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oo Jacques fe | _ LA INVENCION DE LA | | EDAD MEDIA" : r JACQUES HEERS LA INVENCION DE LA EDAD MEDIA ‘Traductién castellana de MARIONA VILALTA se UniversipaD ALBERTO HURTADO BIBLIOTECA Ul Ne-24/ 2065,Ui8ZZDB CRITICA BARCELONA ‘Qvedanrigurosamenteprohibidas, sin la sutoriaucinescita de los tulares del copyrigh, bajo tas sancionesextibeciasen las eyes reproduces total o parla de esta obra por Soler medio o provedimiento la reprogratiay el tratunienta informatio. y la dstibucsin de elon plares de ell mecianealquile 0 préstamo publicos “Tio origina LE MOYEN AGE, UNE IMPOSTURE, Gubler: Joan Brat {© 1992: Librairie Acudémique Pemin, Pare (© 1995 de a aduociin csstellana pary Espaiay Amévicat Errotiat Critica, SL, Corsega, 270, 06008 Bareciona ISBN: 82-8632-032-4 pesto legal: B,2.365-2000 Impreso en Espara 2000, ~ HUROPE, SL. Lima, 3 bis, 08030 Bureiona « puesto que crear frases, y admitirlas sin creer en ellas, es la caracterfstica prinefpal de nuestra época. A pe Gosineau ‘Cuando un error entra en el dominio piblico, ya no sale nunca més de él; Is opiniones se transmiten hered- tariamente, Y, al final, eso se convierte en la Historia, Rémy pe GourmonT Solamente podemos transmitir una informaciéa en tanto que ésia se inserta dentro de Io que ya hesmos di- cho; en tanto que permite confirmar algunas verdades ya atirmadas. A. Ferro PROLOGO Muy a menudo, nuestras sociedades intelectuales manifiestan ser abiertamente racistas. No en el sentido en que interpretamos ese tér- mino generalmente, es decir, no en el sentido de desaprobacién 0 des- precio hacia otras civilizaciones, costumbres 0 religionés distintas de las nuestras, sino por una asombrosa propensién a juzgar negativa- ‘mente su pasado. Desde hace mucho tiempo, algunos esptritus distinguidos, libera- dos de todo prejuicio ridfculo y deseosos de definir minuciosamente la naturaleza del hombre extranjero, han dado a conocer de forma sere- na la vida de los otros pueblos, asi-como sus particularidadés y sus mé- ritos. Ese interés se ha revestido incluso a veces de una admiracién que implica, de forma tacita o totalmente explicita, un desengafo y una crt- tica acerba de la sociedad europea denominada «civilizada» y, por consiguiente, corrompida. La imagen del «buen salvaje», populariza- da por Jean-Jacques Rousseau y sus coetdneos, ya habia arraigado in- ‘mediatamente después del descubrimiento de América, en tiempos de Colén, y sin duda volvia a encontrar en la historia de la conquista te- ‘mas y acentos mucho més antiguos.' Sin embargo, kay que constatar que esta feliz disposicién de espt- ritu no se aplica siempre a todos los campos de observacién. El hom- 1, Francesco Guieciardini, caldo en desgracia on 1537 por haber disgustado & Cos- me de Médicis, nutre su exilio de amargas reflexiones sobte los vicios de su tiempo. En su Storia d'Italia consagra un largo discurso@ las hazafias de los navegantes portugweses y espafotes, pero inmediatamente opone las costumbres de los indios, an préximes a la ‘aturaleza, alas del viejo mundo corrompido: «.. se contentan con las bondades de la na- ‘uraleza; no Iésatormentan ni la avaricia hi la ambicién, sino que viven felices sin reli- i6n, ni instrucciGn, ni habilidad para los oficios, ni experiencia en las armas y en la gue- ‘a..». Storia d'Italia, ed. F, Catalano, Min, 1975, vo. |, pp. 209-210. 10 LA INVENCION DE LA EDAD MEDIA bre de hoy, y especialmente el hombre inteligente, que sabe mantener una honestidad ejemplar al estudiar otras civilizaciones muy alejadas en el espacio, no muestra ni rigor ni tolerancia al describir las de su propia tierra, separadas de él por algunos siglos. Lo que comprende y respeta de otros lugares es lo que critica, de forma vehemente y des- pectiva, en su propia civilizacién, simplemente porque ha pasado el tiempo,’y ese desprecio estd tan profundamente anclado que acaba por suscitar reacciones de autémata. Ast, numerosas obras 0 discursos es- 1dn dominados por juicios definitivos que solamente descansan sobre ese credo, sobre tertezas injustificadas. ‘SOBRE LA‘NECESIDAD DEL CHIVO EXPIATORIO EN LA HISTORIA Una de nuestras grandes satisfacciones consiste en poder juzgar el pasado, Quizé el historiador no destaca mds que otras personas, pero afrece de buen grado el ejemplo; distribuye, sin dudarlo por un mo- ‘mento, censuras y coronas. escribir, analizar y explicar lo dejan con hambre y carecen en definitiva de atractivos; en cambio, lo que hay que hacer es tomar partido, poner a los malos en la picota, cargarlos de in- famia para la posteridad, y exaltar as maravillosas virtudes de los buenos. Ese juego pueril afecta en primer lugar a los grandes perso- najes, alos que shan hecho la Historia»: héroes gloriasos o héroes-ca- ‘tdstrofe; opone de forma resuelta los buenos a los indignos, los valien- tes un poco estiipidos a los retorcidos que urden sus telaraas; y, sobre todo, los que se han atascado en formas antiguas de ser y de pensar que ya no corresponden a su tiempo», a los «modernos> que van en buen camino. Nuestros recuerdos se encuentran inevitablemente po- biados de reyes buenos (los que han preparado la egada de los dias gloriosos) opuestos d reyes malos, poco recomendables, crueles, abso- lutistas, y a menudo ciertamente perdedores. Ese patrén se puede apli- car a los demés maestros del destino, Las elecciones, en este juego de masacres, se fundamentan a me- nudo en razones muy inconsistentes: un trazo en el carécter, una anéc- dota concreta, generalmente falsa e inventada por puro placer; en de- finitiva, una imagen de composicién. Revestimos a los hombres de sobrenombres ridiculos, de chirigotas; les prestamos palabras que ja~ mds han pronunciado, a sabiendas de que sélo esas palabras perma- necerén en las memorias. Para muchos, el conocimiento historico, ' PROLOGO n como la politica actual, se reduce a pequefias frases. En el fondo, todo el mundo reconoce la existencia de esas artimaitas; pero la etiqueta se pega y generaciones enteras de pedagogos aplicados, de autores de manuales de un conformismo lastimoso, y también de novelistas, vuel- ven a utilizar indefinidamente los mismos clichés gastados, las mismas clasificaciones maniqueisias, sin remontarse a las raices. Los juicios de valor todavia asombran' mas, pero también pesan mds... puesto que se refieren no ya a algunas personas, mascarones de roa, sino a una sociedad, catalogada en bloque, sin remisién: se tra~ a de un camino audaz, que se halla en los antipodas de una reflexion cientifica aunque sea rdpida; una toma de posicién en la que podria- ‘mos sobre todo discernir las signos de una inmodestia maravillosa o de una ignorancia insondable. Pero también en ese caso, la costumbre ha recibido derecho de ciudadania. Es cierto que los autores que se otorgan el derecho de juzgar no es- ‘dn siempre de acuerdo: algunos considéran que el siglo x1x fue esttipi- do, y otros en cambio que fue notable; unos creen en el «Siglo de las Luces» de Voltaire y Diderot, mientras que otros espiritus mas inde- pendientes ponen en duda una fama que consideran artificial, cons- srutda con plezas diversas ¢ impuesta a voces: la epoca de las «luces>, dicen, fue el tiempo del gran rey Luis XIV. Sin embargo, en este concierto las trompetas tocan al untsono pa- ra expresar la maldad de ese largo periodo que denominamos la «Edad Media»; nadie se extrafia; no aparecen sonidos discordantes, 0 apenas. Grandes perfodos del pasado han escapado, por lo menos en Fran- cia, al desprecio y a las condenas. Nunca se atacan ni las civilizaciones ni tan s6lo las sociedades griegas y romanas, desde el momento en que Atenas se impuso en el ctrculo de naciones hasta la caida de! Imperio romano, que se considera, en los patses latinos como ménimo, una ca~ ‘sdstrofe. Esos romanos, cuyas costumbres en ciertas épocas fueron tan detestables y tan poco ejemplares, siguen no obstante siendo los mode- Jos propuestos para la edificacién de nuestros hijos, puesto que Tiberio, ‘Nerén y Caligula no pueden hacernos olvidar a los Gracos y a Augus- to, Ademds, lo més corriente es que ta explicacién se limite a algunos grandes acontecimientos, orientados hacia el culto del héroe, y que no alcance mucho mds alld de algunas anécdotas y leyendas. Se nos invita siempre a estudiar, preferentemente, los siglos de las luces, «cunas de nuesira civilizaci6n»; @ hallar en ellos motivos para fortificar nuestras 12 LA INVENGION DELA EDAD MEDIA virtudes ctvicas y para desarrollar nuestro amor a la libertad. Todavia hoy, la Antigitedad, Grecia y Roma, forman parte constantemente de los programas de deceso a las grandes escuelas, mientras que la Edad Me- dia y el Antiguo Régimen antes de 1789 ni se mencionan Esa eleccién, sorprendente pero constantemente repetida, tiene en gran parte un origen intelectual y se inscribe sin duda dentro de una larga tradicién; la de los géneros literarios. El héroe de la Antigtiedad ha atravesado los tiempos, en’cierta forma, gracias a sus autores. En ningtin momento se empatia el recuerdo, sino que, al contrario, se adorna con innumerables aportaciones (Eneas, Deméstenes, Alejan- dro, César, Augusto, Marco Aurelio...). A partir de 1500, esas figuras fueron las tinicas que se ofrecieron a la admiracion piblica, De los ‘Nueve Prohombres hasta entonces cantados por los romances y pre- sentados durante las fiestas populares, no se retuvieron mds que los Ires cantiguos», es decir, los griegos y romanos; los demds desapare- cieron, los de la Biblia y los de las grandes gestas cristianas (Carlo- magno, Godofredo de Bouillon). Todos los ciclos de la epopeya caba- Neresca y de la cancién cortesana, de Roland a Lancelot du Lac y al rey Arturo, se borran del repertorio; cada vez mds ignorados, esos mi- tos solamente se mantienen en extranos patses alejados de las modas. Los autores «humanistas» y luego 15 de virulentos e igual de ridfculos. En el tiempo de las guerras de reli- gidn, de los terrores revolucionarios, del «affaire Dreyfuss... los ata~ ques se han ido simplemente desplazando a otros planos. Ahora utili. zamos otras palabras, lanzadas a menudo a diesiro y siniestro sin motivo real, de tal modo que los vocablos pierden una parte de su gra- vedad a fuerza de ser prostituidos: «fascistas», «racistas> y otros mu- cchos; sin olvidar, en un curioso regreso al pasado, «medieval La palabra medieval, erigida en insulto corridnte, mucho més dis- creta, es cierto, que muchas otras y practicada mas bien en los circu- los selectos, procede del mismo proceso aproximativo. Se trata de una condena sin beneficio de inventario, confortada ademas por la necesi- dad de enmendarse, de afirmarse uno mismo, virtuoso, por encima de toda critica. El hombre «contempordneo» (0 «moderno»?) se siente poseedor de una superioridad evidente y, al mismo tiempo, de un dis- cernimiento suficiente para proferir censuras 0 alabanzas; tarea de exaltacién en la que se complace, incluso ignorando completamente las realidades, y contenténdose simplemente con volver a utilizar por su cuenta antiguas consignas. Nuestros autores, en todos los campos de las letras, hablan con gusto del chombre medieval» como de un an- cestro no del todo consumado, que alcanzé solamente un estadio inter- ‘medio en esa evolucién que nos ha levado hacia las niveles mas altos de la inteligencia y del sentido moral en los que nos hallamos ahora. Esos mismos autores ven en ese hombre medieval un ser de una natu- raleza particular, como si fuera de otra raza. Ese hombre no es un ve~ cino suyo, por lo que lo aplastan todavia con mas gusto. Justificados 0 no y no siempre exentos de segundas intenciones, proferidos la mayoria de tas veces a la ligera, esos juicios han trazado su camino de forma brillante y se han ganado un pitblico cada vez ma- yor, De tal modo que lo que, al principio, no era sin duda mds que op- ciones de algunos autores, ha conquistado un consentimiento univer- sal, hasta tomar la forma de un lugar comiin. Colmar el pasado con todos los males y fechorias, revestirlo de una imagen negra, permite sentirse mas a gusto, mds feliz en la propia época y en la propia piel. La causa estd vista: lo medieval da vergitenza, es detestable; y lo «feudal», su carta de visita para muchos, es todavia mds indignante. No enconsramos palabras nuevas suficientes para condenar esos tiempos de «barbarie», cerrados al progreso; esos tiempos en los que duras res- tricciones aplastaban, no lo dudamos, lo mejor de la naturaleza huma- na bajo una capa de oscurantismo y de supersticiones. Todo lo pequefo,

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