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Por el año de 1462, estuvo por estas tierras el undécimo inca, Huayna Capac para

combatir a los guaraníes que invadían estas regiones. Estando en la laguna de


Tarapaya, llamo su atención este majestuoso cerro al ver la forma cónica y dijo: “Este
sin duda tendrá en sus entrañas mucha plata”; entonces mandó a sus vasallos para
que trabajen y sacasen el rico metal.

Los vasallos al estar trabajando, oyeron un estruendoso sonido Potoj y una espantosa
voz que dijo: “No saquéis la plata de este Cerro, porque es para otros dueños”.
Asombrados los indios comunicaron al inca en su idioma, al llegar a la palabra del
estruendo dijeron “Potocsi” que quiere decir “dio un gran estruendo”.

A partir de este hecho el Cerro Rico se convirtió en un Cerro sagrado.

Chacón Torres, afirma que esta palabra no parece tener origen quechua sino aymará,
ya que como acertadamente se anota, el fonema pótoj en quechua no alude a
estruendo y en aymará sí, la historia de la enigmática montaña, comenzaría con los
aymaras, antes de la dominación incaica. Hoy en día se piensa que como Pótoj, en
quechua no quiere decir estruendo, la versión de Garcilaso tendría un sólido
fundamento, pues este cronista afirmó que Potojsi, en la lengua general del Perú no
significa nada, siendo solamente el nombre propio del Cerro. Por su parte Cieza de
León manifiesta que los indios llaman Potosí a los Cerros y cosas altas, quedándosele
por nombre Potosí.

La leyenda de la sierra de plata y el rey blanco

Los incas irradiaron esplendor y riqueza del oro y la plata por toda América del Sur en
tiempos anteriores a la conquista española. Muchos exploradores españoles fueron
deslumbrados por las constantes noticias que daban los aborígenes sobre la Sierra de
la Plata y del imperio grandioso que se hallaba en occidente.

Uno de ellos fue el español Juan Díaz de Solís quien tuvo conocimiento por boca de
náufragos de una expedición española anterior, de la existencia de grandes
yacimientos de oro y plata. Fue quien descubrió el Rio de la Plata: “llamóse primero
rio de Solis”. En 1516, la tripulación de Díaz de Solís encalló en la isla brasileña de
Santa Catalina, donde escucharon a los aborígenes referirse a una sierra de plata
situada en el interior de la selva formada por cerros del precioso metal, lo que
despertó sus ansias de riqueza.

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