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La educadora con alma de niño María Montessori decía que la autoestima permite que
el niño avance en su proceso de aprendizaje y pueda volverse más independiente:
“Cuando un niño se siente seguro de sí mismo, deja de buscar aprobación en cada
paso que da.” Entonces, se puede decir que un infante seguro es el resultado de un
docente que ha intervenido acertadamente en sus procesos educativos siendo un
modelo de confianza, profesionalismo, creatividad, preparación y amor; lo cual reflejará
sentimientos positivos en sus estudiantes entre estos la felicidad y la responsabilidad
con su vida (Montessori).
Sin embargo, hay muchos interrogantes que andan flotando por el enmarañado camino
que debemos cruzar los docentes: ¿cómo se pueden formar niños seguros, si no
hemos recibido esa formación?¿Cómo dejar de fingir que somos personas entusiastas
y seguras cuando podríamos realmente serlo?¿Cómo cumplir el máximo cometido de
la enseñanza: ser agentes políticos de primera que transformen la vida del otro, si aún
no hemos cumplido con los compromisos que tenemos con nosotros mismos?¿Cómo
relacionarnos bien con los estudiantes, si no nos relacionamos bien con nosotros
mismos?¿Cómo amar a los estudiantes difíciles, sino amamos nuestras propias
debilidades?¿Cómo en definitiva enseñaremos una materia y formaremos lo humano,
si aún no nos hemos aceptado en nuestra humanidad? Y ¿Cómo les enseñaremos a
ser mejores personas y a creer en ellos mismos, si no nos conocemos a nosotros
mismos y no confiamos en nuestras capacidades? Éstas son algunas elucubraciones
que florecen en mi corazón, en el corazón de una docente en formación que se ha
dado cuenta del vacío que debe atravesar para encontrarse a sí misma como una
maestra que enseñará lo que se supone debe enseñar, lo disfrutará y motivará a otros
a aprender para la vida.
Este texto es la primera pausa que tomó en mi práctica como docente de inglés de
grados sexto y séptimo del Colegio de la Universidad Pontificia Bolivariana. Es una
oportunidad de narrarme, de preguntarme qué he aprendido, que debo mejorar y cómo
lo podría hacer mejorarlo en el futuro, desde mi accionar pedagógico y académico en
mi labor como una docente que planea, ejecuta, reflexiona, interviene, cambia y es
crítica de su rol en el aula de clase; pues, está motivada y valora los aprendizajes que
le generan los estudiantes y el ejemplo de los docentes cooperador y guía: Javier Darío
Restrepo y Beatriz Sánchez; profesionales que me están acompañando en el trascurso
de una materia que es el antesala del maravilloso camino formativo que me espera de
por vida.
En primer lugar, nace la urgencia de expresar que los chicos de sexto y séptimo me
han permitido encontrarme de muchas formas con eso que soy y que estoy
trasmitiendo. Los niños son el reflejo de lo que somos, de lo que les damos, de
nuestras fortalezas y nuestras debilidades. Ellos han logrado mostrarme con sus
actitudes, con su alegría, ánimo que debo seguir motivada exaltando las cosas
positivas que tengo en mí ser para darles a ellos: mis mejores cualidades como
persona y docente. Pero, al mismo tiempo, me han mostrado que requiero reforzar mi
seguridad en mi misma como persona, como profesional y sobre todo, en lo que
pretendo enseñarles; en eso que debo estar confiada: en mis principios, en mis
conocimientos y en las formas de habitar el aula, de relacionarme con ellos, con mi
disciplina, el inglés, con la forma en que la trasmito y la interiorizo, y principalmente, en
cómo hago de ella un pretexto para formar lo humano, para crear oportunidades de
enriquecer su autoestima, seguridad, sus sueños y construir los míos al mismo tiempo;
es decir, en construir una estética pedagógica y una autenticidad personal que me
permitan ser una docente exitosa que es feliz con lo es y con lo que hace. Por tanto,
puedo decir que es la autoestima y sus componentes, lo que se conoce en el mundo de
la docencia como competencias y habilidades psicológicas, relacionales,
comunicativas, lo que he estado aprendiendo en casi un mes de práctica, y lo que me
inspira a seguir trabajando por ser una mejor persona y actuar de una forma más
profesional, creativa y segura en mis futuros eventos formativos.
Decía: «No pueden enseñar si no saben dónde situarse físicamente. Esa aula
puede ser para ustedes un campo de batalla o un campo de juegos. Y tienen
que saber quiénes son ustedes. Recuerden lo que dijo Pope: "Conócete a ti
mismo, no aspires a escudriñar a Dios. El objeto propio de estudio de la
humanidad es el hombre" (McCourt, 2006, pág. 28).
Por esa razón, ser docente es amarse en lo humano, es ser un hombre que ha
desarrollado un sentido de seguridad, confianza, autoestima y gratificación en sus
resultados. De lo contrario, se acarrearán consecuencias negativas no solo en su
desempeño, sino en el de los estudiantes y en su forma de habitar la vida, pudiendo
construir una sociedad de antivalores como el miedo, la violencia, el rencor, la mentira,
consecuencias certeras de la falta de seguridad en su persona. A este respecto
Segarra (2015) afirma que un educador con baja autoestima tendrá competencias
insuficientes en lo laboral y personal y traerán muy malas consecuencias en sus
estudiantes, porque los educadores tienen gran influencia en la vida y en el actuar de
los educandos.
En este contexto Wernicke (1993) anota que “[…] la pedagogía debe definirse como la
construcción teórica subyacente a aquellas relaciones humanas cuyo objetivo explícito
es la transmisión de códigos” (como se cita en Wernicke, 2000, pág.3). Ahora, se
puede decir cuál es el elemento que origina una autoestima adecuada en docentes y
estudiantes: la relación que hace posible las experiencias, pues la pedagogía es una
relación humana (Wernicke, 1993).
Es por esto, que me he dado cuenta que mientras alimento mi mente con los
requerimientos de mi profesión, no puedo olvidar alimentar mi corazón, mis emociones
porque son las que me permitirán consolidarme como una buena docente y participar
de los encuentros educativos con el aprecio de alguien que reconoce que ellos son
sumamente decisivos para el cambio de mentalidad, y sobre todo de corazón de
nuestra humanidad. Los niños son un gran ejemplo, ya que son fuentes de amor y
alegría, cuando se toca a un niño se toca el amor (Montessori). Son los niños quienes
nos enseñan los métodos, quienes nos recuerdan que entender la naturaleza, la
ciencia, el comportamiento humano, estudiarlos con empeño, autoevaluarnos, es
amarlos: “It is not enough for the teacher to love the child. She must first love and
understand the universe. She must prepare herself, and truly work at it.” ― Maria
Montessori. Igualmente, es saber que lo que somos como docentes y personas es más
importante que lo que enseñamos: “What a teacher is more important than what he/ she
teaches” (Sánchez, 2018).
Este asunto puede tener raíces muy fuertes como la cultura y la falta de formación en
competencias y capacidades que han recibido los docentes durante tantos años.
También, los vacíos entre la teoría y la práctica que muchas veces alejan la realidad de
lo que se supone debe ser. En la actualidad la profesión docente es subvalorada, mal
remunerada y criticada sobre todo en países como Colombia, donde los docentes
están en constantes luchas por hacer valer sus derechos y garantías para poder ejercer
un rol digno en la sociedad que tanto lo requiere. Por eso, Deberíamos aprender de
Finlandia donde ser docente significa ser un intelectual y un ciudadano de primera que
tiene a su cargo el progreso del país; por tanto, se da mayor importancia a la formación
de los docentes, al fortalecimiento de sus competencias y es una consigna tener los
mejores docentes, con estudios de doctorados trabajando con los chicos de edades
más tiernas.
En definitiva, descubrí que todos necesitamos amar lo que somos, afrontar nuestros
miedos y avanzar con pasión. Transformarnos en ese encuentro bello y especial con lo
humano, para escuchar al otro, vivir en el otro y reconocer el mundo, esto es lo único
que me da esperanza de que algún día podamos ser más libres y más felices.
Finalmente, vale la pena recoger las palabras del profesor Contreras cuando afirma:
Referencias
Cajiao, R. Francisco. La formación de maestros y el desarrollo político del país. In
Revista Educación y Cultura. Congreso.