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Módulo 1

Los grandes festivales


Cannes
El año cinematográfico no empieza en enero, como el año calendario. Ni en marzo, como
empieza en el Cono Sur, después de las vacaciones escolares. Tampoco en septiembre, como
sucede en muchos países europeos, también, a causa del fin del verano y el comienzo de una
nueva temporada (como el fútbol, digamos). No, el año cinematográfico, al menos
públicamente, comienza en mayo, con el Festival de Cannes, fundado en 1939.
A lo largo de varias décadas se ha intentado pelear esa preminencia del festival francés,
disputar ese lugar de privilegio, pero hasta ahora ha sido imposible. El que más se ha acercado
a disputarle un territorio (el de los estrenos “Oscarizables” del cine norteamericano) es el
Festival de Toronto, ya que transcurre en una fecha más cercana a la temporada de premios.
De hecho, es el que “oficialmente” la inaugura, junto con Venecia. Pero Cannes sigue siendo
Cannes, por más que otros festivales hoy se queden con el privilegio de estrenar las películas
ganadoras de los Oscars.
En lo que respecta al cine norteamericano, es cierto que Toronto puede quedarse con más
premieres y en ese caso se entiende: ir a Cannes en mayo implica un estreno relativamente
inmediato, y los estudios que apuestan al Oscar prefieren dar a conocer sus películas más
tarde, cerca de fin de año. Como trabajo de investigación les propongo que revisen las
ganadoras del Oscar a mejor película de la última década y vean en qué festival se estrenaron
mundialmente.
En la última década, Hollywood se ha retirado un poco de Cannes por cuestiones de calendario
y por un asunto más simple: una mala recepción allí puede dañar la película para el resto de la
temporada. Es por eso que prefieren esperar a la habitualmente más amable recepción de la
prensa norteamericana en Toronto y enviar a Cannes algunos “tanques” donde saben que
consiguen muchísima prensa. Son películas a las que las malas críticas no hacen demasiado
daño. Y los franceses suelen ser los críticos más duros de todos. Y más durante los festivales.
Es el único en el mundo donde la prensa parece competir en silbidos.
Lo que tiene Cannes, y lo que lo hace el centro del universo de los festivales cinematográficos,
es una combinación casi perfecta de prensa y mercado, los ya citados títulos estadounidenses
sirve para la alfombra roja y el grueso del cine de autor internacional para la cinefilia. No es
secreto para nadie que la mayoría –me atrevería a decir todos- los cineastas que se mueven
fuera, o relativamente fuera, de los grandes estudios norteamericanos, trabajan y filman para
Cannes. No en el sentido estricto, pero sí con el profundo deseo de entrar allí, de ser
aceptados entre las no más de 100 películas que allí se exhiben, como si asegurarse un puesto
en ese Club Privado fuera el carnet que abre las puertas de casi todo.
Y lo cierto es que para muchos es así, más si la película entra a algunas de las secciones
grandes, más si gana algún premio en competencia. La “magia” de Cannes no siempre está en
la calidad de las películas que exhibe, sino en haber logrado que la prensa y la industria
presten atención doble a todo lo que se ve allí. Saben que ahí se cocina lo que tendrán para
distribuir y analizar a lo largo del año.
Cannes logra que querramos ver lo que en otros festivales no veríamos, sólo por el hecho de
estar allí. Si uno tiene dos horas libres va a ver cualquier cosa programada porque asume,
muchas veces erróneamente (pero ahí está la magia y el mito), que se va a encontrar con algo
que vale la pena. En otros festivales –salvo la gente que busca específicamente películas en
secciones paralelas, como los programadores de otros festivales-, se duda más ante lo que no
se conoce. Berlín es un ejemplo claro: uno se puede topar con grandes películas (​Una
separación, El caballo de Turín, Tabú, Boyhood​), pero siempre hay una sensación de que el
gran cine es la excepción. Y ver una película sólo porque coincide con el tiempo libre que uno
tiene suele deparar más decepciones que sorpresas. Venecia, al menos es mi sensación, está
a mitad de camino entre ambos: no es un “no lo conozco, probablemente sea bueno”, como
Cannes, ni un “no lo conozco y probablemente sea malo”, como Berlín. Es un poco más
complejo y lo analizaré a la hora de hablar de ese festival.
Cannes se divide en cuatro secciones principales, además de un mercado. La Sección Oficial,
que incluye películas en competencia y fuera de competencia. Un Certain Regard, que es la
paralela oficial, que es programada por el mismo equipo que programa la anterior y que es una
sección que vio muchos cambios en los últimos años, ya que se le trató de dar una identidad
propia para que no sea vista como una “Primera B”, o segunda categoría (“las que quedaron
fuera”) de la competencia internacional. Una interesante cantidad de muy buenas películas en
los últimos años le han devuelto credibilidad a Un Certain Regard, también conseguida en
función a la crisis que atraviesa otra sección, como es la Quincena de Realizadores.
La Quincena se creó en 1968 y no es parte oficial del Festival. Se podría decir que es un
familiar con el que se convive conflictivamente. Mientras el actual director del Festival de
Locarno, Olivier Pere, fue su director, la sección recobró una cierta notoriedad perdida
estrenando filmes más arriesgados que la sección oficial. Desde que Pere se fue, la sección
perdió un poco el rumbo y se la veía desdibujada. Su director actual, Edouard Waintrop, le
cambió la identidad pero le devolvió cierta credibilidad, apostando a cine de géneros y películas
más comercialmente accesibles que las que antes pasaban por allí. Esa “identidad perdida”, en
su momento, fue aprovechada por Un Certain Regard, que recuperó películas, prestigio,
atención y prensa. Hoy, a diferencia de una década atrás, es normal ver más cine de autor allí
que en la Quincena.
La Semana de la Crítica es la sección más chica en tamaño, la más alejada geográficamente y
a la que, por cantidad de material por ver (imaginen que una persona física no llega a ver más
de 45/50 películas en diez días sin desfallecer en el intento) se la suele dejar de lado. En los
once años que fui a Cannes no debo haber visto más de dos o tres películas de esa sección en
total. Esta sección también aprovechó un poco la “caída en desgracia” de la Quincena y cobró
más notoriedad. Es una paralela dedicada a primeras y segundas películas y ése es uno de los
motivos por el que gran parte de las ganadoras de la Cámara de Oro (premio que cruza todas
las secciones, que se da allí a las operas primas) salen de esa sección.
Además de esas cuatro secciones hay retrospectivas, funciones especiales y de medianoche,
pero el centro de la acción “festivalera” está en ellas. Lo cual no quiere decir que sea el centro
de la acción general en Cannes, ya que allí lo que manda, para muchos, es el Mercado. El
Mercado es una institución adjunta que funciona en paralelo al festival, con stands, funciones,
películas y miles de personas que participan de él, pero no necesariamente del festival al que
vamos los periodistas (de hecho, las funciones son separadas, uno puede ni cruzarse con “los
del mercado”).
Ellos van a descubrir cosas para comprar y distribuir tanto entre lo que participa en el evento
como en lo que se programa específicamente para los acreditados al Mercado. Digamos, por
ejemplo, que las películas de grandes autores, como Lars von Trier, se han comprado antes de
llegar a Cannes, sin ser vistas, sólo a partir de una sinopsis, un guión o viendo una parte del
material filmado. Para los distribuidores es importante comprar antes porque no sólo consiguen
cosas más baratas sino que se evitan “la guerra” con otras distribuidoras que se da luego de
que una película tiene una exitosa proyección pública. Puede que anuncien sus compras en
Cannes, pero ya están hechas desde mucho antes.
Respecto a Cannes, seguiremos analizándolo en el chat: es un festival con tantas variantes y
ángulos desde el que acercarse que se pueden escribir libros al respecto. De hecho, hay varios
y les recomendé algunos en la bibliografía adjunta.

Venecia
El calendario de los grandes festivales sigue con Venecia, que cambió bastante su búsqueda
estética desde la salida de su anterior director, Marco Müller, y la llegada de Alberto Barbera,
quien busca también acercarse a un tipo de cine de mayor accesibilidad. En la época de Müller,
Venecia era uno de los pocos festivales grandes (junto a la sección Forum de Berlín) donde
podían pasarse películas de riesgo o de autores más “difíciles”. Hoy ya no existen y ese
universo se ha refugiado en Rotterdam y Locarno.
Venecia, que es el más antiguo de todos los festivales (1932), prácticamente se superpone con
Toronto –el segundo fin de semana del festival italiano marca el primero del canadiense-
conformando en cierto modo un monstruo de dos cabezas. Venecia no tiene mercado y
Toronto, principalmente, es un Mercado. Gran parte de las películas que se ven en Venecia
luego se dan en Toronto por lo que la presencia de prensa norteamericana en la ciudad italiana
es mucho menor y tal vez, en cuanto a cobertura, sea el festival más eurocéntrico de todos
(Berlín tiene mercado, ergo, bastantes estadounidenses también). Si las mismas películas se
dan poco después en Canadá, no mucha prensa de EE.UU. se movilizará del otro lado del
mundo para verlas. Y eso, en cierto sentido, es un problema para Venecia.
De cualquier manera, las grandes revistas de la industria (Variety, Hollywood Reporter y la
británica Screendaily) lo cubren y también la mayoría de los medios, grandes, medianos y
pequeños. Sólo que, si uno se centra en la repercusión que generan en la prensa de los
Estados Unidos, no hay duda de que Toronto le gana por lejos. Venecia es la gran plataforma
de lanzamiento europea de grandes títulos, combinada con el cine de autor (me refiero, en los
últimos años, a autores más o menos consagrados) que está listo para esa época del año o
que no ha sido aceptado por Cannes.
A ningún festival le gusta decir que presenta películas rechazadas por otro y a Venecia menos.
Decirlo, al menos hasta este año, era admitir que el festival estaba una escala debajo de su par
francés. Y si hay algo que a los venecianos no les gusta decir, más tomando en cuenta que son
el festival más antiguo del mundo, es eso. Sí, claro, siempre hay películas que Cannes
rechazó, pero también hay películas que Venecia logra llevar porque les consigue a los
directores un lugar en competencia cuando Cannes les ofrece una paralela, porque la fecha es
más conveniente a su estreno, porque tienen mejores relaciones y vínculos con el festival, etc,
etc. Si bien hay “leftovers” de Cannes (el año del cine está compuesto por “leftovers” o
sobrantes de otros festivales), Venecia consigue películas por peso propio. Lo mismo que
Toronto. Para Toronto, de hecho, ni siquiera es un problema lo que dan o dejan de dar los
demás, porque al no ser un festival cuya recientemente inaugurada competencia sea un eje
central, pueden dar lo que dio Cannes, Berlín, Venecia, Bafici, lo que sea, si bien tratan
siempre de asegurarse unas cuantas premieres mundiales.
En los últimos años Venecia armó un programa claramente definido. Una competencia similar a
la de Cannes, con grandes autores estadounidenses y europeos (Venecia tira más, por la fecha
y por el público italiano, al cine angloparlante). La paralela oficial –como en Cannes, salvo ésta,
el resto de las secciones de Venecia las programa y organiza otra gente- se llama Orizzonti y
dejó de ser lo radical que era en la época de Müller y giró, un poco como la Quincena de
Cannes, hacia un cine más variado, con fuerte peso de películas de género también.
También volvió a ser una especie de “sobrante” de la competencia. Lo mismo que, si se quiere,
puede sentirse en la sección Venice Days (en italiano llamada Giornate degli Autori) que
empezó y creció con la idea de ser un espacio similar al de la Quincena pero que, por criterios
de programación de sus responsables, da la impresión de buscar un tipo de cine algo más
convencional. Cuando digo convencional no lo hago de forma despectiva: me refiero a películas
cuyo estilo “festivalero” es más clásico y no tan radical.
Venecia tiene su Semana de la Crítica que es, también, más pequeña y un poco marginal, y
depende de la producción de cada año lo que pueda deparar esa sección. Como curiosidad, el
​ undo
Nuevo Cine Argentino tuvo su lanzamiento internacional allí, con la participación de M
grúa ​en 1999.
Como Cannes, Venecia tiene retros, funciones especiales, en este caso también una sección
específicamente dedicada al cine italiano y la belleza especial del paisaje. Aclaro, Venecia no
es en Venecia, es en el Lido, que es una isla ubicada frente a la ciudad de los canales. De
hecho, casi no hay canales en el Lido y para ir a Venecia/Venecia hay que tomarse un
“vaporetto”. Son 20 minutos y unos pocos euros, pero si uno está metido en el circuito de ver
una película tras otra y nunca tiene más de dos horas entre una cosa y otra, puede llegar al
final del festival sólo viéndola a la distancia.
Un detalle a agregar que es específico de Cannes y Venecia: no son festivales dedicados
principalmente al público. Son para prensa, productores, distribuidores, industria, etc. Y, a
diferencia de Berlín y Toronto, su éxito no se cuenta en entradas vendidas. De cualquier
manera, ambos tienen funciones y entradas para el público en general (pocas y alejadas en
Cannes, más cerca y en mayor cantidad en una enorme carpa tipo de circo en Venecia), pero
no es lo fundamental en su concepto.

Toronto
Toronto intenta ser todas las cosas a la vez y lo más llamativo es que prácticamente lo
consigue. Es un mercado, una muestra de cine de todo el mundo, un festival de festivales y
presenta 400 películas. Eso es lo que lo separa del grupo que arman Berlín, Cannes y Venecia.
Como dije antes, Toronto puede dar películas que pasaron por otros festivales y lo único que
los limita es la cantidad de filmes y su buen gusto, o no. Claro, también algunas negociaciones
por títulos (“toma éste, me quedo con este otro”) que deben hacer tanto con Venecia como con,
por ejemplo, el Festival de Nueva York.
Durante muchos años Toronto tuvo un duro y tradicional rival local: el Festival de Montreal. Y
tal vez ese sea el caso de un festival que se autodestruyó ante nuestra mirada. Lo que era
antes un evento clave del calendario hoy, por problemas internos, políticos y de egos varios,
pasó a ser una broma. Sigue existiendo y funciona bastante bien localmente (yo fui en 1998),
pero nadie en su sano juicio aceptaría ir a Montreal pudiendo ir a Toronto. Casi diría que, aun
siendo rechazado por Toronto, tampoco conviene aceptar Montreal.
Toronto está, si se quiere, menos “curado” que otros festivales. Hay algo de “bolsa de gatos” en
su enorme listado, especialmente en lo que se refiere a premieres de películas
norteamericanas que traen más estrellas para la alfombra roja que algún tipo de calidad
cinematográfica. Pero en esa bolsa de 400 películas es imposible no toparse con 50, 60 títulos
de buena calidad. En ese sentido, Toronto asume todas sus funciones y le da a cada tipo de
espectador o miembro de la industria el festival que quiere tener. Se puede ir a ver sólo
preestrenos norteamericanos, o sólo grandes autores europeos, o sólo cine más radical, o del
Tercer Mundo, o experimental, y en ese “supermercado” entran todos. Tomando en cuenta que
es un festival con mucho público (prensa y espectadores caminan, casi, por mundos paralelos),
es una forma “populista” de entender la programación. Como si alguien dijera, “sabemos que
esto no es muy bueno, pero hay un público al que le va a gustar”. O a algún sponsor.
NOTA. Un tema que no deberíamos dejar de tocar en la clase es el de los sponsors, pero no
quiero ahora correrme hacia ese otro mundo, igualmente complejo e intrincado.
Toronto se ha hecho fuerte como disparador de la temporada de premios que culmina en el
Oscar. Mediados de septiembre es una fecha perfecta para empezar a desarrollar una
campaña que termine en nominaciones y premios de la Academia. Todos los años hay
películas que salen de allí y terminan enredadas en la pelea de los Oscars. Toronto tiene
mucha prensa norteamericana, que tiende a ser menos dura y cruenta que la europea y que se
presta más al juego de los estudios norteamericanos, ya que no hacen otra cosa que ver (o no)
chances al Oscar de cualquier película que le pongan en el programa del festival. Además, es
importante aclarar, los canadienses deben ser los espectadores más amables y generosos del
mundo: no se van de una sala casi nunca, casi siempre aplauden y toleran prácticamente
cualquier cosa, algo que hace bien al ego de muchos directores, aunque finalmente pueda ser
confuso para ellos, ya que los espectadores de otros países muy probablemente no reaccionen
así.

Berlín
De septiembre hay que saltar hasta febrero, ya que en el medio hay una importante cantidad de
festivales internacionales más chicos (octubre y noviembre son los meses que más tienen) que
en general tienden a dar las mismas películas que pasaron por festivales grandes, con la
excepción de San Sebastián que puede considerarse como un festival de clase A en el sentido
de su política de dar solo estrenos mundiales (o internacionales) en competencia, pero que no
tiene el peso y la relevancia de los otros, a excepción de América Latina y, claro, España.
Berlín, entonces, no abre el calendario, más bien lo cierra. En los últimos años el festival tuvo
un golpe importante y tuvo que ver con el paso de los premios Oscar de marzo a febrero, que le
hizo perder un montón de preestrenos de películas norteamericanas. Y, paralelamente, lo
afectó la modificación del mercado internacional que lleva ahora a que casi todas las películas
–por cuestiones ligadas, fundamentalmente, a la piratería- se estrenan casi simultáneamente
en todo el mundo. Este doble golpe hace que para mediados de febrero, la mayoría de las
películas que, algunos años antes, todavía no habían sido estrenadas en Europa, ahora lo son,
y cuando llega el festival de Berlín ya es demasiado tarde...
Esa “mala noticia”, sin embargo, podría dar beneficios inesperados y pareció por un tiempo que
Berlín se jugaba un poco más por esa posibilidad. Al no contar con los grandes títulos del
Oscar, quedan dos opciones: poner los títulos no tan grandes, o bien olvidarse del asunto y
programar otro tipo de películas. Sin cambiar del todo (es un festival para el público, con
muchos sponsors y un director al que le interesan más las galas que descubrir gemas
cinematográficas oscuras como es Dieter Kosslick), durante unos años dio la impresión que la
competencia se jugaba un poco más fuera de los parámetros convencionales pero en los
últimos volvió a primar la mediocridad generalizada.
Berlín, a diferencia de Cannes o Venecia, es mercado y es de público y es competitivo y tiene
una cantidad impresionante de películas. Además de la competencia, hay un amplísimo
Panorama – una sección sin demasiada identidad- y un aún más amplio Forum, donde aparece
el cine más arriesgado, radical, el que podría también asimilarse a lo que quiso ser Orizzonti la
década pasada. A diferencia de Toronto, Berlín insiste con ser un festival competitivo y allí está
su mayor debilidad: lleva mucha atención a su franja más débil, que es la competencia. Lo que
suele suceder, al margen del Oscar y de los estrenos norteamericanos, es que los cineastas
filman en función de los tiempos de Cannes y bien pueden llegar a ir a Berlín, no lo hacen. Se
“lanzan” a Cannes y prefieren saltearse Berlín, aún sin saber si Cannes los aceptará o no.
Otros se quedan en Alemania, pero no se da en demasiados casos.
Más allá de sus defectos, zonas grises y problemas, los tres festivales competitivos y el de
Toronto son los cuatro claves del calendario mundial, uno los podría definir como el Grand
Slam del cine mundial (en referencia a los torneos más importantes de tenis, los que más
puntos, prestigio y dinero dan) y siempre participar en ellos es un plus: se logra más atención
de la prensa mundial, de la prensa local y de los compradores. Lo cual no quiere decir que sea
lo más conveniente para todas las películas, ya que hay películas que, por su tipo, no son del
todo recomendables exponerlas en este tipo de festivales, especialmente en secciones
grandes.
Las competencias internacionales de Berlín, Cannes y Venecia generan una exposición
mediática muy fuerte y muchas veces la prensa que cubre estos festivales no es prensa
especializada, digamos, en cine de autor, sino que hay muchos cronistas de revistas sobre las
vidas de famosos, de estrellas o periodistas de agencias de noticias no siempre especializados.
Mostrarles en competencia un filme de autor radical puede generar las peores reacciones, por
lo que siempre es conveniente saber qué festival puede ser mejor para qué película. Una
exposición muy alta (lo saben Vincent Gallo o hasta la argentina Lucrecia Martel) puede
generar reacciones negativas e inesperadas que luego resultan muy difíciles remontar. Una
serie de malas críticas o de gente que abandona la sala no quiere decir necesariamente que se
está ante un mal filme, sino que ese filme está ante un público que no es el adecuado, como
estrenar una película experimental en el multicine más grande de una ciudad. Es la conexión la
que no funciona, no hacen buena pareja...
Para eso, claro, hay festivales con perfiles más definidos y especializados, tal vez con algo
menos de repercusión pero con mayor cuidado y afinidad entre lo que se ofrece y lo que se
espera, entre las películas y su público.

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