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Guadalupe Amescua V.
Directora del CESIGUE
Funciones ejecutivas
Se les llama así porque estas funciones son las que están a cargo del comportamiento, es
el “ejecutivo” de nuestra mente. Cubre funciones muy importantes como la
organización del self, la anticipación de consecuencias, memoria de trabajo, seguir
reglas y direcciones, regular emociones, pensamientos y comportamiento, así como
hacer juicios certeros de las situaciones, y en especial la regulación de los impulsos.
Cuando una persona se encuentra ante una situación difícil o estresante se puede
responder de cuatro formas diferentes: prosocial, antisocial, auto-destructiva o
inapropiada.
Los padres
Por otro lado, en mayor o menor medida los padres tienen una forma de ser recíproca a
la del adolescente. También tienen problemas para cuidar de sí mismos, de no ser
responsables en diferentes áreas de su vida, de no ser honestos, aunque se manifiesta de
maneras diferentes. Asisten a su trabajo, pero no pagan la tarjeta de crédito, prometen
cosas a sus hijos que no cumplen, son descuidados con su salud o con sus pertenencias,
pueden ser desorganizados, dejar todo para el último momento, tener otras relaciones,
ser descalificadores, y tener una pobre manera de resolver sus conflictos de pareja.
A su vez los padres de este tipo de chicos, normalmente responden en forma evitativa,
ambivalente o desorganizada, no están disponibles emocionalmente, tienden a rechazar
a sus hijos y no dar apoyo. Los niños por lo tanto aprenden a saber que sus padres y
adultos no son confiables. Ante los problemas entonces, en vez de buscar apoyo, tienen
salidas desorganizadas y autodestructivas, fuera de control y comportamientos rebeldes.
En muchos casos, los padres no sólo no tienen las herramientas y estrategias adecuadas
para enfrentar la problemática de la forma de ser de sus hijos, sino que al rechazarlos,
recordarles todo el tiempo sus formas inadecuadas de ser, y rendirse -pues ya no saben
qué hacer con sus hijos-, contribuyen a agravar el problema.
Los padres no han sido capaces de mostrar a sus hijos formas adecuadas de regularse
emocionalmente ante el conflicto, debido a que no han sido capaces de dar apoyo y
estructura suficientes.
¿Qué hacer?
Con el adolescente, las sesiones van encaminadas a poner de manifiesto los rasgos del
carácter que están implicados más allá del consumo de sustancias, o de otras formas de
adicción (internet, sexo, compras, juegos); la meta es ayudar a ampliar las opciones con
que pueden responder ante los retos que la vida les plantea. De manera que cuando
tengan que, por ejemplo dar cuenta de algo que hicieron, en vez de mentir en forma
automática, puedan optar por expresar que no quieren decir lo que sucedió, o que
puedan decir una parte, o que lo comentarán más tarde. Si se trata de obtener dinero,
pensar que hay muchas más formas de hacerlo que solamente tomarlo, como ahorrar,
trabajar, pedir prestado, pedirlo regalado. Sobre todo desarrollar opciones para cuidar de
ellos mismos.
El trabajo con padres se dirige a que ellos puedan identificar, aceptar y trabajar para
flexibilizar sus propios rasgos de carácter, para que puedan aprender cómo manejar el
carácter de sus hijos y participar activamente en su flexibilización.
Los padres han castigado, gritado, amenazado sin mayores resultados. Es importante
darles otras alternativas dirigidas especialmente a abrir otro tipo de relación con sus
hijos. En primer lugar es importante que los padres desarrollen estas habilidades
relacionales, entre ellas las más importantes son escuchar, ser claros y manejar el
conflicto. Por otro lado deben de invertir (cuidar) en el chic@, darle tiempo, enseñarle
cómo cuidar de sí mism@, dando alternativas a sus comportamientos.
Asimismo, una de las cosas más importantes en la flexibilización es estar cerca de sus
hijos cuando éstos están ante situaciones de conflicto, mostrando alternativas de cómo
manejar los problemas y el stress, sin que tengan que evadirse mediante sustancias,
acompañando, y siendo una base segura a donde el chico pueda recurrir cuando sea
necesario.
Fuentes de información
Guadalupe Amescua V.
Por otro lado, el discurso se dirige al adolescente con adicciones: él es el adicto, el chico
problema, los que consumen, los que están en riesgo, y por lo tanto, las acciones tanto
de prevención como de atención se dirigen básicamente a los chicos, dejando fuera a los
padres.
Intervenir en adicciones entonces, va más allá de ver la dependencia a una sustancia o
actividad, es importante entender que se ha vuelto ya un estilo de ser, que es un síntoma
de la forma de relacionarse, de percibir el mundo y de solucionar situaciones internas y
externas. Esto se conoce de dos formas: en el aspecto psicológico se denomina el
carácter, y su fundamento neurobiológico son las funciones ejecutivas.
Más que hablar de adicciones, yo lo haré sobre el carácter, las funciones ejecutivas y los
padres.
El carácter
Qué significar ser caracterológico. Para Norman Shub, ser caracterológico es tener una
forma rígida en la manera de ser. Esto es, hacer continuamente, una y otra y otra vez lo
mismo, debido a que no se tienen alternativas, no se ha aprendido o desarrollado otra
forma de ser o hacer.
Sabemos que los chicos con adicciones, además tienen otros conflictos como: mentir,
robar, no obedecer reglas, no mantener relaciones estables, problemas escolares,
irresponsabilidad generalizada,…. Todo esto es una forma de ser, una manera de estar
en el mundo, y que aun cuando puedan romper el patrón de adicción estos
comportamientos permanecen.
La persona que tiene el problema de carácter generalmente justifica que está bien ser
así, o que ha sido de esta manera toda su vida, que ya “así es”, por lo que será difícil
pensar en cambiar o en pedir ayuda a este respecto. O bien en el mejor de los casos,
puede darse cuenta, querer cambiar, prometer que va a hacerlo, y lograrlo por un tiempo
breve. Pero cuando se encuentra frente a situaciones extremas, nuevamente volverá a
repetir el repertorio limitado de comportamiento.
Convivir con una persona caracterológica es difícil. Los que más sufren el carácter son
los que están a su alrededor. Cuando se vive con un chico deshonesto, poco a poco se va
perdiendo la confianza en él. Todo lo que diga o haga ya no será posible creerle, y esto
irá dificultando la relación de él con otras personas, quienes se sentirán heridas,
defraudadas y tenderán a irse alejando emocionalmente.
De la misma manera, si el chico es irresponsable, este rasgo puede manifestarse con
diversos comportamientos como: no realizar tareas que se le asignan, ya sea en casa o
en la escuela, perder cosas, no llegar a casa a la hora, no cumplir compromisos, dejar
plantados a los amigos, reprobar en la escuela. A la vez este rasgo de responsabilidad
está relacionado con el rasgo del cuidado a sí mismo y a otros (inversión). Si éste es un
rasgo que se ha rigidizado, es muy importante en el problema de adicciones, ya que
ciertamente los chicos no tienen la capacidad de cuidarse, se ponen en riesgo de muchas
formas, y también a otros.
La forma en que estos comportamientos caracterológicos afectan a las personas con las
que se relacionan puede ser fácil de pensar. Convivir con un chico que no se
responsabiliza prácticamente de nada, que no es capaz de cuidarse a sí mismo ni a otros,
y que es deshonesto en diferentes formas, hace que la relación se vaya deteriorando y
por lo tanto cada vez sea más difícil de saber qué hacer, llevando a los padres a la
impotencia o a tomar acciones que solamente complican la situación.
Continuará
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Mientras que este acercamiento a la tecnología hace que los niños y jóvenes tengan esta
capacidad prácticamente innata de la relación con las máquinas y la tecnología, por lo
mismo las relaciones interpersonales se han visto transformadas, incidiendo en la forma
en que se relacionan con la familia, la escuela y con los compañeros.
Hace un par de semanas fui a una consulta médica. La doctora, una mujer joven, cambió
su consultorio a su domicilio para estar cerca de su pequeña de año y medio. Llegué a
mi consulta un poco antes, por lo que esperé cerca de media hora en la sala de la casa.
Era temprano en la mañana. La pequeña estaba en la cocina con la abuela que le daba de
desayunar. Me sorprendió mucho ver la siguiente escena: la abuela bajó con ella, la
puso en su sillita alta y encendió el televisor, colocado directamente frente al campo de
visión de la pequeña, mientras que la abuela se sentaba a un lado con la comida. La niña
volteaba a ver a la abuela, que le hablaba a la niña mientras le iba dando de comer, para
verla la chiquilla tenía que voltear y forzar un poco su postura. Incluso le interesaba
verme y saludarme con la manita. Cuando la imagen de la televisión era más intensa en
colores y sonido, la niña veía un momento la pantalla pero luego regresaba a centrar su
atención en la abuela y en mí.
Stern, Gutstein y otros autores, mencionan la importancia que tiene para los niños en los
tres primeros años –aún en esta era tecnologizada- las relaciones cara a cara. En estos
primeros años los niños aprenden el lenguaje corporal, son “adictos” a las relaciones, ya
que para ellos es de primera importancia convivir con los adultos cercanos. Al mirar la
cara de las personas que les rodean, en especial de los padres y principales cuidadores –
como la abuela- van aprendiendo a modular sus propias emociones y a comprender las
emociones de otros, se van formando una imagen de sí mismos y del mundo,
desarrollan la empatía y lo que se conoce como “teoría de la mente” (ésto es la
capacidad de considerar que el otro piensa, siente y tiene un mundo separado de uno).
En función de la cual el niño desarrollará, la posibilidad de respetar los deseos y
necesidades de otro. Lo que hace capaz al niño, por un lado de obedecer a los padres
cuando éstos le expresan algo diferente a lo él quiere hacer en ese momento; y más tarde
aprenderá a ajustar sus necesidades a las de los compañeros de juego, como tomar
turnos, sin que el niño tenga siempre que imponer sus propios deseos sobre los de los
demás.
Cuando la madre interactúa miles y miles de veces con su hijo a través de funciones
cotidianas como: cambiarlo, bañarlo y darle de comer; la relación cara a cara, cuerpo a
cuerpo que se da entre ambos crea una comunicación intensa, una danza que irá
abriendo al niño a saber leer el lenguaje corporal de los otros, y sobre todo a
sintonizarse con las emociones y ritmos de los demás, abriendo su capacidad de relación
interpersonal en el sentido más básico y profundo.
Esta pequeña estaba tratando de seguir este ritmo, buscando más la mirada de la abuela
que la imagen de la TV. Sin embargo, si se insiste en ponerla frente al aparato, cada vez
irá concentrando más su atención en éste debido a lo brillante de sus imágenes, al
movimiento y colorido. Si ésto continúa así por un par de años es fácil imaginar el
futuro: cuando esté en edad escolar, en las comidas tendrá que tener la TV encendida,
con lo cual la convivencia e intercambio con su familia se verá afectado, y al ir
perdiendo la capacidad de centrar su atención en la expresión facial de las personas,
también le será más difícil seguir instrucciones, esperando hasta que se “suba de
volumen”, o sea que la mamá tenga que gritar y gritar para que haga caso. En la escuela
es muy probable que tenga problemas para poner atención en clases, pues le costará
trabajo centrarse en la maestra, ya que su mente se ha acostumbrado a estímulos
llamativos como la pantalla de la TV, y entonces se pondrá a hacer algo diferente,
perdiendo su capacidad de concentración y aprendizaje. Me pregunto cuántos de los
niños que actualmente se considera que tienen Déficit de Atención, en realidad tienen
un síndrome de pantalla.
Entiendo que los padres jóvenes viven en esta era de la tecnología, y que esta es
maravillosa, pero no permitan que sus hijos vayan perdiendo la capacidad de
relacionarse con las personas, y que poco a poco las máquinas y las imágenes
cibernéticas sustituyan la experiencia de estar con otra persona, pues esta sigue siendo la
experiencia mejor que uno pueda vivir.
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GENERACION 2009-2011
Nunca creí que pudiéramos transformar el mundo,
pero creo en que todos los días me puedo transformar
yo mismo.
Françoise Giroud
Qué significa estar todos aquí reunidos? Venimos para ser testigos de una
transformación, hoy, 31 de ustedes deja de ser alumno, estudiante y se
convierte en un terapeuta, este es un logro después de dos años, en el que han
estado estudiando una maestría, que no ha sido solo tener conocimientos, ha
sido principalmente un camino de búsqueda interior, de trascender muchas
cosas. Seguramente algún día ustedes pensaron que así eran y así seguirían
siendo toda su vida, y sin embargo, con esta experiencia esa creencia poco a
poco ha ido cayendo.
Ingresaron al Cesigue con una meta que hoy están por terminar, para iniciar
apenas un nuevo camino con una misión de vida que se traducirá en que cada
uno de ustedes será gestor de cambios en este mundo.
El libro sagrado Maya del Chilam Balam, dice:”En el trece Ahau, al final
del último katum, el itzá será arrollado y rodará Tanka, habrá un tiempo en
el que estarán sumidos en la oscuridad y luego vendrán trayendo la señal
futura los Hombres del Sol; despertará la tierra por el norte y por el
poniente, el itzá despertará de nuevo”.
Este año que inicia, nos invita a unirnos a una meditación profunda de lo
que significa ser moradores de nuestro planeta precisamente en este momento.
Podemos elegir seguir dormidos, inconscientes y solamente dejarnos llevar por
la corriente, confluir.
- Una época de cambios para enfrentar al hombre consigo mismo para hacer
que entre al gran salón de los espejos y se mire, y analice su comportamiento
con él mismo, con los demás, con la naturaleza y con el planeta donde vive.
- Una época para que toda la humanidad por decisión conciente de cada uno
de nosotros decida cambiar, eliminar el miedo y la falta de respeto de todas
nuestras relaciones.
Alcanzando más allá de mis propias limitaciones, para demostrar mi fuerza interna.
Estoy segura de que todos hemos escuchado a alguien decir alguna de estas frases, ya
sea de nuestras amistades, de nuestros pacientes, o tal vez incluso nosotras mismas las
hemos dicho y vivido.
Tarde o temprano se romperá el encanto, muchas veces se precipita porque el otro
idealizado hace algo que ya no se puede soportar y entonces se rompe de un golpe o
bien, poco a poco la persona codependiente se harta de la situación. Cuando esto pasa,
la impresión que tiene la persona es que “algo pasó de momento”, algo que antes no
estaba allí, que el otro no había hecho antes, -o al menos no tanto- La sensación es de
haber sido sorprendidos, engañados, y además de desconocer a la persona que se tiene
enfrente. Por otro lado, no se quiere terminar la relación, no se está preparado para
enfrentar una separación, el temor principal es la soledad, la pérdida, el abandono, y
renunciar a los ideales que se habían puesto en la pareja.
El conflicto principal es: la sensación de engaño y temor a la soledad y por otro lado el
verse confrontado a una realidad, a un desconocido.
¿Cómo podemos explicar este fenómeno tan frecuente?
1. La idealización
Mucho antes de iniciar una relación, ya se tiene un imaginario, un ideal de la persona
que se desea encontrar. Este ideal se construye a partir de las expectativas familiares y
sociales, que vamos haciendo nuestras a través de la vida. Queremos un hombre, alto,
guapo, delgado, con una profesión, buen proveedor, que nos quiera y además de todo
que sea buen amante -por supuesto- Esto es de lo que nos damos cuenta, pero además
hay otros modelos que también se recogen del ambiente inmediato, y que pasan más
inadvertidos. Por ejemplo, se eligen hombres inmaduros, violentos, alcohólicos, o a los
que hay que cuidar. O también buscamos a través de una relación, cumplir ideales
previstos para nosotras mismas: ser salvadoras, cuidadoras, educadoras y para esto por
supuesto que se necesita un hombre un poco –o un mucho- inválido.
Lo peor viene cuando se combinan ambos ideales: se elige a un hombre que
aparentemente es el príncipe azul, pero que se encuentra bajo algún hechizo del cual
necesita ser salvado. De esta manera se tiene al príncipe y nosotras nos convertimos por
lo tanto en la princesa ideal.
2. La confluencia
Para conservar este tipo de relaciones idealizadas, en donde se da una dialéctica en lo
intercambiable de las posiciones salvador-salvado, controlado-controlador, ya que
muchas veces se pierde la capacidad de separar si uno controla o es controlado, o quien
está salvando a quien, o quién tiene más temor de ser abandonado, entonces, algo que
ineludiblemente pasa es la confluencia.
Esto quiere decir que uno se pierde en el otro. Alguien, o ambos, van perdiendo su
capacidad de saber lo que quieren, siempre acceden a los deseos del otro, pues es la
única manera conocida de conservar la relación.
Hay un temor muy grande, de que “si dejo de hacer lo que el otro me pide, ya no me va
a querer, me va a abandonar” y entonces no sólo se accede a lo que el otro quiere sino
que incluso se llega a perder la capacidad de saber lo que uno mismo desea. Se da una
fusión tan absoluta, que lo único que la puede romper es una gran crisis. Uno se ha ido
traicionando a sí mismo, ahora sólo queda hacer manifiesta la traición al otro.
En el fondo, desde el principio hay una autoestima muy baja, un sentido del self muy
deficiente: “si no hago méritos, si no accedo a lo que el otro me pide, entonces no voy a
ser aceptada”. Puede suceder a la inversa: se pone en el otro la deficiencia, la
descalificación para que uno pueda entrar como salvadora. “si la otra persona me está
pidiendo que yo haga esto, no puedo decirle que no, pues se va a sentir herida y eso es
muy feo”
Sea como sea, se cae en la trampa de la confluencia: de perderse uno en el otro.
La única forma de re-encontrarse, es romper la ilusión especular, romper ese espejo en
el cual uno alza la mano, y el otro la alza igual.
Hay algo sano que finalmente busca su última opción: en forma desesperada se produce
una crisis, una ruptura de esa inmovilidad especular, esperanza de re-encuentro con uno
mismo, confrontación a todos los miedos tan temidos.
3. Empezar a ver: el fondo se hace figura
Se rompe el espejo, se caen los velos, se de-vela: o sea somos capaces de ver, lo que de
alguna manera siempre estuvo allí, pero mezclado en el fondo. Como en esos dibujos
con figuras escondidas, que de chicos nos entretenía para buscar animales o figuras
escondidas en una trama de un dibujo.
Al principio nos sorprende, nos hace sentir engañados, “cómo es posible, si antes no era
así” “si siempre estamos juntos” “si me había prometido….” “ya no es la persona que
yo conocía, es como estar frente a un desconocido”, “si lo hubiera sabido desde el
principio no estuviera aquí en esta relación-“
Viene el dolor de la ruptura, pero no sólo con el otro, sino sobre todo con el ideal, con
ese sueño depositado en el otro, la ruptura de la ilusión y del espejo.
La violencia de la “traición” de esa falta de cubrir “mis expectativas” nos deja desnudas,
vulnerables, solas, abandonadas, el dolor es desgarrante.
Pero al mismo tiempo es la posibilidad finalmente de hacer figura: de que del fondo
emerja aquello que estaba oculto, que de alguna manera siempre supimos, pero no
queríamos ver. La realidad aparece, dejamos de ver a Freud para ver a la mujer desnuda
o a la vieja, dejamos de ver el perfil y vemos las dos copas. Siempre estuvieron allí pero
era mejor ver solamente a Freud, ver la vieja no es tan agradable.
La conciencia entra de golpe, con un dolor intenso, pero al mismo tiempo el horizonte
visual se amplia, se abren las fronteras de un golpe, para dar paso a una nueva realidad,
misma que nos permitirá crecer y ser libres.
Es nuestra opción: el self pone en juego la función ego, tiene que elegir, entre regresarse
a lo cómodo, culpar al otro, quedarse atorado en el rencor de la traición, o avanzar,
aceptar la responsabilidad propia de la confluencia/control, de la necesidad de haber
sido salvador/salvado, y abrirse a experimentar la posibilidad de una nueva existencia,
de aprender a vivir de una forma más auténtica y diferente.
Es donde el papel del terapeuta cobra importancia, no se trata de ayudar al paciente a
culpar al otro, no se trata de exagerar compadecerse, ni de que el terapeuta asuma ahora
el papel de salvador, y el paciente siga siendo salvado.
El terapeuta debe comprender profundamente lo que significa no estar en la confluencia,
no controlar, no ser salvador, romper el temor al abandono, las ilusiones proyectadas,
esto es como llevar al paciente a un nuevo campo: el de la interdependencia, el de saber
estar en contacto y luego hacer retirada, sanar la imagen propia, aceptar y aceptarse,
desarrollar relaciones de respeto, reconocer las propias necesidades y saber decir NO.
Agosto 2011
Por Guadalupe Amescua Villela
Directora del Centro de Estudios e Investigación Guestálticos
En una tarde, como esas que sólo se dan en la mágica ciudad de Oaxaca, en donde el sol
se filtra entre sus cerros y calles antiguas dando un toque cálido, andaba yo caminando
por el mercado de artesanías. Muchos puestos ya estaban cerrados, y otros a punto de
hacerlo. Me detuve en la parte posterior, cuya fascinación es atrayente por la
combinación de elementos que ofrece una serie de puestos que se encuentran al fondo,
sin separación entre ellos, dando la sensación de ser uno solo. Puestos de tejidos y
mercadería salida de los telares de la Sierra Mixteca. Sobre la pared del fondo se
muestran extendidos sarapes multicolores, huipiles rojos, blusas con bordados,
diferentes prendas todas ellas hechas a mano, pero lo más atractivo es la vida misma de
este gran puesto. Los niños juegan y se entretienen con juguetes hechos de materiales
tejidos, muñecos de estambre, cochecitos de madera y otros improvisados por su
creatividad. Algunos hombres forman un círculo, toman algo, hablan o guardan silencio,
pero siempre en su rol de maridos observadores de las transacciones y actividad de las
mujeres.
Las mujeres, con túnicas rojas y faldas obscuras ceñidas al cuerpo por una faja, tejen
juntas, sentadas en el suelo, con los telares amarrados a la cintura, intercambiando
discursos que no entiendo, pero que atraen por su sonido melodioso. Al acercarme
ofrecen sus blusas y tejidos, desplegando tramas multicolores con diseños ancestrales.
Sonrío y agradezco, admirando el arte que sus manos hábiles plasman en maravillosos
rebozos y diferentes prendas, que desgraciadamente cada vez la modernidad va
sustituyendo.
Sigo caminando por el mercado, sé bien lo que vengo a buscar. Tengo un objetivo claro,
así como el puesto en donde espera algo muy especial.
Oaxaca siempre me atrapa por la magia de sus tradiciones, porque aún se respira esa
mezcla que dio origen a lo que hoy somos: mezcla de nuestras raíces indígenas, español
y modernidad. Como en la Plaza de las Tres Culturas, en Oaxaca se vive en cada rincón,
en todo su ambiente, el mestizaje. Ciudad que no ha dejado perder su color, su toque
mágico, debido a que conserva sus tradiciones: desde el viernes del Llano, el Paseo de
las Calendas -que por cierto en esta ocasión me tocó presenciar su peregrinar-, el paso
de campesinos que traen a lomo de burro sus hierbas y verduras a vender, circulando
campechanamente por las calles; su comida tradicional, los puestos del mercado, en
donde aún se encuentran chapulines; hasta la tradicional y ya muy turística Guelaguetza.
En toda esta conserva cultural, en lo más recóndito de sus tradiciones, está el alma de su
idiosincrasia, y entre ellos sus brujos y chamanes.
Esencias simbólicas que los artesanos sí conocen. Desde su alma de niños pueden ver,
escuchar, y representar en figuras a las que no sabemos descifrar, pero que llaman la
atención por sus formas caprichosas y colorido.
Eso es lo que ando buscando. Un artesano le dio forma, su nombre es Lucio Ojeda.
En otra ocasión vine a Oaxaca con mi hija Ana, y fuimos hasta San Martín Tilcajete
poblado en donde vive este artesano. Tomamos la carretera para la Sierra, pasamos el
Árbol del Tule y después de media hora de camino por sinuosa carretera llegamos a un
pueblito típico, como muchos de Oaxaca. Sus calles de tierra, bardas de tejamanil o de
varitas de bambú entretejidas, casas de una pieza hechas de adobe, con el humo saliendo
entre sus techos, anunciando que dentro se cocina algo rico. Anduvimos por todo el
pueblo, preguntando por Lucio, la gente amable nos fue dirigiendo. Mientras,
disfrutamos el recorrido, sintiendo una vez más el deseo de quedarme y vivir con la
sencillez de esta gente. Llegamos a casa de Lucio, muchacho joven y vivaracho que
salió a recibirnos con esa hospitalidad tan natural del oaxaqueño. Nos ofreció una silla
pequeña, se sentó frente a nosotros e indagó el motivo de nuestra visita.
- “queríamos conocerte, pues nos gustaron mucho las piezas que haces, nos parecen
maravillosas y queremos encargar varias”-
En madera blanca, corta pedazos pequeños, a los que va dando forma utilizando
solamente un cuchillo, tallando de esta manera cada pieza minúscula, con horas de
dedicación minuciosa. Luego, en una preparación especial las deja remojando varios
días, para que terminen de blanquearse; pasan luego a secarse al sol, para
posteriormente, con toda calma irlas pintando pieza a pieza. En un ensamblado perfecto
se unen para dar testimonio de una creación única, ante la cual nuevamente quedo
maravillada. En esa ocasión pasamos una tarde inolvidable en la casa de Lucio,
mostrándonos cómo hace sus brujos, pero sobre todo desplegando ante nosotros la
sencillez y profundidad de su propia vida.
Hay que conocer a nuestros brujos, hacernos sus amigos, dialogar con ellos, hacer
consciente su discurso.
Pues hemos aprendido a ser sordos a sus mensajes, pero no por ello dejan de ser guías
de nuestra vida. Al escucharlos nuevamente, podemos llegar a acuerdos con ellos,
incluso al que ellos más anhelan: dejarles ser libres, devolverlos a los lugares mágicos
de donde un día emergieron.
Ellos vienen de lugares viejos. En nuestra infancia, nuestros padres se encargaron de ser
sus intermediarios, de abrirles camino hasta nuestro interior. Y ellos, prestos y traviesos
brincaron dentro de nosotros, se instalaron cómodamente y se divierten haciéndonos
rabiar, incluso a veces chapuceando con nuestra vida. No es que sean malos, pero así
son ellos, les gusta hacer sus maniobras, llamando una y otra vez nuestra atención, con
la esperanza de hacernos despertar, de que un día tengamos conciencia y les podamos
prestar atención. Cuando éramos niños, los brujos eran aliados de nuestros padres, pues
a veces traen mensajes generacionales. Sin embargo, ahora muchos de ellos son
obsoletos, y los brujos necesitan su libertad para regresar a los bosques, en donde ellos
van a limpiarse de viejas cargas, se renuevan y posteriormente buscan alguien más con
quien habitar y guiar durante algún tiempo de su vida.
Fui a una pequeña comunidad en respuesta a la invitación de dos alumnas, o más bien
ya casi ex-alumnas, pues el día de ayer tuvieron su última clase de la formación. Martha
y Vania hicieron su trabajo de investigación aplicando el modelo de Psicoterapia
Infantil Relacional en este lugar, con madres y con bebés menores de un año.
Martha es médica en ese pequeño pueblito, cuya población es de cerca de 500 familias,
y se encuentra en la parte alta del Cofre de Perote. Un lugar frío la mayor parte del año,
pero de una belleza majestuosa. Martha, como médica, imparte el programa del Club
para Madres, de estimulación temprana. Hoy fue el cierre de esta actividad, en la que se
hizo un pequeño convivio al que asistieron ocho madres, seis de ellas habían llevado el
Club desde que sus hijos tenían dos meses, y ahora tienen un año.
Son mujeres sencillas, de diferentes edades, desde los 18 hasta los 46 años. El bebé que
llevó el programa es para todas ellas al menos su segundo hijo, mientras que una de
ellas tiene ya once hijos. Nosotras les llevamos pastel, refrescos y unas paletas. Ellas,
gorditas, taquitos de arroz y de mole. Riquísimo. Comimos sentadas afuera de la
pequeña Clínica Rural. Un consultorio construido por la misma comunidad, de
aproximadamente tres por cuatro metros, y equipado solo con una mesa, una cama de
revisión, un par de colchonetas y seis sillas. Allí Martha y Vania trabajaron durante diez
meses en este proyecto.
También nos acompañan otros niños de diferentes edades, hijos de ellas. Niñas y niños
desde 3 años hasta cerca de 12. Muchas de las mujeres se vuelven madres entre los 13 o
14 años, y los hombres se van a trabajar a la ciudad de México, Puebla o Xalapa, ya que
en la comunidad no encuentran en qué emplearse. Las mujeres se quedan allí, cuidando
a sus hijos. Hay una pequeña escuela unitaria de CONAFE.
Es un grupo animado, todas ellas tienen a sus bebés en el regazo. Dos de ellas, tienen
bebés muy pequeñitos, de 45 días de nacidos. Pero que se han unido al grupo del Club.
Les pregunto sobre su experiencia, y me comentan muy animadas, que fue una cosa
muy bonita, que están muy contentas, pues antes no sabían cómo relacionarse con sus
bebés. Que las doctoras les enseñaron a moverles los pies y los brazos, pero sobre todo,
que les animaron a hablarles a sus bebés, a mostrarles afecto, a estar más con ellos,
mirarlos, tocarles, mimarles. Esto ha sido una experiencia absolutamente nueva para
ellas, pues con sus hijos anteriores se limitaban a darles el pecho, cambiar los pañales, y
dejarles en una pequeña hamaca todo el día. No les hablaban, pensando que no tenía
sentido hacerlo con un niño chiquito. Ahora lo hacen, pasan más tiempo con sus hijos,
les atienden bien, les muestran más afecto, los cargan más, les hablan. Lo único que no
pudieron hacer, me dice Martha, fue cantarles. Eso les hacía a ellas reír, se sentían
ridículas haciéndolo.
Qué cosa tan increíble las diferencias en la crianza. Mientras que yo consideraba que
esto de cantarles a los niños era algo tan natural y universal, descubro hoy que no es así.
No me puedo imaginar a mí, con mis hijos, sin cantarles. Ese arrullo, esa voz que les
llega, suave, acompañando el movimiento de mecer. Voz de consuelo, de
acompañamiento, de mensajes para dormir, de decir que allí estoy. Voz que se impregna
en el niño, que le calma, que le une a la madre.
Dicen con alegría, que lo que se logró con ésto es que sus hijos sean más despiertos. Sus
hijos anteriores nunca habían gateado, y ahora estos sí lo hacen. Caminan más pronto,
sonríen, les siguen a ellas con la mirada, las buscan, invitan a la relación. Hablan más
pronto, y sobre todo se enferman menos. Han crecido más, y Martha añade que tienen el
peso y talla adecuados a su edad, cosa que en este lugar de pobreza, los niños que no
estuvieron en este programa no alcanzan.
Convivimos toda la mañana, platicamos animadas, cuentan algunas cosas de sus vidas
cotidianas. Nos preguntan cuándo vamos a volver, quieren aprender más. Toman mis
datos, mi teléfono, para poder tener un lugar seguro en donde comunicarse cuando
vienen a Xalapa, pues a veces, han tenido que venir a cuidar a algún familiar enfermo al
Centro Médico y no tienen donde bañarse o dormir. Les gusta la idea de tener a quien
recurrir.
Qué fácil ha sido iniciar una relación. Qué maravilla poder asomarse un momentito a su
mundo, tan diferente al que vivo yo, muchas de nosotras. Abrir nuestro horizonte para
saber, muy de cerca como viven y se relacionan con sus hijos otras mujeres, al mismo
tiempo tan cerca de nosotros, allí en esas montañas que veo todos los días al despertar.
Esta experiencia ha rebasado para Vania y Martha, el tedio o angustia de una tesis. Ha
sido una vivencia, incorporada a su vida, un trabajo de campo, en el que han podido
tocar un poquito la vida de otras personas, pero sobre todo, como lo expresaron esta
mañana, fueron ellas quienes más aprendieron, quienes más se llevan.
Gracias Martha, Vania y este grupo del Club de Madres, por darnos su experiencia de
vida.
Publicado por Alfredo en 10:00
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Ser padres es una de las vivencias más profundas que uno puede experimentar, pero al
mismo tiempo también una de las más difíciles y confrontantes.
Ciertamente nadie nos enseña cómo ser padres. Esto se aprende básicamente de dos
maneras: la primera es observando a nuestros propios padres. La segunda forma de
aprender a ser padres, es cuando meditamos sobre lo que hacemos actualmente, y
buscamos nuevas formas de hacer y ser, ya sea observando a otros padres con los que se
convive, o bien por medio de pláticas, lecturas o con psicoterapia.
Cuando se tiene un hijo, los padres echan a andar todas sus herramientas aprendidas o
adquiridas, y siempre intentan hacerlo lo mejor posible. Sin embargo las cosas no
siempre salen como uno quisiera. En no pocas ocasiones el niño reacciona en forma
opuesta a lo que se espera: desobedece, es rebelde, travieso, sale mal en la escuela, es
agresivo, etc. Ante estas circunstancias los padres se encuentran desarmados, sus
estrategias normales ya no les funcionan. A veces se atoran haciendo una y otra vez lo
mismo, y en vez de mejorar las cosas, estas van empeorando.
Los padres sienten que el niño está mal, que “él tiene un problema”, y cuesta mucho
trabajo poder tomar la distancia necesaria para ver que lo que se ha intentando una y
otra vez no está funcionando.
Sin embargo esto ha cambiado. Llevamos mucho tiempo diciendo que el problema no
está solamente en el niño, sino también en los padres, o más bien en la relación, pero
aún así, se trataba solamente al niño.
Hace pocos años ir a psicoterapia estaba reservado para “locos”, y por lo mismo era
muy vergonzoso decir que uno, o alguien de la familia estaba en terapia. Sin embargo,
actualmente acudir a terapia es algo que cada vez está más integrado a nuestra cultura.
Yo soy una terapeuta infantil, y tú que estas leyendo esto es posible que también seas
terapeuta infantil o estés en camino de serlo. Pero, alguna vez te has detenido a
preguntarte ¿qué es ser un terapeuta infantil? Si lo contestamos desde la perspectiva
profesional, ser terapeuta infantil es aquella persona que se dedica a dar terapia
psicológica con niños. Su oficio es atender a otras personas, escucharlas y realizar con
ellas un trabajo en el campo de la salud mental. En un sentido económico, ser terapeuta
es también una manera de ganarse la vida, ofrecemos un servicio por el cual recibimos
una remuneración.
Las personas necesitan de las personas. Crecemos a través de la relación con otros.
Cuando tenemos un problema buscamos alguien que nos escuche, alguien con quien
platicar, supuestamente para pedir su opinión. En realidad más que escuchar lo que el
otro diga, lo que importa es escucharnos a nosotros mismos a través del otro. Al relatar
una vivencia la ponemos afuera, somos capaces entonces de significarla de una manera
diferente, al hablar vamos poniendo en juego nuestras habilidades y recursos para
encontrar una solución o forma de enfrentar el conflicto. No se platica solamente el
hecho, éste va acompañado de emociones, tristeza, enojo, frustración, de manera que al
platicarlo también es una manera de dejar salir lo que sentimos, de liberarnos de
emociones que nos oprimen. Buscamos otra persona también para comunicar nuestras
alegrías. Cuando algo bueno nos sucede, de inmediato lo compartimos, queremos que
alguien lo celebre junto con nosotros.
Cuando yo era niña, vivió siempre con nosotros una tía, Viqui, mujer sin edad, cuyo don
natural era escuchar, pero escuchar en serio, con todo su ser, con toda su presencia. De
ella aprendí qué tan confortante era ser escuchado por alguien, sin interrumpirme,
haciendo preguntas que me invitaban a profundizar y a contar más, sin perder palabra de
lo que yo decía. Con ella podía platicar todo lo que me pasaba. Mis travesuras, mis
miedos, mis dudas, mis logros y alegrías. Era sensible a mi narración, me supo
acompañar siempre. Hoy le agradezco su presencia y su enseñanza.
Algunas personas tienen este don, y son personas a quienes recurrimos como
“maestros” o guías. A través de la historia hay diferentes personas que de manera
especial ocupan este lugar en la sociedad o en la familia. Sin ir muy lejos, podemos
hablar de los sacerdotes, médicos y maestros que hasta hace unas cuantas décadas, eran
los “oidores profesionales”, las personas acudían a ellos para buscar orientación,
consejo, para ser escuchadas. En las familias, este rol lo llevaban las personas mayores,
una abuela, el padre, o el abuelo, una tía.
Desafortunadamente, hemos dejado que esta función tan importante se vaya perdiendo,
deslavando con el ritmo acelerado de la vida moderna. Ya los maestros y médicos no
escuchan, tienen mucho trabajo y poco tiempo. Su trabajo se ha orientado en otro
sentido, más “científico” y dejan a un lado la tarea tan importante de la relación
persona-a-persona. Lo mismo sucede con los padres, y los abuelos, ahora son
considerados como “fuera de onda” y como una generación muy lejana. Pero, a pesar de
que hay quienes han dejado de escuchar desde los lugares antes privilegiados,
afortunadamente seguimos teniendo la necesidad de ser escuchados. El hombre,
mientras sea hombre, tiene la necesidad de realizarse a través de la relación con otra
persona.