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“La punta del iceberg”.

Género y violencia en la prensa ecuatoriana.

El 25 de mayo del 2014 la versión digital del diario El Universo, uno de los de mayor
tirada en el Ecuador, mostraba el siguiente titular: “Agresores de mujeres son personas
normales y conscientes”. La nota refería una entrevista sobre los feminicidios realizada a
Amanda Fiallos Escalada, psiquiatra del hospital Abel Gilbert Pontón.
No obstante la redacción provocaba, desde el titular mismo, un efecto contrario al
deseado. En su primer párrafo –el de mayor peso comunicativo- se afirmaba: “los
hombres que cometen femicidio son personas totalmente normales y conscientes de sus
actos; sin embargo, son incapaces de dominar sus impulsos”. Más adelante, según la
nota, la psicóloga “aconsejó que las mujeres no deben discutir con sus parejas cuando
estos tengan arranques de ira”.1
Aunque el texto supuestamente defendía la necesidad de juzgar a los culpables sin la
atenuación que la ley aplica a los enfermos mentales, en su lugar– ya sea por predominio
de ideologías patriarcales o por incompetencia del periodista- el orden y las implicaciones
del discurso naturalizaban la violencia de género, sugerían que era normal y que las
mujeres tenían parte de culpa, pues debían evitar la ira de los hombres, mientras estos
actuaban por impulsos “naturales”.
No es ni lejanamente un caso insólito. En una investigación en dos de los periódicos
ecuatorianos de mayor tirada (El Universo y El Comercio), realizada entre el 2008 y el
2010, se concluye que los 171 casos identificados aparecieron todos en la crónica roja y
ninguno en la primera plana, el tema se abordó como un asunto doméstico que carecía de
relevancia pública y política, y las noticias se focalizaron en contenidos sexistas y
estereotipados. Sólo el 0.6 por ciento de estas incluyó datos estadísticos, mientras el resto
privilegió la información “sin mayor contexto y análisis”.2
Asimismo, durante el 2013, el “Observatorio de Medios Los Derechos de las Mujeres en
la Mira” analizó el tratamiento del género en diez diarios ecuatorianos. Sus resultados
confirmaron que se continúan reportando las muertes y situaciones extremas, sin que
apenas aparezcan análisis de la violencia sistemática que se vive en la región.3
Tras una revisión de las publicaciones en lo que va de año puede afirmarse que, más allá
de algunas excepciones, el tratamiento noticioso sobre género no ha presentado cambios
sustanciales. Continúa predominando el estilo reduccionista, estereotipado y cargado de

1
Agresores de mujeres son personas normales y conscientes. El Universo, Ecuador, 25 de mayo de 2014.
Consultado en: http://www.eluniverso.com/noticias/2014/05/25/nota/3006086/agresores-son-personas-
normales-conscientes.
2
Jenny Pontón (2010) “Género, violencia y prensa escrita: la despolitización de un problema estructural”.
En Memorias del Seminario “Mujeres Seguras en las Ciudades Futuras”, México DF: Comisión Nacional
para Prevenir y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres.
3
Blanca Diego y Mónica Diego (2014) “Análisis del tratamiento informativo de la violencia de género
contra las mujeres en diez diarios del Ecuador, del período del 1 de diciembre de 2013 al 15 de abril de
2014” en Los Derechos de las Mujeres en la Mira. Informe Anual de los Observatorios de Sentencias
Judiciales y de Medios 2013-2014, Quito: Corporación Humanas Ecuador.
prejuicios. Mientras, las representaciones sociales de la violencia contra mujeres
reproducen una visión naturalizada y simplificada del problema y no se encuentran
elementos que aporten a la reflexión sobre los condicionamientos históricos y sociales de
estos hechos, en apariencia aislados, y supuestamente domésticos.
Curiosamente, el Ecuador se destaca en los últimos años por la aprobación de un grupo
de leyes contra la violencia de género, con impacto directo en la elaboración de programas
de acción y políticas públicas. Junto a la Constitución del 2008 se cuenta con la Ley
Contra la Violencia a la Mujer y la Familia (1995), el Plan Nacional para la Erradicación
de la Violencia de Género Contra las Mujeres, Niñez y Adolescencia (2007), el Código
Orgánico de Salud (2007), el Plan Nacional de Lucha Contra la Trata (2004) y Plan
Nacional del Buen Vivir (2013), por solo mencionar algunos.
Contrarias a los nuevos principios legislativos, y como una violación constante, tales
representaciones discriminatorias circulan y se legitiman a diario a través de la prensa. El
problema, evidentemente, supera los marcos legales.
En principio, la individualización de los casos impide pensar este tipo de violencia como
un problema estructural, que responde a un sistema de exclusión y desclasamiento
histórico dentro del cual las relaciones de jerarquía y poder de hombres frente a mujeres
se reproducen dentro de los imaginarios colectivos, y han legitimado un régimen de
desigualdad que es esencialmente ilegítimo.
En la reproducción de tales representaciones discriminatorias –ya sea de género como de
raza, orientación sexual, pertenencia a una comunidad o clase, u otra– los grandes medios
masivos juegan un papel importante¸ pero también los maestros/as de escuela o los
diseñadores/as de imágenes publicitarias y, especialmente, las familias.
Solo la naturalización de la violencia hace posible que los discursos discriminatorios sean
frecuentes en medios masivos, lo cual refuerza aquella premisa de una conexión entre los
factores culturales y la estructuración del dominio. Por supuesto, se trata de una reflexión
sobre cómo se reproduce y justifica la violencia a través de las representaciones sociales
compartidas y del sentido común, cómo se naturalizan los discursos discriminatorios no
solo en la prensa, sino en lo cotidiano.
Para combatir la reproducción de esta violencia estructural, en los países
latinoamericanos, se necesita, primero, entender el espacio social como un ámbito
atravesado por relaciones de sujeción y liberación, donde se produce un sistema de
valores y normas, y se reproduce una expresión del dominio. Me refiero a un tipo de
dominación que habita lo cotidiano, y se invisibiliza en construcciones simbólicas y
modelos mentales que aceptamos como “normales” o “naturales”.
En ese sentido, todos somos responsables, pues la deconstrucción del dominio empieza
por el reconocimiento del sentido hegemónico que lo naturaliza. Un primer paso pudiera
enfocarse en la identificación y denuncia de la vulnerabilidad de las representaciones
sociales hegemónicas sobre las mujeres en la prensa, donde la consolidación de
estereotipos, la superficialidad, trivialidad y descontextualización de la violencia de
género predominan a diario, deformando y socavando silenciosamente la efectividad de
cualquier propuesta de democracia radical e igualdad de derechos y oportunidades.
No obstante, esta estrategia será apenas la punta del iceberg. La reproducción de la
violencia estructural es un reflejo de la naturalización de estos discursos discriminatorios,
anclados y “legitimados” en un sistema de valores y normas sociales. La lucha contra la
desigualdad social de oportunidades y acceso y a favor del derecho a la dignidad de todos
los grupos históricamente excluidos no solo detenta el enfrentamiento a los grandes
poderes institucionalizados. Necesariamente incluye el camino del autoconocimiento y
de la transformación práctico-crítica de la sociedad y de las formas en que unos y otros
nos relacionamos.

Dra. Meysis Carmenati, investigadora docente, Universidad Andina Simón Bolívar,


Quito, Ecuador.
meysisc@gmail.com

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