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GAUDÍ: LA NATURALEZA EN LA ARQUITECTURA

DANIEL GIRALT-MIRACLE
Crítico de arte, Barcelona

Gaudí está considerado como un arquitecto de alcance universal. Aporta


soluciones propias con repertorios originales a los retos arquitectónicos
inspirándose principalmente en la naturaleza y la artesanía. Rompe con los
estilos históricos e inicia la creación de un nuevo lenguaje plástico,
experimentando siempre nuevos métodos de expresión, vinculando el sentido
de la belleza a la funcionalidad y a la economía, e incidiendo en el análisis de
las formas sin dejar espacio a la improvisación.

Ciento cincuenta años después del nac imiento de Antoni Gaudí y a los setenta y
seis de su muerte, este arquitecto ha logrado trascender el ámbito de lo local y lo
nacional para devenir una de las señas de identidad de la ciudad de Barcelona y un
fenómeno de alcance universal. Pero no siempre fue así. Al contrario. Gaudí y su
obra se han encontrado con múltiples incomprensiones y hasta con convencidos
opositores. Sólo el paso del tiempo ha permitido que, por su espectacularidad
formal, su obra fuera más conocida y, por ello, analizada con detalle, con lo que su
figura se ha afianzado y su aportación al arte del siglo XX se entiende, por fin, como
fundamental.
Gaudí es intrínsecamente dual: artesano y artista, mago y técnico, modernista y
expresionista, arcaico y moderno, sacro y profano, del siglo XIX y del siglo XX y
éstas, que parecen fuerzas contradictorias, son a nuestro entender las que generan
una energía dialéctica que da como resultado la contundencia formal y conceptual
de este genio atípico, sobre el que ya se han escrito decenas de libros, pero del que
aún quedan facetas por descubrir. (#1)
No hace mucho tiempo Fernando Chueca Goitia, el prestigioso arquitecto,
historiador del arte y académico, hizo unas precisiones que describen exactamente
el lugar que ocupa Gaudí en el arte y en la arquitectura. Se refirió a él como al «más
grande artista español entre Goya y Picasso (...) del que no es fácil hablar, por
tratarse de un hombre muy complejo y por las circunstancias que rodean su vida»,
para concluir que se encuentra «más allá y más acá de la arquitectura». Una
afirmación rotunda que sitúa a Gaudí donde le corresponde en el marco de la
historia del arte moderno y que subraya esta manera de hacer que caracteriza a
Gaudí, que desbordaba los lindes tradicionales de la arquitectura, para atender a los
procedimientos constructivos y a la habitabilidad de los espacios y mezclarla con el
arte, siguiendo unas intuiciones que arrancan de la tradición pero que se proyectan
hacia la innovación. Probablemente por ello Elies Rogent, director de la Escuela de

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Arquitectura cuando Gaudí se graduó en Barcelona en 1878, dijo a sus compañeros
de claustro que no sabía si había aprobado a «un loco o un genio», porque percibió
que algo de extraordinario había en aquel joven de 26 años.
Es evidente que la arquitectura de Gaudí en una primera época tiene mucho de
neomudejarismo y orientalismo, e incluso algo de neoclasicismo, y que,
posteriormente, incluyó elementos neomedievales, pero a pesar de ello, Gaudí se
distingue de sus contemporáneos porque aún manejando un vocabulario conocido
aporta soluciones propias y repertorios originales. Si es un lugar común situar a
Gaudí entre los grandes modernistas de su época, tanto catalanes como europeos,
también hay quienes, por la rotundidad de sus formas, lo consideran más próximo al
expresionismo. Pero Chueca va más allá y lo define como el «único arquitecto
expresionista español y uno de los más grandes de Europa». (#2)
No podemos negar que Gaudí cohabita con los modernistas, en cuyo contexto vive
inmerso, y que muchos de los elementos formales de esta corriente aparecen en su
obra, especialmente los relacionados con lo sinuoso y lo curvilíneo, pero no es lícito
afirmar que Gaudí es intrínsecamente un arquitecto art nouveau, como puede serlo
el francés Hector Guimard. Quizá lo más apropiado para posicionar a Gaudí sería
seguir el consejo de Cèsar Martinell, su discípulo y colaborador, y hablar del
«gaudinismo» como de un estilo propio o de un «ismo» singular, porque nuestro
arquitecto sobrepasa la definición y el contenido del modernismo. El modernismo
supuso en el cambio de siglo el paso o la transición de una arquitectura académica a
otra más moderna, distintas ambas a la concepción de lo arquitectónico que tenía
Gaudí, cuya obra parte de la arquitectura histórica y evoluciona teniendo en cuenta
primero el concepto y después las técnicas constructivas y los resultados de una
experimentación que llevó a cabo a lo largo de su vida, porque realmente el objetivo
final de Gaudí era hacer una «obra de arte total», que no distinguiera entre el
mínimo detalle ornamental o la más compleja solución estructural. (#3)
Gaudí se interesó por el historicismo, pero siempre miró hacia delante, hacia el
porvenir, hacia aquello que intuía que renovaría el arte y la arquitectura. Por ello no
ha de extrañarnos que Gaudí convirtiera el estilo más avanzado de su época, el
gótico, en el germen de unas investigaciones que le habían de permitir llegar a
definir un sistema estructural propio, de arcos equilibrados y sin contrafuertes,
gracias al que podría construir obras tan complejas como la iglesia de la Colonia
Güell o el templo de la Sagrada Familia.
Para Oriol Bohigas el aspecto más importante de Gaudí es precisamente su «ruptura
total con los estilos históricos y la creación de un nuevo lenguaje plástico», que se
pone de manifiesto en las obras que corresponden a su madurez, entre las que se
encuentran el palacio Güell, la casa Batlló, la casa Milà o Pedrera, el parque Güell,

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el pequeño edificio de las Escuelas Provisionales de la Sagrada Familia y las ya
mencionadas iglesia de la Colonia Güell y templo de la Sagrada Familia.
Edificios que, sin duda, responden a una arquitectura de autor, libre, creativa,
experimental, a una manera de trabajar que ya no tiene nada que ver con el
posromanticismo sino con el espíritu del movimiento moderno. Y aquí es necesario
recordar que Gaudí vivió en un período de grandes transformaciones en el campo de
la ciencia y de la técnica, a las que no fue ajeno. Sin embargo, el sentido analítico y
pragmático de Gaudí hemos de atribuirlo a dos referentes, que él mismo reconocía,
según se desprende de las declaraciones del arquitecto que nos han quedado. Se
trata de la naturaleza, estrechamente vinculada al paisaje de su infancia en el Camp
de Tarragona, y de sus orígenes artesanos, puesto que tanto su padre como sus
abuelos eran caldereros que trabajaron directamente las planchas de cobre en el
yunque. De la naturaleza aprendió que lo orgánico no tiene líneas rectas, que las
formas naturales no tienen solución de continuidad y que responden a una
geometría interna. La práctica artesanal, que desarrolló en él el gusto por lo manual
le enseñó la disciplina del oficio, las técnicas básicas de lo constructivo y, sobre
todo, el pasar del plano al espacio: «Yo tengo esta capacidad de ver el espacio
porque soy hijo, nieto y bisnieto de caldereros (...), es decir, gente del espacio y de
la situación.» Saber ver el espacio, dominar su dimensión física y sensorial es lo que
hizo que Gaudí no se limitara a las formas, sino que también trabajara los espacios
que debían contener estas formas. (#4)
Gaudí se trasladó a Barcelona para estudiar arquitectura en un momento oportuno.
Por un lado se acababa de crear la Escuela Provincial de Arquitectura de la capital
catalana, segregada de la antigua Academia de Nobles Artes, que daba rango
superior a los antiguos maestros de obra, poseía un carácter renovador y prestaba
especial atención a la formación tecnológica del arquitecto; por el otro, la ciudad
estaba en apogeo, debido a una gran expansión económica, promovida por una
burguesía que quería medirse con la europea. El Eixample, proyectado por Ildefons
Cerdà, extendía la ciudad hacia el este y las montañas, lo que conllevó un boom
constructivo que tenía el modernismo como referente y la obra de Gaudí como punto
culminante. Los Güell, los Vicens, los Calvet, los Batlló, los Milà... eran las grandes
familias que, movidas por el deseo de poseer una casa que se distinguiera de las
demás y atraídas por la singularidad de las propuestas de Gaudí, le confiaron la
construcción de sus residencias.
Vemos pues que el contexto era propicio para Gaudí. Incluso los trabajos que realizó
como delineante en diversos estudios de arquitectos reconocidos fueron a su favor,
ya que no sólo le ayudaron económicamente, sino que le permitieron mantener una
relación muy estrecha con los talleres de cerámica, forja, fundición, con los vidrieros,
los carpinteros, los yeseros, etc. Precisamente los primeros encargos que recibió en

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la ciudad de Barcelona estuvieron estrechamente ligados a estos oficios, ya que
fueron el diseño de unas farolas para la plaza Reial, que aún subsisten, las vitrinas
de la guantería Comella y diversos relicarios y objetos decorativos. Piezas, en
general, arcaizantes, cargadas de simbología medieval, naturalista o religiosa pero
que ponían especial énfasis en los aspectos funcionales y constructivos, que Gaudí
conocía a fondo.
Esta capacidad -nos atreveríamos a decir que innata-, para todo lo relacionado con
las artes y los oficios se complementó con los rigurosos estudios de la Escuela de
Arquitectura, donde Gaudí se inició en el cálculo diferencial e integral, la geometría
descriptiva -básica en el desarrollo posterior de sus superficies regladas-, la
mecánica racional, etc.; y con lo que aprendió asistiendo como alumno libre a las
clases de estética de Manuel Milà i Fontanals y a las de filosofía de Francesc X.
Llorens i Barba, catedrático de metafísica que proponía sintetizar el empirismo y el
racionalismo, siguiendo la escuela del «sentido común» y el pensamiento kantiano.
Una amalgama de disciplinas que pone de manifiesto que Gaudí ya en su juventud
tenía claro que para él el pensamiento, el arte y la técnica iban juntos y que le
permitiría acometer la profesión de arquitecto de una manera distinta, basándose en
la intuición sensible, en la reflexión y en los modelos empíricos. (#5)
Si en sus creaciones arte y técnica son inseparables, ¿por qué su popularidad está
estrechamente ligada a lo más epidérmico de sus edificios? Es evidente que la
arquitectura de Gaudí está dotada de una gran artisticidad, tanto desde el punto de
vista plástico como del morfológico. El historiador del arte Alexandre Cirici afirmaba
que fue un pintor abstracto sin ser consciente de ello: «Posiblemente murió sin
haberse dado cuenta del hecho extraordinario de lo precursor de su creatividad en la
plástica no figurativa.» Efectivamente, las acuarelas de Wassily Kandinsky,
considerado el padre de la abstracción, son posteriores. Como también lo es la obra
de Pablo Gargallo y Juli González, de la que sin duda sus trabajos en forja son
indiscutibles antecedentes, particularmente las barandas de la casa Milà, de las que
Juan Eduardo Cirlot afirmó que eran formas «precursoras de la plástica moderna».
Gaudí usó el colage, el assamblage, el trencadís, las formas dinámicas, las
superficies ondulantes, los campos de color... avant la lettre, antes de que todos
estos recursos fueran utilizados por los artistas adscritos a las corrientes de
vanguardia. Incluso hay algunos historiadores del arte que asocian a Gaudí con el
surrealismo, el cubismo, el expresionismo o ciertas corrientes abstractas... pero
todos sabemos que él vivía totalmente alejado de lo que era el mundo de las
vanguardias y que el único punto de coincidencia entre el arquitecto y estos artistas
es el afán de experimentar nuevos modos de expresión y encontrar nuevas
soluciones plásticas para sus inquietudes creativas. (#6) Pero esto no nos puede
hacer caer en el equívoco de considerar a Gaudí un artista plástico. Es más, su

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particular sentido de la belleza siempre estaba vinculado a la funcionalidad, a lo
práctico y a lo económico. (#7)
Para Gaudí la apariencia externa de las cosas «no ha de ser nada más que el reflejo
de las necesidades de orden utilitario, mecánico y constructivo». Por esto estudió a
fondo la geometría, el mundo de las estructuras y los procedimientos constructivos.
Primero se centró en los materiales y las técnicas tradicionales como el ladrillo y la
volta catalana, un mundo cercano que el valenciano Guastavino exportó a los
Estados Unidos, y a partir de los arcos parabólicos en madera que utilizó en la
Cooperativa La Obrera Mataronense (1883) y, muy especialmente, de las
experiencias que realizó en la iglesia de la Colonia Güell, Gaudí decidió ir más allá
de las tipologías de la construcción tradicional, para crear formas nuevas y ampliar el
repertorio de soluciones constructivas.
La capacidad de innovación de Gaudí era tanta que incluso sorprendía a sus
colaboradores, cuando utilizaba pilares en lugar de muros, columnas inclinadas,
modelos catenarios, arcos equilibrados, intersección de bóvedas, etc. soluciones
que él justificaba con estas palabras «mis ideas estructurales y estéticas son de una
lógica indiscutible», por ello hacía coincidir la forma con la estructura, eliminando
cualquier tipo de contrafuertes o de muros de soporte, basándose fundamentalmente
en superficies regladas acopladas.
«Soy geómetra, es decir, sintético», «yo lo calculo todo», «la geometría, en la
ejecución de las superficies, no complica sino que simplifica la construcción», «para
que una obra arquitectónica sea bella, es preciso que todos sus elementos sean
justos en situación, dimensión, forma y color» son otras afirmaciones de Gaudí que
no se pueden ignorar, puesto que si analizamos detenidamente cualquiera de sus
chimeneas, edículos, pináculos o construcciones exentas descubriremos que la
potente y expresionista morfología que las caracteriza esconde una lógica, un
cálculo, un sentido de la mesura que funde el arte y la técnica. (#8)
Este Gaudí, que se asemeja más a un hombre de ciencia que a un artista, es el que
se nos revela en su obrador o taller de la Sagrada Familia, una construcción muy
precaria, formada por superficies alabeadas que fue transformándose con el paso
del tiempo, y donde Gaudí realizó los estudios más interesantes de su carrera, a lo
largo de los últimos catorce años de su vida. Gracias a la revista Gaseta de les Arts
se conserva un amplio reportaje fotográfico que nos muestra el interior y el exterior
de este taller y que nos ayuda a entender la manera de trabajar de Gaudí, de la que
sólo teníamos constancia mediante las notas que nos han legado sus discípulos y
colaboradores.
Mesas de dibujo, planos, modelos geométricos tridimensionales, maquetas de
edificios, fotografías, mosaicos venecianos, elementos ornamentales, moldes y
contramoldes de figuras destinadas a la fachada del Nacimiento del templo de la

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Sagrada Familia... todo se amontona en un pequeño espacio, concentrado, donde
se pone en evidencia que nada se improvisaba, que todo era estudiado y
experimentado previamente. Al punto que, según dejaron escrito quienes le
conocieron, el edificio que albergaba este laboratorio tenía techos y ventanas
movibles para regular la entrada de la luz, en función del recorrido del sol o del tipo
de fotografía que quería ejecutar, e incluso, si lo requerían las necesidades
operativas del momento, Gaudí hacía abrir nuevas ventanas y levantar el nivel de los
techos.
Aunque ésta sea la faceta menos divulgada de Gaudí es probablemente la que
muestra el sustrato de su rica morfología y, sin duda, es el secreto de su obra, que
definitivamente no es resultado de un arbitrario impulso estético, sino de un profundo
análisis de las formas, que armoniza las exigencias funcionales con los opciones
estéticas. (#9)
Esto es lo que han pretendido demostrar las actividades (exposiciones, congresos,
itinerarios, publicaciones, cursos universitarios, talleres, etc.) que se han estado
celebrando a lo largo de 2002, propiciando un nuevo encuentro con Gaudí, de
manera que la leyenda desmesurada que le envuelve dé paso a una lectura reflexiva
y contemporánea del conjunto de su obra.

Destacats
(#1) Gaudí es intrínsecamente dual: artesano y artista, mago y técnico, modernista y
expresionista, arcaico y moderno, sacro y profano
(#2) Se distingue de sus contemporáneos porque aún manejando un vocabulario
conocido aporta soluciones propias y repertorios originales
(#3) Lo más apropiado para posicionar a Gaudí sería hablar del “gaudinismo” como
de un estilo propio o de un “ismo” singular
(#4) El sentido analítico y pragmático de Gaudí hemos de atribuirlo a dos referentes:
la naturaleza y sus orígenes artesanos
(#5) Para Gaudí el pensamiento, el arte y la técnica iban juntos
(#6) El único punto de coincidencia entre Gaudí y los artistas vanguardistas es el
afán de experimentar nuevos modos de expresión
(#7) Su particular sentido de la belleza siempre estaba vinculado a la funcionalidad,
a lo práctico y a lo económico
(#8) Según Gaudí, “para que una obra arquitectónica sea bella, es preciso que todos
sus elementos sean justos en situación, dimensión, forma y color”
(#9) El secreto de su obra es resultado de un profundo análisis de las formas, que
armoniza las exigencias funcionales con las opciones estéticas

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