de opresiones, y —¡Caballero, deme un cigarrillo!
por primera vez en la historia se fundieron ambas ciu —¡Marinerito, ven conmigo!
dades. Pero Guliavin las miraba sombrío, y en respues
¡No existe Petersburgo!... ta sólo largaba improperios. No estaba como para
¡Existe una ciudad de los vientos de octubrel ^mujeres.
CAPITULO CUARTO
LOS A D O Q U IN E S D E J U L IO
quivocas intenciones que existían de rociar con sangre A mediodía, en las avenidas Liteinaya y Grojo-
a los manifestantes. vaya traquetearon los disparos salidos no se sabe de
¿Pero es posible atar una tempestad con una dónde.
hoja de instrucciones? Las ametralladoras sembraron las calles con plo
Y desde la mañana aparecieron por las calles, mos silbantes, y sobre el pavimento se estremecieron
erizando las bayonetas y arrastrando las ametrallado los cuerpos con espasmos de agonía. .
ras, compañías, destacamentos, grupos, hileras. Desde las veredas el rebaño de elegantes se lan
Atravesaron las avenidas, veloces y rugientes, zó con gritos hacia las. casas, perdiendo bastones y
los camiones, y desde los camiones, voces llenan de sombreros, atropellándose unos a otros.
pasión y venganza: Y reemplazándolos desde todas las esquinas:
¡Abajo los ministros capitalistas! cadetes, oficiales, policías. •
¡Viva la paz inmediata! Estos sabían bien lo que había que hacer, traba
\ sobre las veredas se aglomeraba la multitud jaban en terreno conocido.
elegante, y en sus caras, tras la palidez verdosa, aso E n los cruces de las calles detenían a los auto
maban sonrisas despectivas. móviles y a los manifestantes, les. quitaban los estan
—Los siervos quieren llegar al trono. dartes, los rifles y ametralladoras, los apretujaban
¡Hace tiempo que no los azotan! Les cicatri contra los edificios y les pegaban fuerte con las cu
zaron las espaldas, por eso tontean. latas. - ., ,
—¿Tontean? Y Basilio, desesperándose sobre el camión, veía
—¿Y si Guliavin y miles de Guliavin no tienen que con todo el odio y toda la ferocidad es imposi
ya corazones, sino carbones rojos en el pecho, que ar ble actuar, porque no había directiva, no había plan.
den con el odio acumulado tras de siglos? ¿Qué batalla, sin comandante, sin estado mayor,
Pero en el verano sofocante se esfumó el fantas euando nadie sabe lo que hay que hacer, dónde ir?
ma de la primera sublevación. Lo principal es organización.
\ el reblandecido asfalto, y los adoquines cal Recordó cómo decía Lenin:
deados de julio, absorbieron la sangre de los bolche —Camaradas, nuestra fuerza está en la organi
viques, como lo hicieron antaño con la sangre noble zación.
de los obreros en las revueltas de octubre y ener». ¿Dónde está la organización? ¡Eh!, se durmieron
los cabecillas y entregaron el asunto en manos de los
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42 BORIS LAVREÑEV VIENTO
tambaleándose, del sofá, recogió del suelo la gorra do, del soviet y de su diván, a la fábrica, a casa de un
partida en dos y manchada de sangre. viejo tornero.
Por lo que me ayudaron, les. agradezco. Y en Y se entregó entero a su nueva ocupación.
cuanto a la revuelta, esto aun no es todo. ¡Más adelan Hacía traspirar a los guardias rojos; hasta tarde
te sera peor! Pero ya no será mía la cabeza que se en la noche los matirizaba con aquello de: carreras,
pierda. ¡Adiós! punterías, ataques, formar cadenas, disparar al blan
Y salió. co.
Pero llegando al Soviet se sintió indispuesto de Y cuando en septiembre se pasó revista a los
bido a la pérdida de sangre, y hubo de ser traslada grupos de guardias rojos, el de Guliavin recibió una
do al hospital. distinción.
Una semana perdió en el hospital, hasta que a Corrían días anormales, revueltos, rápidos.
través de toda la nuca se extendió una cicatriz larga Se acercaba el otoño.
y rosada. De la bahía volaban nubes grises, bajas; se le
^ cuando se mejoró, el comité lo destinó a una vantaba el agua en el Neva; la empujaban los vien
fábrica metalúrgica como instructor de la guardia tos silbantes; y frente al puente de Nicolás anclaba
roja. el crucero “Aurora”, bajo, gris., y a pesar de su in
Comenzó Basilio a fijarse con interés en la vida movilidad, impetuoso y amenazante como el viento.
<le la fabrica. Poco sabia de fabricas, sólo por lo que Y el viento olía a humedad y a sangre.
había oído. E n los primeros días de octubre, Basilio fue apre
Creció en un pueblo abandonado, entre pesca sado y conducido a la fortaleza de Pedro y Pablo.
dores; en el pueblo corría la voz de que los de las D urante el interrogatorio, el capitán, con la cinti
fábricas eran tunantes, holgazanes y borrachos. D el ta negra y roja a través de la manga, pretendió abo
pueblo a las fábricas se iban sólo los inútiles, los más fetear a Guliavin en vista de una respuesta imperti
borrachos. nente; pero tropezó con los ojos pardos, insolentes de
Pero en la fábrica conoció gente atinada, severa, éste, se sonrojó y bajó la mano.
que pensaban lentamente pero con firmeza, y que Tres días después Basilio, a petición del comi
¿sabían de todo, mucho más que él mismo, Guliavin. té, fué puesto en libertad y de nuevo enviado a la fá
Tanto le gustó, que muy luego se trasladó del to brica.
BORIS LAVREÑEV VIENTO
Con los vientos otoñales crecía y se ensanchaba •—¿Dónde están los ministros? ^ _
la tempestad en los corazones humanos, y durante __Xos. rendimos, camarada—respondió alguien
las instrucciones, los milicianos rojos perforaban con levantándose del sillón y frotándose nerviosamente
las bayonetas los sacos de paja con tanta furia, como las manos.
si éstos fuesen seres vivos y representasen todo aque —¿Dónde están los ministros?—te pregunto.
llo que los hombres, ennegrecidos al lado de los tor —Nosotros somos los. ministros.
nos, aprendieron a odiar. Y habiendo oído esta respuesta, no pudo creeilo
\ sucedió aquello una noche tormentosa, cuan Basilio. .
do en la enorme plaza las ventanas de los palacios se Tan pequeños, lastimosos y perdidos eran aque
reflejaban en los charcos en forma de largas agujas llos hombres pálidos pegados a los respaldos de los
doradas; y el agua del Neva atacaba rugiendo el o-ra- sillones, que Guliavin por nada pudo convencerse dé
nito del malecón. que éstos eran verdaderos ministros. ^
E n grupo cerrado los milicianos rojos y los sol A su corazón tormentoso le parecía que el regí-
dados rodearon la plaza. * . men secular derribado por las balas de los. guardias
Desde los caserones volaban silbando las balas, rojos debía de ser representado por hombres enor
y en respuesta, los proyectiles de los rojos se incrus mes, fuertes, del tamaño de las columnas del pala
taban en las carnes purpúreas e hinchadas de las pa cio.
redes palaciegas. Y cuando por fin se convencio de que estos eran
E n los infinitos 25fisadizos y corredores de los los. ministros, escupió con desdén sobre la alfombra
palacios se agolpaban los cadetes sin saber qué ha persa, y dijo mirando a los ojos del ministro: ^
cer; y en los sillones quedaron taciturnos e inmóvi _-Y por estos mocosos hubo tanta porquería?
les los ministros sentenciados. ¡Reptiles de colas mojadas! __
Aun tenían esperanza, pero cuando las paredes E n octubre suspiraron pesarosos los cánones de
temblaron, y el viento del Neva trajo el ruido ensor Moscú. De noche el fragor de los incendios ilumina
decedor dé los cañones marinos y los gritos de terror ba el paseo de Tversk y la avenida Povarskaya.
de la plaza, comprendieron que no tenían nada más Seis días suspiraron los cañones, y durante seis
que esperar. días, como antorchas, iluminaban el combate los in
Guliavin entró entre los primeros al palacio y cendios de las casas, que nadie apagaba.
entre los primeros llegó al salón de sesiones. ’
48 BORIS LAVREÑEV
duro!. . . ¡No nos desengañe! Ahora toda la espe •do sobre el alféizar.
ranza está en Uds., los marineros, los que están en - O y e , camarada, tú tienes por acá un jefe de
el frente. Ud. conoce todo lo que se refiere a batalla, Estado Mayor para mí.
y es un honor para Ud. aceptar todo el peso de la Sonin se apuró en tragar la salchicha.
responsabilidad. —¡ Stroyev!. . . ¡ Stroyev!. .. ¡V enga!. .. Llegó
Basilio apretó la mano seca que le estiraban, y Guliavin.
leyó el papel que recibió: Del cuarto vecino apareció un adolescente del
“E l camarada Guliavin, jefe del regimiento de gado, de mediana estatura, de anteojos, usando un
marineros, se destina a la Ukrania con la tarea de ac abrigo largo de oficial de artillería, sobre cuyos hom
tuar en las líneas del frente contra los ejércitos blan bros aun brillaban restos de las charreteras corta
cos y contra los destacamentos alemanes. Al cama das. ,
rada Guliavin se le confieren poderes amplios en el —¿Ud. es Guliavin? ¡Mucho gusto en cono
regimiento, incluso hasta fusilamiento en caso nece cerle !
sario. A los Soviets locales se les obliga ofrecer al re Guliavin miró su cara infantil, rosada, su abri
gimiento una colaboración amplia en lo que se refie go elegante, y preguntó:
re a proveer de alimentos y municiones, bajo peligro —¿Tú, de dónde procedes, camarada?
de ser sometidos a la Corte Marcial en caso de no —¿Yo? De la artillería. ¡Alférez!
cumplir esta orden”. Basilio contrajo el ceño. ¡Magnífico! ¡Bolche
—¿Comprende la tarea?—preguntó el hombre vique y alférez! ¡Por primera vez veo tal cosa! ¡J a
encorvado. más me tocó!
—¿Por qué no comprender?—respondió Gulia —¿Qué, hermanito, al parecer perteneces a la
vin con rudeza. clase de los pájaros blancos?
—¡Sí, hay algo m ás!.. . Le destiñamos un jefe —¿Ah, Ud. se refiere a eso?. .. Sí, al parecer
de Estado Mayor. E s del partido y conoce su traba soy de esos pájaros. . . ¿Caso raro, verdad?... Aho
jo. Pase donde el camarada Sonin, él se lo presen ra pongámonos de acuerdo dónde encontrarnos en la
tará. estación.
Se fué Guliavin al gabinete del camarada So —¿Dónde? Sencillamente en el andén militar.
nin. Verde por la trasnochada, el camarada Sonin Pregunta por el destacamento de Guliavin, cualquier
masticaba con furor una salchicha ahumada, senta- perro te indicará.
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52 BORIS LAVRESEV
VIENTO 53
—¿Cuándo nos vamos?
—¡Ojalá fuera hoy mismo! Con tal que nos den una insistencia tranquila que no admitía réplicas.
una locomotora. Lo miró Guliavin, y pensó:
—En tal caso corro a arreglar mis cosas. A las —E n verdad el mozo es activ o ... ¡Qué mila
seis regresaré. gro! /
Guliavin miró atentamente en pos del que se Stroyev se acercó con tres marineros:
fué. —¡Camarada G uliavin!.., Autorice usar otra
—¡Camarada S onin!... ¿Para qué me destina plataforma porque no hay dónde colocar toda la
ron un oficial? ¿Qué no seré capaz de arreglármelas carga.
solo? ¿O acaso no me tienen confianza? Basilio se rascó la nuca:
—¡No tontees, Guliavin! E l jefe del Estado Ma —¡Está bien!. .. ¡Pide otra!. . . Y además, lier-
yor tiene que tener cabeza. ¡Tú mismo lo sabes! manito, aquí en mi regimiento nada de “U d.”. Allá
-—Algo demasiado raro el pajarraco. . . ¡Oficial tú con tus costumbres delicadas que aprendiste, pe
soviético! ¿Y si traiciona, quién sería responsable? ro aquí somos marineros, como hermanos to d o s...
—¡No temas! ¡No traicionará! Respondo por él Xa da de delicadeza. ¿Cómo es tu nombre?
como por mí mismo. —¡Micael!
—¡Viviremos, veremos! Sucede que el piojo se —Bien, así te llamaremos—. ¡Mischka! Y a mí
come al oso. ¡Adiós! Mal me huele esto. llámame Basilio, sin nada de títulos.
Se fué Guliavin a la estación. Cargó los desta Stroyev miró atentamente los ojos de Basilio,
camentos, las armas, los cartuchos. se sonrió y dijo con tranquilidad:
Juraba, amenazaba con el revólver, se enfure —¡Está bien. Así será!
cía. Y dos semanas después, cuando cerca de Kono-
A 1as seis en punto llegó Stroyev. top. Stroyev. con sólo el fuego de la artillería sacó
C 011 una maletita chica* y una carabina japone- j de sus posiciones a unos bandidos reforzados por los
sa. Los tiro al vagón y desde este mismo momento austríacos y se lanzó adelante al ataque, en el cora
comenzó a tomar parte en la carga. zón de Guliavin se rompió el último hielo.
Donde Guliavin tenía que ju rar por media lio- .] Después de la batalla, se acercó Basilio a Stro
ra, Stroyev lo arreglaba en cinco minutos gracias a yev y golpeándole en el brazo, dijo:
¡Macanudo, hermanito! ¡Que se te pudra el
¡liiia! Discúlpame: no te he tenido mucha confianza
54 BORIS LAVREÑEV VIENTO 58
durante todo este tiempo. Siempre te observaba, por Pero Stroyev, a causa de la risa, no podía pro
si hubiera que alojarte una bala en los intestinos. P e nunciar una palabra. P or sus mejillas corrían lágri
ro ahora veo qué clase de mozo eres. mas, se asfixiaba, y sólo dejaba escapar gruñidos en
Y con fuerza besó a Stroyev. trecortados.
Desde entonces todo en el regimiento se hacía -—D éjate de relinchar, diablo. ¿Qué sucede?
como lo ordenaba Stroyev, y Guliavin exigía de Ios- —¿Quién lo inventó?—preguntó por fin Stro
marineros una obediencia sin réplicas. yev, tranquilizado.
—Nada de “ ...o rd en a el Jefe del Estado”, lo —¿Cómo quién?.. . ¡Toda la hermandad!
mando yo. ¡Ni una sílaba! ¡Chist! ¡Disciplina férrea! —¡Escucha, B asilio!... ¡Esto es un disparate!
¡Revolucionaria! Se van a reír de nosotros. No es un título para un
Una sola vez tuvo Basilio un disgusto con su je regimiento, sino todo un museo de curiosidades.
fe del Estado Mayor, por un asunto sin importan —¿Qué es eso de museo?. . . ¿Qué disparateas?
cia. —¡Pero si es para la risa! ¿Qué es eso de “in
Se les ocurrió a los marineros ponerle un nom ternacional” ?. .. ¿Por qué internacional? ¿Por qué
bre al regimiento. Les parecía demasiado sencillo r mortífero? ¿Para qué eso de “odio proletario” ? ¡Pe
“Regimiento de marineros”. ro si es. un absurdo de analfabetos!
Pensaron, pensaron y llegaron finalmente a: Fué entonces cuando Guliavin se enfureció con
“Regimiento internacional, marineril, veloz, su jefe de Estado Mayor.
mortífero, del odio proletario”. —¡ . . . tu madre, so diablo! ¡Cierra el pico! P a
Y fueron donde Basilio a pedir permiso; Basi ra la ris a ... Tienes que hincarte y no reír. También,
lio lo concedió. instruido, de los elegidos. L a gente lo inventó de
Pero cuando Stroyev oyó aquel título, dejó caer todo corazón, porque por primera vez van a la muer
el cigarrillo de la boca, cayó sobre el sofá y duran te por su propia c a u sa ... ¿Y es necesario que sea
te cinco minutos no pudo dominar unas carcajadas bonito? R e írse ... Aunque vienes con nosotros, tie
convulsas, mientras que Guliavin le miraba perplejo nes, hermano, alma de amo. “Desprecio su ignoran
e irritado. . . cia”. Pero tú no desprecies... T rata de comprender
—¿Qué relinchas, M ischka?... H abla de una¿ el alma humana. Después de siglos, pelean no por el
espinazo del amo, sino por su propia libertad.. ., se
necesita, pues, que sean palabras que quemen como
56
BORIS LAVREÑEV v ie n t o 57
fuego. Analfabetos, pero honrados. Y si quieres reír- Se hacía imposible mantenerse en Ufcrania: los
e, ándate a la mierda. Aquí tienes el camino libre y alemanes barrían y aplastaban las divisiones mal ar
una bala por detrás.
madas del ejército rojo.
Pronunció todo esto Basilio, y llegó a asfixiar Había que retirarse, y Basilio aun no resolvía
se. JXo estaba acostumbrado a discursos largos. si hacia el Sur o hacia el Norte.
Stroyev abrió sus ojos grises, claros, v miraba E n la casucha, a la luz de una lamparita a ke
la boca de Guliavin. Su cara se contrajo en'un mue rosén, se agacharon sobre un mapa caras ennegreci
ca rara y perpleja, se levantó del sofá, y la sangre das y curtidas por el viento.
que le subió a la cara la tiñó de rojo de fuego. ' Indicaban sobre el mapa gastado, dedos mu
*un Paso hacia Guliavin. v le estiró la mano grientos. y callosos.
—¡Ao te enojes, B asilio!... Por supuesto que —Mi opinión es que al Norte no hay para qué
u tienes razón. Es verdad que 110 he pensado en es intentar. Antes de que alcancemos a llegar a Jarcov,
to A o te enojes y disculpa mi risa. Se me salió in lo habrán ocupado los alemanes. Nos veremos obli
voluntariamente. ¡Trae esa mano! gados a seguir a Voronech, y según noticias, desde
Pero Basilio se apartó enojado. allá vienen los cosacos. Tenemos un solo camino: ¡a
— quiero! ¡Me has ofendido demasiado! H e Sebastopol! ¡Aquello está en poder de los Soviets!
connado mucho en ti. mientras «pie tú por dentro .si ¡La flota, los marineros: todo nuestro y nuestros!
gues siendo un amo. Piénsalo, puede ser que hayas —¿Esta es tu opinión, Mischka?. . . ;Y qué dis
equivocado tu camino; y salió, fruncido, del va^ón. curren Uds., hermanos?
Recién hacia la noche Stroyev consiguió ser "per Los comandantes estaban de acuerdo con Stro
donado, y aun así, durante un par de días entre Ba -7 yev.
silio y el flotaba una sombra. —Al mismo tiempo, el invierno en Crimea no es
S°,f) en Ios días siguientes, cuando durante unas muy duro—agregó uno, encendiendo un cigarrillo.
batallas pesadas y porfiadas Stroyev impartía órde —¡Y basta! ¡Mañana salimos! ¡Ahora a dorm r!
nes tranquilas y rápidas, librando al regimiento de Se puede roncar. Los alemanes están lejos.
situaciones difíciles, todo el disgusto se disipó Los comandantes salieron. Guliavin se sacó el
Después de la batalla de Nicolás, de noche, en abrigo y se sentó para descalzarse. Stroyev engrasa
a aldea Kopany, Guliavin reunió un consejo mili ba el Máuser amohosado.
tar de los comandantes de compañías y batallones.
58
BORIS LAVREÑEV
_bü ___ __ ____________ BORIS LAVREÑEV Se fija Basilio en Mischka, y é¡>te, sentado, ca
—¿Y tú, quién eres?—preguntó al fin. llado, los ojos clavados en la atamán, unos ojos como
agujas; de acero, malos, perforantes. L a cara, como
Ella sacude la cabeza, y dice brevemente:
—¿Y o ?... Liolka. piedra. r
Se disgustó Guliavin. —¿Qué te parece? ¿Tomaremos a la atamán?
—¡No bromees! Pregunto en serio. ; 3)e dónde Stroyev sólo levantó los hombros.
V quién eres? —Y bueno, atamán, quédate. ¿Dónde está tu
—I)e Odessa, hija de mi papá. gente? /
TT /
i se ríe. —L a gente, los repartí en las casas, y yo, mien
—¡Sé que hija de tu papá! ¿En qué te ocupas, tras, estoy sin ubicación.
para qué vienes? —¡Quédate entonces acá! U n poco estrecho, pe
E n Odessa jugaba con los muchachos, ahora ro es todo lo que hay. '
recorro el mundo. Se sentó la atamán sobre el banco, se sacó la pe
Se enojó Guliavin. lliza. quedando sólo con la blusa. E l seno redondo
—¡Habla claro, muñeca infernal! ¡Déjate de far distiende la blusa. .
sas ! Se levantó Stroyev, salió de la casucha. Basilio,
¡En serio, soy ataman! Me distraigo, v junto detrás. ,
conmigo se divierten unos cesantes. E l destacamento —¿Por <pié te enojas, Miguel? ¿No te gusto la
de lá atamán Liolka. atamán ?
—¿Tienes mucha gente? —¡No, nada!—pero con voz fría, cortante: —E n
—P ara mi vida me alcanzará. H abrá unas trein verdad estoy en contra de esta atamán. Eres impru
ta cabezas. E ran más, pero hace unos días, cerca de dente» Basilio. Llegó una hembra, el diablo sabe quién
Ochakov, los diezmaron. Ahora nuestro camino es ha es, de dónde viene, y de qué destacamento se trata.
cia C rimea. ¿’Y tú, qué clase de general eres? ¿Para qué juntarla con nosotros? Que se vaya por
Se rió Guliavin. su camino. No hay para que tomarla bajo nuesti a
_’ ¿Yo? Comandante soviético. También vamos responsabilidad. .
hacia Crimea. Llevamos el mismo camino, agrégate. —Ya comenzó a prever peligros. M ujer, como
Te nombraremos ayudante. ¿Qué, Mischka, será un cualquier mujer. Siendo que pelea contra los bur
buen ayudante? gueses, es ayuda nuestra. •
€2 BORIS LAVREÑEV VIENTO 63
-—A mí me da lo mismo. ¡ Mas no te arrepientas atamán con sus dedos de fierro, y absorber con los
después! labios, los de ella, rojos como tomates.
—Nada. No habrá de qué arrepentirse E l cuerpo siente calor. De rabia escupió Gulia
Regresaron al cuarto. Stroyev, de inmediato se vin.
estiró sobre un banco detrás de la mesa a dormir. Ba —¡T ú . .. demonio!
silio se encaramó sobre el horno. E n el suelo algo se movió, y Guliavin oyó mur
La atamán trajo del patio un colchón, lo estiró murar a la m ujer:
en el suelo, sacó im cubrecama de seda en colores vi —¿No duermes, general?
vos. con encajes. Y murmurando, respondió:
—Un cubrecama digno de zares. ¿Preparas la —¿Y a ti, qué te importa?
dote ? . —¡Si no duermes, ven debajo del cubrecama, te
—Me lo fabricaron la madrecita noche y el pa- calentaré!
drecito puñal. Como si hubiera sido un rayo que alcanzara a la
Se sentó la atamán en el suelo, se trenzó el pelo, casucha.
se sacó la blusa. Unos brazos delicados, rosados, re Sin ruido, como gato, descendió Basilio. Levan
dondos. Los pechos, debajo de la camisa, se estre tó la punta del cubrecama. Olor a hembra: dos bra
mecen como pájaros. z o s torneados se avanzan y los labios de la atamán.
—¡Apaga la luz! ¡Más libertad para desves Y sobre el banco, detrás de la mesa, asimismo
tirte ! sin ruido, Stroyev se apoyó sobre el codo.
-—¿Para qué? Cuando me acueste la apagaré. Miró en la obscuridad, meneó la cabeza y volvió
Se envolvió en el cubrecama y sopló la lámpara. a acostarse.
E l cuarto quedó en la obscuridad. Sólo el viento P or la mañana partieron por el antiguo cami
soplaba en su derredor frotando la paja del techo. no de Jerson hacia el río Dnieper, hacia el pasaje de
Guliavin no puede dormirse. Se revuelve sobre Aleschkov.
el horno. Siente angustia. Pasan delante sus ojos los Antes de partir, Guliavin revisó el destacamento
hombros desnudos de la atamán y sus senos erectos. de Liolka.
Sintió un vuelco en el corazón. Hace tiempo que Treinta hombres, todos a caballo, los caballos
Guliavin estaba sin hembra; y el cuerpo exige. P ara bien nutridos, fuertes, al parecer de las colonias ale
esfio vive el hombre. Ah, apretar las caderas de la manas. Los hombres: unos demonios. Sin lavarse,
64
BORIS LAVREÑEV
* 4É&
sucios, en los dedos anillos con brillantes, cada uno Ella me responde:
con reloj de oro y cadena, gorros, chaquetas, de cue —Duele la cabeza.
ro, en fin: completos.
Stroyev, mientras revisaba el destacamento, se Miró a Stroyev, y estirando un vaso, gritó:
ponía sombrío. Su cara abierta e infantil se contrajo, —¡Bebe, hermosa niña! Que ya se te cae la baba.
y sus labios expresaron una mueca de desprecio, No contestó nada Stroyev, y dirigiéndose a Ba
cuando Guliavin, dándose vuelta, dijo:
¡Brava muchachada! ¡Al fuego y al agua! silio:
—Tengo que hablarte. ¡Algo serio!
Stroyev se quedó callado, no respondió.
—¡Bueno, habla!
E n .lerson permanecieron dos días, esperaban —Salgamos al cuarto vecino.
que el hielo endureciera. Recién llegados a Jerson, Salieron. Stroyev comenzó a pasearse, nervioso,
se dispersaron los jinetes de la atamán, y al anoche- de un rincón al otro, y luego de frente a Basilio:
°ei volvieron con bolsas llenas que colgaban de las .—¡Es. un asunto sucio! ¡Recién vengo del Soviet!
monturas.
¡Es infame y vergonzoso! Nos acusan de bandidaje.
Al día siguiente, lo mismo. Dicen que nuestra caballería robaba en las casas y
Por lo noche, borrachos, cantaban la “Mauzarji- hasta a los obreros. E n los suburbios un sinvergüen
ta ” y despilfarraban • el botín. Y más anillos sobre za mató a una vieja por un par de aretes baratos.
los dedos negros, y—lo que jam ás había sucedido en Esto irritó a los obreros. Dicen que los. ejércitos so
el regimiento de Guliavin—, los marineros también viéticos son unos bandidos. ¡Te he advertido! Te he
tomaban parte en la repartición. rogado no aceptar e s a ... no terminó la frase, sino
Pero solamente unos diez hombres se tentaron. que se contrajo en una mueca de desprecio.
De noche volvió de la ciudad Stroyev, y encon —¡Oh! ¡Ño te exaltes! ¿Qué tiene ella que ver
tró en el Estado Mayor a Basilio con la atamán. L a con eso? Su gente es indisciplinada, esto es verdad.
atamán estaba sentada, desabrochada, ante una bo Pero si es mujer, no ha sabido enderezarlos. Maña-
tella de vodka, y en un falsete muy alto cantaba: ua yo mismo los apretaré. . ., quedaran como seda.^
__¡Es que al fin y al cabo no es esta la cuestión!
Pregunto yo a Maschka: No es para nuestras filas esa canalla. ¿Y ella quién
—¿Qué vas a tomar? es? Una cualquiera de la calle.
Se enojó Guliavin.
66 BORIS LAVREÑEV VIENTO 67
—¡Mira, Mischka! De nuevo tus conceptos de atamán y las oprimió. Jamás pensó Guliavin que el
noble. Según tú, una cualquiera de la calle no es una mozo tuviera tanta fuerza, pero viendo palidecer la
persona. ¡De nuevo pelearemos! cara agitada de la atamán, comprendió que eran dos
—¡No es en absoluto lo mismo! ¡Esta vez no ce tenazas las que oprimían las manos de Liolka.
deré! Aunque hubiera sido tres veces peor, pero si E lla trató de librarse, pero sólo murmuró:
hubiese llegado a nosotros porque la revolución que —Déjame, te digo.
mó en ella todo el pasado, habría sido yo el primero Pero Stroyev se dió vuelta hacia Guliavin y di
en aceptarla como a un amigo. ¡Pero, tú, fíjate! ¿O jo con tono indiferente:
es que te cegaste? Si es una simple asaltante. Para —Te agradecería hicieras uso de tu autoridad
ella todo eso de que hablamos: revolución, lucha, só de comandante.
lo significa un ricachón a quien robar y luego matar. Guliavin se acercó, tomó a Liolka del escote.
¿Entiendes? A ella lo único que hay que hacerle es —¡Mira!. . . ¡No te metas en lo que no te im
ponerla contra la pared, y junto con ella a toda su porta! ¡No tienes nada que hacer aquí! ¡Anda, ni-
pandilla. Por unos así se arruina nuestra empresa. ñ ita ! , {
E xijo que la alejes del regimiento. Por lo dem ás.. . L a llevó hasta la puerta y de un rodillazo hizo
Stroyev esbozó una sonrisa de amargura. •volar a la atamán como una pluma.
-—Esto quizá está por encima de tus fuerzas.. Guliavin cerró la puerta tras ella y se largó a
Una hembra cóm oda..., no hay que andar bus reír.
cando. —¡Una verdadera batalla! ¡Qué guerrera es!
Basilio se sonrojó-y se enfureció. Pero no al Stroyev le miraba asombrado.
canzó a abrir la boca, porque la puerta se abrió con —¿Y qué? ¿Después de esto, tampoco la despa
estrépito de par en par, y Liolka entró como un tor charás?
bellino. -—¡N o !... ¡Yo soy el comandante y respondo
Y derecho a Stroyev: por mí! Y no te metas en mis asuntos. Y si me en
—¡Ah, tú. excremento de chancho!... ¿A mí redé con ella, también es cuestión mía, y no tuya. Me
contra la p ared ?.. . ¿Qué comandante eres tú, semi da lástima la mujer, y tú jamás sientes lástima por
lla burguesa?.. . ¿Yo una cualquiera? ¡H abla!-—Y la gente. A ella hay que ayudarle para que se haga
pescó a Stroyev del pecho. buena, y no echarla. ¡Jamás esperé que fueras tan
Tranquilamente tomó Stroyev las manos de la chancho!
68 BORIS LAVREÑEV
-—¡Basilio!
—¿Qué Basilio? ¡Hace veintiséis años que soy
Basilio! ¡Te diré la verdad de frente! ¡Quiero a esta
hembra por su valentía!
—Puede que por algo más.
' . CAPITULO SEPTIMO 1
—¡También puede ser! ¡Esto lo sé yo!
Bueno, si no quieres escucharme a mí. piensa
en el regimiento. Ella nos enredará en algo grave. LOS CLAVOS
Tú puedes exponerte, conmigo también puedes ha
cerlo, pero arriesgar centenares de hombres por una Una mañana de invierno fría y cristalina, el re
hembra de cama, es inadmisible. gimiento atravesó el Dnieper congelado, y serpen
—¡Eh! ¡Eh! ¡Qué susto! ¡Basta! ¡No deseo es teando por el antiguo camino de Perekopsk, se esti
cuchar a maestros! ¡Sé dar instrucciones! ró hacia Crimea.
¡Haz lo que quieras! Pero desde ahora soy só Guliavin cabalgaba al frente del regimiento,
lo Jefe del Estado Mayor. Fuera del servicio somos sombrío y enojado.
extraños, y en la primera ocasión me iré. Stroyev cumplió la palabra y dejó casi de con
¡Andate al diablo!... ¡Gran desgracia!... versar.
Guliavin se dió vuelta y se fué tranquilo donde Comenzó a tratar de “LTd.” y todo muy oficial
la atamán. mente :
—“Como Ud. ordene, camarada comandante”.
■“Mi opinión es tal, camarada comandante”, y fuera
de eso imposible sacarle una palabra.
Desagradable.
Guliavin se siente muy molesto, porque llegó a
querer a su Jefe de Estado Mayor, y ahora esta di
ficultad . . . - 1*' :^
Solo se estaba recriminando que por una hem
bra tanta dificultad.
70 BORIS LAVREÑEV VIENTO 71
Se volvió en la silla, y miró hacia atrás. —No estoy enojado. . . Sólo que te desviaste del
Allá lejos, al final de la columna, montaba Stro camino, Basilio, y a todos nos tocará responder por
yev en medio de los marineros. Tranquilo, como si esto.
nada sucediera, parecía bromear, se reía. Guliavin se agachó de la montura.
“Qué carácter de fierro”, pensó Basilio, y tor —¡M ischka... hermanito! Aquí tienes mi pala
ció la izquierda. bra: llegando a Simferopol la mandaré al diablo. P e
Sobre una yegua alazana de patas delgadas, mon ro por ahora es mejor que siga con nosotros. Los
taba Liolka en postura gallarda. Pantalones rosados tenemos a todos bajo nuestra vigilancia, y al mismo
de húsar, y mejillas como una puesta de sol. tiempo hacen número. De los nuestros no quedan
“Hembra como una zarina”. ¿Y por qué le dis muchos. Salimos mil de Moscú, y ahora son apenas
gusta tanto a Stroyev? Es buena la atamán. E n las quinientos. Pero en Simferopol la mandaré a la m. . .
noches frías de invierno, colma de cariños. ¿Cómo se —¡Y bien hecho será!
pararse de ella? —Bueno, dame la mano.
Guliavin torció hacia la cola de la columna, don Se estrecharon las manos. Stroyev sonrió de
de estaba Stroyev. nuevo con esa Sonrisa suva, infantil y franca, y B a
Se acercó hasta rozarse con él. y le miró. silio rió alegremente.
L a cara de Stroyev hace tiempo que perdió su —¡E ra tiempo!
expresión infantil, palideció, adelgazó* y el cansancio Huasqueó el caballo y se fué de nuevo a la ca
y el esfuerzo han marcado surcos profundos al lado beza del regimiento.
de los labios. La atamán—una mano en la cintura—se ríe.
Y los ojos, como los de una liebre torturada. —¿Buscando la amistad de tu mocoso? ¡Gue
Y viendo al amigo, sintió Guliavin cómo una rrero !
ola de lástima le invadía el corazón. Guliavin se le acercó a todo galope, haciendo
Puso la mano sobre la rodilla de Stroyev. retroceder la yegua alazana, y levantó la huasca.
—¡Mischka!. .. ¡ Mij ail! ... —¡Tú. canalla!.. . ¡Cierra el pico, ramera! ¡Una
— ) Qué ? palabra y te rompo el espinazo con la huasca! ¡Co
-—¡No estés, enojado, hermanito! ¡Me destrozas noce tu lugar!
el corazón! ¡Si yo te quiero! Liolka trató de echarlo a la broma:
Los pliegues de la cara de Stroyev temblaron. —¡Me asustaste, héroe!
72 BORIS LAVREÑEV VIENTO 73
L a huasca silbó en el aire, Liolka apenas alcan —¡Problemita!.. . ¡Un juguete! ¡Con cañón la
zó a quitar la cabeza, y la huasca, como navaja, cor canalla!
tó la chaqueta de cuero sobre el hombro causánd ole —¡Xada, a los alemanes con cañones y todo les
un dolor atroz, mientras que Guliavin, echando es hemos vencido! •
puma por la boca, parecía enloquecido. —¡Esto es verdad!
—¡C allarse... re p til!... ¡Mataré! Quedó pensativo Basilio. Luego de golpe se ilu
Del grito salvaje hasta los caballos se espanta minó : .
ron, y no se sabe cómo habría terminado todo aque —¿Quinientos marineros y temerle a los cade
llo, si un centinela no se hubiera acercado a todo ga tes? Dennos mil, siempre los arreglaremos.
lope desde las lomas cubiertas de nieve. —¡Bueno, M ischka!... ¡Ordena! ¡Es tu tra
Desde lejos gritaba: bajo!
—¡Comandante!. . . ¡G uliavin!... ¡E n Preo- Llamaron a los capitanes de cada compañía, ex
brachensk están los cadetes! plicaron el problema.
Basilio bajó la huasca. Besolvieron atacar cuando se obscureciera.
La atamán se agarró el hombro, se mordió los Dos compañías de frente, una por la retaguar
labios, y por sus mejillas corrieron lágrimas. dia, y con estos últimos la caballería de Liolka.
Guliavin ni la miró. Y ya está Stroyev al lado. —¡Pero todos a un tiem po!... Cuando nosotros
—¿Muchos cadetes? desde acá ataquemos a bayoneta, Uds., entonces, por
—¡M uchos!... Hemos pescado a u n o ... Dice deti’ás. ¡Y mucha g rite ría !... ¡Eh, tú atamán, déja
que son de Drosdov, van a Taganrog. te de lágrimas! H ay trabajo, después llorarás.
—¿Dónde está el prisionero? Una hora después se separaron las cadenas, y con
—¿Cómo dónde?... Se inscribió de ayudante en cautela se arrastraron por la arena entre los arbus
el Estado Mayor de las ánimas. tos, donde silbaba el viento.
—¡Imbécil! Debías haberlo arrastrado para acá. Guliavin estaba sobre una loma observando con
Siempre hay tiempo para darle de baja. anteojos de larga vista las cadenas que se alejaban.
—¿Para qué arrastrar? Le hemos sonsacado to U n disparo, otro, y de golpe se descargaron muy
do. Son del primer regimiento de Drosdov. Setecien seguidos, como quien golpeara un fierro con un m ar
tas almas y un cañón. tillo.
Basilio miró a Stroyev.
BORIS LAVREÑEV VIENTO 75
74
—Notaron a los de la vanguardia—dijo Stro- De un salto, abandonando las riendas, bajó del
caballo.
yev-
■
. . .
—Conocen bien su trabajo, los diablos—con L a furia le llenaba los ojos. Y a no eran gritos
testó Guliavin sin envidia. los suyos, aullaba:
Más a menudo y más fuerte sonaban las carabi —¿R etroceder... canalla? ¿Se acobardaron ante
nas, e iluminando como un rayo, sonó un sordo ca los cadetes? ¡Marchar adelante!
ñonazo. ' Pescó la carabina del fusilado y corrió hacia ade
E n el cielo vespertino, de un delicado color ce lante : •
leste, brilló un fuego verde, y un shrapnell estalló —¡U r r á ... A los cadetes!
redondamente. • Y con gritos desarticulados le siguieron las fi
—¡B onito!... las.
—Demasiado alto, se ¡Jasaron — contestó Stro De nuevo los chillidos ensordecedores. Encima
yev en voz baja. de las cabezas cantaron las balas; pero en el mismo
De nuevo estalló un shrapnell, pero ya más ba momento, por detrás de la aldea, sonaron otros dis
jo, encima de las cadenas. Más y más. Llegó corrien paros de carabina.
do al cerrito un jinete. Y, levantándose de la tierra, sin esconderse y sin
-—¡Camarada Guliavin! ¡No se puede seguir $ agacharse, furiosos, saltaron los hombres por la are
Nos cubren de shrapnells, no dejan avanzar. ¡Los na hacia los límites del primer huerto. Desde allí ru
nuestros retroceden! gieron balazos dispersos y enrarecidos.
—¿Q ué?... ¿Retroceden? ¡Estupideces! ¡Yo les
enseñaré! ... so perros. Al primero que dé un paso Los cadetes se retiraron hacia el Norte, abando
hacia atrás, balazo. nando el cañón deteriorado.
Arrancó de la funda su Máuser, fustigó el ca E l destacamento ocupó en la noche un palacio
ballo, y a galope hacia las filas. de ti’es pisos, antigua casa residencial, en un fundo.
Acercándose veía cómo, pegados a la tierra, aga Aunque corta la batalla, los blancos hicieron bas
chados, se arrastraban hacia atrás, sombras negras. tante mella.
A todo galope se acercó y al primero que en E n un galpón alinearon cuidadosamente diez y
contró le alojó una bala en la frente. siete muertos, y a los heridos los acomodaron en el
76 BORIS LAVREÑEV
VIENTO 77
g ran salón; los atendía un practicante con barbita de
chivo, que temblaba de susto. Al amanecer Guliavin saltó de la cama como
Guliavin ocupó el gabinete de la residencia, se arrastrado por una enorme mano.
estiró con satisfacción en un profundo sillón de cue Se paró y oyó:
ro, frente al fuego de la chimenea. G ritos. . . golpes. . . después más fuertes, y sor
Habían encendido la chimenea media hora an dos estampidos que llegaban de arriba.
tes del combate para el general de los cadetes, de Pescó el revólver, y sin vestirse corrió a la puer
manera que alcanzó a estar bien templada la residen ta ; allí se topó con un marinero.
cia cuando llegó Guliavin. —¡Guliavin!. .. ¡Una desgracia!...
Y, sentados frente al escritorio, Guliavin y Stro —¿Qué pasa? ¿Qué son estos balazos? ¿Se vol
yev, con apetito devoraban la comida del general— vieron locos?
pollos al jugo de limón—y bebían vino tinto de las —¡L io lk a... en la buhardilla!
bodegas de Falzfeinor. Pero ya Guliavin no escuchaba: de tres en tres
Liolka intentó asomarse a la puerta, pero Gu subía velozmente la escala hacia la buhardilla.
liavin la mandó a la m . . . E n un obscuro pasadizo, debajo del techo, es
—¡Nada tuyo hay por acá! ¡No te metas sin taban reunidos los marineros, y a lo lejos, en el cuar-
previo anuncio! tito de los prisioneros, brillaba una luz.
D urante el combate tomaron a tres cadetes pri Basilio desparramó a todos como a gatos, y de
sioneros; Stroyev ordenó encerrarlos hasta la ma un salto alcanzó la puerta. Y todo se le hizo claro de
ñana en la buhardilla. golpe.
Después de la cena Guliavin y Stroyev se echa Sobre un banco yacía, amarrado, uno de los ca
ron a dormir sobre los blandos divanes en el cuarto detes, lo cubría sólo la camisa ensangrentada. Los
templado. otros dos, asustados, se metieron en un rincón. So
Y antes de dormirse, Guliavin preguntó de bre el piso cubierto de polvo, con las piernas hacia la
nuevo: puerta, Stroyev, y en vez de cabeza una mazamorra
—¿Y, Mijail? ¿Cambiaste el enojo por cariño? de piltrafas rosadas y grises mezcladas con cabellos.
¿N o guardas rencor? Junto al banco, la atamán, revólver en mano, y
Y con voz dormida murmuró Stroyev: al lado de ella otros cinco de su banda.
—Ya te lo d ije ... ¡Buenas noches!
VIENTO 79
78 BORIS LAVREÑEV
bién a él lo liquidaron al momento. Y corrió de in
De noche Stroyev se había despertado por unos mediato la alarma por toda la casa.
ruidos terribles, y se fué a investigar lo que ocurría
Guliavin miró con tranquilidad, ordenó bajar a
con los prisioneros. Se acercó a la puerta del cuar-
Stroyev.
tito. E n la puerta—un centinela marinero—y desde
-—Y a éstos, encerrarlos hasta la mañana.
el cuarto gritos salvajes.
—¿Qué pasa? —¿A mí, encerrarme?
L a cara del marinero estaba desfigurada. Guliavin no contestó.
—¡Marineritos! ... ¿Qué es esto ? ¿Qué están
—¡Camarada Stroyev! ¿Qué es esto? ¿Estará
borracho Guliavin? Fusilar es un balazo, pero ¿para mirando? ¡He liquidado a un defensor de los cade
qué martirizar? tes, y por esto me detienen! ¡ Sus comandantes les es
—¿Cómo, martirizar? tán traicionando! Estos, han matado a los nuestros,
— L iolka los está torturando. . . con clavos. . .
y nosotros con ellos, ¿delicadezas?—y 110 alcanzó a
¡por oden de GuliaArin! terminar.
Stroyev abrió la puerta. E l puño de Guliavin se descargó pesadamente
L a atamán, en el banco, estaba montada sobre sobre la cara, cayó la atamán.
un prisionero, un ayudante le alumbraba con una —¡Mañana conversaremos! ¡Encerrarlos! ¡Con
vela, y ella, con un martillo, le clavaba un clavo en sus cabezas responden si se escapan!
el hombro. Los marineros callaban taciturnos.
Stroyev dió un paso adelante, palideció. Cerraron la puerta, bajaron. Sobre el diván, el
—¿Quién le dió permiso? ¡Fuera de acá! mismo sobre el que durmió, colocaron a Stroyev; cu
Se dió vuelta la atamán, mostraba los dientes. brieron la cabeza destrozada.
—¿Y quién es Ud. para dar órdenes? Se acercó Guliavin, levantó la mano muerta, y
—¡Fuera de acá inmediatamente!—Sacó el re los marineros escucharon gritos inexplicables, como
vólver. gruñidos de un enorme cerdo.
Pero Liolka, con su pistola—jlop—a Stroyev
en la cabeza. E l marinero-centinela descargó la cara
bina contra la atamán, pero no dió en el blanco; tam
CAPITULO OCTAVO
LO S V IE N T O S
sos de locomotoras. Y a través de los vientos, de la sombras humanas hacia el Noreste, evitando los lu
furia y del terror, mira el misterio de los siglos, por gares poblados; y a su alrededor, el viento huraca
los ojos vacíos, tranquila y sombríamente. nado y junto con el viento el desesperante aullido de
Y en invierno, los vientos arremolinados, hacen los lobos.
a los hombres salirse de los caminos, los ciegan, les I Tna nube grande cubre la luna, y la estepa ne
secan la piel que luego estalla en escoriaciones largas vada se hunde en tinieblas de humo.
y sangrantes. Cuando de nuevo la luna plateó la estepa, una
Se hielan los pies hasta los huesos, y se lniee di sola sombra se arrastraba hacia el Noreste.
fícil separarlos de la nieve blanda que invita a des Más cerca están los ojos de los. lobos.
cansar. La sombra levanta su largo bastón, el viento re
Camina el hombre, y el viento lo mece, le canta coge un rugido sonoro.
una canción de cuna, con dulzura y con cariño lo Recogiendo las colas, retroceden los lobos.
acuesta en la nieve, lo cubre con un plumón y lo ador A las seis de la mañana, la patrulla del grupo
mece. Sablinsk, que caminaba de Taganrog hacia Rostov,
Y de noche llegan los lobos, aullando, de la es recogió en la estepa a un hombre andrajoso, con la
tepa. cara cubierta de costras sangrantes, y con las manos
L a estepa. . . Los vientos. . . Los lobos. . . envueltas en trozos de bufanda.
Sobre la nieve azul una luna azul, y de las nu- Estaba echado cara abajo en la nieve, y aferra
becitas caen sombras lilas que corren sobre la nieve, do a la carabina.
y que parecen tapices de Bagdad, livianos y esponjo Cuando lo colocaron sobre un caballo, y le sa
sos. ciaron en la boca un vaso de espíritu, el hombre des
Y junto con las sombras de las nubes, se arras pertó, abrió a medias sus ojos alocados, y dijo con
tran bajo la luna dos sombras humanas, pesadas, que indolencia:
se apoyan en largos bastones, y que con dificultad sa —¿Burgueses?. .. ¡A todos los m atarem os!... su
can de la nieve sus pies petrificados. madre. . . —y de nuevo se durmió.
Dos sombras humanas. ' E n los restos de sus pantalones encontraron una
Ocho quedaron en las nieves que caían en la es orden a nombre de Basilio Guliavin.
tepa, bajo el silbido de los vientos.
Lentamente, penosamente, se arrastran esas
CAPITULO NOVENO
L A R U T IN A
san quizá una idea oculta en la cabeza de Kantoro- Guliavin 110 está hecho para escribir la revolu
vich, cubierta de rizos, grises: que el obrero que carga ción con pluma, sino con sangre fresca sobre los cam
sobre sus firmes hombros la estrella, debe mirar con pos. „
vigilancia en todas direcciones, pues en todas partes Y se aburre Guliavin hasta sentir náuseas: to
existen enemigos de la revolución. dos los días a la misma hora, en la misma mesa, le
Desde la ventana del presidente del Economato presentan unos escritos hechos en una Underwood de
se ve bien este cuadro; y muy a menudo los ojos de teriorada, donde faltan la “u” y la “e”, para estampar
Guliavin, cansados de la monotonía de las líneas es su enredada firma: B. Guliavin.
critas, descansan sobre los colores vivos de la pintura. Basilio tiene el papel en las manos y lee con de
Se aburre Guliavin. No le satisface esta clase de jadez: “ . . . en konsiderazión a lo espoesto mas arri
trabajo. ba, está Od. obligado a enviar kon orgenzia los kál-
Ingresos, egresos, cálculos, informes, instruccio kolos sobre la kosezha de betarragas en el año jiróxi-
nes, circulares. mo. La falta de komplimiento de esta orden será kas-
Todo hay que leerlo, todo entenderlo, y en todas tigada p o r. ..
partes tratan de estafarle unos pillos redomados. E l Komisario del Ekonomato Popolar”.
Todo el día anda como bajo una condena. Por Las náuseas le aprietan la garganta.
la noche, la cabeza está hinchada; y si sale al parque a Y la mecanógrafa, una rubia tonta, cubierta de
descansar, tampoco ahí hay reposo: el canto del rui rizos, cuya cara semeja a la de un perrito lanudo, ja
señor, los suspiros, las murmuraciones, el olor a li más pudo entender que habría que saltarse las letras
las, denso y excitante. que faltaban, y luego escribirlas a mano, sino que sin
No fué para esto que Guliavin se paso a los bol consideración alguna marcaba: “Ekonomato y or
cheviques, para roer los papeles como un ratón. genzia”.
Cada hombre a su lugar. Toleró. . . toleró Guliavin hasta (pie una vez in
Unos aman el fuego, otros, el agua. sultó a la t s n ta :... ¡su madre!
Guliavin ama el viento. La mecanógrafa, a llorar, y a quejarse al presi
Aquel viento inatajable, que mueve y lanza a la dente del Soviet.
revuelta a miles de personas, y levanta al cielo el E l camarada Yukov, hombre serio, ex maestro
grito de las locomotoras y los humos rojos de los in rural, no toleraba groserías. E ntró a la oficina de Gu
cendios. liavin, y a dar consejos:
■
96 BORIS LAVREÑEV
Pensaba en la revolución, en el viento, la tor
—Entienda Ud., camarada Guliavin. que esto es menta, las llamas, el rugido de los cañones, y con ra
contrario a las normas revolucionarias.. Régimen so bia apretaba los puños.
viético, y Ud. a una m u je r... ¡su madre! Esto va Con frecuencia permanecía así hasta la mañana,
en contra de la ética, y ofende la dignidad de una y con aburrimiento volvía al Economato.
ciudadana libre. Las cosas empeoraron defitivamente con la lle
—¿C iudadana?... ¡Si es una ramera! Todas gada de la nueva secretaria del comisario del Econo
las noches en el parque se acuesta debajo de los ar mato: Inna Vladimirovna.
bustos. ¡Yo mismo la he visto! Después de los sucesos, de octubre, el propietario
E l camarada Yukov abrió los brazos: de la refinería de azúcar, Señor Fedotov, desapareció,
—No tenemos derecho alguno de entrometernos V su hija quedó.
en la vida privada. E l amor es libre en los palacios, las Anteriormente había asistido en Moscú a la fa
casuchas, y hasta debajo de Jos arbustos. ¿Y si pus cultad de medicina, pero la revolución la encerró en
funciones fisiológicas se lo exigen? Le ruego, cania- Lipetzk. sin posibilidad de salir. Y como había lucha
rada Guliavin, abandonar eso de. . . ¡su madre! do contra el tifus junto con el camarada Yukov, por
—¿Y si fuera que mi función es así?. . . había co recomendación de éste, consiguió trabajo en el Soviet.
menzado Guliavin, pero hizo un gesto con la mano y
Desde un principio Guliavin la odió por ser hija
terminó con flojedad:—¡B ueno!.. ¡Al diablo con ella! de un burgués proletario.
¡Qué funciones! —¡A todos habría que ahogarlos!—le dijo a Y u
Y desde entonces firmaba con indiferencia “ins- kov, cuando supo la secretaria que le destinaron.
trokziones” y “zirkolares”. —No hay que generalizar. lia muchacha es bue
Durante las sesiones del Comité Ejecutivo per na. Puede resultar una colaboradora útil. Tenemos
manecía indiferente y a menudo dormitaba en su si que atraer a los intelectuales. Estas son las tenden
llón, escuchando las discusiones. Y sólo en la noche, cias del partido.
retirándose al extremo más apartado del parque,
Basilio se enfurruñó a causa de esa tendencia del
donde, en la lejanía, temblaba con reflejos plateados partido.
la estepa, aspiraba ávidamente el frescor de la no E n el fondo no fué tanto por su origen burgués
che, v escuchaba cómo el viento murmuraba en las por lo que Guliavin le tuvo prejuicio a su secretaria,
BORIS LAVREÑEV
VIENTO
99
sino por úna causa muy diferente, la que trataba de
ocultársela a sí mismlo. Tomaba la mano con la suya—suave y calien-
Después de la atamán, Basilio se había hecho el ^ indicaba el lugar dónde firmar.
juramento de no mirar a las mujeres. Después, levantando su perfil altivo y hermo
Pero Inna Vladimirovna sacó al presidente del so, se retiraba con aire de vencedora.
Economato del camino que se había trazado. 1 Basilio quebraba la pluma contra la mesa,
Alta, fuerte, de sangre ardiente, con pesadas enterraba las uñas en los. brazos del sillón, y escupía
trenzas negras, ojos brillantes de gitana, era una mu con furia contra la pared.
jer muy tentadora. A veces se acercaba al espejo y se examinaba.
Al lado de ella se sentía uno confundido e in ¿Qué diablos ve en mí, que tanto se me pega?
tranquilo. - ¿Para qué me quiere?
Y fué ella la primera en tomarle afecto a Basi Pero el espejo callaba, y mostraba en su pro
lio. Al pasar los papeles para la firma, le hablaba en fundidad verdosa una cara curtida, como esculpida
un tono muy melodioso, trataba de rozarle con el ves en roble, ojos obscuros e insolentones, una nariz fir
tido, con un codo o con la rodilla, y le miraba direc me y labios abultados y i’ojos, debajo de un corto bi
gote.
tamente a los ojos con una mirada acariciadora, mien
tras que en el fondo de sus. pupilas brillaban chispas Levantaba los hombros y volvía a sentarse.
gatunas, ávidas. Mes y medio pasó Guliavin en esta congoja, v
Cuando se paraba al lado, Guliavin se sentía in 110 consiguió separar a la secretaria de su puesto.
tranquilo por el frote de sus polleras de seda, y ha No había pretexto para ello.
lagaba a su olfato el perfume delicado que exhalaba. E ra puntual, cumplidora, realizaba la mayor
Por esto las letras sobre el papel se enredaban, parte del trabajo, dejando a Guliavin sólo la obli
saltaban, se desparramaban; se perdía el hilo de los gación de firmar los escritos que ella preparaba.
pensamientos, y la mano con la pluma apuntaba Una mañana, cuándo ella entró con el informe
siempre ahí donde no debía; y ella, siempre con una diario, Guliavin noto de inmediato su blusa nueva
sonrisita arrulladora, corregía: ■¡ ¡ de seda, rayada, con gran escote, y una rosa en el ca
—¡No, no, camarada Guliavin, ahí no se firma! bello de azabache.
¡Estropeará el escrito! ! D ejo los papeles sobre la mesa, y agachándose,
comenzó a informar.
BORIS LAVREÑEV VIENTO 101
100
Con ese movimiento, el escote se entreabrió, y Guliavin lanzó un grito desaforado, y botando el
Guliavin, deslizando una mirada, vió tras la delica sillón, de un salto se apartó a un rincón.
da batista de la camisa, un pecho rosado y redondo Miraba con ojos desmesuradamente abiertos a la
como una pelota de goma, y la mancha obscura del secretaria aturdida y, con labios temblorosos, dijo:
pezón. —¡F u era! ... mándate cambiar. . . ¡canalla!
Sintió un vuelco en el corazón. Con enojo sepa —¿Ud. se volvió loco, Basilio Artemich? ¿Cómo
ró la vista, y escuchaba sin entender una palabra. se atreve?
Sentía ahogos, se dió vuelta para decir algo, y Pero, ya enfurecido, Guliavin, de un sato alcan
de nuevo vió cómo al compás de la respiración, se agi zó la mesa, pescó mi jarro con agua, y gritó a toda
taba la pelota rosada. voz:
Inna Vladimirovna notó su mirada, y sonrió con —¡F u e ra !. . . canalla. . . ¡M ataré!
una sonrisa de triunfo, apenas perceptible, una son Inna Vladimirovna se lanzó hacia la puerta, y
risa inquieta y alentadora. apenas alcanzó a salir, pues, tras de ella, el jarro sal
Se agachó más aun, y Guliavin sintió en su hom tó en mil pedazos salpicando el cuarto con agua y
bro el contacto de un cuerpo tibio. trozos de vidrio.
Levantó la cabeza, miró sus ojos, y bruscamen La furia siguió dominando a Guliavin.
te pescó a la secretaria por los brazos y pegó los la Pescó el sillón y de un golpe lo destrozó contra
bios al hombro desnudo. . Ta mesa; reventaron las tablas, el tintero saltó salpi
L a secretaria exhaló un gemido. cando con su sangre negra la cara de Guliavin.
—¡A h !... ¡Basilio Artemich, déjem e!... ¿Para Y él siguió destrozando todo en el cuarto, y
qué? cuando llegaron los empleados y los soldados rojos,
Y se apretaba más contra él. se lanzó contra ellos, pero cayó preso de un ataque.
Pero Basilio ya no escuchaba las palabras. A tra Y los que acudieron, miraban asustados cómo el pre
jo a Inna Vladimirovna contra sí, buscando sus la sidente del Economato Popular estaba en el piso, con
bios, y sintió cómo éstos se le ofrecían sumisos y ávi la cara azul, revolcándose, y los labios cubiertos de
dos. espuma.
Pero de repente, entre esos labios y él pasó, co
mo una sombra, la cabeza de Stroyev. Por la mañana, Basilio fué donde el camarada
Yukov, y dijo:
102 BORIS LAVREÑEV
—¡Me voy!
-—¿A dónde?
—¡Al frente! ¡No deseo seguir aplastando las
sentaderas! ¡Felicidades!
—¡Pero si Ud. está enfermo, camarada! ¡Sus
nervios están deshechos! ¡Imposible ir así al frente!
Por la cara de Guliavin pasó un temblor. CAPITULO DECIMO
—-¡En el frente me mejoraré! ¡Necesito aire pu
ro! ¡Y aquí lo único que se hace es acoplarse con esas P E P IN IT O S
hembras!
Salió, recogió su maletita, a pie llegó a la esta Los calores de julio envuelven el trigo amari
ción, se metió en un vagón repleto, hediondo, piojen llo.
to, y siguió viaje. E n las fértiles praderas de Kubañ resuenan los
estampidos de los cañones; y los campos sin dueños,
murmurando, desgranan sobre la tierra sus granos
maduros e hinchados.
A lo largo de un camino abandonado, en una
zanja, unos hombres harapientos—quien con botas,
quien a pie descalzo—, apretando los cuerpos sucios
contra la tierra, afirman las carabinas contra los
hombros, y sin interrupción disparan contra un di
que cubierto de sauces, situado delante de un lago de
aguas celestes.
E l estampido de los balazos perfora el calor abra
sador.
Y, detrás del dique, otros hombres, apretando
igualmente sus cuerpos contra el terraplén, disparan
sobre la zanja.
104 BORIS LAVREÑEV VIENTO 105
Les tocaron cadetes seleccionados: los del regi línea terrible que se acerca, y apretan más sus cuer
miento Markov, oficiales, gente de magnífica pun pos contra la tierra.
tería. E n la retaguardia, protegidos por un montícu
Apenas asoma de la zanja una cabeza impru lo, están acostados Guliavin y su ayudante.
dente-—¡jlop!—y la cabeza cae por tierra, y entre los Hace tiempo que se esfumaron de la memoria
ojos sangra un agujero redondo. el Economato Popular, las instrucciones. Inna Vla-
La gente de la Guardia R oja está cansada, ator dimirovna.
mentada, hambrienta y furiosa; y eada uno, al lado Y de nuevo el espacio, el viento, el ruido ensorde
de los labios secos, tiene marcado un pliegue de -•n- cedor. Libertad. Un trabajo simple y útil.
cono y maldad. Y no existe el cansancio, el aburrimiento, la an
•—¡Imposible vencerlos!... siedad.
—¡Canalla!. . . Las abejas de piorno entonan un canto cono
-—. . .¡Por el flanco! ¡A campo raso! H ay que es cido.
perar la noche. Pero el regimiento ya no es el mismo, ya no son
—¡M ira !... ¡Mataron a Antoschka! los suyos, los marineros. .
Antoschka sigue en la misma postura: acostado Mataron a los marineros, se acabó la primera
y apretando la carabina, pero los que lo rodean, sa Guardia.
ben, por un abandono especial que hay en su cuer Y en su reemplazo, al llamado de los teléfonos,
po, que Antoschka no volverá a levantarse. telégrafos, periódicos y afiches, creció una nueva
—¡A h ... su madre! ¡A la bayoneta pasar! ¡El fuerza, ima nueva Guardia Roja.
cadete no tolera la bayoneta! Las fábricas, los sindicatos de profesionales, los
—¡T rata de llegar hasta ahí! ¡Por el camino de comités provinciales lanzaron al fuego de los frentes
jarás los intestinos! a los más jóvenes, los más fuertes, los más entusias
•— Se necesita artillería. tas.
Detrás del dique, la ametralladora, ahogándose, Buenos muchachos son los del regimiento de
comienza a escupir una lluvia de fuego. Guliavin, pero poco enseñados.
Por el camino seco se estremece una línea de Apenas saben manejar la carabina, mientras
polvo blanco y se arrastra acercándose a la zanja. que los blancos manejan las armas como el sastre la
L a gente, los ojos dilatados, sigue con !a mirada la aguja.
106 VIENTO 197
BORIS LAVREÑEV
Y Stroyev ya no existe. Acostado al lado de Gu- Pero su orgullo es un reloj de oro con una ca
liavin está otro ayudante. dena de media pulgada de grueso y una vara de lar
E l apellido del ayudante es raro, Naga, y él mis go, y cuelgan de la cadena un medio ciento de leon
mo es más raro que su apellido. tinas, todas representando figuritas indecentes.
Su cara, de un lado, es hinchada y corta, y por —Se lo quité a un burgués, en Kiev.
el otro, es larga y seca como la de un caballo. Y para lucir el reloj, S ag a lleva siempre, por
Si mira al ayudante por el lado izquierdo, pa encima de la blusa bordada, un chaleco gris, de frac,
rece que Naga fuera un hombre alegre y contento y sobre su vientre magro, cruzando en dos hileras,
de la vida, y si por la derecha, la cara expresa un cuelga la cadena.
descontento por todos los siglos. Como un barco con su ancla.
H asta los ojos de S aga son de diferentes cali- E n cuanto a valentía, es una maravilla.
bies. Cuando Guliavin mira los ojos del ayudante, E n los ataques es siempre el primero.
siempre recuerda el cuadro de Salomón Kantorovich. Se endereza en todo su tamaño gigantesco, en
Un ojo, el izquierdo, es dorado, valiente, bajo casqueta el sombrero sobre la frente, la carabina de
el sol, brilla como fuego; y el derecho es turbio, muer-; bajo del brazo, la pipa entre los dientes y marcha
to, cubierto por una telita. adelante. .
S ag a siempre está chupando una pipa corta y Marcha y canta salmos religiosos: sobre Alexis,,
curva. el hombre de Dios, o sobre el pecador y el monje,
Lo observa Guliavin y piensa: ¿Cómo habrán jamás acelera el paso, jamás se agacha, marcha como
hecho un hombre asi ( Sin duda en dos tiempos. que tragara la tierra con sus botas.
¡Eh, tu, ojo amarillo! ¡Malas están las co Y cuando los blancos notan esa figura, se po
sas! nen tan nerviosos, que por nada pueden apuntarle.
Y S ag a responde con una voz que parece salir Desde el dique, la ametralladora sigue traque-,
de un barril vacío: teando. Naga da vuelta la cabeza y dice:
¡D éjalos!... ¡A la noche nos afirmaremos! —¡Está mala la situación! ¡Mira, están apostan
Y de nuevo chupa la pipa. do cañones en el campo!
Cubie su cabeza un sombrero verde de fieltro, de Detrás del molino de viento, a la izquierda del
ala ancha; calza botas amarillas, herradas; y lleva reducto, en medio del trigo dorado, hormiguean hom
pantalones de terciopelo, y un paletó de brin. bres y caballos, y no alcanzó Guliavin a fijarse bien
108 BORIS LAVREÑEV VIENTO 109
con los anteojos de larga vista, cuando sobre la zan —¡Compañíaaa. . . ! ¡F uego!
ja estalló el primer shrapnell. Se estremece el aire con la descarga. Una segun
Guliavin lanza un juramento y mete el pito en da. Una tercera.
la boca. Hombres y caballos se revuelven y tiemblan en
E l silbido estremece el aire. Una por una las fi el polvo.
las, en el trigo tupido, comienzan a arrastrarse hacia No resistió la caballería. Dieron vuelta, y a to
atrás, al cerrito. do galope retrocedieron.
¡Retirarse! ¡Contra esto es imposible avan Saltó Ñaga sobre los pies y les saludó con un
zar! gesto indecente.
Guliavin lo lamenta. Con los marineros no ha —¡Tomen! ¡Aquí tienen!
bría retrocedido. Con cañón y todo, los habría to Los caballos heridos relinchan y patalean, los
mado. hombres permanecen callados, se quejan y tratan de
E s buena esta juventud, pero no ha sufrido aún enderezarse.
el bautizo de guerra. —¡Traerlos para acá!
Las filas se retiran. E l rugido desde el reducto Los rojos corren por el campo. Suenan balazos
y del molino, enmudece. aislados.
Los blancos no persiguen. Están contentos y bien —¡Sin tocarlos! ¡Traerlos para la interroga
alimentados en el reducto. ción!
Y el Regimiento de Hierro retrocede hasta el T rajeron a cuatro. Tres oficialitos jóvenes, y un
tren, se forma en columnas, y, desanimado, vuelve a capitán delgado, de bigotes grises.
]a hacienda que abandonó ayer. Todos enteritos, sólo se golpearon al caer del
Pero en un recodo del camino, desde un peque caballo. ,
ño valle, apareció a todo galope la caballería de los Los mira Guliavin. y la mano sobre el revól
oficiales. Los sables brillaban al sol. ver: /
Apenas alcanzo Guliavin a ordenar que se dis —A sus órdenes, Sus Excelencias. ¿Como se
persaran. sienten ? _
¡Ao disparar hasta la orden! ¡Por descargas! Los jóvenes tiemblan, sus dientes castañetean.
Ya están cerca los caballos, con los jinetes aga Y el viejo capitán mira de soslayo, tranquilamente,
chados sobre las monturas. y sus labios se contraen en una sonrisa venenosa.
110 VIENTO 111
BORIS LAVREÑEV
Avanzar como antes. E l tercer batallón a rodear, L a estepa estaba silenciosa, Guliavin callaba, y,
S ag a quedará con las reservas. acurrucado en un rincón del vehículo, dormitaba el
E n ese mismo momento, apartando a los reuni «capitán. Sólo se escuchaba el sonar de los cascos, y
dos, entró galopando un soldado al patio. el tintineo de un cascabel que llevaba el caballo de la
—¿Dónde está el comandante? Una carta ur izquierda.
gente. Hacia medianoche llegaron al reducto. E l cen
—¡Pásala! tinela indicó a Guliavin cómo llegar al Estado M a
Basilio desgarró el sobre a la luz de un farol yor, y la telega paró frente a una casa que antes fué
acercado por un soldado, leyó la carta y lanzó un sil del pope, al lado de la iglesia cuyo campanario yacía
bido. derribado por un cañonazo, y donde en la actualidad
—¿Qué dice? ¿Algo desagradable? — preguntó se ubicaba el Estado Mayor. Guliavin saltó de la te-
Saga. lega, estiró las piernas; el capitán le siguió.
—Desagradable no es; tengo que trasladarme D e la ventana iluminada se proyectaba sobre la
donde el Comandante General. Tiene que ser inme tierra una franja dorada; y el polvo removido por los
diatamente. Manda que me enganchen una telega, y caballos caía en torbellinos blancos.
tú quedarás reemplazándome. ¡Lástima, no me toca —¿Quién llegó?—preguntó una voz de la puerta
r á tomar parte en la pelea! Sí, y que se prepare tam abierta.
bién Su Excelencia el capitán. Al mismo tiempo lo en —Guliavin. . . Por un llamado del Comandan
tregaré al Comando General. te.
Llegó la telega, y cuando Guliavin se acomoda —Entre.
ba envolviéndose en el capote, surgió de la obsuri- Guliavin empujó al capitán adelante, y entró en
dad el capitán. la casa detrás de él.
—¿Y, se empaquetó, Su Excelencia? E l gran salón de la casa del pope, con el piso
—Poco tengo que emipaquetar. Los pantalones pintado de amarillo, y con muebles tapizados, estaba
los llevo puestos. Mi maletita quedó allá. poco ventilado, lleno de humo.
—¡No importa! ¡Conseguirás otra! ¡Siéntate! Sobre las mesas, los sillones, el piso, en todas
Los caballejos grises, bien alimentados, partie partes, se veían, en desorden, mapas, sables, colillas
ron con un trote alegre arrastrando la telega por el -de cigarrillos, platos quebrados, vasos.
camino nocturno, en la estepa.
US BORIS LAVREÑEV VIENTO
Sobre el sofá, doblado, dormía un hombre gordo go un pájaro raro. Bebe aguardiente como caballo, y
lanzando sonoros ronquidos. desea pasarse a nuestras filas.
Otros dos, al lado de una mesa, jugaban a las Los ojos redondos del Comandante con una li
damas. Al entrar Guliavin, los dos se dieron vuelta gera expresión de sonrisa, se posaron sobre el capi
hacia él. tán.
—¡Salud! ¿Llegaste? ¿Quién te acompaña? —¿Usted quién es?
—¡Ah, es Su Excelencia, un prisionero! Se lo —Capitán Luchitzky, de la división de caballe
traje al Comandante General. ¡Anúncieme! ría de Markov.
—¿Te sirves té? —¿Se entregó?
—¡Después! —¡Es decir, no exactamente! Mataron mi caba
Uno de los que jugaban, abrió la puerta del cuar llo y después me tomaron. Al principio este quiso
to vecino: darme de baja, pero, después, me ofreció pasarme.
—¡Camarada Cherniakov!... ¡Llegó Guliavinf ¡Acepté! Puede ser que Ud. no me crea, pero hablo
■—Que entre. sinceramente. ¡Puede confiar en nu!
Guliavin se sacó la gorra, la tiró sobre la mesa. —¿H a traicionado Ud. sus convicciones?
E l capitán, nervioso, se arregló el cinturón. —Vea, es largo para contar. Suceden con los
—¡No te arregles, hermano! Este no es Korni- hombres cosas raras. Ayer peleaba en contra de U ds.;
lov. E ntre nosotros las cosas son sencillas. Y junto con pero éste supo convertirme en una hora. Esto es im
el capitán pasó al cuarto. posible explicar con palabras. ¡Me paso—y esto es to
E l Comandante estaba sentado sobre la mesa, do! ¿No desean? Volveré.
las piernas colgando, y dictaba una carta al secreta —¡Respondo con mi cabeza, camarada Coman
rio que se había acomodado al lado. dante! ¡Me dió su palabra! A pesar de ser blanco, es
Enfocó a Guliavin con sus ojos alegres, redon un bravo muchacho, que se lo lleve el diablo.
dos, inteligentes, algo cansados por las continuas E l Comandante saltó de la mesa:
trasnochadas. —¿Tomó Lid. parte en fusilamientos?
—¡Ah, camarada Guliavin! ¡Bravo! ¡Tan rápi —¡No, mi Comandante! E n los combates he ma
do! tado a muchos, pero soy soldado y jamás fui verdu
No vengo solo, camarada comandante, le trai go. Para eso tenemos especialistas.
120 BORIS LAVREÑEV VIENTO 121
■
—Bueno, diríjase al Jefe del Estado Mayor, dí —E l asunto es este. E n estos días, en la región
gale que he ordenado que le ubique en el Estado. Ma de A strajañ, detuvieron al teniente Volinsky. Iba del
ñana hablaré con Ud. en detalle sobre muchos, asuntos. grupo voluntario oriental, donde Alexeyev, con un
E l capitán saludó y salió. poder amplísimo para establecer conexiones. Bueno,
—¿Por qué piensa Ud. Guliavin que es de con pues, es preciso que el teniente Volinsky llegue donde
fianza? Alexeyev. Que establezca conexiones. . ., pero con
—Es que, camarada Comandante, cuando un nosotros. Se necesita un hombre de acero y que co
hombre sabe beber tanta cantidad de aguardiente sin nozca bien los asuntos militares. E l menor traspié, y
inmutarse, significa que merece confianza. kaput. Tenemos en nuestras filas muchos valientes,
—¿Cómo?—preguntó el Comandante, y los án pero bobos.. . ¡Mañana saldrá Ud!
gulos de su boca se estremecieron por la risa soste —¡Macanudo el trabajito. . ., el diablo se lo lle
nida. - ve!
Y Guliavin contó cómo había tomado prisionero ;— ¿Qué? ¿Es posible que no se anime?
al capitán, y cómo lo había convertido al comunismo. —¿Cómo?. . . ¿Que no me anime? ¿Qué palabra
E l secretario se revolcaba sobre la mesa de la es esta?—dijo Basilio, y en su frente se hinchó una
risa, se reían a carcajadas los que habían entrado de vena.
la sala vecina, y el Comandante también reía con una —¡Bueno, buen o !... ¡No se enfurezca! ¡Vaya,
risa franca y sonora. descanse! Lo acompañará otra persona, también con
-—¡No. . ., a Ud. hay que destinarlo al departa documentos de oficial. Cuando obtenga las noticias
mento de agitación! ¡Por este método Ud. converti que nos interesan, lo despachará con urgencia de re
rá a todos los blancos! greso, y Ud. se quedará y nos seguirá enviando re
Pero bruscamente interrumpió la risa, y dijo en gularmente informes. Bueno, hasta mañana.
tono serio: Basilio apretó la mano dura como una piedra, y
—¿Sabe para qué le he llamado? ■salió al patio.
— ¡No! Miró el cielo de julio, bajo, cubierto de estre
—Un asunto muy importante. Saque los docu llas, y se rascó la nuca. Luego sonrió satisfecho, se
mentos, camarada Fomin. subió a la telega, se tapó con la manta y se durmió
Tomó un gran sobre de tela, lleno de documen profundamente.
tos, y continuó:
r
•i . '
CAPITULO DUODECIMO
SE Ñ O R T E N IE N T E
uniforme de color café, con una condecoración que “Perfumado como una hembra”—pensó Gulia
colgaba de un botón, con brillantes charreteras de te vin.
niente; figura completamente desconocida. Por un —¡Yat lo sé! ¡Me informaron! Estoy muy con
momento le pareció a Guliavin que en verdad no era tento que haya Ud. pasado con suerte la línea del
él mismo. Sintió vértigo. Pero inmediatamente la cara frente. Es de suma importancia para nosotros estable
sonrió con malicia, y dijo mentalmente: cer relaciones con el oriente. Lamento mucho que Mi-
—¡No es nada, Basilio! ¡Nada de acobardarse! jail Vladimirovich esté enfermo y no pueda recibirle
¡Ya llegarás tú también a general! ahora. Le informié sobre Ud. y me rogó transmi
De nuevo se abrió la puerta, y en forma igual tirle sus afectos, y decirle que se acuerda muy bien
mente silenciosa apareció el corneta. de Ud.
—E l general le ruega pasar, señor teniente. —¿Quién es M ijail Vladimirovich?
Basilio se estremeció, sintió un vuelco en el co •—E l general Alexeyev—dijo el jefe del E stado
razón, recordó todos los ensayos con el comandante: Mayor, levantando, admirado, las cejas—pero si TJd.
cómo entrar, cómo portarse. . ., por un segundo cerró sirvió bajo sus órdenes.
los ojos detrás de la cortina, y entró con paso firme E l gabinete se obscureció a los ojos de Guliavin,
al gabinete del general. y le pareció que el joven general crecía, se hinchaba
Estampando los pasos sobre la alfombra, se acer y que como una montaña se le venía encima. .
có a cuatro pasos de la mesa, frente a las ventanas, y Con un esfuerzo sobrehumano de su voluntad,
parándose, pronunció sin interrumpirse: reprimió los martillazos del corazón, y dijo con voz
—Teniente Volinslqy, del regimiento número casi indiferente:
ciento cuarenta y ocho del Kaspio. Del comandante —E s que estoy acostumbrado a decirle “Su E x
del grupo voluntario oriental, traigo un mensaje se celencia” y no a llamarle por el nombre propio. -
creto para su Excelencia el Generalísimo, con fines de Sobre la mesa sonó el teléfono.
establecer conexiones entre ambos para unificar las —¡Perdone!—dijo el general—¡Aló!
acciones. Mientras que el general conversaba por teléfono,
E l jefe del Estado Mayor, un hombre joven, Basilio, las mandíbulas apretadas, pensaba constan
arrogante, se levantó un poco del sillón, y estiró una temente :
mano cuidada, fría y perfumada. “¡Qué b ro m a... un laberinto!... ¿Cómo se les
escapó a los nuestros? Debían haber adivinado que no
BOEIS LAVREÑEV VIENTO 127
126
KAPUT ¿
If! h*# ' '
Como un ventarrón entró Basilio al cuarto del
hotel, y dirigiéndose a su compañero:
—¡Hermanito, estamos perdidos! Hoy mismo es
cápate con todos los datos.
—¿Q ué?... ¿Qué pasa?-—preguntó aquél, pali
deciendo.
—E l asunto es, hermano, que nos hemos metido
en la trampa. Los nuestros no discurrieron. . . y resul
tó una porquería... Resulta que Alexeyev conoce al
teniente. Cuando me lo dijo el Jefe del Estado Ma
yor, pensé yo: este es mi fin. Por suerte Alexeyev es
tá enfermo y no se le puede visitar. ¡Si no ya esta
ríamos finiquitados! Ahora mismo te daré todas las in
formaciones, escribiré un informe, y a escapar, se ha
dicho.
—¿Y Ud., camarada Guliavin? (
—¡Yo, hermanito, me quedo!
BORIS LAVREÑEV
132 VIENTO
133
—¿Ud. se ha vuelto loco? ¡Si es una muerte se Y regresó al hotel.
gura! Nuestro comandante no ha previsto esta eom-
Salió al balcón y ordenó que le sirvieran un sa
phcacion^o ^ ^ orden no puedo volver. Por movar. i
Abajo, la calle era un hervidero de gente. U n
otra parte, mientras el general se sirva estar enfer
regimiento pasó al son de una marcha, y en las vere
mo, no corro peligro. Y si sana, alcanzare a escabu-
das, por doquier, se veían uniformes de oficiales.
llirme. Mientras tanto ordeñaré algo mas de leche-
, mientras miraba, sentía Basilio cómo su eo-
cita de los cadetes. . razon se llenaba de furia.
__Me atrevo siempre a aconsejarle que se yaya.
—¡Puedes aconsejar, pero no pienso irme. ¡Se juntaron los cuervos! ¡Sigan Acolando! ¡Ya
no les queda mucho vuelo! ¡Les desplumaremos!”
¡Basta! - Listo el samovar, mi teniente—dijo el mozo
Basilio se sentó a la mesa, escribió el informe pa trayéndolo. '
ra el comandante. Descosieron el forro de la casaca,
v metieron adentro los informes, volviéndolo a coser. Mientras Basilio tomaba té, el sol rosado se es
condió detrás de una casa, las calles se llenaron de
__¡Ya, ya está listo! ¡Vuela ahora palomo. ¡Sa
sombras azulejas, y, tras un corto crepúsculo, la ciu
luda a los nuestros! . . dad se cubrió de un terciopelo negro, estrellado.
__¡Camarada Guliavin! ¡Vámonos juntos. ¡Si es
Junto con las primeras estrellas, comenzó a so
un heroísmo inútil! plar desde las montañas, de allá lejos, un viento frío
_yQué?. . . ¿Heroísm o?.. . ¡Que palabra! ¿Aca
que siguió en aumento. Se sintió frío en el balcón. B a
so no soy capaz de morir como me corresponde?
. __•Pero para qué morir sin razón, cuando I d. silio se levantó para entrar al cuarto; en este momen
to una fuerte ráfaga de viento sacudió el balcón, le
puede aún prestar servicios? vantó el mantel y botó un vaso.
—¿Y quién le dijo que pienso morir? ¡Ni se me
o c u r r e ! ¡Pienso vivir más que tú! ¡Bueno, no pierdas
Y de inmediato el viento silbó en las calles, au
lló entre los álamos, agachándolos hasta la tierra.
tiempo! ¡Rápido! H abrá tormenta en la noche”—pensó Basilio,
Acompañó al compañero hasta el punto de con
entrando y encendiendo la luz.
trol, y se despidió. . Se recostó en la cama, pero no tenía sueño.
—Dile al comandante que no se intranquilice.
Junto con el viento frío y seco, le llegó la alar
P or ahora no estoy en peligro. ma. E l corazón comenzó a latir más acelerado, y la
BORIS LAVREÑEV VIENTO 135
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respiración se hizo penosa, como si el aire se hubie iluminación y aturdido por la gente y el chillido de los
ra espesado y pasara con dificultad a los pulmones. violines que repetían un motivo bailable, pegajoso.
Basilio se levantó de la cama, y miró por la ven Lentamente pasó entre las mesitas, buscando un
tana. asiento desocupado y mirando tímidamente a los la
Por la calle volaba una espesa polvareda, y los dos. Oyó una voz ronca:
álamos, sombríos y feroces, se mecían con el viento. —¡Teniente!. .. ¡Teniente!
Basilio recordó lo del restorán. Miró, y vió al coronel del Departamento de Ope
“¿Acudir quizá al restorán? Veré cómo se divier raciones que lo llamaba con la mano.
ten los oficiales. Y trataré de averiguar algo más. D e —¡T eniente!... ¿Está sordo?... ¡Venga con
un borracho es más fácil sonsacar”. nosotros!
Se puso la gorra y abrochó el sable al cinturón. Basilio se acercó a la mesita.
Bevisó con cuidado la Browning, y la metió en el •—¡Le voy a presentar! ¡Teniente Volinsky! ¡Capi
bolsillo. tán Odontzov! ¡Teniente Ribkin! ¡Teniente Seliani-
Llegó hasta la puerta, pero volvió sobre sus pa nov!
sos, y abrió su valija de cuero. Basilio saludó a los oficiales, y ocupó el asiento
Buscó entre la ropa interior, y sacó una granada que le ofrecieron, inspeccionó el restorán con una mi
de mano, de procedencia inglesa, redonda, parecida a rada alerta.
una piña. La mantuvo sobre la palma de la mano, y —¡Elija, teniente!... ¿Qué desea?... ¿Qué vi
la metió en el amplio bolsillo de la casaca. no toma? H oy festejamos al representante de la no
E n la calle había poca gente. E l viento los ha ble armada de los voluntarios.
bía dispersado a todos. Basilio tomó la lista de vinos. Rara vez le había
Preguntó a alguien qué dirección tomar. T or tocado elegir vinos en un restorán. Recorrió la lista
ció hacia un callejón, atravesó una plaza, y desde le con los ojos, y por el nombre algo raro, le gustó
jos pudo notar, iluminado por una luz azul de arco “Haute-Sauterne”.
un rótulo: “Grill-Room”. -—¡Este! ¡Aquí!
Subió la escalinata, pasó a la antesala, y se paró —¡Eh! ¡Nos tocó un teniente como una señori
en la puerta del salón, cegado por la claridad de la ta! ¡Bebe vinos para damas! No amiguito, esto no
pasará. E n este caso yo mismo impartiré las órdenes.
Comenzaremos, por la antigua costumbre rusa, con
136 BORIS LAVREÑEV VIENTO 137
vodka, luego un vinito, luego coñac; vuelto al vodka nedor ?. .. Cómo se ve que Miss Rossie ya lo tiene
y a repetir todo de nuevo. aturdido.
E l teniente Ribkin, un hombre largo y aburrido, —¡Jamás he comido esto! ¡Allá entre nosotros
con una cicatriz que le cruzaba toda la cara, comenzó no se conoce!—respondió Basilio irritado.
a interrogar a Basilio sobre el frente oriental. —¡E n verdad, me había olvidado! ¡Pero si Ud.
Y de nuevo Basilio, sin titubear, sembró menti es siberiano! Bueno, amiguito, bebamos por la ma-
ras; como en la mañana con el coronel. drecita tayga, que revienten allí todos los bolchevi
* Mientras conversaba, tomaba vodka que le ser ques.
vía el coronel, y comía algo apetitoso, cubierto con A l beber su copa, Basilio sintió al lado un crujir
una salsa amarilla, picante. de sedas, algo conocido y excitante, que le hizo re
Chillaba la música, y en el escenario, un malaba cordar a Anna Vladimirovna; rápidamente se dió
rista con la nariz roja y con sombrero de pelo, lanzaba vuelta.
platos al aire. A l lado de la mesa estaba mía m ujer de mediana
—¡Oiga, Ribkin! ... ¡Déjese de martirizar con estatura, ataviada con un traje de estilo español, con
preguntas al visitante! Ya lo hicimos esta mañana.: A. una mantilla de encajes negros sobre los hombros, y
divertirse! Mire el escenario, teniente. Va a aparecer flores en el pelo. Delgada, fina, de un perfil more
una hembrita: una maravilla. no, agudo.
De nuevo chillaron los violines, y al escenario ¡Carmencita!.. . ¡Siéntese!—dijo el capitán
saltó con liviandad una m ujer casi desnuda, rosada, Odontzov, levantándose.
espléndida, cubierta de una gasa celeste con lentejue L a mujer, con un movimiento rápido, arregló su
las brillosas. vestido, y se sentó. Con los ojos almendrados, a me
—¡Mire!. . . ¡Mire! ¡Qué busto! ¡Qué piernas!— dio cerrar, miró a Guliavin.
murmuraba el coronel al oído de Basilio—. Y le dire, —¿Nuevecito? ¿De dónde lo sacaron?—pronun
no es cara. Cobra quinientos. Y qué hembra, capaz ció ella con voz gutural.
de cansar a un potro. ¿Quiere? Se la presentaré. —¡Teniente Volinsky!
Basilio la miró y se dedicó al plato donde el co Carmencita estiró su fina mano para el beso, y
ronel le sirvió espárragos. No sabía qué hacer con Basilio, confundido, la besó.
aquéllos, y trató de ensartarlos con tenedor. Los ojos de la m ujer brillaron.
—¿Qué hace, am iguito?... ¿Espárragos con te —¿Aun no se aburrieron de beber? ¡Qué gente! ...
, Q0 BORIS LAVREÑEV VIENTO
_______________^ » - a ^ M a S g M = g g C = ' .............. "
13»
Luego los van a llevar a todos al manicomio! asi. .. con gestos. Y ella me escupió en la cara. Yo,
_Con tal de poderla encontrar a Ud. allá, no en respuesta, llamé a los cosacos, ordené desnudarla,
me importaría—respondió Odontzov. la amarraron a la cama, y pasó por encima de ella to
—;D e d ó n d e es U d .? ¿De Siberia?... ¡Lejos! do el pelotón. Disfrutó de las delicias, en abundan
Tiene U d . una cara b u e n a.. ., no está alcoholizada. cia.
Pero antes de que Basilio hubiera contestado, Basilio escuchaba, y se le turbaba la mente con
apareció al lado de la mesa un oficial delgadito, muv el vodka bebido y con la rabia.
buen mozo y elegantemente vestido. Lo recibieron con Con fuerza apretó el Browning en el bolsillo;
exclamaciones amistosas: ^ / pero antes de que hubiera podido decir una palabra]
—¡Príncipe! ...¡A m ig o !... ¿De donde. ¿Co C armencita se levantó:
mo tan de repente? —¡Adiós, señores! ¡No me quedo en la misma
__¡Recién llegado del frente! ¡Con licencia. mesa con un canalla que se vanagloria de sus baje
—¡Siéntate, siéntate. Cuenta! zas ! •'
E l oficial se sentó frente a Carmencita, y encen E l príncipe se levantó de un salto. Los demás
dió un cigarrillo. oficiales se pararon. Basilio también se levantó.
__¿Qué les voy a contar?... ¡^Nada de especial. Y el príncipe se agachó por encima de la mesa,
i Aburrimiento! A no ser en Tijovetzk, pasó algo y a L armencita:
gracioso — dijo lentamente, lanzando bocanadas de ¡Retira tus palabras. .. tu . . . ramera!
humo entre sus labios rojos y suaves, y tomando pos —¡Canalla!
turas graciosas. Y el príncipe le vació su copa de vino en la cara.
—¿Qué? . . No alcanzó a dejar el vaso, porque Basilio, de
—Hemos tomado un transporte sanitario, y aifi un vuelo, le descargó un puñetazo en la boca.
había una chica, enfermera. Una bolchevique conven E l príncipe lanzó un gemido, y cayó debajo de
cida Desde el vagón disparaba contra los nuestros. una mesita. Los oficialespescaron a Guliavin delas.
Pero hermosa, la diabla. De unos diez y siete anos. manos.
Me la tra je ro n ... Le digo: “Me da lástima, señorita, ^-¡T eniente!... ¡T eniente!... ¡Cálmese!
despacharla al otro mundo, tan joven, sin hacerla dis Basilio, rojo y furioso, se libró: "
frutar de los sublimes placeres de las tiernas pasio —¡Quita las p a ta s!... ¡Eh, canalla!... ¡Día-
nes”. “No le entiendo”, me dice. Yo le expliqué...
BORIS LAVREÑEV VIENTO
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141
blos blancos! ¡A todos los despresaremos! ¡Los de
sangraremos ! . zó allá, frente aUvTV* ^ 1° 1° 3Z°tó Ja Cara’ lSe laj1'
Y a él mismo no comprendía lo que gritaba. Des tan familiar tan nn í ' ° ,ede]cIienrI° a e*e llamado
cargaba furiosos puñetazos contra la mesa. Desefe Jn ! ! ? erÍd0%al aulIar del vi*nto.
escle a escalinata disparaban tras de él
De todas las mesitas se juntó gente. Por todas partes corría gente.
Basilio sacó el Browning. ~ .Atájenlo! ¡Disparen! ¡Ahí está!
Alguien gritó: ¡ lamen al comandante!
—¡Desármenlo! —¡Qué venga gente a caballo!
—¡Desarma! ¡Toma! ¡Prueba! Contra cinco con
cada mano soy capaz. .. canalla blanca. ¡Beptiles! Corría* a Í o T ’ Y ' ® ' y »'
Alguien se dió cuenta y gritó cubriendo las de portón abierto Casf'i " ° « un
más voces: lo cerró tras de sí m°°mCKntem^ «travesó y
-—¡Bolchevique! ¡Un espía! ¡Atájenlo!
Aparecieron revólveres en las manos. te. A ? !a d Ílyt„elS n ' d f * »**> - " M »
Basilio se lanzó hacia la salida. Una cara extra al desván, y la subió en m ° * i esca*a 1ue llevaba
ña le atajó el camino. Basilio, sin apuntar le disparó de un mástil. E l desván e s ta b í abierto0" '" " ^ '*
a boca de jarro.
Sonaron otros balazos, y Basilio sintió como que friendo C° n leñas’ *
puerta. hombro parapeto con aquéllas la
una daga le hubiera desgarrado el hombro.
Se detuvo y recordó:
—¡Qué me voy a entretener en pequeñeces! ¡To tos e f e l calíjón™ J' MC“ 'h4 P -* » y gri-
men! ¡Coman! Quizás pasen de largo ”
Sacó del bolsillo la granada de mano, la balan Pero inmediatamente oyó cómo uno «ritaba-
ceó, y la lanzó 'al medio del grupo. r f ' * , ? * 1" 1 i Aquí se escondió!
Un estruendo sacudió el aire, el espacio se lle Sonó el porton. se oyeron pasos en el patio
nó de un humo rojo, se apagó la luz eléctrica.,. Ba Vengan, vengan, les agasajaré. ••
silio ya corría hacia la salida, apartó en la puerta a
alguien, y ya estaba en la calle. ™ c o n T ro T rce aobrdóqUe “ - f '“ rato pe-
tochos. ,d0 que 50,0 quedaban seis car-
142 BORIS LAVREÑEV
_ , . ■ ■ --- - j
VIENTO
143
“¡N ada! . . . ¡Alcanzará! ... ” ¡Varios a la vez! ¡Así de a uno, matará a mu
Abajo corrían por el patio, gritaban. Comenza chos !
ron a abrirse ventanas en las casas. De nuevo crujió la puerta y saltó del marco.
Al fin, en la escala que llevaba al desván, sona Aparecieron tres personas.
ron pasos. Ties veces sono la Brownmg, y tres cuerpos ca
-—¿Está cerrado? yeron sobre el piso del desván.
—¡No! ¡apretada por dentro! ¡Forzarla! ¡Demonio!—dijo alguien, abajo.
Basilio se acurrucó detrás del cajón. H abra que esperar que aclare.
L a puerta se movió y se entreabrió, se asomó una Basilio botó la Browning. y miró el cielo. E l
mano, luego una cabeza y . .. oliente comenzaba a aclarar. Se acercó al ventanuco
Basilio apretó el gatillo. y miró con cautela. Nadie en el techo.
—¡Dispara el canalla! Haciendo un gran esfuerzo, logró pasar por la
—¡Pasen una carabina! ventanita al techo, se paró e inmediatamente se oyó
__¡Al techo!.. . ¡Ataquen desde el techo! el grito histérico de una m ujer:
Resonaron pasos sobre el zinc del techo, y se o\ o —¡Sobre el techo!... ¡Sobre el techo!
una cerrada descarga de carabinas. Entonces, lentamente, y sin guarnecerse, se acer
Otra, y otro más, y un golpe pesado contra la có al borde.
puerta. Otro golpe. Las tablas estallaron en astillas. L a sangre le cubría la cara y corría por el uni
Basilio, sin saber por qué. recordó como él también, forme. Se paro al lado la canaleta y vió los cañones
en febrero, echó abajo la puerta de un desván a gol de las carabinas que apuntaban hacia arriba. Levantó
la mano.
pes de culata.
Saltó otra tabla y asomó una carabina. —¡Ríndete, hijo de perra!
Basilio la pescó con furia, pensó arancarla, Pe^o ¡N unca! ¡ Se me acabaron los cartuchos! ¡Pero
sonó un tiro, el fuego brilló al lado de la cara, V sintió escuchen, canallas, hijos de reptiles! ¡Me toca morir!
un fuerte dolor en el pomulo. ¡Pero Uds. también morirán. .. su madre! ¡Kaput!
D ejó la carabina y disparó dos tiros contra la \ saltó para abajo, sobre el filo de las bayone
tas. ‘
brecha de la puerta. , i
Cayó un cuerpo.
Se oyeron maldiciones.
F IN
I N D I C E
Capítulo Primero
Capítulo Segundo
Capítulo Tercero
COLISION DE PRINCIPIOS........................................................ 28
Capítulo Cuarto
Capítulo Quinto
Capítulo Sexto
LA ATAMAN. ................................................................................. 59
Capítulo Séptimo
Capítulo Noveno
LA RUTINA ........................................................
Capítulo Décimo
Capítulo Undécimo
Capítulo Duodécimo