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CONCEPTO DE OBJETO A:

El concepto de objeto a, es una construcción meramente lacaniana. Jacques Lacan


mismo instala la noción de su propiedad sobre el término, aunque también lo hace sobre
varios otros, que a lo largo del Psicoanálisis freudiano han tenido cierta mención.

Dicho esto, habrá que ir paso a paso con la conformación del concepto: primer término,
objeto:

 ¿A que nos referimos cuando hablamos de objeto?:

Se determina esta noción, desde los textos de Sigmund Freud donde intenta
aclarar las relaciones objetales del sujeto, desde la infancia. En libros como
“Duelo y melancolía”, distingue que el sujeto posee vínculos afectivos, que se
desplazan hacia otros, y desde el otro. En este punto, hablará de afectos que se
proyectan y afectos que se introyectan. Principalmente lo que nos explica Freud,
es que estos otros, son objetos… no se refiere a ellos como personas.
David Nasio también recalca esta postura, y detallará que la mención de objetos,
implica que se está hablando de varias cosas, varios elementos, pero que
lamentablemente, ninguno es suficiente para determinarlo… el objeto es una
imagen, es un cuerpo, es una voz, un reflejo; pero también es un agujero, una
respuesta imposible.
Freud desarrolla, en el libro mencionado, que el objeto puede perderse, y que a
partir de esa pérdida el sujeto atraviesa un duelo siempre particular. Claramente
lo que se pierde, no es una persona, sino un objeto amado. Desde un principio,
se estableció que el primer objeto de amor del niño es el pecho materno: pecho
como si fuese un fragmento del cuerpo, pero tras de ese pedazo; hay una
significación, un plus que aparece con el pecho… precisamente aparece una
satisfacción. Por eso, un objeto es mucho más que solo un segmento corporal,
es además, eso con lo que se lo inviste.
En la situación de duelo, no solo se pierde un objeto amado, sino también; dirá
Freud, el doliente simultáneamente deja de ser ese “algo” para el objeto, sea lo
que sea ese objeto: otro sujeto, un trabajo, un hogar… una patria, etc.
Para finalizar con la exposición en “Duelo…”, es relevante destacar que ante la
pérdida, ante el agujero que deja esa pérdida, el duelo no es la única opción; la
melancolía puede presentarse como modalidad de angustia: cuando el sujeto
proyecta hacia afuera, hacia los objetos, sus afectos (ambivalentes, de amor y
odio, como los proferidos al originario pecho materno); ese objeto particular se
inviste de ambos modos, amorosamente y retaliativamente, es decir; se cubre de
aspectos positivos y tiernos por un lado y de otro; negativo y rechazable.
La pérdida objetal, en el duelo, tiene como resultado último que el afecto sea
retirado del objeto, y replegado nuevamente en el yo del sujeto; por eso en
determinadas etapas, el sujeto puede identificarse con lo perdido, recordar
ciertas situaciones compartidas, rememorar características, etc.
En la melancolía, el afecto abandona al objeto igualmente, pero algo más sucede:
el replegamiento de ese afecto en el yo, esa libido objetal que se transforma en
libido yoica, trae consigo a la parte negativa del objeto. Esto es, se introyecta la
parte rechazable del objeto perdido, y el sujeto por esta razón se identifica con ese
aspecto al punto de autoincriminarse por la pérdida, y pretender estar en el lugar
del objeto perdido… el sujeto se pierde junto con el objeto, es factible de ser
acusado, de ser culpado, de ser recriminado. El sujeto puede llegar a creer que
tras de poseer esos rasgos reprochables, es por lo que el objeto “lo dejó”. La
melancolía es en definitiva, un proceso permanente de autoinculpaciones, es
decir, un duelo prolongado y complejizado.

Pues bien, el objeto entonces, es más que una personificación; se podría decir que
es un representante, que representa algo. Ese algo es lo que se intentará deducir
en los sucesivos análisis de la corriente, más aun desde la perspectiva lacaniana.

Pero, algo mas se puede decir del objeto..., ¿qué sucede luego de la pérdida?,
¿existen sustituciones para la misma o, es el sujeto cercenado del mismo
eternamente?. Aquí nos enfrentamos con una contradicción, ya que en parte se
admite la existencia de los objetos sustitutos. Por otra, se dirá que los
sustitutos raramente sustituyen aquello que está ausente.
Veamos esta distinción: los objetos sustitutos son definidos como aquellos
capaces de reemplazar al objeto perdido, ya sea por medio de su enlace con el
ausente por ser semejantes en carácter, o bien por el afecto proyectado hacia
aquél. Se puede sustituir la pérdida, con significantes (en términos lacanianos)
que representen según su similitud, según si en esa condición pueden de nuevo
satisfacer al sujeto como el objeto amado lo hacía. Esto es necesario comprender;
los sustitutos son aquellos que se vinculan al objeto de amor, porque también
pueden brindar satisfacción. Ahora bien, las satisfacciones no son las mismas, y
los objetos no son idénticos… por eso la sustitución por mas posible que sea,
nunca será una copia de la primera relación objetal, con cada objeto nuevo de
alguna manera se halla un nuevo afecto, se inviste de manera semejante; nunca
exactamente igual. Entonces, ¿para qué sirven los objetos sustitutos?, ¿cuál es la
función que cumplen? podríamos preguntarnos; a lo cual se podría responder
que el papel que juegan esos objetos son, para determinar la dinámica de los
afectos; sirven para poder generar afectos sustituibles, que pasen de un otro, a
otro “otro”. En esa cadena de afectos, de libido, se irá constituyendo además, el
depósito de imágenes reflejas que es el sujeto mismo. Cabe considerar en este
punto, que el deseo es otro polo que se mezcla en esta dinámica afectiva, porque
no hay objeto que satisfaga totalmente al sujeto… se necesitan múltiples objetos,
múltiples relaciones objetales de diversas índoles para generar diferentes
satisfacciones, gracias a la sustitución se posibilita ese enlace que lleva al sujeto
cada vez más cerca de la consecución de su deseo, aunque éste sea siempre
parcial.

Mediante la palabra de Lacan, se harán otras marcaciones, que se anclan en la


idea de lo que el sujeto “es” para ese otro, o para ese objeto, mejor dicho.
Si se continúa con la noción de esos eslabones de afecto objetal, caemos en la
presunción de que, todos los objetos poseen un rasgo en común, algo que hace
que se intercomuniquen unos con otros, en cadena… tal como la cadena
significante. Lacan dirá al respecto, que el rasgo que produce esa conexión
objetal, no es más que el sujeto mismo: todos los objetos amados (más claro queda
esto en la situación amorosa, con los partenaires) poseen a “uno” mismo como
rasgo en común, un denominador común. Es el sujeto quien los escoge y por eso,
es él quien determina su parentesco. Todos los objetos amorosos “le” significan
algo al sujeto, siendo éste el eje de todas sus relaciones, todos los objetos podrían
responderle la pregunta “¿qué me quieres?”, como se plantea usualmente.
Nasio lo explica diciendo: “El sujeto es el rasgo común de los objetos
amados y perdidos a lo largo de una vida. Esto es, precisamente, lo que
Lacan denominará el rasgo unario” (1992, pág. 115).

Pero también se le adjudica una letra “a” como segundo término.

 ¿Porqué se le coloca esta vocal?: siguiendo la explicación que Nasio nos brinda,
la a minúscula, se agrega porque es la primera letra con la que la palabra ”autre”
(otro en francés) se escribe, esto es; el otro cualquiera.
Entonces, tenemos asi el objeto de la otredad; que como semejante, como reflejo;
es una extensión del sujeto. Por eso lo podemos pensar, tanto como imagen, como
cuerpo, etc. Habrá según esas “definiciones” de objeto/otro (imagen, cuerpo del
otro y rasgo que se repite), diferentes lugares desde donde se lo comprenderá,
obviamente desde el registro imaginario, desde el fantasmático/real (cuerpo/goce)
y desde el simbólico (como rasgo, como significante en cadena). El registro “que
remite más directamente al concepto lacaniano de objeto a es el segundo:
el otro elegido es esta parte fantasmática y gozante de mi cuerpo que me
prolonga y se me escapa” (1992, pág. 116). Por eso, esta por fuera de lo
simbólico, es real, es un agujero sin significación, o al menos el sujeto carece de
significantes para nombrarlo: de hecho, el objeto a es un intento de dar respuesta
a la pregunta sobre el otro. Mejor aún, a la pregunta de quién es el sujeto frente
al otro. Ante esa pregunta, el psicoanálisis arma el concepto de objeto a, entonces
desde ahí en adelante, este término será utilizado en vez de mantener la duda.
Nasio indica: “definiré formalmente el objeto a como aquello que es
heterogéneo a la red del conjunto significante. Es decir, que el sistema
produce algo en exceso que es heterogéneo o extraño a él” (1992, pág.
117), a esto nos referimos cuando establecemos que el objeto a escapa de la
cadena significante… todos los significantes poseen una formalidad, un signo,
un uno (1), ya que significan algo; mientras que el objeto a responde a un vacío
de significación, un cero (0). Por ende, para hablar de un cero, de un hueco;
habrá que rodearlo de unos, aunque siempre queda por fuera de “hablar de él”.
Lo simbólico no puede sustituir lo suficiente en enunciados, lo que no existe, lo
que innatamente está perdido. Por eso, lo gozoso del objeto a, lo real del objeto a,
persiste mas allá de los dichos del sujeto y en esta angustia se apoya lo
sintomático; que como sabemos, retorna.
¿Porqué hablamos de unos y de ceros al referirnos sobre el significante y sobre el
objeto a?: para hacer una asociación práctica, se dirá que el teorema de los
algoritmos ha tenido algo que ver en esta propuesta. Para determinar la
existencia de una cosa, a través de los códigos tecnológicos, mediante los signos
matemáticos, se propone que en el lugar donde existe algo, o bien en el fragmento
de ese algo en el espacio se ubica un 1… allí hay algo uno. En vistas de
conformar la totalidad de ese objeto se colocan sucesivos unos que “rellenen” el
espacio que la cosa ocupa, mientras que todo lo que esté por fuera, lo que se
refiere al espacio mismo es la no-existencia: un cero, sucesivos ceros.
Los unos que construyen el objeto (material, o dato tecnológico, matemático,
lógico), responden a un mismo sistema de leyes, son homogéneos entre si, y todo
lo que se representen por el cero son un residuo, un excedente que no reacciona
ante ese sistema.
Justamente en este punto, cabe considerar que es extremadamente difícil,
representar un agujero, un cero, sin remitirnos a lo que es consistente, a lo que
es entidad, esta es la razón por la que la psique debe proyectar una imagen, un
algo primero para luego cancelarlo o anularlo. Nasio se refiere a esto cuando
comenta sobre lo problemático de representar corporalmente lo que es un
agujero, cuando se piensa en los miembros reproductivos de hombre y mujer
(comúnmente se imagina una vagina, un pene, labios, etc.; todo lo que implique
un apéndice).
Aquí corresponde detenernos un segundo: se había dicho hasta aquí que el objeto
a, se distingue como un agujero, ahora bien; podría pensárselo como un borde, o
bordes que delimitan un hueco. Ese agujero, insta a absorber los significantes, a
aspirarlos, los convoca para que intenten significar aquello de lo que el agujero
mismo carece. La energía con la que se maneja ese agujero para generar
atracción hacia los significantes, es el goce (plus-de-goce). Entonces, porque se
goza, los significantes se aglomeran una y otra vez intentando dar un sentido. El
goce, recorre los bordes del agujero, es dinámico al igual que el deseo, solo que lo
gozoso se moviliza alrededor de lo real, y el deseo sobre lo simbólico.

Retomando la idea de Nasio, las zonas erógenas, como la vagina, son los
significantes unos (1) que denotan que se está rodeando algo, un agujero, y por
eso están bordeando “eso”. Estos bordes, poseen una energía, y ante un estímulo
se dilaten y se contraen (como el músculo que es), palpitan; lo cual indica que los
recorre el plus-de-goce. Concluirá, asi que “en la vida erógena y, en
consecuencia, en nuestra vida psíquica inconsciente, sólo hay agujeros
engendrados en la tensión y el movimiento” (1992, pág. 121).

Para aclarar como punto final, se puede hablar de objeto a tanto como exceso de
significante, y también como pérdida. Aunque parezca ser una contradicción,
esto depende de la perspectiva en la que estemos parados: si nos ubicamos en la
idea del órgano, o del cuerpo, el objeto a es una pérdida, por ello generalmente
comprendemos que el objeto a es la angustia por la falta del pecho materno, de la
mirada, de la voz; que son en si, significantes. En ese sentido, el objeto a si es
entendible como pérdida, ya que todas están zonas determinan el borde del
agujero. Desde la otra perspectiva, la semántica (o del significado), el objeto a es
un real, “un goce local, imposible de simbolizar” (1992, pág. 133).

Explicar la definición de objeto a, así; supone la ubicación teórica en diversos


puntos de supuestos, ya que como toda construcción, no hay manera única de
entenderlo… todo acercamiento es válido, siempre y cuando se justifique desde
donde hablamos del objeto a.

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