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¡Qué distinta es la postura de santo Tomás, para quien no es el pensamiento el que decide la
existencia, sino que es la existencia, el esse, lo que decide el pensar! Pienso del modo que pienso
porque soy el que soy-es decir, una criatura- y porque Él es El que es, es decir, el absoluto Misterio
increado. Si Él no fuese Misterio, no habría necesidad de la Revelación o, mejor, hablando de modo
más riguroso, de la autorrevelación de Dios.
Si el hombre, con su intelecto creado y con las limitaciones de la propia subjetividad, pudiese
superar la distancia que separa la creación del Creador, el ser contingente y no necesario del Ser
necesario «el que no es» -según la conocida expresión dirigida por Cristo a santa Catalina de
Siena- de «Aquel que es» (cfr. Raimundo de Capua, Legenda maior, I,10,92), sólo entonces sus
preguntas estarían fundadas.
Los pensamientos que le inquietan, y que aparecen en sus libros, están expresados por una serie de
preguntas que no son solamente suyas; usted quiere erigirse en portavoz de los hombres de
nuestra época, poniéndose a su lado en los caminos -a veces difíciles e intrincados, a veces
aparentemente sin salida- de la búsqueda de Dios. Su inquietud se expresa en la pregunta: ¿Por qué
no hay pruebas más seguras de la existencia de Dios? ¿Por qué Él parece esconderse, como si
jugara con Su criatura? ¿No deberá ser todo mucho más sencillo? ¿Su existencia no debería ser algo
evidente? Son preguntas que pertenecen al repertorio del agnosticismo contemporáneo. El
agnosticismo no es ateísmo, no es un ateísmo programático, como lo eran el ateísmo marxista y, en
otro contexto, el ateísmo de la época del iluminismo.
Con todo, sus preguntas contienen formulaciones en las que resuenan el Antiguo y el Nuevo
Testamento. Cuando usted habla del Dios que se esconde, usa casi el mismo lenguaje de Moisés,
que deseaba ver a Dios cara a cara, pero no pudo ver más que «sus espaldas» (cfr. Éxodo 33,23).
¿No está aquí indicado el conocimiento a través de la Creación?
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26/5/2018 Ateismo. La respuesta de la Iglesia al Ateísmo. Por Pbro. Dr. Enrique Cases - ApologeticaCatolica.org
Cuando después habla de «juego», me hace recordar las palabras del Libro de los Proverbios, que
presenta la Sabiduría ocupada en «recrearse con los hijos de los hombres por el orbe de la tierra»
(cfr. Proverbios 8,31). ¿No significa esto que la Sabiduría de Dios se da a las criaturas pero, al
mismo tiempo, no desvela del todo Su misterio?
Aun el día antes de la Pasión, los apóstoles preguntaban a Cristo: «Muéstranos al Padre» (Juan
14,8). Su respuesta sigue siendo una respuesta clave: «¿Cómo podéis decir: Muéstranos al Padre?
¿No creéis que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? [...] Si no, creed por las obras mismas. Yo y el
Padre somos una sola cosa» (cfr. Juan 14,9-11 y 10,30).
Las palabras de Cristo van muy lejos. Tenemos casi que habérnoslas con aquella experiencia directa
a la que aspira el hombre contemporáneo. Pero esta inmediatez no es el conocimiento de Dios
«cara a cara» (1 Corintios 13,12), no es el conocimiento de Dios como Dios.
Esta gran protesta tiene nombres concretos: primero se llama Sinagoga, y después Islam. Ninguno
de los dos puede aceptar un Dios así de humano. «Esto no conviene a Dios -protestan-. Debe
permanecer absolutamente trascendente, debe permanecer como pura Majestad. Por supuesto,
Majestad llena de misericordia, pero no hasta el punto de pagar las culpas de la propia criatura, sus
pecados.»
Desde una cierta óptica es justo decir que Dios se ha desvelado al hombre incluso demasiado en lo
que tiene de más divino, en lo que es Su vida íntima; se ha desvelado en el propio Misterio. No ha
considerado el hecho de que tal desvelamiento Lo habría en cierto modo oscurecido a los ojos del
hombre, porque el hombre no es capaz de soportar el exceso de Misterio, no quiere ser así invadido
y superado. Sí, el hombre sabe que Dios es Aquel en el que «vivimos, nos movemos y existimos»
(Hechos de los Apóstoles 17,28); pero ¿por qué eso ha tenido que ser confirmado por Su Muerte y
Resurrección? Sin embargo, san Pablo escribe: «Pero si Cristo no ha resucitado, entonces es vana
nuestra predicación y es vana también nuestra fe» (1 Corintios 15,14).
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