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p
LIBRERÍA

83-A380-800 a.

TOMO XLVIII,
Varios Prelados de España han concedido
1260 dias de indulgencia á todas las publica
ciones de la LIBRERÍA RELIGIOSA.
VIDA

SANTA (MMIIMA DE (MUWA,

SACADA DE LOS ALTOS DESU (CANONIACION:

SEGUIDA DE SU – .
TRATADO DEL PURGATORIO,
OBRA TIRADUCIDA DEL FRANCES
por un presbítero de Reus.
SEGURIDA, DE
IMA VIRDA

DE SAN FRANCISCO DE (GERONIM0,


DE LA compañíA me Jesús,
por el

*: ,

LibreríA mercios A, P%
IMPRENTA DE D. Pablo RIERA. A ,

43 goº-11
PRÓLOGO GENERAL".

En las vidas de los Santos, generalmente


hablando, se encuentra una parte, que po
dríamos llamar maravillosa, aquella en que
se relatan los favores especiales, las gracias
extraordinarias, los éxtasis, por ejemplo, las
visiones, las revelaciones que tuvieron del cie
lo, así como los prodigios, las maravillas que
Dios quiso obrar en ellos y por ellos.
En ninguna ép0ca han faltado, y proba
blemente no han de faltar jamás, hombres,
que son tenidos por de mucho criterio, quie
nes miran, ya que no sea con desden, á lo
menos con cierta prevencion, semejantes re
latos, haciéndoseá sí mismos un deber de no
leer las vidas de los siervos de Dios que los
contienen.
Y como quiera que la de santa Catalina de

* Suplicamos á los lectores que se penetren bien de


lo que decimos en este prólogo, antes de pasar á la lec.
tura de este y demás libros de esta clase,
_ 5 _
Génova, que tenemos el honor de ofrecer a
nuestros suscriptores, y otras que nos propo
nemos publicar, pertenezcan á esta clase , nos
ha parecido que debiamos emitir nuestra opi
nion sobre el particular, al efecto de desva
neeer las ideas equivocadas que algunos, tal
vez con buena intencion, pueden haberse Ior
mado.
¿Son posibles los prodigios, las maravillas
que se leen comunmente en las vidas de los
Santos ?—Dado que asi sea , ¿merecen el asen
so del hombre pensador, del que no quiera pa
sar plaza de iluso ó de preocupado?—Aun
suponiendo esto último, ¿es oportuna en nues
tra época la publicacion de semejantes escri
tos?—I{é aqui tres cuestiones, a las cuales
pueden reducirse todas cuantas se suscitan con
relacion al objeto que nos ocupa, y que pro
curarémos dilucidar y resolver con la breve
dad posible.
Pocas palabras son menesterpara contes
tar á la primera pregunta. El que se empe
ñase en dudar de las marayillas que se con
tienen en las vidas de los siervos de Dios , úni
camente porque exceden las fuerzas naturales,
ó son contrarias a las leyes comunes, no solo
–7 –
no perteneceria á la Iglesia católica, mas ni
siquiera hombre racional mereceria apellidar
se. Esto seria lo mismo que quitará Dios uno
de sus principales atributos, la omnipotencia,
precisamente el que mas de bülto se presenta
en la idea que los mortales tenemos de la Di
vinidad.
La otra cuestion que versa sobre la reali
dad de los sucesos, que están fuera del órden
natural, y sobre el crédito ó la fe que estos
se merecen, ya es una cuestion muy diferen
te. La primera dice relacion con el poder de
Dios, esta se refiere á la fe que un hombre
merece á otro hombre. Lo que la Iglesia pro
pone, está el cristiano obligado á creerlo sin
vacilar; porque habiendo Jesucristo prome
tido la infalibilidad á su Iglesia, claro está
que no puede incurrir en equivocaciones ni
errores. Pero lo que nos refieren los hombres
tanto con relacioná sí mismos, como con res
pecto á otros, merece mas ó menos crédito
segun fueren las circunstancias del que lo re
fiere, y de aquel de quien se refiere.
Concretándonos ahora á la vida de santa
Catalina de Génova, bastará decir que ha si
do redactada por los PP. Bolandistas de la
–8-
Compañía de Jesús, en presencia del proceso
de su beatificacion y de los escritos de la mis
maSanta, que tanto apreciaba san Francisco
de Sales, y que hacian las delicias de san Luis
Gonzaga; en fin, que viene á ser un extracto
de las que escribieron sus historiadores, uno
de ellos su confesor, y otros contemporáneos
de la Santa, testigos presenciales de gran par
te de los hechos que nos refieren. Si á pesar
de lo dicho se empeñase alguno en manifes
tarse poco satisfecho y abrigase algun recelo,
le diríamos, que aquí no se trata de un escri
to que haya de insertarse en el cánon de los
Libros sagrados. Pasemos á la cuestion de cir

¿Ya es oportuna, se nos dirá, la publica


cion de esos y semejantes escritos? ¿Puede
negarse que el espíritu de incredulidades el
espíritu de la época?¿Y qué efecto se quiere
que produzca en un siglo de incrédulos la lec
tura de unos libros que se escribieron al pa
recer para no salir jamás de las tapias de los
monasterios?
Para dar alguna solucioná la objecion pre
cedente podríamos responder desde luego que
muestros suscriptores están muy distantes de
–9—
ser incrédulos, yque deseandoproporcionarles
libros propios para la lectura espiritual, que
es uno de los medios principales que señalan
los maestros de espíritu para llegará la per
feccion, no podíamos escoger nada mejor que
las vidas de los Santos, tan recomendadas por
todos los escritores ascéticos de todos tiempos,
como dice san Alfonso de Ligorio. Pero como
esta respuestanisatisfaria á todos, ni tampo
co abrazaria todo nuestro pensamiento, ten
drémos que explicarnos. "
El espíritu de nuestra época no es la incre
dulidad, sino la indiferencia : y cuenta que
hay gran diferencia del uno al otro, sin que
por esto pretendamos, ni sea necesario, de
cidir cuál sea preferible. Cuando el espíritu
dominante es la incredulidad, el mal está en
el entendimiento, y de este pasa al corazon;
al contrario, cuando reina el espíritu de in–
diferencia, el mal empieza por el corazon,y de
este pasa al entendimiento.
De esto se desprende que, habiéndose de
aplicar el remedio al corazon, los mejores es-"
critos serán los que se dirijan á enamorarse
de la virtud, presentándosela con todos sus
atractivos, con todo lo que tiene de mas bello,
— 10 —
noble y grandioso. Y cabalmente esto es lo
que se encuentra en las vidas de los Santos,
de esos héroes cristianos, que supieron ha
cerse superioresá todo lo terreno, que domi
naron sus pasiones, hicieron prodigios de ca
ridad, de penitencia y de abnegacion de sí
mismos.
Abrigamos la conviccion de que, cualquie
ra, por indiferente que sea en materias de re
ligion, por disoluto que sea en sus costum
bres, que lea con detenimiento y reflexion la
vida de un gran Santo, con tal que alimente
todavía en su pecho algun sentimiento noble,
con tal que conserve en su corazon alguna fi
bra susceptible de generosidad, ha de quedar
ruborizado, ha de sentir fuertes estímulos de .
abandonar una vida que le envilece hasta el
punto de colocarle en el rango abyecto de los
brutos, y ha de experimentar como brotan es
pontáneamente en su alma deseos sinceros, si
no de imitará los Santos, á lo menos de vivir
como cristiano.
«La lengua habla al oido, y el corazon á
«los corazones» ha dicho san Francisco de Sa
les. ¿Y qué viene á ser la vida de un gran
Santo, sino un gran corazon, uncorazonabra
- 11 –
sado de amor divino, que habla al corazon de
sus lectores, los cuales, si ya no son de hielo,
por precision han de sentirse acalorados?
L0 decimos con toda confianza, ningun mal
resultado tememos por esta parte de la lectura
de las vidas de los siervos de Dios; por el con
trario, esperamos que este ha de ser un me
dio saludable para que salgan del indiferen
tismo, mejor dicho, del sensualismo, en que
viven muchos, que todavía no han envejecido
en el mal. Los primeros cristianos se hicieron
santos viendo y oyendo áJesucristo, y estos
á su vez convirtieron el mundo con su vida,
con sus buenos ejemplos, porque los hombres,
mas que á las palabras creen á las obras. Por
esto de Jesucristo se ha dicho que— coepit
facere et docere— enseñar la virtud con las
obras, este es el medio verdadero de hacerla
aprender.
Pero ¿nada temeis, se nos dirá, por parte
de esas personas de imaginacion viva y de co
razon ardiente, de esas almas dotadas de una
sensibilidad extremada, las cuales, al momen
to de presentárselesuna idea peregrina la aco- "
gen con la mayor avidez, y exagerándola y
divinizándola en cierto modo, le levantan en
- 12 –
su corazon un altar, y la adoran como un ído
lo? ¿Ningun recelo teneis en poner en las ma
nos de semejantes personas unos libros que
abundan de ideas como esas?¿Creeis que no
abusarán de ellos? ¿Ningun temoros infunde
esa propension que se nota en ciertas almasá
la originalidad en materias religiosas, esa ori
ginalidad, manantial fecundo de las mas fu
nestas ilusiones?
Confesamos con ingenuidad que estos son
los únicos temores que nos han asaltado tan
luego como hemos concebido el pensamiento
de publicar las vidas de algunos Santos, y es
tos temores nos hubieran hecho desistir del
empeño que hemos formado, si otras reflexio
nes degran peso no hubieran venido ácalmar
nuestra inquietud.
Porque en primer lugar, ¿es prudente, nos
hemos dicho, abandonar un plan, una obra
de utilidad general, solo porque es posible, y
no mas que posible, que algunos pocosqueden
perjudicados por su propia culpa, los cuales
del mismo modo que los demás podrian utili
zarse de ella? ¿No son muchos los que abusan
de los santos Sacramentos? Y sin embargo,
Jesucristo, que lo previó, no dejó por esto de
_ 13 _.
instituirlos. ¿No han sido infinitos los que han
abusado de la lectura de las santas Escrituras?
Y a pesar de eso , la Iglesia nunca ha pensa
do en quitarles de las manos de los fieles.
Pero la Iglesia, se nos-replicará, precisa
mente por el abuso que de los Libros santos
pudiera hacerse, como en efecto se ha hecho,
no permite que los fieles los lean, sobre todo
en lengua vulgar, sin que se anoten los luga
res oscuros y de dificil inteligencia.
Pues esto mismo hemos creido deber hacer
nosotros en las vidas de los Santos, que nos
proponemos publicar. Donde pueda haber un
escollo, donde se note un peligro, alli estaré
mos nosotros, avisando a los lectores senci
llos , yconduciéndolos como por la mano , no
sea que incautamente cayeran en algun error.
Pero si, apesar de esto, alguno quisiera andar
sin guia , y se precipitase , suya seria la culpa,
y sobre él únicamente pesaria la responsabi
lidad.
Por lo demás, advertimos a nuestros lec
tores , atodos en general, y quisiéramos que
á nadie se le olvidase, que es preciso ir con
tiento en no tomar ninguna expresion desnu
da y aisladamente sin examinar su contexto,
– 114 —
pueses muy fácil que alguna idea tomada de
este modo, choqueá primera vista, parecien
do menos conforme, como que se separa del
comun sentir, sin embargo de ser quizás muy
verdadera y de conformarse con la doctrina
de la Iglesia y de los Santos, lo que tal vez
no se echará de ver hasta haber leido todo el
tratado y quizás toda la obra. No es raro en
contrar genios descontentadizos, quienes, en
tropezando con una idea ó expresion que les
sorprende, arrojanel librosinacabarlo de leer,
formando de su doctrina un concepto muy di
ferente del que tal vez formarian si se digna
sen leer despacio toda la obra hasta el fin. No
pocas veces el mejor comentario de un escrito
es leerlo todo entero con detenimiento y re
flexion. Esta advertencia es tan interesante,
que ella sola ahorra muchas notas.
Esperamos que Dios aceptará nuestro tra
bajo, y bendecirá nuestrasintenciones, dirigi
das únicamente á su mayor gloria y al bien
de las almas que Jesucristo vino á redimir.
VIDA

DE SANTA CATALINA DE GNOVA.

CAPÍTULO PRIMERO.

Nacimiento de Catalina, sus primeros años, su deseo


de abrazar el estado religioso. "

Catalina, cuya vida nos proponemos escri


bir, pertenecia á la familia de los Flisci, com
des de Lovania, una de las mas distinguidas
de la ciudad de Génova, tanto por su noble
za como por las eminentes dignidades á que
fueron elevados muchos de sus hijos. Agustin
Justiniano, autor de los Anales de Génova,
hace descenderá estos condes de los prínci
pesque gobernaron la Baviera en el siglo XI;
prueba evidente de la antigüedad de su no
bleza. En cuanto á las dignidades á que fue
ron ascendidos, sin hablaraquí de los muchos
que desempeñaron los principales empleos
de su república, á la cual prestaron eminen
tes servicios no menos en tiempos de guerra,
que en los de paz; dieroná la Iglesia dos So
beranos Pontífices, varios Cardenales y mu
chos Prelados. Catalina tuvo por abuelo á Ro
berto Flisci, hermano del Papa Inocencio IV,
y por padre áJaime Flisci, célebre por la ha
bilidad con que gobernó el reino de Nápoles,
que René de Anjou le habia confiado; pero
mas célebre todavía por haber dado la vida á
la ilustre Santa, cuya historia escribimos. Su
madre, Francisca, hija de Segismundo de Ni
gro, salido de una familia no menos ilustre
que la de los condes de Lovania, la dióá luz
en los últimos meses del año de 1447. No se
encuentra en ninguna parte el dia ni el mes
de su nacimiento. No obstante, dándole la ter
cera leccion de su rezo y la bula de su cano
nizacion de Clemente XII sesenta y tres años
cumplidos cuando murió, el 15 de setiembre,
se podrá deducir de aquí que nació este mis
mo dia, ó algunos dias después.
Nació en la casa de sus padres, situada en
una plaza pública de Génova, que se llamaba
el Filo; fue bautizada en la iglesia metropo
litana, dedicada á san Lorenzo, y recibió el
nombre de Catalina. El P. Parpera, uno de
Sus historiadores, se esfuerza en hallar la ra
- 17 –
zon que la hizo dar este nombre; pero á falta
de datos se ve obligado á darnos las razones
que acostumbra. «Quizás, dice, la quisie
«ron poner bajo la proteccion de santa Ca–
« talina de Sena, cuya reputacion entonces
«hacia gran ruido; y Dios lo habia dispuesto
«así para hacer presagiar la semejanza que
«nuestra Santa debía tener con ella. O bien,
«Dios queria que la pusieran bajo el patro
«cinio de la otra santa Catalina, que fue muy
«Sábia y mártir, para indicar que ella seria
«un dia tambien muy sabia en la verdadera
«ciencia, y mártir por el fuego del divino

Semejantes conjeturas pueden edificar, pe


ro no seránjamás una prueba; porque¿quién
no sabe que se pueden tener mil razones di
ferentes para dará un niño tal nombre y no
tallotro? Yo dejo, pues, esta investigacion co
mo superflua para no fastidiar á mis lectores.
Catalina tenia tres hermanos, Santiago, Juan
y Lorenzo; pero los historiadores no dicen si
tenian mas ó menos edad que ella. Tenia tam
bien una hermana, llamada Limbania, que
era mayor que ella; pues cuando Catalina, á
la edad de trece años, hizo inútiles esfuerzos
2 XLVII.
– 18 —
para entrar en el convento de Santa María de
las Gracias, Limbania profesaba ya el estado
religioso.
Sus padres, cristianos y virtuosos, le ense
ñaron desde su mas tierna infancia á temerá
Dios y á amarle; y fue tanto lo que ella se
aprovechó de sus lecciones, que desde enton
ces se pudo presagiar la eminente santidadá
que con el tiempo habia de ser elevada. Se
habia complacido la Providencia en adornarla
de las cualidades mas amables. Todos admi
raban su estatura alta, la hermosura de su
rostro, su aire majestuoso, su gravedad, su
compostura, su mucha gracia, su vasto ta
lento, su excelente juicio, la probidad de su
conducta, la reserva en sus palabras; pero
una santa ignorancia le ocultaba todos estos
dones, y la privaba de envanecerse. Todo con
curria para hacerla del partido del mundo :
la nobleza de su familia, las grandes riquezas
de sus padres, y todas las gracias de super
Sona; mas su exquisito discernimiento le ha
cia apreciar estas ventajas en su justo valor,
y todos sus gustos la inclinaban á cosas ver—
daderamente sólidas. Siendo todavía niña, no
encontraba atractivo alguno en las diversio
mes de su edad; y cuando creció un poco mas
en edad, no cuidó mas de su hermosura, ni
de la afectacion en los adornos. Toda su feli
cidad consistia en oir hablar de Dios y de los
misterios de nuestra fe. Estudiaba siempre con
un nuevo placer esta ciencia sublime; daba
á este estudio tanto tiempo como podia, y pa
ra hacer mas progresos, le agradaba ocupar
se de ella en el silencio y en el retiro; cuan
do se la obligaba á hablar, lo hacia con gusto,
pero con brevedad, á menos que se la dejase
hablar de Dios ó de las cosas del cielo. Por
otra parte, sabia arreglar su devocion de mo
do, quejamás disgustabaá sus padres, á quie
nes obedeció siempre á ciegas. Desde su ju
ventud fue favorecida de Dios con un don ex
traordinario de oracion, como nos lo aseguran
todos los que han escrito sobre su vida. Lo
mismo ha declarado Clemente XII en su bula
de canonizacion. «Catalina, dice este Sobera
«no Pontífice, desde su mas tierna edad, des
«preciando lasdiversiones pueriles y las con
«versaciones vanas, se complacia únicamente
«en el silencio y en el santo ejercicio de la
«oracion, y siguiendo las sendas de la mas
– 20 –
«alta contemplacion, llegóá la union mases
«trecha con su divino Maestro.»
Como el Espíritu Santo le hizo entender des
de un principio que la sabiduría cristiana con
siste en conocer á Jesucristo, y á Jesucristo
crucificado, emprendió ella desde entonces el
estudio de este divino modelo. Al efecto hizo
colocar en su cuarto un cuadro que represen
taba el cuerpo muerto de este divino Salva
dor, extendido sobre las rodillas de su afligida
madre. Desde entonces se la encontraba con
tinuamente delante de esta santa imágen, con
los ojos fijos sobre ellayabismada en una pro
funda meditacion. Esto le hizo concebir muy
pronto un ardiente amor á los trabajos, com
prendiendo que para dar su corazon á las co
sas invisibles es menester antes crucificar la
carne con todos sus deseos. Con esta convic
cion, unida á una tierna compasion por su
amable Salvador, hubiera ella querido expe
rimentar todos sus dolores y todas sus amar
guras. A lo menos quiso emplear todos los
medios que estaban á su disposicion para su
frir por él alguna cosa. Por este motivo qui
taba todas las noches el colchon de su cama,
- 21 –
se acostaba sobre el jergon, ponia un madero
debajo su cabeza, y acortaba su sueño tanto
como le era posible : pero, tan humilde Ca
talina como mortificada, ocultaba con gran
cuidado estas austeridades á las mujeres que
la servian. En esto salió con la suya; pero no
le fue tan fácil ocultar el fuego del divino amor
que la consumia. Muchas veces fue sorpren
dida en los lugares mas ocultos de la casa, á
donde se retiraba para meditar la pasion de
Su buen Maestro; y se pudo formar juicio de
su fervor y de sus largas oraciones, un dia,
entre otros, en que contemplaba sus tormen
tos con un fervor extraordinario. Sintió de
repente penetrado su corazon de una llama
celestial que le inspiró una compasion tantier
na, que no pudo contener sus lágrimas y so
llozos, ni disimular el deseo que experimen
taba de participar de aquellos sufrimientos.
Los impulsos de la divina gracia crecian de
dia en dia, y Catalina, correspondiendo á ellos
con todo el fervor de que era capaz, no puso
ya mas límites á sus deseos de santidad; pero
no pudiendo dejar de conocer los obstáculos
que para elloencontrariaviviendoenelmundo,
tomó la resolucion de abandonarlo. No tenia
– 22 –
entonces mas que trece años, y sin embargo
no fue un capricho su determinacion de en
trar en un monasterio; sino el fruto de ma
duras reflexiones. Dios me llama á una vida
de oracion, se decia á sí misma; luego para
responderá este llamamiento, necesito liber
tad de espíritu, recogimiento y silencio; y en
el siglo todo esto es difícil de practicar. Dios
quiere todaslas afecciones de este corazon que
le he consagrado; pero ¿cómo se las conser
varéyo en medio de tantos objetos que le so
licitan? ¿cómo podréyo, en medio de tantas
distraccionesinevitables, en el seno de mifa
milia, entregarme á las impresiones de esta
llama que interiormente me consume? Deci
dida á abrazar el estado religioso, solo le fal
taba determinarse en la eleccion de monaste
rio; y no fue esto lo que la embarazó menos,
porque á la sazon habia muchos en Génova,
donde reinaba el fervor y la regularidad mas
edificante. Sin embargo se decidió por un con
vento de canonesas regulares, llamado de
Nuestra Señora de las Gracias, en donde se
seguia la regla de san Agustin, y cuyas, re
ligiosas tenian una alta reputacion de sáti
dad. Su hermana Limbania, que estaba allí
-- 23 -
encerrada desde mucho tiempo, no era la me
nos ejemplar; y sin duda el placer de juntarse
con una hermanavirtuosa influyó no poco en
su determinacion.
Hasta aquí, nada habia dicho de su piadoso
designioal director desualma; pero era dema
siado prudente para llevará cabo su proyecto
sin comunicárselo y decidirse en definitiva sin
tomar su consejo. Fué, pues,á darle cuenta de
todo lo que habia hecho con Dios solo, y le
rogó con instancia, que si aprobaba su santo
deseo, le abriese las puertas de aquel conven
to; lo que era fácil siendo, como era, direc
tor de la superiora. No sorprendió esta decla
racion al confesor, que conocia el espíritu de
Catalina, y que era testigo de los favores sin
gulares de que Dios la colmaba. Sin embargo,
para probar mas la firmeza de su resolucion,
se esforzó al principio á combatirla, objetán
dole su poca edad, la severidad de la regla,
las dificultades de la obediencia y de la po
breza; enterándola sobre todo de las tentacio
nes que el demonio no deja de suscitar á todos
los que aspiran á una vida perfecta. Catalina
le respondió, con una modesta Seguridad, que
nada de esto le daba miedo; y mas firme que
- 24 —
nunca en su resolucion, redobló sus instan
cias, para empeñarlo á asegurar su dicha,
consiguiendo su admision en aquel monaste
rio. Enternecido este padre, por las súplicas
de una hija amable, y convencido por otra
parte de que su deseo era obra de la gracia,
le prometió su intervencion.
Efectivamente, pasó el dia siguiente al mo
nasterio de Nuestra Señora de las Gracias;
expusoá la superiora y á las religiosas el san
to deseo de Catalina; y después de haberlas
manifestado sus cualidades, sus virtudes y las
gracias con que Dios la favorecia, pidió con
instancia su admision y el santo hábito, su
plicando á todas las madres que no negasen
á su hija en Jesucristo este consuelo, objeto de
t0dos sus deseos y de sus fervorosas oraciones.
Las religiosas hubieran estado muy contentas
de p0der accederá los deseos de Catalina, y
á los de su respetable confesor, tanto mas que
el espectáculo de las virtudes de esta jóven y
de los favores señalados de que Dios la col
maba, no podia dejar de causar grande edi
ficacion en el monasterio; pero su tierna edad
era un obstáculo á su recepcion. No habrian
Pedido admitirla sin faltará su costumbre; y
prefirieron rehusar el tesoro que se les ofrecia
antes que faltará ella. En vano el director re
dobló sus instancias para que recibieran á una
jóvende tan grandesesperanzas; en vano apo
yósus ruegos con las mas sólidas razones, ha
ciéndoles observar particularmente que en Ca
talina las virtudes adquiridas compensaban
con usura la falta de edad; ellas persistieron
en su negativa.
Comunicada áCatalina esta denegacion, la
afligió mas de lo que se puede decir. Su po
bre corazon se vió verdaderamente rendido;
pero no tardó en consolarse de esta desgracia.
«Es Dios, se dij0á sí misma, que quiere pro
«barme; es su amable voluntad que se opone
«ámidesignio. El tienesus razones que yo no
«conozco: pero no puedo dudar que son san
«tas y misericordiosas para mí.» Esto bastó
para disipar su amargura, para enjugar sus
lágrimas y volverle la paz acostumbrada. Dios
queria, en efecto, que los grandes dones que
le destinaba despidiesen mayor brillo, y fue
sen mas provechosos al mundo, que si los hu
biese escondido en un monasterio. Y así com
tinuó ella en vivir santamente en el estado
en que se encontraba, dejando á la divina
– 26 –
Providencia, con una confianza del todo fi
lial, el cuidado de conducirla á la perfeccion,
objeto de todos sus deseos, por los caminos
que su divina sabiduría conocia que eran los
mas propios para hacérsela alcanzar; y desde
entonces, no tuvo otro deseo que de confor
marse en todo con la santa voluntad de Dios
y la de sus padres.

CAPÍTULO II.

Matrimonio de Catalina, su conducta en este eslado


durante los diez años primeros.

Cuando hubo llegado Catalina á la edad de


diez y seis años, plugo á Dios probarla de un
modo mas terrible que la vez pasada. Habien
do perdido á su padre, su madre y hermanos
pensaron en casarla. No ignoraban ellosque
nada habia mas contrario á las inclinaciones
de Catalina, pues su corazon, todo ocupado
en las cosas del cielo, no tenia afeccion algu
na á las cosas de la tierra, y su manera de
obrar no podia dejarles duda alguna sobre
esto; pero los intereses de la familia exigian
este matrimonio, y, seguros por otra parte
de su obediencia, no titubearon en represen
– 27 –
társelo como un deber. Ved aquí cuáles eran
estos intereses de familia. Habia en Génova
dos casas poderosas entre la nobleza, que ha
bian ocupado cada una á su vez los primeros
puestos del Estado. Estas eran los Flisci y los
Adurni. En una época de disensiones civiles,
estas dos familiastomando dos partidos opues
tos, los Flisci habian venido á ser Güelfos y
los Adurni Gibelinos, lo que habia producido
entre ellos una enemistad que duró cási un
siglo. Empezaban no obstante á frecuentarse;
pero su reconciliacion no ofreciendo todavía
gran solidez, los Fisci juzgaron á propósito
de cimentarla sobre un matrimonio. Ofrecie
ron, pues, la mano de Catalina áJulian Adur
ni, que prometió casarse con ella, y firmó un
contrato dotal en garantía de su promesa. Ju
lian, en este contrato, aseguraba á Catalina
su casa, sita en la plaza de santa Inés, ahora
llamada Lomellina, y contigua al palacio de
Jorge Adurni, que era entonces jefe de la re
pública. Se cree, para decirlo de paso, que
la iglesia del Oratorio ha sido edificada en el
solar de aquella casa. Julian, en el mismo con
trato, se obligaba tambien ávivir los dos pri
meros años de su matrimonio en la casa de
– 28 —
la madre de Catalina, que estaba en la calle
del Filo.
Cuando Catalina tuvo noticia de este arre
glo de familia, concibió un dolor tanto mas
vivo, cuanto era mas opuesto al deseo que
conservaba de dejar el mundo y de consa
grarse enteramente á Dios en un monasterio.
Criada no obstante de mucho tiempo en la
obediencia á su madre, y temiendo faltar al
respeto que la debia, se sometió con resigna
cion á su voluntad. Es verdad que no descu
bria en el matrimonio mas que una cruz, la
mas pesada que se le pudiese dar; pero estaba
persuadida que venia de la mano del Altísi
mo, quien queria que la llevase siguiendo á
su divino Maestro. Cuando llegó el dia fijado
para el matrimonio, Catalina fue conducida
al altar como una víctima ofrecida por la paz de
su familia; pero que no supo quejarse, ni mur
murar. Vedla, pues, esposa de Julian Adurni:
¿pero quién era este Julian Adurni? un hom
bre distinguido sin duda por su brillante ma
cimiento, y colmado de dones de fortuna;
pero de un corazon duro, de un carácter vio
lento y colérico, y de unas costumbres tan
contrarias á las de su esposa, que, enfadado
– 99 – "
de sus hábitos devotos, empezóá despreciar
la desde los primeros dias de su union. Ena
morado en gran manera del amor al mundo,
su esposa le fastidiaba, su casa le era insó
portable; no se encontraba bien sino en las
reuniones en donde hacia todo lo posible pa
ra manifestarse amable, y no salia de allísi
no para buscar ocasiones de satisfacer la pa
sion que tenia al juego, ó para abandonarse
á los placeres mas criminales. Catalina, al
contrario, no podia sufrir el mundo, aunque
tuviese todo lo que necesitaba para agradar
le porque estaba dotada de una hermosura
encantadora, de un humor agradable, y de
un talento muy distinguido. El fausto del
mundo le causaba disgusto, sus delicias abor
recimiento, y el retiro y las piadosas conver
saciones que tenia con su Dios eran todo su
placer.
Con unas inclinaciones diferentes de las de
su esposo y unas costumbres que hacian con
las de aquel tan singular contraste, ella co
nocia muy bien la imposibilidad de ganar su
afecto, ó devivir con él en armonía, pero ¿có
mo lo habia de hacer? Era menester una de
dos cosas, ó reducirá este hombre á abrazar
– 30 –
su modo de vivir, ó conformarse ella con sus
costumbres disolutas. Cabalmente estos dos
medios eran impracticables; porque viviendo
como él, perdia su alma, y probando de ha
cerle mudar de conducta, á mas de que no
tenia probabilidad alguna de lograrlo, se ex–
ponia á su cólera, á sus injurias, y á sus ma
los tratamientos. Una situacion semejante des
pedazaba su corazon, y su pesar llegó á ser
tan amargo, que por espacio de cinco años,
se encerró en su casa como en una soledad,
huyendo las criaturas, cuya conversacion no
le proporcionaba por otra parte ningun eson
suelo. Pero ¡qué mucho que así fuese si ni
aun con su buen Maestro y Señor hallaba nin
guna clase de consuelo! Por mas que pasase
los dias enteros en su presencia llorando, gi
miendo y dirigiéndole las mas fervorosas ora
ciones, su afliccion no era menos amarga. De
dia en dia se iba enflaqueciendo y perdiendo
la salud hasta el punto de llegarse á descono
cerla. Estaba tan abatida su alma, que pare
cia como entorpecida y privada de razon.
Viéndola sus parientes reducida á un es
tado tan triste, se llenaron de compasion; pe
To, como estaban en la persuasion de que su
_ 31 _
modo de vivir era la verdadera causa“de ella,
emplearon todos los medios que pudieron ima
ginar para hacerla cambiar de vida. Unas ve
ces le representaban su separacion de la so
ciedad como una rusticidad indigna de su na
cimiento; otras parecian mal edificados de lo
que ellos llamaban su melancolia. Llevaron
su malicia hasta el punto de hacerle un car
go de conciencia del mal que causaba a su
salud, diciendo que abreviando asi su vida
por un homicidio voluntario , comprometia
evidentemente su salvacion. Aqui se deja ver
el lenguaje del mundo, que no es otro que el
lenguaje de la carne contra el espiritu , como
lo hace ver muy bien nuestra Santa en su ad
mirable Diálogo entre el cuerpo y el alma. En
este Diálogo (parte I, cap. 2) el cuerpo que
riendo apartar al alma de su vida interior, le
tiene el siguiente razonamiento: «Debo ad
«vertirte que en las cosas que me son con
«trarias, tienes obligacion de atender a mi
u flaqueza y á condesceuder á mis deseos. Es
« positivo que no puedes para ir al cielo pri
«varme de las cosas necesarias á la vida. El
«resultado de semejante conducta seria in
e faliblemente la, muerte; y dejandome morir
__ 32 _
« asi harias una ofensa al que nos ha hecho
u á los dos.» \
En el mismo Diálogo (cap. 5.) el amor pro
pio, de acuerdo con el cuerpo, recuerda ‘al al
ina el gran precepto del ramor al prójimo , y
discurre de esta manera: « Por consiguiente,
« ¡ó alma mia! es menester templar un poco
« tu fervor excesivo‘, y procurar las cosas ne
«cesarias al prójimo, esto es , a tu cuerpo y
o a mi : ¿cómo quieres que tu cuerpo te pres
«te sus servicios , si le niegas las cosas indis
« pensables? tú me _hablas de tu salvacion;
o ¿pero crees que Dios habria dado la exis
«tencia a las cosas creadas, si le fuesen con
« trarias ‘l » —— «Te prevengo, le dice aun
« (cap. 9) ó alma mia, que el amor de Dios
«debe ir acompañado del amor al prójimo
. «que, en las cosas materiales, tiene por pri
«mer objeto tu propio cuerpo; luego tú de
e hCS, quieras ó no quieras, conservar no so
« lo tu vida, sino la salud , si quieres llegar a
a ser verdaderamente santa. ¿No es evidente
«que si dejaras perecer tu cuerpo , no te que
«da medio alguno de aumentar tu gloria mul
«tiplicando tus méritos, y que te privas del
cx tiempo necesario para purificarte segun tus
— 33 –
«deseos? ¿Será, pues, menester que bajesá
«las llamas del purgatorio para acabar esta
«purificacion indispensable? Pero me parece
«que valdria mas llevar el peso de tu cuerpo,
«y darle los cuidados que reclama, que no
«caer en aquel fuego devorador. En cuanto
«á las ventajas de su salvacion, no hay duda
«que con un cuerpo sano y vigoroso, el al
«ma está mejor dispuesta para entregarse á
«los ejercicios espirituales, y muchomas pre
«parada á recibir las luces y las inspiraciones
«divinas.»
Los parientes de Catalina defendian, pues,
la causa del amor propio y de la carne, y ella
no lo conoció. Sus razonamientos mo eran mas
que sofismas, y ella se dejó engañar; á menos
que no se quiera decir, que, cansada de sus
instancias, cedió á sus deseos para conseguir
la paz. Quizás tambien quiso distraerse de los
negros pesares que abrumaban su alma. Sea
lo que fuere, se determinóá llevar una vida
menos solitaria y menos aplicada á los ejerci
cios interiores. Empezó, pues,á usar hones
tamente de su libertad, recibiendo y hacien
do visitas, entrando en la sociedad de las se
ñoras de su rango, y tomando parte en los
3 xLVII.
- 34 —
placerespermitidos, de los cuales hasta enton
ces se habia abstenido.
Cuando el mundo la vió entrar en su senda,
gozoso de haber conquistado esta alma tan
noble, nada despreció para retenerla y em
peñarla á seguir adelante. Felicitaciones,
cumplimientos, respetos, atenciones delica
das, todo fue empleado con la intencion de
apoderarse de su corazon, y enredarlo en una
trama, tan complicada, que no pudiese en
contrar jamás el medio de librarse de ella.
Entonces la consideró como una presa que ya
no podia escaparle. Mas este corazon no es
taba hecho para ser largo tiempo el juguete
de semejante ilusion, y así es que el mundo se
engañó en sus cálculos y en sus esperanzas.
Por mas empeño que puso en variar y mul
tiplicar sus divertimientos, y en presentarle
sus conversaciones tan alegres, tan atractivas
como le fue posible, Catalina no encontraba
en todo esto placer alguno, y por consiguien
te tampoco sacó ningun alivio para su dolor.
Este es el testimonio que nos da ella misma
en su Diálogo (parte I, cap. 55): «Era en va
«no, nos dice, que todos los placeres del
* mundo se uniesen para contentar mis ape
_ 35 _
«ritos; les era imposible saciarlos, ¡»me mi
«alma , siendo de una capacidad sin limites,
«y todas las cosas terrestres necesariamente
«limitadas, semejantes goces no eran capa
«ces de tranquilizarla ni menos satisfacerla.
«Como que cuantos mas esfuerzos hacian
‘ «aquellas frlvolas diversiones para conten
« terme , menos lo conseguian. Gracias sean
«dadas al Señor que tan sabiamente ha dis
«puesto todas las cosas; pues si el hombre
«pudiese encontrar el descanso sobre la tier
« ra, habria muy pocas almas que se salva
«sen.»
En el capitulo sexto, ilustrada Catalina por
su propia experiencia hace ver cuán funesto
es volver a las delicias del mundo después de
‘ haber abrazado el camino dela virtud. «Tan
«pronto, dice, como una alma, entrada enla
«vida espiritual, ha tomado el partido de
«volver al mundo para gozar de sus vanos
«y despreciables placeres, privándola Dios
u de sus gracias de predileccion, le retira el
«atractivo que sentia por las cosas celestia
u les. Entonces va a mendigar a la puerta de
«las criaturas no sé qué alimento que au
«menta su hambre en lugar de apagarla.
3*
_ 35 _
«Después de haber prolongado mas ó menos
« su inútil experiencia , desengañada en fin y
« cubierta de confusion y vergüenza piensa en
«volver a Dios. ¡Dichosa cuando sigue este
«pensamiento saludable! mas aun entonces
«su determinacion no le es dictada por un
«motivo enteramente desinteresado. En lu
«gar de ser conducida por aquella caridad
«pura que Dios desea con ardor, y que él
«mismo tiene por ella, no se deja llevar sino
«por su propio interés, esto es, por la necesi
«dad que de él tiene.» Aqui acordándose
Catalina de sus desgracias , durante su extra
vio, exclama: « ¡O cuerpo! ¡ó amor propio!
«cuando considero _lo que he hecho por vos
«otrosy lo que justamente he perdido por sa
«tisfaceros, me siento llena de vergüenza y
«de dolor; y no sin razon por cierto, pues
«que he merecido, como lo veo claramente,
«que Dios me mire con horror, que vosotros
«mismos me desprecieis, que el mundo me
«deteste , y que el infierno me sepulte en sus
«oscuros calabozos. Guiada por vosotros, me
« he metido en las cosas terrenas, y no he
«encontrado en ellas el contento que me ba
« ciais esperar. Avergonzada ahora de mi ne
— 37 –
«cia credulidad, poco me falta para deses
«perarme. Buscando bajo vuestra direccion
«ciertos consuelos que yo creia serme nece
«sarios, he caido en la superfluidad. Desde
«luego el pecado ha oscurecido mi inocencia
«y me ha encadenado con sus vergonzosos
«lazos. He perdido la gracia de mi Dios, he
«venido á ser ciega, pesada y terrena, de
«ilustrada, ágil y espiritual que era antes.
«En poco tiempo, en fin, me hevisto abatida
«por un peso tan grande de pecados é ingra
«titudes, que poca esperanza me quedaba de
«descargarme y recobrar mi primera liber
«tad.»
Al leer estas y otras expresiones semejan
tes, que se encuentran en su Diálogo, po
dria llegará creerse que Catalina, durante su
extravío, habia cometido grandes pecados;
pero si se examina su conductamas de cerca,
es fácil de ver que este lenguaje se lo dictaba
su profunda humildad. Se podria decir tam
bien que la luz divina que ilustraba su enten
dimiento, le descubria algo de espantoso en
la malicia del mas leve pecado, teniendo en
consideracion la suprema y purísima majes
tad de Dios. En fin, si uno hace atencion al
– 38 –
ardiente amor que ella tuvo á Dios, todo el
resto de su vida, notará fácilmente la exage
racion de su lenguaje; porque es propio de
un grande amor encontrar grave todo lo que
se opone poco ó mucho al objeto amado. A
mas de que basta leer su Diálogo para que
dar convencidos de que no cometió pecado
alguno grave. Citaré aquí algunos pasajes.
En el capítulo primero en donde el alma se
pone en camino con el cuerpo para ir en bus
ca de sus respectivos consuelos, el alma de
clara que no quiere pecar. «Que todo, dice
«ella, se pase entre nosotros en la inocencia
«y sin ofenderá nuestro Criador; puestan
«to como durará mivida pasajera, yo teme
«ré y huiré el pecado.». Tambien dice un
poco mas abajo: «No, cuerpo mio, no te
«mas que yo te abandone, habiéndonos pues
«to de acuerdo parano ofender jamás á Dios.»
Sin embargo los disgustos de Catalina por
la mala conducta de su esposo crecieron has
ta tal punto, que las delicias del mundo, en
lugar de consolarla, le causaban un tedio
inexplicable. Apenas podia sufrirse á sí mis
ma, tan oprimido estaba su corazon por la
tristeza. Tal era, su triste situacion, al fin de
- 39 –
diez años de matrimonio, cuando, la vigilia
de la fiesta de san Benito, habiendo ido á la
iglesia de su nombre, puesta allí en la pre
sencia de Dios, le pidió con un fervor ex
traordinario una enfermedad de tres meses.
Ella esperaba que los dolores del cuerpo di
vertirian sus penas interiores, que le pare
cian mas amargas. Esto sucedió en 1474. Te
nia entonces veinte y siete años. Esta oracion
fue como la aurora de la luz que, dos ó tres
dias después vino á manifestarle sus extravíos
yá convertirla. Escuchémosla como nos cuen
ta ella misma esta circunstancia en su Diálo
go (parte I, cap. 7): «Fue la bondad de
«Dios la que permitió que esta alma (habla
«de la suya) se extraviase en los caminos de
«la profanidad. El queria que aprendiese por
«medio de una triste y dolorosa experiencia
«que los placeres y consuelos de la tierra, en
«lugar de bastará satisfacer sus apetitos, no
«Servian mas que á aumentar sus tormentos.
«Hizo en efecto esta cruel experiencia, yen
«tonces Dios infinitamente misericordioso,
«hizo brillar en su entendimiento una luzque
«de un golpe disipó sus tinieblas, y la hizo
«ver claramente los errores y los peligros de
- 40 —
«su posicion. Espantada esta alma á la vista
«de tan profunda miseria levantó los ojos há
«cia el Señor y exclamó llorando y gimien
«do: ¡Oh! ¡qué desgraciada soy! ¿quiénpo
«drá jamás sacarme de tan infeliz estado?
«Solo Dios puede hacer este milagro. ¡O
«Dios mió! iluminadme,á fin de que yo me
«desprenda de los lazos en que el mundo me
«ha metido con tanta astucia.» Verémos
ahora en el capítulo siguiente cómo se obró
su feliz restauracion.

CAPÍTULO III.
Conversion de Catalina y su penitencia.

El dia 20 de marzo de 1474 Catalina, mas


afligida que nunca, tuvo el pensamiento de ir
á encontrar á su hermana Limbania, para
contarle sus penas. Se fué pues, al monaste
rio de Nuestra Señora de las Gracias, y des
cubrió enteramente su alma á esta hermana
querida. Desconsolada esta de verla en tanta
desgracia, le aconsejó que pusiese su confian
za en el confesor de la casa, hombre de una
grande piedad, de gran sabiduría y de una
larga experiencia, á quien mo faltarian me
- 41 –
dios de volverla su tranquilidad. Catalina,
dócil al consejo de su hermana, volvió la ma
ñana siguiente á la iglesia del monasterio en
donde, después de haber orado por algun
tiempo con mucho fervor, hizo decir al Padre
que deseaba confesarse. Este, á quien Lim
bania habia ya prevenido sobre las necesida
des de su hermana, no se hizo esperar. Se
fué inmediatamente al santo tribunal, á don
de Catalina le siguió. Apenas hubo ella do
blado las rodillas, sintió su espíritu ilumina
do de una luz celestial, y su corazon traspa
sado con una flecha de amor divino. Con el
socorro de esta luz, descubrió claramente por
una parte la bondad infinita de Dios, y por
otra todas las ofensas que contra ella habia
cometido, que almismo tiempo el amor le ha
cia entender cuán gran mal es el menor pe
cado comparado con aquella inmensa bondad,
se formó en su corazon una contricion tan vi
va, que poco faltó para que no cayese en
tierra sin sentido y sin vida. Antes de pasar
adelante, dejémosla á ella misma contar lo
que se pasó entonces en su alma. (cap. 8):
«Esta alma, dice, vió en sí misma tales ope
«raciones, tales efectos del amor divino, que
_ 42 .__
«ninguna lengua sabria explicarles. El mis
« mo rayo que iluminaba su inteligencia hi
«rió su corazon, en el cual vió y sintió una
«llama de amor que descendia de la bondad
«de Dios. Esta llama la arrebató fuera de si
_ «misma, quitándole de una vez el uso de la
«inteligencia, del sentido ‘y de la palabra.
« En esta situacion concibió tal desprecio de
«si misma, que hubiera querido recorrer la
«ciudad publicando todos sus pecados; mas
«todo su poder se limitaba a decir interior
«mente y a repetir sin cesar estas palabras:
«No, Dios mio, no quiero mas mundo; no,
«Dios mio, no quiero mas pecados.»
El confesor viendo su silencio, imaginó que
se preparaba para la confesion, y como te
nia entonces un asunto urgente , la dejó, di— _
eiendo que volverla al instante. Cuando vol
vió, viendo que Catalina no hablaba, la ad
virtio que podio. empezar su confesion. En
tonces haciendo ella un esfuerzo le dijo con
mucha pena estas palabras: «Padre, si me
«lo permite aguardarémos otra ocasion para
« confesarme. »
Después de haber conseguido el permiso
de salir, volviose pronto a su casa, se encer
- 43 -
ró en su cuarto, y dando allí un libre cursoá.
su dolor, exclamaba (Diálogo, parte I, capí
tulo M1) : «Yo he merecido el infierno. El
«infierno está destinado para mí, y si no es
«toy todavía en él, es porque para caer allí
«es necesario que intervenga la muerte. ¡Ay
«de mí! Dios mio, ¿qué haréyo de mí?yo
«lo ignoro. ¿A donde iré á esconder miver
«güenza? busco un retiro y no lo encuentro.
«0s encuentro en todas partes, y á pesar mio
«pongo ávuestros ojos mi espantosa impure
«za. ¿Cómo me podeis sufrir, cuando yo mis
«ma no puedo soportarme? ¿Qué será de mí
« con estos pecados que me están afeando?
«mis lágrimas corren en vano; mis suspiros
«son superfluos; mi contricion no oses agra
«dable, y si vuestra clemencia noviene á mi
«socorro mis penitencias no me servirán de
«nada; pues yo entiendo que todas mis pe
«nas no tienen proporcion alguna con mis
«ofensas.» En esto se deja ver todavía el len
guaje de su humildad y las exageraciones de
su amor, ó mejor, la extraordinaria luz con
que veia sus faltas. Lo que ella quiere decir,
es que el fruto de la penitencia no debe ser
atribuido á las fuerzas del hombre, sino á la
– 44 -
bondad misericordiosa del Señor. Tal es en
efecto la explicacion que ella misma da de
su pensamiento en las palabras siguientes:
«Cuando yo derramara tantas lágrimas de
«sangre como gotas de agua hay en el mar,
«para satisfacer á la justicia de mi Dios ofen
«dido por mis pecados, ¿pensais que esto se
«ria una satisfaccion suficiente por la menor
«falta? ¡Ah! ciertamente no. Aun diré mas:
«aunque sufriese tanto y tan largo tiempo
« como los demonios; aunque sintiese todos
«los tormentos, todos los martirios que el es
«píritu puede concebir, la palabra satisfac
«cion no estaria bien en mi boca.» Es bien
evidente que hablando de esta manera, no te
nia otra cosa á la vista que la debilidad del
hombre y su nada. Por otra parte, ved aquí
el correctivo, ó, si se quiere, el suplemento
de su doctrina sobre esta materia (Diálogo,
parte II, cap. A0): «El hombre, ¡ó Dios
«mio! nada tiene de bueno sino lo que tiene
«de vuestra generosidad. Por esto hemos de
«reconocer que toda gracia viene de Vos, y
«que solo Wos sois el orígen de ellas: si hi
«ciéramos lo contrario seríamos ladrones.»
Después que hubo exhalado así su dolor, y
– 45 –
derramado un torrente de lágrimas, se des
pojó de todos los adornos de su vanidad, no
queriendo tener nada de comun con el mun
do; y haciendo esto, no cesa de decir con
una voz ahogada por sus suspiros: «¡0 amor!
«¿es, pues, posible que me hayais prevenido
«con una tal bondad, que en un abrir y cer
«rar de ojos, me hayais descubierto tantas
«cosas que mi lengua no sabria decir?» Con
siderando en seguida la inmensa bondad de
este Dios lleno de misericordia, que le habia
prodigado siempre sus beneficios, que jamás
habia apartado de ella sus miradas, aun cuan
do olvidando ella que él solo es el centro del
corazon humano, iba á mendigar su reposo
y su consuelo de las criaturas, su dolor au
mentó hasta tal punto que cási hubiera caido
muerta. Durante esta especie de agonía pro
ducida por el amor y el sentimiento de sus
faltas, se le apareció Jesús cargado de una
pesada cruz, todo cubierto de sangre desde
los piés á la cabeza, y derramándola con tan
ta abundancia que toda la casa parecia inun
dada. Ella oyó tambien que decia á su cora
zon estas tiernas palabras: «Vé aquí la san
«gre que ha corrido sobre el Calvario por tu
— 46 -
«amor y por la expiacion de tus pecados.»
Esta vision divirtió su dolor, y le produjo un
delicioso consuelo: mas no duró largo tiempo;
porque bien pronto, viniendo á considerar de
nuevo la injuria que los mas leves pecados
hacen á un Dios tan amable, su dolor se re-"
novó con mas viveza que nunca, y empeza
ron sus dolorosos gemidos. Se indignaba con
tra sí misma de haber correspondido con tan
tas ingratitudesá tantas bondades; y creyen
do no poder despreciarse lo bastante, se daba
á sí misma las reprensiones mas humillantes
y mas severas. En fin, habiendo prevalecido
en su corazon la idea de la bondad de Dios,
se calmó, y mo pensó sino en volverá los piés
del confesor.
En efecto, se fué á encontrarlo al tercer dia
después de su conversion, le hizo una confe
sion de toda su vida; pero con tanta humil
dad, y con un dolor tan profundo, que el Pa
dre quedó atónito de admiracion. La Iglesia
celebraba aquel dia la fiesta de la Anuncia
cion de la Vírgen. Catalina pidió al confesor
permiso para acercarse á la sagrada mesa, lo
que le concedió con mucho gusto; y en esta
accion sintió nacer en su alma una hambre
_ 47 _
de este pan sagrado que no la dejó mas en lo
sucesivo. No obstante tenia perpetuamente a
la vista sus pasados extravios, y este recuer
do no cesando de despedazar su corazon y de
aumentar el odio que habia concebido contra
si misma, recurrió para castigarse a las prác
ticas austeras de la penitencia. Después de
catorce meses de una vida la mas dura y la
mas mortificada, Dios la hizo conocer que su
justicia estaba abundantemente satisfecha, y
borró de su entendimiento tan completamente
el recuerdo de sus faltas, como si hubiesen
sido arrojadas al fondo del mar. Sin embar
go , menos indulgente consigo que no lo era
Dios, continuó durante cuatro años la peni
tencia que vamos a describir.
. Cuanto le era posible se privaba de la vista
de los objetos exteriores, y tenia tan constan
temente fijos sus ojos en tierra, que no cono
cia a los que pasaban cuando andaba por las
calles. No permitia a su lengua ninguna pa
labra inútil; y como si esto no bastase para
castigar el abuso que creia haber hecho de
ella, le sucedia a menudo de estregarla con
tra el suelo de un modo el mas doloroso. Se
privó del uso dela carne y de todos los ali
mentos capaces de lisonjear su gusto; sobre
todo de la fruta, porque era esta una de las
cosas que naturalmente mas le gustaban.
Cuando le servian algunos manjares bien con
dimentados, sin que nadie lo advirtiera mez
claba con ellos un poco de acíbar ó ajenjo,
para hacerlos amargos y desagradables. Pa
ra juntar la mortificacion del sueño con la de
la comida, se condenó á dormir muy poco; y
aun tenia cuidado muchas veces de esparcir
por su cama algunas zarzas, á fin de no go
zar de las dulzuras del reposo. Iba cubierta
de un áspero cilicio, y maceraba su carne con
ayunos excesivamente prolongados, y tanto
mas penosos, cuanto sentia una hambre in
saciable, causada por el fuego interior que la
consumia. Cada dia hacia tambien seis horas
de oracion, con las rodillas desnudas sobre el
suelo de su cuarto. Esta última mortificacion
Ila hacia sufrir mucho, nos dice ella misma
(Diálogo, parte I, cap. A5); pero añade que
el cuerpo se acomodaba á ello mostrándose
así obediente y celoso en servir á su alma.
Nos dice tambien en el mismo pasaje que por
una atencion delicada de la Providencia, to
das sus industrias para turbar su sueño no
– 49 –
servian de nada, esto es, que no dormia me
nos sobre los espinos que sobre la lana.
Catalina no se contentó con esta mortifica
cion de los sentidos exteriores, se aplicó con
mas fervor todavía á la mortificacion interior,
trabajando sin cesar en purificar sus afeccio
nes y en destruir su propia voluntad. Estaba,
en efecto, demasiado ilustrada, para no saber
que las maceraciones de la carne no sirven de
nada, óá lo menos sirven de poco, si no van
acompañadas de la abnegacion de sí propio.
Por esto ¡ con qué atencion examinaba hasta
sus mas insignificantes afecciones y todas las
inclinaciones de su propia voluntad, para so
meterlas á la virtud y á la voluntad divina!
Tan pronto como el natural apetito comenza
ba á formar un deseo, no solamente le impe
dia que lo satisfaciese, sino que tambien lo
obligaba á una cosa opuesta. Presentábase un
objeto que repugnaba extraordinariamente á
sus sentidos, ella se esforzaba envencer su re
pugnancia á fin de sujetar mejor al espíritu
el apetito inferior. Así á fuerza de resistirá
sus inclinaciones, vino á ser tan dueña de
ellas, que pasados cuatro años, nada sentia
en sí que pudiese hacerle difícil su sumision
4 xLVII.
__ 50 ._
a la voluntad de Dios. Mas es necesario oirla
a ella misma contar los combates que le va
lieron una victoria tau brillante. (Diálogo,
parte I, cap. 48). En este pasaje es el horn
bre espiritual quien habla al hombre carnal
de la manera que sigue: ‘
« He aqui mis intenciones, que te hago co
«nocer para que las ejecutes. Quiero en pri
«mer lugar que aprendas a obedecer, a fin
«de que vengas á ser humilde y sumiso con
«toda criatura. Y por cuanto el ejercicio te
«es necesario, ganarás en adelante tu susten
« to por medio de un trabajo asiduo. Cuando
«acudiré a ti para cualquiera obra de mise
«ricordia, la harás sin excusa ni tardanza.
«Si yo te llamo a servir a los enfermos, esto
«es, a lavar su ropa, ó a curar sus llagas;
« lo dejarás todo hasta la oracion, para cum
« plir mis_deseos, y harás estos actos de cari
«dad sin ningun respeto ni a la persona en
«ferina, ni al género de servicio que necesi
«tare; pues quiero que toda eleccion te sea
« en adelante prohibida, y que en toda cir
«cunstancia prefieras la voluntad de otro a la
«tuya propia. Te aplicarás constantemente a
«estos diversos ejercicios tautotiempo como
_. 51 _
«lo juzgare yo necesario, porque estoy re
«suelto a hacerte superior al placer y al dolor;
«a corregir todo lo que haya de imperfecto
«en ti; en fin, a mortificarte de tal suerte,
«que ni las cosas agradables te deleiten, ni
«las cosas desagradables te turben. Es me
«nester, pues, que mueras á tus sentimien—.
«tos naturales, y no cesaré de ejercitarte y
«de probarte hasta que hayas llegado a esta
«muerte tan deseable. Cuando te hubiere im
«puesto alguna obra penosa, si advierto que
«eres sensible á esta aversion, ó que ocupa
«solamente tu pensamiento, prolongaré este
«ejercicio hasta que aquella repugnancia este
«enteramente destruida. Cuando al contrario
« observaré que una ocupacion te agrada y te
«procura alguna satisfaccion, te obligaré á
«hacer lo opuesto , hasta que no encuentres
o placer ni consuelo en cosa alguna. Para ha
u cer esta prueba mas eficaz y la abnegacion
«mas completa, te sugeriré el pensamiento
« ya de una cosa que te agrada, ya de otra
«que te repugna, a fin de excitar en ti tan
«pronto el tormento que causa el deseo, co
« mo el que produce el horror. No quiero que
«contraigas familiaridad con nadie, ni que
4*
- 52 –
«conserves amor particular á tus parientes.
«Amarás en adelante á todos los hombres
«igualmente, pobres óricos, amigos ó enemi
«gos, parientes ó extraños; mas los amarás
«únicamente por caridad, sin ninguna afec
«cion natural. No te permitiré ninguna amis
«tad particular, ni aun con las personas mas
«virtuosas y espirituales. En fin, á nadie vi
«sitarás por aficion, sino únicamente por ca
«ridad.» Cualquiera podrá entender ahora
cuán gloriosa debió ser su victoria, después
de cuatro años de semejantes combates. Par
pera, uno de sus historiadores, asegura que
salió de allí enteramente purificada de sus in
clinaciones naturales, y con unos hábitos vir
tuosos que le hacian tan pronta como fácil la
práctica de la perfeccion. «Pero tambien, aña
«de el mismo autor, viendo Dios en aquella
«época, que sus mortificaciones ya no eran
«necesarias, borró en ella de tal manera su
«memoria, que aunque ella hubiese querido,
«no hubiera ciertamente podido hacer uso de
«ellas.»
— 5.3 –

CAPÍTULO IV.
Progresos de Catalina en la perfeccion.

Jesucristo que havenido, como lo ha dicho


él mismo, á traer á la tierra el fuego del di
vino amor, nada desea tanto comoverlo siem
premas encendido: en primer lugar porque
merece mas de lo que podrá darle jamás su
criatura, y después porque sabe que su acti
vidad, en llegando á disminuirse se apaga.
Ordinariamente este incendio no se forma si
no por progresos sucesivos; pero algunasve
ces estalla de repente, y esto es lo que suce
dió en el corazon de Catalina. Dios encendió
Súbitamente en ella tales llamas, que no po
dia comprender cómo una alma que le ama
puede ceñirse á marchar metódicamente por
este camino,y no llegar al fin sino por gra
dos. Una piadosa mujer, llamada Tomasa
Flisca, le dió ocasion de conocer sobre este
particular el fondo de su alma. Esta mujer,
casada como ella, habia tambien formado el
piadoso designio de huir el mundo y de se
cuestrarse enteramente de sus concurrencias:
mas, en vez de romper de repente con él, cor
_ 54 _
taba poco á poco sus lazos y se retiraba a pa
sos , temiendo comprometerse si experimenta
se alguna inconstancia. Catalina , que era tes
tigo de esta marcha timida, la reprendia á
menudo, y le decia: En verdad , yo no puedo
entender cómo se puede conciliar el amor de
Dios con esta lentitud en servirle. Yo temo no
poder perseverar, le replicaba Tomasa, y de
verme obligada a volver atrás. En cuanto a
mi, respondia Catalina, no temo en ninguna
manera comprometerme , porque si por des
gracia llegase a retroceder, no solo quisiera _
que el mundo me llenase de oprobios, sino
que me arrancase los ojos y me cortase los
miembros a pedazos. Tomasa no dejó por es
to de hacer grandes progresos en la virtud
hasta tal punto, que en lo sucesivo, Dios se
sirvió de ella para establecer la reforma en un
monasterio. De este modo es, segun la ob
servacion de Oldoin en su Ateneo , que Dios
se complació en hacer brillar en estas dos mu
jeres casadas las riquezas admirables de su
Providencia, conduciendo a Tomasa poco a
poco a la perfeccion por medio de virtudes
adquiridas, y a Catalina de un golpe por me
dio de gracias infusas.
– 55 -
Hubo todavía otra cosa digna de observar
se en la perfeccion de Catalina, y es que Dios,
contra lo ordinario, no se sirvió del ministe
rio de criatura alguna para conducirla á ella.
Tal es el testimonio que da de esto su primer
historiador, el P. Parpera. «Esta alma, di
«ce, no tenia director ni directora: solo su
«amor (así acostumbraba ella llamará Dios)
«la conducia por medio de sus inspiraciones
«interiores, y la instruia de todo lo que de
«bia saber.» Esta declaracion hace ella mis
ma en su Diálogo (parte I, cap. 2): «Dios,
«que habia tomado el cuidado de misatisfac
«cion, no quiso que nadie mas que él toma
«se parte en este negocio.» A primera vista,
esta conductada miedo, sobre todo porque es
tá opuesta á la que la Iglesia considera como
la mas sabia y la mas segura. Es mas pruden
te, en efecto, y mas seguro no andar por los
caminos espirituales sino bajo la direccion de
un guia experimentado. Obrando de otra ma
nera, uno se expone á los engaños del amor
propio y á una infinidad de ilusiones. Sin em
bargo es cierto que Dios se encarga alguna
vez de conducir por sí mismo á ciertas almas
privilegiadas, como lo enseña san Gregorio
_. 5g _...
el Grande en sus Diálogos. «Se encuentran á
«veces algunas almas, dice este santo Doctor,
«que tienen el Espiritu Santo por maestro,
«demodo, que si la guia de los doctores les
«falta, no les falta la censura del Maestro de
«los doctores. Este camino de libertad no con
«viene á todos. Aquellos, pues, que son to
« davia débiles vayan con cuidado de creerse
«asi bajo la guia del Espiritu Santo; porque
«podria muy bien sucederque vinieran a ser
«maestros del error, rehusando hacerse dis
« cipulos de un hombre. El alma que está ver
«daderamente llena del Espiritu de Dios tie
‘ «nc para saberlo unas señales incontestables,
«el progreso de las virtudes y la humildad. Si
«estas dos cosas se encuentran juntas, dan
«un testimonio de la presencia del Espiritu
«Santo.»
Estas dos señales se encontraban evidente
mente en nuestra Santa; y aun Dios‘se dig
nó muchas veces asegurarla sobre este parti
cular. Queria ella, por ejemplo, someterse al
gobierno de alguna alma espiritual. Ved ahi
que al punto experimentaba una tristeza in
‘ terior tal, que se veia obligada a abandonar
su direccion; y conocia tambien la accion de
– 57 -
Dios en esta circunstancia que le decia: «Se
«ñor, ya os entiendo.» Se le dijo un dia que
andaria con mas seguridad por el camino de
la obediencia, y este aviso le causó alguna
inquietud; pero Dios le respondió interior
mente: «Confia en mí, y no te dejes turbar
«por estos pensamientos de temor.» Catalina,
pues, continuó así por espacio de veinte y cin
co años, sin consejos de nadie, instruida y di
rigida por solo Dios, cuyas inspiraciones di
vinas regulaban toda su conducta ". Referiré
aquí algunas de sus admirables lecciones. En
uno de aquellos coloquios secretos que esta al
ma privilegiada tenia con El, le dió estas tres
primeras reglas de una vida perfecta: «1."Ja
«más se oigan salir de tu boca las palabras,
«yo quiero ó yo no quiero; 2.º en lugar de
«decir lo mio, dí siempre lo nuestro; 3." está

1. Sin embargo, jamás le faltó su confesor, que fue


siempre un hombre docto y muy espiritual, con quien
comunicaba cuanto pasaba en su espíritu; y si este le
hubiese dicho que iba equivocada en algo, sin la menor
duda se hubiera sujetado á su juicio, conforme se verá
mas adelante,y est0 bastaba para cerrar la puerta á
los engaños del enemigo comun. Adviértanlo bien las al
mas caprichosas, y á quienes faltan las dos señales que
arriba marca san Gregorio,y con ello evitarán el peli
gro de caer en alguna funesta ilusion.
– 58 –
«siempre pronta á acusarte, y no te excuses
«jamás.» La continuacion de esta historia nos
manifestará cuán fiel fue Catalina en seguir
estas santas reglas. En otra ocasion aquel su
premo Moderador instruyendo interiormente
á su amada discípula, le dijo: «Yo quiero,
«hija mia, que pongas por fundamento de tu
«vida espiritual aquellas palabras de la ora
«cion dominical: Hágase tu voluntad: esto es,
«que en todas las cosas relativas á tu cuerpo
«ó á tu alma, á tus parientes ó amigos, ale
«gres ó tristes, te conformes plenamente á la
«voluntad de Dios. Tomarás tambien de la
«Salutacion angélica esta sola palabra, Jesús,
«procurando imprimirla profundamente en tu
«Corazon, porque es menester que en todas
«las ocurrencias de tu vida, le sigas como á
«tu guia. Quiero aun mas, esto es, que en
«los libros santos, escojas una palabra que es
«como su compendio; esta palabra es: amor,
«la cual jamás te será bastante familiar, pues
«por su medio conservarás la integridad del
«alma, la pureza del corazon, la castidad del
«cuerpo, la alegría y la presteza en el servi
«cio de Dios. Ella te dirigirá con su luz, sin
que tengas necesidad de ninguna criatura;
- 59 –
«porque para llevará cabo cualquier nego
«cio, por mas espinoso que sea, basta el amor,
«y no hay necesidad de ningun otro socorro.
«En fin, el amor purificará todas tus afec
«ciones, y regulará el uso de tus sentidostan
«to exteriores como interiores.» Ilustrada Ca
talina con unas lecciones tan preciosas, puso
el mayor celo en reducirlas á la práctica. Pe
ro tambien su divino Maestro estuvo tan con
tento de su fidelidad, que le concedió singu
lares favores, entre otros el que vamos á re
ferir.
El quinto año después de su conversion, al
principio de la Cuaresma, fue interiormente
convidada por Jesús, su amor, á ayunar con
él en la soledad. Habiendo aceptado con todo
el gozo de su alma esta amorosa invitacion,
perdió al instante el gusto del alimento cor
poral, y aun el poder natural de servirse de
él; de modo que, desde este momento hasta
la fiesta de Pascua, no tomó otro alimento
que el pan de los Ángeles que comia cada dia.
"Cuando hubo comenzado este ayuno prodi
gioso, la repugnancia que experimentaba por
los alimentos le pareció sospechosa, y temia
que no fuese una ilusion del espíritu de las ti
_. 60 _

nieblas. En consecuencia de esto, no faltaba


en ponerse a la mesa con los demás a lasho
ras acostumbradas, y en hacer todos sus es
fuerzos para comer; pero todas sus tentativas
fueron inútiles. Cuando superando su extrema
rcpugnaucia , habia llegado a introducir al
guna cosa en su estómago, le era necesario
arrojar, con unos dolores intolerables, lo que
habia tomado.
Las personas de la familia, testigos de una
cosa tan extraordinaria, estaban llenos de
asombro. Emplearon todos los medios que pu
dieron imaginar para hacerle retener los ali
mentos que habia tomado; mas viendo que
todo era tiempo perdido, y sospechando al
guna ilusion en su conducta, recorrieron á su
confesor. Este le mandó alimentarse como los
demás. Catalina obedeció de todo corazon,
pero sus tentativas tuvieron peor resultado
que antes; pues ni siquiera pudo hacer llegar
lo que tomaba hasta el estómago. Fiel a la
obediencia, no dejó por esto de continuar en
hacer lo que le estaba mandado ‘; mas las
‘ Véase como los Santos, aun los dirigidos verdade
ramente por un_ camino lan extraordinario como nues
tra Santa, se sujetan humlldemonteá las disposiciones
- 61 –
violencias que se veia obligada á hacer, alte
raron bien pronto y visiblemente su salud. El
confesor, que lo conoció, no quiso prolongar
mas su experiencia, sospechando á lo menos
en esto algo de divino. Desde el momento en
que cesó de violentarse, la operacion divina
no dejó ya duda alguna; porque, bien léjos
de que esta larga abstinencia dañase su salud,
trabajaba mucho mas que de ordinario, dor
mia mas tranquilamente y mas largo tiempo,
y su cuerpo parecia mas fresco y mas robus
to que antes. Continuó pasando de esta ma
nera, no solo el tiempo de la Cuaresma, sino
tambien el del Adviento, por espacio de vein
te y tres años. Empezaba su ayuno de la Cua
resma el lunes de la Quincuagésima, y lo con
tinuaba hasta el dia de Pascua; y llevaba el
del Adviento, desde San Martin º hasta el dia
de Navidad, sin tomar en todo este tiempo
ninguna especie de alimento,á no ser que de
tiempo en tiempo tomase un vaso de agua

de sus confesores. «Los hijos de la sabiduría forman la


«asamblea de los justos, y el pueblo que forman no es
«mas que obediencia y amor,» dice el Espíritu Santo.
* Algunas iglesias comenzaban antiguamente el Ad
viento el dia después de San Martin.
– 62 —
mezclada con sal y vinagre, para tener algun
rasgo de semejanza con su Redentor. No obs
tante, su humildad en nada se alteró por este
favor tan singular; tenemos una prueba de
ello en estas palabras que le escaparon no sé
en qué ocasion: «Si queremos admirar las
«operaciones de la gracia, no son las que pa
«recen al exterior las que deben fijar nuestra
«atencion, sino aquellas que pasan en lo in
«terior. Miabstinencia, de la cual se admiran,
«Dios la obra en mí sin el concurso de mi
«voluntad. Esta es la razon porque no tengo
«vanidad en ella, ni la miro como una ma
«ravilla tan grande, cuando pienso que es
« producida por el poder infinito de Dios.»
Baillet, este crítico temerario que ha dado
en despreciar las operaciones de la todopode
rosa bondad de Dios en sus Santos, habla so
bre este favor con un tono de duda, por no
decir de incredulidad. «No sabemos, dice, lo
«que hemos de creer sobre este ayuno extraor
«dinario.» Así, porque este ayuno es extraor
dinario, no sabe lo que se ha de creer; como
si la singularidad de un hecho fuese una ra
zon suficiente para negarlo, cuando está ates
tiguado por autores contemporáneos y dignos
_ 53 _
de fe. Por otra parte, este hecho ¿es tan ex
traordinario como piensa ese critico ‘l Se en
cuentran en las historias eclesiásticas muchos
hechos semejantes. Leemos en_las.actas de los
Santos recogidas por los continuadores de los
Bollandos, que san Gerásimo pasó cuarenta
dias sin tomar otro alimento que la sagrada
Eucaristia; que san Patricio, apóstol de Ir
landa, estuvo veinte dias sin comer, por te
mor de tomar alimentos ofrecidosá los idolos.
Teodoreto , en su Historia eclesiástica, asegu
ra que san Simeon Estilita observó un ayuno
absoluto durante muchas Cuaresmas, Odorio
Raynaldo habla de una jóven encerrada, que
vivió siete años enteros sin tomar ningun ali
mento. El beato Nicolás de Flue vivió por es
pacio de veinte años de la misma manera. Se
podrian añadirá esta lista , las lllarias de 0g
nie, las Catalina de Sena, las Augelas de Fo
ligno, cuyas largas abstinencias son bien co
nocidas. Se pueden ver muchos otros hechos
de este género en el libro de la Canonizacion
de los Santos , de Benedicto XIV, y entre es
tos ejemplos, se halla el de nuestra Santa i.
I Actualmente están llenando de admiraclon al inun
do incréduto las llamadas estatuas del Tirol, a las que
— 64 –
Este teólogo, pues, tan sabio y tan prudente
creia la larga abstinencia de Catalina. Ahora
bien, ¿esta abstinencia fue ó no milagrosa?
Benedicto XIV, va á darnos los medios de de
cidir esta cuestion. En la obra ya citada (li
bro I, cap. xvin, n.º 14), manifestando su pa
recer sobre el ayuno milagroso, que somete
al juicio de la sagrada Congregacion, exige
las cuatro condiciones siguientes: 1.º que el
hecho de la abstinencia de todo alimento, du
rante todo el tiempo del ayuno, sea cierto;
2" que el cuerpo haya conservado durante
todo este tiempo su salud y su vigor; 3.º que
este ayuno haya sido emprendido por un buen
fin ; 4." que no haya puesto obstáculo al
ejercicio de las obras buenas. ¿Y no es evi
dente que todo esto se encuentra en la absti
nencia de nuestra Santa? pero dejemos esto,
porque es insistir demasiado sobre un hecho.

visitó un amig0 muestrO. Una de ellas, llamada Domin


ga Lazzarí, hace muchos años que no prueba mas ali
mento que la sagrada Eucaristía, y la otra cási nada.
¿Quién ignora lo que estos años últimos se dijo de una
mujer de Galicia?
- 65 -

CAPÍTULO V.

Catalina se dedica al servicio de los pobres enfermos.


Virtudes heróicas de que da pruebas en este ejercicio

Habia en Génova, hacia unos tres siglos,


una administracion llamada de la Misericor
dia, cuyo establecimiento Uberti Folicta, his
toriador de esta ciudad (Historia de Génova,
libro IX), refiere de este modo: «En 1403,
«Pilens Marino, arzobispo de Génova, en
«contrando inconvenientes en que un obispo
«estuviese encargado de una administracion
«de hacienda, eligió á cuatro de los princi
«pales ciudadanos á quienes confió la admi
«nistracion de los bienes de los pobres y de
«los hospitales.» Estos administradores te
mian la costumbre de asociarse ocho señoras
nobles, ricas y de costumbres intachables, pa
ra socorrer á los pobres, y especialmente á
los vergonzantes. Cabalmente las que, en la
época de que hablamos, estaban encargadas
de esta buena obra, habian tenido ocasion de
admirar la caridad de Catalina, á pesar de
todo el cuidado que ella tenia en ocultarse; y
5 XLVII.
– 66 –
así la juzgaron digna de que se les asociase.
En consecuencia, la rogaron que se encarga
se de los pobres enfermos diseminados por la
ciudad, y le procuraron el dinero y las de
más cosas que necesitaba. Seria difícil pintár
la alegría que experimentó Catalina al verse
encargada de servir á Jesucristo en la perso
na de sus pobres, no por su voluntad propia,
sino por la voluntad de Dios: pues Dios le
hizo conocer que era él quien habia inspirado
á las señoras de la Misericordia el pensamien
to de asociarla á su buena obra. Por lo demás,
ella encontró en este santo ejercicio, no solo
un alimento continuo para el fuego de su ar
diente caridad, sino tambien ocasiones fre
cuentes de hacer actos de una mortificacion
heróica.
Empezó, pues, á recorrer la ciudad, guia
da del amor divino, para descubrir aquellos
pobres que escondian sus miserias; y fue co
sa digna de admiracion, verá una mujer tan
distinguida por su nacimiento, y todavía en
la flor de su edad, andar por las calles y pla
"zas públicas, vestida sencillamente, con los
ojos constantemente bajos, buscando necesi
tados, no saliendo de la casa de un enfermo
- 67 –
sino para entrar en la de otro, y haciendo á
todos los servicios mas bajos y asquerosos. Es
te ministerio era para ella un continuo placer:
pero su dicha llegaba á su colmo cuando sus
investigaciones le proporcionaban el descu
brimiento de algun leproso que inspirase hor
ror, ó de algun otro cubierto de llagas gan
grenosas. Estos eran los enfermos de su pre
dileccion. Si encontraba alguno de ellos en un
rincon de una calle, en una azotea, ó en un
establo, se apoderaba de él, y lo hacia llevar
á alguna casa que ya tenia prevenida de an
temano: allí procuraba no le faltase cama,
ropa, medicinas, alimentos, en una palabra,
todo lo necesario, ya fuese de los fondos de
la Misericordia, ya de su propio bolsillo. En
seguida le hacia continuas visitas, y en ellas
le prodigaba todos los oficios de una criada,
revolviendo su cama, limpiando su cáncer ó
su úlcera, llevándose sus trap0s asquerosos
para lavarlos ella misma y remitírselos en un
estado de entera limpieza. Muchas veces los
encontró llenos de insectos; pero por una es
pecial proteccion de Dios, ninguno se le pe
gó jamás.
No contenta con servir á los enfermos dis
- 68 –
persos por la ciudad, iba á menudo al hospi
tal de San Lázaro destinado para los incura
bles; y lo que la inclinaba á ello era la segu
ridad de encontrar allí á unos desgraciados
cubiertos de úlceras desde los piés á la cabe
za, cuya vista solamente inspiraba horror. No
habia especie de servicio que no les hiciera
con una caridad incomparable, sin manifes
tarjamás la menor repugnancia. Pero su cuer
po no era el único objeto de su celo. Encon
traba á veces algunos que, fastidiados de su
estado miserable, ó furiosos por la atrocidad
de sus sufrimientos, murmuraban, blasfema
ban contra el cielo, injuriaban á cualquiera
que se les acercase, y no pudiendo ya sopor
tarse á sí mismos, se entregaban á una de
sesperacion espantosa. Catalina recibia Susin
jurias con un semblante sereno, les reprendia
suavemente su impaciencia, y con sus pode
rosas exhortaciones los obligaba á sufrir pa
cientemente, conformándose á la voluntad de
Dios. Volvia tan á menudo á su lado para lle
nar este doble oficio de la caridad; que muy
pronto no hubo en toda la casa un solo en
fermo á quien ella no hubiese consolado y for
talecido.
– 69 —
Al principio de este tierno ministerio, que
ofrecia á su vista el espectáculo de todas las
miserias humanas, Catalina tuvo que sufrir
rudos combates. Teniendo naturalmente hor
rorá las llagas, sentia una viva repugnancia
en tocarlas y aun en verlas; pero su ardiente
amor le hacia sobrellevar esta revolucion de
la naturaleza, é inmolar á su caridad esa de
licadeza de los sentidos. Cuando su corazon
se le rebelaba mientras estaba curando aque
llas llagas asquerosas, practicaba, para ven
cerse, diferentes actos heróicos que no me
atrevo á contar á mis lectores. No se conten
tó con hacerlos una sola vez, sino que los re
pitió hasta haber triunfado de todas las re
pugnancias de la naturaleza. Si se quiere Sa
ber qué valor y qué generosidad hubo me
nester para emplear tales medios, óigase 10
que ella dice en su Diálogo, (parte I, cap. 20):
«Las cosas que yo hacia, dice, eran tan
« opuestas á la naturaleza, que bastaban pa
«ra darme la muerte; de suerte que no hu
«biera podido violentarme hasta tal punto,
«Si hubiese sido entregada á mis propias fuer
«zas. Por otra parte, Dios que me inspiraba
«de introducir en mi boca y hasta en mi es
«tómago cosas tan nocivas, destruia su ve
«neno, de modo que jamás me incomodaron.
«Aun hay mas; para recompensar mis es
«fuerzos, me haciagustar, en estos actos, tal
« alegría y tales delicias, que pude continuar
«por espacio de tres años este ministerio con
«la mayor facilidad.»
Dios, que queria hacer brillar esta caridad
de Catalina para con los pobres enfermos con
un resplandor mas vivo, la transportó á una
escena mas gránde,y ved aquí en qué oca
sion y con qué motivo. Los nobles adminis
tradores del grande hospital de Génova con
cibieron el designio, que sin duda les fue ins
pirado de lo alto, de ofrecerle la presidencia
del servicio de los enfermos en esta casa mu
cho mas concurrida que la de San Lázaro,
que habia sido hasta entonces el teatro de su
heróica caridad. Veian en este proyecto tres
grandes ventajas: la primera era que, no con
tenta cón cuidar los cuerpos de sus numero
sos enfermos, Catalina trabajaria tambien ef
cazmente en su salvacion: la segunda, que los
empleados, movidos de los ejemplos de la San
ta, desempeñarian sus funciones con mayor
celo ; en tercer lugar, que la nobleza de esta
– 71 -
santa mujer y sus cualidades personales da
rian un gran realce á su hospital. En conse
cuencia, y de comun acuerdo, le suplicaron
extendiese su caridad á los infortunados que
encerraba este asilo;á lo que ella accedió de
buen grado, no habiendo olvidado aquel pre
cepto de su divino Maestro: «Yo quiero, hi
«jamia, que en toda circunstancia en que se
«te pida algun servicio de caridad, como de
«socorrerá los pobres ó de cuidar á los en
«fermos, ejecutes la voluntad de otros, sin
«excusar jamás la tuya.»
Se puede juzgar, por el amor que tenia á
su Dios, y su ardiente deseo de agradarle, de
su exactitud y fervor en cumplir este nuevo
empleo de caridad. Para estar mas cerca de
sus estimados enfermos, alquiló una casa con
un pequeño jardin en la vecindad del hospi
tal, y se estableció allí con su esposo, quien
habiendo cambiado de costumbres estaba siem
pre pronto á satisfacer los deseos de su espo
sa ". Desde entonces, empleaba ella los dias
enteros corriendo de sala en sala, de una ca
ma á otra, renovando en favor de aquellos
1. Hablarémos mas tarde de este Cambio que la gra
cia habia obrado en él.
__ 7 z ...
' numerosos enfermos todas las acciones heroi
cas de que hemos hablado anteriormente. No ‘
tengo necesidad de decir cuál fue el asombro
de todos aquellos infelices que eran á un mis
mo tiempo los testigos y los objetos de un sa
crificio tan extraordinario. No habia uno que
no estuviese profundamente enternecido y no
manifestase su admiracion , viendo a esta se
ñora tan noble, tan rica y tan jóven todavia,
desechar las dulzuras dela vida, para sepul
tarse en un lugar de infeccion; vestida cási
tan pobremente como ellos. entregándose a
trabajos continuos y pesados, con un cuerpo
debilitado de resultas de sus ayunos extraor
dinarios, de que hemos habladoya.
Á esta caridad tan admirable , juntaba una
obediencia mas admirable todavia, conside
rando las personas á quienes se sometia. To
dos los sirvientes del hospital eran para ella
otros tantos superiores cuya voluntad ejecu
taba alegremente , aunque faltos las mas ve
ces de sentido comun y de razon , sin replicar
una palabra a sus órdenes cási siempre ca
prichosas, lo que no habria hecho á buen se
guro una criada. A pesar de su excesiva su
mision, no podia llegar a contentarlos. Se
– 73 -
veia, pues, obligada á sufrir reprensiones con
tinuas de parte de aquella gente, que no po
dia aguantar su celo, porque condenaba bien
claramente su incuria mercenaria. Una pa
ciencia tan humilde deberia haberles desar
mado; mas al contrario, de ahí tomaban oca
sion de ridiculizarla, y no le disimulaban el
desprecio que su humildad les inspiraba. Por
otra parte, nada podia ser mas agradable á
nuestra Santa, cuya ambicion toda consistia
en disminuir su estimacion propia, tanto por
parte suya como por parte de los demás, has
ta que hubiese llegado á los últimos confines
de la humildad. En consecuencia de esto, en
vez de hacer cesar este desprecio, lo que le
hubiera sido muy fácil, no pensó sino en los
medios de aumentarlo mas y mas. Por esto
aparentó que habia venido á menos, y aun á
ser pobre, y así es que se la vió pobre en su
país natal, y á la vista de sus parientes no
bles, vender el trabajo de sus manos para vi
vir, y hasta mendigar su pan.
Sin embargo, mientras que los insensatos
sirvientes del hospital llenaban á la sierva de
Dios de sus desprecios, los nobles protectores
de aquella casa, testigos de sus altas virtudes,
– 74 –
le tenian una veneracion profunda. Aun mas,
el bien inmenso que hacia ella doce años ha
bia, habiéndoles convencido de su celo y de
su aptitud, la nombraron directora de aquel
establecimiento con una autoridad sin límites.
Habiendo aceptado Catalina este honroso em
pleo, no mudó por esto en nada su vida humil
de y abyecta, y continuó prestando ásus enfer
mos los mismos servicios de caridad que antes.
Nada quitó tampoco de sus largas oraciones.
Sus éxtasis no fueron ni menos prolongados
ni menos frecuentes. Pero, se dirá, ¿cómo des
pués de todo esto podia acudir á la multitud
de atenciones que le imponia su empleo? No
obstante es un hecho que sabia ella arreglar
se de modo que nada quedaba descuidado.
Tenia la vista en todo, acudia á todas las ne
cesidades; y después de una administracion
de muchos años, durante los cuales se reci
bieron y se gastaron grandes sumas de dine
ro, no se encontró en sus cuentas yerro ni
equivocacion alguna. Pero tambien llegaba á
Su colmo la sorpresa entre los testigos de su
vida, y todos estaban persuadidos que respec
to á esto, recibia de Dios gracias extraordi
marias. Massiera tan atenta en cuidar los in
- 75 —
tereses de los pobres, en cuanto á los suyos los
tenia enteramente olvidados. Todo lo que con
cernia á su persona y á sus bienes, estaba
abandonado al cuidado de la Providencia, la
cual dispuso de ella y de todo lo que le per
tenecia segun su voluntad, durante el tiempo
de su vida, que acabó en este empleo.

CAPÍTULO VI.

. Del tierno amor de Catalina á su Dios, y de su union


admirable con él.

No pretendo manifestaró encerrar en bre


ves páginas el amor inmenso hácia Dios, de
que esta bella alma se sentia abrasada. No,
esto seria una empresa tan loca, como la de
querer encerrar en un pequeño vaso todas las
aguas del océano. Quiero solamente dar de él
una idea ligera para la gloria de Dios, honor
de su sierva y edificacion de mis lectores. Des
de el dia en que, postrada á los piés de su
confesor, Dios le hizo sentir, como lo hemos
visto, el atractivo victorioso de su gracia; el
fuego del amor divino, no solamente no se
resfrió jamás en su corazon, sino al contrario
Se encendió de tal manera, que parecia no
— 76 —
vivir sino de puro amor. Ninguna aficioná
las criaturas se notaba en ella, ninguna mez
cla de amor propio. Le sucedia á menudo que
la convidaba Dios á gustar sus delicias espi
rituales, y á beber de las aguas del torrente
de los consuelos celestiales, y ella lo rehusaba,
tanto como le era posible, sin agraviarle. En
los primeros años de su vida, cuando habia
tenido la dicha de acercarse á la sagrada me
sa, gustaba de una suavidad tan exquisita,
que le parecia ser admitida á las delicias del
cielo; mas en seguida, dirigiéndose á su ama
ble Bienhechor, le decia: «¡O amor! ¿es pa
«ra atraerme á Wos que me presentais el ce
«bo de estas dulzuras? ¡No las quiero, Dios
«mio! todo lo que yo deseo, todo lo que es
«pero de Wos, sois Vos mismo.»
Manifiesta el mismo sentimiento, y de una
manera aun mas fuerte, en su Diálogo (par
te I, cap. M4). Citaré sus palabras tan propias
para templar, en ciertas almas, el gusto de
masiado vivo de las dulzuras espirituales, y á
consolará las que Dios hace andar por un ca
mino de sequedades y de arideces. «Señor,
«Señor, dice, no quiero esta experiencia; no
«busco yo este gusto delicioso; yo aparto, al
– 77 –
«contrario, como tentaciones peligrosas, to
«dos estos gozos que pueden poner obstáculo
«á la pureza de mi amor; el puro amor debe
«andar desnudo, esto es, sin ningun apego.
«Y es muy fácil que el hombre se aficione,
«por su natural miseria,á estas delicias, bajo
«el pretexto de perfeccion. Por esto, Señor,
«os pido, y encarecidamente os suplico, que
«no me concedais en adelante semejantesgo
«zos ni á mí, ni á aquellos que buscan vues
«tro puro amor, porque no son estos los me
«dios que conducen á él.»
«Las cosas espirituales, añade (cap. M6),
«atraen al hombre bajo la apariencia del bien,
«y difícilmente se persuade que pueda haber
«mas que bienen ellas. De aquíviene que gus
«ta los dones de Dios, se complace y se aficio
«naá ellos. Pues, creed bien esta verdad, que
«aquel que no aspiramas que ágozar de solo
«Dios, debe necesariamente tener su corazon
«desprendido de todas esas cosas, porque son
«un veneno para el amor puro. Sí, lo digo
«claramente (para las almas perfectas) el gus
«to espiritual de que hablamos es mas temi
«ble que el mismo demonio, porque engen
«dra en el corazon que se aficiona á él una
– 78 –
«enfermedad tantomas peligrosa, cuanto que,
«no conociéndola, no se piensa en reme
«diarla.» . "
Catalina rogaba, pues, al Señor con ins
tancia que la privase en adelante de esas dul
ces consolaciones; pero este buen Maestro le
daba tantasmas, cuanto mas las temia. «Es
«te torrente de amor llegóá ser tan impetuo
«so, nos dice ella (cap. 17), y su dulzura en
«cantadora se hizo de tal manera sentir en mi
«alma y hasta en mis sentidos, que apenas
«podia tenerme en pié. Pero como el ojo del
«puro amor está atento á todo, luego que per
«cibí lo que en mí pasaba, me puse ágritar
«y á protestar que no queria aquellas suavi
«dades y aquellos gustos en la vida presen
«te; que yo no ponia ninguna aficion á esos
«consuelos que muy á menudo corrompen el
«amor. Yo los resistiré, Dios mio, le dije,
«tanto como mesérá posible. ¡Yo no me pres
«taré ni me aficionaré á esas dulzuras; pues
«no quereis que, en el deseo que siento de
«amaros puramente, tome yo veneno por ali
«mento!» Si alguno creyese ver un exceso
en los sentimientos de esta alma generosa, que
lea estas palabrasdesan Agustin (Salmoixxii,
– 79 —
n."52): «Cuando un corazon ha llegado áser
«enteramente casto, empieza á amará Dios
«gratúitamente, y no le pide otra recompen
«Sa. Aquel que pide á Dios otra recompensa,
«estima mas sus dones que quiere recibir que
«á él mismo que los concede. ¿Pues qué?¿es
«menester no desear ninguna recompensa de
«Dios? Ninguna, sino á él mismo. La recom
«pensa de lo que el amor hace por Dios, es
«Dios. Ved ahí lo que pretende el verdadero
«amor; ved ahí lo que ama: si necesita otra
«cosa, no es un amor casto.» Mas volvamos
á nuestra Santa.
Por mas que hiciese, segup, nos dice ella
misma (Diálogo, parte I, cap. 17), para cer
rar su corazon á las consolaciones, no permi
tia Dios que aquella fuente de suavidad dejase
de correr en su alma. En vano no cesaba de
repetirle que no quería sentir aquellos efectos
sensibles de su ternura, que por esto no esta
ba menos sumergida continuamente en un
mar de amor que le procuraba las mas dulces
satisfacciones. Dios le hizo conocer un día el
amor que le obligóá sufrir tanto por ella, du
rante su vida mortal. Después de haber com
prendido su desinterés y su pureza, quedó tan
_ go _
agradecida , que quiso hacer otro tanto, amán
dole a su vez sin interés y sin medida. Escu
chémosla a ella misma motivar esta determi
nacion generosa.
Sobre el interés, hé aqui lo que dice en su
Diálogo (parte III, cap. 42): «Señor, Vos
«habeis hecho todas vuestras obras para uti
«lidad del hombre, y asi quereis que él haga
«las suyas únicamente por vuestro honor.
«Cuando obrábais la salvacion del mundo,
« Vos que sois Dios y Señor de todas las oo
tïsas, no teniais cuidado alguno de las satis
«facciones de vuestra alma y de vuestro cuer
«po. Tampoco consultábais vuestros intere
«ses, introduciéndolos en vuestro reino celes
«tial. Y asi tampoco quereis que el hombre
«mire por los suyos en el cumplimiento de
«vuestra santa voluntad. ¿De qué sirve, en
«efecto , mirar por el bienestar de nuestro
«cuerpo y de nuestra alma, haciendo vuestra
«voluntad, cuando todo lo que ella quiere es
«para nuestro bien, de modo que se puede
«decir que vuestra voluntad es nuestra utili
«lidad? Pero he aqui lo que no sabe el hom
«bre ciego y miserable. Dios no quiere por
«esto que el hombre se abstenga del mal por
– 81 –
«temor: porque, tanto tiempo como estaria
«su corazon apoderado del temor, no se abri
«ria al verdadero amor. Si le amenaza algu
«mas veces con las penas del infierno, es para
«inspirarle un temor que le convierta, y con
«él abra paso al puro amor.»
No obstante, bueno es hacer observar que
cuando Catalina dice que Dios mo quiere un
amor interesado, aquella voluntad de que ha
bla es una voluntad de deseo ó de consejo, y
mo de precepto, á lo menos cuando se trata
de Rosintereses del alma. Por consiguiente, no
condena la esperanza cristiana que no sola
mente es buena sino que está mandada. Su
pensamiento es, que vale mas dar la prefe
rencia al puro amor como mas perfecto.
Era tambien en virtud del puro amor que
Catalina exclamaba: «¡ó dulce amor mio!
«recesitamos de consuelos? ¿mecesitamos
«ha esperanza de ser recompensados en el
«cielo y en la tierra para obligarnos á ama
«ros y á serviros?». Cuando le venian á la
memoria estas palabras del Salvador: Aquel
que conoce mis mandamientos y los guarda
me tiene un verdadero amor, le parecía que
estaba más obigado que nadie á manifestar
(6 XLVIII.
- 82 –
á Dios su ternura y á guardar fielmente su
santa ley. En este mismo sentido exclamaba:
«¡O amor! si los otros están unidos por un
«lazo á vuestros divinos preceptos, yo quier
«estarlo por diez. ¡Ah! ¡están todos tan lle
«nos de amor y son tan deliciosos! Cierta
«mente no los imponeis para engañarnos,
«no para procurarnos la paz, el amor y
«union con Vos. Mas esto, Señor, solo lo e
«tiende aquel que lo ha experimentado.»
Y ella era la que lo habia experimentauo
de una manera deliciosa, como lo declaraba
muchas veces á las personas que la rodeaban:
«¡Ah! decia, ¿si pudiérais entender lo que
«experimenta mi corazon!» Y suplicándole
que les dijese alguna cosa para su instruccion
y consuelo, respondia: «No encuentro expre
«siones que puedan manifestar un amor tan
«ardiente. Solamente puedo decir que si ca
«yese en el infierno una chispa del fuego que
«me consume, vendria á ser para sus desgra
«ciados habitantes la vida eterna, cambiando
«el amor en ángeles á los demonios, y las pe
«nas en consuelos; porque, en donde se en
«cuentra el amor divino, la pena no puede
a subsistir, » Estas inflamadas palabras, y
- 83 –
otras semejantes que escapabaná este serafin
terrestre, enardecian singularmente, y arre
bataban de admiracion á los que las oian.
El P. Domingo de Pouzo, de la órden de
San Francisco, oyéndola un dia hablar del di
vino amor de una manera encantadora, quiso
probar el suyo, óquizás inspirarle el deseo de
abrazar el estado religioso. Sea lo que fuere
de su intencion, después de haberle manifes
tado cuán superior es el estado religioso al
estado seglar por sus prerogativas, añadió que
su consagracion lo hacia mucho mas apto que
ella para el amor divino; porque habiendo re
nunciado á todo lo terreno, su corazongoza
ba de una entera libertad, mientras que el Su
yo estaba todavía pegado al mundo por el vín
culo del matrimonio. Catalina, impaciente de
este discurso que ponia límites á su amor para
con Dios, se levantó inmediatamente, y con
el rostro inflamado, los ojos relucientes, toda
fuera de sí por un efecto del amor que hervia
en su pecho, le respondió: «Si yo estuviera
«persuadida que este hábito que vos llevais,
«y que yo no soy dueña de tomar, pudiese
«añadir la menor chispa á mi amor, lo ar
«rancaria de vuestras espaldas y lo haría pe
– 84 –
«dazos. Que vuestra renuncia á todo, y que
«vuestro estado regularos haganadquirir mé
«ritos superiores á los mios, puede ser muy
«bien, y si esto es así, yo os felicito por vues
«tra dicha: pero jamás me haréis creer que
«no pueda yo amará Dios tan perfectamente
«como vos; porque, en fin, mi amor nada
«encuentra que le detenga, y si alguna cosa
«pudiese retardarlo en su marcha, segura
«mente no seria este un puro amor». Aquí,
dirigiéndose á Dios, añadió: «¡O amor!
«¿quién será capaz de impedirme el amaros
«tanto como querré? No necesito para esto la
«profesion religiosa. Aunque estuviese en un
«campamento, en medio de miles de solda
«dos, no encontraria obstáculo alguno á mi

Algunos espíritus prevenidos, ó cuando me


nos poco reflexivos, han creido encontrar en
estas palabras dos cosas que reprender. Han
visto en ellas una negacion de las ventajas del
estado religioso, y un juicio sobre su amor
que no estaba exento de presuncion. Veamos
si son justas estas acusaciones. En primer lu
gar, ella no hace aquí una comparacion entre
el estado religioso y el estado seglar, sino en
– 85 –
tre ella misma y el religioso que le habla; y
persuadida que su amor era tan grande, cási
como era posible, niega que este religioso tu
viese mas facilidad que ella en amar puramen
te áDios. En segundo lugar, ellano niega que
el camino del amor perfecto sea mas difícil en
el siglo que en un monasterio; solo niega que
el estado religioso pudiese añadir una chispa
á su amor. En todo esto, como se ve, no se
trata de los religiosos ni de los seglares en ge
neral; no se trata mas que de ella. Precisa
mente, dirán algunos, ahí está la presuncion,
Yo respondo 1", que los Santos, profunda
mente fundados en la humildad, tienen una li
bertad de lenguaje que no tienen las personas
imperfectas; de donde se sigue que las reglas
comunes no les deben ser aplicadas, 2."Que
si algunas de sus expresiones, así aisladas,
parecen reprensibles; cuando se las compara
con sus antecedentes y consiguientes, cesan
de asombrar. Prescindamos, pues, ahora de
ese arranque, tomándole únicamente como un
testimonio de la grandeza de su amor, y aten
gámonos tan solo á sus sentimientos ordina
rios, y verémos cuán temerario sería hacer
recaer sobre ella la menor sospecha de vani
_ 86 __
dad. «Todo el bien viene de Dios, decia, y todo
«el mal viene del hombre. De tal manera que,
«si Dios por su bondad no contuviese la ma
«licia humana, no hay un solo hombre que
«no cometiese bien pronto todos los pecados;
«y una vez caido en este abismo, nunca sal
«dria de él sin la mano poderosa de su Cria
«dor. Tampoco me glorio sino de una cosa,
«y es, de no ver en mi cosa alguna de que
«me pueda gloriar. Si alguno viese en si ma
«veria de que gloriarse, su gloria seria vana,
«porque no sabria que la verdadera gloria
«solo pertenece a Dios. De donde infiero que
«la vanagloria es el fruto de la ignorancia y
a nada mas.» Pero volvamos a nuestro asunto.
Después de la enérgica respuesta dada á
aquel religioso, dejando llenos de pasmo á to
dos los circunstantes, se retiró en su cuarto,
y dando libre curso á su ternura, exclamó:
«¡Ó amor! ¿qué es lo que puede impedirme
«el que os ame? Si el mundo, ó el estado del
«matrimonio, ó cualquiera otra cosa pudiese
«impedir el amor, ¿qué seria sino un objeto
«de desprecio ‘P pero yo sé que el amor aparta
«todos los obstáculos.» Habiéndose dicho un
dia en su presencia que podia ser engañada
_. 37 _
por el demonio: «No puedo creer, respondió
«Catalina, que un amor que no es clamor
«propio esté sujeto á ilusion. » Por otra parte,
Dios se digno asegurarle por una palabra in
terior que el puro amor no puede ser venci
do, ni impedido , ni retardado por cosa algu
na ; que la libertad de que goza no podria ser
le arrebatada, y que en esta materia no hay
que temer ilusion. Después para animarla a
practicar este amor con constancia, añadió:
«No quiero que ningun otro objeto que el
«amor atraiga tus miradas. Quiero que cada
a dia te establezcas mas fuerte en el , de suerte
«que ningun acontecimiento, ningun asunto
«propio ó ajeno te separe de él.»
Fiel Catalina a este aviso, aumentaba sin
cesar el fuego de su amor. Nada le daba tanta
pena como ver a tantos hombres que no tie
nen por Dios sino tibieza é indiferencia ; y esto
era para ella un motivo de continuos gemidos
y lamentos. No podia comprender que el co
razon humano se aficionase á otro objeto que
no fuese Dios, principalmente considerando
el amor inmenso que ha tenido a los hombres,
para cuya salvacion se ha hecho hombre y se
ha entregado á los tormentos y a la muerte.
Cuando contemplaba, pues, los dolores de su
divino Dueño y la ingratitud de los mortales,
á quienes por esto no cesa de colmar de sus
beneficios, el fuego de su amor se encendia de
tal suerte, que su corazon estaba cási consu
mido. «Cuando Osveo, Señor, decia, prodi
agar al hombre un amor tan extraordina
«rio, desearia conocer el motivo que á ello os
«mueve; porque le veo siempre en discordan
«cia con vuestra amable voluntad, sin amor
«por Vos, resistiendo ávuestras operaciones,
«en una palabra, contrariando en todo vues
«tros soberanos deseos.» (Diálogo, parte III,
cap. 1). «¡Señor, decia tambien, qué cuida
«do tan amoroso no cesais de tomar dia y no
«che de este hombre que no se conoce, que
«menos todavía os conoce á Vos, aunque le
«ameis con tanto ardor, que lo busqueis con
«tanta solicitud, que le espereis con tanta pa
«ciencia, que le sostengais con vuestras gra
«cias y que le prodigueis vuestra increible
«bondad!» Nada la conmovia tanto como la
memoria de su relajacion y de la gracia p0
derosa que la había convertido. Entonces no
se cansaba de admirar la clemencia divina; y
exclamaba con el sentimiento de la mas fina
gratitud: «Dios se ha hecho hombre para ha
«cermae Dios; quiero, pues, llegará serlo por
«comunicacion tanto como me será posible.
«¿Qué es lo que deseoyo del cielo, ó Diosnio,
«sino que mi corazon se encienda en vuestro
«divino amor? No, Señor mio, no deseo mas
«queáWos, y jamás encontraré descanso has
«ta que haya llegado á esconderme toda en
«tera en vuestro divino corazon, en donde to
«das las cosas creadas desaparecen. »

CAPÍTULO VIII.
COntinuacion del mismo asunto.

Este bello fuego que inflamaba el corazon


de Catalina, creciendo de dia en dia, le ha
cia sentir y conocer que Dios no era suficien
temente amado de las criaturas racionales, y
en su consecuencia, se ponia á provocar hasta
los seres inanimados, á pagarle tambien este
- tributo de amor. Para esto bajaba al jardin –.-
de su casa, y deteniéndose ya delante las flo
res, ya delante las plantas, les decia: «¿No Sois
«vosotras criaturas de mi Dios? amadlo, pues,
«y bendecidle á vuestro modo, »
Pero estos desahogos, en lugar de dismi
... 90 __
nuir el fuego que la abrasaba, no servian sino
para aumentar sus llamas; y entonces era
cuando su corazon palpitaba con una fuerza
no acostumbrada, y latiendo , como si hubie
se querido salir‘ de su pecho, dejaba escapar
los ardores que no podia contener, y aquellos
ardores, mparciéndose por la superficie del
cuerpo, lo volvian tan ardiente que la mano
no podia soportar su calor. Este fuego divino
llego a manifestarse en la parte del cuerpo que
corresponde a la region del corazon , por una
abertura de donde resultó una nueva mara—
villa, y es, que el corazon, por esta abertu
ra, atraia el aire exterior y en seguida lo ar
rojaba á manera de un fuelle, aunque no uni
formemente, sino con desigualdad. ‘
Otras veces las im pulsiones de este divino
amor venian a ser tan fuertes, que, quitán
dole la respiracion , apenas podia proferir es
tas cortas palabras: «Siento que mi corazon
« desfallece consumido como está por este fue
«go divino.» Segun esto , no debe sorpren
dernos que haya dicho a sus discipulos, que
si después de su muerteinspeccionasen su co
razon, seria muy posible que lo ballasen re
ducido a ceniza. De tiempo en tiempo se re
——. 91 —
tiraba en smcnarto, y alli, postrada en tier
ra, decia: «¡O amor! no puedo mas.» Las
personas de la casa, atraidas por sus suspiros
y lamentos , probaban en vano de consolarla;
pero solo el amor que la afligia deliciosamente
hubiera podido hacerle este servicio. Le sn
oedia tambien de ir a esconderse en lugares
muy ocultos, y alli, persuadida que no la po
dian oir, daba unos gritos penetrantes. En fin ,
su amor era de tal naturaleza ,_que no pudien
do expresarlo, tenia la costumbre de decir:
«Siento en mi un amor tan ardiente, que me
«nos me costaria poner la mano en un bra
«sero, que tenerrmi corazon en esta hoguera
«celestial. Ni la lengua lo puede decir, ni el
«espiritu eomprenderlo; tal es la vehemen
«cia de este puro amor.» Pero antes de pa
sar mas adelante, digamos lo que ella enseña
sobre las diversas operaciones del amor (Diá
logo, parte III, cap. 5/. «El hombre obra por
«amor, dice ,‘ cuando hace todas sus acciones
«impulsado de la caridad, es decir , con aquel
«instinto que le hace buscar su provecho y el
«delos demás. En este primer estado deamor,
«Dios lleva al hombre a hacer una multitud
«de obras diversas ya útiles, ya necesarias,
_ gg -
«con un viyo sentimiento de yúedad. Las obras
«del segundo estado de amor se hacen en
a Dios , y estas son las que el hombre hace sin
«ninguna mira‘ á su interés personal ó al del
«prójimo, noteniendo otro objeto que le de
«termine sino solo Dios. Estas obras se hacen
«mas fácilmente que las del primer estado,
«por razon del hábito que se ha adquirido.
«Son tambien mas perfectas, tanto porque
«son desinteresada, como porque en lugar
« de tener muchos objetos , no tienen mas que
«uno solo. Pero lo que hace la mayor per
« [accion de estas obras es, que el hombre no
«tiene parte alguna en ellas. El amor lo hn
«embriagado de tal manera, si puedo hablar
u de esta
«En efecto,
suerte,
está perdido
que ya en
no sisabe
mismo
donde
, y que—

«da sin accion propia; [iorque todo lo que


« hace, es el amor el que lo hace en el. »
«¡Ó amor! el vinculo que formais es tan
«fuerte, y al mismo tiempo Inn dulce,‘ que
« une juntamente los Ángeles y 1os Santos; es
«indisoluble y perpetuo. Todos los hombres
«unidos por esta amable cadena estarian li
u genios de ¡al manera, que no tendrian mas
«que una sola voluntad y un mismo objeto, y _
– 938 –
«todas las cosas temporales y espirituales ven
«drian á serles comunes. En esta unión, no
«hay distincion entre ricos y pobres, entre
«un pueblo y otro pueblo. Toda contrariedad
«desaparece, toda repugnancia es destruida
«donde reina este amor puro que acerca las
«cosas torcidas enderezándolas, y concilia lo
«quehay demas opuesto.»– «¿Qué mas diré?
«(parte III, cap. último). ¡Ay de mí! Todo
«lo que se puede decir de este amor es nada;
«porque, cuanto mas se penetra, tanto me
«nos se comprende. Pero el corazon que le
«posee queda tan lleno y satisfecho, que no
«busca otra cosa mi desea mas de lo que sien
«te. Todas sus palabras son tan íntimas y sa
«brosas, tan dulces y sútiles, tan secretas y
«unitivas con aquel que las inspira, que el
« corazon que las recibe es solo el que las sien
«te. Las siente, digo, sin comprenderlas, por
«que solo Dios las comprende. De este modo
«es Dios quien hace la obra, y el hombre quien
«se aprovecha de ella; pero este modo de
a obrar tan amoroso como íntimo que Dios ob
«serva con el corazon del hombre quédase se
«creto entre ellos dos.»
Continuemos todavía en recoger lo que Ca
talina nos dice sobre esta materia: las mas
pequeñas luces de este género son muy pre
ciosas, y por fin, si su relacion, nos ilustra
poco, á lo menos servirá para inflamar nues
tros afectos. Nadie ignora que es propio del
amor unir el amante con el objeto amado, de
tal manera que estos dos seres no forman mas
que uno. Esto es, pues, lo que vemos con ad
miracion en nuestra Santa. El amor ardiente
que la atraia hácia su Dios, la habia despren
dido de tal suerte de toda criatura, y la ha
bia unido tan íntimamente con el sumo Bien,
que su union es inexplicable para cualquiera
que no sea ella misma. Limitémonos, pues,
á escuchar lo que ella decia sobre esta mate
ria: «Si como ó bebo, si me paseo ó descan
«so, si hablo óguardo silencio, si duermo ó
«estoy velando, en casa ó en la iglesia, en la
«calle como en casa, sana ó enferma, ya mue
«ra ó ya viva, á todas horas y á todos los
«momentos que componen el curso de mi vi
«da, yo quiero que todo se haga en Dios y
«por Dios.» Su conducta práctica estaba tan
de acuerdo con este noble sentimiento, que
los testigos de su vida estaban llenos de admi
racion al verla cumplir con todos los debe
- 95 -
res corporales, aunque elevada á un esta
do que podria llamarse extático. Si entraba
en una iglesia ó asistia al santo sacrificio, al
Sermon ó á algun otro oficio divino, estaba
interiormente tan absorta en Dios, que nada
veia de lo que los sacerdotes hacian en el al
tar, y nada 0ia de lo que se decia en el púl
pito, sin poder hacer lo contrario, porque su
amor no se lo permitia. Dejémosla hablar so
bre este estado como lo hace en su Diálogo
(parte II, cap. 1). «Después que Dios me
«hubo apartado del mundo y de la carne, y
«despojado de mis facultades, de mis afeccio
«nes, de mis operaciones, en fin, de todo,
«menos de él solo, quiso despojarme todavía
«de mí misma, y separar mi alma de su pro
«pio espíritu, de un modo tanterrible, y tan
«difícil de decirlo como de imaginarlo para
«aquel que no hubiere hecho la experiencia
«y estuviere falto de conocimientos sobre este
«particular. En seguida infundió en mi cora
«zon un nuevo amor tan sútil y p0deroso que
«elevó mi alma con todas sus potencias sobre
«Su ser natural. Desde entonces, continua
«mente ocupada de este nuevo amor, nada
«podia alegrarmeni en el cielo ni en la tierra.
– 96 –
«Ñimi cuerpo, no estando sostenido mi for
«talecido por mi alma, podía cási obrar natu
«ralmente. Quedaba como confuso y estúpi
«do, no sabiendo dónde estaba ni qué hacia.
«La mayor parte del tiempo me hubiesente
«mido por una insensata; porque yo no ha
«blaba, ni oía, mi veia, mi advertia nada.»
Por consiguiente, sucedia á menudo, cuando
era menester dedicarse á algunas ocupaciones
exteriores, hablar de algun negocio ó respon
derá los que le preguntaban, que no podía
hacerlo, aunque se hiciese la mayor violen
cia. Entonces, por no faltará sus deberes, re
corria á la oracion. Si Dios la oia y le conce
dia su divino socorro, se la veia levantarse,
andar, conversar, obrar, como si no hubiese
pensado en otra cosa que en lo que estaba
haciendo. Sin embargo, interiormente esta
. . ba ocupada de otras cosas; de suerte que un
momento después ya no sabia lo que había
dicho ni lo que habia hecho. En este esta—
do administraba ella su hospital y cuidaba
sus negocios, siempre unida perfectamente á
su amor, y atenta á conservar aquella union.
Temia tanto que alguna cosa creada se inter
pusiese entre ella y su sumo Bien, que mira
– 97 –
ba la caridad para con el prójimo cási como
imposible para ella. Por esta razon un dia,
dirigiéndose á su amor, le dijo: «Señor, Vos
«me mandais amará mis hermanos, pero yo
«no puedo amar sino áWos, yo no quiero que
«un amor extraño venga á mezclarse con el
«que os tengo. ¿Qué haré, pues, ó amor?»
Dioslerespondió interiormente, que cualquie
ra que tenga amor á él debe amar tambiento
do lo que él ama; y que por consiguiente no le
era permitido mirar con indiferencia al próji
mo á quien Dios tanto ama; que debia al con
trario, estar dispuesta á sacrificarle su vida,
si fuere necesario. De resultas de este aviso
no perdió en adelante ocasion alguna de ha
cer al prójimo los servicios mas repugnantes
y pesados. Su caridad era tan generosa, que
no hubiera titubeado, si hubiese sido menes
.. ter, en exponer su misma vida y aun su sal
vacion para hacerle bien. Sola la pureza de
su amor le causaba inquietudes continuas. Te
mia que la sombra de las criaturas, á quienes
se acercaba para servirlas, no ofuscase la imá
gen del Criador que llevaba impresa en su
corazon. Por esto pidió y obtuvo la gracia de
que, después de haber prestado los servicios
7 XLVII.
– 98 –
que la caridad reclamaba, olvidase pronto las
personas que habian sido el objeto, y que aun
sus mismos buenos oficios se borrasen entera
mente de su memoria.
Para fortalecer mas y mas su union con
Dios, tenia la costumbre de acordarse y de
proferir aquellas bellas palabras del Apóstol:
¿Quién me separará de la caridad de Dios?
«¿Serán las injuriasó los desprecios, las pros
«peridades ó las adversidades, las enferme
«dades ólos trabajos, las tentaciones ó las
«contradicciones? No, respondia intrépida
«mente, nada de esto es capaz de separarme
«de la caridad de Dios, » Y en efecto, todas
estas cosas no pudieron impedir que su union
viniese á ser todos los dias mas estrecha: tan
to, que en los últimos años de su vida, cuando
veia morirse alguno ú oia hablar de la muer
te, se sentia luego penetrada de una alegría
interior, que hacia nacer en ella un ardiente
deseo de verse despojada de su mortalidad, pa
ra poderse unirá su amor eterno con un lazo
indis6luble. En su Diálogo (parte III, cap. 14)
añade sobre su estado unos detalles que me
recen ser citados. «Yo siento en mí una vo
"luntad tan fuerte, una libertad tan grande
- 910 —
«y tan viva, que ya no temo ser
«objeto en que encuentro miel
«tendimiento viene á ser de día en
«claro y mas tranquilo. Descubre suce
amente nuevas maravillas y operation
alegres y amorosas, que se ocuparse
«sin cesar, y encuentra un reposo tarum:
pleto, que nada le queda que desear, Mas
«no puede expresar la condicion de este amor
(y su naturaleza. Mi memoria está tambien
a muy tranquila, porque enteramente Sumer
gida en las cosas espirituales, apenas puede
acordarse de ningun Otro objeto; pero ella
«ignora el modo y la forma de esta opera
«cion divina. El amor natural, á su vez, está
«detal manera comprimido por el amor so
«brenatural, que no puede ocuparse de nin
«gun Otro objeto. Y sin embargo nada le fal
«ta; nada mas desea. Por la gracia de Dios,
«yo encuentro en mí la Saciedad sin alimen
«to;ó si se quiere, un alimento sin sabor,
«un sabor singusto, ó mas bien un gusto sin
«alimento, en una palabra, un banquete de
«amor. Yo no sé en qué viene á parar mi
«fe, Mí esperanza es como muerta, porque
me parece que posco y a lo que creía y espe
7
— 100 —
«raba antes.» No obstante, creciendo siem
pre la union de Catalina con Dios, llegó á tal
punto, que no se veia ni se conocia á si mis
ma, estando del todo transformada en Dios por
la fuerza de su amor. Ved aqui lo que expre
saban estas palabras que se le oia repetir con
tinuamente: «Dios es mi ser, mi fuerza , mi
«bien, mi gusto , mi bienaventuranza. Si me
«sirvo aqui de esta‘ palabra mi ó mio, es por
«falta de poder expresarme de otra manera;
«pues en el fondo nada hay en mi de todo es
«to. No percibo otra cosa que Dios, ya sea
« en el cielo, ya en la tierra , y no puedo de
«jar de avergonzarme al servirme de estas ex
«presiones tan poco conformes á lo que es y
«a lo que experimento en mi. A lo menos
«puedo decir con el Apóstol: Vivo yo; pero
u no de mi propia vida , es Jesucristo quien vi
«ve en mi. Ignoro si tengo un cuerpo, una al
«ma, un corazon, una voluntad , ú otra cosa
«cualquiera. Yo no veo, ni siento, ni gusto
u mas que el puro amor. Merencuentro de tal
«manera transformada en Dios, que asegu
«gurada por él de poseerle para siempre , no
u temo de perderle jamás. Esta seguridad es
«tan cierta, que mi esperanza se disipa, y la
– 101 —
«luz que me ilumina es tan viva, que me pa
«rece que ya no tengo fe.»
«¡0 amor! exclama en su Diálogo (par
«te III, cap. 8), el corazon, de que tú te po
«sesionas, viene á ser tan generoso y tan mag
«nánimo, á causa de su pazinterior, que pre
«feriria estar con ella en los tormentos, ágo
«zar sin ella de cualquiera especie de bien en
a el cielo ó en la tierra. No todos estiman en
«tanto esta paz interior, porque no es bien
«conocida sino de aquel que la posee y gusta
«sus dulzuras. El corazon transformado en
«Dios ve debajo de sí todas las cosas creadas,
«no á causa de su propia grandeza, pues que
«esto seria orgullo, sinoá causa de su union
«con Dios, en virtud de la cual se considera
«propio lo que es de Dios, no se ve mise co
«noce otra cosa que á Dios. Un corazon he
«rido por el amor divino es insuperable, pues
«Dios es su fortaleza. Ni la muerte le entris
«tece, ni el infierno le espanta, ni las con
«trariedades de los hombres le causan per
«turbacion, porque está de tal manera dis
«puesto á recibir todo lo que le sucede como
«que le viene de la mano de Dios.» ¡Qué es
tado tan feliz!
– 102 -

CAPÍTULO VIII.

Amor de Catalina áJesucristo en la Eucaristía, y su


ardiente deseo de recibirle.

La ambición de Catalina era de llegará la


union con Dios, la mas estrecha de que pue
da gozar una criatura sobre la tierra. Todos
sus designios tenían por objeto este único fin,
y como sabia perfectamente que el medio de
union mas poderoso que muestro Redentornos
ha dejado es la divina Eucaristía, esta era el
, objeto de sus mas ardientes deseos. Un ape
tito devorador se formaba en su corazon con
el solo pensamiento de este pan de los Ánge
les, y le hacia una dulce violencia para incli
marla á alimentárse de él. Cuando hablo de
violencia, quiero decir que su amor hacia este
apetito como irresistible. Pero ella, que se con
formaba tan fácilmente con la voluntad de los
demás, no deseando nada de lo que lós otros
no querián, jamás pudo ser dueña de su vo
luntad sobre este particular. Si le hubiesen
prohibido de acercarse á la sagrada mesa,
ciertamente hubiese obedecido, y aun sin ré
plica, pero sin poder desprenderse del deseo
— 103 —
de recibir á su Dios, escondido debajo las es
pecies eucaristicas. Esto es lo que ella misma
testilica diciendo: « Si mi confesor me dijese:
«yo no quiero que recibas la comunion. Muy
«bien, padre mio, le responderia, solamente
«no puedo decir como vos decis, no quiero:
‘« pues me es imposible no querer.» Para de
cirlo de paso, habia otras dos cosas a las cua
les le era imposible dar su consentimiento; el
pecado y la pasion del Salvador. llaga lo que
quiera, nos dice, jamás puedo querer que el
Hijo de Dios hubiese padecido tormentos tan
"a
Porurgentes que fuesen los negocios en
que ordinariamente se hallaba ocupada; por
graves que fuesen las enfermedades que la aco
mctian de vez en cuando, no dejaba pasar un
solo dia sin alimentarse de este pan sagrado.
Si alguna vez estaba obligada á abstenerse,
su corazon experimeutaba unas angustias in
tolerables, y le parecia dificil que, privada
de este alimento celestial, pudiese conservar
la vida. Se le impuso muchas yeccs esta pri
vacion por prueba, para ver si este deseo ve
nia verdaderamente de Dios, ó si era simple
mente natural, pero‘ entonces experimeutaba
– 104 -
unas crísis tan violentas, que los que la ob
servaban de cerca se movian á compasion,
y comprendian que estas experiencias eran
opuestas á la voluntad de Dios. El P. Ángel
de Clavasie, quien apenas la conocia, hablan
do un dia en su presencia de la frecuente co
munion, se le escapó el decir que en esto p0
dia haber abuso, y hasta se esforzó en pro
barlo por varias autoridades y razones que
daba como demostrativas. Catalina, cuya con
ciencia era muy delicada, se espantó de tal
manera con el discurso de aquel Padre, que
se abstuvo durante algunos dias de acercarse
á aquel divino Sacramento *. Pero le costó
cara esta abstinencia; pues padeció en aque
llos dias de privacion dolores indecibles. Lle
gó á tal punto, que las personas piadosas que
la rodeaban quedaron espantadas, y mas con
vencidas que nunca de que la comunion coti
diana le era indispensable, lo escribieron al
Padre que habia hecho el mal, y este lo re-.

º Quisiéramos que no pasasen desapercibidas ni la


delicadeza de conciencia, ni la docilidad de la Santa.
Una alma tan dócil, que se presta no solo á los precep
t0s de su Confesor, sino á los avisos de los hombres te
nidos por doctos, con dificultad hubiera podido ser en
Bañada por el espíritu del error.
– 1085 -
paró, asegurando á Catalina que podia sin
escrúpulo acercarse á la sagrada mesa, to
mando sobre su conciencia la responsabilidad
del abuso que ella temia ".
Parece que este religioso y muchos otros,
que criticaban la frecuencia de sus comunio
nes, la conocian poco; pues es cierto que su
santa vida la hacia digna de esta gracia. El
mismo Dios dió tantas y tan evidentes señales
del contento que experimentaba viéndola sen
tarse cada dia á su mesa sagrada, como pue
de convencerse cualquiera leyendo su historia
con alguna atencion, que no puede dejar de
ser aprobada la conducta de los confesores
que favorecian sus piadosos deseos. Amas de
que podemos invocar aquí la autoridad del
Papa Benedicto XIV, en su obra de la Cano
nizacion de los Santos. Al principio del capí
tulo 27, lib. 3, que tiene por título: De la
frecuencia de los sacramentos de la Penitencia

º No es sola santa Catalina de Génova quien ha pa


decido esas ansias de comulgar.Véase lo que de Santa
Catalina de Sena dice san Alfonso de Ligorio. Es inno
gable que en esto pueden padecerse ilusiones, como en
Seña la experiencia.Sin embargo,cuando confesores ilus
trados y hombres doctos aseguran que vienen de Dios,
ningun riesgo se corre en creerlo así.
– 106 –
y de la Eucaristia, requerida para la beatifi
cacion y canonizacion de los siervos de Dios,
este sabio Papa pone el siguiente principio:
«El uso de estos Sacramentos es la nota de la
«dileccion y de la suavidad interior de esta
«alma. De este uso, por consiguiente, resulta
«la prueba de la virtud de la Religion lleva
«da hasta el heroismo.» - Cita en seguida la
obra de Scacchi que tiene por título: De las
notas y señales de la santidad; y después de
haber referido el razonamiento de este autor
para probar la santidad por el frecuente uso
de la divina Eucaristía, lo confirma con la au
toridad de dos bulas, de donde voy á sacar
algunos pasajes.
Pio II dice de santa Catalina de Sena, en
la bula de su canonizacion: «Comulgaba cási
«todos los dias, y se presentaba á la sagrada
«mesa tan alegre como si hubiese sido convi
«dada á las bodas celestiales.» Héaquí lo que
se lee tambien en la bula de canonizacion de
san Felix de Cantalicio, religioso capuchino:
«Los directores de este varon de Dios le hi
«cieron comulgar durante mucho tiempo tres
«veces la semana; pero durante los quince
* últimos años de su vida, juzgaron conve
– 107 –
«niente concederle la comunion cotidiama, que
«él no recibía jamás sin derramar un torrente
«de lágrimas.» Los auditores de la Rota, en
su segunda relacion sobre las virtudes de san
ta Teresa, hablan así de su virtud de la Re
ligion: «Lo que nos ha conducido á afirmar
«que ha llevado esta virtud hasta al heroismo,
«es el admirable aprovechamiento del alma
«de esta bienaventurada Vírgen por el uso
«cotidiano de la divina Eucaristía, que ob
«servó por espacio de veinte y tres años, por
«consejo de hombres los más doctos, y con
«el permiso de sus confesores. Maravillosa
tamente fortalecida con esté alimento divino en
«el culto y la fe de Jesucristo presente en este
«Sacramento, hizo tales progresos que, du
«rante muchos años, llevaba á la sagrada
a mesa una fe tan viva como sí hubiese vistó
«áJesucristo con los ojos de su cuerpo.» Pues, "
si los auditores de la Rota y los romanos Pon
tífices han alabado, en lugar de desaprobar
lo, en estos Santos, el uso de la comunion co
tidiana; si no han reprendido á los confeso
res que se la permitian, ¿con qué derecho se
podia hablar contra la frecuente comunion de
nuestra Santa? Concluyo todo esto con las pa
— 108 —
¡abras dersanto Tomás, citadas por Benedic
to XIV, en la obra de que hablamos: «Es
«útil al hombre comulgar cada dia , para re
«cibir cada dia el fruto de este Sacramento.
«Por consiguiente , es laudable comulgar ca
«da dia , si se tienen las disposiciones que exi
«ge la comunion cotidiana. (5 p., q. 80,
«a. 40).»
Un dia en que Catalina se encontraba tan
mala, que los médicos desesperaban de su vi
da, no encontrando ningun remedio que pu
diera aliviarla , recibió una luz de lo alto , que
le hizo conocer y zmegurar a su confesor que
no era menester mas que tres comuniones pa
ra recobrar la salud. El confesor le adminis
tro este remedio divino segun sus deseos; y
en efecto , después de la tercera comunion se
encontró perfectamente curada. Otro dia, a
la hora de Prima , sintiendo su corazon co
mo dcspedazado por un dolor violento, dijo
a su confesor: «Mi corazon no se parece al
«de los demás, pues no experimenta bienes
u tar sino en la posesion de su Dios. Dádmelo,
«pues, padre mio.» Era evidente que solo
este alimento celestial podia conservar su vi
da, pues bastaba verse privada de él para
– 109 –
caer en un estado delanguidez que comprome
tia su existencia. Una noche, durante el sue
ño, habiendo soñado que no podria comulgar
el dia siguiente, concibió un dolor tan vivo,
que al despertarse encontró su almohada ba
ñada de lágrimas; lo que era tanto mas ex
traño cuanto que ella difícilmente lloraba.
En fin, después de la época en que volvió á
recobrar su primitivo fervor con un vigor ex
traordinario, sintió un amor tan ardiente por
aquel Dios escondido en la Eucaristía, que
tenia envidia á los sacerdotes á quienes su
ministerio da el derecho de tocar la sagrada
hostia, y de comulgar por sí mismos. Las
tres misas de Navidad la hacian todavía mas
envidiosa, y se quejaba amorosamente con
su Jesús porque no le era permitido cele
brarlas como ellos. Le sucedia muy á menudo
estar arrebatada en éxtasis, mientras asis
tia al santo sacrificio de la misa; pero en lle
gando el momento de la comunion no falta
ba en volver en sí, y entonces, dirigiéndo
se amorosamente á su Dios, le decia: «¡O
«Jesús mio! si fuese muerta, creo que volve
«ria á vivir para recibiros, y si me diesen
«una hostia que no fuese consagrada, segu
– 110 —
«ramente la distinguiria con el gusto, como
«distingo el agua del vino.» Esto es, dice
uno de sus historiadores, porque la hostia con
sagrada que ella recibia en la sagrada mesa
arrojaba un rayo de amor que penetraba has
ta al fondo de su corazon, Cuando el sacer
dote era un poco mas lento que de ordinario
en darle á su Dios, aquel espacio le era into
lerable. «Es mi amor, decia, y no puedo Su
«frir que se quede un solo instante de mas

En 1489, yo no sé por qué razon, el Papa


Inocencio VIII puso un entredicho de diez dias
á las iglesias de Génova, No pudiendo con es
to comulgar Catalina, como acostumbraba,
Su amor industrioso le hizo encontrar una in
demnizacion. Iba todas las mañanas á una
iglesia, distante una milla de la ciudad, para
recibir allí su querido alimento, y caminaba
con tanta ligereza, que le parecia que su cuer
po debia transportarse tan pronto como el es
píritu: tan ardiente era el deseo que experi
mentaba de unirse con su amado Jesús,
... - 111 – “

CAPÍTULO X.

Odio que Catalina tenía al pecado.

Si es difícil explicar el amor de que ardia


el corazon de Catalina por su Dios, no lo es
menos hácer comprender el horror que le cau
saba todo lo que separa el alma del sumo
Bien. Cuando al principio de su conversion le
venian á la memoria sus faltas leves, expe
rimentaba una indignacion que la hacia in
vocar sobre su cabeza la justicia y la vengan
za divina. «No es el perdon y la misericordia
«lo que necesito en esta vida, decia; es la
«justicia y los castigos, » Aun mas: persua
dida de que las penas de este mundo eran de
masiado ligeras para vengar la causa de Dios
contra ella misma, se resignaba, se condena
ba á las penas de la otra vida ". Ved ahí lo
que explica su p0ca solicitud en ganar indul
gencias plenarias. No era que le faltase la fe
acerca del poder del Vicario de Jesucristo, ó
1. A las del purgatorio se entiende; y si se quiere á
las del infierno, lo haria no mas que como penas, y no
en cuanto son la final Separacion y reprobación deDios;
lo que no puede ser sin culpa, que tanto abOITecia la
Santa. L -
– 112 -- •
el aprecio por un beneficio tan grande y tan
útil; sino que amaba mas pagar ella misma
la pena de sus faltas, que ser dispensada por
el socorro de una satisfaccion semejante. Esto
prueba, dice uno de sus antiguos historiado
res, á qué alto grado de perfeccion habia lle
gado aquella alma que, como segura de la
victoria, queria combatir por la mayor glo
ria de Dios; y como un atleta que siente su
fuerza, no pedia otros socorros que los de su
gracia, sin la cual ninguno puede cosa algu
na. «Si yo siento mis pecados, decia, (Diá
«logo, parte I, cap. 8) no es por el castigo
«que me han merecido, sino porque come
«tiéndolos he ofendido la bondad infinita de
«Dios.» - «Ya que sola he cometido mis
«faltas, decia tambien (cap. AM), quiero sa
«tisfacer sola con todas mis fuerzas, y sin que
«ningun mortal venga á misocorro.» En es–
ta disposicion, añade el antiguo historiador
ya citado, se consideraba como sacrificada á
todos los Suplicios, y los aceptaba como jus
tamente merecidos". El solo pensamiento de

* Est0 que en santa Catalina es una prueba de la ar


dentísima caridad que abrasaba su corazon, y de cuán
ººda estaba en su union con Jesucristo, seria una te
– 113 –
la ofensa de Dios la hacia sufrir mas que no
lo hubieran hecho los mas horribles tormen
tos; esto es lo que le hacia decir muchas ve
cos: «¡0 amor mio! yo puedo sufrir todo lo
«que querais; pero el haberos ofendido es
«para mí una cosa tan espantosa y tan into
«lerable, que ospido toda otra pena que no
a sea la vista de mis pecados. Yo no quiero ha
«beros hecho las injurias que os he hecho; las
«desapruebo de todo mi corazon, y condeno
altamente mi conducta para con Vos, Cuan
«do viniere la hora de mi muerte, permitid,
asi así os place, que los demonios se me apa
árezcan bajo las figuras mas hortibles; este
va tormento será nada para mi, en compara
«cion de la vista del mas mínimo pecado, que
«no puede nunca ser mínimo, cuando es una
«ofensa de vuestra soberana Majestad.» Este
odio, al cual pareceria difícil añadir nada,
crecia no obstante en el corazon de nuestra
Santa, á medida que iba adquiriendo un co

meridad en otra alma, que no tuviera tanta virtud.


Hay ciertas cosas en los Santos que solo deben imitarse
cuando Dios exige lo mismo de nosotros, y en este ju
%%%%%%
nos famos demuestro pareter, y no consultánscribía
nocimiento mas claro de la fealdad del peca
do y de la pena que le es debida. Habiéndole
Dios hecho ver un dia qué mal tan grande es
una sola falta venial, este espectáculo la hizo
la mas dolorosa impresion, como puede juz
garse por las palabras que siguen: «Yo no
«Sé cómo no he muerto cuando he visto el mal
«que encierra el mas ligero pecado. Pues si la
«sola sombra de un pecado venial me ha pa
«recido tan horrible, ¡qué monstruo debe ser
«el pecado mortal! Pienso que si se aparecie
«Se á alguno con toda su fealdad y deformi
«dad natural habria para causarle la muerte,
«aunque fuese inmortal. En efecto, ¿cómo
«podria sobrevivirá semejante espectáculo?
«Yo no he visto mas que una falta muy leve,
«y esta vision ha durado solo un instante; sin
«embargo mi sangre empezaba ya á helarse
«en mis venas; yo me sentia desfallecer, y
«creo que la menor prolongacion de aquella
«vision horrible habria despedazado mi cuer
«po, aunque hubiese sido de diamante. Salí
«de aquel paso en un estado de extrema de
«bilidad. ¡Ah! no me sorprende el que sea
«tan horrible el infierno, habiendo sido he
*cho para el pecado; pero cuando reflexiono
— 115 —
«sobre lo que he visto, lo creo menos espan
« toso que el pecado del cual es pena. Todo lo
a que acabo de decir parecerá difioil de creer;
a sin embargo, bien lejos de exagerar el cono
« cimiento que he recibido de estas verdades,
«lo desfiguro de tal suerte que la narracion
« que hago de él me parece una mentira.»
Esta vision había producido en ella un hor
ror tan vivo por el pecado mortal, que lo con
sideraba como imposible. Cuando se hablaba
en su presencia de los pecados del prójimo , no
queria creerlo; y cuando no podia negarse a
ello, los miraba como movimientos indelibe
rados, no pudiendo persuadirse que una cria
‘ tura racional pudiese bajar hasta al exceso de
ofender a Dios con plena advertencia. Asi era
que en estas ocasiones, en lugar de condenar
al pecador como criminal, se comentaba con
gemir por su debilidad y su ignorancia. Con
todo , desengañada algunas veces de su error
por laevidencia _de las pruebas, sentia un
amargo dolor, y en medio de su pesar, diri
giendo la palabra al pecador como si hubie
se estado alli para oirla, le decia: « ¿De dónde
«te viene esta debilidad , ó hombre desdicha
«do? ¿en qué pierdes el tiempo cuyo buen
8 ¡I
- 116 --
«empleo un dia te será tan necesario? ¿qué
«uso haces de los bienes que podrian servirte
para adquirir el cielo?¿en qué negocios te
«entretienes, hermanomio, tú que debes em
«plearte todo en la salvacion de tu alma? ¿á
«quién das ese corazon cuyo destino es de es
«tar unido con Dios?Tú no trabajas mas que
«para la tierra, y esta tierra no puede pro
«ducirte sino frutos de muerte y de reproba
«cion. ¡Qué desesperacion será la tuya, cuan
«do en compañía de los demonios en el in
«fierno, te verás privado de aquella gloria
«para la cual Dios te habia criado, y á la
«cual te llamó tanto tiempo por medio de las
wmas dulces inspiraciones! Tú sabrás enton
«ces que no es él quien te deja ahora, sino
«que eres tú quien le deja á él.».
Penetrada profundamente de esta cegue
ra del pecador, se queja de ella del modo si
guiente, en su Diálogo (parte III, cap. 15);
« ¡Ay de mí! ¡cuán pocos hombres hay en
«quienes la misericordia de Dios pueda obrar
«segun sus deseos! ¡O Dios mio Wos recon
« centrais vuestro amor en Vos mismo, no por
«indiferencia para con los hombres, sino por
a que sus afecciones terrenas y sus vanas 0cu
— 117 —
upaciones os impiden de arrojarlo en su c0
«razon. ¡Ó tierra! ¡ó tierra lg, qué darás a
«todos esos hombres que solo han vivido pa
«ra ti, y que tú eneierras hoy en tus entra
« ñas ‘P Cuando el alma está perdida y el cuer
«po podrido , todo está concluido, y no que
ada mas que espantosos y eternos tormen
«tos. Piénsalo , ¡ó alma! ¡iiénsalo bien; y no
« pierdas mas inútilmente el tiempo precioso
«que te se ha dado para evitar una desgra
ucia tan extrema. Piénsalo , mientras tienes
«todavia propicio á aquel Dios tan bueno,
«que tiene tanto cuidado de tu salvacion,
«que te busca y te llama con tanto amor.»
«Si el hombre viese , decia además , la ma
«lieia que encierra un solo pecado, se arro
‘'«jaria en cuerpo y alma en un horno ardien
ado , prefiriendo vivir animas bien que en el
«estado de pecado. Si el mar fuese de fuego,
«se precipitaria hasta su fondo para evitar
«una ofensa divina; y jamás saldria de alli,
« si supiera que ese monstruo debiera presen—
«tarse solo á su vista.» No solo abominaba
el pecado , sino que sabiendo que el libre al—
bedrio y el cuerpo son las malditas fuentes de
donde dimaua, entraba contra ellos en una
_ 11-3 _
violenta indignacion y decia , que aquel que
quiere unirse‘á Dios debe mirar con horror
todo lo que sabe serle contrario, y por con
siguiente, la carne y el libre albedrio que son
sus dos mayores enemigos. En consecuencia
de esto habia tomado la resolucion de des
preciarlos y detestarlos tanto como le seria
permitido hacerlo , cs decir, tanto como la una
y la otra de estas criaturas la llevarian a ofen
der á su Dios.
Este odio irreconciliable contra el pecado
le hacia ejercer sobre si misma una vigilan
cia tan exacta, que no se ve, que después de
su conversion haya cometido voluntariamen
te el menor pecado venial. Este es el testimo
nio que de ella da el P. Parpera, diciendo que
durante los treinta años últimos de su vida, re
cobró una inocencia tan grande , que parecia
un niño que no goza todavia del uso de la ra
zon. Pero como la criatura conserva siempre
en si misma el fómes del pecado, y la fragi
lidad humana no le permite vivir exenta de
faltas involuntarias; cuando ella creia haber
cometido alguna de esta especie , se sentia do
lorosamente afectada. Si se pregunta cómo
podia acusarse de faltas a las que su volun
—— 119 —
tad era del todo extraña , el P. Parpera res
ponde , que ella se acusaba de esas laltas , no
como de pecados, sino como de debilidades
vergonzosas. Semejante en esto, continúa, á
un niño de un buen natural que, habiendo
hecho sin malicia alguna cosa fea, se cubre
de confusion cuando lo advierte , no porque
crea haber hecho mal, sino porque es repren
sible en si lo que él ha hecho. En vano exa
minaba ella su conciencia para descubrir fal
tas reales: no podia encontrar que hubiese
pecado ni por pensamiento, ni por palabra , ni
_ por obra. Cuando, pues, estaba á los pies del
confesor para recibir la absolucion, deciaie:
«Padre mio, yo no se por dónde empezar mi
«confesion, pues de nada me remuerde mi
«conciencia. No quiero dejar de confesarme,
«y no sé descubrir mis pecados. Deseo acu—
«sarme, y no sé que decir.» En fin, añade el
mismo historiador, el ardor de su alma era
tan vehemente y tan continuo , que impedia
el acceso de toda tentacion exterior; y esto
duró todo el resto de su vida.
Su amor al prójimo y susfelices efectos,

Catalina, que tenia á Dios solo por guía y


maestro de sus afecciones, supo aliar de tal
modo el ejercicio de la caridad con el des
prendimiento de las criaturas, que esparcia,
como el sol, su benigna influencia sobre toda
clase de personas, sin tener que tener por la
pureza de su corazon. «Dios, decía en su
«Diálogo y parte III, cap. 13), llena al hom
«bre (habla ahora de sí misma) de amor; se lo
«atrae por amor, y tambien por amor le hace
«obrar con una gran fuerza y una constan
«cia invariable contra todo el mundo y aun
contra el infierno...» —«Siento en mí, decia
« tambien (cap. 14), una voluntad tan vigo
«rosa y una libertad tan grande, que me
aparece que en el mundo no hay nada que
«sea capaz de turbar mi reposo en Dios.». No
volveré á hablar aquí de sus obras de mise
ricordia para con los enfermos de la ciudad y
los de su hospital, á quienes sacrificó cásito
da su vida; ya las he hecho ver en otra parte.
Ahora bastará hacer conocer al lector aque
- 1921 -
la vasta caridad que extendiéndose á todas
las personas, se aplicaba especialmente á ha
cer al prójimo todos aquellos favores espíri
tuales de que pudiese tener necesidad. *
En la ciudad de Génova habia una jóven
que por permision de Dios estaba poseida del
demonio. Es increible cuán desgraciada la ha
cia esta situacion; tan pronto la echaba por
tierra con violencia, como la arrastraba por
acá y por allátan brutalmente, que parecia
estaba para dar el último suspiro; y como si
no bastasen estos malos tratamientos, la ten
taba de todas maneras, y le causaba tales an
gustias, que la llevaban á punto de desespe
rarse. Esta desgraciada, viniendo á serinso
portable á sus padres y á sí misma, no sabia
dónde ir para hallar algun consuelo; cuando,
habiendo oido hablar de la caridad heróica de
Catalina, comprendió que ella era el ángel
consolador que Dios le destinaba. Corrió,
pues, hácia ella para contarle sus miserias.
Catalina la recibió con amable afabilidad, y
le dió asilo en su propia casa. No obstante
no trabajó por librarla, porque conoció que
aquella jóven era casta, sólidamente virtuosa
y muy estimada de Dios, quien no habia per
— 122 —
mitido aquella invasion del espiritu de tinie
blas sino para purificarla mas y conservarla
en la humildad; pero no por esto cesaba de
consolarla por medio de sus sabias lecciones
y sus consejos saludables. Este ministerio de
caridad produjo los mas dichosos frutos.
Aquella jóven hizo grandes progresos en la
perfeccion. Sometida a la voluntad de Dios,
sufrió las consecuencias de su terrible estado
con una dulce paciencia. En fin, murió san
tamente, libre del demonio, entre los brazos
de su bienhechora ; y su alma voló á la man
sion del eterno descanso. Mientras que aquella
jóven endemoniada permanecia en la casa de
Catalina, sucedió un hecho que merece ser
referido : estando un dia tendida en el suelo
á los piés de nuestra Santa, en presencia de
sus dos confesores, el demonio hablando por
su boca hizo oir estas palabras: «Nosotros
«somos aqui los servidores del puro amor
«que tú llevas en tu corazon.» Pero bien
pronto arrepintiéndose de lo que acababa de
decir y lleno de furor, levantó á la pobre jóven,
la arrojó con impetu por tierra , y revolcán
dose como una serpiente la golpeaba con las
manos y los piés. Habiéndose levantado en
- 1923 —
seguida, le mandó su confesor pronunciar el
nombre de nuestra Santa. Se llama Catalina,
respondió el demonio, riendo á carcajadas.
Dí ahora su apellido, replicó el confesor. Es
tapregunta pareció que no le agradaba, pues
agitó violentamente á la pobre energúmena;
mas en fin obligado por la fuerza de los exor
cismos, respondió: «Catalina Serafina.» Es
taes, en efecto, la calificacion que muchos San
tos le han dado, entre otros san Francisco de
Sales; y es menester confesar que no lo han
hecho sin razon, siendo así que el corazon de
aquella mujer, abrasado de fuego del mas pu
ro amor, no deseaba otra cosa sino comuni
carlo á todo el mundo. Entre los numerosos
enfermos que habia en el hospital mayor, se
hallaba una mujer agregada á la tercera ór
den de san Francisco, la cual, devorada por
una calentura prestilencial y privada de la
palabra, hacia ocho dias que luchaba con la
muerte. Catalina le hacia frecuentes visitas, y
la exhortaba á invocar el dulce nombre de Je
sús. Después de habérselo suplicado muchas
veces sin conseguir ninguna señal, viéndola
en fin un dia mover los labios, se persuadió
que en efecto queria pronunciar este santo
– 1124 —
nombre, pero sin poder lograrlo. Toda ale
gre de su buena voluntad, quiso, desprecian
do su propia vida y el temor del contagio,
manifestarle su satisfaccion, y contentará la
vez su propia devocion por el nombre de Je
sús, besando tiernamente sus labios que, se
gun ella presumía, pronunciaban aquel nom
bre tan amable. Este acto de caridad le costó
caro; pues al momento se sintió atacada de
la enfermedad. Corria gran peligro de mo
rir, porque este contagio que desolóá Géno
va en 1493, fue tan mortífero, que esta ciu
dad perdió las cuatro quintas partes de sus
habitantes. (Uberti Folieta, Hist. de Gen.
lib. 11). Pero Dios quiso conservarla para ha
cer bien á sus semejantes. Le volvió, pues,
pronto la salud; y apenas curada, se le vió
emprender con un nuevo esfuerzo los oficios
de su ardiente caridad. -
Era tan amable y tan bienhechora, que ga
naba todos los órazones de aquellos con
quienes conversaba únicamente para condu
cirlos á Dios. Por lo mismo se veian acudir
de lugares muy lejanos multitud de personas
distinguidas, que venian á ella para admirar
sus virtudes y recoger de su boca aquella doc
- 125 –
trina celestial de que Dios la había llenado,
como lo prueban muy bien su Diálogo entre
el cuerpo y el alma, y su tratado del Purga
torio, obras colmadas de elogios por San Fran
cisco de Sales y San Luis Gonzaga, y dignas
en efecto de toda admiracion. Entre tantas
personas como acudianá ella, no habia nin
guna que no sacase de sus conversaciones al
gun consuelo y provecho espiritual, fuese por
que las edificase por su dulce afabilidad, ó
porque las fortalecía en sus tribulaciones, ó
porque las iluminaba en sus dudas; fuese, en
fin, porque tenia el donde inspirará todos el
amor de Dios y el deseo de la etermidad. Fue
sultó de aquí que muchos la eligieron por su
madre espiritual, y no quisieron hacer nada,
tanto en órden á su adelantamiento en la per-
feccion, como á la utilidad del prójimo, sin
haber tomado sus sabios consejos.
Entre los que se distinguieron en la escue
la de esta hábil maestra de la caridad, el pa
dre Parpera cuenta á Cataneo Marabotto,
quien fue después confesor de la Santa, y Jai
me Carencio, que le reemplazó como rector
del hospital mayor; pero el mas distinguido
fue el muy devoto Héctor Vernaccia, quien
- 126 -
merece se haga aquíde él mencion particular.
Vernacciagozaba en Génova de una alta repu
tacion de saber y de virtud, aun antes de sus
relaciones con Catalina; pero cuando se hu
bo puesto bajo su direccion, con una perfec
ta docilidad á sus instrucciones y á sus con
sejos, hizo tales progresos en la perfeccion,
que todo el mundo le miraba como un santo.
Dejando aparte los negocios de este mundo,
se dedicó enteramente á la gloria de Dios y
al bientanto espiritual como corporal del pró
jimo, edificando iglesias, hospitales y otros
lugares de piedad, que subsisten aun en las
principales ciudades de Italia, como otrostan
tos monumentos de su celo y de su generosa
caridad. El fue quien, en compañía del car
denal Carafa, que vino á ser después el Pa
pa Paulo IV, y el cardenal Sauli, fundó en Ro
ma el hospital de Incurables. En Génova, su
patria, habia establecido ya otro de la misma
clase. Mas tarde enriqueció la ciudad con dos
monasterios, el de las Nuevas Convertidas, y
el de San José, destinado á los jóvenes de fa
milias honradas y pobres, que quierenpo
nerse al abrigo de los peligros del mundo. El
fue tambien quien estableció en Nápoles la
Sociedad llamada de los Blancos, cuyo cari
tativo empleo es de preparar y conducirá la
muerte á los criminales condenados ápena
capital. Hizo edificar en Génova el Lazareto,
para recoger allíá los apestados, y le aseguró
rentas considerables. Proveyó en seguida á
las necesidades de los pobres enfermos, por
medio de un legado perpetuo para los médi
cos encargados de cuidarles sin exigir nin
gun salario. En fin, cuando la peste invadió
la ciudad de Génova, en 1528, este santova
ron, cargado de méritos, quiso para llegar al
colmo hacer cara á la muerte dedicándose al
servicio de los apestados. Después de haber
instituido en su testamento por su heredero
universal al hospital de Incurables, se encer
ró en él, cuando la enfermedad reinaba allí
de un modo espantoso, y allí murió víctima de
su caridad.
Tales fueron los frutos de aquella inmensa
caridad que, saliendo del corazon de Catali
na, se habia derramado como un torrente en
el corazon de Héctor, su hijo espiritual. Esta
reflexion es del autor de la vida de la vene
rable sierva de Dios, Bautista Venaccia, hija
de Héctor y ahijada de nuestra Santa. Este
autorno dice si fue ella su madrina de bau
tismo ó de confirmación; mas el P. Parpera
dice positivamente que Catalina la tuvo en las
fuentes sagradas del bautismo en 1497, Re
cibió entonces el nombre de Tomasina, el cual
mas tarde fue cambiado por el de Bautista
cuando hizo su profesion en el convento de
Nuestra Señora de las Gracias. A persuasion
de Catalina entró en este monasterio en 1810,
después de haber recibido de su santa madri
na aquella breve instruccion que el P. Parpe
ra nos ha conservado: «Que Jesús esté siem
«pre en tu corazon, la eternidad en tu espí
«ritu, el mundo debajo de tus piés, la volun
«tad de Dios en todas tus acciones, y su amor
«brille en tísobre todas las cosas.» Bautista,
hija de un Santo y ahijada de una Santa, re
cibió por herencia la doctrina y la santidad.
Los documentos del proceso de su beatifica
cion atestigman su santidad; y las obras espi
rituales que ha dejado, dan á su doctrina un
testimonio incontestable,
- 1929 -

CAPÍTULO XI.
Continuacion del mismo asunto.

La fama de la caridad de Catalina, que se


extendia mas todos los dias, movia á una mul
titud de personas á acudirá ella para pedir
le consejo y asistencia, y que esto no era en
vano lo prueba el hecho que voy á referir:
En 1495, Argentina mujer de Marc-Salévino
á encontrar á Catalina para participarle su
profunda y cruel afliccion, y reclamar los ser
vicios de su caridad. Este Marc-Salé estaba
enfermo de un cáncer en la cara que le cau
saba continuoséinsoportables tormentos. Des
pués de haber empleado en vano todos los re
medios del arte para curarse, ó á lo menos
para conseguir algun alivio, perdió la pacien
cia, y se entregóá una especie de desespera
cion. Argentina, que era virtuosa y verdade
ramente cristiana, viendo á su desdichado es
poso añadir al mal de su cuerpo el peligro de
perder su alma, concibió por ello una amar
ga afliccion. Después de haberle encomenda
do á Dios con todo el fervor de que era capaz,
sin que se viese en él cambio alguno, no sa
– 130 –
biendo ya qué partido tomar, corrió al hos
pital donde habitaba muestra Santa, asilo or
dinario de todos los afligidos, le dió parte de
la triste situacion de su marido, y le suplicó
que le visitase para comunicarle con sus san
tas palabras alguna fuerza á su espíritu. Ca
talina, siempre pronta á aprovechar las oca
siones que Dios le ofrecia de ejercer obras de
misericordia, y vivamente conmovida por
otra parte de la triste situacion del enfermo,
ninguna dificultad tuvo en accederá los de
seos de aquella mujer afligida. Salió al instan
te con ella del hospital para ir á verá aquel
pobre hombre que habitaba en un barrio bas
tante apartado, lo exhortó con cortas, pero
poderosas palabras, á la paciencia, á la con–
formidad de su voluntad con la de Dios, y se
retiró acompañada de Argentina para volver
al hospital. Pasando por delante la iglesia de
Nuestra Señora de las Gracias, que se encon
traba en el camino, sintió que su amor la
atraía para encomendará Dios á aquelen
fermo que acababa de visitar. Entró, pues,
en ella con su compañera; y allí las dos ora
ron algunos instantes con un gran fervor:
luego después salieron y continuaron su ca
– 1131 –
mino. Habiendo llegado al hospital, Cata
lina se despidió de Argentina, quien habiendo
vuelto pronto al lado del enfermo, lo encon
tró tan cambiado, que creia ver á un ángel
en lugar de un demonio, á quien se parecia
antes. Apenas habia entrado en su cuarto, le
dijo con un semblante alegre y con un tono
el mas afectuoso: Argentina, hazme el favor
de decirme quién es aquella Santa cuya visi
ta me has procurado. Habiéndole respondido
que era Catalina Adurmi, cuyas oracionesha
bia implorado en su favor: Por amor de Dios,
le replicó, haz de modo que me honre con
una segunda visita. Argentináble prometió de
solicitar este nuevo favor.
En efecto, al dia siguiente por obedecerá
su esposo se fuéá encontrará Catalina, y des
pués de haberle contado el cambio maravillo
so que se habia verificado en aquel pobre pe
cador, le suplicó que pasase otra vezá verle.
Este cambio tan repentino en ningun modo
la sorprendió; porque ella habia conocido la
voluntad de Dios con respecto al enfermo en
el mismo momento en que se habia sentido
inclinada á rogar por él, pues, para decirlo
de paso, ella no podia orar por alguno en
— 132 —
particular, sin que su amor la inclinase á ello
de antemano; pero siempre que experimen
taha este dulce impulso , estaba segura del
buen suceso de su oracion, porque Dios no la
hacia orar sino para oirla. Catalina, siempre
‘ dóeil a las exigencias de la caridad , siguió á
Argentina á casa del enfermo. Este viendo a
su libertadora no pudo contener su alegria,
que se manifestó con suspiros y abundantes
lágrimas; eÏi seguida habiéndose incorporado
le habló en estos términos: «Señora, si he
«deseado veros otra vez , ha sido ante todo pa
«ra daros las gracias por yuestra gran cari
«dad para cor? mi pobre alma, y en seguida
«para pediros una gracia que encarecida
«mente os suplico no me la negueis. Es me
« nester que sepais , señora, que ayer cuando.
«me hubisteis dejado , Jesucristo Nuestro Se
« ñor se me apareció bajo la misma forma con
«que se dejó ver a Magdalena después de su
«resurreccion , y después de haberme bende
«cido, me perdonó todos mis pecados , ad
«virtiéndome que me llamaria á su presen
«cia el dia de la próxima Ascension. Por tan
«to os ruego , mi muy dulce madre , que
«adopteis a Argentina por hija espiritual dcs
- 133 –
pués de mi muerte, y permitais que en ade
Mante viva siempre en vuestra compañía.
En cuanto á tí, Argentina, no dudo que
aprobarás la peticion que hago á tu favor.»
Nuestra Santa prometió al enfermo satisfa
Erie, Argentina tambien dió con gusto su
consentimiento: y Catalina, después de al
gunas palabras de consuelo volvióá tomar el
Lamino de su casa. El enfermo llamó inme
Uratamente un sacerdote, le confesó sus pe
ados conseñales extraordinarias de arrepen
miento, recibió los santos Sacramentos; y
Uspués no pensó mas que en prepararse lo
Tras santamente que le fue posible para su cer
cana muerte. El día de la Ascension, pues,
U después de haber exhortado áArgentina á de
Ubicarse enteramente al servicio de Dios, y ha
berla prevenido de muchas aflicciones, que la
sobrevinieron con el tiempo, dió en paz su
alma al Criador. Catalina, habiendo sabido su
muerte, cumplió sin tardar la promesa que le
había hecho. Hizo irá Argentina á su casa,
tuvo siempre por ella la ternura de una ma
dire, y nada descuidó para adelantarla en el
ejercicio de todas las virtudes.
Nunca es mas pura la caridad para con el
— 134 —
prójimo que cuando tiene por objeto aquellos
seres viciosos y de mal humor, que no pagan
el bien que se les hace sino con ingratitudes.
Catalina encontró muchos de esta especie du
rante su vida, pero su esposo fue sin contra
diocion quien la hizo padecer mas‘: porque, en
tin , de los demás ni dependia ni lós veia sino
de paso, cuando dc este no solo dependia si
no que vivia continuamente con él. Estamos
lejos de saber hasta qué punto la lancia des
graciada; porque la caridad de esta santa
mujer, bien lejos de divulgar sus faltas, tenia
gran cuidado en ocultarlas á los ojos de to
dos; mas en fin la historia dice lo bastante
para darnos a entender que tuvo que sufrir
mucho de sus injustos procedimientos y de su
mala conducta. Dios lo permitió asi para
pupilicar el corazon de su sierva y conducir
la a la perfeccion mas sublime. Su virtud no
desmiiitiojamás , ni aun en las pruebas mas
crueles. En lugar de hacer casode los defec
tos‘de aquel hombre, en lugar de irritarse ó
afligirse por sus ingratitudes, seguia invaria
blemente su inclinacion á hacer bien , y ani
mada de un santo celo por la salvacion de su
alma,_no estaba ocupada sino en buscar los
— 135 —
medios de retraerle de su mala vida. No era
posible llevar mas lejos la condescendencia
y el deseo de complacerle; porque hacia en to
do su voluntad y obedecia á sus deseos, por
mas que le costase , no conociendo otros li
mites que los que señala la conciencia ó la ley
de Dios. Su paciencia no era menos admira
ble: reeibia todas sus injurias sin dejar per—"
cibir ninguna alteracion. Atenta a excusar
le pecados, si le veia enfadado, se esforza
ba por calmarle, ya con palabras llenas de
humildad y ternura, ya con un prudente si
lencio. En lugar de disputar con él, llevaba
su mal humor, y evitaba con gran cuidado
todo lo que hubiese podido irritarle ó des
agradarle. Por consiguiente, mientras ella fue
joven vivia solitaria en su aposento lejos de ‘
toda sociedad, excepto el cortohtiempo de su
distraccion cuya historia hemos referido ya.
No salia de su casa sino para oir misa; des
pués de la cual volvia otra vez á su casa pa
ra ocuparse en los negocios domésticos, aco
modándose en ello al capricho de su esposo,
que no podia sufrir los largos ratos pasados
en la iglesia; pues ella pensaba , y con razon,
que para una mujer casada, la paz domésti
ca es preferible á la satisfaccion que se siente
en las prácticas voluntarias de la piedad. En
fin, su regla invariable para con su marido
era de volverle bien por mal, á fin de dulci
ficar, si era posible, la aspereza de su genio.
Dios bendijo estos caritativos designios;
pues no hay duda que el cambio que se ve
rificó poco á poco en la conducta de Julian
fue obra de su dulce y prudente compañera.
Arruinado por sus locas prodigalidades, ó á
lo menos reducido á un estado muy media
no de fortuna que aun creia no podría con
servar, sintió la necesidad de recurrir á los
consejos de Catalina, cuya sabiduría empe
zaba á apreciar, así como á respetar su vir
tud. Un día, pues, le habló del triste estado
de sus bienes y tambien del estado todavía
mas triste de su alma. Catalina encantada de
esta manifestacion, la aprovechó para traba
jar en su conversion, y lo hizo con tan buen
resultado que, enternecido de sus avisos sa
ludables, resolvió cambiar de conducta, le
prometió de vivir en adelante con ella como si
fuera su hermana; y para asegurar mejor su
conversion, tomó el hábito de la tercera órden
de San Francisco.
– 1137 –
Esto no bastó sin embargo para cambiar
su mal carácter. Continuó en hacer llevar una
vida pesada á su piadosa esposa: pero esta,
teniendo en nada los disgustos que le ocasio
naba, consideraba solamente los motivos que
la obligaban á amarle; y sometida á la vo
luntad de Dios, cuyas disposiciones adoraba,
llevaba su cruz con una paciencia admirable.
Para fortalecerla siempre mas, se acordaba ya
que habia sido casada con aquel hombre pa
ra restablecer la paz entre las familias de Flis
ci y de Adurni; ya que le habia sido revelado
que de la familia de Adurni naceria un dia
un gran siervo de Dios que seria el fundador
de una nueva sociedad religiosa. Ella fue la
que predijo esto: que después se verificó en
la persona del venerable P. Agustin Adurni,
quien estableció, con el venerable Francisco
Caracciolo, el órden de los Clérigos regulares
menores, aprobado en 1588 por el Papa Six
to V, que era religioso de esta órden. En fin,
ella se complacia en la esperanza de alcanzar
un dia la salvacion eterna de aquel pobre pe
cador, y la alcanzó en efecto, como dirémos

En el año de 1497, Julian fue atacado de


– 1138 –
una enfermedad peligrosa, pero sobre todo
muy aguda, tanto que no le dejaba descan
sar ni de dia ni de noche. Los remedios que
se emplearon no le hicieron ningun bien; an
tes al contrario, el mal se agravaba de dia
en dia, y á medida que aumentaba, los do
lores eran mas atroces. Como tenia un natu
ral impaciente y sujeto á la cólera, se irrita
ba contra su mal, se quejaba sin cesar de
aquella vida de sufrimiento, y se abandonaba
á unos excesos de ira que le hacian insopor
table á los que le servian. Catalina no dejó
por esto de continuar en servirle con amor,
tanto para aligerar el peso de sus males, co
mo para conducirlo á llevarlos en paciencia.
Pero por mas que hizo, no le fue posible con
seguir de este desgraciado que se resignase
á la voluntad divina. No obstante viendo que
la muerte se acercaba á grandes pasos, y te
merosa de que le alcanzase en un estado de
irritacion, que comprometia visiblemente la
salvacion de su alma, quiso hacer el último
esfuerzo para salvarle. Se retiró en un cuarto
vecino, y poniéndose en oracion, ofreció á
Dios las súplicas mas fervorosas con efusion
de lágrimas, diciéndole sin cesar con una voz
– 139 –-
entrecortada por sus sollozos: «¡O amor!yo
«os pido esta alma. Oslo suplico encarecidas
«mente, dádmela; Vossois dueño de conce

- Dios permitió que Argentina, su fiel dis


cípula, que sospechó su intencion, viéndo
la salir del cuarto del enfermo, saliese de
trás de ella para ser testigo de lo que iba á pa
sarentre ella y su amor. Escondida detrásde la
puerta donde se mantenia en silencio, oía las
súplicas de Catalina que acabamos de referir:
mas cuando advirtió que cesaba de suspirar
y de llorar, temiendo ser sorprendida, se re
tiró bien pronto y volvióá entrar en el cuarto
de Julian. Se habia obrado en él, durante
este breve espacio un cambio tan maravilloso,
que los que rodeaban su cama, y no conocian
el motivo, estaban llenos de pasmo. Estaba
todavía en una de sus crísis de irritacion al
dejarlo Argentina, y, á su vuelta, aquel leon
hecho de repente un manso cordero, entre las
crueles convulsiones causadas por la violen
cia del mal que crecia por momentos, no da
ba mas que señales de una verdadera contri
cion, y no proferia sino palabras de conformi
dad con la voluntad divina,
– 140 –

. Catalina no tardó en volver al lado de su


ésposo, á quien no dijo ni una palabra de lo
que acababa de hacer; pero manifestándole
por la alegría de su cara el placer que le cau
saba su paciencia y su sumision á las órdenes
de Dios, continuó animándole con palabras
saludables hasta que dió tranquilamente su
alma al Criador. El Señor no quiso que ella
se viese privada de la gloria de esta conver
sion delante de los hombres. Argentina habia
comunicado ya sus fervientes súplicas; y Dios
permitió que ella misma sin pensarlo mani
festase su resultado. Al dia siguiente de esta
muerte, recibiendo la visita de un santo reli
gioso, á quien ella conducia por el camino
del espíritu, se le escapó, en el curso de la
conversacion: «Julian ha pasado á mejor vi
«da. Yo he sufrido mucho, como lo sábeis,
«de su mal carácter: pero antes de entregar
«su alma, mi amor me ha dado una seguri
«dad de su salvacion.»
— 141 –

CAPÍTULO XII.

humildad de Catalina y su conformidad con la santa


voluntad de Dios.

No nos sorprenderá el alto grado de per


feccion á que habia llegado Catalina simedi
mos la profundidad del fundamento sobre el
que habia establecido su grandioso y sólido
edificio, pues el alma se eleva tanto mas por
el amor cuanto mas desciende por la humil
dad. Pero para conocer los progresos que ha
bia hecho en esta preciosa virtud, bastará de
cir que el desprecio y la abyeccion hacian sus
delicias. Así cuando se la reprendia, bien lé
jos de excusarse, acogia las reprensiones no
Solo con paciencia sino tambien con alegría.
Diré mas todavía: aprovechaba, como una
buena fortuna, las ocasiones de hacerse cri
ticaró despreciar, y tenia cuidado en no de
jar escapar ninguna, por pequeña que fuese.
No obstante, todo esto era poco comparado
con los humildes sentimientos que concebia
de sí misma, siempre que consideraba con
atencion su miseria y su nada. Se puede de
cir que sacó de este abismo con que comprar
el precioso tesoro de una humildad verda
deramente heróica. «¡Ay de mí! exclamaba
«con una profunda conviccion, veo clara
«mente que si hay algun bien en mí, es todo
«de Dios. El mal que encuentro, al contra
«rio, es enteramente obra mia. No, yo no
«puedo justamente atribuirlo al demonio ni
«á criatura alguna, sino únicamente ámivo
«luntad, á mi pasion, á mi orgullo, ámi
«amor propio, á mi concupiscencia, á mis
«innumerables miserias. Si Diosino me hubie
«se colmado de gracias de preservacion, yo
«seria peor que Lucifer. Cuando yo hubiese
«sufrido, suponiendo un imposible, por amor
« de Dios todos los tormentos de los mártires
«y hasta los del infierno; si con esto yo cre
«yera haber agradecido debidamente los he
«neficios de mi creacion, de mi redencion y
«de mi vocacion á la gloria, ultrajaria en
«gran manera la bondad y la caridad de mi
a Dios. ¿Qué es el hombre por sí mismo sin
«la gracia? Es un ser peor que el demonio;
«porque el demonio es un espíritu sin cuer
«po, y el hombre sin la gracia es un demo
«nio revestido de un cuerpo.»
«Aquíjes, dice en su Diálogo (parte I,
— 143 –
« cap. 42) donde yo empecé á ver bien lo
«que es el ser del hombre. Yo le vícásitan
«depravado, tan malo, como bueno es Dios.
«Me parecia que si Dios me retirase su gra
«cia, seria yo capaz de todos los crímenes
«que comete el demonio; y entonces mejuz
«gué peor que él y mas detestable, y me ví
«desde aquel momento como un demonio en
«carnado. Esto me parecia tan verdadero,
«que si todos los Ángeles viniesen á decirme
«que hay en mí alguna cosa buena, no po
«dria resolverme á creerlo, porque percibo
«claramente que todo bien reside en solo Dios,
«y que en míno hay mas que vicios.» De aquí
venia que olvidándose enteramente á sí mis
majamás hablaba de sí mi en bien ni en mal.
Ni tampoco queria pronunciar su nombre; y
cuando era necesario hacer mencion de su
persona, en lugar de decir yo, decianos.
Preguntándole la razon de esto, respondia,
que la parte mala del hombre se alegra al oir
pronunciar su nombre, y que no se la puede
imponérsele una mortificacion mayor que de
jarde nombrarlo. Por la misma razon no po
dia sufrir que los demás la nombrasen, y aña
dia respecto á esto que siendo tan inclinada
– 144 –
al malla naturaleza, como lo es en efecto, bas
ta pronunciar su nombre para ensoberbecer
la. Decia tambien que en la criatura no hay
bien alguno, que por sí pueda conducirla á
la gracia ó á la gloria; y que sin la gracia
haria mucho mal. Cimentada de este modo
en el conocimiento de su nada, los elogios no
tenian imperio alguno sobre su corazon. Si
los demás decian bien de ella en su presen
cia, se decia á sí misma interiormente: «Si
«estos amigos caritativos te conociesen como
«yo te conozco, seguramente no dirian de tí
« cosas semejantes. Hé aquí, añadia, la ley
«que quiero guardes inviolablemente: cuan
«do dirán bien de tu persona, por lo mismo
«que nombrarán á Catalina conocerás que no
«Se trata de tí. Cuando al contrario se dirá
«mal de tí, te acordarás que no se puede de
«cir tanto como tú mereces. Todavía mas;
«pensarás, en tal caso, que se te hace dema
«siado honor; porque, en fin, decir mal de tí,
«es ocuparse de tí, y seguramente tú no eres
«digna de ello. En fin, observarás que toda
« murmuracion encierra una tentacion peli
«grosa para tí, y es que oyendo á los demás
* llamarte mala, te figuras luego ser buena
- 145 –
«por tí misma, lo que es siempre una imper
«donable presuncion.»
Para que la santa humildad pudiese echar
en su corazon raíces mas profundas, Dios no
dejaba de sustraerle de tiempo en tiempo las
Señales de su amor, dejándola caer en la se
quedad y en las aflicciones de espíritu: lo que
atormentaba á esta alma fervorosa mas de lo
que se puede decir. Sin embargo, se guarda
ba mucho de quejarse en tales casos; al con
trario, agradecida á su amor que la humi
llaba detal suerte, le decia: «0 amor, déjame
«en este estado, á fin de que yo sea sumisa,
«y que minada no pueda menearse, porque
«Sé que si pudiera moverse un poco, no ha
«ria sino necedades.»
Dios le había mandado tomar por funda
mento de su vida espiritual aquellas palabras
de la oracion dominical: Fiat voluntas tua :
hágase tu voluntad. Fue tan fiel en observar
esta ley, que ya no se veia en ella voluntad
propia, tan sometida estaba á todas las dis
posiciones de la voluntad divina. Escuchemos
los diversos testimonios que ella nos ha deja
do sobre el particular, bien que evitando el
nombrarse. Hablando un dia de la sublime
10) y LVIII.
- 146 —
perfeccioná que llega una alma enteramente
abandonada á la voluntad de Bios, decia de
sí misma: «Tales fueron los progresos de es
«ta alma que, después que Dios hubo pues
«to órden en su interior, no hizo mas en ade
«lante su propia voluntad, sino que perma
«neció constantemente unida á la de Dios,
«con una tal confianza, que se atrevia á de
«cirle: Señor, os entrego todas mis opera
«ciones tanto interiores como exteriores. Ten
«go tambien la confianza que no permitiréis
«jamás que haga otra cosa que vuestra vo
«luntad. En efecto, Dios no le permitió otros
«deseos que los que eran conformes á su san
«ta voluntad, que tenia cuidado de hacerle
(COIOCGT,) es
Su atencion, dice en otra parte, en con
formarse con la voluntad de Dios, que ella
sentia impresa en su alma, era tan grande,
que tenía la confianza de decirle alguna vez:
«Ved aquí, Dios mio, lo que me atrevo á pre
«sumir de Wos, y es que en mis pensamien
«tos, palabras y acciones no permitiréis que
«y0 me engañe. Tal es mi confianza; haria
«mejor en decir mi seguridad, á causa de la
“ranquilidad con que descanso entre las ma
- 147 –
«nos de mi amor.» En su Diálogo (parte I,
cap. A6) hace hablar á su espíritu con el
cuerpo del modo que sigue: «Quiero”que se
«pas que Dios me ha dado sobre esto una luz
«tan clara y tan viva , que estoy segura de
«no contraer jamás voluntariamente mancha
«alguna de imperfeccion hasta que me sepa
«re de tí, á menos que yo me falte á mí

En este estado de perfecta conformidad,


Catalina veia todos los acontecimientos que
podian tener lugar con ojos indiferentes, y no
sufria en su corazon afeccion alguna que no
estuviese en armonía con la voluntad divina.
De ahí su poco cuidado por sus intereses per
sonales, cuyo manejo dejó siempre en manos
de otros; de abí aquella tranquilidad imper
turbable con que vió á su pródigo esposo di
sipar su fortuna; de ahí aquella igualdad de
espíritu respecto á los honores de que la col
maba el mundo en tiempo de su prosperidad,
y á los desprecios que no le perdonó cuando
fue reducida á un estado cási de pobreza; de
ahí aquella fuerza dé alma de que daba prue
bas cuando iban á anunciarle la muerte de
sus hermanos y hermanas, no pareciendo mas
10*
– 1448 -
afectada de lo que lo habria sido sino le hu
biesen sido parientes: y esto que los amaba,
pero como nos ama Dios; y no con aficion
carnal y sensible; de ahí, en fin, aquella su
mision á las órdenes de Dios que le hizo to
lerar los malos tratamientos de su esposo con
tanta paciencia, y la privó de ver que se le
hacia un beneficio con su muerte. Algunos de
sus amigos que venian á consolarla de esta
pérdida, representándole la tranquilidad que
habia recobrado con su libertad, les respon
dió: «La voluntad de Dios para mí lo esto
«do; con ella no hago diferencia entre lo que
«me es contrario y lo que me es favorable.»
Esta indiferencia del corazon de Cataliña
para todas las cosas, se las hacia referir to
das enteramente áDios: de suerte que tenia
costumbre de decir: «He entregado á mi
«amor las llaves de mi casa, con plenos po
«deres de disponer de mí como bien le pa—
«rezca, sin miramiento alguno ni por mi al
«ma mi por mi cuerpo. Le he abandonado
«igualmente mis bienes, mis amigos, mi fa
«milia y todo lo demás; de modo que no creo
«negará Dios nada de lo que exige la ley del
«puro amor.» En cualquiera situacion que
– 149 –
ella se encontrase, tristeó alegre, consolada
ó Hena de desolacion, si le preguntaban cuá
les eran sus deseos, no sabia dar otra respues
ta sino esta: «Mi único deseo es de ser tal
«como soy en este momento.» A toda cues
tion, suposicion, ó proposicion que pudiese
hacérsele para verá qué lado se inclinaba su
voluntad, ved cuál era su respuesta: «Tales
«la bondad de Dios, que gobierna y rigeto
«das las cosas en todo tiempo, en todo lu
«gar y de todas maneras, queriendo siempre
«lo que nos es mas ventajoso. Por lo mismo
«debemos estar contentos de todo lo que su
«cede, sin dejar no obstante el ejercicio de
«las buenas obras; pues seria tentará Dios
«limitarse únicamente á dejarle obrar en nos
«otros sin hacer nada de muestra parte.» Su
amor por Dios era demasiado ardiente para
no desear la muerte. Decia sin cesar como el
grande Apóstol: «Yo deseo ardientemente ver
«arruinada esta prision de mi cuerpo, para
«que mi alma puesta en libertad pueda unir
«se áJesucristo: Cupio dissolvi, et esse cum
«Christo.» Este deseo redoblaba todavía su
intensidad todas las veces que presenciaba la
sepultura de algun cadáver. No obstante, en
– 150 –
esto como en lo demás, estaba perfectamen
te sometida á la santa voluntad de Dios; de
modo que, cuando se le escapaba decir en
algun transporte de amor: «¡Oh! ¡cuándo
«vendrá aquella hora afortunada en que me
«será permitido salir de este mundo!» vol
viendo pronto en sí, y arrepentida de lo que
habia dicho, añadia: «Pero no, no quiero
«que en este corazon permanezca un solo de
«seo por las cosas creadas celestiales ó terre
«nas. Todo lo abandono á la amable dispo
«sicion de la voluntad de mi Dios.» Una vez
concibió un dolor tan grande de haber for
mado un deseo semejante, que no pudo tran
quilizarse sino después que su confesor le hu
bo asegurado que aquel acto impensado no
habia podido dañará su conformidad habi
tual. Otra prueba que hace ver tambien de
una manera no menos admirable esta sumi
sion de Catalina á la voluntad de Dios es su
conducta respecto á la sagrada Eucaristía. Su
hambre de comulgar era insaciable. Sin em
bargo, en esto, como en todo lo demás, no
queria sino lo que agradaba á Dios. «Me se
«ria imposible, decia , rehusar á mi Jesús
a cuando me le ofrecen ; pero exigirlo, pe
– 1151 -
«dirlo con importunidad, es lo que no me
«sucederá jamás...» Dejaba pues á Dios el cui
dado de alimentarla como á él le parecia; y
Dios contento de su sumision, no faltaba en
procurarle este manjar celestial. "

CAPÍTULO XIII.
Favores extraordinarios que Dios le concedia.

Si Catalina fue siempre muy atenta á no


hacer nada de lo que parece grande á la vis
ta del mundo, no lo fue menos en ocultar y
hasta en huir, como la peste del alma, lo que
lasalmasignorantesmiran como los mas gran
desfavores del cielo. Léjos, pues, de delei
tarse en las visiones, los éxtasis y gustos es
pirituales, habia pedido á Dios desde su mas
tierna edad que le privase de ello, como lo
hemos visto antes. «No quiero favores vues
«tros, le decia; solo áVosos quiero, ¡ó dul
«ce amor mio!», Dios no obstante, después
de haberla establecido en una abnegacion
perfecta, quiso colmarla de aquellos favores
extraordinarios, procurándole frecuentes éx
tasis que duraban muchas horas seguidas, y
recreándola con visiones celestiales. Pero en
- 1552 –
tonces era una cosa admirable ver la violen
cia que se hacia para impedir los efectos del
divino amor. Instruida con la experiencia,
presentia de léjos esta suerte de maravillas, y
apenas empezaba á experimentar las divinas
impresiones que las preceden, hacia todos los
esfuerzos para prevenirlas, pero sin poderlas
impedir. Cuando recobraba el uso de sus sen
tidos, estaba tan fatigada y decaida á causa
de su resistencia, que parecia estar próxima
á exhalar el último suspiro. Tanto como duró
el vigor de su juventud, se contenia contan
tas fuerzas, en estas ocasiones, que solamen
te los que estaban acostumbrados á observar
la, podian apercibirse que tenia éxtasis; mas
cuando llegó á ser vieja, por causa de su de
bilidad, no podia disimular aquellos favores
que se manifestabaná la vista de todos; y Dios
lo quiso así por el honor de su sierva.
Sin embargo, aquella gloriano dejó jamás
de serle pesada; y no habia industria alguna
á la cual no hubiese recorrido para deshacerse
de ella. Soy bien desgraciada, decia, de es
tar sujeta á semejantes vértigos. Este expe
diente le salía bien con las personas ignoran
ºs de los caminos de Dios y de las operacio
– 1531 –
nes de su espíritu; mas las personas ilustra
das no se dejaban engañar con estas estrata
gemas..."Don Cataneo Marabotto, el primer
discípulo que le había dado la Providencia,
quien después fue su confesor durante mas de
diez años y hasta su muerte, fue del número
de aquellos á quienes esta humildad no pudo
engañar. Este eclesiástico, por decirlo de pá
so, fue el primer historiador de Catalina; y
como de él tenemos la mayor parte de los he
chos de la vida de esta Santa, pienso que no
será superfluo hacerlo conocer en este lugar.
Marabotto, natural de Génova como nuestra
Santa, se distinguió siempre por la inocencia
de su vida y la integridad de su fe. Siendo
todavía jóven, y habiendo conocido la santi
dad de Catalina, le entregó toda su confianza
y se dejó dirigir por ella en los caminos de la
perfeccion. Cuando fue nombrado después
rector del hospital mayor, Catalina lo eligió
por su confesor. Parece que habia recibido del
cielo luces particulares para discernir lo que
pasaba en el alma de su penitenta y encon
trar los verdaderos medios de socorrerla. Por
lo, mismo padecia mucho Catalina, cuando
estando ausente, se veia privada de sus ser
– 154 -
vicios. Porfin, se puede juzgar de la utilidad
que de él sacaba por el siguiente pasaje, sa
cado de su Diálogo (parte III, cap:40):
«Es menester no sorprenderse si Dios des
«tina á tales personas ciertos hombres esco
«gidos que las socorran en todas las necesi
«dades del alma y del cuerpo, porque sin ello
«ciertamente no podrianvivir. Así como Nues
«tro Señor Jesucristo confió su Madre á san
«Juan, para que tuviese de ella un cuidado
«particular; así tambien confia las almas que
«le son especialmente queridas á unos direc
«tores llenos de su espíritu, para velar por
«la conservacion de sus almas y de sus cuer
«pos; y asegura estos servicios estableciendo
«entre ellos una union toda divina. Esta Pro
«videncia es necesaria á las almas que le son
«adictas enteramente, y que conduce por ca
«minos extraordinarios, pues todos los direc
«tores no las entienden nir les tienen aqueles
«pecial interés. Para ello se necesitan perso
«nas escogidas á quiènes llena de su gracià,
«é ilumina con vivas luces, para hacerlas ca
«paces de socorrerlas. El director que trata
«Con estas almas, sin comprenderlas, saca
"Por su parte mas admiracion que edifica
– 155 –-.
«cion.» Concluye, en fin, diciendo «que el
«director que carece de luces especiales no
«debe juzgará estas almas, sino quiere en
«gañarse en sus juicios.» Marabotto, cuya
sabiduría era tan conocida de Catalina, de
quien ciertamente hablaba en este pasaje, no
tenia reparo en juzgar de ella de un modo di
ferente del que la juzgaban los demás. De mo
do, que mientras que otros tenian la facilidad
de creer en sus pretendidos vértigos, él veia
claramente las operaciones de la gracia ento
do lo que le sucedia de particular; y por esto
la obligóá escribir la historia que nos ha con
servado con su vida.
Cuando arrebatada en éxtasis ó fuera de sí
platicaba sobre el amor divino, su cara se po
nia brillante y colorada, como se pinta la de
un Serafin abrasado de amor. Al escuchar la
doctrina admirable que salia de su boca, se
habria creido oirá un Querubin iniciado en
los misterios del cielo y lleno de ciencia divi
na. Por lo mismo los que la rodeaban estaban
en una especie de estupor, ó derramaban lá
grimas de admiracion á vista de esta sabidu
ría divina que le dictaba, para explicar cosas
tan sublimes, unas sentencias y unas palabras
— 156 —
que sobrepujaban inlinito las fuerzas del en
tendimiento humano. Sin.embargo, todo lo
que ella podia decir , estaba lejos de expresar
la minima parte de las maravillas‘que Broche
manifestaba. Esta es la deelaracion que ella
misma bm en su Diálogo (parte III, capita
lo M ): .«¡ Ojalá encontrase yo palabras‘ con
«venientes á aquella amistad toda amable, á
«aquella union perdida! perdida , digo, para
« el hombre que ha olvidado el sentido de to—
«dos estos nombres de amor, de union, de
«aniqnilacion, de transformaoion, de daba
«ra, de suavidad, de amabilidad; que ba
«perdido en cierto modo el lenguaje conque
«podria comprender y explicar a los demás
«lo que es la union entre‘ la criatura y el
« Criador. »
Á consecuencia de esta incapacidad, se
abstenia , tanto como le era posible, de estas
especies de razonamientos; y cuando se veia
obligada á hablar de estas cosas sublimes , de
cia con el grande Apóstol: a L0 que los ojos
«no pueden ver, yo lo he visto; lo que los
«oidos no saben oir, yo lo he oido.» Le que
significaba que ella no encontraba expresio
nes propias para hacer comprender aquellos
– 1157 –
secretos celestiales que Dios le comunicaba.
Ordinariamente sus visiones tenian por objeto
el inmenso amor de Dios para con el hom
bre, la gloria que prepara á sus fieles ami
gos, la sabiduría de su Providencia que sabe
distribuirá cada uno los medios propios para
conducirle al cielo, la dignidad y el premio
de su divina gracia, la ingratitud espantosa
con la cual el hombre paga tan grandes be
neficios, ingratitud que, en el día del juicio,
manifestada á la vista de todos hará ver que
el culpable es indigno de misericordia.
Á la edad de cincuenta y tres años, el cuer
po de Catalina se encontró tan extenuado por
los éxtasis, y disecado por el grande fuego de
amor que ardia en su corazon, que, en los
diez años que sobrevivió aun, su vida no fue
mas que un continuo martirio. Su estado era
tan digno de compasion, que se miraba como
un prodigio el que pudiese sobrellevar tantos
padecimientos sin morir:y lo que todavía sor
prendia mas, era la alegría de su rostro y la
tranquilidad de su espíritu en medio de tan
tos y tan grandes males. Cuando los adminis
tradores del hospital la vieron reducida á un
estado tan deplorable, movidos de compasion,
- 158 -
no quisieron permitir mas que continuase sus
trabajos ordinarios; pero no tardaron en co
nocer que su cuerpo se hallaba peor con el
descanso que con el trabajo: Siempre que es
taba ocupada de solo Dios, sus éxtasis eran
tan frecuentes, y daban á su amor tal vehe
mencia, que naturalmente debian hacerlamo
rir. Fue necesario, pues, obligarla á empren
der otra vez sus ejercicios ordinarios y man
darla dejar á Dios por Dios. Esto hicieron
aquellos mismos administradores que al prin
cipio la habian condenado cásiá la ociosidad,
mostrando con estos cambios, el deseo que te
nian de conservarle la vida, pero sin conocer
los medios de conservársela.
A mas de que en nada debe sorprendernos
esta ignorancia, porque los caminos por los
cuales el Señor atrae ásí las almas esforzadas
son tan diferentes de los nuestros, que el es
píritu humano se pierde enteramente en ello.
Catalina era evidentemente una de estas al
mas que le son particularmente queridas; y
si en los últimos años de su vida quiso llenarla
de padecimientos, fue para hacerla mas con
forme á su estimado Hijo. ¿Quién, pues, po
dia impedir que se cumpliese en ella la santa
- 159 -
voluntad de Dios? «Dios me manifestó, dice
«Catalina, el modo por el cual su obra debia
«ser cumplida en mí, poniendo á mi vista el
«cruel suplicio que ha de destruir y terminar
«mi vida pasajera.». No obstante, creciendo
de dia en dia las impresiones del fuego divi
no, su cuerpo se deterioraba sensiblemente;
su corazon, no pudiendo ya sufrir tales ardo
res, parecia querer escaparse de su pecho, y
las carnes que lo rodeaban, con su color de
fuego, anunciaban el incendio del cual era el
foco. Entre otros tormentos que Dios le hizo
padecer, sosteniéndola con visitas angelicales,
experimentó los de san Lorenzo mártir, los de
san Bartolomé apóstol y algunos de los dolo
res que el Verbo encarnado padeció por nues
tro amor en el árbol de la cruz. Estos sufri
mientos fueron tan atroces, que si Dios, que
tenia gusto en ver su paciencia, no la hubiese
fortalecido con socorros sobrenaturales, y dis
trayéndola, y ocupándola con su operacion
interior, no habria podido sostenerlos. Ved
aquí en pocas palabras cuáles fueron los prin
cipales, y, se puede decir, los mas agradables
favores con los cuales quiso Dios ennoblecer
esta alma santa, para ofrecerá nuestra ad
-
-- 160 –
miracion el doble espectáculo de lo que Dios
hizo por ella y de lo que ella sufrió por Dios.

CAPÍTULO XIV.
Última enfermedad de Catalina.

Habia ya cerca de diez años que los raptos


de Catalina y las vivas afecciones de su amor
por Dios iban consumiendo las fuerzas de su
cuerpo, y de ahí venia el estado de abati
miento extraordinario en que poco á poco ha
bia caido. No habian descuidado los suyos de .
administrarle todos los remedios que se creían
propios para restablecer su salud, ó á lo me
nos para sostenerla; pero en balde. Los mé
dicos que la cuidaban, no comociendo la na
turaleza de su mal, no habian podido lograr
procurarle el menor alivio. Á los médicos su
cedieron los amigos que, viviendo con ella y
consultando la experiencia, la aliviaban cuan
to podian: pero todos sus cuidados mo sirvie
ron sino para retardar un poco la muerte. En
fin, cuatro meses antes de verificarse esta,
viéndola reducida á un estado completo de
desfallecimiento, reunieron en consulta á va
rios médicos, para conferenciar juntos sobre
-- 161 -
su estado, y buscar el medio de aliviarla efi
cazmente. Estos médicos se juntaron dos ve
ces, sometieron la enfermedad á todos los exá
menes imaginables, no descuidaron ninguna
observacion para descubrir la causa de su
mal; mas no habiendo podido percibir indi
cio alguno de enfermedad natural, resolvie
ron unánimemente que aquella enfermedad
tenia un principio divino; que en consecuen
cia los remedios humanos serian ineficaces, y
que siendo solo Dios el que podia curarla, era
necesario abandonarla á solo su poder sobe
rano. Este concepto de los médicos fue apro
bado por Catalina, que siempre habia hablado
de su estado de la misma manera.
Á la sazon, Juan Bautista Boerio, que ha
bia sido por mucho tiempo médico del rey de
Inglaterra, y muy célebre en su arte, acaba
ba de volverá su patria. Habiendo oido ha
blar de la virtud de Catalina á los médicos
que se habian ocupado de su enfermedad, en
términos, como que no fuese natural, dudó
de su santidad, porque no podia persuadirse
que una enfermedad sobrenatural fuese otra
cosa que una impostura. Lleno de esta idea,
se hizo introducir en su casa, y le dijo: «Es
11 XLVII.
«toy muy sorprendido, señora, que vos que
«gozais en esta ciudad de una tan alta repu
«tacion de virtud no temais escandalizará los
«hombres razonables, afirmando que la en
«fermedad que os aflige no es natural, y que
«los remedios de la medicina nada pueden
« con ella. Permitidme que os diga que á lo
«menos hay en vuestra conducta una apa
«riencia de hipocresía.»
«Siento, señor, respondió Catalina, que
«haya con mi enfermedad podido ser para
«nadie motivo de escándalo. Si se pudieseen
«contrar algun remedio para mi mal, me ser
«viria de él con mucho gusto; y si V., señor
«médico, tiene la esperanza de curarme, le
« prometo de ponerme á sus órdenes.» —- «Ya
«que quiere W. ser curada, replicó el médi
«dico, espero encontrar el medio de volveros
«la salud.» Después de haber observado aten
tamente la enfermedad, se fué á preparar va
rios medicamentos que él creia ser convenien
tes. Volvió en seguida y los ofreció á la en
ferma, quien, como mujer obediente, los em
pleó como él lo habia prescrito. Cuando se
acabaron, le trajo otros, y continuó sus ex
Pertencias durante largo tiempo, pero sin po
– 163 –
der obrar cambio alguno en su estado. Sin
embargo, después de cerca veinte dias de ten
tativas inútiles, le dijo ella: «Sin duda, se
«ñor, se persuadirá V. que fue puesto todo
«el cuidado posible en tomar los remedios de
«V., y V. ve con todo que no estoy mejor.
«Antes ya sabia yo que esto seria así; no obs
«tante he querido obedecerle, para alejar de
«V, y de los demás lo que llamaba V. escán
«dalo. Ahora que le debe ser evidente que
«estoy exenta de hipocresía, permítame W.
«olvidar mi cuerp0, y no ocuparme en ade
«lante mas que de mi alma. » ,
Dios permitió esta aventura, observa-e
P. Parpera en esta ocasion, para confundir
la confianza del médico, y poner en evidencia
el principio sobrenatural de aquella enferme
dad. No dejaron por esto de atormentarla con
vanos remèdios; y ella, por amor á la obe
diencia, tomaba todo lo que se le daba, aun
que supiese muy bien antes que todos aque
llos medicamentos no servirian sino para au
mentar sus sufrimientos; pero ella amaba mas
sufrir y morir, si era menester, que dejar de
practicar una virtud que amaba con ternura.
No obstante mientras hacia lo que se le pres
L 11 *
–- 1614 -
cribia, continuaba declarando que su mal no
era de la naturaleza de aquellos que el arte
puede curar con remedios; y en efecto, era
bien visible que aquella enfermedad era de
un órden superior al órden natural. Sus do
lores venian á ser mas vivos en los dias de
fiesta, especialmente en los de la Vírgen san
tísima, de los Apóstoles, y de los Mártires, y
mientras que la Iglesia celebraba su memoria
en sus templos, Dios hacia sentir á su sierva
los diversos tormentos que les habian quitado
la vida. .
Amas de esto, todo lo que se le hacia tomar
ya de alimentos, ya de bebidas, para sostener
sus fuerzas, le hacia mas mal que bien. Una
sola cosa la consolaba y la fórtificaba, la di
vina Eucaristía que recibia todos los dias con
un gozo incomparable y sin pena alguna. El
P. Parpera cuenta que un dia en que ella es
taba mas mala que de ordinario, habiendo
llegado la hora de su comunion, pidió con
una señal que fuesen á buscará su confesor ;
este, conociendo su deseo, pero creyéndola de
masiado débil para engullir la santa hostia,
vino á encontrarla, y le manifestó su inquie
ud; ella le hizo entender, con la alegría de
- 165 – ,
su cara, que podia estar sin cuidado en cuan
to á esto. Comulgó, pues, y apenas hubo re
cibido al divino Huésped se puso colorada co
mo un serafin, y dió todas las señales de una
alegría extraordinaria. Mucho mas fortaleci
da con aquel augusto Sacramento, recobró el
uso de la palabra, y dijo que apenas la hos
tia santa habia sido puesta en su lengua que
ella la sentia ya en su corazon. Muchas per
sonas piadosas acudian de muy léjos para ser
testigos del martirio que el amor divino hacia
sufrirá nuestra Santa; y puedo decir que no
era ésto sin fruto. ¡Cuán edificadas, en efec
to, no estaban, viendo de una parte sus in
tolerables padecimientos, y de otra su pacien
cia y su tranquilidad de espíritu! Á mas de
que por medio de sus discursos, y mas aun
con el fervor de su alma, los estimulaba pode
rosamente al desprecio del mundo, á huir el
pecado y á vivir en el santo temor de Dios;
de suerte que no pudiendo contener sus lágri
mas, se recomendaban con instanciaá sus ora
ciones, y nó la dejaban sino llenas de admi
racion y de asombro, persuadidas que habian
visto un ángel mas bien que una mujer. Bajo
este aspecto se ha pintado ella misma en su
- 166 -
Diálogo (parte I, cap. 21) quizás sin saber
lo ó por lo menos obligada á ello por la vo
luntad de Dios. «Cuando una alma, dice, ha
«brá llegado á este grado de perfeccion, yo
«ya no la llamaré criatura humana, pues que
«estando destruida en cierto modo en ella la
«humanidad, la veré toda transformada en
«Dios.» En otra parte añade (parte III, ca
pítulo MM): «Si tales personas, que son ra
«ras en el mundo, fuesen bien conocidas, se
«las adoraria sobre la tierra; mas Dios las
«oculta á la vista de los demás, y á sus pro
«pios ojos, hasta el dia de la muerte: en
«tonces levanta el velo, y la verdad se mani
«fiesta con todo su resplandor.»
Seria menester un volúmen entero para des
cribir las maravillas que el amor divino obró
en Catalina durante los cuatro meses últimos
de su vida. Le hacia sentirá veces dolores tan
atroces, que le parecia estar con el cuerpo en
las llamas del purgatorio. Este estado le ha
bia sido anunciado de antemano, como lo di
ce en su Diálogo (parte II, cap. 6) en estos
términos: «La experiencia te enseñará mejor
que el discurso la causa que me determina
Eá hacerte padecer este cruel tormento. Cuan
– 167 –
«do, pues, habré hecho de tu cuerpo un ver
«dadero purgatorio, sabrás que obro de esta
«suerte para aumentar tu gloria, y atraerte
«al cielo sin que sea necesaria otra purifica
«cion.» Otras veces la alegraba con visiones
celestiales, que le daban un gusto anticipado
de los placeres del paraíso, Pero su sumision
á Dios era tal, que ni estas consolaciones dis
minuian su amor por los padecimientos, ni
este amor podia apagar el deseo de volar bien
pronto al cielo, para unirse allí con su ama
do. Por aquel tiempo, Dios le hizo ver el es
tado de las almas del purgatorio, ó por segun
da vez, ó de otra manera que lo habia hecho
anteriormente. Le hizo ver tambien cuál de
be ser la pureza de una alma, al salir de esta
vida, para que sea admitida en la patria ce
lestial. Ella habia recibido luces sobre este
particular, como se puede ver en su Diálo
go (parte III, cap. 6) en donde habla así:
«Para conseguir la salvacion, no hay medio
«mas fácil y mas seguro, que procurarse el
«precioso vestido nupcial de la caridad. Da
«al alma tal confianza y le inspira tanta mag
«nanimidad, que, cuando llega la muerte,
— 168 —
a va ‘sin temor á presentarseal tribunal de
«Dios. El alma, al contrario, que no tiene
«esta preciosa caridad, es , hasta á sus pro
«pios ojos, tan vil y tan despreciable, que
«iria á ocultarse en la prision mas triste y
«mas horrible, como va en efecto , antes que
«presentarse delante de Dios. Este gran Dios
«siendo simple y puro , nada puede recibir en
«si que uo sea puro y simple; y como es un
u mar de amor en donde todos los Santos van
«á sumergirse para siempre, es imposible
«que se admita alli la menor imperfeccion.
«Por lo mismo, el alma despojada de la ca
« ridad, cuando se separa del cuerpo, antes
« se precipitaria en el infierno que presentar
«se delante de Dios que es la misma simpli
«cidad y la misma pureza.» Mis lectores com
prenderán que nuestra Santa no habla aqui
de aquella caridad que basta para hacer á una
alma justa, sino de la caridad en un grado
capaz de borrar hasta las mas pequeñas man
chas del pecado. _Á mas _de estas luces de que
acabamos de hablar, Dios hizo ver todavia a
su fiel servidora el amor en que el alma ha
bia sido creada, la excelencia de la eterna fe
- 169 -
licidad, y muchos otros divinos secretos que
solamente puede comprender aquel á quien
Dios se digna manifestárselos.

CAPÍTULO XV.

Continuacion de la enfermedad de Catalina y su


muerte.

El dia de la Asuncion de la santísima Vír


gen, del año 1510, Catalina, encontrándose
peor que de ordinario, pidió y recibió la Ex
tremauncion con toda la alegría de su espí
ritu. En seguida fue visitada por una multi
tud de Ángeles que se entretuvieron con ella
sobre las glorias del paraíso. El placer que
tuvo fue tan grande, que no pudiendo que
dar encerrado en su interior, se manifestó ex
teriormente con señales extraordinarias, que
llenaron á todos los asistentes de asombro y
de consuelo. Y aquella alegría no fue pasa
jera y fugitiva; duró siete dias sin interrup
cion alguna, de modo que los que estaban
presentes creyeron pasado el peligro y sucu
racion cierta. Pero, cuando hubieron pasado
aquellos dias dichosos, se conoció que aque
llas esperanzas que se habian concebido eran
— 170 —
ilusorias; en efecto, se apoderaron de ella unas
convulsiones tan violentas , que en pocos ins
tantes la condujeron alas puertas delsepul— ‘
cro. Esto sucedió en la noche del‘ 23 al 24 de
agosto , vigilia de la fiesta de san Bartolomé.
Dios permitió tambien que fuese tentada por
una vision horrible del demonio, que la puso
en un estado imposible de describir; no que
ella tuviese miedo alguno a este enemigo de
la salvacion; pero la repugnancia que habia
entre su alma abrasada del amor divino y el
estado deplorable de aquella desdichada cria
tura despejada de todo bien, le hacia su pro
sencin intolerable. No pudiendo, pues, sufrir
aquella vision abominable, se volvia de uno
a otro lado; hacia sobre su pecho la señal de
la cruz; e indicaba con señales a los asisten
tes , el deseo que tenia de que hiciesen lo mis
mo. Continuando la vision, hizo echar agua
bendita por su aposento y sobre su cama. En
tin, al cabo de una nicdia hora, el demonio
desapareció, y ella recobró su primera tran
quilidad. . ‘ ‘
Este estado de paz duró algunas horas, du
rante las cuales se apodoraron de ella los do
loros corporales; después recibió nuevamente
– 171 –
favores celestiales, que hicieron lugar bien
pronto á nuevos tormentos; por lo mismo tan
pronto estaba agitada, como en calma, aho
ra triste, ahora alegre, ya abatida ó ya ani
mada de un nuevo vigor. Los médicos y de
más personas que estaban presentes conside
raban con estupor todos estos cambios inex
plicables, y variabaná cada paso de parecer,
ya prometiéndose conservarla, ya temiendo
verla exhalar su alma. Experimentaron sobre
todo este combate de la esperanza contra el
temor, y del temor contra la esperanza, de
una manera terrible, el dia veinte y cinco de
agosto. Aquel dia estuvo largo tiempo desma
yada; se creyó que iba á morir; pero de re
pente recobrando sus fuerzas, pidió que se
abriesen las ventanas, á fin de poder contem
plar el cielo, y entonó el himno Weni, Crea
tor, que continuó cantando todo entero con
los asistentes. Cuando este canto fue conclui
do, todas las personas presentes observaron
con admiracion su cara alegre y radiante, y la
oyeron proferir estas palabras: «Vámonos!...
«no queremos mas tierra! no queremos mas
«tierra!» En seguida quedó como muerta.
Los presentes, considerándola atentamente
– 172 –
para ver si había exhalado el espíritu, cono
cieron que vivia aun, y creyeron observar que
veia ú oía alguna grande cosa. Cuando hubo
recobrado sus sentidos, le preguntaron qué
era lo que acababa de ver: «De un principio
«respondió, que no podia decirlo.» En segui
da añadió: «He visto cosas muy agradables,
«pero enteramente inefables.»
Dos días después tuvo otra vision que ella
manifestó. Siempre habia deseado purificar
su alma de toda aficion carnal y espiritual.
Dios, pues, se la hizo ver en este dichoso es
tado, y dióá los que la rodeaban el medio de
convencerse de ello de un modo indudable.
Comenzó por declarar que no queria á su lado
mas que las personas que le eran absoluta
mente necesarias. En seguida exigió que en
tre ellas no se tuviesen mas que conversacio
mes edificantes. En fin, manifestó hácia sus
mayores amigos una indiferencia á la que no
estaban acostumbrados, y que les infundiados
sentimientos, el respeto y el temor. Mas fácil
es referir que comprender los progresos asom
brosos del divino amor en aquella alma pu
rificada con aquellas visiones ya deliciosas, ya
puntosas; pues el espíritu humano no esca
— 173 —
paz de comprender las secretas operaciones
de Dios. Se la vió inmóvil durante muchas
horas, el rostro y los labios de un color que
no era natural; pues no solamente eran en
carnados sino de un color resplandeciente. Su
cuerpo se ponia á veces tan ardiente que se
veian‘ salir llamas. En efecto, el fuego que la
consumia interiormente era tan activo, que
cuando se le presentaba un vaso de agua fria
para refrescar sus manos, se lo volvian tan
caliente como si hubiese estado algun tiempo
en el fuego. _
No fueron estas solamente las maravillas
que procedieron a su muerte. Algun tiempo
antes de caer enferma habia predicho a Ar
gentina que la enfermedad de que habia de
morir no seria natural, y que antes de su
muerte recibirla la impresion de las llagas de
su Salvador. Esto es lo que vieron realizarse
en el tiempo de qp hablamos. En efecto, el
3 de setiembre, durante una crisis mas vio
.lenta que las acostumbradas , se la vió exten
der los brazos y dar las señales de un dolor
extraordinario: lo que hizo comprender á los
que la veian que Jesús imprimia en su cuer
po sus nobles y divinas llagas. Es verdad que
– 1714 –
no aparecieron por defuera; pero esta im
presion, por haber sido invisible, no fue me
nos real, Tenemos de ello un ejemplo en el
grande Apóstol, que declaraba llevar en su
carne las llagas de su Salvador, y no obstante
nadie las veia. Por lo demás, que Dios haya
concedido á su sierva el mismo favor, lo in
ferimos, no solamente de la postura y seña—
les del dolor inexplicable de que acabamos de
hablar, sino tambien de las palabras que pro
nunció en aquella circunstancia.
«Bienvenida sea esta pena, exclamó, y
«cualquiera otra que pueda sobrevenirme de
«la amable voluntad de mi Dios. Hé aquí que
«hace cerca de treinta y seis años, ¡ómi dul
«ce Amor" que me habeis iluminado. Desde
«entonces jamás he cesado de desear los su
«frimientos tanto exteriores como interiores;
«y como los deseaba, cuando me los habeis
«enviado, siempre me ha parecido que nada
«sufría. Aquellos que veían mismales exte
criores, los jugaban muy grandes; pero yo
por una disposicion admirable de vuestra
bondad, no encontraba en ellos mas que
suavidad y delicias inefables. Hoy siento el
fuerte dolor. Lo siento en el cuerpo y
– 175 –
«en el alma. Hasta el punto que mo pienso
«que cuerpo alguno humano pudiese sufrir
«un tormento igual sin sucumbir en él. Diré
«mas: habria para aniquilar con su violen
acia un cuerpo de hierro ó de diamante. No
«obstante aun vivo. ¡Ah! así se ve bien que
«Vosgobernais y disponeis todas las cosas,
«porque no quereis que yo muera en este mo
«mento. Vedaquí otra maravilla. Aunque su
«fro en mi débil carne, sin alivio alguno, los
«tormentos mas insoportables; con todo, me
«siento tan fuerte interiormente, que no pue
«do decir que sufra. Mas bien me parece que
«siento un gusto tan dulce y agradable que
«no puedo comprenderlo ni expresarlo.»
¿Cómo podia decir esta Santa que no sabia
lo que era sufrir entre tantos padecimientos?
Es que á causa de superfecta transformacion
en Dios, todo sus dolores, en lugar de ser
contrarios á su voluntad, le eran conformes.
Además, los recibia como transmitidos por su.
amor; de modo que estando mezclados con él,
le causaban una satisfaccion deliciosa. Ella
misma ha dicho en su Diálogo (parte II,
cap. 4) hablando del amor unitivo: «Una al
«ma en este estado no teme ni las adversida
.— 176 —
«des,.ni las persecuciones, ni el martirio, ni
«el infierno, porque este amor todo lo hace
«tolerable.» En su tratado del Purgatorio,
añade (cap. 4): «semejantes almas no pue
«den decir que las penas que padecen sean pe
«nas , tan conformes están con la voluntad de
«Dios con la cual están unidas por la caridad
«pura.» — «Sufren con gusto sus tormentos,
«dice tambien (cap. 46), y les parece que
«Dios, haciéndoles sufrir de esta suerte, usa
«de una gran misericordia con ellas. u) Siendo ‘
asi que en el capitulo 17 de la misma obra
asegura que el estado de las almas del pur
gatorio es el estado en que ella se hallaba.
Habia algunos dias que Dios le habia sus
traido todas sus consolaciones , excepto las que
encontraba en la santa comunion , cuando
el 7 de setiembre, entre muchos objetos de
alegria le hizo ver una larga escalera de fue
go que se levantaba de la tierra al cielo , y la
convidó á subir por ella. Esta vision duró unas
cuatro horas, y abrasó de tal modo su cora
zon y su cuerpo , que se imaginó que toda la
tierra estaba ardiendo, y para cerciorarse de
ello pidió que se abriesenlas ventanas de su
cuarto.
Estando en esta situacion, las personas que
la rodeaban, deseando de todos modos con
servarle la vida, la obligaban de tiempo en
tiempo á tomar algo para sostener sus fuer
zas; mas esto solo servia para ejercitar su obe
diencia; pues, en cuanto á su cuerpo, ella
sabia muy bien que no le aprovecharia. Aque
los fieles amigos, después de haber agotado
inútilmente todos los medios para aliviarla,
reunieron en consulta diez médicos para ver
si todavía encontrarian en su arte algun re
medio eficaz. Todos eran hombres hábiles, é
hicieron todos los esfuerzos posibles para des
truir el mal; pero en vano. Se vieron obliga
dos á confesar, á su vez, que aquella enfer
medad de ningun modo era natural.
Pero el designio que Dios habia formado
desde la eternidad, de hacer de Catalina un
modelo de amor y de paciencia, estaba ya
cumplido. Solo faltaba que se acabase su vi
da, y el momento no estaba lejano, puesto
que el fuego que sentia interiormente la con
sumia. El 14 de setiembre tuvo un vómito
de sangre, y esta sangre abrasada, puesta
en un vaso de cobre, lo penetró de tal mane
ra, que las manchas que en él hizo queda
— 178 –
ron sin poderse borrar. Una lámpara, antes
de apagarse se reanima un instante y arroja
una fugaz bien que brillante claridad. Lo mis
mo sucedió en Catalina. Después de aquella
última crísis, que debía quitarle la vida, se
reanimó de un modo sorprendente, y duran
te muchas horas, edificóá todos con discur
sos mas encendidos que nunca del bello fuego
de la caridad. Hácia media noche, le pregun
taron si deseaba comulgar como de ordina
rio; en aquel momento estaba absorta en una
muy alta contemplacion. Sin embargo, oyó
la pregunta que se le hizo; y, no pudiendo
responder, mostró el cielo con el dedo; que
riendo sin duda dará conocer que iba á par
tir para el convite celestial. De repente sin
semblante tomó una serenidad extraordina
ría. Se la oyó modular, con una voz suave,
estas palabras de su Salvador: «Señor, os
«entrego mi alma en vuestras manos;» y
exhaló el último suspiro, sobre la sexta ho
ra, la noche del domingo 15 de setiembre del
año 1810, á los sesenta y tres años, cinco
meses y diez días de su edad.
- 179 –

CAPÍTULO XVI.
Dios manifiesta la gloria de Catalina de varios modos y
á varias personas. Su sepultura.

En el momento en que Catalina acababa de


dormirse tan dichosamente en el Señor, una
de sus hijas espirituales, que estaba presente,
vió su bella alma salir de su cuerpo y elevar
se rápidamente hácia el cielo. Alegre con esta
vision, y toda inundada de luz celestial, pro
firió primeramente palabras llenas de fuego
sobre el amor divino. En seguida dijo á las
personas que la rodeaban: «¡Oh! ¡cuán estre
«cho es el camino por donde se ha de pasar
«para llegar sin obstáculos á la patria celes
«tial!» Después de estas cortas palabras, tu
vo un éxtasis que duró el resto de la noche y
que la hizo sufrir mucho, porque, como lo
declaró después, se vió ella misma conducida
á aquel camino que le parecia tan estrecho
y tan difícil, que no sabia de qué lado vol
verse. Tambien vió los tormentos destinados
á las almas que no están suficientemente pu
rificadas al salir de su cuerpo, y aquel espec
táculo la llenó de terror.
-- 180 -
Una poseida del demonio fue atormentada
de una manera horrible én el momento en que
Catalina dejaba la tierra; y el maligno espí
ritu, que la poseia, fue precisado á confesar
que habia visto su alma unirse con Dios, y
que esta vista le habia causado un tormento
intolerable.
Un médico que la apreciaba mucho, ha–
biéndose dispertado por la noche, oyó una
voz que le decia: «A Dios, ahora parto para
«el cielo.» Con esto le vino el pensamiento
que Catalina había muerto, y hasta lo dijo á
su mujer; y al dia siguiente supo, en efecto,
que en aquella misma hora Catalina había
entregado su espíritu á Dios.
En aquella misma noche, Héctor Vernac
cia, uno de los hijos espirituales de Catalina,
estando en oracion, la vió sobre una nube
blanca que la llevaba al cielo. Como era un
hombre espiritual y enteramente dedicado á
nuestra Santa, esta vision le llenó de una con
solacion tan grande y le causó una alegría
tal, que estaba como fuera de sí. A la sazon
se encontraba fuera de Génova, y en un lu
gar bastante léjos. No obstante, no dudó mas
º su muerte que si la hubiese visto morir con
Sus propios ojos. Una peligiosa, que se cree
era su hermana, Tomasa Fisci, la viá, du
rante su sueño, vestida de una ropa larga y
ceñida por la cintura. Al mismo tiempo le fue
revelada su union con Dios, y dijo á su comr
pañera: Acabo de ver como se subia al cielo
el alma de Catalina, Cuando se hizo de dia se
-
informó, y sup0 con gran alegría que no se
habia engañado.
En el momento en que Catalina espiraba,
otra religiosa, que entonces estaba en éxta
sis, la vió tan bella, tan alegre y colmada de
tales delicias, que se creyó transportada al
paraíso. Catalina la llamó por su nombre, le
dió yarios avisos saludables, la animó á su
frir con paciencia, y por el amor de Dios, las
penas de la vida; y después desapareció. Esta
religiosa, que no faltó en seguir los consejos
de la Santa, decia"después que la memoria
de aquella vision, de la cual se acordaba á
menudo, la llenaba cada vez del mas dulce
consuelo. Confesaba tambien que la devocion
que habia tenido siempre por aquella alma
santa, se habia aumentadosingularmente des
pués de su muerte,
- Cataneo Márabotto, confesor de la sierva
— 182 -
de Dios, conocia mejor que nadie sus titulos
para la gloria eterna ; por esto en ningun mo
do dudaba de su dicha. No obstante, a ejem
plo de san Agustin que ofreció por su madre
la victima celestial, quiso celebrar la misa por
este Ángel, que asi podia llamarse por sus
virtudes. Le vino primeramente el pensamien
to de. decir la de difuntos; pero no lo hizo, no
sé por qué repugnancia secreta, y se sintió,
al contrario, inclinado a escoger la misa del
dia, que era la de muchos mártires.‘ Esta re
lacion es del P. Parpera. El historiador mas
antiguo refiere esto de un modo un poco di
ferente. «El confesor de la Santa, dice, no
«tuvo conocimiento alguno del estado de Ca
« talina , ni durante la noche, ni en todo el dia
«siguiente. El segundo dia, habiendo dicho la
«misa de difuntos, no pudo jamás rogar por
«ella , solamente por los difuntos en general.
«El tercer dia tuvo que decir la misa del co
« mun de muchos mártires, prescrita en aquel
a dia , y Dios permitió que al comenzaria no le
«vino a la memoria Catalina, se entiende para
«encomendarla a Dios por el descanso de su
«alma. » Sea lo que fuere de estas dos versio
nes que, por otra parte, concuerdan con lo que
— 183 –
vamos á decir, todas las palabras de aquella
misa le recordaron vivamente la memoria de
su hija en Jesucristo. El intróito empezaba
con estas palabras: «La salvacion de los jus
«tos es obra del Señor.» En seguida leyó es
tas al principio de la Epístola: «Las almas de
«los justos están en las manos de Dios.» No
fue menester mas para quedar herido su co
razon de la mas tierna devocion. Acordándose
desde luego del largo y cruel martirio de Ca
talina, Sus lágrimas corrieron con tal abun
dancia, que no podia continuar el sacrificio
comenzado. Todos los asistentes, que eran
amigos de Catalina, adivinando la causa del
dolor del Padre, mezclaron con él sus lágri
mas y acabaron de turbarle con sus sollozos.
No obstante, concluyó como pudo el santo sa
crificio. Salido de la iglesia le fue preciso dar
libre curso á sus lágrimas por espacio de me
dia hora; después de lo que recobró poco á
poco su serenidad. Después de este momento
el pensamiento del martirio de Catalina, aun
que siempre presente á su espíritu, no le cau
só ya ninguna pena.
Tan pronto como se hubo esparcido por la
ciudad el rumor de esta muerte, se vieron los
- 184 -
habitantes, eclesiásticos y seglares, nobles y
plebeyos, de toda edad, de todo sexo, dar
Señales ciertas del profundo dolor que les cau
Saha tan gran pérdida. Acudieron en tropel
á la iglesia del hospital, para venerar el san
to cuerpo que estaba allí expuesto, Entonces
empezaron á obrarse en gran número las Cu
raciones; y, entre los asistentes, no hubo nin
8uno que, á la vista de aquel santo cuerpo,
y testigo de los prodigios que obraba, no se
sintiese movido á compuncion, y disgustado
de todo lo que se llama pompas del mundo.
Todos creían oirla como del fondo de su ataud
los convidaba á entrar valerosamente en el
camino del cielo. De modo que no tardó en
observarse en la ciudad conversiones admira
los principalmente entre las señoras nobles,
* que dejando las vanidades del siglo, pu
sieron todos sus cuidados en el gran negocio
de su eterna salvacion.
El lector se acordará sin duda que Catali
ma, muchos meses antes de su muerte, sin
iéndose abrasada del fuego de un ardor ex
9ºmo, había pedido que se abriese su cuer
Pº después de su muerte, diciendo que se en
ºaria su corazon todo consumido por el
- 185 -
amor queria decir, sin duda, segun el pene
samiento de Thaunero, uno de sus historiado
res, que se encontraria en su corazon alguna
señal visible, y algun indicio manifiesto de su
ardiente amor; como se refiere de san Igna
cio, de la bienaventurada Clara de Monte
Falco, y de muchos otros. Sin embargo, esta
abertura no tuvo lugar por respeto á tan san
to cuerpo, y sus antiguos historiadores dan
de ello la razon siguiente: No pareció conve
niente, dicen, someterá la autopsia un cuer
po que, permaneciendo blando y flexible, pa
recia vivir aun, y conservaba todas las señales
de la continuacion de los favores del cielo. No
se pensó, pues, en otra cosa que en darle se
pultura; pero dos testamentos que habia he
cho la Santa, y en que manifestaba su volun
tad con respecto á esto, embarazaron algun
tanto. En el primero, habia declarado querer
que su cuerpo fuese depositado en la iglesia
de la Anmnciacion, servida por los frailes me
nores de la Observancia; en el segundo, he
cho en 18 marzo del año 1509, habia elegido
su sepultura en la iglesia de San Nicolás de
Boscheto. Estando estas dos iglesias fuera de
la ciudad, se veia bien que aquellas disposi
– 186 –
ciones habian sido dictadas por el deseo de
escapar de los honores que se le quisiesen ha
cer y que repugnaban á su humildad. Esto
era, pues, una razon suficiente pará no creer
se obligados á dar un cumplimiento exacto á
su voluntad. Entre tanto se dudaba sobre esto,
vino á terminar la dificultad la llegada de los
nobles protectores del hospital, pues presen
taron un codicilo que le habían hecho escribir
en su presencia el 12 de setiembre, en el cual
se decia que dejaba la eleccion de su sepultu
ra á la voluntad del rector del hospital y de
su confesor. En consecuencia, estos determi
naron que seria sepultada en la iglesia de
aquel hospital mayor; lo que en efecto tuvo
lugar, sin que se sepa precisamente en qué
dia se hizo la ceremonia de su sepultura.
El cuerpo santo, encerrado en un ataud de
madera, fue bajado en un hoyo hecho cerca
de una pared, debajo de la cual habia un
acueducto que no se habia observado. Es ver,
dad, que en la intencion de los protectores,
aquella sepultura solo era provisional. No obs
tante, aquel Santo cuerpo permaneció allí diez
y ocho meses enteros. Dios lo permitió así pa
º 8oria de su sierva, como se verá bien pron
– 187 –
to. Durante este tiempo los protectores, con
la ayuda de las limosnas de las almas piado
Sas, hicieron construir un sepulcro de már
mol, adornado con pinturas, y cuando estuvo
todo dispuesto, abrieron el hoyo que encer
raba el precioso depósito. Habiendo sacado
de allí el féretro, advirtieron que habia sufrido
mucho por la humedad, y que los gusanos
hacian de él su alimento. Esto empezóá cau
sar inquietudes sobre la integridad del santo
%%%
se vieron los gusanos que habian penetrado
en él, y redoblaron las zozobras: observaron
en seguida que los vestidos que la cubrian
eran podridos y caianá pedazos; nuevo mo
tivo de angustia. El dolor se pintaba ya en
todos los semblantes, cuando se consolaron
bien pronto; pues el precioso cuerpo estaba
en un estado perfecto de conservacion; ni la
humedad lo habia alterado, ni los gusanos lo
habian roido. No solo estaban las carnes sin
corromperse, sino que la piel era hermosa,
colorada en la region del corazon, y en lo
demás como de color de llamas. En fin, era
evidente, como todos lo confesaron, que aque
lla conservacion era obra de Dios. Fue tan
- 188 –
grande la afluencia alrededor del Guerpo San
to, que fue menester dejarlo expuesto durante
qcho días para satisfacer la devoción pública.
Durante aquel tiempo la iglesia no se desocu
pó desde la mañana hasta la noche, y entre
la multitud no se oían mas que acentos de
admiracion á vista de una conservacion tan
milagrosa. Lastelas que cubrian el Santo cuer
p0 no bastaron para satisfacer el fervor de la
devocion. No faltó quien arrancófurtivamen=
te una de sus uñas, y éste atrevimiento no
hubiera dejado de ser imitado, si no se hu=
biese tomado la precaucion de poner en se
guridad aquel precioso tesoro. Lo colocaron,
pues, en una capilla que, dejándole expuesto
á la vista de los que iban ávisitarla, quedaba
defendido por una Teja; y Dios continuó en
manifestar el poder de las oraciones de su
sierva, multiplicando los prodigios á favor de
los que acudian á su intercesion.

CAPÍTULO XVII.
Diversas traslaciones del santo cuerpo de Catalina, sus
milagros y su canonizacion.

Cuando hubieron pasado los ocho dias con


cedidos á la devocion pública, encerraron el
– 189 –
santo cuerpo en el sepulcro de mármol que
los protectores le habian hecho erigir bastan
te cerca del altar mayor. Este lugar había
sido escogido únicamente por honorá la San
ta, sin atenderá la decencia del santuario y
á lá comodidad del culto divino, como no se
tardóén reconocer. Habiendo D. Catameo he
cho imprimir la vida de la Santa y sus obras
admirables, y habiendo sido estos libros muy
pronto traducidos en varias lenguas, lleva
ron estos á lo léjos el conocimiento de su ad
mirable doctrina y de su eminente santidad.
Entonces se vió acudir de todas partes á una
multitud de extranjeros, y su afluencia con
tinua al rededor del sepulcro se hacia de dia
en dia mas incómoda. Se vieron, pues, obli
gados á transportar el sepulcro á una parte
baja de la iglesia, donde permaneció hasta el
año de 1593. En esta época, los protectores,
jugando que aquella preciosa reliquia estaba
demasiado humildemente colocada, le hicie
ron construir un sepulcro nuevo, en otro lu
gar mas decente; y, cuando se trató de tras
ladar allí el santo cuerpo, tuvieron el con
suelo de encontrarlo en un estado de incor
ruptibilidad perfecta. En 1642, cayéndose de
–- 190 –
puro viejo aquel antiguo sepulcro, que no era
mas que de madera, mandaron los protecto
res hacer otra caja de una forma mas elegan
te y hermoseada con relieves dorados, en
donde se trasladó el santo cuerpo conservado
como siempre en su integridad milagrosa.
En 1692 fue sacado, con permiso de la sagra
da Congregacion de Ritos, de aquella caja de
madera, y depuesto en una arca de plata, con
cristales, á fin de que fuese visible á todos.
En fin, en 1708, cayéndose á pedazos los ves
tidos que lo cubrian, se los sacaron, con per
miso del Papa Clemente XI, el 23 de agosto.
Se la despojó de sus vestidos viejos, que fue
ron reemplazados por otros mas decentes, y
el cuerpo santo fue puesto otra vez en su re
licario, en donde descansa hoy dia, sin señal
alguna de corrupcion. He dicho todo esto de
antemano, y sin atender al órden de los tiem
pos, por no volver otra vez sobre el mismo
asunto.
Apenas se habian pasado diez y ocho me
ses después de la muerte de Catalina, cuando
el Papa Julio II, que era su compatricio, por
haber nacido en Savona, ciudad del Estado
de Génova, la puso (virae vocis oraculo),
– 191 —
en el catálogo de los bienaventurados. Cien
años después, es decir, en 1630, el arzobis
po de Génova mandó hacer, por su autori
dad, el primer proceso, en el cual se refieren
y se dan las pruebas de todos los sucesos prin
cipales de su vida, de la incorrupcion de su
cuerpo, y de muchos milagros que acababan
de hacerse; y este proceso fue enviado á la
Congregacion de Ritos. En 1636, el Papa Ur
bano VIII hizo despachar una comision en
forma para informar sobre las virtudes y mi
lagros de la Santa en general. Esta causa
quedó pendiente hasta el año de 1670, en que
se emprendió ótra vez por órden del Papa
Clemente X, y en 1675, salió un decreto de
la sagrada Congregacion, aprobando todo lo
que se habia hecho anteriormente. Este de
creto fue dado en 30 de marzo, y fue confir
mado el 6 de abril del mismo año, por el jui
cio infalible del mismo Papa. En 1676, la sa
grada Congregacion ordenó la revision de los
escritos de la Santa, y fueron estos aproba
dos bajo el pontificado de Inocencio XI, el 14
de junio del mismo año..
Esta aprobacion basta sin duda para inspi
rar confianza en la doctrina de Catalina. Sin
- 1902 –-
embargo, séame permitido producir aquí en
su favor algunos testimonios ilustres. -
El consultor de la Congregacion de Ritos,
que estuvo encargado de examinar las obras
de Catalina, dió cuenta de ellas, en estos tér
minos, al cardenal Arzolin: «He leido y exa
«minado con toda la atencion posible los dos
«Tratados de la venerable Catalina, el unoso
«bre el purgatorio, el otro titulado: Diálogo
«entre el alma y el cuerpo; y declaro no haber
«encontrado en ellos nada que sea contrario
«á la sana doctrina ni á las reglas de las cos
«tumbres. Es verdad que de vez en cuando
«se encuentran algunas cosas oscuras y que
«chocarian, entendidas segun el lenguaje co
«mun; pero se encuentran otras semejantes
«en san Agustin, en los escritos de Santa Brí
«gida, de santa Teresa y de otros contem
« plativos divinamente iluminados. Esto nada
« mas prueba sino la profundidad de una doc
«trina enteramente seráfica, á la cual se jun
«ta la ignorancia y la falta de experiencia del
«lector. Añado que nada hay en estos escri
«tos que pueda impedir ó retardar la decla
«racion definitiva de su santidad. Declaro,
"en fin, que la doctrina que ellos encierram,
- 193 –
«habiéndole sido evidentemente dictada por
«el Espíritu Santo, y tocando dichosamente
«el supremo grado de la vida únitiva y del
«amor heróico, bastaria, en defecto de otras
«pruebas, para establecer incontestablemen
«te su santidad.»
Monseñor Hardouin de Perefixe, arzobispo
de Paris, en un aviso al lector, al principio
del libro que tiene por título: De la piedad
de los cristianos para con los muertos, habla
de nuestra Santa del modo que sigue: «Es
«raro que el Espíritu de Dios comunique sus
«luces con tanta abundancia como lo hace á
«esta alma tan pura y tan abrasada de amor.
«Por esto su Tratado del purgatorio es un mo
«numento admirable de la solicitud de Dios
«en el gobierno de su Iglesia. Habiendo pre
«visto el desencadenamiento de la herejía de
«Lutero y de Calvino contra esta doctrina del
«purgatorio y de los sufragios por los difun
«tos, escogió entre todos los mortales,á es
«ta mujer dotada de una virtud y de una san
«tidad extraordinarias, para defender aque
«lla verdad de fe, é instruir en ella á los ca
«tólicos, y por esto la inició en lo que tiene
«de mas sublime y misterioso. El método que
- 1914 -
«ha seguido en este escrito, es tan digno de
«la majestad de Dios y de la grandeza de
«nuestra Religion, que los que leerán aquel
«tratado, no podrán dejar de admirar su san
«ta providencia que se complace en esconder
«sus secretos á los sabios y á los prudentes
«del siglo, y los manifiesta á los humildes y
«pequeños.» Acaba diciendo que la doctrina
de nuestra Santa sobre el purgatorio es en to
do conforme á la del gran San Bernardo; y, se
para probarlo, hace su comparacion.
San Francisco de Sales era de parecer que
el pensamiento del purgatorio es mas conso
lador que espantoso (Espíritu de San Fran
cisco de Sales, parte XVI, cap. 9) : «La ma
«yor parte de aquellos, decia, que lo temen
«tanto deben este temor al amor de sí mis
«mos, esto es, al deseo de sus propios intere
«ses. Puede venir tambien de que los predi
«cadores, que hablan de aquel lugar de pu
, orificacion, insisten demasiado en las penas
«que allí se padecen, y muy poco en los con
«suelos que allí se sienten.»
Santa Catalina ha tomado un camino en
... teramente opuesto. Ha dicho poca cosa sobre
los tormentos del purgatorio; pero ha hecho
— 1935 –
resaltar perfectamente los consuelos, las ale
grías, la felicidad que allí se goza: por esto
san Francisco de Sales recomendaba mucho la
lectura del Tratado de nuestra Santa sobre es
te asunto. «Por su consejo, decia el obispo de
«Belley, lo he leido varias veces, siempre con
«nuevo gusto y nuevas luces; y confieso que
«en esta materia, nada he visto jamás que me
«haya satisfecho tanto. He convidado á mu
«chos protestantes á ler esta obrita, y han
«quedado muy contentos. Uno de ellos, muy
«sabio, me declaró que le habia conmovido
«mas que todas las controversias que habia
«tenido sobre este punto.»
A estos testimonios de los obispos, juntaré
los tan respetables de los cuatro cardenales
Roberto Belarmino, Pedro de Berulle, Fede
rico Borromeo y Juan Bona. Belarmino de
cia que los genoveses debian proseguir la ca
nonizacion de Catalina, y hacerle edificar un
templo magnífico. Cita su Tratado del purga
torio en el prefacio del Arte de bien morir, y
remite á ella á sus lectores. German Habert,
autor de la vida del cardenal de Berulle, di
ce que este no cesaba de recomendar la de
vocion á santa Catalima de Génova; que "
— 196 —‘—
vaba constantemente‘ consigo su imagen‘, y
que nose causaba de admirar la perfeccion
de su amor a Dios. Vuelvo á mi asunto.
‘Entre los numerosos milagros con los cua
les Dios quiso glorificar ‘á su sierva , no cita
ré mas que los tres que fueron aprobados en
ei proceso, y quecita‘ el Papa Clemente XII
en la bula de su canonizacionwfluatro médi
COSÏlICSIÍglIaPOD que Maria lllagdalcna-ltizzi,
afligida de una enfermedad incurable‘, habla
sido cnrada súbitamente, hasta gozar de una
salud perfecta , y hiagdalena declaró que lo
debia a la venerable Catalina, no habiendo
implorado el socorro de ningun otro Santo.
En‘cuanto al modo dc obrarse esta curacion
ved aqui la reseña que ella misma hizo: ‘
«Estaba enferma en el conservatorio de
«Santa Maria, en el hospital mayor; y , sa
«biendo bien que mi enfermedad era incura
«ble , me resignaba á mi suerte, cuando vi
« nieron á decirme que una mujer, á quien se
« le habia de hacer la operacion de un cáncer
«al dia siguiente , acaba de ser curada de re
« pente por laintercesion dela venerable Ca
a talina: Habiendo venido otra mujer; por sus
«ruegos y exhortaciones, fue decidi á impl0—
— 197 —-
«rarebsocorro deesta.sierva‘de Dios. Des
« puésdehaberle dirigido mi súplica con tan
«to fervor como confianza, me dormi, pero
«con un sueño tan lig_ero, que el menor rui
o do hubiera bastado para dispertarme. Du
«rante aquel sueño , vi cerca de mi cama a
« la venerable Catalina, a quien conoci por_
«lo que separecia a la imagen que hay en
«la capilla en donde descansa su santo cuera
« po.‘ Entonces tomé su mano , que era blan
qda , flexibley suave ,‘ y la coloque en mi cos
«tado izquierdo, en donde padecia vivos‘do
«lotes. Apenas su mano lo habia tocado, que
« me senti repentinamente curada.» ‘ _
Otro milagro, que habia hecho gran ruido
en la ciudadde Génova‘, era la curacion de
una ‘señora noble, llamada Maria Francisca
Javier de Gentilibus. Vivia‘, hacia trece años,
oprimida de muchos y muy graves males, co—
mo el escorbuto , el asma, y unas contraccio
nes nerviosas que le impedian el andar. Ani
mada por la fama de los milagros de Catalina,
tomó el partido de dejar los remedios inútiles
delos médicos, y de poner su curacion en las
manos de aquella alma santa, con la firme con
fianza , que si ellapudiese visitar ‘su sepulcro,
– 198 –
seria infaliblemente curada. En consecuencia,
el 23 de marzo del año 1734, se hizo llevar,
contra la voluntad del médico y de los criados,
cerca del cuerpo santo, comulgó allí, y, vuelta
á su casa, se sintió perfectamente curada. Este
hecho fue atestiguado por ocho testigos ocu

No fue menos maravillosa la curacion de


Blanca Semina : habiendo caido, desde su
mas tierna infancia, de una escalera abajo, se
le dislocaron las dos caderas. La llevaron al
hospital, en donde, durante veinte y cinco
años, se le aplicaron inútilmente todos los re- -
medios imaginables. Al cabo de este largo
tiempo, para colmo de sus males, fue ataca
da de una parálisis que no le permitió mas ni
caminar ni trabajar. Habiendo oido hablar de
los milagros de Catalina, puso su confianza
en el poder de la Santa; se hizo llevar á su
sepulcro, y se volvió por sus piés enteramen
te curada de sus enfermedades. Esta nueva
maravillá fue atestiguada por ocho testigos,
dignos de toda confianza, en cuya presencia
se había obrado el milagro.
Luego que el proceso hubo probado incon
testablemente el heroismo de las virtudes de
-– 190 –
Catalina, y la verdad de sus m
berano Pontífice Clemente XML no apro,
do con su infalible autoridad, el 3 de abril
- de 1737. El 30 del mismo mes, apareció la ,
bula de canonizacion, cuya Veremonia fuvo:
lugar el 15 de junio, y con ella fueron canos:
nizados san Vicente de Paul, san Juan-Fran
cisco Regis y santa Juliana de Falconeris.
Al concluir, dirijamosá aquella alma biena
venturada la oracion que le dirige la Iglesia en
el rezo que ha aprobado y publicado en su ho
nor: «Ó Dios, que encendísteis el fuego del
«divino amor en el corazon de la bienaven
«turada Catalina , mientras estaba contem
«plando la pasion de vuestro Hijo; os roga
« mos, por su intercesion , que encendais en
«nuestros corazones aquella misma llama de
«la caridad, y nos hagais participantes de la
«pasion de este mismo Hijo vuestro que con
«Wos vive y reina por todos los siglos de los
«siglos. Así sea.

FIN.
THATApo

DEL PURGATORI0,

SANTA CATALIMA DEGEMOVA.

".

El fuego del divino amor, que ha encendido


la gracia en mi corazon, me hace entender,
Segun me parece, la naturaleza del purgatorio
y la manera con que las almas son allí ator
mentadas. El efecto de este fuego de amor es
borrar las imperfecciones y manchas de mi
alma, á fin de que al salir de esta vida, ha
llándome enteramente purificada, se digne mi
Dios admitirme á su presencia. Yved ahí tam
bien lo que hace el fuego del purgatorio en
las almas que han dejado la tierra, sin estar
enteramente purificadas; devora el orin y las
manchas del pecado que las desfiguran,á fin
de darles aquella pureza que les abre en se
guida las puertas del paraíso.
_ s9 g __
En este horno de amor, en que estoy su
mergida, permbüezeo continuamente unida
con mi amado, y me conformo de buen gra
do mu‘ lo que le‘ place obrar en mi alma; pues
tal es precisamente el estado de las almas que
está purificando Dios en la otra vida. Segun
veo, aquellasalmas cautivos en las prisiones
del purgatorio ,‘ no pueden desear otra habi
tacion que. la prision en. que ‘Dios las ha jus
tamente encerrado. Ellas reflexionando sobre
si mismas no pueden discurrirási: «Tales y
«tales otros pecados que hemos cometido , nos
«han conducido a este lugar de penas. ¡Ah!
« ojala que nos hubiésemos abstenido de ellos;
«ahora gozariamos de las alegrias de la pa
«tria celestial.» Mucho‘ menosaun pueden
afligirse y quejarse, cuando son testigos dela
libertad de algunas de sus compañeras , y la
razon de todo esto es, porque no conservan
recuerdo alguno ni en bien ni en mal, ya con
respecto á si mismas, ya con respecto a las
demás, que pueda agravar las penas á que
están condenadas.
La santa voluntad de Dios que dispone de
ellas, segun su beneplácito, les es tan agra
dable, que en medio de sus tormentos no pue
— 203 –
den ser sensibles á lo que las concierne; ho
ven otra cosa que la divina bondad que se sa
tisface en todo lo que obra con respecto á
ellas; no están ocupadas sino en la conside
racion de su clemencia y de su misericordia,
sin reflexionar jamás ni sobre su bien ni so
bre su mal. Si fuese de otro modo, no se po
dria decir; lo que sin embargo es verdad; que
están dotadas de una caridad pura. Menos
pueden pensar todavía que las compañeras
de sus padecimientos han sido condenadas por
tales y tales pecados. Muy léjos están de po
derse ocupar de este pensamiento; porque es
to seria una imperfeccion que no podria en
contrarse en un lugar en donde el poder de
faltar ya no existe. Ellas conocieron las ra
zones de su sentencia en el momento en que
se separaban de sus cuerpos, y en seguida la
han olvidado. Si conservasen este conocimien
to, habria en el lugar que habitan alguna
propiedad; lo que no hay. En fin, irrevoca
blemente fijas en la caridad, sin poder en ade
lante admitir nada que sea contra ó fuera de
ella, no les queda ninguna libertad para que
rer ó desear otra cosa que lo que es confor
me á la pura caridad. Sufren en el fuego ,
– 2011 —
sufren cruelmente sin duda; pero tales la san
tavoluntad de Dios, que ellas aprueban de to
dos modos, porque así lo quiere la caridad, de
la cual no pueden separarse por cosa alguna
por no tener facultad de cometer falta al
guna.
Jamás habria creido que aquella tranqui
lidad y contento de que gozan los habitantes
del cielo pudieran ser tambien la herencia de
las almas del purgatorio, y conciliarse con sus
padecimientos, y sin embargo nada hay mas
verdadero. Aquella tranquilidad va todavía
aumentando todos los dias por su comunica
cion con Dios y su influencia; y este aumento
viene á ser mayor á medida que los impedi
mentos de esta influencia disminuyen. No sien
do este impedimento otra cosa que el orin del
pecado, que es destruido por el fuego, el al
ma se purifica mas y mas, y se prepara á las
comunicaciones divinas. Me valdré de una
comparacion, que puede dar alguna luz so
bre esta verdad. Un cristal cubierto de una
capa de lodo no podria recibir los rayos del
sol, sin que esto proviniese del astro que no
cesa de esparcir su luz por todas partes; sino
Porque esta luz está interceptada por aquel
— 205 –
cuerpo extraño. Empezadá limpiar aquel cris
tal, y veréis cómo va penetrándole la luzá
proporcion que lo limpiais. De la misma ma
nera el pecado es un orin que cubre el alma
y la impide de recibir los rayos del verdade
ro sol, que es Dios: mas el fuego del purga
torio devora aquel orin, y,á medida que este
desaparece, el alma recibe con mas abundan
cia aquella luz divina que introduce consigo
el contento y la paz. Se hace, pues, un aumen
to sucesivo de tranquilidad en las almas del
purgatorio, por medio de la accion devora
dora del fuego en el impedimento que se opo
nia á ella, y este efecto va aumentando siem
pre hasta que espira el plazo señalado de la
pena: este tiempo disminuye tambien cada
dia y á cada instante; pero no sucede lo mis
mo con la pena que resulta de la tardanza de
la vista de Dios, pues esta no disminuye aun
que se acerque á su término.
En cuanto á lo que concierne á la volun
tad de las almas que padecen, digo que es
tal, quejamás llaman suplicios á sus suplicios,
jamás les sucede de considerarlos como tales,
tanto es lo que las calma y tranquiliza el sa
ber que esta es la disposicion de Dios con res
- 206 -
pecto á ellas, por medio del amor puro que
las hace abrazar aquella sánta y toda amable
voluntad. Con todo sufren unos tormentos tan
crueles, que ni el lenguaje puede expresar,
ni ninguna inteligencia comprender, á lo me
nos sin una luz extraordinaria, que creo ha
ber recibido, sin poder no obstante explicar
lo que he visto. A mas de que, lo que Dios,
en su bondad, se ha dignado descubrirme so
bre el estado de aquellas almas, jamás ha sa
lido de mi memoria. Lo explicaré, pues, co
mo podré, y me entenderán aquellos á quie
mes Dios se digne abrir la inteligencia.
El orígen y el fundamento de todas las pe
nas, primeramente es el pecado Original, y
después el pecado actual. Ved aquí lo que se
ha de entender bien antes de pasar adelante.
Cuando Dios cria una alma, de parte de Dios,
sale de sus manos pura, simple, exenta de
toda mancha de pecado, y dotada de un ins
tinto que la impele hácia él como su centro
y su beatitud. Pero el pecado original de
bilita mucho este instinto, y mas todavía el
pecado actual. Cuanto mas disminuye este
instinto, tanto peor viene á ser el pecador;
cuanto peor es, menos se le comunica Dios
- 207 –
por su gracia; de manera, sin embargo, que
jamás le priva enteramente de ella, porque
de otro modo su salvacion seria imposible.
Así pierde sucesivamente lo que hay en él de
bueno, pues lo que es bueno no lo es sino
por participacion de la bondad divina. De es
to se desprende que esta bondad divina se co
munica á los habitantes del cielo, como á él
le place, es decir, segun la medida determi
nada en sus decretos; pero que no hace lo
mismo con respecto á las almas que viven S0
bre la tierra. Se comunicamas ómenos á es
tas, segun las encuentra mas ó menos exentas
del pecado, que es lo que pone obstáculo á su
participacion. Cuando, pues, una alma cul
pable vuelve á su pureza primitiva, á aque
lla inocencia en que fue creada, vuelven á em
pezar sus comunicaciones con Dios. Entonces
• aquel instinto beatífico que habia perdido
vuelve, y se aumenta de cada dia; y el fuego
del divino amor que la inflama, la impele con
tanta fuerza hácia su último fin, que todo im
pedimento que encuentre en su camino le es
un tormento insoportable; y cuanto mas cla
ramente ve lo que la detiene, tanto mas es lo
que padece.
-- 208 --
* Siendo esto así, como las almas del purga
torio están exentas de la culpa del pecadó, en
adelante es la pena el solo impedimento que
se opone á la satisfaccion de su instinto bea
tífico; y como ven que no hay mas que esta
débil barrera que las impide irá Dios; que
este único lazo, formado por la justicia, re
tarda su dicha, este conocimiento enciende en
ellas un fuego que las devora, fuego absolu
tamente parecido al fuego del infierno. Sin
embargo, su estado es diferenté del de los con
denados, porque en fin si ellas sufren la pena,
están exentas de la culpa, que hace á los con
denados para siempre criminales, y obliga á
Dios á sustraerles su bondad: lo que les re
duce al estado de desesperacion, y los fija en
una voluntad perversa enteramente opuesta
á la divina voluntad. En efecto, es cierto que
la voluntad del hombre en oposicion con la
voluntad de Dios constituye el pecado, y que
el pecado no podría dejar de existir mientras
persevera esta voluntad que le produce. Lue
go, estando los condenados en este estado de
voluntad perversa cuando perdieron la vi
da, sus pecados no fueron perdonados:y no
pueden serlo después, porque la muerte ha
--- 209 --
hecho invariable su voluntad. El alma se ha
fijado para siempre en el bien ó en el mal,
segun la disposicion de su voluntad en el mo
mento de la muerte. En este momento deci
sivo es cuando Dios la juzga, ó misericordio
Samente, si su voluntad se ha vuelto hácia él
por una sincera penitencia, ó con todo el ri
gor, si la encuentra todavía inclinada á su pe
cado, como está escrito: Allí donde te encuen
trete juzgaré: Ubi invenero, ibi te judicabo.
Sea lo que fuere, la sentencia, una vez pro
nunciada, es irrevocable, porque cesando con
la vida toda libertad para merecer, el alma
debe permanecer eternamente en la situacion
en que la encuentra la muerte.
Wed ahí, pues, la diferencia que hay en
tre las almas del purgatorio y las de los con
denados. Habiendo sido estas sumergidas en
el infierno, porque la muerte las sorprendió
en el afecto al pecado, no habrá fin ni pára
la culpa ni para la pena; y aunque no pa
dezcan tanto como ellas merecen, no obstante
será eterno su suplicio. Las otras al contrario,
habiendo borrado la culpa de sus faltas por
medio de una sincera penitencia antes de de
jar la vida, no conservan en las prisiones del
17 yLVIII.
- 910 --
purgatoriomas que la pena, que debe acabar
se, y así va haciéndose mas corta todos los
momentos. ¡O miseria espantosa esta, y tanto
mas de deplorar cuanto menos la conocen los
hombres ciegos! La pena de los réprobos no
esinfinita en su rigor, porque la inmensa bon
dad de Dios hace penetrar hasta el fondo de
los infiernos los rayos de su misericordia. Si
no escuchase Dios mas que su justicia, espi
rando el pecadoren estado de pecado mortal,
sufriria una pena infinita en duracion y en in
tensidad, si su naturaleza fuese capaz de pe
na infinita en intensidad. Pero la divina mi
sericordia modera la atrocidad del suplicio que
merece, y no le deja de infinito mas que la
duracion. ¡O peligro espantoso el de aquel
que conserva afecto al pecado! ¿Cómo se con
cibe, pues, que el culpable tenga tanta penaá
determinarse á la penitencia sin la cual es im
posible borrarse la culpa del pecado, y con
duce á un castigo tan horroroso?
En cuanto á las almas del purgatorio, sien
do su voluntad enteramente conforme á la san
tavoluntad de Dios, gozan de una dulce tran
quilidad. Este Dios comunicativo se complace
tambien en hacerlas participantes de su ine
-- 211 -
fable bondad, porque estando libres de la cul
pa del pecado, y habiendo vuelto á la pureza
primitiva, nada mas hay en ellas que se le
oponga. Digo que son puras de todo pecado,
porque, habiéndolos confesado con una con
tricion sincera antes de dejar la vida, Dios les
perdonó generosamente la culpa, de modo
que no les queda mas que la mancha, ó el
orin que ha de ser devorado por el fuego.
Estando, pues, exentas de toda culpa, y uni
das á la santa voluntad de Dios, lo contem
plan mas ó menos claramente, segun la luz
que él les da; y si no disfrutan todavía de la
vision intuitiva, ni el gozo que ella causa, á
lo menos conocen el precio de aquel inestima
ble beneficio. Además, estas almas, á causa
de la conveniencia que tienen con Dios, son
muy aptas para la union divina para la cual
han sido hechas, y el instinto natural que
Dios les da, las lleva hácia él con tanta fuerza,
que yo no sabria encontrar ni comparacion,
ni ejemplo, ni modo, para hacer entender su
impetuosidad como mi espíritu la concibe. No
obstante probaré de decir sobre ello alguna
cosa.
Supongolo 1"que no hubiera en toda la ex
-- 212 –
tension de la tierramas que un solo pan para
alimentará los hombres, y solo se necesitase
verlo para Saciarlos; ¿no es verdad que aquel
pan se llevaria la atencion de toda la especie
humana?Supongo lo 2” que un hombre, te
niendo el apetito natural que se tiene estando
en buena salud, se abstuviese de todo alimen
to sin estar enfermo, y hasta sin experimentar
ninguna debilidad; evidentemente se concibe
que, cuanto mas prolongaria esta abstinencia,
conservando siempre el mismo apetito, tanto
mas apremiante seria su hambre. Supongo
lo 3" que este hombre estuviese bien léjos de
aquel pan, sabiendo muy bien que sola su vis
ta puede saciarle; ¿no es verdad que cuanto
mas á él se acercase sin poderlover, tanto mas
padeceríasunatural apetito?Supongo, en fin,
que adquiriese la certidumbre de noverloja
más; ¡oh! poseido entonces de un deseo vio
lento, y privado de toda esperanza de satis
facerlo, esta privacion eterna vendria á ser
para él una especie de infierno en donde su
friria como sufren los condenados, los que
hambrientos de Dios, saben que la vista de
aquel verdadero pan de vida les está prohi
bido para siempre. Tales, pues, la triste posi
– 213 –
cion de las almas del purgatorio, excepto la
desesperacion, porque tienen la esperanza
cierta de ver un dia aquel pan, esto es áJe
sús, nuestro Dios, muestro Salvador y nues
tro amor, á quien cuando vean claramente
les saciará todos sus deseos. Pero entre tanto
¡cuán cruel ha de ser el hambre que las de
voral" ". " " " -
«Pues al modo que una almapura y exenta de
toda falta no encuentrasureposo sino en Dios,
porque Dios es el fin para el cual fue creada;
así tambien un alma inmunda y manchada
por el crímen no puede permanecer en otra
parte que en el Tártaro, que ha venido á ser
su fin por sus pecados. Por lo mismo, cuan
do llega la separacion de los cuerpos y de las
almas, las almas gravitan, si puedo hablar
así, como naturalmente hácia los diversos lu
gares que les están destinados. La que está
manchada por el pecado mortal no espera que
se la conduzca al lugar de los tormentos á don
de la llama la justicia divina. Un horroro
ro instinto la lleva á precipitarse por sí mis
ma, y si se la impidiese de llegará él, pa
deceria mas cruelmente que en el mismo in
fierno. ¿Por qué? se preguntará: porque en
– 214 -
cualquiera otra parte estaria separada de la
voluntad de Dios que siempre va mezclada de
misericordia; pues, como tengo dicho, los
réprobos en el infierno padecen menos de lo
que han merecido. No encontrandó, pues, un
lugar mas conveniente á su estado y massua
ve para ella que el infierno, el alma criminal
acude allí como á su propio lugar. Pues lo
mismo sucede en el purgatorio. El alma jus
ta, al salir de su cuerpo, viendo en sí misma
alguna cosa que empaña su inocencia primi
tiva, y se opone á su union con Dios, expe
rimenta una afliccion incomparable, y como
sabe muy bien que este impedimento no pue
de ser destruido sino por el fuego del purga
torio, se baja allí de repente y con plena vo
luntad, de manera que quien la detuviese en
el camino la serviria muy mal. Sus tormen
tos serian mucho masintolerables en cualquie
ra otro lugar que en aquel que está especial
mente designado á su purificacion, porque sa
be que mientras subsista aquel impedimento,
no llegará á su último fin. Es verdad que la
pena del purgatorio no es diferente de la del
infierno, como lo he dicho mas arriba: pero
la que sufriese en cualquier otro lugar, que
-- 915 -
dejaria subsistir el obstáculo para su felicidad,
seria todavía mas cruel, aunque este lugar
fuera el cielo.
Aquel bello cielo, en efecto, si le conside
ramos de parte de Dios, no tiene puertas. Es
tá abierto para todos los que quieran entrar
en él. Su dueño, como es infinitamente mi
sericordioso, tiene constantemente abiertos
los brazos para abrazar las almas y recibirlas
en su gloria; pero la pureza de su esencia es
tal, que un alma, inficionada de la menor
mancha, preferiria precipitarse en mil infier
nos, á comparecer en aquel estado ante su
divina Majestad. Sabiendo, pues, que el pur
gatorio es el baño destinado á lavar esta es
pecie de manchas, corre allá apresurada
mente, y se precipita en sus llamas, pensan
do mucho menos en los dolores que se le es–
peran que en la dicha de encontrar allí su
primera pureza. Su suplicio, á la verdad, es
espantoso, y tan espantoso, que ningun en
tendimiento podria comprenderlo, y ningu
na lengua podria expresarlo: en cuanto á la
pena de sentido, es el infierno. Con todo, es
ta pena le parece suave en comparacion de
aquella que le hace padecer la tardanza de su
- 1916 -
union con Dios. Las cosas que me han sido re
veladas sobre este punto, y que he compren
dido, segun la capacidad de mi inteligencia,
sobrepujan tanto todos los conocimientos, to
das las creencias, todas las experiencias de
los hombres en esta vida, que su lenguaje al
parecer no explica mas que necedades y men
tiras. Yo quisiera poder declarar aquí todo lo
que Dios me ha hecho conocer; pero debo
confesarlo, para mi confusion, que me faltan
las palabras, Probaré no obstante de añadir
á lo que he dicho ya algunas nuevas luces, si
Dios se digna permitírmelo.
Hay tal conveniencia entre Dios y el alma
revestida de la inocencia, que la hermoseaba
cuando salió de sus divinas manos, que nada
deja por hacer para que entre en su union
divina. La inflama con un amortan ardiente,
y se la atrae con tanta fuerza, que sino fuese
inmortal habria para reducirla á la nada.
Detal manera la transforma en él, que ol
vidándolo todo y olvidándose á sí misma, no
ve á otro sino a aquel que la abrasa, que la
atrae, que la purifica, para volverla al orí
gen de donde ha salido, esto es á él mismo,
que es juntamente el principio y su último fin.

- ..."
– 217 –
Con el calor de este gran fuego encendido en
su seno, se ablanda y se derrite; pero al mis
mo tiempo padece crueles tormentos. ¿Qué
diré para hacer comprender bien su causa?
Con la claridad de la luz divina de la cuales
tá enteramente penetrada, ve 1.ºque Dios la
atrae incesantemente á él, y emplea para cón
sumar su perfeccion los cuidados atentos y
continuos de su Providencia, y esto por puro
amor. Ve 2.º que las manchas del pecado son
como un lazo que la impide seguir este atrac
tivo, ó, por mejor decir, una oposicion á
aquella relacion unitiva que Dios quisiera co
municarle, para hacerle conseguir su último
fin y hacerla soberanamente dichosa. 3º Ella
concibe perfectamente cuánta sea la pérdida
en la menor tardanza de la vision intuitiva.
A.º En fin, siente en sí misma un deseo instin
tivo el mas ardiente posible de ver desapare
cer el obstáculo que impide al supremo Bien
de atraerla hácia él. Pues todos estos conoci
mientos juntos, lo digo con seguridad, son los
que producen los tormentos de las almas del
purgatorio, tormentos todos bien crueles sin
duda; pero sin embargo, el mas terrible de
ellos es sin contradiccion el obstáculo que en
-- 218 -
cuentra en ellas la santa voluntad de Dios,
que ven arder por ellas en el mas vivo amor.
Este amor está continuamente en accion para
introducir en aquellas almas la relacion uni
tiva á fin de atraérselas. Se ocupa de ellas
tan constantemente como si fuese esta su úni
ca operacion. Por lo mismo están tan conmo
vidas, que si existiese otro purgatorio mas
cruel que el que habitan, se precipitarian al
momento en él, por verse libres mas pronto
de su funesto impedimento.
De este foco del amor divino veo salir rayos
de fuego, semejantes á unas lámparas ardien
tes, que penetran á las almas del purgatorio
con tanto ímpetu y violencia, que situviesen
sus cuerpos, se verian estos consumidos, y
hasta las destruiríaná ellas sino fuesen indes
tructibles. Tienen un doble efecto aquellos ra
yos, porque purifican y aniquilan. Un metal
que se somete muchas veces á la fundicion,
se hace mas puro cada vez que se funde; y si
tantas veces se fundiera, al fin no quedaria
en él ninguna mezcla impura. Esto que hace
el fuego en las cosas materiales, es lo que pro
duce aquella operacion divina en las almas del.
Pugatorio. Puesta el alma por mucho tiempo
– 219 –-
en fusion, si puedo hablar así, en el crisol
del purgatorio, se desprende de tal manera
de toda mezcla impura, que vuelve á ser lo
que era al salir de las manos del Criador. Se
dice que el oro puede ser purificado hasta tal
grado, que el fuego no llegue á tener ningu
na accion sobre él, y que ninguna causa con
traria pueda dañarle, porque nada tiene que
pueda ser consumido, ni perder sino las par
tículas extrañas que manchan su pureza. Ved
aquí, pues, precisamente lo que el fuego di
vino obra en el alma: porque Dios la tiene en
el fuego hasta que todas sus imperfecciones y
todas sus impurezas estén destruidas. Des
pués, cuando es perfectamente pura, el amor
la transforma enteramente, de modo que na- .
da le queda de ella misma, y su ser en cierto
míodo es Dios. Entonces, no teniendo nada
mas que pueda ser consumido, viene á ser
impasible; de modo que si continuase á per
manecer en el fuego, en lugar de hacerla pa
decer, seria para ella el fuego del divino amor
que le haria encontrar el cielo en aquel lugar
de suplicios.
... En la creacion, el alma recibió de Diosto
dos los medios de perfeccion de que era ca
_ .220 —
paz, a fin de que pudiese vivii‘ conforme a sus
preceptos, y mantenerse pura de todo peca
‘do; pero bien pronto después ¡hecha culpa
blede la falta original, perdió todos sus do
nes, todas sus graciasy hasta la vida. Solo
Dios podia volvérsela, y esto esloque ha be
obo por medio del bautismo, pero dejándolo
la concupisceneia que la excita sin cesar al
pecado actual, y se lo hace cometer, en efec
to, 41* menos que resista á sus atractivos. ‘El
primer pecado mortal de que se hace culpa
ble, le da de nuevo lamderte, y Dios la re
sucita por medio deotra gracia singular, que
es la dela penitencia; pero sale de este se
pulcro de tal manera corrompida, tan afeada
y hedionda‘, que para volver a su inocencia
primitiva, tiene necesidad de todas las ope
raciones divinas de que he hablado mas arri
‘ ha, y sin las cuales no la recobraria jamás.
Es, pues, en las prisiones ‘de que se ‘trata,
donde aquellas operaciones divinas acaban la
obra‘, si no ha sido acabada durante la ‘vida;
y ved ahi cómo "este se hace: el alma encer
rada en aquellos lugares bajos, arde en un
deseo tan vivo de transformarse en Dios, que
este deseo hace su purgatorio; porque‘ no es
– 221 –
el lugar lo que purifica al alma, sino la pe
na producida por el impedimento que detiene
su instinto unitivo. El amor divino, que en
cuentra en ella tantas imperfecciones secre
tas, que si ella las viese, esta sola vista la re
duciria á una especie de desesperacion, tra
baja por destruirlas, sin que ella coopere. En
fin, este fuego siempre creciente se hace tan
vivo, que las consume enteramente, y cuando
están consumidas, Dios se las manifiesta, y,
las hace conocer la operacion divina á la cual
deben el regreso á la pureza de su creacion.
Es menester saber que lo que es perfecto á
los ojos del hombre, está lleno de defectos á
los ojos de Dios. Por esto el hombre es inmun
do y defectuoso en todas sus obras, aun en
aquellas que se presentan á sus ojos con una
apariencia de perfeccion; porque es preciso,
para la perfeccion absoluta de nuestras obras,
que se hagan en nosotros, sin nosotros, mo
sirviéndose Dios de nosotros sino como de sim
ples instrumentos para hacerlas. Pues aque
llas obras que Dios solo hace en nosotros, sin
que nosotros cooperemos, por medio de la úl
tima operacion de su puro amor, son tan ar
dientes, y penetran el alma tan profundamen
- 222 –
te, que la criatura que las experimenta parece
ocultar un fuego que la consume : y su posi
cion es la de un hombre colocado en un hor
mo, que no puede disfrutar de ningun des
canso sino después de haber perdido la vida.
Pues, aunque el divino amor, que se der
rama en las almas del purgatorio con una
abundancia que creo concebir y no puedo ex
plicar, las tranquiliza; sin embargo, su su
plicio no disminuye. Diré mas: es la tardanza
del goce de este amor la causa de su pena,
pena tanto mas cruel cuanto es mas perfecto
el amor de que Dios las hace capaces. Gozan,
pues, aquellas pobres almas de la mas pro
funda tranquilidad, al mismo tiempo que su
fren el mas horrible tormento, sin que lo uno
perjudique á lo otro. Si pudiesen expiar sus
faltas con el arrepentimiento, no necesitarian
mas que un instante para pagar todas sus
deudas; porque su contricion es tanto mas
viva y mas perfecta, cuanto mas claramente
ven cuán desgraciadas las hace el impedi
mento producido por el pecado, y mas se opo
me á su union con Dios, su amor y su fin,
Pero ¡ay de mí! esto no es así. Es cierto que
Dios no hace á aquellas almas queridas min–
- 923 -
guna rebaja de la pena que han merecido, y
que no saldrán de sus calabozos sino después
de haber pagado, hasta el último cuadrante,
lo que deben á sujusticia: Dios lo ha querido
y decretado así. Por otra parte, aquellas al
mas, no teniendo ya eleccion propia, no pue
den ver ni querer otra cosa que aquella vo
luntad santa. Si las oraciones de los vivos,
las indulgencias, ó el santo sacrificio les pro
curan alguna abreviacion de tormento, esto
no hace hacer en ellas ningun deseo de ver ó
considerar aquella limosna de otro modo que
en la balanza de la voluntad divina. Ellas
abandonan todo lo que las concierne á la dis
posicion de Dios, que acepta esta paga veni
da de la tierra, en deduccion de su deuda,
segun el beneplácito de su inmensa bondad.
Si pudiesen complacerse de aquella limosna
espiritual fuera del beneplácito de Dios, ha
rian un acto de apropiacion que las privaria
de la conformidad con la voluntad divina, y
les causaria un nuevo tormento. Cualesquiera
que sean, pues, las disposiciones de Dios con
respecto á ellas, ya sean alegres y deleitables,
ya tristes y dolorosas, permanecen inmóviles,
sin mirarse á sí mismas; porque les es impo
-- 224 -
sible, como lo he dicho ya, de ensimismarse,
si es lícito hablar así: tan transformadas están
en la santa voluntad de Dios, á cuyas dispo
siciones se sujetan de un modo el mas per
fecto. Por otra parte, esto no es inconcebible;
porque si una alma no purificada todavía en
teramente fuese presentada á Dios, padeceria
un suplicio mil veces mas intolerable que el
del purgatorio. Y la razon de esto es, porque
no podria sufrir la vista ni de su purísima
bondad, ni de su severa justicia, ni sufrirse
á sí misma viendo en aquel espejo su fea de
formidad. Aun cuando no faltase á una alma
sino un pequeño instante para acabar la ex
piacion de sus faltas, su tormento seria inso
portable á la vista de aquel resto de impureza
que descubriria en sí misma, y preferiria ar
rojarse en mil infiernos antes que parecer de
lante la majestad de Dios.
¡Ojalá tuviera yo una voz de trueno para
hacerme oir de toda la tierra! Yo diria á to
dos los que la habitan, y, en efecto, me sien
tomovida á decírselo: «Ó infortunados mor
«tales, ¿por qué os dejais tiranizar así por el
«mundo? ¿por qué no reflexionais sobre la
« angustia en que os encontraréis á la muer
- 225 --
«te, y no dais una mirada á vuestro porve
«nir, mientras todavía hay tiempo? Wos
«otros presumís de la misericordia divina; la
«exaltais sin fin; la confesais ilimitada; pero
«no pensais que aquella bondad tan grande
«será precisamente la que os condenará el dia
«del juicio, por no haber cumplido la volun
«tad del mas excelente de todos los padres.
«Aquella bondad de que usa con vosotros de
«beria obligaros á obedecerle, en lugar de
«animaros á desagradarle, tanto mas cuando
«á la bondad despreciada sucede necesaria
«mente la justicia, á la cual es necesario,
«quierasó no quieras, plenamente satisfacer.
«Vosotros os afianzais quizás en el pensa
«miento de que después de la confesion ga
«naréis indulgencias plenarias, y que que
«dando así pagadas vuestras deudas, nada
«mas se opondrá á vuestra admision en el
«cielo; mas esta confianza es muy poco se
«gura. Es menester, para ganar estas gran
«des indulgencias, una confesion y una con
«tricion que no están sin dificultades; hasta
«las creo tales, que, si las conociéseis, ten
«dríais sobre esto mas temor que ésperanza,
«y muchosos persuadiríais mas bien que per
15 xLVII.
- 226 –
«deis estas indulgencias que no que las ga
(D181S. )
La gracia produce en las almas del purga
torio dos efectos que, segun observo, ellas los
ven y conocen. El primero es, que padecen
sus tormentos de buena voluntad, y los mi
ran como una gran misericordia, consideran
do, por una parte, la incomprensible majes
tad de Dios, y por otra, sus atrevidas ofen
sas y los castigos que merecen. Es cierto, en
efecto, que si la bondad de Dios no atempe
rase su justicia por medio de la satisfaccion
de la sangre preciosa de Jesucristo, un solo
pecado mortal seria digno de mil infiernos.
Encuentran, pues, su suplicio tan convenien
te y tan justo, que no quisieran que su rigor
fuese disminuido en lo mas mínimo; y, en
cuanto á su voluntad, están tan contentas de
Dios como si las hubiese admitido ya en las
delicias eternas. El segundo efecto de la gra
cia en las almas es la alegría que conciben
viendo que Dios no deja de amarlas mucho,
mientras que las castiga. Dios en un instante
imprime en su entendimiento estas dos verda
des; y, como están en estado de gracia, las
conciben tales cuales son, cada una, sin embar
– 227 –
go, segun su capacidad. De aquí se sigue, que
experimentan una gran alegría, alegría que
jamás disminuye, que, al contrario, aumenta
á medida que se acercan mas á Dios. Por lo
demás, no ven estas verdades mi en sí mismas
ni por sí mismas; esto loven en Dios, de quien
se ocupan mas que de sus tormentos; porque
la menor vision que se puede tener de Dios
excede todos los suplicios y todas las alegrías 1
imaginables. No obstante, esta alegría en ellas
mada quita del dolor, ni el dolor á la alegría.
He dicho al principio de este tratado lo que
me ha hecho conocer el estado de las almas
del purgatorio; pero deseo declarar aquímas
claramente mi pensamiento. Hace dos años
que mi alma está en una situacion semejante
á la de aquellas almas; yo experimento sus
penas, y dé dia en diamas sensiblemente. Me
parece que mi alma permanece en mi cuerpo
como en el purgatorio; pero de modo que
este cuerpo puede sufrir sus penas sin morir,
hasta que este suplicio, que va aumentando
poco á poco, lo aniquile enteramente y lo des
truya. Me siento desprendida de todos los ob
jetos terrenos, y hasta de los bienes espiri
tuales que pueden alimentar mi alma y col
15º
– 228 –
marla de delicias, tales como la alegría, la
delectacion y el consuelo. Yo siento que ya no
puedo gustar nada temporal, ni aun espiri
tual, con la memoria, entendimiento ó vo
luntad, de modo que pueda decir que tal co
sa me agrada mas que tal otra. Experimento
tal opresion espiritual, que ya no sé lo que
es recreo ni consuelo para el alma ni para el
cuerpo. Todavía me acuerdo algunas veces de
los objetos que me procuraban cierta especie -
de gozo; mas hoy no me inspiran mas que
aversion y horror; lo que hace que los tengo
perpetuamente léjos de mí. Tales son ahora
mis disposiciones interiores; y la causa de esto
está en el celo que Dios me da por mi perfec
cion. Mi alma, en efecto, está inclinada tan
fuertemente á destruir todos los obstáculos
que se oponen á ello, que para conseguir su
designio, se precipitaria en el infierno, si
fuese necesario. Ved ahí por qué ella rechaza
todo lo que alimenta y consuela al hombre in
ferior; y le aprieta tanto, que percibe en él
y aborrece y se le hace execrable la mas li
gera imperfeccion. El hombre exterior, es
tando así destituido del socorro y consuelo
del espíritu, experimenta tal malestar y tal
- 229 -
pena, quemada encuentra sobre la tierra que
pueda recrearle: de modo que no tiene otro
consuelo que Dios, que dispone así todas las
cosas, contanto amor como misericordia, pa
ra la satisfaccion de su justicia. La idea de
esta disposicion de la Providencia procura á
mi alma una paz y un placer deliciosos, sin
que mis padecimientos disminuyan por ello
en lo mas mínimo. Diré mas, nada podria
causarle mas afliccion que apartarla poco ó
mucho de aquel órden de cosas establecido
por Dios para su purificacion. Por lo mismo
no sale ni desea salir de su prision, hasta que
el Señor haya cumplido perfectamente en ella
sus deseos.
Encuentro mi consuelo y alegría en el cum
plimiento de la voluntad de Dios, y el mayor
suplicio que podrian imponerme, seria sus
traerme á sus disposiciones, que confieso ser
tan justas como misericordiosas. Veo todo lo
que acabo de referir. Lo toco en cierta ma
nera, y si lo explico mal, es por falta de ex
presiones convenientes. Por otra parte, me
he sentido interiormente inclinada á escribir
sobre esta materia; y he tenido que ceder,
- 230 -
como lo he hecho, á este secreto impulso; pe
ro todavía me queda algo que decir. , ,
La prision que habito es el mundo: el lazo
que me ata es mi cuerpo. Mi alma iluminada
con la luz de lo alto, comprende cuán des
graciada la hace este lazo que la tiene cauti
va y la impide de unirse á su último fin; y
como es muy sensible este cautiverio, le cau
Sa un profundo dolor. Sin embargo, por un
beneficio de su Autor, que no puedo agrade
cer lo bastante, esta alma ha recibido tal dig
nidad, que no solo es semejante á Dios, sino
tambien por una participacion de su bondad
hace con él una sola cosa. Pues, como es im
posible que el dolor afecte á Dios, tampoco
puede afectará una alma que le está unida,
y participa tanto mas de lo que le es propio,
cuanto mas estrecha es su union. Pero ¡ay
de mí! una alma que, como la mia, encuen
tre en sí un impedimento á aquella admira
ble union, sufre un tormento intolerable. En
seguida aquella afliccion y aquella tardanza
la hacen desemejante á lo que era en su crea
900 y á lo que Dios quiere que venga á ser
Pr medio de la gracia. Cuanto mas estima á
- 231 –
Dios, tanto mas afligida está de lo que la se
para de él. Siendo así que ella estima tanto
mas á Dios, cuanto mas le conoce, y le co
noce tanto mejor cuanto mas pura está de pe
cado. En el punto, pues, en que vuelve á en
trar en su estado primitivo de inocencia es
cuando padece mas; pero cuando todo impe
dimento está destruido, y está enteramente
transformada en Dios, entonces el conoci
miento que tiene de él nada deja que desear,
y su bienaventuranza es perfecta.
Así como un mártir que prefiere la muer
te á la desgracia de ofender á Dios, siente el
dolor que le quita la vida, pero la desprecia
por el celo de la gloria divina que le comu
nica la luz de la gracia; así tambien el alma
iluminada de lo alto sobre la sabiduría de las
disposiciones de la voluntad de Dios hace mas
caso de aquella santa voluntad que de todos
los tormentos, ya interiores, ya exteriores,
por crueles que sean. La razon es, porque,
cuando Dios hace que una alma piense en él,
la vuelve tan aplicada y tan atenta á su Ma–
jestad, que todo lo demás á sus ojos es nada.
Entonces está despojada de toda propiedad,
mo ve ni conoce los motivos de su condena,
- 232 --
ni el suplicio que padece. Ella ha visto todo
esto al salir de la vida; pero su memoria se
le quitó en aquel instante y para siempre.
Acabo haciendo observar que Dios, que es
infinitamente bueno, así como es infinitamen
te grande, purificando al hombre en el fuego
del purgatorio, consume y aniquila todo lo
que es naturalmente, para transformarlo en
él y hacerlo Dios, en cierto modo.

FIN.
vIDA

DE

SANFRANCISIO DE (IRMIM),

POR EL

Emo. Sr. Cardenal Wiseman,


- NATURAL DE SEVILLA, Y ARzoBISPO DE
WESTMINISTER,

---e-QOOesse
VIDA

SANFRANCISCO DE GERONIMO,
DE LA coMPAÑÍA DE JESÚS.

—-s

San Francisco de Gerónimo, de la Compañía


de Jesús, nació el año 1642, murió en el de
1716, y fue puesto en el catálogo de los San
tos el dia de la santísima Trinidad de M839.

La vida de los hombres extraordinarios ha


fijado siempre la comun atencion; porque en
ellos efectivamente se desarrollan los resortes
de accion y Jos’ yucta que de
bemos * medida de
“r verdadero
" eccion; la
la virtud
del vicio;
OS, que nos
echarnos de
buenos y malos sucesos de los que nos han
precedido en la carrera de la vida. Nada hay
ciertamente que nos proporcione tanto estas
ventajas, como la historia de los ilustres hé
roes conocidos en el cristianismo con el nom
bre de Santos. La instruccion moral, que se
encuentra frecuentemente oscurecida y aun
manchada en las vidas de los guerreros, de
los hombres de Estado y de los filósofos, no
aparece con tales defectos en la biografía de
los Santos, sino siempre pura y sin la menor
imperfeccion. En las vidas de estos refleja co
mo en un espejo el brillante conjunto de las
calidades que deben adornar el carácter del
cristiano, y son como las estrellas de diferen
te magnitud y resplandor, que forman la via
láctea que nos conduce á la felicidad eterna.
Y así como entre esta multitud innumerable
de estrellas, cuyos rayos mezclados y confun
didos entre sí esparcen sobre todos los cuer
pos celestes un manto luminoso, hay astros
que impresionan mas y hacen que fijemos en
ellos nuestra vista por su grandeza y brillan
tez; del mismo modo estos varones heróicos,
que han mostrado á sus semejantes los cami
nos de la justicia, brillan con resplandor pe
- 937 -
renne en las páginas de la biografía sagrada.
Derrama el mártir una sola vez su sangre,
y dura por toda una eternidad su gloria; ¿cuál
será, pues, la recompensa reservada por Dios
al misionero, que al mismo tiempo que le
consume el deseo de morir confesando la fe de
Jesucristo, vive á pesar de esto alegre por po
derse emplear en la mayor honra y gloria de
Dios y provecho espiritual de su prójimo? Así,
pues, el que quiera sentirse animado de un
verdadero celo y aprender el arte y la sabi
duría necesarias para dirigir las almas, debe
estudiar y considerar detenidamente la vida
de este varon extraordinario, cuyas virtudes
y acciones forman el sugeto, cuyo bosquejo
aquí presentamos.

En aquella parte del reino de Nápoles, que


se llama comunmente tierra de Otranto, hay
una aldea, cerca de Tarento, en la que tuvo
lugar el nacimiento de san Francisco de Ge
rónimo, cuyo suceso, que tan gran influencia
habia de ejercer sobre el mundo entero en es
tos últimos tiempos, se verificó el 17 de di
ciembre de 1642. Sus padres, Juan Leonar
– 238 –

do de Gerónimo y Gentilesca Gravina, eran


menos conocidos por el puesto honorífico que
ocupaban en la sociedad, cuanto por su vir
tud y la excelente educacion que daban á sus
once hijos, de los que era Francisco el primo
génito. "
La virtud no solo fue en nuestro Santo una
herencia recibida de sus padres y como una
produccion natural de su alma; sino que se
desarrolló en él con una fuerza tal de vegeta
cion, que muy luego reveló las excelentes ca
lidades del suelo que ocupaba. Señalaron la
infancia del Santo, y fueron el presagio de su
futura grandeza y santidad, un juicio y dis
crecion superiores á sus años, una sumisión
lena de bondad, y una ciega obediencia á los
preceptos de sus padres, acompañadas de una
modestia virginal y de una ardiente aficioná
la oracion y al retiro. Pero lo que mas par
ticularmente le hizo notable, fue su caridad
para con los pobres; pues pudo con verdad
decir como Job: Desde mi infancia ha crecido
conmigo la compasion. No tenia valor para des
pedirá los mendigos sin antes consolarles;
así es que distribuia con una santa prodiga
ºd, entre todos los que imploraban su ca
- 239 -
ridad, el dinero, comestibles y cuantovenia
á sus manos. Un prodigio extraordinario hi
zo conocer en cierta ocasion cuán grata fuese
á los ojos de Dios la gran liberalidad del San
to para con los necesitados. Sorprendióle un
dia su madre, por decirlo así, en un piadoso
hurto, esto es, en el momento en que sacaba,
para repartirlo á los pobres, el pan que ha
bia cogido de la casa; su madre le reprendió
y reprobó su indiscrecion, haciéndole presen
te los males que podrian sobrevenirles, en las
circunstancias que se hallaban, de tan des
medida caridad, y concluyó prohibiéndole
obrase de aquel modo en lo sucesivo. El niño,
todo corrido de vergüenza y con las mejillas
hechas ascua, pero con cierto aire de supe
rioridad y despidiendo de sus ojos rayos de
luz, respondió á su madre poniendo en Dios
su confianza: ¿Creeis, madremia, que por dar
limosnanos falte jamás pan que comer? Hegís
trad la alacena, satisfaceos y veréis. Pasa su
madre inmediatamente á reconocer la alace
na, segun el niño la habia dicho, y queda
sorprendida al ver no faltaba pan alguno. Ar
rójase entonces al cuello de su hijo, con los
ojos bañados en lágrimas, álzale la prohibi
— 240 -
cion que le habia impuesto, y le concede am
plia libertad para repartir a su gusto á los po
bres cuanto en la casa hubiese. _ 4am
Luego que el santo jóven llegó á la edad
conveniente, fue admitido á la participacion
de los santos sacramentos de la Penitencia y
Eucaristia; y desde este momento creciendo
cada vez mas su hambre y sed por el banquete
sagrado , le obligaba su propia devocion y fer
vor a participar deLSacramento con suma fre
cuencia , para aumentar de este modo el amor
que tenia a Nuestro Señor , por haberse dig
nado quedarse con nosotros y comunicarsenos
como tierno esposo de nuestras almas. Sus
piadosos padres procuraron cultivar los ‘raros
talentos con que Dios le habia favorecido , no
descuidando un momento su educacion. Ins
truyéronle , pues , en los rudimentos de la len
gua latina, que el Santo aprendió conïadmi
rable facilidad , y comprendia tan pronto y
retenia tan exactamente las verdades dela Be
ligion , que ya desde la niñez comenzó su car
rera apostólica, enseñando el catecismo á los
demás de su edad. El hombre empieza tem
prano a prepararse, á formarse para sus fu
turos destinos , y á desarrollar las disposicio
- 241 -
nes que exige el género de vida para que Dios
le llama. Así se observa, que el militar desde
jóven manifiesta su aficion por las armas y
por cuanto dice relacion con el arte bélico,
formando su delicia los simulacros, en los que
descubre su destreza para obtener la victoria.
El artista asombra á sus parientes que le ad
miran al verle ejecutar de niño alguna ma
travilla en el arte de la imitacion. El orador
desde muy luego comienza arrastrando tras
sí á la juventud que le escucha, y el eclesiás
tico en su temprana edad da indicios de su
vocacion, por la aficion que se le nota á los
altares y ornamentos de la Iglesia, iniciándo
se él mismo en las funciones propias de su mi
misterio. Esto fue lo que sucedió con nuestro
Santo, y lo que inclinóá sus padres á consa
grarle al Señor, como otro Samuel. Existe en
el pueblo de su residencia una piadosa con
gregación erigida por D. Tomás Caracciolo,
arzobispo de Tarento, y puesta bajo la pro
teccion de san Cayetano. Es esta una socie
dad de eclesiásticos ejemplares en su vida, que
no están ligados con votos de religion, y cu
yo objeto es el de trabajar para conseguir su
propiasantificacion y la de sus prójimos. Fran
16 XLVIII.
– 242 –
cisco fue admitido en esta santa comunidad,
y bien pronto empezóá ser en ella un mode
lo de virtud, siendo por su piedad admirado
de todos y el sugeto de la general conversa
cion. El superior de la misma congregacion
resolvió aprovecharse de sus excelentes cali
dades ordenándole que enseñase el catecismo
á los niños,y que además procurase conservar
aseada la iglesia. Llenó tan cumplidamente su
encargo, que en virtud de una representa
cion dirigida al arzobispo, fue admitido á re
cibir de las manos de este la prima clerical
tonsura, siendo su edad la de diez y seis años.
Sus padres, siempre cuidadosos de sus adelan
tos, le enviaron á Tarento, para que en esta
ciudad estudiase la filosofía y la teología en
las escuelas de la Compañía de Jesús. Su con
ducta ejemplar le ganó la estimacion y afecto
de su venerable arzobispo, el cual convenci
do cada dia mas de los méritos de Francisco,
le ascendió sucesivamente á las órdenes me
nores y al subdiaconado y diaconado. Tras
ladóse el Santo á Nápoles, con consentimiento
de sus padres, para aprender en esta ciudad
el estudio del derecho canónico y civil á la
Vez que estudiaba la sagrada teología. Fué
– 943 -
tambien en su compañía áNápoles su herma
no José, quien presentando una aficion ex
traordinaria á la pintura, llevaba por objeto
estudiar este arte al lado de uno de los mejo
res profesores. Pero lo que mas en su corazon
tenia grabado Francisco, por decirlo así, era
el concluir el sacrificio que deseaba hacer de
sí mismo á Dios, y esto era lo que ocupaba
sus primeros pensamientos á su llegada á
aquella capital. Habiendo, pues, conseguido
licencia de su arzobispo y dispensa por razon
de su edad del Sumo Pontífice, recibió con
alegría y gozo inexplicables el órden del pres
biterado de manos de D. Benito Sanchez de
Herrera, obispo de Puzzuolo. Altamente con
vencido de la gran responsabilidad que habia
tomado sobre sí y de la eminente dignidad de
que habia sido investido, Francisco, todo pu
ro, santo y estudioso aun mas que antes, se
hizo entonces todavía mas cuidadoso, mas
fervoroso y mas asiduo, y temió que la me
nor sombra de imperfeccion llegase á empa- .
ñar un momento la pureza virginal de su al
ma. Aunque nuestro Santo vivió en el mun
do, como si no perteneciese á él, se consumia
con el deseo de apartarse de él enteramente
- 241 —
y de entrarse en alguma soledad, huyendo de
su disipacion y del aire inficionado de su em
ponzoñada atmósfera, en donde pudiese de
dicarse con todo sosiegoá adelantar en la cien
cia y la santidad. El cielo condescendió con
los deseos de su siervo favorito. Vacó en el
Colegio de nobles, confiado á la Compañía de
Jesús, una plaza de prefecto; Francisco dió
pasos para conseguirla, y la obtuvo, y ade
más por un privilegio especial se le permitió
el tener á su lado á su hermano. Los jóvenes
confiados á sus desvelos no tardaron en reco
nocer que era un santo el que se les habiada
do por superior; su aire y su apostura, sus
amables maneras, su conversacion no menOS
grata que piadosa, sus penitencias y mortifi
caciones, que á pesar de sus esfuerzos por ocul
tarlas no permitia Dios pasasen desapercibi
das, y por último un acto de heróica pacien
cia que vamos áreferir, revelaron bien pron
to el sublime grado de perfeccion en que se
hallaba.
Un estudiante, que habia infringido el re
glamento, habia sido acusado ante sus supe
riores por Francisco, y recibido el castigo me
recido. Un hermano del culpable se irritó de
– 245 –
ello tanto, que no contento con vomitar un
torrente de injurias contra nuestro Santo, lle
gó hasta atreverse á darle de golpes en el ros
tro. Aunque este ataque cogió al Santo des
prevenido, no por eso manifestó la menor al
teracion ni profirió palabra alguna de queja,
antes por el contrario, hincándose de rodillas,
ofreció el otro carrillo á quien le habia abo
feteado. Este acto de profunda humildad le
ganó para siempre desde entonces el nombre
de santo sacerdote en el colegio. Después de
haber residido cinco años en este estableci
miento desempeñando el cargo de prefecto, y
á los veinte yoho de su edad, se sintió el San
to de pronto fuertemente inclinado á entrar
en la Compañía. Adornábanle ciertamente
todas las calidades que se requerian para ser
admitido por miembro del instituto; y aun
que esta idea no se le habia ocurrido sino por
primera vez, estaba su alma dispuesta á re
cibirla inmediatamente, á causa de los senti
mientos que le animaban hacia mucho tiem
po, y porque su educacion en la casa de los
Padres jesuitas, además de la grande relacion
que había tenido con la Compañía, había con
tribuido á fortificársela considerablemente,
– 246 –
Mas entonces le sobrevino un obstáculo que
el Santo lleno de pena no hubiera podido su
perar; tal fue el oponerse su padre á que eje
cutase sus deseos. Escribió este á Francisco
una carta enérgica y razonada, disuadiéndo
le la determinacion que queria tomar, á la
que contestó el Santo de un modo tan afec
tuoso y persuasivo, que consiguió por fin
triunfar de la resistencia de su padre, logran
do se conformase con la voluntad de Dios.
Vencidas todas las dificultades, fué á parar
á la casa de la Compañía destinada para no
viciado, la víspera de la Visitacion de la san
tísima Vírgen, el año 1670á los veinte y ocho
años de su edad.
Apenas Francisco se vió admitido en el nú
mero de los novicios y vestido con el santo
hábito, cuando su alma se desahogó en vivas
efusiones de gratitud, aplicándose con tanto
celo á llenar los deberes que le habian im
puesto, que el maestro de novicios no tardó
en conocer la buena adquisicion que en él ha
bia hecho la Compañía. Para decirlo en po
cas palabras, nunca hubo novicio mas humil
de, mas fervoroso, mas mortificado ni mas
obediente que Francisco; á este se encarga
ban las cosas mas minuciosas é incómodas:
benigno y afable supo ganarse todos los co
razones por la amabilidad de sus modales.
Puesto al frente de los novicios coadjutores,
sus eminentes virtudes y su profunda espiri
tualidad produjeron presto una feliz mudan
za en las disposiciones de aquellos. Quedába
, le solo el purificar el oro de sus virtudes en
el fuego de las aflicciones y de la cruz, y pa
ra que esto no le faltase, dispusieron sus su
periores sujetarle á una serie de las mas du
ras pruebas. Un hermano coadjutor, fuese
por afecto hácia la persona del Santo, ó por
respeto en razon al carácter sacerdotal de
que estaba investido, acostumbraba llevarle
todos los dias agua á su aposento, y por ha
ber permitido Francisco que aquel le hiciese
este servicio, fue reprendido severamente, no
solo como si hubiese cometido un crímen, si
no que además fue condenado á expiarle ha
ciendo una penitencia humillante. Lo mismo
le sucedió en todo cuanto le tocaba hacer, y
en que de un modo ú otro se pudo presentar
como una violacion de las reglas; y si se co
metia alguna falta, sobre él recaian las sos
pechas, y él era quien recibia el castigo. El
- 248 -
Santo llevó con paciencia, en silencio y con
alegría la correccion de lo que había hecho,
ó de lo que se le atribuia; y lo que es aun
mas, ni la prohibicion que se le impuso de
celebrar el santo sacrificio mas de tres veces
á la semana, que fue el golpe mas cruel y
penetrante que pudo recibir su corazon natu
ralmente sensible, bastóá hacerle proferir
una sola palabra de murmuracion. El Señor
en tanto no abandonaba á su devoto siervo,
quien por espíritu de obediencia sufria con
resignacion el estar separado de su compa
ñía. Así es, que en aquellos dias que Fran
cisco se hallaba privado de celebrar el sacri
ficio de la misa, Dios en persona le visitaba,
como el Santo lo reveló después en confesion,
áciertosugeto, bien que habló en tercera per
Sona y no de sí mismo, y con sus divinas ma
nos le distribuía el pan de los Ángeles. Con
cluyóse por fin el término de prueba, y se pu
sieron de manifiesto los resultados. Armado
de todas armas y fuerte contra todo género
de ataques, cumplió su primer año de novi
ciado, presentándose cual gigante dispuesto
á correr el camino de las virtudes apostólicas,
En efecto, fue enviado entonces á Lecce con
– 249 -
el famoso P. Añello Bruno. Por espacio de tres
años estos santos misioneros recorrieron todas
las villas y lugares de las dos provincias de la
tierra de 0tranto y de la Pulla, predicando y
convirtiéndo, por donde quiera que pasaban,
un número infinito de pecadores. Era costum
bre decir de ellos: El P. Bruno y el P. de Ge
rónimo no parecen simples mortales, sino mas
bien Angeles enviados por Dios expresamente
para la salvacion de las almas. El mismo Fran
cisco en sus primeras misiones fue honrado
con favores singulares, de los que nosotros
tendrémos frecuente ocasion de hablar en lo
que sigue.
En 1674 se mandóá nuestro Santo que vol
viese á Nápoles, para que en esta ciudad con
cluyese su carrera de teología escolástica an
tes de hacer su solemne profesion. Wióse en
tonces al sabio director de las almas, al elo
cuente predicador entregarse á sus estudios
con la humildad de un estudiante el mas des
confiado de sí mismo; y aunque sus talentos
eran de un órden muy superior y sus Análi
sis teológicos muy buscados y estimados, es
taba tan léjos de hacer vanidad de sus cono
cimientos, que acostumbraba consultar con
– 250 —
sus condiscípulos, y procuraba en todas las
ocasiones ser tenido por ignorante. Para fo
mentar en cierto modo el celo que inflamaba
al Santo por la salvacion de las almas, sus
superiores le permitieron predicar los domin
gos y dias festivos en las plazas públicas, lo
que hacia recogiendo abundantes frutos.
Después que terminó su carrera literaria,
por disposicion particular de la Providencia,
fue elegido para la casa profesa llamada el
Jesús-Nuevo en 1675, en la que dió principio
á los trabajos de su vida apostólica, que con
tinuó por espacio de cuarenta años sin inter
rupcion hasta finar su peregrinacion terrestre.
Es verdad que en los tres primeros años no
tuvo otro especial cargo que el de hacer la
invitacionó la exhortacion á la comunion, se
gun se practica en dicha casa los tercerós do
mingos de mes; empleo sin embargo dema
siado difícil y arduo, para descargarle en otro
que no fuese tan celoso y tan laborioso cual
el P. Francisco. Pero ni esta obra, ni todas
las demás que hacia continuamente propias
de su fervorosa caridad, y á que consagró es
tos tres años, pudieron dejar satisfecho su in
*ciable celo. Supo iban á emprenderse de
— 251 —
nuevo las misiones al Japon, é importunó á
sus superiores por medio de cartas que escri
bió á Roma Jogándolos con instancia le con
cediesen permiso para tomar parte en tan glo
riosa empresa, a fin de apagar al menos en
parte la sed ardiente que le devoraba, por
que su deseo habia sido siempre el morir por
la fe de Jesucristo. Se conformaba a arrastrar
una vida penosa en medio de las espinas del
martirio , cuando ni aun debió jamás acordar
se de coger la rosa que codiciaba con tanto
ardor. El P. ‘General le respondió con conci
sion y sequedad diciéndole, debia considerar
á Napoles como sus Indias, y acabar del todo
el sacrificio que de si mismo habia ofrecido á
Dios renunciando absolutamente á su volun
tad propia. Desde este momento miró el San
to á Nápoles como la porcion escogida de la
viña del Señor, que agradaba al divino Pa
dre de familias darle exclusivamente en cul
tivo. Tal era la soberana voluntad de Dios,
manifestada por la órden de su prelado, y con
la que nuestro humilde Santo aquietó sus du
das. La Providencia, que dispone a su placer
los sucesos, no retardo el que se cumpliesen
los designios del P. Francisco; porque sobre
– 2552 –
vino una circunstancia que obligó á sus su
periores á confiar del todo á su celo la mision
de Nápoles. A causa de las calamidades pú
blicas de que por entonces se hallaba afligido
el reino de Nápoles, se mandaron hacer ro
gativas por espacio de ocho dias para aplacar
la ira divina, y en cada uno de ellos debian
los órdenes religiosos andar la carrera forma
dos en penitente procesion, recorriendo las
calles de la ciudad hasta llegar á la catedral,
en la que estaba encargado de predicar un
sermon análogo á las circunstancias uno de
los mas famosos oradores. Así, pues, el dia
que tocó á la Compañía se encargó del ser
mon el P. Sambiasi, orador de los mas céle
bres de su época, y el P. Francisco de diri
gir la procesion, cuyo cargo desempeñó nues
tro Santo con tanta habilidad como celo y
energía. Luego que la solemne procesion, in
terrumpida solo de vez en cuando para que
las exhortaciones y amonestaciones del varon
apostólico pudiesen ser oidas y penetrasen
profundamente los corazones de todos los que
allí se hallaban, llegó por fin á la catedral,
se notó en aquellos momentos que un gentío
inmenso habia llenado el espacioso templo,
— 253 __
quedándose fuera en la plaza en que aquella
está situada aun mucho mayor número que
no habia podido penetrar. Viendo, pues, a
este tan innumerable pueblo hambriento del
pando vida, el tierno pastor de Jesucristo se
movió a eompasion por esta porcion del reba
ño, que se hallaba privada de la participa
cion de la divina palabra, y no tuvo valor de
deipedirle sin antes socorrerle. Inspirado por
tanto de pronto por el Espiritu Santo , súbese
a una eminencia que dominaba la multitud, y
alzando la voz declamó contra el vicio , con
una energia tan llena de fuego y de terror al
mismo tiempo, que brillaban en sus ojos el
celo y la majestad de un profeta, que se le
vantó un grito general de espanto entre sus
oyentes, como si hubiesen visto abierto el in
fierno para devorarles; y dejándose caer con
el rostro pegado á la tierra y a mas llorar ha
cian resonar el aire con sus gemidos, arroja
ban lamentos dolorosos al cielo, y pedian mi
sericordia y perdon de sus pecados. Todos los
corazones se compungieron, y es dilicil expli
car cual de los dos sermones, si el del P. Sam
biasi pronunciado en la iglesia, ó el del Pa
._ 251g _
dre Francisco predicado fuera , produjo ma
yor provecho.
Este feliz suceso determinó a los superiores
en 1678 á confiar al P. Francisco toda la mi
sion. No estará demás el traer aqui á la me
moria los deberes que imponia este importan
te cargo. Primeramente, tenia que vigilar por
mantener el fervor de una congregacion lle
na de piedad , que asistia á todas las proce
siones y era el brazo derecho del misionero;
en segundo lugar, tenia que hacer todos los
meses las invitaciones ó exhortaciones á la co
munion ; y en tercero, predicar todos los do
mingos y dias festivos del año en las plazas
públicas ú otros parajes de mayor concurren
cia de la ciudad, y esto no solo en Nápoles,
sino cuando se podia en las demás villas y pro
vincias del reino. Nuestro Santo se encargó
de la primera de estas funciones, y la desem
peñó con un celo digno del éxito con que sus
esfuerzos fueron coronados. Reforma todos los
abusos, é hizo desaparecer los obstáculos que
podian retrasar el adelantamiento espiritual _
de sus subordinados. Introdujo ó ¿estableció
entre ellos la costumbre de frecuentar los san
tos Sacramentos todos los domingos y festivi
vidades de la santísima Vírgen, la práctica de
la oracion mental y vocal, así como tambien
la de las penitencias y humillaciones públicas.
Se consagró con empeño á grabar en sus co
razones la ley del Evangelio, valiéndose para
ello de frecuentes exhortaciones, dando su
ejemplo eficacia á sus preceptos. Pero como
los miembros de esta cofradía ó congregacion
estaban destinados á ser sus colaboradores y
coadjutores en el ministerio apostólico, se es
forzaba además por encender y mantener en
sus corazones el sagrado fuego del celo que
á él le consumia, de modo que les comprome
tióá emplearse en su auxilio, no solo secun
dando con gusto sus empresas, sino que ade
más le precedian y preparaban el camino, re
moviendo obstáculos y destruyendo las obras
avanzadas del enemigo, mientras el P. Fran
cisco llegaba á poner sitio y batir en brecha
la fortaleza. Además eligió setenta y dos de
los mas celosos y hábiles, reuniéndose con
ellos en consejo dos veces al mes, á los cuales
despachaba como emisarios de caridad al in
terior de la ciudad, para que descubriesen
los males que allí habia, y para asegurarse
- 256 -
de quiénes tenían mayor necesidad de socor
ros espirituales y temporales. Esta vigilancia
general y universal no disminuía en nada la
que el P. Francisco ejercia sobre cada uno en
particular. Practicaba con una destreza ma
ravillosa lo que san Basilio llama las artes in
sinuantes de la gracia. Su caridad y paciencia
no tenían límites; siempre á la cabecera de
los enfermos no los abandonaba un momento,
dispensándoles hasta el fin sus afectuosas aten
ciones. Un miembro de su congregacion, que
era de carácter dominante y díscolo, aprove
chó por espacio de muchos años todas las oca
siones que se le ofrecieron para contrariar al
Santo y embarazarle. El P. Francisco sufrió
todo esto con calma y mansedumbre, y una
paciencia admirable; y por fin, este hombre
en castigo de sus pecados, vino á extrema po
breza; y el Santo asistió á él y á su familia
en la miseria en que estaban sumidos, y pa
ra colmo de su caridad á pesar de las ince
santes contradicciones que tuvo que sufrir de
parte de este hombre perverso é ingrato, cu
ya maldad no podia vencer con su generosi
dad, ni reprimir nunca con sus liberalidades,
jamás pensó en mudar de propósito.
- 287 —
Para fomentar el fervor de los miembros
de su congregacion, introdujo nuestro Santo
entre ellos el ejercicio de las EstacionesóCa
mino de la cruz, que es una serie de medita
ciones sobre la pasion de Nuestro Señor Jesu
cristo, acompañadas de oraciones análogas.
En una palabra, era un espectáculo verdade
ramente patéticover al P. Francisco, cuando
desempeñaba estos piadosos ejercicios, todo
absorto en la meditacion de estos dolorosos
misterios, y dando vuelo de vez en cuando á
sus irresistibles sentimientos con un torrente
de lágrimas. Otra práctica á que recurrió
muestro Santo, igualmente con el fin de exci
tar la piedad, fue la de visitar las siete igle
sias en memoria de las siete jornadas de nues
tro divino Redentor, la que se hacia del mo
do siguiente: Salian en procesion solemne
llevando delante una cruz y cantando las Le
tanías; y en todas las capillitas en que se ha
cia alto, dirigia el Santo una exhortacion,
que producia gran efecto, concluyéndose la
piadosa ceremonia con la consagracion que
cada cual hacia de sí mismo á Nuestro Señor
Jesucristo y á su santísima Madre, acompa
ñada de votos de perpetua fidelidad.
– 258 -
El segundo deber del P. Francisco, esto es,
el de predicar en público, era de mas consi
deracion y exigia mayor trabajo. Hé aquí de
qué modo se conducia nuestro Santo, respec
to á este punto. Los domingos daba principio
á sus fatigas, empleando dos horas en ora
cion mental, que terminaba con una larga y
áspera disciplina (y esta era su costumbre or
dinaria de cada dia á la hora de levantarse).
En seguida decia la misa, rezaba las Horas
canónicas con la cabeza desnuda y arrodilla
do, ó en medio de su aposento ó delante del
Santísimo. Después de haber cumplido sus de
vociones particulares, pasaba el resto de la
mañana en el confesonario, ó con su congre
gacion. Llegada la hora de lá comida, la que
era seguida de un rato de recreacion, que el
Santo empleaba cási todo en conferencias es
pirituales con sus mas queridos, las que no
dejaba sino para discurrir durante una hora
sobre la pasion de Nuestro Señor Jesucristo,
y meditar sobre ella, salia con sus compañe
ros en procesion por las calles, discurriendo
por diversos lados, poniéndose á predicar al
pueblo. El P. Francisco ordinariamente se su
bia sobre una grada, cási frente por frente
– 289 –
de los danzantes y charlatanes, que huian sus
ataques, ó que llenos de rabia y de despecho
se esforzaban en vano para atraerse la aten
cion del auditorio, que le escuchaba embele
sado de su elocuencia. Concluido el sermon
se hincaba de rodillas al pié de las cruz, y se
disciplinaba fuertemente las espaldas, y por
último, sin tomar aliento entraba en el con
fesonario, en el que permanecia hasta que se
cerraban las puertas de la iglesia. Su celo le
hizo desear todavía mayores ocupaciones, y
con aprobacion de sus superiores y auxiliado
de sus compañeros, emprendió el practicar
los ejercicios de la mision todos los dias festi
vos de entre semana, de la misma manera que
en los domingos.
El tercer deber, de que estaba el P. Fran
cisco encargado, consistía en las invitaciones
á la Comunion. En los nueve dias que prece
dian al tercer domingo de cada mes, recor
ria las principales calles de la ciudad junta
mente con algunos de sus compañeros tocando
una campanilla, que anunciaba la proximi
dad del dia de la Comunion; y á fin de des

les repetia con fuerte voz alguna máxima que


— 260 —
fijase su mente, ó alguna advertencia nota
ble tomada de las santas Escrituras. Duraba
este ejercicio toda la mañana hasta la horade
comer; mas pasado el mediodia volvia a pro
seguir su obra con un celo siempre infatiga
ble hasta el anochecer.
Aun a los arrabales mismos de Nápoles al
(‘anzaba la solicitud dell’. Francisco , llenan
do en ellos, como en la ciudad, el penoso de
ber que se le habia impuesto. No puede ima.
ginarse nadie las fatigas y privaciones que
tuvo que sufrir el Santo, ya cuando hacia un
sol abrasador, ya cuando llovia a cantares,
ya atravesando pantanos, ya caminando so—.
bre peñascos, aun con peligro de su vida y
de lastimar sus miembros, viajando siempre
a pié hasta que llegó á una edad avanzada,
que tuvo ya precision de hacerlo á caballo.
Pero cuando sucedia el que se presentasen
quince, diez y ocho y aun veinte mil y mas
personas a recibir la Comunion, hacia todos
los esfuerzos imaginables por conservar el
buen órden entre esta multitud. Becibia ala
puerta de la iglesia estas tropas de hombres
¡y mujeres que venian de los pueblosy aldeas
cirounvecinas, y los colocaba en sus puestos
respectivos. Acogia con ternura y vertiendo
lágrimas de alegría á los niños que venian co
ronados de flores; pero esto sucedia princi
palmente al distribuirles el pan de vida, por
que entonces su alma se enajenaba de gozo al
ver que el amor á Jesús brillaba en sus ros
tros, y así se mostraba el Santo complacidí
simo, usando de expresiones vivas y anima
das para comunicarles su tierna y encendida
devocion. Estos fueron los trabajos que le oca
sionó la mision y el modo que tuvo de desem
peñarla. Esta arma admirable de la divina
gracia sirvió en sus manos para dar salud á
millones de almas. No es posible, en verdad,
idear un medio mejor para despertará los pe
cadores de su letargo, que el de asustarlos
con el castigo de la divinajusticia, reaniman
do al mismo tiempo su fe, alentando sus es
peranzas, y reconciliándolos por último con
Dios por medio de la caridad, que es lo que
han practicado san Felipe Neri, san Vicente
de Paul, las santas sociedades y congrega
ciones y los varones celosos, que en diversas
épocas y distintos lugares han resucitado la
virtud espirante del cristianismo, haciéndola
aparecer brillante con los milagros obrados
- 262 - .
por la gracia. Aun hoy dia en los países ca
tólicos se sostiene la piedad del pueblo con
medios análogos; y seguramente que recur
sos de este género son indispensables y nece
sarios en todas partes donde la fe está expues
ta á corromperse y la caridad en peligro de
resfriarse. ¿Y qué país hay en el mundo en
que esto no suceda?
Hizo el P. Francisco su profesion solemne
el dia de la festividad de la inmaculada Con
cepcion de la santísima Vírgen del año 1682.
En esta ocasion dió pruebas de la humildad
que le carácterizaba, poniéndose de rodillas
á vista del público, besando los piés del su
perior y dándole en alta voz las gracias por
haberse dignado admitir en la Compañía á un
miembro tan indigno.
Antes de pasar adelante en la relacion de
las empresas apostólicas de nuestro Santo, no
estará por demás digamos algo acerca de la
cualidad que le hacia obrar tantas maravi
llas, esto es, de su rara elocuencia. Su voz
era fuerte y sonora, de suerte que se le oia j
con claridad á grande distancia; el estilo de
sus sermones era afluente, sencillo y propio
Para despertar los afectos y moverlos. Nadie
— 263 -
cual el P. Francisco conoció mejor las pasio
nes humanas. ni supo dominarlas con mas
tacto y‘delicadeza. Unas veces se ¡nsiuuaba en
elr corazon de ‘sus oyentes por susmodales
graciosos y atractivos que llevaban la person..
¡iiou en su feudo. sin que casi aquellos lo aper
cibiesen ;‘ y otras los abrumaba con multitud
de argumentos enérgicos deducidos dela EI- _
critura y santos Padres, yadornados de to
das las bellas imágenes, que una imaginacion
llena de fuego puede emplear, para echar por
Jfuerra todos los obstáculos y para convencer
aun alas personas mas obstiuadas. Sus des
cripciones estaban llenas de fuerza y de ver
dad, sus patéticos apóstrofes hacian segura
mente llorar . su energia atemorizaba y ater
-raba..En efecto, acostumbraba á hablar con
una vehemencia tal, que algunas veces le sa
lia sangre de los labios; frecuentemente ha
blaba con voz enronquecida, y del demasiado
ardor en el decir se le sacaban las fauces y
lengua en términos de no‘ poder articular mas
palabra. En cierta ocasion declamó con tal
vehemencia contra el pecado, que ‘cayó al
suelo de pronto sin sentido. El método que
seguia ordinariamente en sus discursos era cl
- 964 -
pintar desde luego la enormidad del pecado
y lo terrible de los juicios divinos con colores
tan vivos, que excitaba en los pecadores te
mores é indignacion contra sí mismos; des
pués cambiando de tono con suma maestría
se detenia en explicarles la mansedumbre y
Ibondad de Jesucristo, haciendo que sucediese
la esperanza á la desesperacion, y que se com
pungiesen aun los corazones mas endureci
dos. Este era el momento que escogia para
dirigirles una alocucion tan tierna y seduc
tora, que se les veia caer de rodillas ante la
imágen de Jesús crucificado, y pedir por sus
sacratísimas llagas, como preciosos canales
de las divinas gracias, derramando lágrimas
y arrojando suspiros, su perdon y su recon
ciliacion. Tenia costumbre de añadirá la con
clusion de sus sermones algun ejemplo sor
prendente de los premios y castigos divinos,
para que á su auditorio le hiciesen mas pro
funda impresion las verdades que trataba de
inculcarle. Su elocuencia no procedia tanto
de su natural talento, cuanto de su ardiente
amor por Dios, y del celo que le consumia
porque todas las criaturas fielmente le sirvie
sen. Cuando tenia que predicar, apuntaba en
— 365 ._
pocaspalabras los argumentos, autoridades
y ejemplos que pensaba proponer en su ser—
mon, y pormedio de una comunicacion inti
ma con Dios al pié del crucifijo , se disponia á
tratar sus negocios con los hombres; después, ‘
cual otro Moisés , descendia todo lleno del fue
go que se le habia comunicado en su coloquio
con la Divinidad; echándose de ver que Dios
mismo era quien le inspiraba frecuentemente
y en los momentos criticos palabras que pro
ducian un efecto maravilloso. En 1707 una
violenta erupción del Vesubio oscureció de
repente el aire trocando el diaen la mas os
cura noche, de modo que el pueblo conster
nado acudió en tropel a la plaza de Santa Ca
talina, en la que tambien se hallaba el Santo,
quien levantando la voz desde el centro de la
muchedumbre alli congregada, procurando
antes que todos le oyesen, profirió en tono
profético y lúgubre las siguientes palabras:
Nápoles, ¿en qué tiempo existes? ¿En qué tiem
po ewistes, Nápoles? Esta corta, pero enig
mático frase produjo tal espanto, que muchos
pecadores escandalosos confesaron sus peca
dos y abrazaron en seguida una vida religio
sa. En 1688 se dejó sentir en Napoles un ter
remoto que arruinó muchas casas, y el pue
blo espantado salió corriendo á las calles para
librarse de la muerte. Dejad el pecado, ex
clamaba el Santo, si quereis que cese el casti
go. Palabras, que pronunciadas por un varon
tan santo y tan respetado, fueron de grande
efecto y provecho para muchos.
Sus sermones eran comunmente seguidos
del arrepentimiento y conversion de cinco,
seis y aun diez mujeres públicas, que se le
presentaban mesándose los cabellos y vertien
do abundantes lágrimas, solicitando licencia
para entrarse en algun convento para hacer
penitencia de sus pecados. Un dia una de es
tas desdichadas, delante de cuya casa predi
caba el siervo de Dios, hizo todo lo que pudo
para interrumpirle, dando grandes voces, que
no bastaron á distraer la atencion de nuestro
Santo, que continuó su discurso hasta con
cluirle. Algunos dias después pasó el P. Fran
cisco por delante de esta misma casa, y vién
dola cerrada dijo á los que estaban á su lado:
¿Qué es de Catalina?-Ayer murió de repente,
le respondieron. ¡Muerta! entremos y veámos
la. Entró con efecto, y subiendo la escalera,
halló al cadáver colocado segun se acostum
- 267 —
bra. Luego, en medio del profundo silencio
que reinaba en el numeroso concurso de es
pectadores que allí habia, exclamó; Díme,
Catalina, ¿qué es de tu alma? Dos veces la
hizo esta pregunta sin tener respuesta; pero
renovándola por tercera vez, y ya con tono de
autoridad, abrió los ojos la difunta, sus la
bios se movieron en presencia de todos, y con
voz débil, que parecia salir de una gran pro
fundidad, respondió: En el infierno; estoy en
el infierno. Todos salieron espantados de la
casa, y á su salida el Santo iba repitiéndoles
muchas veces: ¡En el infierno! ¡en el infier
no! ¡Dios todopoderoso, Dios terrible! ¡ En
el infierno! Este suceso y las palabras del
P. Francisco hicieron tanto eco en aquellagen
te, que muchos no se atrevieron á volverá
Sus casas sin confesarse primero,
En otra ocasion pintaba con tan vivos co
lores y con tal energía el ultraje que á Dios
se hace con el pecado, que un niño prorum
pió en amargo llanto. ¡Qué es eso! exclamó
el Santo, ¿este inocente niño vierte lágrimas, y
en tanto los pecadores permanecen insensibles?
Entonces, el padre del niño, que era un gran
pecador, y que estaba allí presente Oyendo el
– 268 –
sermon, se sintió conmovido con las palabras
del Santo, é hizo confesion general de sus cul
pas, mudando de vida. ¡Pobre hija mia! pre
guntó un día en público el Santo á una mu
jer que durante muchos años habia vivido
desordenadamente, y que al fin se había con
vertido oyendo un sermon del P. Francisco;
¿qué ventajas, qué bienes, qué satisfacciones os
han producido vuestras iniquidades?— Nada,
absolutamente nada, contestó esta llorando;
pues aun los vestidos que llevo puestos no me
pertenecen, sino que son prestados. ¡Dios de
bondad? ¿Lo habeis oido? exclamó el Santo.
Wed aquí cuál es la ganancia que proporciona el
pecado. Un día que estaba predicando cerca
de una casa de mala nota, cuando llegaba á
la mitad de su sermon, vió que un coche se
preparaba á salir; se suplicó á las personas
que en él iban se detuviesen algunos momen
tos, y que no interrumpiesen al siervo de Dios;
mas no quisieron hacer caso, y mandaron al
cochero que pasase adelante. ¡Divino Jesús
mio! exclamó el Santo con el Crucifijo en las
manos, poniéndole delante de los caballos,
ya que estas diosas no os tienen respeto, haced
al menos que os le tengan los animales irracio
– 269 –
nales, y en el instante mismo los caballos ca
yeron de rodillas, y no los pudieron hacerle
vantar hasta que se concluyó el sermon.
En otra ocasion no podia conseguir nues
tro Santo, á pesar de sus esfuerzos, el que le
escuchasen, y alzando la voz empezóá decir:
¿Y qué fruto he cogido yo en Nápoles al cabo
de tantos sermones? Yo empleo mi vida cási
sin fruto, cuando si predicase en algun bosque
los mismos leones y jabalíes se acercarianáes
cucharme. En aquel momento un perro que
pasaba separóá escuchar lo que el Santo de
cia. Wed, dijo, este mudo animal tiene massen
sibilidad que miles de pecadores. Este suceso
causó tal impresion en una mujer que le pre
senció, que concibiendo un vivo dolor de sus
culpas, reparó su mala conducta pasada con

Estos ejemplos sirven para manifestar cuán


provechoso fruto sabia sacar nuestro Santo de
las cosasmas insignificantes, para que se cum
pliesen los designios de la divina gracia. Era
un enigma para cuantos le conocian el expli
car cómo podia sufrir los trabajos á que se su
jetaba, y que eran mas que suficientes para
ocupará cinco misioneros, y que parecian su
– 270 —
periores á la débil complexion y delicada cons
titucion del Santo; por lo que se pudo discur
rir, sin"faltar á la razon, que para prolongar
esfuerzos semejantes por espacio de cuarenta
años, debió Dios por medio de un milagrosos
tener sus fuerzas. Constantemente se le veia
en los hospitales, en las cárceles, en las ga
leras; y además visitaba los enfermos en sus
casas y proveia á las necesidades espirituales
de los monasterios, de las casas de caridad,
de las cofradías y de las escuelas. El resultado
que consiguió el Santo de su apostólico celo
fue la enmienda de multitud innumerable de
pecadores, la conversion de muchos turcos é
infieles á la Religion de Jesucristo, y el haber
introducido una sorprendente reforma de cos
tumbres en las casas en que antes estaba como
de asiento el vicio, como en las cárceles y pre
sidios. El excesivo celo del Santo fue causa de
que los soldados del ejército pasasen de la ma
yor depravacion á la piedad mas edificante.
A pesar de todo esto, su ardor, que no cono
cia límites, le hacia suspirar aun por frutos
mas abundantes, que fue lo que le sugirió la
idea de ir á predicar por las noches á las ca
Sas de prostitucion, para que con la novedad
- 271 –
y Solemnidad de sus amonestaciones, en hora
en que los pecadores no le esperaban, se mo
viesen á temor y á desear hacer penitencia.
Estaba una vez nuestro Santo orando en su
aposento, y se sintió de pronto inspirado para
salir á predicar, y previa la licencia de su
prelado, obedeció la inspiracion de Dios. An
duvo por algun tiempo errante en medio de
las tinieblas sin saber dónde estaba, hasta que
por fin llegó á la esquina de una calle, en la
que se puso á predicar sobre la necesidad de
corresponderinmediatamente álos llamamien
tos de la divina gracia, y luego que conclu
yó, se volvió á su colegio, satisfecho de ha–
her llenadó su deber, aunque ignorando aun
cuál habia sido el designio de Dios, y cuál el
fruto de su predicacion. Al dia siguiente por
la mañana se le presentó una mujer jóven pi
diéndole la oyese en confesion, y con las se
ñales de la mas sincera compuncion, le dijo:
Que hallándose la noche precedente en com
pañía de su amante, llamó repentinamente su
atencion la voz del Santo, que predicando en
la calle, amenazaba con las divinas vengan
zas á los pecadores impenitentes que diferian
de un dia para otro su conversion; lo que la
— 272 —
habia asustado de tal modo, que se puso á
persuadir á su cómplice en el pecado para
romper sus criminales relaciones. Pero que
este no quiso hacerla caso, y al propio tiem
po empezó á reirse y mofarse de las amena
zas del Santo, cuando con gran espanto suyo
vió el terrible cumplimiento de ellas; porque
el desdichado, dejando de hablar de pronto,
quedó convertido en cadáver, marchando su
alma á presentarse ante el tribunal de Dios,
cuando las palabras de blasfemia apenas ha
bian salido de sus labios. Llorando amarga
mente esta catástrofe, pidió su perdon ante
Dios con abundates lágrimas y sollozos, y ve
nia al Santo para que este la reconciliase con
el Señor, y para expiar los escándalos de su
vida pasada con una vida penitente.
Ni las dificultades, ni los peligros, ni los
trabajos eran bastantes para apagar el incen
dio del celo que devoraba á nuestro Santo.
Aun cuando estuvo expuesto á graves insul
tos y denuestos, todolo sufria con una man
sedumbre verdaderamente cristiana, y no ha
bia cosa alguna, por extraña que pareciese,
que no la convirtiera en instrumento de salud
para los demás. Era nuestro Santo enemigo
-- 273 –
declarado de los charlatanes, danzantes y de
toda aquella mala raza de gentes que ganan
su vida alimentando los vicios del pueblo. Uno
de estos hombres, que son la hez de la socie
dad, viendo un dia en que representaba una
comedia lasciva para entretener á la muche
dumbre, que el Santo se disponia á predicar,
conociendo la grande influencia que este te
nia con el pueblo, se aproximó á él y le des
cargó un horrible bofeton en el rostro, al mis
mo tiempo que otro le arrojaba violentamente
por tierra. El Santo se levantó sin haber re
cibido daño alguno en esta caida, y sin alte
rárse por tan brutal insulto, dijo: No sé por
qué ofensa que os haya causado hemerecido ser
tratado de tal manera; pero si os he hecho algu
na injuria, aquí mismo ospido perdon en pre
sencia de todos. En otra ocasion que habia sido
groseramente insultado en público, se puso
de rodillas delante de su agresor y le besó los
piés. Tal era el respeto que se tenia en todas
partes al Santo, que hasta el vicio mismo ren
dia homenaje á su santidad y huia su pre
sencia. Un hombre, á quien reprendia en cier
ta ocasion, tiró de la espada, y le hubiera en
vasado si sus compañeros mo lo hubiesen im
18 y LVIII.
- 274 -
pedido. En otra, mientras predicaba, ciertas
personas se pusieron á la puerta de una casa
inmediata, y estaban siendo objeto de disipa
cion y de escándalo para su auditorio con sus
ademanes y con las palabras licenciosas que
proferian. Prevínoles con dulzura que se re
tirasen, pero el vil dueño de aquella casa atra
jo á ella á algunos de los circunstantes. Esto
es ya demasiada insolencia, exclamó el Santo
dirigiéndose en seguida á aquella casa. Sus
compañeros le suplicaban que por Dios, no
expusiese su vida. ¡Qué, les contestó levan
tando en alto el Crucifijo, habiendo dado el
ejemplo mi divino Salvador, por temor á la
muerte, me he de negar á reprimir el crímen!
Entró, pues, en la casa, en la que léjos de ser
maltratado, todos le saludaron con respeto;
y después de hacerles volver á la calle, con
tinuó su sermon, que produjo admirables
frutos.
Con verdad puede decirse que no conocia
el peligro cuando se trataba de la gloria de
Dios. Un dia de procesion se detuvo á la puer
ta de una casa, y movido de una repentina
inspiracion llamóá aquella fuertemente, di
ciendo: Abre, furia infernal, maestra de niñas
del infierno, abre. Algunos instantes después
se vió aparecer una ruin mujer, ajada, hor
rible y desfigurada; en lo interior de la casa
se veian media docena de jóvenes, que ha
cian la corte á otras tantas de distinto sexo,
á quienes esta miserable, verdadero anzuelo
del demonio, arrastraba al crímen y que es
taban á punto de sacrificar su virtud. Wed,
exclamó el Santo, la escuela de Satanás, la
antecámara del infierno. ¿Cómo teneis valor,
dijo á los jóvenes, de atentar contra la virtud
de estas almas inocentes, por las que un Dios
ha derramado su sangre? Salid pronto de aquí.
Y aterrados los mozos con la imponente au
toridad de su gesto y palabras, no se atre
vieron á desobedecerle; y el Santo después de
haber apartado á estas pobres niñas del bor
de del abismo, las proporcionó entrar en un
convento, en el que lograron salvar su vir
tud y sus almas.
Los peligros á que se expuso nuestro San
to fueron sin número, debidos todos á su ce
lo. Detuvo un dia á un jóven, que entraba en
una casa de prostitucion, exigiéndole que re
nunciase á sus criminales designios; pero cie
go de pasion aquel le maltrató furioso; y co
18*
– 976 –
mo el Santo puesto de rodillas no quisiese de
jarle en su mal propósito, se preparó ya á
clavarle un puñal en el pecho, lo que hubie
ra ejecutado, si los circunstantes no se lo hu
bieran impedido. En otra ocasion predicaba
delante de la casa de una jóven, que llamaba
la atencion pública por su talento y hermo
sura. Hallábase esta entonces rodeada de una
numerosa concurrencia, que habiendo oido la
voz del Santo, hizo todos cuantos esfuerzos
pudo por sofocarla con gritos estrepitosos de
alegría, creyendo que de este modo se desem
barazarian de él. Pero hé aquí que el Santó
predicador gritó de repente con voz estentó
rea: ¡Hola! todos vosotros que seducidos por
Satanás os hallais reunidos en esa maldita casa,
salid de ella en el momento. Uno tan solamen
te obedeció. Allá voy, dijo el Santo, los demás
te seguirán, ólos haré salir por fuerza. Y como
no saliese ningun otro, cogió entonces el Cru
cifijo en sus manos, y cantando las Letanías de
la santísima Vírgen, subió la escalera, y lan
zó tal mirada sobre todos cuantos allí habia,
que salieron de la habitacion inmediatamente.
El Santo tuvo aun otras mayores mortifica
ciones que sufrir, y entre ellas fue una la de
-- 277 –
haberle el Cardenal Arzobispo prohibido que
predicase en la ciudad, cediendo este prelado
á ciertas representaciones que se le habían di
rigido. El humilde Santo no profirió palabra
alguna de queja, ni puso la menor observa
cion; pero se consoló en su pena, y alimentó
su celo dedicándose continuamente al confe
sonario. Poco después movido el Cardenal por
la conducta del Santo y por los ruegos de
otros mas sabios y virtuosos consejeros, que
le aseguraron privaba, con la medida que ha
bia dictado, de su apóstolá Nápoles, dió al
P. Francisco las mas amplias y absolutas li
cencias. Para poner á prueba la virtud del
Santo, su superior le prohibió que saliese de
su colegio, sin haber antes obtenido expreso
permiso;á cuya órden se sometió el P. Fran
cisco por muchos meses con escrupulosa exac
titud, hasta que por último edificado el prela
do de su humildad, y convencido de su virtud,
le levantó la prohibicion. Además el coadju
tor, que estaba encargado de cuidarle y que
era de carácter melancólico, le era tambien
motivo de pena. Cuando su celo hacia que se
0cupase en hacer mucho bien, aquel le po
nia las mas veces los mayores obstáculos, ta
– 278 –
chándole con dureza. Se le trataba injuriosa
mente de enredador y perturbador del reposo
público,á menudo le ultrajaban abrumándole
de denuestos, y aun dejándoleá la puerta sin
darle entrada en ciertas casas. Habia un no
ble, que tenia tal aversion al P. Francisco,
que ni aun podia sufrir su presencia. Confia
ron al Santo una considerable suma para que
la entregara á este señor. El P. Francisco bus
có por mucho tiempo una ocasion oportuna
para hablar con él, sin poderlo conseguir.
Dijole el noble recibiéndole un dia por últi
mo: «Y ¿qué es lo que ostrae aquí? ¿La his
«toria consabida? ¿La caridad? Eso creo yo,
«pero nada tengo que daros.—Señor du
«que, le contestó el Santo, es verdad que ten
«go un pequeño favor que pedirle áV., y es
«que se digne tener la caridad de prestar á
«una pobre mujer la suma necesaria para
«que compre una cama en que acostarse: lo
«cual no le será á W. gravoso en manera al
«guna, porque en este bolsillo que le presen
«to y estoy encargado de restituirle, halla
«rá V. doscientos ducados. — Esto no es to
«do, replicó el noble todo lleno de furor.—
«0s aseguro, añadió el Santo, que nada sé,
- 279 –
«sino que esta cantidades la que se me ha en
«tregado.—¿Por quién?—No me esposible
«decirlo.» Al oir estas últimas palabras el no
ble arrancó la bolsa de las manos del San
to, y volviéndole la espalda le despidió. Poco
tiempo después se vió este caballero en nece
sidad de llamará nuestro Santo; porque ha
biendo caido peligrosamente enfermo y estan
do para morirvió las cosas bajo otro aspecto,
y se dió prisa por reconciliarse con el sugeto
á quien tan groseramente habia insultado; y
aunque el Santo se encontraba entonces dis
tante de Nápoles cuarenta millas, envióá bus
carle con solo este objeto. El Santo le asistió
á la hora de la muerte con gran provecho es
piritual y consuelo del enfermo.
Era efectivamente muy notable la caridad
del P. Francisco de Gerónimo para con aque
los que le ultrajaban. Un dia que trataba de
apaciguar una riña entre varios soldados, re
cibió de uno de ellos un terrible golpe en la
cabeza, que le hizo derramar sangre en abun
dancia; y queriendo el capitan así que tuvo
noticia de este acto de brutalidad castigar se
veramente al desdichado autor de tal exceso,
por el sacrilegio que había cometido, el Santo
– 280 —
... no cesó de rogarle hasta que obtuv0 super
don. Ni aun en el tribunal de la penitencia se
veia libre de insultos. Dos pobres mujeres ha
bian venido de muy léjos para confesarse con
él y deseaban volverse pronto, porque no te
nian quien cuidase de sus casas durante su
ausencia. El Santo pidió á un hombre, que
tambien estaba aguardando para lo mismo,
que las permitiese despachar antes que él.
Condescendió, pero de muy mala gana y de
jando escapar calumniosas expresiones con
tra el Santo, el cual después de despedirá
las dos mujeres, le oyó tambien en confesion,
tratándole con tal dulzura y caridad, que le
despachó con disposiciones muy diferentes, y
animado de sentimientos de aprecio y admi
racion hácia él.
Uno de los medios que mas frecuentemente
empleaba nuestro Santo y con mayor fruto
para santificar las almas era el de los Ejerci
cios de San Ignacio. Es imposible concebir
con qué energía y con qué asombroso éxito
recomendaba el santo varon al pueblo estas
meditaciones, que componen un curso com
pleto de filosofía cristiana; baste decir que se
Vía obligado á interrumpir frecuentemente
- 2841 -
Su discurso, para dar lugará las lágrimas,
gemidos y sollozos que con ellos arrancaba.
Los individuos lo mismo que las corporacio
nes, los ignorantes como los sabios, los jóve
nes como los ancianos de ambos sexos se apro
vechaban igualmente de sus exhortaciones;
y estas excitaban en tan alto grado el entu
siasmo y la compuncion en el corazon de los
pecadores, que hacian pública confesion de
sus crímenes, y se imponian tan ásperas peni
tencias, que tuvo necesidad el Santo de mo
derar su ardor. Y esto no era de un efecto
transitorio, como el que produce un torrente,
que mientras pasa todo lo pone en desórden
y confusion, sino un bien permanente y du
rable, consiguiendo convertirá gran núme
ro de pecadores que hacia diez, veinte, treinta
y aun hasta cincuenta años, que habian sa
cudido el yugo de la Religion; porque es ne
cesario confesar, que nuestro Santo estaba
dotado de un admirable tacto para atraerá
los pecadores, como lo manifiestan los si
guientes ejemplos: Un hombre que hacia vein
te y cinco años que no participaba de los Sa
cramentos fue advertido en sueños repetidas
veces de que acudiese á nuestro Santo, y por
— 282 ——
tin cobró ánimo y obedeció , para gran dicha
suya y para mayor gloria de la santisima Vir
gen Maria, á cuya singular proteccion "debió
este aviso. Otro á‘quien el Santo preguntó al
arrodillarse á sus piés cuánto tiempo hacia
que no se habia confesado , comenzó a llorar
amargamente y á suplicar al Santo que no le
desechase, porque era un gran pecador, y el
Santo recomendándole que no se desanimara
le preguntó si haria diez, veinte ó cincuenta
años. Precisanwnte, contestó, hace cincuenta
años que me he alejado de Dios. — ¡Alejado de
Dios! replicó el Santo. Y¿por qué habeis hui
do de tan tierno Padre , de un Salvador que ha
(Ierramado hasta la última gota de su sangre por
‘nos? ¡Ah! cuanto antes convertios a el, y salid
al encuentro del que tanto tiempo hace que os
anda buscando. Este hombre se confesó de to
dos los crimenes que habia cometido con mues
tras de un sincero arrepentimiento , adoptan
do después una conducta ejemplar. Un dia un
pecador obstinado se hallaba á las puertas de
la muerte, sin dar señal de esperanza, ni ma
nifestar el menor deseo de arrepentirse. El
Santo después de haberle instado por largo
tiempo y en vano para que pusiese su con
– 283 -
fianza en la divina misericordia, cambiando
repentinamente de tono, le dirigió estas pa
labras: «Qué¿creeis, le dijo, que Dios tenga
«obligacion de daros el cielo, que os tiene
«ofrecido, con solo que vos os digneis acep
«tarle, ó que deba afligirse si preferís el in
«fierno? Condenándose tantos príncipes y se
«ñores y dejando Dios que se condenen, ¿pen
«sais que haya de hacer sentimiento por vos
«mas que por ellos? Si quereis condenaros,
«condenaos en buena hora:» y dichas estas
palabras le abandonó. Mas este súbito é im
presivo apóstrofe produjo tan gran mudanza
en el moribundo, que penetrado de vivos sen
timientos de dolor y de temor pidió al Santo
que no le desamparase; confesó sus pecados
con todos los signos externos de una contri
cion perfecta, y murió esperanzado en las
bondades del Eterno. ¿Y cómo no habia de
sucederasí, cuando no habia corazon, por em
pedernido que fuese, que no se ablandase y
cediese á las exhortaciones del santo misione
ro? Un jóven se arrojó un dia á sus piés gri
tando: «Padre mio, ved aquí no un hombre,
«sino un demonio en carne humana; un al
«ma abandonada á la desesperacion. Desde
— 284 ——
« que un confesor, hace y amuchos años, me
«negó la absolucion, no he cumplido jamas
a con mis deberes de cristiano , ni he oido una
amisa , ni he entrado enla iglesia, ni be re
«zado un Ave Maria, ni he hecho siquiera‘ la
«señal de la cruz. ¡Ay de mi‘. He sido tan per
«verso, que tengo formadopacto con el de
« monio ¡y he recurrido s él pidiéndole su auxi
«lio por medio de hechiceros y gente de esta
« clase que son tenidos por inteligentes en la
«magia negra. Después de semejante vida
« ¿ qué podré esperar? ¿ Me atrevete á imple
«rar la divina misericordia? — Y ¿ por que
« no , hijo mio? replicóle el Santo lleno de tel‘
«nura. Es verdad que vuestros crimenes son
«muy grandes; pero es aun mucho mayor a
a misericordia de Dios. ¿Por ventura ignorais
«que Nuestro Señor Jesucristo vino al mun
u do y murió por salvar á los pecadores ? Aun
« podeis conseguir ser perdonado‘, si pedis este
«mismo perdon con celo y fervor , y trabajais
« sin perder momento en reformar vuestra
«conducta.» Estas palabras de consuelo die
ron la vida a este pecador tanto tiempo hacia
muerto en el vicio, y ganaron para Dios un
penitente que perseveró en su enmienda. To
— 285 —
davia llama mas la atencion el hecho siguien
te; asi es que el Santo acostumbraba_ referir
le en sus sermones. Cierto jóven se le‘ presentó
un dia con aire grave y devoto, diciéndole:
tc Padre mio, vengo á revelaros los prodigios
_ «de la misericordia de Dios conmigo, y a su
«plicaros le deis gracias por sus señalados
ccfavores, y os pido me enseñeis con vuestro
«consejo los medios que debo emplear para
«aprovechar mas en la virtud. Tantos años
«(y los nombró) se han pasado estando yo
«abandonado a un Vicio, que tan profundas
«raices habia echado en mi alma, que Dios
«permitió que mi razon se oscureciese y mi
«talento se ofuscase hasta el punto de imagi
«narme que era una bestia. En esta persua
«sion me despojaba de los vestidos, vaguba
«desnudo por los campos y me tiraba sobre
«la tierra, cual cuadrúpedo expuesto al sol y
«a la lluvia, al hielo y a la nieve, acompa
«ñándome con sucios animales, partiendo
«con ellos el alimento é_imitando sus gritos.
«Después de haber pasado asi nn año, se ha
« dignado el Señor tener eompasion de mi in
«felicidad, haciéndome recobrar mi razon
«rperdida, No hay palabras que bastan a ex
—. 286 —
« presar la confesion y el empacho de que me
«he sentido abrumado, comprendiendo per
a fee-tamente , que esto ha sido en justo castigo
«de mis pecados. Me he confesado lo mejor
«que —he podido, luego que he estado para
«ello , y por la gracia de Dios he vivido siem
«pre, desde entonces, obediente asus divinas
«leyes. ¿Qué os parece? ¿No ha usado Dios
«conmigo de una misericordia sin ejemplo? n
Nuestro Santo, abrazándole, le dijo: «El pe
«cador ciertamente se parece a los brutos en
«que no tiene entendimiento.» Aprobó su
conducta presente, le confirmó en sus senti
mientos, y le consoló asegurándole que Dios
no le retiraria jamás su gracia, mientras que
él fuese fiel a sus propósitos. Un asesino, que
habia sido castigado por varias muertes que
habia hecho , pasando cerca de un grupo de
oyentes, a quienes el Santo predicaba, se de
tuvo diciéndose a si mismo: El que ya busco
rw estará entre esta gente. Detiénese, pues , pa
ra observar, y no pudo menos de oir el dis
curso del predicador, y oyéndole tampoco pu
do evitar el permanecer alli para escucharlo,
como si por encanto se le hubiese obligado a
continuar en aquel sitio, cuando de pronto
- 287 -
llegaron á herir sus oidos las siguientes pala
bras: «Millares de penitentes lloran sus pa
«sadas culpas, ¿y tú, miserable pecador, me
«ditas nuevos crímenes? ¡Desdichado! Que
«ni el brazo de Dios alzado para descargar
«sus rayos contra tí, ni el infierno abierto
«bajo tus piés para tragarte, bastan á des
«viarte de tu maldad.» Su culpable concien
cia se sintió agitada por los remordimientos,
su corazon aborreció el pecado, confesó sus
iniquidades, y de un hombre sanguinario se
convirtió en un gran Santo. Un jóven que vi
via en el desórden se halló tan movido inte
riormente por un sermon que oyó al P. Fran
cisco que, despreciando todo respeto huma
no, se postró públicamente á los piés del Cru
cifijo, diciendo en alta voz: Padre mio, estoy
perdido: hace mas de veinte y cinco años que no
me he confesado; y al decir esto, llorabades
consolado y se disciplinaba. Después acompa
ñando la cofradía al Jesús-Nuevo, buscó á
muestro Santo, que cual tierno padre se ar
rojóá su cuello y le abrazó, excitándoleáte
mer confianza, y ayudándole á reconciliarse
con Dios. El jóven no solo renuncióásus an
tiguos hábitos, sino que se convirtió en mo

En.

TRA
– 288 —
delo de penitencia, y continuó haciendo una
vida ejemplar. -
Otra de las excelentes dotes de que se ha
Elaba adornado nuestro Santo consistia en Su
gran talento para dirigir las almas, no pu
diendo dudarse que sus públicas exhortacio
nes y sus instrucciones privadas y secretas
producian los mejores resultados. Tenía una
destreza que maravillaba para resolver difi
cultades, desvanecer escrúpulos y apaciguar
disputas. Un día dos religiosas tuvieron un
gran altercado con motivo de una celda, á la
que ambas se creían con derecho. Ninguna
de las dos queria desistir de su pretension,
que cada cual sostenia con calor, no sin gran
confusion y escándalo de toda la comunidad
al ver el empeño de las dos religiosas y los
inútiles esfuerzos de las demás por aquietar
las. El P. Francisco fue llamado últimamen
te para terminar aquella acalorada cuestion.
En verdad, dijo el siervo de Dios; dirigién
dose á una de las dos que parecia ser la mas
terca, preciso es que se trate de un asunto de
suma importancia, cuando por un poco de tier
rutos poneis á sabiendas en riesgo de perder el
— 289 —
esta religiosa, que arrepentida lloró su locu
ra, y se‘restablecieron inmediatamente entre
todas la paz y buena armonia.
Asi como a los que seguian sus consejos
todo les salia á medida de su deseo ,_ al con
trario , los que menospreciaban ó se burlahan
de sus advertencias sufrian los mayores cas
tigos. Un jóven de depravada conducta tuvo
el descaro de reirse y mofarse de las amones
taciones del Santo , y llevó adelante su atre
vimiento hasta cargarlo de denuestos. Nues
tro Santo, á imitacion del divino Salvador,
que cuando era ultrajado jamás volvia injuria
por injuria, todo lo sufrió con mansedumbre.
Pero Dios no permitió que semejante crimen
quedase sin castigo; pues apoco aquel jóven
murió miserablemente en un desafio. Otro jó
ven hacia ya ocho años que no queria pensar
un solo instante ni en Dios , ni en su alma, y
‘ ‘ se habia abandonado alas mas criminales pa
siones ;‘ un ataque de apoplejia le puso á las
puertas de la muerte, sin que se excitara en él
remordimiento alguno por sus pecados , y sin
que pensara en el terrible peligro en que se
hallaba. Asi, pues, para darle como una mues
tra de los castigos que le aguardaban, y con
19 xLvn.
— 29o —
la" esperanza de sacarle de su apatía, discur
rió echarle agua hirviendo sobre las plantas
de los piés, y lumbre en las manos; mas el
joven, no bien lo hubo sentido, cuando em
pezó a gritar con tal furory rabia, que ‘pare
cia un verdadero demonio, sin convertirse lo
mas minimo, y sin mostrar hallarse mejor dise
puesto. Entonces nuestro Santo, tomando‘ en
sus manos un Qrucifijo , se acercó a él lleno
de dulzura , diciéndole : Repara; tu divino Re
dentor te tiende los brazos y te coincida á que ti;
acerques á el. Tú ves estas llagas abiertas, ces
esta sangre derramada por ellas, para lavar
tus culpas, ¿pues que tienes que temer? Acercó
en seguida la divina imágena los labios del
desdichado pecador, para que la besara; mas
él poniéndose furioso proiirió una horrible
maldicion y espiró. Pero ocupemonos, que ya
es tiempo, en dar una rápida noticia de log
trabajos del Sarita fuera de Nápoles.
La fama de los milagros obrados por el en
masvivas
esta ciudad,
instancias
fue causapara
de que
obligarle
le hicieran
_á_ einen.

der a las provincias el teatro de ¿sus trabajos


apostóiicos.
acceder Pero losnapolitapos
de ningun no
modo a semejante
- 2011 -
tud, ni privarse de la presencia de su Após
tol ni aun por poco tiempo, y fue necesaria
la mediacion de muchos sugetos distinguidos
para conseguir lo que se deseaba, Vencidas
estas dificultades, emprendió nuestro Santo
mas de cien misiones, cruzando por todas las
provincias del reino, menos la de Calabria,
No seria fácil dar una idea exacta de las fati
gas y privaciones que sufrió y de las dificul
tades y obstáculos que tuvo que vencer para
llevará cabo esta obra de virtud. Tan luego
como llegabaá un punto, salian á su encuen
tro el clero y los principales vecinos y le re
cibían con los mayores honores. Sin perder
momento, el incansable siervo de Dios inau
guraba sus trabajos por medio de un discurso
en que llamaba en su auxilio al Santo patrono
y á los Ángeles custodios de aquel lugar. Al
rayar el alba celebraba la misa, y empleaba
toda la mañana de la misma manera que he
mos referido acostumbraba hacerlo, al hablar
de sus misiones en Nápoles. Ofrecia á la vez
un espectáculo edificante y tierno el ver la co
munion de los niños y la procesion de los pe
mitentes discurriendo por las calles; pero cuan
do al concluirse llegaba el caso de promur”r
*n
— 292 —
su último discurso y de repetirles sus postreros
consejos , entonces era cuando se dejaba cono
cer el gran fruto que producian sus tareas, y
que la buena semilla de la gracia, echando pro
fundas raices, daba señales inequivocas ‘de
una vigorosa vegetacion y de una segura du
racion. En efecto, cuando exhortaba al pue
blo a la perseverancia, todos a una voz pro
metian conservarse inviolablemente fieles a
sus deberes; y cuando finalmente les daba su
última bendicion y les dirigia su ordinaria
despedida, que era deseando volverse a ver
con ellos en el paraiso, no se pueden explicar
con palabras, ni el pensamiento concebir las
emociones de la muchedumbre.
Nuestro Santo no recogia siempre el fruto
debido a su celo. El demonio, furioso de ver
tantas almas libertadas de sus redes por la ac
tiva caridad de este santo varon, no perdo
naba medio para molestarle y frustrar sus
planes , levantando contra él multitud de ene
migos que desacreditasen su conducta, fo
mentasen sospechas y envidias, y le suscita
sen obstáculos, por todos los medios y artifi
cios que caben en la corrupcion de las pasio
nes humanas, y puede sugerir la‘malicia del
— 293 —
espiritu maligno. De aqui se seguia muy fre
cuentemente que en vez de ser acogido favo
rablemente, no experimentaba sino ultrajes
a su llegada a aquellos lugares, en que sus
enemigos de antemano habian procurado dies
tramenteesparcir contra él las mayores ca
lumnias, de modo que por algun tiempo sus
exhortaciones no hacian mella alguna en gen
tes que tan poco dispuestas estaban á escu
charle; mas, por último, á pesar de todo, su
invencible paciencia, su constante caridad y
su conducta verdaderamente santa, que ella
por si sola bastaba para refutar a sus calum
niadores, triunfaba de todos los obstáculos.
Pocas cosas han llegado por escrito a nosotros
sobre los detalles de estas misiones ,‘y algunas
se han librado del olvido, habiéndose conser
vado solamente por la relacion que de ellas
nos han hecho testigos oculares. Cuando el
santo misionero se volvia á Capua, el carrua
je en que iba quedó atascado en un lodazal,
sin que fuese posible sacarle del fango de la
profunda zanja en que habia caido, y todos
los esfuerzos que el carretero hizo para des
atascarle fueron inútiles. Este, siguiendo la
costumbre de los de su clase, se puso a jurar
‘.. 294 _
y‘ random‘. ¿(Hijo nano‘, exclamó el Santoro
u nombre‘‘ de Dios te pido que no blasfemes. _
nooo, padre mio, replica el. carretero, solo‘
e: tin Santo podría dejar de jurar en‘ un camino
«tan infernal corno ei én que nos encontrá
« mos‘, sin haber persona alguna que nos‘ ayu
a de, y ni aun esperanza de (¡anuncie‘venga
«a favorecernos. —‘_‘Ïe‘ñed paciencia ,>‘i le coli
testo el santo; ‘y apenas io ¡rabia acabado de
decir, cuando dos jóvenes robustos aisonirrou
por el camino y se aproxiiriaron a ofrecerles
sus servicios, sacando a ‘ios viajeros dei‘ mai
paso en que se hallaban, desapareciendo ei‘!
seguida, sin darles tiempo iii non para ex
presariessir agrádecimiento. En todos los‘ pito— ‘
fos donde el Santo sé encontraba, reconcilia
ba á los que aiii habia euémistacíos‘, convertía
a los pecadores, y obiiaiia infinidad‘ de ini‘
lagros.
Además tuvo que luchar contra obstáculos’
‘de otra naturaleza. Habiéndose dirigido , Se
gun su costumbre, al Ílmo. Capece, obispo
de‘ Quieti, capital del Abruzo oiterior, para
pedirle la bendicion y licencia de predicar,
este se la dió gustoso, pero le advirtió, dl
ciendo: «P. Francisco, ha de"saber V. R.
‘— ‘E95 —‘—=
a que er puesto de estaciudad es‘ inteligente
«éinstruido, está acostumbrado apesar en
«su justa balanza la fuerza de las razones, y‘
«es tambien capaz de hacerlo ‘; asi que pronto
«conoceréis que ciertas prácticas propiaspa
«ra mover á los sentidos, tales como son l:
«exposicion de la santa Cruz, delas image-i
«nes de la santisima Virgen y de los Santos,
«cosas admirables en si mismas , estarán aquí
a por demás, y causarán mayor mal que bien;
«por lo tanto , use V. B. de solo el raciocinio,
« y conseguirá mayor fruto de sus sermones. a
‘ El Santo, lleno de humildad contestó al se
ñor‘ obispo que (rtendria el debido miramien
a to a los deseos de S‘. S. llum, al menos
«hasta que considerase conveniente dar otra
a órden en contrario.» n‘) ‘ru
Poco después el señor obispo experimentó
una gran inquietud dela que él mismo no po
diaexplicarse; mas cediendo ala agitacion dd
su conciencia, envió a decir al Santo que, so-i
bre el particular de que ambos habian habla-i‘
do, lo fiaba á su discrecion , pudiendo hacer lo
‘ que creyese mas ‘conveniente. No tuvo pot‘
qué arrepentirse el señor obispo de haber re
vocado su mandato, pues mas de una vez tuvo
— 296 —
ocasion‘ de probar, que jamás deja de ser se
guro el fruto de las prácticas que él antes se
hallaba dispuesto á condenar; y nuestro San
to_ supo manejarse de tal modo, que la mision
de Quieti fue tan abundante en buenos resul
tados, que sobrepujó las mayores esperanzas.
El mismo éxito tuvieron las misiones de que
se encargó el P. Francisco en otros diferen
tes pueblos; pues por todas partes eran tan
innumerables las conversiones y milagros que
hacia, que seria imposible hacer mencion de
todas. _ _
En la iglesia de Jesús—Nuevo , a la derecha
del altar mayor , en una capilla dedicada á la
Santisima Virgen y á santa Ana, existen los
cuerpos de ciento sesenta mártires, cada uno
de ellos en urna diferente, y todas ellas llenas ‘
de ricos adornos se hallan colocadas á los la—
dos del altar. Entre estas reliquias se encuen
tran las de san Ciro ,‘ cuyo santo mártir ha
bia sido médico , y abandonó su prolesion por
abrazar la vida eremitica. ‘
Durante una de las sangrientas persecucio
nes que hubo contra los cristianos, salió san
Ciro de su soledad ‘para ekcitar el fervor y
sostener el valor de sus hermanos; mas ha
r — 297 —
biéndole cogido los infieles, le hicieron sufrir
los mas crueles tormentos , hasta que por úl
timo recibió la corona del martirio en Cáno
pe, pueblo del Egipto, juntamente con otros
muchos compañeros en el dia 31 de enero del
año de Nuestro Señor Jesucristo 688. Else
gundo concilio de Nicea hace mencion de mu
chos ‘milagros obradospor este glorioso héroe
del cristianismo en defensa de las santas imá
genes. Bien fuese por efecto de una particu
lar inspiracion, ó de una vision, ó por otra
causa cualquiera, el P. Francisco ponia todas
las misiones que hacia bajo la proteccionde
san Ciro. Desde entonces se estableció un de
.bate perpetuo entre el mártir y nuestro Sau
to, sobre cuál de los dos habia de dar mayor
honor al otro. El P. Francisco, en todos sus
apuros, llamaba en su auxilio a san Ciro, no
visitaba jamás á un enfermo, sin bendecirle
con la reliquia del Mártir, y se servia para
el mismo fin del aceite que habia ardido en la
lámpara que lucia delante de su cuerpo, y del
agua bendecida con sus reliquias para usos
piadosos; y no estuvo satisfecho hasta que
consiguió licencia para hacer una fiesta en
honra de san Ciro, a fin de que se le diese cul
... 298 –

u, junco, siendo el tercer doming”.º


33:1uado para la misma. Mientras *
3; p. Fancisco, recogió la cantidad ne
para mandar hacer una estatua de Pº

una en la mano izquierda. Esta de:


, "Me abundantemente recompensada de
ante del Martir con favores recíprocos *
jandrémos ocasion de manifestar.
sería por demás el extendernos sobre las
judes privadas de nuestro san Francisco de
Gerónimo, supuesto que aquí solo nos hemos
propuesto escribir la historia de su vida pu
La mas sin embargo, no queremos pasar
a silenció su grande y ferviente amor por
Jesucristo. Le honraba y adoraba con mas
particularidad en los misterios de su santain
tancia, de su sagrada pasion y en el adora
ble Sacramento. Cuando meditaba sobre es
Los misterios estaba siempre absorto y exta
sado de amor; y cuando se acercaba a la

como SE se ante el fuego. Ninguna cosa


despertaba tanto su indignacio. Se

1: "#3,3%
LF** Presencia de Santísimo.
corrigió gran número d ' ‘ 4-. "
tolerar la mas pequeña ‘
reprendió á una señora
manecido sentada dura
devocion muy tierna; y por ‘x w
y dos años. tuvo la costumbre de predicar un
sermon todas las semanas en honor y alabanza
de Nuestra Señora. Tenia sobre todo especial
cuidado de recomendar esta devocion ala ju
ventud , como el mas seguro preservativo de
la inocencia y él mejor remedio contra el pe
cado, ‘diciendo que era dificil salvarse, no
Siendo devoto de la Madre de Dios. Maria era
su consejera en la dudas, su consuelo en las
adicciones, su fortaleza en todas las empre
sas, su refugio en el peligro y en las dificul
tades; y sentia inexplicables delicias siempre
que rezaba el Rosario de nuestra amantisima
Madre. Tenia tambien muy particular devo
cion al santo Ángel de su guarda, á san Fran
cisco Javier y a san Genaro. Nadie excedió a
nuestro Santo en caridad, humildad, pureza
y obediencia. Dios no quiso rehusarle por mas
tiempo los preciosos dones con que se com
place favorecer algunas veces á sus escogidos,
— 300 —
y en prueba de ello citarémos algunos ejem
plos. Experimentaba frecuentes éxtasis , rega
lado con algunos de ellos en presencia de mu
chos testigos, y entre ellos fue muy particu
lar el que se le notó en ocasion que hacia una
exbortacion ala Comunion. Despedia su sem
blante algunas veces rayos luminosos con los
que , cual otro Moisés , deslumbraba á los que
le miraban. No era menos extraordinario el
que su voz, aun ronca y débil, se oyese dis
tintamente á inmensas distancias. Tampoco
quiso Dios que nuestro Santo estuviese priva
do del don milagroso de la replicacion , con el_
que , segun consta de testimonios irrecusables
y auténticos, han sido favorecidos muchos San
tos, y que consiste en poderse presentar un
sugeto en dos ó mas partes á un mismo tiem
po. El don de profecia era en él verdadera
mente admirable, ya le ejerciese seria y for
malmente, ya chanceándose y de un modo
enigmático, como si no debiera creerse que
tenia facultad para predecir lo futuro.
Una jóven, dudando si deberia casarse ó
bien entrarse religiosa, consultó á nuestro San
to: «Gran riesgo correis permaneciendo en
« el siglo, la contestó, y no dejará de asusta
— 301 —
«ros la idea de que tendréis que sufrir una
« larga y trabajosa vida. ¿_ Qué edad teneis?—
«Diez y siete años. — Al cabo de otros tantos
«llegaréis al fin de vuestra peregrinacion. »
Esta profecia se cumplió á la letra. La jóven
entró religiosa en un convento de Capuchi
nas, hizo grandes progresos en la virtud, y
al concluirse el tiempo que nuestro Santo la
habia prefijado, murió en opinion de santi
dad. La mujer de un noble manifestó al Santo
su deseo de no sobrevivir a su esposo. «No
«paseis cuidado por eso , la dijo , ambos mo
«riréis jóvenes; pero vos seréis la primera
«que muera.» Con efecto , ella murió el 5 de
agosto de 1727 a la edad de treinta y tres
años , y su marido en el mes de marzo siguien
te a la de treinta y nueve, y ambos antes de
morir dieron testimonio de la profecia del San
to. Una infeliz mujer perdió un niño de un
año, y careciendo de medios para pagar los
derechos de su entierro , le condujo ala igle
sia y le puso en el confesonario del P. Fran
cisco. Cuando el Santo al entrar en el templo
vio a la célebre penitente Maria Luisa Cassier,
acercándose á ella, la dijo: « Id a mi confe
«sonario; en él encontraréis un niño abando
– 308 —
«nado, haceos cargo de él, ínterin yo en
«cuentro donde colocarle convenientemen
«te.» María Luisa obedeció al momento; mas
después de levantar el paño que le cubria, se
volvió hácia el Santo, diciéndole: «Padremio,
«está muerto.—No, no, le replicó, está dur
«miendo;» y en el mismo punto le hizo la
señal de la cruz sobre la frente, le aplicó agua
bendita á los labios, y el niño abrió los ojos
y empezó á respirar. «Ea, llamadá su ma
«dre, que está á la entrada de la iglesia.»
La pobre mujer al principio rehusó acercarse,
y al ver al niño, no podia creer que fuese el
suy0; mas cuando notó que este la alargaba
sus bracitos y daba muestras de haberla reco
nocido, le estrechó contra su pecho enajena
da de gozo, y después de haber recibido del
Santo una cuantiosa limosna, se volvió á su
CaSa.
Una jóven religiosa se prosternó ante el
Santo, para que la oyese en confesion. «Apár
«tese V, la dijo con aspereza, ni puedo, ni
«quiero escucharla. — ¡Cómo ! exclamó la
«monja con asombro. V. R. busca con ansia
Cá las mujeres de mala vida para confesar
y rechaza á una esposa de Jesucristo?
— 303 —
«—Venis á confesaros, replicó el Santo, sin
«haber hecho exámen, sin contricion, sin fir
«me propósito de la enmienda, y sin la me
anor muestra de devocion.» Esta respuesta
hizo á la religiosa entrar en sí misma, y reco
nociendo sus desórdenes cambió de vida.
Nuestro Santo consiguió por sus oraciones
é intercesion, muchos favores milagrosos en

%
por consideracioná él su patronosan Ciro obró
infinidad de milagros. Habia en un monaste
rio una religiosa que sufria horribles convul
siones; fueron por último á buscar al P, Fran
cisco. «Os traigo buenas nuevas, la dijo al
«entrar, os traigo un médico que cura todos
«los males;» y dándola en seguida á besar
la reliquia de san Ciro, añadió: «¿Teneis
«confianza en este médico? ¿Quereis invo
«carle y ser su devota en adelante?» Le con
contestó que sí. «Pues ya estais sana, la di
jo: llevantaos, y marchadinmediatamente al
«coro á dar gracias á Dios, » Y al punto con
gran asombro y consuelo así de su parte, co
mo de todos los presentes, ejecutó lo que se
la habia mandado.
Supo nuestro Santo por inspiracion divina
— 304 —
el dia de su muerte. Cuando falleció su her
mano, pronunció estas palabras: Dentro de un
año estarémos reunidos; y estando en perfecta.
salud, dijo, al despedirse de las religiosas de
Santa Maria del divino Amor : « Amadas hijas
« mias, hoy es el último dia que os hablo ;.no
«me olvideis en vuestras oraciones; a Dios,
«hasta que nos volvamos á ver en el parai
« so. n Durante su última enfermedad acer
cándose la fiesta de san Ciro, dijo: «No la
«veré yo en vida.» ‘Por último, cuando el
médico que le asistia le hizo su última visita,
le dió gracias por sus cuidados y le dijo: «No
« nos volverémos á ver mas en adelante en es
«te mundo; porque el lunes será el dia últi
«mo de mi vida.»
En el mes de marzo de 1715, al principio
de la Cuaresma, hacia por tercera vez unos
ejercicios espirituales con los alumnos del Co
legio de nobles, cuando de repente sintió que
una fiebre devoradora se apoderaba de sus
miembros, tal que hubo precision de condu
cirle á su aposento. Mas en pocos dias se res
tableció, y aunque débil aun, prosiguió sus
trabajos acostumbrados. Pero su salud decaia
diariamente, y por el rnes de diciembre pa
– 305 –
recia que sus fuerzas se habían agotado del
todo. El superior, celoso por conservar una vi
da tan preciosa, le envió á tomar las aguas
minerales de Puzzuolo; mas no encontró con
ellas el menor alivio, y vuelto á Nápoles
en 1716, entró en la enfermería. No es posi
ble explicar lo que tuvo que sufrir, y sin em
bargo jamás dejó escapar un solo quejido.
Bendito Sea Dios, Padre de Nuestro Señor Je
sucristo, que nos consuela en todas nuestras
tribulaciones: esta era la exclamacion que se
le oia constantemente. Cuando alguno se le
acercaba por compadecerle, el héroe cristia
no cruzando las manos sobre el pecho, decia:
Crescantin mile milia, esto es, ¡ acreciénten
se hasta el infinitol Se le hablaba de sus bue
nas obras, y contestaba: Nada, nada, y esfor
zaba la voz diciendo: la falta porque tengo
mas que tener es la pereza. Le exhortaron á
que invocase á san Ciro para obtener el re
cobro de su salud, y algunos años de vida pa
ra emplearlos en servicio de Dios. De ninqu
na manera, contestó: el Santo y yo estamos
acordes sobre este punto, es negocio ya conclui
do. El favor que pidió, fue el ver concluida
antes de morir la imágen de San Ciro de que
— 306 —
arriba hemos hecho mencion, y le fue conce
dido. Ahora ya. muero contento, dijo: después
con licencia de sus superiores, distribuyó
treinta pequeños relicarios, que contenian
particulas de las reliquias del Santo , entre los
que habian contribuido á tan piadosa obra.‘
La muerte desde entonces se adelantó á pa
sos agigantados, por lo cual el dia de la fes
tividad de la Exaltacion de la santa Cruz,
después de hacer confesion general, recibió
el santo Viático, y seis dias después la Extre—
mauncion. En toda aquella noche dejo desaho
gar completamente su corazon , y estas eran
las palabras que se le oian repetir: « Bendi
«games al Padre, al Hijo, y al Espiritu Sau
«to, alabémosles y ensalcemosles por todos
«los siglos. El Señor es grande, é infinita
«mente digno de ser alabado en la ciudad de ‘
«nuestro Dios, sobre el monte santo.» Beso
después las llagas del Crucifijo derramando
lágrimas sobre ellas, y levantó la voz, dicien
do: «Acordaos, divino Jesús, que el rescate
_ «de esta alma os ha costado hasta la ultima
«gOta de vuestra" preciosisima sangre.» El
enfermero le exigió que orase con el corazon
‘ . \ .
y en silencio , por el trabajo que le costaba el
—— 307 :—
hablar. a ¡Ah! querido hermano mio, le con
« testó , por mucho que nosotros podamos de
«oir ó pensar de un Dios tan grande, ‘su gran
«deza excede con mucho al pensamiento ya
«cuanto de ella pueda expresarse.» Fijando
después su vista en una piadosa imágen de la
Santisima Virgen, dijo: « ¡ Ah Maria l mi
« muy amada Madre , Vos me habeis querido
«siempre con suma ternura, aunque yo no
« he sido para Vos mas que un indigna hijo.
«Colmad ahora conmigo la medida de vues
« tras bondades, consiguiendome el amor de
«vuestro divino Hijo Jesús.» Después, como
si estuviese ya en la puerta del paraiso, ex
clamó: « ¡ Cuán grande es la casa del Señor!
«Bienaventurados los que la habitan; ellos
«cantarán vuestras alabanzas por los‘ siglos
«de los siglos. Ángeles santos , ¿ por qué tar
«dais? Abridme las puertas de la justicia, y
‘ «entrará y alabaré al Señor. »
Su enfermedad aun duró algunos dias. A
pesar del deseo que nuestro Santo habia tan
tas veces manifestado , de que le dejasen solo,
fue imposible contener el geutio inmenso que
se agolpaba para verle por última vez, besar
le las manos y recibir su postrera bendicion.
20*
—— 308 —
Echaba esta á todos con gran amabilidad , y
viendo correr sus lágrimas, ‘« No lloreis, les
«decia, me voy al cielo, en donde me acor
4c daré de vosotros, y podné seres aun mas
«útil.» ¿Qué dia hay tau sereno, que no se
vea en él al menos alguna nube? ¿Qué mar
tan tranquilo, cuyas olas no sean jamás agi
tadas por la tempestad? Quiso, pues, Dios
aerisolar la virtud de nuestro Santo sometien
dole a una terrible prueba. Traiale la fuerza
de la enfermedad en violenta agitacion , y dan
do un fuerte grito, llamaba en su socorro al
Todopoderoso, a su eterno Hijo, a la santi
sima Virgen , y a todos los Santos. Se lepre
guntó la causa de esta horrible convulsion.
«Estoy batallando, dijo, estoy batallando;
« en el nombre de Dios orad por mi , para que
«no sucumba. n Después, como si rechazara
al espiritu maligno, decia: «No, jamás, rc
«tirate; nada tengo que ver contigo.» Su
rostro, por último, volvió á recobrar su res
plandor, y repetia con dulzura estas palabras:
_ Está bien, está bien; y en seguida se puso á
cantar el ‘Magnificat y el Te Drum. Manifestó
deseos de recibir la santa Eucaristia; mas nó
creyendoto oportuno el superior, en atenciou
- 309 -
á que hacia muy poco tiempo que había co
mulgado, el humilde Santo se conformó. Des
de este momento empezó su agonía; le reco
mendaron el alma, y con gran llanto de sus
hermanos espiró el P. Francisco de Gerónimo
al mediodia del lunes 11 de mayo de 1716 á
los setenta y cuatro años de su edad, y á los
cuarenta y seis de su vida religiosa, habien
do empleado cuarenta en los trabajos de su
vida apostólica.
A pesar de que el superior, por motivos de
prudencia, prohibió que se tocara la campa
ua para anunciar su muerte, sin embargo la
novedad se supo al instante en toda la ciudad,
é hizo tal impresion y con tanta rapidez en
todos los ánimos, que en un instante Jesús
Nuevo se llenó de un concurso inmenso. El em
fermero, deseando conservar alguna reliquia
de hombre tan santo, procuró al tiempo de
amortajarle con las vestiduras sacerdotales,
cortarle un poco de la piel que cubre la plan
ta del pié; pero el piadoso hurto fue bien
pronto descubierto, á pesar de las precaucio
nes que tomó para ocultarle; pues empezó á
correr la sangre de la herida con tanta abun
dancia, que no solamente se mancharon de
— 310 —
ella los lienzos que puso, sino que tambien se
llenó una redomita que hacia tresó cuatro on
zas. Esta sangre que se conservó, retuvo por
espacio de tres meses su liquidez y color na
tural, y obró muchos milagros.
Por la tarde fue conducido el cuerpo á la
iglesia, para cantarle el oficio de difuntos; y
apenas bastó un destacamento de guardias
suizas á ponerle á cubierto de la violencia é
indiscreta devocion de la multitud. Pero aun
no se le habian cantado tres salmos, cuando
el pueblo, salvando todos los obstáculos, se
apiñó al rededor del cuerpo, deseando con
ansia llevarse alguna reliquia del Santo y prin
cipalmente para empapar los pañuelos en la
sangre que aun corria de la herida, de que
arriba hemos hablado, que traspasaba el
ataud. Por último, colocaron el cuerpo en
una capilla lateral, donde quedó á cubierto
de nuevas violencias por una verja de hierro,
que defendiéndole, le dejaba expuesto á la
vista del público. No fue posible con todo eso
resistir á las instancias de muchas personas
piadosas, que solicitaban el favor de acercar
se al Santo, para besarle las manos; y al ano
checer del mismo dia, se permitió entrará los
– 311 –
artistas que habian de retratarle y sacar su
busto. Gran número de devotos volvió á la
iglesia el dia siguiente por la mañana, ro
gando al Santo les librase de sus males y tra
bajos, no quedando sus esperanzas fallidas;
pues en aquel mismo lugar se obraron mu
chas curaciones, y la iglesia resonó varias ve
ces con los gritos de ¡milagro! ¡milagro! El
cuerpo permaneció aun tres dias expuesto al
público, y al cuarto se le colocó en un ataud
de plomo.
San Francisco de Gerónimo era de grande
estatura y bien proporcionado; los años ha
bian encanecido sus cabellos, que fueron ne
gros en su juventud. Tenia la frente ancha,
la cabeza pequeña terminada en punta y un
poco calva. Su rostro flaco y bastante more
mo; sus ojos negros y penetrantes, estaban
cubiertos de pobladas cejas; su nariz algo
aguileña; su voz, que cuando predicaba era
fuerte y sonora, en conversacion era baja y
débil. Sus modales eran agraciados, y su na
tural alegre; todo su exterior respiraba mo
destia, piedad y santidad.
El 3 de julio de 1736, obtenida la licencia
necesaria, se exhumó el ataud que contenía
m... 3.12 .9
el cuerpo de nuestro Santo , y fue hallado es
te hecho polvo. Se recogieron cuidadosamen
te estas preciosas cenizas, depositándolas en
otro ataud de madera. forrado de cobre, y se
trasladaron del cementerio comun á la capi
lla de san Ignacio.
Numerosos milagros extendieron rápida‘
mente la fama de la santidad del P. Francis
co por toda la Italia. Apenas habia ecpirado,
cuando las gentes mas sabias y mas virtuosas
le dieron el titulo de Santo; y el cardenal
Orsini, después Benedicto XIII, que le ve
neraba muy particularmente , hizo su panegi
rico enla catedral de Benavente. Poco des
pués de su muerte, la ciudad de Nápoles, de
acuerdo con la de Benevento, Noia y otras
muchas , acudieron á la Congregacion de Ri
tos solicitando su beatificacion; y el expedien:
te verbal de sus virtudes y de sus milagros
fue extendido y remitido a Roma por el carde
nal Pignatelli activando su despacho , de con
suuo con los demás cardenales, los nobles y
los magistrados del reino. Pero donde nues
tro Santo adquirió mayor celebridad, fue en
Alemania. Á los seis años de su muerte pu— ‘
blicó uno de los Padres de la Compañia un
- 312i —
libro, cuyo titulo era: Relación de los mila
gros obrados por el P. Francisco de Geróni
mo, célebre en toda Europa y particularmen
te en Alemania. Muy vivas solicitudes se di
rigieron desde este país a la Compañia, pi
diendose imprimiese su vida; y cuando esta
apareció (la primera publicacion se hizo en
Alemania), solo en la ciudad de Colonia se
vendieron veinte mil ejemplares. Maria, ar
chiduquesa de Austria , después reina de Po
lonia, fue deudora a nuestro Santo de un se
ñalado milagro, que ella misma certificó en
un documento enviado desde Dresdc . su fe
cha 20 de julio de 17'21. El elector de Magnu
cia dió tambien un testimonio auténtico de
su reconocimiento por los favores que de él
habia recibido , ofreciéndole en cumplimiento
de un voto un corazon de oro. Inflamado
igualmente en celo y en sentimientos de gra
titud el elector de Colonia dirigió al Papa una ‘
solicitud, pidiéndole dispusiese llevar a cabo
un examen legal de los milagros de nuestro
Santo; cuya peticion está fechada en Mons
ter en la Westfalia, a 30 de enero de 1723;
y en 1728 el emperador Carlos VI, el elector
g de Baviera _v otros grandes, reunieron sus es
— 314 -
fuerzos instando con eficacia á la Santa Sede,
para promover el culto público de nuestro
Santo. Concluidos los preliminares de fórmu
la se expidió, por fin, un decreto por Bene
dicto XIVá últimos de mayo de 1758, en el
que declaraba que las virtudes de Francisco
de Gerónimo eran heróicas. Sus milagros fue
ron aprobados por otro decreto dado por
Pio VII, en 9 de febrero de 1806, y en el dia
de la festividad de san José del mismo año,
el propio Pontífice publicó el decreto definiti
vo de su beatificacion.
De tres milagros de que su historia hace á
la vez mencion, el primero se encuentra en
los elogios particulares de los citados decretos,
y los otros dos se escogieron para ser aproba
dos al tiempo de su beatificacion. D.ºTeresa,
hija de D. Adrian, duque de Lauria, tenia
una hija que se llamaba D." Elena de Gueva
ra, que á los diez años era víctima de una
enfermedad ocasionada por las reliquias que
le habian dejado las viruelas, cuyo humor se
le había metido dentro: esta enfermedadem
pezó por los ojos, los que parecia se le iban
secando poco á poco, llegando por último á.
'*' extremo de debilidad, que no podía su
—— 315 —
frir la luz. Una sola vez en las veinte y cua
tro horas podia abrir la boca para hablar y
tomar alimento, y aun entonces era preciso
valerse de muy grandes precauciones; pues
si llegaba á penetrar en su habitacion un so
lo rayo de la luz del sol, se le enclavijaban
inmediatamente los dientes , sin que fuera po
sible desunirselos. Los mas famosos médicos
la habian abandonado como incurable. La
madre habia suplicado a nuestro Santo mas
de una vez cuando vivia, que ejerciese su ca
ridad en favor de su hija , y poco antes de mo
rir la aseguró que esta se restableceria. Asi
que supo la noticia de su muerte, y la rela
cion de los milagros obrados por sus sa grados
restos, se dió prisa en ir a la iglesia con su
hija , a la que hizo tener levantada cerca del
ataud, de suerte que pudiese tocar la mano
del Santo. La primera señal con que se ma
nifestó que este paso habia sido coronado de
un feliz resultado fue, que la niña empezó
a hablar y á pedirque la pusiesen en el sue
lo. ¡Qué felicidad tan indecible debió ser pa
ra aquella madre, el ver á su hija en estado
de poder andar sola, y el que sus miembros,
aunque tan delicados y su cuerpo tan extraor
-- 316 -
dináriamente enflaquecido, recobraban su es
tado natural! Y cuando de vuelta á su casa
la vió sentarse á la mesa, comer por sí sola,
hablar sin la menor dificultad ni dolor, la rea
lidad de tan milagrosa curacion se hizo evi
dente á todo el mundo. La jóven agradecida
abrazó mas tarde la vida religiosa, y vivió has
ta una edad muy avanzada, sin jamás resen
tirse de su mal.
Un individuo de la Congregacion de la Mi
sion, llamado Juan Ambroselli, médico de
profesion, se empeñó en volverse á su casa,
sin hacer caso del aviso que nuestro Santo le
habia dado en contrario, anunciándole que
le amenazaba un peligro. Pocos meses pasa
ron cuando al tiempo de salir una tarde de la
casa de un enfermo, recibió un tiro en el bra
zo derecho y cayó en tierra. Le llevantaron y
llevaron á su casa, y el cirujano declaró que
la herida era en extremo peligrosa, pues los
huesos, los músculos y la carne del brazo y
de la mano estaban horriblemente magulla
dos y destrozados, presentando la semejanza
6le una nuez quebrantada por el golpe del
martillo. Para salvarle la vida se creyó nece
Sario procederá la amputacion; pero no que
— 317 — .
riendo el enfermo resolverse a sufrirla , tomo
el partido de encomendarse al P. Francisco,
trayendo a la memoria, que le habia profe
tizado esta desgracia. Poco tiempo después
vió en sueños al Santo en su actitud ordina
‘ ria, que tocándolc el brazo, le encargo reza
se tres Padre nuestros, tres Ace Marias y tres
Gloria Patri cada dia, y con esto desapare
ció. Despertóse luego, y no sintió ya dolor en
su brazo , ni notó la menor señal de su heri
da. Puhlicando este milagro por donde quiera
que iba, partió sin demora a Nápoles, con el"
fin de dar gracias a su bienhechor, aquien cl
esperaba ver todavia vivo, y anduvo a pié
viajando dia y noche una distancia de cincuen
ta millas, y llegó á tiempo de saber la recien
te muerte del Santo, y de pagar sobre su turn .
ba el tributo de su corazon agradecido.
Sor Maria Ángela Rispoli padecia de ac
"cjidentes de epilepsia y se vió acometida, por
fin, de un ataque de apoplejia, que la dejó
sin sentido ni movimiento. Áfuerza de vio
lentos remedios recobró el habla y el sentido,
mas todo el lado izquierdo le quedó paraliza
do, de modo que se vcia obligada á guardar
cama, sin poder hacer cosa alguna. Habién
– 318 –
dose proporcionado una reliquia del Santo,
pidió á la enfermera que se la aplicara sobre
el costado enfermo; y aquella misma noche
durante su sueño, tuvo el consuelo de ver al
Santo que tocaba los miembros paralizados,
y en seguida desapareció. A la mañana si
guiente, se despertó enteramente buena, se
levantó, se vistió ella sola, y bajó á la iglesia
en donde encontró á las demás religiosas en
oracion delante del santísimo Sacramento,
pues era el dia del Corpus. Su inesperada apa
ricion llenó á todas de terror; mas cuando la
vieron sana, se deshacian en lágrimas de go
zo, y haciendo tocar las campanas, uniendo
á la vez sus voces y sus corazones, entonaron
himnos de alabanza y de alegría, y finalmen
te el Te Deum en accion de gracias por fa
vor tan milagroso.

FIN.

Barcelona 30 de setiembre de 1852.


Imprimase.-DR. EzENARRo, Vicario General.
DE LAS MATERIAS QUE CONTIENE ESTE TOMO.

PRóLOGO GENERAL. Pág. 3


CAPÍTULO PRIMER0. Nacimiento de Catalina, sus
primeros años, su deseo de abrazar el estado re
ligioso. 15
CAP. II. Matrimonio de Catalina, Su Conducta en
este estado durante los diez años primeros. 26
CAP. III. Conversion de Catalina y su penitencia. 40
CAP. IV. Progresos de Catalina en la perfeccion.
CAP. V. Catalina se dedica al Servicio de los p0
bres enfermos.Virtudes heróicas de que daprue
bas en este ejercicio de Caridad.
CAP. VI. Del tierno amor de Catalina á su Dios,y
de su union admirable con él. . . 75
CAP. Vil. Continuacion del mismo asunto, 80
CAP. VIII. Amor de Catalina á Jesucristo en la
Eucaristía,y su ardiente deseo de recibirle. 102
CAP. lX. Odio que Catalina tenia al pecado. 111
CAP. X. Su amor al prójimo y susfelices efectos. 1.20
CAP. XI. Continuacion del mismo asunto. 129
CAP. XII. Humildad de Catalina y su conformi
dad con la Santa voluntad de Dios. 141
CAP. XIII. Favores extraordinarios que Dios le
151
CAP. XIV. Ultima enfermedad de Catalina. 160
CAP. XV. Continuacion de la enfermedad de Ca
talina y su muerte. 169
— 320 —
CAP, XVI, Dios manifiesta la gloria de Catalina
” de varios modos y ávarias personas. Su sepul
tura. 1770 -
CAP. XVII. Diversas traslaciones del santo cuer
po de Catalina, sus milagros y su canonizacion. 188
TRATADO OEL PURGATORIO, por santa Catalina
de Génova. - 2011
vid. A pE SANFRANCISCO DE CERó Nimo, de la
Compañía de Jesús, por el Emo. Sr. Cardenal
Wiseman, natural de Sevilla, y arzobispo de
Westminster. 233
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- Biblioteca Episcopal de Barcelona

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